A Zinaida Serebriakova no le gustaba trabajar con modelos profesionales. Prefería ponerse ella misma como modelo, o tomar a sus familiares, incluso para sus desnudos, que son logros soberbios y algunos de los cuales se han subastado bastante recientemente por sumas considerables. Sus hijos son un objeto muy frecuente en su obra y, en el exilio parisino, también posaron para ella condesas y duquesas rusas emigradas. Ahí, marcando estilo, nada de modelos plebeyas.
En la exposición no estaban, extrañamente, las obras expuestas en la Tretyakov, pero sí varias de las que están en el Museo ruso de San Petersburgo (no, ya no es Leningrado), incluyendo alguna que otra de su etapa posterior a 1924.
Si comparamos los autorretratos de Serebriakova con las escasas fotografías que se conservan de ella, se perciben algunas diferencias. Algunas veces, Zinaida Serebriakova se "idealiza" un tanto, como en su autorretrato como Arlequín, o como en su autorretrato con vela, donde aparece, para mi gusto, bastante más agraciada que lo que reflejan las fotografías. Dicho esto, debe ser cierto que a las pintoras que se han hecho autorretratos no les acaba de gustar que las fotografíen, al menos a la que yo conozco mejor no le gusta nada.
El autorretrato "La muchacha con el cirio" es buenísimo. Como casi todo. Estaba en la exposición del Dom Nashokina, nos muestra a una muchacha joven, casi una niña, sonriendo, poco menos que supurando felicidad. Pero, claro, es de 1911, y todo iba bien.
Por contra, después de 1917, y mucho más después de 1919, las cosas cambiaron, y no para bien. Ucrania no era el mejor lugar para estar entre 1917 y 1920, en medio de la ensalada de tortas que se estaban metiendo los alemanes del Kaiser Guillermo (hasta que se rindieron, claro), los nacionalistas ucranianos, los bolcheviques, los blancos y los anarquistas, en un todos contra todos que deja pálida cualquier guerra civil anterior. A esta pobre familia, que jamás se había significado políticamente y era muy apreciada por la población campesina de los alrededores de Neskuchnoye, los anarquistas les saquearon absolutamente todo. Y, para acabarlo de estropear, en 1919 murió el padre de la familia, Borís Serebriakov.
Uno de los aciertos de la exposición fue la muestra del sótano del Dom Naschokina, que no eran cuadros de Zinaida Serebriakova, sino reproducciones de fotografías, y fragmentos de cartas escritas por ella o sobre ella. Y, además, la proyección de una película sobre su vida: "El castillo de naipes de Zinaida Serebriakova". En ella se hacía alusión al cuadro más triste, seguramente, de su obra, expuesto en la sala de arriba: "El castillo de naipes".
"El castillo de naipes", de 1919, muestra a los cuatro hijos de la pintora, que acaban de quedar huérfanos, con un aspecto tristísimo, tratando de montar un frágil castillo de naipes que va a caer de un momento a otro. Normalmente está en el Museo ruso de San Petersburgo, y se le hace a uno un nudo en el corazón al imaginarse la escena y el significado simbólico del castillo de naipes.
La exposición de correspondencia de Zinaida Serebriakova también merece mucho la pena. Permite aclarar muchas de las dudas que surgen al leer las biografías, muchas veces muy poco documentadas, que corren por internet. Desde París, y sólo con ayuda de la Cruz Roja, Zinaida Serebriakova logró traer a dos de sus hijos, pero las autoridades soviéticas se negaron a dejar salir del país a los otros dos y a su madre, probablemente para que fueran testigos destacados, quieras que no, del paraíso socialista que estaban montando. A su hija mayor no la volvió a ver hasta 1960, cuando la dejaron viajar a París en medio del deshielo que sucedió a la muerte de Stalin.
Es un lugar común, sobre todo en Rusia, pensar que la etapa francesa de Zinaida Serebriakova es inferior a la rusa. Pero este modo de pensar tan típicamente ruso de que todo lo que está en Rusia, al menos en el terreno artístico, es mejor que lo extranjero, y que tantas veces se repite, es de por sí sospechoso y debe ser comprobado. De hecho, Zinaida Serebriakova, a pesar del apellido, no tenía ni una gota de sangre rusa, sino francesa, su apellido de soltera era Lanceray y su madre era una Benois, de los Benois que emigraron a Rusia cuando la Revolución francesa se puso demasiado violenta. O sea, que eso de emigrar era una lección que tenían bien aprendida.
En la exposición de Serebriakova en Dom Naschokina no hubo forma de convencerse de la calidad de su obra posterior al exilio, porque sólo había unas pocas obras de ese período. Alguna, de su viaje a Marruecos; pero también había un autorretrato.
En el autorretrato, de 1956, Zinaida Serebriakova debía estar a punto de cumplir setenta años. Ya no es la jovencita de veinticinco... pero sigue sonriendo, como entonces.
Por lo menos no tuviste que esperar las colas de este fin de semana a -17... No hay testimonio gráfico pero sí 4 testigos tanto sábado como domingo.
ResponderEliminarTras ver la primera entrada de esta serie he buceado en su archivo para encontrar posts que hablaban de Kramskoy, Ivanov, etc. Su blog es interesante normalmente, pero cuando te abre las puertas a mundos desconocidos (para mi la pintura rusa nace y muere con Kandinsky) entonces es sencillamente fantástico. Gracias. Por cierto, el cuadro de Kramskoy de Jesucristo en el desierto, sencillamente, espectacular.
ResponderEliminarAlfina, ¿no hay testimonio gráfico? Dios mío, una cola rusa a diecisiete bajo cero, ¡eso había que fotografiarlo!
ResponderEliminarObocelibel, pues nada, para servir a Dios y a usted. Visualice un rubor digital por sus elogios, y trataré de merecerlos realmente.
Muy interesante Alfor. Sinceramente gracias.
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