Esta mañana he estado viendo la televisión, cosa que sólo sucede cuando voy corriendo en la cinta, y he visto la demostración palpable de que Rusia, definitivamente, está cambiando.
Porque, sí, es verdad que estaba habiendo muchas mejoras, que hay más dinero en los bolsillos de la gente, que en las calles de Moscú hay más y mejores coches (y más y mejores atascos, claro), que la ciudad está cada vez más lozana, o menos cochambrosa, y que, en general, ahora que los días, poquito a poco, se van haciendo más largos, todo rezuma optimismo, alegría y ganas de vivir.
Pero, para ganas de vivir, las que me ha insuflado la noticia de esta mañana. En Sberbank han introducido un sistema electrónico para ordenar las colas. Vaya, es lo que hemos conocido en España desde hace bastante tiempo: llegas al sitio, por ejemplo, las taquillas de Chamartín, o de la estación del Norte, o cualquier estación de tren, y tomas un numerito, mientras unos paneles te indican a quién le toca y en que ventanilla le están atendiendo. Parece fácil, y elimina problemas incluso en países donde la atención al público es adecuada y la gente hace gala de educación.
Bueno, pues aquí la introducción de esos artilugios era sumamente reducida. Tanto que sólo los vi en Aeroflot, y eso ya fue un avance. En todos los demás sitios, las colas seguían en todo su auge, con todo tipo de artimañas para pasar por delante de los demás, y no es de extrañar, porque la atención al cliente es tan sumamente mala que el hecho de avanzar unos cuantos puestos en la cola significa un buen rato de espera. Y, lo que es esperar, no le gusta a nadie.
Sberbank era uno de esos sitios al que uno ya entra de pésimo humor, y sale con ganas de incorporarse a la guerrilla del Cáucaso. Se trata de la caja de ahorros pública, con oficinas en cada barrio, y en donde todo quisqui tiene que pagar mensualmente los recibos de la luz y del teléfono, y donde los pensionistas van a cobrar su pensión. Los pensionistas, sobre todo si son mujeres y pesan cientos de kilos, son muy peligrosos. Tienen miradas torvas, en plan rayos X, que seguro que producen daños internos, cuando estás delante de ellas en la cola. Si, encima, descubren que eres extranjero, gruñirán eternamente hasta que salgas de allí y pueden que hagan vudú contigo. En Rusia, una cola de ésas, en plan aquí te pillo, aquí te mato, se llama "cola viva" (живая очередь), y dicen bien, porque el más vivo es el más beneficiado de esa cola.
Además, Sberbank es ese sitio donde los cajeros cobran una miseria y tienen un trabajo no mucho menos desagradable que extraer petróleo en Siberia septentrional a cincuenta bajo cero. Aguantar babushkas encolerizadas es lo que tiene. Con lo que los que están trabajando allí son los que realmente no tienen otro sitio mejor en el que ganarse los garbanzos. Todo lo hacen de mala gana, si te equivocas en algo te rugen mientras invocan mentalmente a todos tus antepasados, y son incapaces de hacer cosas aparentemente tan sencillas como estirar el cuello y consultar el cambio oficial del rublo de ese día. Seguramente uno de los sitios donde van los que no han muerto en gracia de Dios, pero no están como para ir al infierno, es una cola en una oficina de Sberbank rodeado de pensionistas con halitosis a principios de mes.
A partir de ahora, las cosas van a cambiar radicalmente. Se acabó proteger a codazos el sitio en la cola, se acabó el pésimo aliento de las pensionistas enfurecidas, se acabaron sus murmullos contra los que las preceden en la cola, porque no se van a enterar de que soy yo. Es cierto que no se acabó aguantar a los cajeros del Sberbank, cosa que sólo terminará cuando les paguen un poco más e incluso les enseñen modales, o cuando en Rusia aprendan lo que significa domiciliar un recibo. Pero esto último me temo que es ciencia ficción. De momento, más vale conformarse con la progresiva desaparición de la cola viva frente a la cola electrónica. Sí, se llama así, que nadie piense mal.
Tras la noticia, llegó una entrevista en la que, increíblemente, había partidarios de la cola viva, que decían, al salir de la oficina del Sberbank que había implantado la cola electrónica, que habían tardado más que con la cola viva y que preferían el sistema antiguo, ése que hacía de las sucursales del Sberbank una subcontrata del purgatorio.
Claro, eran pensionistas. Y estoy por decir que, incluso a través de la televisión, olían a chucrut pasado.
jajajaja, genial.
ResponderEliminarYo sufrí esas colas vivas en Sheremetevo las pasadas navidades. La verdad es que aquella situación dejó en muy mal lugar la educación de los rusos.
Las babushkas encolerizadas me molan mucho...
ResponderEliminarEs una pena que este blog ya no siga con vida, pero como creo que no lo conoces, te paso la dirección:
http://vodkaconizhevsk.blog.com/
Cuenta las tribulaciones de una chica española en Izhevsk. Tiene algunas entradas realmente buenas...
¿Es eso parte de la modernización de Medvedev?
ResponderEliminarA veces se pregunta uno por qué avances tan elementales no están implantados ya por todo el mundo. Después va uno al DIA y se da cuenta de que las viejas NO QUIEREN la cola única y justa para todos, sino que prefieren arriesgarse a que se les cuelen si mantienen así la posibilidad de colarse. Es una reproducción del capitalismo anarquista a pequeña escala, o de la selección natural, según se mire. Habrá quien se queje, además, de la desaparición del bonito negocio del guardacolas, pues hasta en España, en un blog, leí a alguien quejarse del sistema de separación de basuras, pues recortaba la posibilidad de iniciativa privada de los antiguos y emprendedores cartoneros...
Chema, pero seguro que fue sin mala intención. Un rusófilo siempre podría justificarlo con el recurso al malvado capitalista estadounidense imperialista.
ResponderEliminarAl'bert, gracias por el enlace. Lo he de mirar con más calma. Creo que las universidades de Izhevsk y Granada tienen un programa de intercambio, y de ahí vienen esas experiencias.
Beloemigrant, a mí, lo de las colas me joroba mucho, pero con el trato de los bancos, incluso de los de capital occidental, es que flipo. El día que se puedan domiciliar las cosas, esto habrá dado un paso de gigante.
A veces cosas tan simples elevan la calidad de vida.
ResponderEliminarMe alegro de tu buena fortuna.