Ayer por la mañana, sin esperar un minuto ni siquiera a volver de un viaje de China, el presidente Medvedev cesó fulgurantemente al alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov, aduciendo "falta de confianza" en el mismo.
Que un presidente cese a alguien, haciendo uso de sus prerrogativas, es algo bastante normal, pero el caso de Luzhkov es bastante peculiar por varios motivos, el primero de los cuales es que Luzhkov no es un cualquiera ni mucho menos. En comparación con él, Medvedev es un novato advenedizo que llegó hace cuatro días a la cima, mientras que Luzhkov llevaba desde hace veinte años siendo un pez muy gordo, dieciocho ocupando la alcaldía de Moscú y los primeros ocho de esos dieciocho con un ojo en la presidencia del país, hasta que Putin salió de ningún sitio y apartó a todos los demás candidatos. Pero es que la alcaldía de Moscú es mucho más que lo que suena a un lector español. Traducido a España, no equivale a Gallardón, sino a Gallardón y Esperanza Aguirre juntos.
Luzhkov tiene 74 años. Recién cumplidos, sí, pero 74. No es ningún chiquillo y, teniendo en cuenta que Medvedev podría ser holgadamente su hijo, esto de que le despidan de una manera tan humillante le habrá jorobado muchísimo, tanto más cuanto que su mandato como alcalde expiraba dentro de diez meses. Hubieran podido esperar, y simplemente no renovarlo, lo cual es mucho menos traumático que lo que ha pasado.
La prensa española (sí, ya sé que a mucha gente la Bonet no le acaba de convencer) dice que el Kremlin había estado debilitando a Luzhkov a base de enviar a sus vicepresidentes a otras regiones en calidad de gobernadores. Así, el caso más claro es Shantsev, "número dos" de Luzhkov de toda la vida y que ahora está a orillas del Volga, en Nizhny Novgorod, gobernando la región. También está el actual gobernador de Ivánovo, Mijaíl Men, que también se crio a los pechos de Luzhkov. No seré yo quien se ponga a discutir con Pilar Bonet sobre política rusa (ni sobre nada), pero no sé yo qué forma de debilitar a alguien es ésa de poner a sus máximos colaboradores en puestos importantísimos, desde donde pueden crear un grupo de presión fantástico a favor de su mentor. Cuando anduve por Ivánovo, hace unos años, Men acababa de ser nombrado gobernador y todo el mundo estaba encantado, "porque por fin habría dinero de Moscú", mientras que con el anterior gobernador comunista allí no se veía un rublo. De momento, el aeropuerto, que estaba hecho una pocilga, ya lo estaban poniendo en orden... con dinero de Moscú.
El motivo aparente del despido de Luzhkov es por bocazas. En España, el presidente de una comunidad autónoma puede criticar al presidente del gobierno impunemente, y de hecho Esperanza Aguirre lo hace con frecuencia y no sólo ella, y no le pasará nada hasta que sus votantes decidan que no continúe en el cargo. En Rusia, desde que las elecciones a gobernador (y el alcalde de Moscú, en realidad, es un gobernador) fueron abolidas, lo de que un gobernador se salga del guión es muy peligroso para sus intereses, y Luzhkov llevaba algún tiempo pinchando al presidente. De hecho, el último pinchazo fue cuando volvió el lunes, después de una brutal campaña mediática en su contra, y dijo que no pensaba dimitir por mucho que se lo insinuaran. Valor no le falta.
El penúltimo había sido el asunto de la autopista de Moscú a San Petersburgo (pero eso igual viene en otra entrada, si me veo con ganas), que Medvedev ha cancelado de momento por motivos mediomabientales, decisión que Luzhkov criticó mucho más educadamente de lo que se dicen entre sí Rajoy y Zapatero, pero que criticó. Entre nosotros, yo creo que Luzhkov tenía toda la razón en el contenido de sus críticas. Lo malo es que eran críticas, y hasta ahí podíamos llegar.
De todas formas, aquí, el que se lo debe estar pasando la mar de bien es Putin, que está últimamente empalmando una excursión con la siguiente, como si estuviera de vacaciones. En los países normales (supongamos que España es un país normal) el jefe del Estado es una figura respetada casi unánimemente, mientras que el primer ministro, o presidente del Gobierno, es una figura criticable y muchas veces muy criticada, y no digamos en España. En España, Juanca está como de perfil en todas las decisiones durillas, y los que nos oponemos a él somos una minoría (y los monárquicos que nos oponemos a él, francamente, somos cuatro gatos mal contados); a Zapatero, en cambio, le llueven palos por todos los sitios y le toca tomar decisiones impopulares continuamente. En Rusia últimamente es totalmente al revés. Vamos, que parecería que todo el lío éste lo hubiera montado el propio Putin, hasta tal punto sale beneficiado del carajal.
Porque en Rusia, no sé cómo se lo ha montado Putin, pero resulta que en todo el fregado éste él está de lado, como quien no quiere la cosa, mientras que a Medvedev le ha tocado hacer de malo y despedir a una persona bajo cuyo mandato, se diga lo que se diga, Moscú ha pasado de ser un agujero insondable lleno de escombros, que es lo que era en 1994, cuando llegué yo por aquí por vez primera, a ser una ciudad con unos desequilibrios tremendos, sí, pero donde hay cosas que en Madrid, sin ir más lejos, ni se plantean que existan. El único problema es que esas cosas cuya existencia ni se plantea es en los dos sentidos, bueno y malo, pero es que bueno hay muchísimo.
El apoyo a Luzhkov en la ciudad es mayoritario. Lo bueno de tener un presupuesto abundantísimo, que ya quisiera Gallardón para pagar algo de la deuda que tiene, es que, además de enriquecerse, da para hacer política zapateril de subsidios, pero sin endeudarse. Los empleados públicos en Moscú cobran más que en el resto de Rusia (y son mucho mejores), los maestros pueden vivir decentemente, los pensionistas de Moscú reciben un generoso aguinaldo del municipio y los teatros y salas de conciertos de Moscú tenían en Luzhkov a un generoso mecenas. Estomagos agradecidos, supongo, pero estómagos y muy abundantes. Si a eso unimos su control absoluto del consistorio municipal, parece que Luzhkov tiene posibilidades de hacer la vida imposible a su sucesor.
Ahora, el presidente ha designado alcalde en funciones a la mano derecha de Luzhkov, Resin, que es de la quinta del primero y, si el plan era poner coto a la corrupción municipal, no parece la elección más afortunada, teniendo en cuenta que era el encargado de urbanismo. Se supone que Medvedev debe proponer un candidato, para que la Duma municipal lo apruebe... o no. Lo que pasa es que los concejales de Moscú son todos partidarios de Luzhkov, menos tres comunistas que salieron elegidos a duras penas.
Hay quien dice que Luzhkov va a pasar a la oposición, pero yo no lo creo. No sabe. Nunca ha estado en la oposición, y no creo que vaya a aprender a una edad en la que hasta yo espero estar jubilado, por mucha reforma de las pensiones que medie entretanto. Además, Luzhkov es bastante vulnerable y no es nada complicado buscarle las cosquillas. El tío se ha hecho inmensamente rico, está casado con la mujer más rica de Rusia, una empresaria de la construcción que, casualmente, ha medrado muchísimo con proyectos en Moscú, y el Código Penal ruso es lo suficientemente flexible, en manos de la fiscalía local, como para amargar la existencia a cualquiera. De momento, en un periquete le han montado una campaña durísima en su contra en televisión, sacando frases de contexto y con un reportaje amarillo hasta la hepatitis, que ha sido como la preparación artillera a lo que venía después.
De hecho, lo vergonzoso no ha sido que hayan salido todos esos reportajes. Lo vergonzoso es que hayan salido ahora, como si en los dieciocho años anteriores Luzhkov no hubiera estado casado con la multimillonaria, que cada año lo era más; como si sus intereses inmobiliarios en el Mar Negro fueran cosa de ayer por la tarde; como si hubiera estado al lado de las abuelitas y pensionistas todos y cada uno de sus días como alcalde de Moscú; como si las elecciones municipales fueran un ejemplo de limpieza y nadie nunca hubiera protestado por ellas y el presidente que ahora le da la patada no hubiera dicho, con toda la cara, que "en general, las elecciones son limpias".
Pero, como tampoco me imagino a Luzhkov retirado a la plácida vida campestre a cuidar de sus abejas y regalar miel a sus amigos, es casi seguro que nos saldrá con algo interesante. Fracasará, pero mientras dure será digno de verse.
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
jueves, 30 de septiembre de 2010
martes, 28 de septiembre de 2010
El monasterio, ayer
El monasterio de San Nilo de Stolobny vivió una existencia plácida, como corresponde a todo monasterio que se precie, entre su fundación y 1917, cuando era uno de los lugares de culto más visitados de toda la Cristiandad. A partir de ahí, las cosas cambiaron pero que muy mucho, como corresponde, también, a toda revolución que se precie.
El año de 1919 los bolcheviques la tomaron con las reliquias en toda Rusia, y al monasterio de San Nilo de Stolobny también le llegó su turno. Todas las cosas de valor susceptibles de ser transformadas en lingotes de metales preciosos o vendidas en el mercado fueron confiscadas sin más. Naturalmente, los huesos de San Nilo no estaban hechos de oro ni tenían el menor valor fuera del que le dieran los devotos, pero los bolcheviques estaban inmersos en una concienzuda campaña de profanación de tumbas, así que abrieron la de San Nilo y esparcieron sus huesos por ahí, como también hicieron con muchos otros santos, entre ellos con San Sergio de Rádonezh, que es posiblemente el más destacado de todos. Incluso lo filmaron en vídeo, supongo que por estar orgullosos de lo que hacían. Sí, hay gente así.
De momento, el monasterio siguió en funcionamiento. En 1927, sin embargo, comenzó una ejemplar ola de arrestos para consolidar el orden soviético y preservarlo de las argucias de los contrarrevolucionarios que, ciegos a la justicia y llevados por su pernicioso egoísmo, no dejaban de maquinar insidias contra el comunismo naciente y resplandeciente. Ello obligó a las autoridades revolucionarias a destinar a prisión edificios destinados previamente a otros usos, y ¿qué uso, a los ojos de las ateísimas autoridades, podía ser más execrable que el monástico? Con lo que en 1927 se les dio pasaporte a los monjes y el edificio se destinó a campo de trabajo para delincuentes menores de edad. Porque, si los padres son delincuentes contrarrevolucionarios, los hijos forzosamente llevan sangre contaminada y deben ser escarmentados ex ante. Si no, luego, todo son prisas.
En 1939, en el resto del mundo pensamos que empezó la segunda guerra mundial. Pero eso fue en el resto del mundo. En Rusia, no hubo tal cosa como segunda guerra mundial. Rusia (la Unión Soviética) hasta 1941 únicamente llevó a cabo benéficas operaciones de extensión de la revolución comunista a petición de las masas obreras de los países sometidos al yugo capitalista. Sólo en 1941 empezó una guerra contra el infame agresor germanofascista (aliado hasta la víspera de la agresión, pero eso es otra historia). Entretanto, Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania y Polonia fueron escenario de campañas militares sólo porque los burgueses capitalistas locales se empeñaban en aferrarse a sus privilegios y a sojuzgar a los trabajadores. Lo de Finlandia no salió bien del todo, pero las demás campañas se tradujeron en la liberación de multitudes incontables de obreros previamente esclavizados y, de paso, en pingües ganancias territoriales para la URSS y -lamentable, pero inevitablemente- de un montonazo de prisioneros polacoburgueses a los que había que colocar en algún sitio. Ese sitio fue, entre otros, el antiguo monasterio de San Nilo de Stolobny.
Las cosas se empezaron a torcer poco después, y había que hacer sitio para nuevos usos. Los molestos prisioneros polacoburgueses fueron, según la versión soviética de lo que pasó, trasladados a un sitio llamado Katyn, donde, siempre según la versión soviética, estuvieron esperando sentados a los alemanes, que ocuparon Katyn en 1941, los mataron a todos y, los muy sinvergüenzas, encima aseguraron que habían sido los soviéticos quienes los mataron en 1940, antes de llegar ellos. Menos mal que, tras la guerra, una comisión soviética (la comisión Burdenko, un señor que aún hoy tiene calles dedicadas por toda Rusia) estableció como verdad incontrovertible que los nazis, y sólo ellos, habían sido los que dieron matarile a los polacoburgueses. Claro que aquello fue verdad sólo entre 1945 y 1990, y luego ya no, pero bueno, eso son minucias para un buen bolchevique.
Desde 1941, los edificios del monasterio hicieron de hospital. En 1945 las necesidades volvieron a ser distintas, así que volvió a su antiguo uso de colonia penitenciaria. Pero, tras la muerte de Stalin, la prisión no fue tan necesaria, así que pasó sucesivamente a asilo de ancianos y, desde 1971, instalación turística. Y doy fe de que como instalación turística la cosa podía tener futuro, porque el lugar es impresionante.
En 1990, las cosas volvieron a su cauce. Para entonces, la mitad de las edificaciones del antiguo monasterio habían sido derruidas. En este estado, el ya tambaleante estado soviético tomó la decisión de devolver el monasterio, o lo que quedaba de él, al obispado ortodoxo de Tver y Kashin, que se encontró con el fregado de qué hacer con las ruinas que les devolvían.
Pero, como se hace tarde, lo veremos en la próxima, Deo volente.
El año de 1919 los bolcheviques la tomaron con las reliquias en toda Rusia, y al monasterio de San Nilo de Stolobny también le llegó su turno. Todas las cosas de valor susceptibles de ser transformadas en lingotes de metales preciosos o vendidas en el mercado fueron confiscadas sin más. Naturalmente, los huesos de San Nilo no estaban hechos de oro ni tenían el menor valor fuera del que le dieran los devotos, pero los bolcheviques estaban inmersos en una concienzuda campaña de profanación de tumbas, así que abrieron la de San Nilo y esparcieron sus huesos por ahí, como también hicieron con muchos otros santos, entre ellos con San Sergio de Rádonezh, que es posiblemente el más destacado de todos. Incluso lo filmaron en vídeo, supongo que por estar orgullosos de lo que hacían. Sí, hay gente así.
De momento, el monasterio siguió en funcionamiento. En 1927, sin embargo, comenzó una ejemplar ola de arrestos para consolidar el orden soviético y preservarlo de las argucias de los contrarrevolucionarios que, ciegos a la justicia y llevados por su pernicioso egoísmo, no dejaban de maquinar insidias contra el comunismo naciente y resplandeciente. Ello obligó a las autoridades revolucionarias a destinar a prisión edificios destinados previamente a otros usos, y ¿qué uso, a los ojos de las ateísimas autoridades, podía ser más execrable que el monástico? Con lo que en 1927 se les dio pasaporte a los monjes y el edificio se destinó a campo de trabajo para delincuentes menores de edad. Porque, si los padres son delincuentes contrarrevolucionarios, los hijos forzosamente llevan sangre contaminada y deben ser escarmentados ex ante. Si no, luego, todo son prisas.
En 1939, en el resto del mundo pensamos que empezó la segunda guerra mundial. Pero eso fue en el resto del mundo. En Rusia, no hubo tal cosa como segunda guerra mundial. Rusia (la Unión Soviética) hasta 1941 únicamente llevó a cabo benéficas operaciones de extensión de la revolución comunista a petición de las masas obreras de los países sometidos al yugo capitalista. Sólo en 1941 empezó una guerra contra el infame agresor germanofascista (aliado hasta la víspera de la agresión, pero eso es otra historia). Entretanto, Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania y Polonia fueron escenario de campañas militares sólo porque los burgueses capitalistas locales se empeñaban en aferrarse a sus privilegios y a sojuzgar a los trabajadores. Lo de Finlandia no salió bien del todo, pero las demás campañas se tradujeron en la liberación de multitudes incontables de obreros previamente esclavizados y, de paso, en pingües ganancias territoriales para la URSS y -lamentable, pero inevitablemente- de un montonazo de prisioneros polacoburgueses a los que había que colocar en algún sitio. Ese sitio fue, entre otros, el antiguo monasterio de San Nilo de Stolobny.
Las cosas se empezaron a torcer poco después, y había que hacer sitio para nuevos usos. Los molestos prisioneros polacoburgueses fueron, según la versión soviética de lo que pasó, trasladados a un sitio llamado Katyn, donde, siempre según la versión soviética, estuvieron esperando sentados a los alemanes, que ocuparon Katyn en 1941, los mataron a todos y, los muy sinvergüenzas, encima aseguraron que habían sido los soviéticos quienes los mataron en 1940, antes de llegar ellos. Menos mal que, tras la guerra, una comisión soviética (la comisión Burdenko, un señor que aún hoy tiene calles dedicadas por toda Rusia) estableció como verdad incontrovertible que los nazis, y sólo ellos, habían sido los que dieron matarile a los polacoburgueses. Claro que aquello fue verdad sólo entre 1945 y 1990, y luego ya no, pero bueno, eso son minucias para un buen bolchevique.
Desde 1941, los edificios del monasterio hicieron de hospital. En 1945 las necesidades volvieron a ser distintas, así que volvió a su antiguo uso de colonia penitenciaria. Pero, tras la muerte de Stalin, la prisión no fue tan necesaria, así que pasó sucesivamente a asilo de ancianos y, desde 1971, instalación turística. Y doy fe de que como instalación turística la cosa podía tener futuro, porque el lugar es impresionante.
En 1990, las cosas volvieron a su cauce. Para entonces, la mitad de las edificaciones del antiguo monasterio habían sido derruidas. En este estado, el ya tambaleante estado soviético tomó la decisión de devolver el monasterio, o lo que quedaba de él, al obispado ortodoxo de Tver y Kashin, que se encontró con el fregado de qué hacer con las ruinas que les devolvían.
Pero, como se hace tarde, lo veremos en la próxima, Deo volente.
sábado, 25 de septiembre de 2010
Compostura
En los monasterios en Rusia, como en cualquier lugar destinado al culto, se deben guardar las formas. Los católicos, a veces, eso lo tenemos algo olvidado. Después de todo, desde hacía algunos decenios las costumbres, incluso dentro de los templos y entre el clero, se habían relajado bastante, y no era extraño ver a sacerdotes en vaqueros y camiseta, lejos de la sotana de los tiempos preconciliares. No es de extrañar, pues, que los fieles, o simplemente los visitantes, traten de superar en informalidad a los sacerdotes y para ello vayan medio desnudos por los lugares de culto. Por fortuna, últimamente las aguas están volviendo a su cauce y la mayoría de los sacerdotes ya viste con el debido respeto, lo cual es el primer paso para poner coto a los excesos (o más bien defectos) en la vestimenta de los demás visitantes de los templos.
Aún así, a mitad de julio, de turisteo por Asturias, pude entrar en bermudas en Santa María de Covadonga y oír misa de la misma manera en la basílica de Llanes, y no era el único, así que por lo visto aún queda bastante hasta que se generalice el retorno a las buenas costumbres. Comenzando por mí, dicho sea de paso.
Aquí, no.
Aquí, no hubo Concilio Vaticano II ni nada que se le pareciera, no hubo popes de la teología de la liberación, ni popes obreros, ni nada remotamente parecido. Los sacerdotes y los monjes han vestido siempre rigurosamente de negro sin la menor interrupción, ni durante los años del bolchevismo más acusado. Eso da autoridad a los ortodoxos para exigir a los visitantes que también guarden las formas en su vestimenta. Obviamente, el monasterio de San Nilo de Stolobny no es una excepción, sino todo lo contrario.
Así pues, a la entrada del monasterio están escritas las normas claramente. Traduzco el cartel:
¡ATENCIÓN!
Estimados visitantes:
Están entrando ustedes en el monasterio (activo) masculino de San Nilo de Stolobny.
Les rogamos insistentemente que en el recinto del monasterio respeten el silencio y el orden, en particular:
- No entren en el recinto del monasterio con vehículos particulares.
- No entren en el monasterio
- En estado de embriaguez (parece que no es evidente y que hay que recordarlo).
- Con aspecto playero (literal) (bermudas, camisetas, minifaldas y vestidos escotados).
- Con perros.
El resto es normal: se prohíbe fumar, beber alcohol, oír música, cantar canciones profanas, tirar basuras, pasar a los edificios residenciales, bañarse, tomar el sol, pescar y tomar fotografías sin permiso (que conste que yo tenía permiso).
El problema más agudo es de la vestimenta, sobre todo cuando la temperatura, como este verano, ha sido de casi cuarenta grados ¿Quién se pone pantalones largos en esta tesitura? Muchos, pero no todos, y yo entre los que no. Los monjes del monasterio, que ya saben de qué va la modernidad, han llegado a una solución de compromiso y lo que hacen es prestar a la entrada del monasterio pañuelos para que las mujeres cubran sus cabezas (no está en el cartel, pero las mujeres no puede entrar en los templos con la cabeza descubierta ni con pantalones), y faldas o pantalones para que todos podamos cubrir nuestras piernas. El límite está en las rodillas y en los hombros. Si tu pantalón oculta tus rodillas, como las bermudas pirata de Rafa Nadal, puedes pasar sin más; si está por encima, a taparse tocan. En las camisetas, lo importante es ocultar los hombros. Si los hombros se ven, significa que llevas una camiseta de tirantes, luego tienes aspecto playero y has de cubrirte.
La mayoría de las mujeres van prevenidas y llevan su propio pañuelo para la cabeza. También suelen ir con falda larga, sabiendo las normas que tienen que respetar. En cambio, a los hombres, que normalmente no tenemos que hacer un esfuerzo especial para cumplir las normas de vestimenta, la ola de calor nos pilló totalmente desprevenidos. Para cuando nuestro grupo llegó al monasterio, con un calor de espanto, los pantalones de prestado se habían terminado y mis bermudas terminaban cuatro dedos por encima de mis rodillas.
En estas condiciones, es importante no tener sentido del ridículo.
Aún así, se estaba más fresquito que con pantalones largos.
Aún así, a mitad de julio, de turisteo por Asturias, pude entrar en bermudas en Santa María de Covadonga y oír misa de la misma manera en la basílica de Llanes, y no era el único, así que por lo visto aún queda bastante hasta que se generalice el retorno a las buenas costumbres. Comenzando por mí, dicho sea de paso.
Aquí, no.
Aquí, no hubo Concilio Vaticano II ni nada que se le pareciera, no hubo popes de la teología de la liberación, ni popes obreros, ni nada remotamente parecido. Los sacerdotes y los monjes han vestido siempre rigurosamente de negro sin la menor interrupción, ni durante los años del bolchevismo más acusado. Eso da autoridad a los ortodoxos para exigir a los visitantes que también guarden las formas en su vestimenta. Obviamente, el monasterio de San Nilo de Stolobny no es una excepción, sino todo lo contrario.
Así pues, a la entrada del monasterio están escritas las normas claramente. Traduzco el cartel:
¡ATENCIÓN!
Estimados visitantes:
Están entrando ustedes en el monasterio (activo) masculino de San Nilo de Stolobny.
Les rogamos insistentemente que en el recinto del monasterio respeten el silencio y el orden, en particular:
- No entren en el recinto del monasterio con vehículos particulares.
- No entren en el monasterio
- En estado de embriaguez (parece que no es evidente y que hay que recordarlo).
- Con aspecto playero (literal) (bermudas, camisetas, minifaldas y vestidos escotados).
- Con perros.
El resto es normal: se prohíbe fumar, beber alcohol, oír música, cantar canciones profanas, tirar basuras, pasar a los edificios residenciales, bañarse, tomar el sol, pescar y tomar fotografías sin permiso (que conste que yo tenía permiso).
El problema más agudo es de la vestimenta, sobre todo cuando la temperatura, como este verano, ha sido de casi cuarenta grados ¿Quién se pone pantalones largos en esta tesitura? Muchos, pero no todos, y yo entre los que no. Los monjes del monasterio, que ya saben de qué va la modernidad, han llegado a una solución de compromiso y lo que hacen es prestar a la entrada del monasterio pañuelos para que las mujeres cubran sus cabezas (no está en el cartel, pero las mujeres no puede entrar en los templos con la cabeza descubierta ni con pantalones), y faldas o pantalones para que todos podamos cubrir nuestras piernas. El límite está en las rodillas y en los hombros. Si tu pantalón oculta tus rodillas, como las bermudas pirata de Rafa Nadal, puedes pasar sin más; si está por encima, a taparse tocan. En las camisetas, lo importante es ocultar los hombros. Si los hombros se ven, significa que llevas una camiseta de tirantes, luego tienes aspecto playero y has de cubrirte.
La mayoría de las mujeres van prevenidas y llevan su propio pañuelo para la cabeza. También suelen ir con falda larga, sabiendo las normas que tienen que respetar. En cambio, a los hombres, que normalmente no tenemos que hacer un esfuerzo especial para cumplir las normas de vestimenta, la ola de calor nos pilló totalmente desprevenidos. Para cuando nuestro grupo llegó al monasterio, con un calor de espanto, los pantalones de prestado se habían terminado y mis bermudas terminaban cuatro dedos por encima de mis rodillas.
En estas condiciones, es importante no tener sentido del ridículo.
Aún así, se estaba más fresquito que con pantalones largos.
jueves, 23 de septiembre de 2010
El monje
De San Nilo de Stolobny no se sabe mucho. No se sabe cuándo nació, ni quiénes fueron sus padres. Tampoco se sabe cuál fue su nombre en el siglo. Cuando se escribió su vida, algunos decenios tras su muerte, a su biógrafo todos estos detalles no le debieron parecer importantes. Sí se sabe que se quedó huérfano muy pronto y que entró en un monasterio, donde adoptó el nombre de Nilo, en honor a San Nilo el Viejo, un anacoreta del siglo V que fue uno de los grandes propagadores de la vida monacal.
Lo de la vida en común propia del monasterio no debía ser plato de gusto para nuestro Nilo, que era más partidario de vivir en soledad. Así que se retiró al bosque y se construyó una celda-capilla, donde vivió trece años en plan eremita. Hay que decir que los bosques por donde anduvo, y que los componentes del grupo turístico íbamos atravesando en nuestro camino desde Tver hasta el lago Seliger, eran como para pensárselo muy mucho antes de ir por ahí en plan solitario, y eso contando que era verano. Como para vivir allí, en la celdilla, a veinte grados bajo cero y tener que salir a mear por la mañana, por ejemplo. Eran gente dura, aquéllos.
Resultó que Nilo era sanador. Imponía las manos a la gente, y los curaba. No queda muy claro cuándo se daría cuenta de que Dios le había concedido este poder, pero sí que se sabe que hizo furor entre el vecindario, considerando vecindario a cualquiera que viviera a cien kilómetros a la redonda. A Nilo comenzaron a llegarle las visitas desde cualquier sitio, cosa que casaba bastante mal con su idea de estar en el bosque más solo que la una, rezando.
Cuando Nilo estuvo ya hasta la coronilla de que le estorbaran sus oraciones, se piró de su celda y se estableció, en el lejano año de 1528, a unas cuantas verstás de allí, en una isla situada en el lago Seliger, a donde efectivamente era bastante más complejo llegar. El primer invierno tuvo que ser de órdago. Lo pasó en una especie de madriguera semisubterránea, que fue lo que le dio tiempo a cavar antes de que el tiempo enpeorase muy en serio. Luego ya se construyó algo más convencional, una capilla con una celda, y se dedicó a la agricultura y a la pesca, que por allí, aún hoy, sigue habiendo mucha.
Veintiocho años, nada menos, pasó Nilo en la isla, con alguna visita esporádica de los pescadores de la zona y de ciertos monjes de un monasterio cercano. Le pasó de todo: incendios, visitas de bandidos... El tío era asceta hasta extremos un poco excesivos. Había hecho voto de no estar nunca en posición horizontal, por lo que clavó un gancho de la pared de su celda para descansar sujeto a él. Descansar, lo llamaba. Ya sé que a todo se acostumbra uno, pero esto se las trae.
Cuando murió, llegaron los monjes del monasterio cercano, lo acabaron de enterrar y, sabiendo que Nilo había deseado que se construyera allí un monasterio, procedieron a hacerlo, cosa que sucedió unos cuarenta años tras la muerte de Nilo. Y ahí está la estatua de Nilo presidiendo la entrada del monasterio.
Pues a ese monasterio es a donde se dirigía la excursión turística procedente de Moscú en la que me había enrolado y a donde se dirige también esta bitácora, para, después de haber abierto mucho los ojos viendo cómo las gastan algunas mujeres por aquí, cambiar de tema completamente y pasar a una realidad en la que las mujeres sólo llegan de visitas y bien tapadas. Demostrando, una vez más, que Rusia es un país de contrastes extremos, y que muchas veces lo que resulta difícil es encontrar algo parecido al término medio.
Lo de la vida en común propia del monasterio no debía ser plato de gusto para nuestro Nilo, que era más partidario de vivir en soledad. Así que se retiró al bosque y se construyó una celda-capilla, donde vivió trece años en plan eremita. Hay que decir que los bosques por donde anduvo, y que los componentes del grupo turístico íbamos atravesando en nuestro camino desde Tver hasta el lago Seliger, eran como para pensárselo muy mucho antes de ir por ahí en plan solitario, y eso contando que era verano. Como para vivir allí, en la celdilla, a veinte grados bajo cero y tener que salir a mear por la mañana, por ejemplo. Eran gente dura, aquéllos.
Resultó que Nilo era sanador. Imponía las manos a la gente, y los curaba. No queda muy claro cuándo se daría cuenta de que Dios le había concedido este poder, pero sí que se sabe que hizo furor entre el vecindario, considerando vecindario a cualquiera que viviera a cien kilómetros a la redonda. A Nilo comenzaron a llegarle las visitas desde cualquier sitio, cosa que casaba bastante mal con su idea de estar en el bosque más solo que la una, rezando.
Cuando Nilo estuvo ya hasta la coronilla de que le estorbaran sus oraciones, se piró de su celda y se estableció, en el lejano año de 1528, a unas cuantas verstás de allí, en una isla situada en el lago Seliger, a donde efectivamente era bastante más complejo llegar. El primer invierno tuvo que ser de órdago. Lo pasó en una especie de madriguera semisubterránea, que fue lo que le dio tiempo a cavar antes de que el tiempo enpeorase muy en serio. Luego ya se construyó algo más convencional, una capilla con una celda, y se dedicó a la agricultura y a la pesca, que por allí, aún hoy, sigue habiendo mucha.
Veintiocho años, nada menos, pasó Nilo en la isla, con alguna visita esporádica de los pescadores de la zona y de ciertos monjes de un monasterio cercano. Le pasó de todo: incendios, visitas de bandidos... El tío era asceta hasta extremos un poco excesivos. Había hecho voto de no estar nunca en posición horizontal, por lo que clavó un gancho de la pared de su celda para descansar sujeto a él. Descansar, lo llamaba. Ya sé que a todo se acostumbra uno, pero esto se las trae.
Cuando murió, llegaron los monjes del monasterio cercano, lo acabaron de enterrar y, sabiendo que Nilo había deseado que se construyera allí un monasterio, procedieron a hacerlo, cosa que sucedió unos cuarenta años tras la muerte de Nilo. Y ahí está la estatua de Nilo presidiendo la entrada del monasterio.
Pues a ese monasterio es a donde se dirigía la excursión turística procedente de Moscú en la que me había enrolado y a donde se dirige también esta bitácora, para, después de haber abierto mucho los ojos viendo cómo las gastan algunas mujeres por aquí, cambiar de tema completamente y pasar a una realidad en la que las mujeres sólo llegan de visitas y bien tapadas. Demostrando, una vez más, que Rusia es un país de contrastes extremos, y que muchas veces lo que resulta difícil es encontrar algo parecido al término medio.
martes, 21 de septiembre de 2010
Epílogo
En su comentario a la entrada anterior, Orayo se manifestaba en desacuerdo con mi opinión de que tomarse tan a mal que tu pareja sea pelín casquivana es algo infantil. Arguye Orayo que cada cual es como es, y que lo que para el miembro (venga, lo voy a decir, o miembra) de la pareja casquivano podrá no valer mucho, pero para el miembro fiel puede tener mucho valor y por eso es razonable que esté irritado.
Correcto. Podemos llamar a esto algo así como "concepción subjetiva" de la relación de pareja. Así es como piensa prácticamente todo el mundo, yo incluido, hasta aproximadamente los veinticinco años. Luego, la mayoría de la gente, tras un camino de Damasco más o menos largo, se pasa a la "concepción objetiva", que voy a tratar de explicar.
En mis tiempos de monitor de tiempo libre, cuando se trataba de organizar marchas por el monte, había un principio básico para evitar en lo posible que los chavales más chulos y más fuertes se escaparan por delante para hacer ver al resto que ellos eran los más guays y los más molones y que las chicas ya tardaban en abrazarlos. El principio era que aquello era un grupo, y que un grupo es tan fuerte como el más débil de sus miembros. Así que lo procedente era que este miembro más débil, a lo mejor una nena de trece años tirando a gordita y sin la menor experiencia previa en marchas, fuera lo más delante posible mientras los demás intentaban animarla.
Una pareja no deja de ser un grupo, aunque pequeñito, así que el principio básico se puede adaptar para este caso, que quedaría así: Una pareja vale tanto como la valora el miembro de la pareja que la valore menos. Ésta sería, pues, la valoración "objetiva".
Así, por poner un ejemplo en un extremo, un matrimonio de católicos practicantes con un porrón de hijos y que, además, se quieren, por lo que ambos cónyuges valoran su relación de pareja con una nota de 9,9 en una escala de 10, vale precisamente 9,9. (Y por ahí anda mi esposa que no me dejará mentir)
En otro extremo, un rollete de aquí te pillo aquí te mato de una noche loca en el que cualquiera de los esporádicos componentes del duo (o trío, si queréis) tiene dificultades para recordar el nombre del otro, se encontrará con una valoración próxima a cero, porque ambos componentes le darán esa valoración. Bueno, si se lo han pasado muy bien, puede que le den un 2 y hasta se pasen el número de teléfono.
Hasta aquí, supongo que de acuerdo todos. El problema viene cuando uno de los miembros de la pareja está perdidamente enamorado y el otro miembro no, por lo que no hace ascos a buscar rollo por allí y por allá. Como estamos hablando de rusas y guiris, supongamos que un español, llamémosle Perico, está que bebe los vientos por una rusita, llamémosla Vera, que es el amor de su vida, además de estar como un queso, y por la que estaría dispuesto incluso a irse a vivir a un apartamento de 25 metros cuadrados en un suburbio de Tynda, que debe ser uno de los agujeros más insondables no ya de Rusia, sino del planeta. Eso es amor, seguro, por lo que valora su relación en un 10. Así, sin decimales.
Por su parte, a Vera le gusta Perico, sí, pero le gusta mucho más la idea de salir por piernas de su apartamento de 25 metros cuadrados en el suburbio de Tynda, y ésa es su prioridad vital principalísima. Pero Perico no encuentra trabajo en su España natal y menos todavía en su Portugalete más natal todavía, mientras que en Tynda es el guiri de la ciudad (los demás son chinos o norcoreanos, o salieron huyendo al mes de llegar) y se saca para vivir razonablemente bien dando clases de castellano e inglés, y hasta tiene un alumno de vascuence medio pirado al que le enseña las cuatro palabras que no ha olvidado todavía. Y en verano le da para irse un mes a Portugalete con su Vera y pasar una semana en Lequeitio.
Vera posiblemente esté pinchando a Perico para quedarse en Portugalete, que está varios miles de veces mejor que Tynda, aunque Perico tenga que buscarse trabajo de mozo de mudanzas o de recogedor de basura (como tiene una carrera y un máster, está bien situado para sacar una oposición al cuerpo municipal de barrenderos). En éstas, Vera conoce a Pierre, y viceversa. Pierre es un gabacho de nariz elevada y nivel de chulería e insoportabilidad aún más elevado, residente en París y Burdeos a partes iguales y que está pasando una semana en Lequeitio porque hace poco que se ha divorciado, se aburría en su mansión de verano en Las Landas y no le apetecía ir a visitar a sus compañeros de clase en Fontainebleau.
Como la valoración de Vera de su relación de pareja no ha pasado en ningún momento de 3,5 y no está por la tarea de volver a Tynda dos semanas después (de hecho, no quiere volver a Tynda nunca más, deseo que no es criticable en absoluto), es fácil suponer que Vera, que sigue estando como un queso, ve el cielo abierto.
¿Tiene derecho Perico a irritarse? Sí, claro, pero es que estaba equivocado. La valoración de su relación de pareja no era de 10, como él creía, sino de 3,5, por lo que lo que se ha esfumado es algo que, aunque subjetivamente era impagable, objetivamente valía mucho menos. Te puedes enfadar por haberte equivocado, pero, si lo piensas fríamente, tampoco es como para retar en duelo al francés ni para darte a la bebida, cosas que no arreglan nada, e incluso, si llegas a extremos de sangre fría verdaderamente laudables, puedes seguir manteniendo la relación con la Vera de turno. Ella lo hará gustosa, porque ella nunca se llamó a engaño, sabía que su relación de pareja nunca valió más de 3,5 y no tiene ningún sentimiento de culpa por el hecho de que Perico, que en el fondo es buen chico, creyera otra cosa. Y eso, creo, también responde la pregunta de Francisco de hace unas cuantas entradas.
Y, ahora sí, a la próxima pasamos a otra cosa sin mujeres en varias leguas a la redonda.
Correcto. Podemos llamar a esto algo así como "concepción subjetiva" de la relación de pareja. Así es como piensa prácticamente todo el mundo, yo incluido, hasta aproximadamente los veinticinco años. Luego, la mayoría de la gente, tras un camino de Damasco más o menos largo, se pasa a la "concepción objetiva", que voy a tratar de explicar.
En mis tiempos de monitor de tiempo libre, cuando se trataba de organizar marchas por el monte, había un principio básico para evitar en lo posible que los chavales más chulos y más fuertes se escaparan por delante para hacer ver al resto que ellos eran los más guays y los más molones y que las chicas ya tardaban en abrazarlos. El principio era que aquello era un grupo, y que un grupo es tan fuerte como el más débil de sus miembros. Así que lo procedente era que este miembro más débil, a lo mejor una nena de trece años tirando a gordita y sin la menor experiencia previa en marchas, fuera lo más delante posible mientras los demás intentaban animarla.
Una pareja no deja de ser un grupo, aunque pequeñito, así que el principio básico se puede adaptar para este caso, que quedaría así: Una pareja vale tanto como la valora el miembro de la pareja que la valore menos. Ésta sería, pues, la valoración "objetiva".
Así, por poner un ejemplo en un extremo, un matrimonio de católicos practicantes con un porrón de hijos y que, además, se quieren, por lo que ambos cónyuges valoran su relación de pareja con una nota de 9,9 en una escala de 10, vale precisamente 9,9. (Y por ahí anda mi esposa que no me dejará mentir)
En otro extremo, un rollete de aquí te pillo aquí te mato de una noche loca en el que cualquiera de los esporádicos componentes del duo (o trío, si queréis) tiene dificultades para recordar el nombre del otro, se encontrará con una valoración próxima a cero, porque ambos componentes le darán esa valoración. Bueno, si se lo han pasado muy bien, puede que le den un 2 y hasta se pasen el número de teléfono.
Hasta aquí, supongo que de acuerdo todos. El problema viene cuando uno de los miembros de la pareja está perdidamente enamorado y el otro miembro no, por lo que no hace ascos a buscar rollo por allí y por allá. Como estamos hablando de rusas y guiris, supongamos que un español, llamémosle Perico, está que bebe los vientos por una rusita, llamémosla Vera, que es el amor de su vida, además de estar como un queso, y por la que estaría dispuesto incluso a irse a vivir a un apartamento de 25 metros cuadrados en un suburbio de Tynda, que debe ser uno de los agujeros más insondables no ya de Rusia, sino del planeta. Eso es amor, seguro, por lo que valora su relación en un 10. Así, sin decimales.
Por su parte, a Vera le gusta Perico, sí, pero le gusta mucho más la idea de salir por piernas de su apartamento de 25 metros cuadrados en el suburbio de Tynda, y ésa es su prioridad vital principalísima. Pero Perico no encuentra trabajo en su España natal y menos todavía en su Portugalete más natal todavía, mientras que en Tynda es el guiri de la ciudad (los demás son chinos o norcoreanos, o salieron huyendo al mes de llegar) y se saca para vivir razonablemente bien dando clases de castellano e inglés, y hasta tiene un alumno de vascuence medio pirado al que le enseña las cuatro palabras que no ha olvidado todavía. Y en verano le da para irse un mes a Portugalete con su Vera y pasar una semana en Lequeitio.
Vera posiblemente esté pinchando a Perico para quedarse en Portugalete, que está varios miles de veces mejor que Tynda, aunque Perico tenga que buscarse trabajo de mozo de mudanzas o de recogedor de basura (como tiene una carrera y un máster, está bien situado para sacar una oposición al cuerpo municipal de barrenderos). En éstas, Vera conoce a Pierre, y viceversa. Pierre es un gabacho de nariz elevada y nivel de chulería e insoportabilidad aún más elevado, residente en París y Burdeos a partes iguales y que está pasando una semana en Lequeitio porque hace poco que se ha divorciado, se aburría en su mansión de verano en Las Landas y no le apetecía ir a visitar a sus compañeros de clase en Fontainebleau.
Como la valoración de Vera de su relación de pareja no ha pasado en ningún momento de 3,5 y no está por la tarea de volver a Tynda dos semanas después (de hecho, no quiere volver a Tynda nunca más, deseo que no es criticable en absoluto), es fácil suponer que Vera, que sigue estando como un queso, ve el cielo abierto.
¿Tiene derecho Perico a irritarse? Sí, claro, pero es que estaba equivocado. La valoración de su relación de pareja no era de 10, como él creía, sino de 3,5, por lo que lo que se ha esfumado es algo que, aunque subjetivamente era impagable, objetivamente valía mucho menos. Te puedes enfadar por haberte equivocado, pero, si lo piensas fríamente, tampoco es como para retar en duelo al francés ni para darte a la bebida, cosas que no arreglan nada, e incluso, si llegas a extremos de sangre fría verdaderamente laudables, puedes seguir manteniendo la relación con la Vera de turno. Ella lo hará gustosa, porque ella nunca se llamó a engaño, sabía que su relación de pareja nunca valió más de 3,5 y no tiene ningún sentimiento de culpa por el hecho de que Perico, que en el fondo es buen chico, creyera otra cosa. Y eso, creo, también responde la pregunta de Francisco de hace unas cuantas entradas.
Y, ahora sí, a la próxima pasamos a otra cosa sin mujeres en varias leguas a la redonda.
viernes, 17 de septiembre de 2010
Mujeres sujeto (y IV)
La vamos a llamar Vera, aunque resulte paradójico. Era una chica cañón, alta, rubia, de ojos azules, sonrisa permanentemente dibujada en la cara, cuerpazo inmejorable con más curvas que una carretera de montaña, conversación agradable, tres idiomas hablados a la perfección y un nivel cultural muy por encima de la media. Y de buena familia, residente en pleno centro de Moscú en un piso que, de ser vendido, valdría un Potosí.
Y una cabecita llena de pájaros.
La conocí a las dos semanas de mi primera aparición por Moscú, cuando aún me resultaba complicadillo expresarme en ruso con soltura. Daba igual, ella hablaba español perfectamente. Trabajaba en una feria donde había un montonazo de españoles que iban dejando un rastro de saliva cuando pasaban cerca de ella (y no sólo de ella, la verdad), y ella se daba cuenta perfectamente y le encantaba tener a todo quisqui en la palma de la mano.
Por razones laborales, me tocó estar por allí e hicimos buenas migas. A Vera le hacían gracia mis intentos de hablar ruso, que hasta más o menos ocho meses después no se verían razonablemente coronados por el éxito, y a mí me hacía gracia porque... bueno, volved a leer el primer párrafo.
Me enteré de que Vera tenía no uno, sino dos novios y, seguramente, muchos corazones partidos por el camino. Uno de los novios era ruso y estaba forrado, pero forrado de verdad, como sólo los rusos están forrados. El otro era español y vivía en España. A éste no lo logré conocer nunca; al ruso sí. Yo creo que los novios sabían perfectamente que tenían una parte alícuota del total y que hacían como si no lo supieran o les diera igual. El ruso, probablemente porque estaba en el mismo caso y a él también había que compartirlo; y el español porque seguramente con pillar cacho ya se conformaba, y lo comprendo.
No sé cómo acabé un día cenando en su casa con su madre, que era una señora con más clase que toda la Zarzuela, y con su hermano, que era un músico de ésos que dan conciertos en plan solista y que no parecía hermano de su hermana. Recuerdo que me sorprendió que se santiguaran antes de comer, Vera incluida. Para entonces ya se podía hablar conmigo en ruso sin necesidad de hacer acopio de demasiada paciencia, y me parecieron todos encantadores. Yo creo que la madre estaba algo preocupada por la cabecita loca de su hija, pero tampoco es que le pareciera eso una tragedia para cortarse las venas.
Al novio ruso lo conocí unos cuantos días después, cuando iba andando por la calle pensando en las musarañas y alguien me saludó desde un descapotable rojo cantosísimo, en un tiempo en que casi todos los coches de Moscú eran unos cuatrolatas soviéticos tirando a indecentes, no la pasada móvil que vemos actualmente. Era Vera, que conducía el cochazo, estaba encantada de fardar a saco, y que estaba acompañada por un chaval más o menos de mi edad o quizá algo mayor, que resultó ser su novio. Bueno, el novio que tocaba ese día.
Como a Vera le debía una invitación, les dije que vinieran a cenar un día a casa, y así es como tuve la oportunidad de dar a probar la especialidad de la casa, la tortilla de patatas, que suponía que sería un éxito seguro. Aun así, la cena entre los tres fue rarilla. Yo, que soy español, intentaba hablar en ruso para que el novio de Vera se enterara; Vera, que es rusa, respondía en español con la intención evidente de que su novio no supiera de qué hablábamos, cosa que consiguió; y el novio, ruso él, no hablaba ni ruso ni español, sino que estaba calladito comiendo algo de tortilla, tampoco mucha. Me pareció más soso que un bote de pintura gris, y no se animó, y eso sólo un poquito, hasta que le pregunté si le gustaba algún deporte y salió que había jugado al balonmano. Debía jugar de extremo, porque era bastante tirillas y más o menos de mi estatura. El contraste con Vera, que ya digo que tenía una conversación interesante y no paraba de sonreír, era por lo menos sorprendente, pero bueno, unos tienen un descapotable rojo chillón y se lo regalan a su novia, y en aquel tiempo yo no tenía ni un patinete.
Como quedaba muy estúpido que cada cual hablara la lengua que peor conocía, y visto que al novio había que extraerle las palabras con un sacacorchos, ya me pasé al castellano.
- Bueno, ¿para cuándo la boda? - porque Vera ya no cumpliría el cuarto de siglo, y a esa edad, o muy poco más tarde, en Rusia hay mujeres que comienzan a inquietarse por si se quedan para vestir santos.
- ¿Qué boda? - respondió indignada - ¡Para que haya boda alguien tiene que proponerme que me case con él! Cuando alguien me lo proponga, me casaré.
- Claro, claro, tiene sentido.
Al final, la tortilla se terminó, nos pusimos como el quico y nos despedimos tan amigos.
Unos dos años después volvimos a encontrarnos a través de una conocida común. Al parecer, en este tiempo ninguno de los dos novios se había atrevido a proponerle que se casara con ella, y la situación seguía estable. Bueno, inestable, pero inalterada. La conocida común, en un aparte que me hizo, habló bastante mal de los dos novios de Vera, y dijo que Vera a lo mejor necesitaba tener un tercer novio simultáneo.
- ¿Tres? ¡Hala!
- Podrías ser tú.
- Será si quiero.
Ni ella tampoco, por mucho pestañeo que mediara. Yo entonces era un buen chico y, además, tenía cara de buen chico; ahora sigo siendo tirando a bueno, pero ya no tirando a chico. Y ni siquiera las rusas más lanzadas se atreven con los que tienen tanta cara de buenos chicos. Yo creo que en el fondo les da pena estropear algo.
- Bueno -le preguntaba a Vera- ¿y tu novio? ¿Ya te ha pedido que os caséis?
- Sí, pero, ¿sabes?, ya no me interesa. Ahora me casaré cuando quiera yo.
- Buena idea.
Pasó algún tiempo sin saber de Vera, hasta que me la crucé en una puerta, un día de otoño, recién acabado el verano. Me costó reconocerla al principio. Seguía siendo alta, seguía siendo rubia, pero ya no sonreía tanto y su cuerpazo ya lo era en otro sentido. Tenía muchas menos curvas y muchas más redondeces en el cuerpo y alguna más en los mofletes.
- ¡Vera! ¡Estás estupenda! - le dije, y es cierto que lo seguía estando... para alguien que nunca la hubiera visto antes. Pero mi voz sonó a falsa.
- ¡No digas tonterías! ¡Estoy gorda! ¡Lo sé! Llevo todo el verano comiendo pasteles y sin moverme nada ¡Pero esto va a cambiar! ¡Volveré a estar como antes!
Vera desapareció por detrás de la puerta. No hemos vuelto a coincidir.
* * *
Mi consejo para los que se ven en una situación triangular tan desagradable es que piensen con la cabeza, y no con... otras partes del cuerpo. Si la rusa les sigue enviando regalitos, que los acepten; para ella no es un problema estar con otro al mismo tiempo, o también puede ser que le den morbo los problemas. En cambio, para un español tradicional es una situación inaceptable, cuya única salida es tener una relación de solo amigos y absolutamente nada más, porque tampoco se trata de cortar toda relación, como un amante ofendido. No. Si para ella no tiene importancia pegársela a su novio, el hecho de que el novio le dé más importancia es infantil. Después de todo, más vale que haya pasado cuanto antes. Y yo ya sé que hay muchos hombres que piensan que entre hombres y mujeres no hay manera de tener relaciones de solo amistad, y que siempre hay algo de morbillo por enmedio, pero yo creo que se equivocan y que vale la pena que lo intenten.
* * *
Y ahora, tras siete entradas sin parar de escribir de mujeres, ha llegado el momento de retirarse a un lugar donde no haya ninguna. Pero eso será en la próxima entrada.
Y una cabecita llena de pájaros.
La conocí a las dos semanas de mi primera aparición por Moscú, cuando aún me resultaba complicadillo expresarme en ruso con soltura. Daba igual, ella hablaba español perfectamente. Trabajaba en una feria donde había un montonazo de españoles que iban dejando un rastro de saliva cuando pasaban cerca de ella (y no sólo de ella, la verdad), y ella se daba cuenta perfectamente y le encantaba tener a todo quisqui en la palma de la mano.
Por razones laborales, me tocó estar por allí e hicimos buenas migas. A Vera le hacían gracia mis intentos de hablar ruso, que hasta más o menos ocho meses después no se verían razonablemente coronados por el éxito, y a mí me hacía gracia porque... bueno, volved a leer el primer párrafo.
Me enteré de que Vera tenía no uno, sino dos novios y, seguramente, muchos corazones partidos por el camino. Uno de los novios era ruso y estaba forrado, pero forrado de verdad, como sólo los rusos están forrados. El otro era español y vivía en España. A éste no lo logré conocer nunca; al ruso sí. Yo creo que los novios sabían perfectamente que tenían una parte alícuota del total y que hacían como si no lo supieran o les diera igual. El ruso, probablemente porque estaba en el mismo caso y a él también había que compartirlo; y el español porque seguramente con pillar cacho ya se conformaba, y lo comprendo.
No sé cómo acabé un día cenando en su casa con su madre, que era una señora con más clase que toda la Zarzuela, y con su hermano, que era un músico de ésos que dan conciertos en plan solista y que no parecía hermano de su hermana. Recuerdo que me sorprendió que se santiguaran antes de comer, Vera incluida. Para entonces ya se podía hablar conmigo en ruso sin necesidad de hacer acopio de demasiada paciencia, y me parecieron todos encantadores. Yo creo que la madre estaba algo preocupada por la cabecita loca de su hija, pero tampoco es que le pareciera eso una tragedia para cortarse las venas.
Al novio ruso lo conocí unos cuantos días después, cuando iba andando por la calle pensando en las musarañas y alguien me saludó desde un descapotable rojo cantosísimo, en un tiempo en que casi todos los coches de Moscú eran unos cuatrolatas soviéticos tirando a indecentes, no la pasada móvil que vemos actualmente. Era Vera, que conducía el cochazo, estaba encantada de fardar a saco, y que estaba acompañada por un chaval más o menos de mi edad o quizá algo mayor, que resultó ser su novio. Bueno, el novio que tocaba ese día.
Como a Vera le debía una invitación, les dije que vinieran a cenar un día a casa, y así es como tuve la oportunidad de dar a probar la especialidad de la casa, la tortilla de patatas, que suponía que sería un éxito seguro. Aun así, la cena entre los tres fue rarilla. Yo, que soy español, intentaba hablar en ruso para que el novio de Vera se enterara; Vera, que es rusa, respondía en español con la intención evidente de que su novio no supiera de qué hablábamos, cosa que consiguió; y el novio, ruso él, no hablaba ni ruso ni español, sino que estaba calladito comiendo algo de tortilla, tampoco mucha. Me pareció más soso que un bote de pintura gris, y no se animó, y eso sólo un poquito, hasta que le pregunté si le gustaba algún deporte y salió que había jugado al balonmano. Debía jugar de extremo, porque era bastante tirillas y más o menos de mi estatura. El contraste con Vera, que ya digo que tenía una conversación interesante y no paraba de sonreír, era por lo menos sorprendente, pero bueno, unos tienen un descapotable rojo chillón y se lo regalan a su novia, y en aquel tiempo yo no tenía ni un patinete.
Como quedaba muy estúpido que cada cual hablara la lengua que peor conocía, y visto que al novio había que extraerle las palabras con un sacacorchos, ya me pasé al castellano.
- Bueno, ¿para cuándo la boda? - porque Vera ya no cumpliría el cuarto de siglo, y a esa edad, o muy poco más tarde, en Rusia hay mujeres que comienzan a inquietarse por si se quedan para vestir santos.
- ¿Qué boda? - respondió indignada - ¡Para que haya boda alguien tiene que proponerme que me case con él! Cuando alguien me lo proponga, me casaré.
- Claro, claro, tiene sentido.
Al final, la tortilla se terminó, nos pusimos como el quico y nos despedimos tan amigos.
Unos dos años después volvimos a encontrarnos a través de una conocida común. Al parecer, en este tiempo ninguno de los dos novios se había atrevido a proponerle que se casara con ella, y la situación seguía estable. Bueno, inestable, pero inalterada. La conocida común, en un aparte que me hizo, habló bastante mal de los dos novios de Vera, y dijo que Vera a lo mejor necesitaba tener un tercer novio simultáneo.
- ¿Tres? ¡Hala!
- Podrías ser tú.
- Será si quiero.
Ni ella tampoco, por mucho pestañeo que mediara. Yo entonces era un buen chico y, además, tenía cara de buen chico; ahora sigo siendo tirando a bueno, pero ya no tirando a chico. Y ni siquiera las rusas más lanzadas se atreven con los que tienen tanta cara de buenos chicos. Yo creo que en el fondo les da pena estropear algo.
- Bueno -le preguntaba a Vera- ¿y tu novio? ¿Ya te ha pedido que os caséis?
- Sí, pero, ¿sabes?, ya no me interesa. Ahora me casaré cuando quiera yo.
- Buena idea.
Pasó algún tiempo sin saber de Vera, hasta que me la crucé en una puerta, un día de otoño, recién acabado el verano. Me costó reconocerla al principio. Seguía siendo alta, seguía siendo rubia, pero ya no sonreía tanto y su cuerpazo ya lo era en otro sentido. Tenía muchas menos curvas y muchas más redondeces en el cuerpo y alguna más en los mofletes.
- ¡Vera! ¡Estás estupenda! - le dije, y es cierto que lo seguía estando... para alguien que nunca la hubiera visto antes. Pero mi voz sonó a falsa.
- ¡No digas tonterías! ¡Estoy gorda! ¡Lo sé! Llevo todo el verano comiendo pasteles y sin moverme nada ¡Pero esto va a cambiar! ¡Volveré a estar como antes!
Vera desapareció por detrás de la puerta. No hemos vuelto a coincidir.
* * *
Mi consejo para los que se ven en una situación triangular tan desagradable es que piensen con la cabeza, y no con... otras partes del cuerpo. Si la rusa les sigue enviando regalitos, que los acepten; para ella no es un problema estar con otro al mismo tiempo, o también puede ser que le den morbo los problemas. En cambio, para un español tradicional es una situación inaceptable, cuya única salida es tener una relación de solo amigos y absolutamente nada más, porque tampoco se trata de cortar toda relación, como un amante ofendido. No. Si para ella no tiene importancia pegársela a su novio, el hecho de que el novio le dé más importancia es infantil. Después de todo, más vale que haya pasado cuanto antes. Y yo ya sé que hay muchos hombres que piensan que entre hombres y mujeres no hay manera de tener relaciones de solo amistad, y que siempre hay algo de morbillo por enmedio, pero yo creo que se equivocan y que vale la pena que lo intenten.
* * *
Y ahora, tras siete entradas sin parar de escribir de mujeres, ha llegado el momento de retirarse a un lugar donde no haya ninguna. Pero eso será en la próxima entrada.
miércoles, 15 de septiembre de 2010
Mujeres sujeto (III)
Después de las últimas entradas, quedan por explicar algunos factores, además del histórico, cultural y religioso, que permitan hacer comprender el desconcertante comportamiento que nos podemos encontrar a veces en las relaciones sentimentales con rusas. Voy a enumerar algunos puntos que a mí me parecen importantes, pero seguro que lo que sigue a continuación es mejorable.
El primer punto es la escasez de hombres en Rusia. En Rusia hay bastantes menos hombres que mujeres, básicamente por la mayor mortalidad y menos esperanza de vida de los primeros. Como ya he escrito alguna vez, el fenómeno es especialmente agudo en las cohortes a las que les tocó estar en edad militar durante la segunda guerra mundial, como aún hoy se puede contemplar en la pirámide poblacional rusa.
A mí me da la impresión de que el resultado de este fenómeno es que las abuelas de las rusas actuales tuvieron que luchar bastante para hacerse con un hueco en el mercado, mientras que los que tenían la sartén por el mango eran los hombres. Y, cuando los hombres tenemos la sartén por el mango y no hay una cortapisa moral o religiosa que nos refrene, digamos que la relajación de la conducta sexual es más acusada, por decirlo de una manera fina, pero espero que comprensible.
Las abuelas de las actuales rusas para mí que debieron pasar a sus hijas y a sus nietas, y ya veremos hasta que generación llegan, el hecho de que lo importante en esta vida es tener un hombre al otro lado de la cama. A fortiori, tener más de un hombre debe ser todavía mejor, lo que nos lleva rápidamente hacia la banalización del sexo.
Yo no sé exactamente en qué momento comenzó la banalización del sexo en Rusia, pero lo más probable es que tuviera mucho que ver, igual que en España, con la disociación entre las relaciones sexuales y la procreación. En Rusia, a falta de métodos anticonceptivos naturales o artificiales, el "método" ha sido el aborto, llevado hasta extremos de práctica generalidad en algunos años, como en los noventa, en que había dos millones de abortos anuales, con eme de masacre, y menos de la mitad de esa cifra de nacimientos. Y doy fe de que abortar en Rusia es sencillísimo y casi diría que lo complicado es esquivar a toda la gente que va preguntando a las embarazadas si de verdad quieren tener al bebé. Y, si una embarazada entra en un hospital para que le operen la rodilla, que tenga cuidado, que éstos ya sobreentienden que viene a otra cosa, no vaya a salir con la rodilla igual de mal que antes, pero ya sin estar embarazada.
Otro factor que podría estar detrás del comportamiento promiscuo de ese pequeño, pero no desdeñable, porcentaje de rusas es que demasiados hombres en Rusia duran muy poco. Unos, porque son de mala calidad o se han estropeado (el alcohol y el tabaco matan lentamente, pero en Rusia hay gente que tiene bastante prisa); otros, porque se piran con mujeres más jóvenes que la suya a vivir la vida loca hasta que esa mujer más joven, a su vez, se le vaya con otro y le deje, strictu sensu, con el rabo entre piernas. Y ésa es una situación más frecuente aquí que en otros países, como el mío, donde también suceden estas cosas, pero no tanto.
El caso es que, sumando las esposas y las hijas de estos personajes, así como las amigas de ambas, se forma un importante grupo de mujeres que han vsto que su marido o padre es un sinvergüenza y, a corto plazo (y Rusia es el país del corto plazo), le va de cine.
Y entonces aparece la pregunta clave, que en ruso es "Чем я хуже?" y en español es aproximadamente "Y yo, ¿por qué no?"; le sumamos a eso una dosis de banalización del sexo, otra de coquetería histórica, otra de indiferencia ante el divorcio y la infidelidad, un encanto innegable, un notable nivel cultural y un aspecto externo más que atractivo, y ya tenemos un resultado explosivo destinado a inquietar y a desesperar a los hombres, en particular a los guiris, que, a diferencia de los rusos, no estamos acostumbrados a que nos pasen estas cosas.
Pero volvamos al caso del amigo de Francisco. El cónclave femenino de amigas de la pandilla había sugerido en que la rusa protagonista es una mujer calculadora que quiere acaparar las riquezas del gabacho y el gusto de la, ejem, compañía del español. Yo creo que no. Sin conocer el caso concreto, estoy casi seguro de que la rusa en este caso obra por impulsos, hace lo que más le apetece en cada momento y ella misma no podría explicar racionalmente por qué lo hace.
Y ya para terminar de hablar de mujeres, que ya va siendo hora, voy a contar un caso que conocí, para no dejar solo a Francisco con la historia que ha compartido con nosotros.
Pero eso será a la próxima.
El primer punto es la escasez de hombres en Rusia. En Rusia hay bastantes menos hombres que mujeres, básicamente por la mayor mortalidad y menos esperanza de vida de los primeros. Como ya he escrito alguna vez, el fenómeno es especialmente agudo en las cohortes a las que les tocó estar en edad militar durante la segunda guerra mundial, como aún hoy se puede contemplar en la pirámide poblacional rusa.
A mí me da la impresión de que el resultado de este fenómeno es que las abuelas de las rusas actuales tuvieron que luchar bastante para hacerse con un hueco en el mercado, mientras que los que tenían la sartén por el mango eran los hombres. Y, cuando los hombres tenemos la sartén por el mango y no hay una cortapisa moral o religiosa que nos refrene, digamos que la relajación de la conducta sexual es más acusada, por decirlo de una manera fina, pero espero que comprensible.
Las abuelas de las actuales rusas para mí que debieron pasar a sus hijas y a sus nietas, y ya veremos hasta que generación llegan, el hecho de que lo importante en esta vida es tener un hombre al otro lado de la cama. A fortiori, tener más de un hombre debe ser todavía mejor, lo que nos lleva rápidamente hacia la banalización del sexo.
Yo no sé exactamente en qué momento comenzó la banalización del sexo en Rusia, pero lo más probable es que tuviera mucho que ver, igual que en España, con la disociación entre las relaciones sexuales y la procreación. En Rusia, a falta de métodos anticonceptivos naturales o artificiales, el "método" ha sido el aborto, llevado hasta extremos de práctica generalidad en algunos años, como en los noventa, en que había dos millones de abortos anuales, con eme de masacre, y menos de la mitad de esa cifra de nacimientos. Y doy fe de que abortar en Rusia es sencillísimo y casi diría que lo complicado es esquivar a toda la gente que va preguntando a las embarazadas si de verdad quieren tener al bebé. Y, si una embarazada entra en un hospital para que le operen la rodilla, que tenga cuidado, que éstos ya sobreentienden que viene a otra cosa, no vaya a salir con la rodilla igual de mal que antes, pero ya sin estar embarazada.
Otro factor que podría estar detrás del comportamiento promiscuo de ese pequeño, pero no desdeñable, porcentaje de rusas es que demasiados hombres en Rusia duran muy poco. Unos, porque son de mala calidad o se han estropeado (el alcohol y el tabaco matan lentamente, pero en Rusia hay gente que tiene bastante prisa); otros, porque se piran con mujeres más jóvenes que la suya a vivir la vida loca hasta que esa mujer más joven, a su vez, se le vaya con otro y le deje, strictu sensu, con el rabo entre piernas. Y ésa es una situación más frecuente aquí que en otros países, como el mío, donde también suceden estas cosas, pero no tanto.
El caso es que, sumando las esposas y las hijas de estos personajes, así como las amigas de ambas, se forma un importante grupo de mujeres que han vsto que su marido o padre es un sinvergüenza y, a corto plazo (y Rusia es el país del corto plazo), le va de cine.
Y entonces aparece la pregunta clave, que en ruso es "Чем я хуже?" y en español es aproximadamente "Y yo, ¿por qué no?"; le sumamos a eso una dosis de banalización del sexo, otra de coquetería histórica, otra de indiferencia ante el divorcio y la infidelidad, un encanto innegable, un notable nivel cultural y un aspecto externo más que atractivo, y ya tenemos un resultado explosivo destinado a inquietar y a desesperar a los hombres, en particular a los guiris, que, a diferencia de los rusos, no estamos acostumbrados a que nos pasen estas cosas.
Pero volvamos al caso del amigo de Francisco. El cónclave femenino de amigas de la pandilla había sugerido en que la rusa protagonista es una mujer calculadora que quiere acaparar las riquezas del gabacho y el gusto de la, ejem, compañía del español. Yo creo que no. Sin conocer el caso concreto, estoy casi seguro de que la rusa en este caso obra por impulsos, hace lo que más le apetece en cada momento y ella misma no podría explicar racionalmente por qué lo hace.
Y ya para terminar de hablar de mujeres, que ya va siendo hora, voy a contar un caso que conocí, para no dejar solo a Francisco con la historia que ha compartido con nosotros.
Pero eso será a la próxima.
lunes, 13 de septiembre de 2010
Mujeres sujeto (II)
Os presento a la señora de al lado, que en su tiempo atendía por el nombre de Natalia Goncharova y, después de su matrimonio con el primer poeta ruso, Alexander Pushkin, con el de Natalia Pushkina. Después del duelo por causa suya que terminó con el fallecimiento de su marido, y de su segundo matrimonio, cuando todavía debía estar de muy buen ver, pasó a llamarse Natalia Lanskaya.
Natalia Goncharova (vamos a llamarla así para no liar mucho el relato) era en el siglo XIX ruso el equivalente a las supermodelos, supercantantes y superactrices de hoy en día: el colmo de los colmos del glamour y el objeto simultáneo de admiración y envidia de todas las mujeres de su tiempo. Si en el siglo XIX hubiera habido un "¡Hola!", sin duda sería con gran diferencia una de las ocupantes más asiduas de la portada, con todos los rumores, cotilleos, saraos sociales y todo tipo de lances en los que fue protagonista. Porque, si aparecía por algún sitio, la protagonista era ella y nadie más. Por otra parte, estaba considerada una "sex-simbol" de agarra y no te menees por quien bebían los vientos todos, pero todos, los hombres de su generación. Como Marilyn Monroe, pero ciento treinta años antes.
Hoy en día, las noticias vuelan por todo el mundo, así que las tías más buenas a nivel mundial están incluso clasificadas en un ranking. Por ejemplo, esta mañana, mientras corría en la cinta con la tele puesta, aparecía que según no sé qué encuesta, la mujer más deseada por los hombres es Megan Fox, y por allí estaban también Jennifer Aniston (sí, sí, de verdad, yo tampoco me creía que no hubiera nadie mejor), Beyoncé, Angelina Jolie y no me acuerdo de quién más. A mí, como no me preguntaron...
Pues bien, en el limitado ámbito ruso del segundo cuarto del siglo XIX, la primera en la clasificación, ganando por goleada a cualquiera otra, hubiera sido Natalia Goncharova. Es más, hace unos años, en una encuesta que leí sobre quiénes eran las mujeres más guapas de Rusia, seguía estando entre las diez primeras, muy por delante de muchísimas rusas contemporáneas de las que salen a diario en la tele. Eso nos indica que Natalia Goncharova, aun hoy en día, siglo y medio después de su muerte, sigue siendo muy conocida y tremendamente admirada. Mientras vivió, las mujeres la admiraban y la envidiaban, pero, una vez bajo tierra, la envidia pierde toda su razón de ser, así que del sentimiento dual sólo quedó la admiración. Y la admiración, fatalmente, lleva a la imitación.
Pues bien, Natalia Goncharova tenía sus motivos para sentirse afortunada: estaba en la flor de la edad, se había casado con una de las personas más queridas en Rusia, nada menos que con el poeta nacional, un galán por el que suspiraban todas las jovencitas casaderas de la corte, y no tardó en tener hijos, que en la escala de valores vigente entonces era importantísimo. La casa en Moscú donde vivieron, en Arbat, es actualmente un museo con una graciosa estatua de la pareja, y la iglesia donde se casaron no sólo se salvó de la destrucción durante la época comunista (en buena medida por el hecho de que ahí se casaron éstos dos), sino que además fue adornada con una bonita fuente coronada por otra pequeña estatua que les representa a los dos dándose la mano y mirándose como dos tórtolos.
Sin embargo, el matrimonio con la Goncharova fue el principio del fin para Pushkin. El hecho de que Natalia Goncharova estuviera casada no significó demasiado para sus admiradores... ni parece que tampoco para la propia Natalia. Pushkin no era pobre, aunque había llevado una vida bastante viajera y disoluta, pero el hecho de tener que mantener una familia le tuvo que hacer asumir más responsabilidades de las que hubiera querido. David Beckham tiene unos contratos publicitarios de la leche, cobra un huevo por jugar, o no, al fútbol, y así va sobrado de guita para pagar los caprichitos que pueda tener Victoria, que además también se sacará una pasta por los derechos de autor de las Spice Girls y por los distintos derechos de imagen que tenga.
Pushkin, no.
En tiempos de Pushkin, el fútbol no existía y los contratos publicitarios tampoco. Los derechos de autor sí, y de eso es de lo que vivía este hombre. Le pagaban muy bien; de hecho, le pagaban cantidades fantásticas por cada verso que escribía, porque se vendían como rosquillas. Sin embargo, todo lo que ganaba no bastaba a mantener el nivel de vida al que le obligaba su mujer. No es que estrenara vestido y joyas en cada sarao, que también; es que tenía dos hermanas mayores solteras, bastante más feas que ella, a las que se llevó a vivir a la corte y que también tenían que estrenar vestidos y joyas para casarlas; es que le tocó organizar saraos y no desmerecer frente a nobles terratenientes forradísimos e incapaces de recorrer la superficie que poseían por no tener tiempo para viajar tanto. Pushkin comenzó a escribir por la pasta y casi sólo por la pasta, para dar de comer, de vestir y de alternar a toda la familia que se le había aparecido.
Encima, a esto se sumó que la Goncharova era objeto de todo tipo de rumores, y tengo para mí que en los bailes de la corte y en los saraos no hacía mucho por desmentirlos, sino que, muy al contrario, provocaba que aparecieran más. Que si el Zar era su amante, que si tenía un lío con este barón, o con este príncipe... el pobre Pushkin no debía saber a dónde mirar y de dónde le podían venir las banderillas. Hasta que apareció un francés, George Dantés, que se puso a cortejar abiertamente a la Goncharova, que supongo que haría el jijijajá que hacen las supercoquetas cuando les dicen monerías y les sube el pavo la cosa. La cosa acabó mal, y eso que el francés se casó con la hermana de Natalia, que ya fue hacerles un favor a los Pushkin. Comenzaron a aparecer anónimos graciosillos en los que se nombraba a Pushkin maestre de la Orden de los Cornudos. Hoy supongo que Pushkin aparecería en Corazón, Corazón o le pondría una demanda a quien fuera, pero esas cosas no existían en el siglo XIX, así que, como todos sabemos, en enero de 1837 tuvo lugar el duelo con Dantés que terminó con la muerte de Pushkin y el paso de Natalia Goncharova, con veinticuatro añitos y un mundo por delante, al estado civil de viuda.
Pues ésta es la mujer más unánimemente admirada en este país. Y vemos que lo de irse con un francés no es nuevo.
Ésta es una parte de la cuestión. Pero no, todavía no hemos terminado, que todavía falta saber qué hacer en esta situación, porque lo de retar en duelo al francés no lo recomiendo. Es muy doloroso para los tímpanos y hay que madrugar mucho.
Pero es que hoy se hace tarde.
Natalia Goncharova (vamos a llamarla así para no liar mucho el relato) era en el siglo XIX ruso el equivalente a las supermodelos, supercantantes y superactrices de hoy en día: el colmo de los colmos del glamour y el objeto simultáneo de admiración y envidia de todas las mujeres de su tiempo. Si en el siglo XIX hubiera habido un "¡Hola!", sin duda sería con gran diferencia una de las ocupantes más asiduas de la portada, con todos los rumores, cotilleos, saraos sociales y todo tipo de lances en los que fue protagonista. Porque, si aparecía por algún sitio, la protagonista era ella y nadie más. Por otra parte, estaba considerada una "sex-simbol" de agarra y no te menees por quien bebían los vientos todos, pero todos, los hombres de su generación. Como Marilyn Monroe, pero ciento treinta años antes.
Hoy en día, las noticias vuelan por todo el mundo, así que las tías más buenas a nivel mundial están incluso clasificadas en un ranking. Por ejemplo, esta mañana, mientras corría en la cinta con la tele puesta, aparecía que según no sé qué encuesta, la mujer más deseada por los hombres es Megan Fox, y por allí estaban también Jennifer Aniston (sí, sí, de verdad, yo tampoco me creía que no hubiera nadie mejor), Beyoncé, Angelina Jolie y no me acuerdo de quién más. A mí, como no me preguntaron...
Pues bien, en el limitado ámbito ruso del segundo cuarto del siglo XIX, la primera en la clasificación, ganando por goleada a cualquiera otra, hubiera sido Natalia Goncharova. Es más, hace unos años, en una encuesta que leí sobre quiénes eran las mujeres más guapas de Rusia, seguía estando entre las diez primeras, muy por delante de muchísimas rusas contemporáneas de las que salen a diario en la tele. Eso nos indica que Natalia Goncharova, aun hoy en día, siglo y medio después de su muerte, sigue siendo muy conocida y tremendamente admirada. Mientras vivió, las mujeres la admiraban y la envidiaban, pero, una vez bajo tierra, la envidia pierde toda su razón de ser, así que del sentimiento dual sólo quedó la admiración. Y la admiración, fatalmente, lleva a la imitación.
Pues bien, Natalia Goncharova tenía sus motivos para sentirse afortunada: estaba en la flor de la edad, se había casado con una de las personas más queridas en Rusia, nada menos que con el poeta nacional, un galán por el que suspiraban todas las jovencitas casaderas de la corte, y no tardó en tener hijos, que en la escala de valores vigente entonces era importantísimo. La casa en Moscú donde vivieron, en Arbat, es actualmente un museo con una graciosa estatua de la pareja, y la iglesia donde se casaron no sólo se salvó de la destrucción durante la época comunista (en buena medida por el hecho de que ahí se casaron éstos dos), sino que además fue adornada con una bonita fuente coronada por otra pequeña estatua que les representa a los dos dándose la mano y mirándose como dos tórtolos.
Sin embargo, el matrimonio con la Goncharova fue el principio del fin para Pushkin. El hecho de que Natalia Goncharova estuviera casada no significó demasiado para sus admiradores... ni parece que tampoco para la propia Natalia. Pushkin no era pobre, aunque había llevado una vida bastante viajera y disoluta, pero el hecho de tener que mantener una familia le tuvo que hacer asumir más responsabilidades de las que hubiera querido. David Beckham tiene unos contratos publicitarios de la leche, cobra un huevo por jugar, o no, al fútbol, y así va sobrado de guita para pagar los caprichitos que pueda tener Victoria, que además también se sacará una pasta por los derechos de autor de las Spice Girls y por los distintos derechos de imagen que tenga.
Pushkin, no.
En tiempos de Pushkin, el fútbol no existía y los contratos publicitarios tampoco. Los derechos de autor sí, y de eso es de lo que vivía este hombre. Le pagaban muy bien; de hecho, le pagaban cantidades fantásticas por cada verso que escribía, porque se vendían como rosquillas. Sin embargo, todo lo que ganaba no bastaba a mantener el nivel de vida al que le obligaba su mujer. No es que estrenara vestido y joyas en cada sarao, que también; es que tenía dos hermanas mayores solteras, bastante más feas que ella, a las que se llevó a vivir a la corte y que también tenían que estrenar vestidos y joyas para casarlas; es que le tocó organizar saraos y no desmerecer frente a nobles terratenientes forradísimos e incapaces de recorrer la superficie que poseían por no tener tiempo para viajar tanto. Pushkin comenzó a escribir por la pasta y casi sólo por la pasta, para dar de comer, de vestir y de alternar a toda la familia que se le había aparecido.
Encima, a esto se sumó que la Goncharova era objeto de todo tipo de rumores, y tengo para mí que en los bailes de la corte y en los saraos no hacía mucho por desmentirlos, sino que, muy al contrario, provocaba que aparecieran más. Que si el Zar era su amante, que si tenía un lío con este barón, o con este príncipe... el pobre Pushkin no debía saber a dónde mirar y de dónde le podían venir las banderillas. Hasta que apareció un francés, George Dantés, que se puso a cortejar abiertamente a la Goncharova, que supongo que haría el jijijajá que hacen las supercoquetas cuando les dicen monerías y les sube el pavo la cosa. La cosa acabó mal, y eso que el francés se casó con la hermana de Natalia, que ya fue hacerles un favor a los Pushkin. Comenzaron a aparecer anónimos graciosillos en los que se nombraba a Pushkin maestre de la Orden de los Cornudos. Hoy supongo que Pushkin aparecería en Corazón, Corazón o le pondría una demanda a quien fuera, pero esas cosas no existían en el siglo XIX, así que, como todos sabemos, en enero de 1837 tuvo lugar el duelo con Dantés que terminó con la muerte de Pushkin y el paso de Natalia Goncharova, con veinticuatro añitos y un mundo por delante, al estado civil de viuda.
Pues ésta es la mujer más unánimemente admirada en este país. Y vemos que lo de irse con un francés no es nuevo.
Ésta es una parte de la cuestión. Pero no, todavía no hemos terminado, que todavía falta saber qué hacer en esta situación, porque lo de retar en duelo al francés no lo recomiendo. Es muy doloroso para los tímpanos y hay que madrugar mucho.
Pero es que hoy se hace tarde.
viernes, 10 de septiembre de 2010
Mujeres sujeto (I)
Hace ya unas cuantas entradas que Francisco escribió la historia de un amigo suyo que había tenido una relación con una mujer rusa, la cual se había ido con un francés, pero que seguía enviándole regalitos y queriendo mantener el contacto, cosa que tenía al amigo de Francisco bastante fuera de sus casillas. En un arrebato, dije que recogía el guante y que escribiría algo sobre la cuestión.
Y no sé si hice bien o debí mejor escurrir el bulto hábilmente, pero, como no lo hice cuando pude, ahora me toca escribir sobre el asunto. Para empezar, voy a dejar claro que puedo jurar por lo más sagrado que no tengo ningún hijo secreto con ninguna rusa (en realidad, con nadie), salvo que me hayan explicado mal cómo funciona la reproducción humana y también podamos reproducirnos por esporas o vaya usted a saber cómo. Eso significa que no tengo experiencias tan dolorosas como las del amigo de Francisco, pero eso no quiere decir que no tenga ojos en la cara y el suficiente serrín en la mollera como para advertir lo que pasa por aquí y cómo las gasta cierta población femenina local, aunque los expertos en esta materia son otros.
Y lo primero que hay que decir es que comportamientos como la ex-pareja del amigo de Francisco existen. No voy a decir que son generalizados, pero existen y no son esporádicos ni mucho menos. Y a los extranjeros que son, o somos, víctimas del asunto se nos queda una cara de tontos, en el mejor de los casos, o de estreñimiento, si las cosas se ponen peor, que se las trae. Yo diría que los hombres rusos, cuando les pasa alguna historia de éstas, que no dudo ni un momento que también les pasan, se lo toman con mucha más filosofía que nosotros.
La primera reflexión que se me ocurre sobre el asunto versa sobre el porqué de esta actitud, y me voy a poner un poco pedante, así que el que quiera sólo echarse unas risas rápidamente debería cerrar esto e irse a otra página.
Lo primero que podríamos tener en cuenta son los principios que rigen el caletre de los españoles. Los españoles somos oficialmente católicos desde el año 589, que ya son años, y sólo hemos dejado de serlo -oficialmente, insisto- en 1978, lo que nos da cosa de catorce siglos de catolicidad, que ya son siglos. Y, aunque ahora el catolicismo ha perdido terreno y hay multitud de españoles, sobre todo jovencitos, que de doctrina no saben de la misa la media (y nunca mejor dicho), los principios fundamentales siguen ahí impregnando nuestra esencia, y en los treinta años largos de aconfesionalidad que estamos disfrutando, o padeciendo, no ha dado tiempo a arrumbarlos. Y, me atrevo a añadir, menos mal.
Pues bien, en el catolicismo, la infidelidad matrimonial, y hasta la infidelidad en general, es un imprevisto. Es un pecado, sí, pero desde luego es un imprevisto. Los católicos reaccionamos con perplejidad a la infidelidad, algo así como "Pero, ¿cómo ha podido ser?", antes de juzgar, por supuesto negativamente, el hecho.
La prueba de que es un imprevisto es que no se prevé una solución radical a un matrimonio que sufra de una infidelidad de uno de los cónyuges. El matrimonio subsiste, como mucho hay una separación, y ni siquiera los matrimonios civiles se podían disolver, al menos hasta la reforma del Código Civil de 1981. Es más, el adulterio era un delito castigado penalmente, y siguió siéndolo hasta 1978, si no recuerdo mal.
Con esto quiero decir que a los españoles la estabilidad matrimonial siempre nos ha preocupado muchísimo y ha estado muy protegida, tanto por la ley civil, como por la canónica. Pero hay más, porque si repasamos las grandes obras de la literatura española no vamos a encontrar aplauso alguno a la infidelidad matrimonial. Muy al contrario, cuando sale algún marido infiel se le juzga de pena. Y, lo que son mujeres infieles, me tendréis que hacer memoria, porque yo no las recuerdo. Es que sólo se plantea la posibilidad para descartarla rápidamente. No, las mujeres no son infieles y punto. Los hombres sí, los hombres son a veces infieles, pero eso es chunguísimo y se castiga sistemáticamente y, si no, fijaos en Don Juan Tenorio. Que, no lo olvidemos, era soltero y, por tanto, se le podria disculpar algún escarceo. Vamos, que, todavía hoy, nuestros escolares, a pesar de todas las asignaturas relativistas y positivistas con que los gobiernos de los últimos treinta años les están bombardeando, no encuentran arquetipo de infidelidad digno de tal nombre en la literatura española que estudian. Don Quijote estará chiflado, pero siempre pone a su dama por delante y ni se plantea serle infiel. Calixto y Melibea podrán ser un par de tontolabas, pero ahí los tienes juntitos. El corregidor de "El sombrero de tres picos" quiere beneficiarse a la molinera, pero la molinera no duda en darle calabazas y en quedarse con su molinero. Las comedias de Lope, Tirso y Calderón utilizan los celos como recurso, pero siempre acaban por ser infundados: nunca había pasado nada indecente.
En fin, que en España la infidelidad está históricamente prohibida, mal vista en todos los casos, y la infidelidad femenina es directamente inconcebible.
¿Y en Rusia? Pasemos a ver el caso ruso siguiendo los mismos parámetros.
Rusia fue un país oficialmente ortodoxo entre 988 y 1917, o sea, algo más de nueve siglos, que tampoco está nada mal. Podríamos decir que no hay diferencias entre ser católico y orotodoxo hasta el cisma de Oriente de 1054, pero eso tampoco cambia demasiado, porque entre 988 y 1054 no creo que la mayoría de los rusos de entonces supiera siquiera que había una ciudad llamada Roma y un papa en ella.
En la doctrina ortodoxa, en lo que yo, y no sólo yo, considero que es casi la diferencia fundamental entre católicos y ortodoxos, el adulterio está previsto y regulado. Claro, no está bien valorado, sino todo lo contrario, pero está previsto, y la consecuencia que trae consigo es que el cónyuge inocente (normalmente, la mujer, vale, pero no necesariamente y menos en Rusia) puede pedir el divorcio. Algo que en España y en todo el orbe católico está descartado, excepto en las mentes de algunos teólogos progres y despistados, o algo peor. No, no me olvido de la nulidad, ni de los abusos a que lleva esta puerta, pero es otra cosa. En todo caso, sobre estas diferencias entre las doctrinas católica y ortodoxa ya estuvimos escribiendo aquí.
Pero hay más. La posibilidad de infidelidad, incluso femenina, o especialmente femenina, está marcada en los tuétanos educativos rusos. Si rebuscamos entre los grandes referentes literarios rusos, vamos a darnos de narices con la novela rusa por excelencia. Recordemos que la novela española es el Quijote, que, entre otras cosas, es un canto a la fidelidad; las novelas rusas más impactantes son, por su parte, y salvo que algún ruso me corrija, dos de León Tolstoy: "Anna Karénina" y "Guerra y paz", pero, sobre todo, la primera, de lectura obligatoria para todo (toda) estudiante ruso (rusa) de secundaria.
En las dos novelas aparecen flagrantes infidelidades femeninas, pero el caso más claro es el de "Anna Karenina", en que la infidelidad femenina es bien valorada. Con independencia de las circunstancias particulares de la obra, es una novela que ningún autor español podria haber escrito, y no porque esté escrita de narices (lo está y, si no la habéis leído, ya tardáis), sino porque la infidelidad femenina no se contempla en la literatura española. Es como escribír "ahora" sin hache intercalada: no se puede hacer porque va contra las reglas. Sin embargo, la lectura de esa novela forma parte de la educación rusa. De hecho, las dos novelas son una sucesión de cuernos tan brutal que a Tolstoy habría que haberle concedido las dos orejas y el rabo por la faena.
Y hasta aquí, la parte de hoy, pero creo que es un tema muy abierto a opiniones distintas. En todo caso, me he dejado bastantes cosas en el tintero, la más importante de las cuales es qué hacer ante una situación tan desagradable.
Y no sé si hice bien o debí mejor escurrir el bulto hábilmente, pero, como no lo hice cuando pude, ahora me toca escribir sobre el asunto. Para empezar, voy a dejar claro que puedo jurar por lo más sagrado que no tengo ningún hijo secreto con ninguna rusa (en realidad, con nadie), salvo que me hayan explicado mal cómo funciona la reproducción humana y también podamos reproducirnos por esporas o vaya usted a saber cómo. Eso significa que no tengo experiencias tan dolorosas como las del amigo de Francisco, pero eso no quiere decir que no tenga ojos en la cara y el suficiente serrín en la mollera como para advertir lo que pasa por aquí y cómo las gasta cierta población femenina local, aunque los expertos en esta materia son otros.
Y lo primero que hay que decir es que comportamientos como la ex-pareja del amigo de Francisco existen. No voy a decir que son generalizados, pero existen y no son esporádicos ni mucho menos. Y a los extranjeros que son, o somos, víctimas del asunto se nos queda una cara de tontos, en el mejor de los casos, o de estreñimiento, si las cosas se ponen peor, que se las trae. Yo diría que los hombres rusos, cuando les pasa alguna historia de éstas, que no dudo ni un momento que también les pasan, se lo toman con mucha más filosofía que nosotros.
La primera reflexión que se me ocurre sobre el asunto versa sobre el porqué de esta actitud, y me voy a poner un poco pedante, así que el que quiera sólo echarse unas risas rápidamente debería cerrar esto e irse a otra página.
Lo primero que podríamos tener en cuenta son los principios que rigen el caletre de los españoles. Los españoles somos oficialmente católicos desde el año 589, que ya son años, y sólo hemos dejado de serlo -oficialmente, insisto- en 1978, lo que nos da cosa de catorce siglos de catolicidad, que ya son siglos. Y, aunque ahora el catolicismo ha perdido terreno y hay multitud de españoles, sobre todo jovencitos, que de doctrina no saben de la misa la media (y nunca mejor dicho), los principios fundamentales siguen ahí impregnando nuestra esencia, y en los treinta años largos de aconfesionalidad que estamos disfrutando, o padeciendo, no ha dado tiempo a arrumbarlos. Y, me atrevo a añadir, menos mal.
Pues bien, en el catolicismo, la infidelidad matrimonial, y hasta la infidelidad en general, es un imprevisto. Es un pecado, sí, pero desde luego es un imprevisto. Los católicos reaccionamos con perplejidad a la infidelidad, algo así como "Pero, ¿cómo ha podido ser?", antes de juzgar, por supuesto negativamente, el hecho.
La prueba de que es un imprevisto es que no se prevé una solución radical a un matrimonio que sufra de una infidelidad de uno de los cónyuges. El matrimonio subsiste, como mucho hay una separación, y ni siquiera los matrimonios civiles se podían disolver, al menos hasta la reforma del Código Civil de 1981. Es más, el adulterio era un delito castigado penalmente, y siguió siéndolo hasta 1978, si no recuerdo mal.
Con esto quiero decir que a los españoles la estabilidad matrimonial siempre nos ha preocupado muchísimo y ha estado muy protegida, tanto por la ley civil, como por la canónica. Pero hay más, porque si repasamos las grandes obras de la literatura española no vamos a encontrar aplauso alguno a la infidelidad matrimonial. Muy al contrario, cuando sale algún marido infiel se le juzga de pena. Y, lo que son mujeres infieles, me tendréis que hacer memoria, porque yo no las recuerdo. Es que sólo se plantea la posibilidad para descartarla rápidamente. No, las mujeres no son infieles y punto. Los hombres sí, los hombres son a veces infieles, pero eso es chunguísimo y se castiga sistemáticamente y, si no, fijaos en Don Juan Tenorio. Que, no lo olvidemos, era soltero y, por tanto, se le podria disculpar algún escarceo. Vamos, que, todavía hoy, nuestros escolares, a pesar de todas las asignaturas relativistas y positivistas con que los gobiernos de los últimos treinta años les están bombardeando, no encuentran arquetipo de infidelidad digno de tal nombre en la literatura española que estudian. Don Quijote estará chiflado, pero siempre pone a su dama por delante y ni se plantea serle infiel. Calixto y Melibea podrán ser un par de tontolabas, pero ahí los tienes juntitos. El corregidor de "El sombrero de tres picos" quiere beneficiarse a la molinera, pero la molinera no duda en darle calabazas y en quedarse con su molinero. Las comedias de Lope, Tirso y Calderón utilizan los celos como recurso, pero siempre acaban por ser infundados: nunca había pasado nada indecente.
En fin, que en España la infidelidad está históricamente prohibida, mal vista en todos los casos, y la infidelidad femenina es directamente inconcebible.
¿Y en Rusia? Pasemos a ver el caso ruso siguiendo los mismos parámetros.
Rusia fue un país oficialmente ortodoxo entre 988 y 1917, o sea, algo más de nueve siglos, que tampoco está nada mal. Podríamos decir que no hay diferencias entre ser católico y orotodoxo hasta el cisma de Oriente de 1054, pero eso tampoco cambia demasiado, porque entre 988 y 1054 no creo que la mayoría de los rusos de entonces supiera siquiera que había una ciudad llamada Roma y un papa en ella.
En la doctrina ortodoxa, en lo que yo, y no sólo yo, considero que es casi la diferencia fundamental entre católicos y ortodoxos, el adulterio está previsto y regulado. Claro, no está bien valorado, sino todo lo contrario, pero está previsto, y la consecuencia que trae consigo es que el cónyuge inocente (normalmente, la mujer, vale, pero no necesariamente y menos en Rusia) puede pedir el divorcio. Algo que en España y en todo el orbe católico está descartado, excepto en las mentes de algunos teólogos progres y despistados, o algo peor. No, no me olvido de la nulidad, ni de los abusos a que lleva esta puerta, pero es otra cosa. En todo caso, sobre estas diferencias entre las doctrinas católica y ortodoxa ya estuvimos escribiendo aquí.
Pero hay más. La posibilidad de infidelidad, incluso femenina, o especialmente femenina, está marcada en los tuétanos educativos rusos. Si rebuscamos entre los grandes referentes literarios rusos, vamos a darnos de narices con la novela rusa por excelencia. Recordemos que la novela española es el Quijote, que, entre otras cosas, es un canto a la fidelidad; las novelas rusas más impactantes son, por su parte, y salvo que algún ruso me corrija, dos de León Tolstoy: "Anna Karénina" y "Guerra y paz", pero, sobre todo, la primera, de lectura obligatoria para todo (toda) estudiante ruso (rusa) de secundaria.
En las dos novelas aparecen flagrantes infidelidades femeninas, pero el caso más claro es el de "Anna Karenina", en que la infidelidad femenina es bien valorada. Con independencia de las circunstancias particulares de la obra, es una novela que ningún autor español podria haber escrito, y no porque esté escrita de narices (lo está y, si no la habéis leído, ya tardáis), sino porque la infidelidad femenina no se contempla en la literatura española. Es como escribír "ahora" sin hache intercalada: no se puede hacer porque va contra las reglas. Sin embargo, la lectura de esa novela forma parte de la educación rusa. De hecho, las dos novelas son una sucesión de cuernos tan brutal que a Tolstoy habría que haberle concedido las dos orejas y el rabo por la faena.
Y hasta aquí, la parte de hoy, pero creo que es un tema muy abierto a opiniones distintas. En todo caso, me he dejado bastantes cosas en el tintero, la más importante de las cuales es qué hacer ante una situación tan desagradable.
miércoles, 8 de septiembre de 2010
Mujeres objeto (y III)
Hace un par de años, en Cevisama, que es la feria de productos cerámicos que se celebra anualmente en Valencia, se montó una escandalera de agarra y no te menees cuando una empresa, creo recordar que de encofrados, decidió poner en su estand unas cuantas chicas en bañador para atraer visitantes. Lo consiguió. Además, obtuvo publicidad gratuita a raudales cuando el feminismo valenciano rampante empezó a criticar tamaña desvergüenza de manera asaz incisiva. Las feministas pusieron el grito en el cielo, y ello condujo a la indiferencia del resto del género femenino y a un aumento aún mayor de las visitas masculinas al estand de la empresa transgresora.
Una vez más, en Rusia, lo de las chicas en bañador no hubiera llamado la atención en absoluto. Si acaso, por lo recatado.
En la feria de componentes, el público era como más... no sé, de llave inglesa, mono de trabajo y taller de reparaciones. Más zafio, para entendernos. Y así no es de extrañar que las chicas que se exhibían en la feria fueran un poco menos finas que en la de los coches.
Doy fe de que la chica de arriba de la foto se pasó prácticamente todo el santo día subida en el coche que habían puesto sus jefes para adornar el estand. Al menos, tuvo el detalle de sonreír cuando le sacaba la foto.
Y éstas eran la gran atracción, colocadas estratégicamente junto al Ferrari. Siempre, pero siempre, a lo largo de los cinco días que duró la feria de componentes, estuvieron rodeadas de un enjambre de visitantes, todos de sexo masculino, que se hacían fotos con ellas.
- Es que son muy guapas.
- Jo, como encima sean simpáticas e inteligentes y hablen idiomas, es que pasa algo raro.
- El mundo, que está mal repartido.
Había otro estand, desde que el que un tamadá (que es el equivalente ruso al animador, y el que quiera saber más que pase por Ekaterimburgo), rodeado de dos pibones de impresión, sorteaba cosas, arengaba a los clientes y predicaba a grito pelado y micrófono en ristre las bondades de la empresa que lo había contratado. No pude hacer ninguna foto presentable porque había demasiada gente y, además, el tamadá no había forma de que se estuviera quieto y mi cámara es tirando a cutre.
Por toda la feria, iban paseando parejas de chicas con vestidos ceñidos, faldas cinturón y mensajes con doble sentido grabados en el trasero. Una pareja, que quitaba el hipo, llevaba escrita donde termina la espalda la frase: "Busco socio" (Ischu partnyora, que en ruso tiene el doble sentido de "Busco pareja"). Otras dos chicas, también de impresión, llevaban escrito: "Evitamos pérdidas de aceite." Y tanto. No les hice foto porque ya me parecio poco decoroso, y no digamos cuando me encontré en un estand con una chica bailando en tanga y con el resto del cuerpo como su madre la trajo al mundo y una capa de pintura a cuadros por encima. La repera.
Ya de vuelta al estand que ocupaba yo, en la isla vecina empezaron a poner música de discoteca con un volumen bastante alto, mientras unos focos esparcían luces de colores alrededor. Nos acercamos a ver qué pasaba.
- ¿Y éstos a qué se dedican?
- Pues no sé - luego supimos, tras mucho investigar, que representaban a Bosch y a otros fabricantes de componentes, pero no era evidente en absoluto.
- Mira, esta chica viene hacia nosotros.
Efectivamente, una azafata del estand, con un cuerpazo escultural embutido en un vestido negro un par de tallas más pequeño de lo que sería adecuado, se acercaba hacia nosotros con una sonrisilla seductora. Sin mediar palabra, nos puso en la mano dos bombones de chocolate y dos envoltorios de plástico de forma cuadrada, dentro de los cuales se palpaba al tacto un objeto blando con forma anular.
- ¿Esto es lo que parece?
- ES lo que parece.
La azafata volvió para su estand sin dejar de sonreír y nosotros nos volvimos al nuestro, donde como mucho se repartían bolígrafos, con el alucine metido en el cuerpo. Después de esto, que pasó en una feria de automoción, prefiero no pensar qué se puede montar en las de lencería. Y las hay, las hay.
Tras tantísima mujer objeto, parece llegado el momento de recoger el guante y afrontar la cuestión que planteaba Francisco el otro día.
Pero eso ya será en la próxima entrada. Ahora, me está apeteciendo una ducha fría, mira por dónde.
Una vez más, en Rusia, lo de las chicas en bañador no hubiera llamado la atención en absoluto. Si acaso, por lo recatado.
En la feria de componentes, el público era como más... no sé, de llave inglesa, mono de trabajo y taller de reparaciones. Más zafio, para entendernos. Y así no es de extrañar que las chicas que se exhibían en la feria fueran un poco menos finas que en la de los coches.
Doy fe de que la chica de arriba de la foto se pasó prácticamente todo el santo día subida en el coche que habían puesto sus jefes para adornar el estand. Al menos, tuvo el detalle de sonreír cuando le sacaba la foto.
Y éstas eran la gran atracción, colocadas estratégicamente junto al Ferrari. Siempre, pero siempre, a lo largo de los cinco días que duró la feria de componentes, estuvieron rodeadas de un enjambre de visitantes, todos de sexo masculino, que se hacían fotos con ellas.
- Es que son muy guapas.
- Jo, como encima sean simpáticas e inteligentes y hablen idiomas, es que pasa algo raro.
- El mundo, que está mal repartido.
Había otro estand, desde que el que un tamadá (que es el equivalente ruso al animador, y el que quiera saber más que pase por Ekaterimburgo), rodeado de dos pibones de impresión, sorteaba cosas, arengaba a los clientes y predicaba a grito pelado y micrófono en ristre las bondades de la empresa que lo había contratado. No pude hacer ninguna foto presentable porque había demasiada gente y, además, el tamadá no había forma de que se estuviera quieto y mi cámara es tirando a cutre.
Por toda la feria, iban paseando parejas de chicas con vestidos ceñidos, faldas cinturón y mensajes con doble sentido grabados en el trasero. Una pareja, que quitaba el hipo, llevaba escrita donde termina la espalda la frase: "Busco socio" (Ischu partnyora, que en ruso tiene el doble sentido de "Busco pareja"). Otras dos chicas, también de impresión, llevaban escrito: "Evitamos pérdidas de aceite." Y tanto. No les hice foto porque ya me parecio poco decoroso, y no digamos cuando me encontré en un estand con una chica bailando en tanga y con el resto del cuerpo como su madre la trajo al mundo y una capa de pintura a cuadros por encima. La repera.
Ya de vuelta al estand que ocupaba yo, en la isla vecina empezaron a poner música de discoteca con un volumen bastante alto, mientras unos focos esparcían luces de colores alrededor. Nos acercamos a ver qué pasaba.
- ¿Y éstos a qué se dedican?
- Pues no sé - luego supimos, tras mucho investigar, que representaban a Bosch y a otros fabricantes de componentes, pero no era evidente en absoluto.
- Mira, esta chica viene hacia nosotros.
Efectivamente, una azafata del estand, con un cuerpazo escultural embutido en un vestido negro un par de tallas más pequeño de lo que sería adecuado, se acercaba hacia nosotros con una sonrisilla seductora. Sin mediar palabra, nos puso en la mano dos bombones de chocolate y dos envoltorios de plástico de forma cuadrada, dentro de los cuales se palpaba al tacto un objeto blando con forma anular.
- ¿Esto es lo que parece?
- ES lo que parece.
La azafata volvió para su estand sin dejar de sonreír y nosotros nos volvimos al nuestro, donde como mucho se repartían bolígrafos, con el alucine metido en el cuerpo. Después de esto, que pasó en una feria de automoción, prefiero no pensar qué se puede montar en las de lencería. Y las hay, las hay.
Tras tantísima mujer objeto, parece llegado el momento de recoger el guante y afrontar la cuestión que planteaba Francisco el otro día.
Pero eso ya será en la próxima entrada. Ahora, me está apeteciendo una ducha fría, mira por dónde.
lunes, 6 de septiembre de 2010
Mujeres objeto (II)
El salón del automóvil de Moscú es un escaparate que no se sabe muy bien, una vez visitado, si tiene como objetivo enseñar los nuevos modelos de coches que los distintos fabricantes ponen a la venta, o alegrar la vista del visitante salid... mmm... capaz de apreciar la belleza, tal y como están los modelos de coches de bien acompañados por modelos de chicas.
Cuando uno se acercaba a un coche, cámara en ristre (como veis, es mi caso), la modelo esbozaba una sonrisita y ponía pose de foto. Cuando te alejabas, adquiría una pose de indiferencia bastante comprensible, teniendo en cuenta que estar junto a un trasto de ésos diez horas al día durante los diez días de duración del salón acaba por desquiciar a la modelo más motivada. Tomando en consideración esto, mi visita se realizó poco después de las diez de la mañana, apenas abierta la feria, para encontrar a las chicas bien desayunadas y llenas de energía.
¿A cuánto va el kilo de pibón en Moscú? El salón del automóvil nos permite realizar una aproximación adecuada en tiempos de demanda relativamente alta. Pues ahí va: el salario normal de cada una de estas chicas es de cinco mil rublos al día, que, al cambio, vienen a ser unos ciento veinticinco euros. El trabajo consiste en situarse junto a los vehículos luciendo palmito y en no ser desagradable. Tampoco se exige ser la alegría de la huerta. Los visitantes, todo lo más, se sacan fotos con el coche y con la chica, pero no se propasan. Muchas veces la foto se la hace su propia mujer (bueno, eso parecía), así que no hay problema doméstico en ciernes.
- Cinco mil rublos... no es tanto.
- Hombre, pues... visto así.
- No, fíjate, la próxima fiesta que hagamos, entre varios podríamos alquilar a una para que esté en la fiesta.
- ¿Y?
- Sólo para que esté. Nada más. Nada de propasarse. Aún así, íbamos a quedar de miedo con el personal.
- Pero es que entonces habrá que sacar la bebida al final, cuando se haya ido, porque si la sacamos antes seguro que hay alguno que intenta propasarse por mucho que digamos que no. Como poco le dará la murga.
- Bueno, también podemos decir que es novia de algún supermafioso agresivo.
- Es igual. Si la peña bebe van a babear a saco.
- Jo, es que quedaría muy bien. La pones a un lado de la sala para que se quede allí de pie y ya que haga lo que quiera. Incluso si quiere puede hablar con alguien.
- No sé... no lo veo claro.
- Yo creo que podemos intentarlo.
En estas pláticas salimos del salón del automóvil y nos dirigimos a la feria adyacente de componentes y repuestos de automoción, cuya descripción y fotos vendrán, Dios mediante, en la próxima entrada, con las aventuras que allí nos sucedieron.
Cuando uno se acercaba a un coche, cámara en ristre (como veis, es mi caso), la modelo esbozaba una sonrisita y ponía pose de foto. Cuando te alejabas, adquiría una pose de indiferencia bastante comprensible, teniendo en cuenta que estar junto a un trasto de ésos diez horas al día durante los diez días de duración del salón acaba por desquiciar a la modelo más motivada. Tomando en consideración esto, mi visita se realizó poco después de las diez de la mañana, apenas abierta la feria, para encontrar a las chicas bien desayunadas y llenas de energía.
¿A cuánto va el kilo de pibón en Moscú? El salón del automóvil nos permite realizar una aproximación adecuada en tiempos de demanda relativamente alta. Pues ahí va: el salario normal de cada una de estas chicas es de cinco mil rublos al día, que, al cambio, vienen a ser unos ciento veinticinco euros. El trabajo consiste en situarse junto a los vehículos luciendo palmito y en no ser desagradable. Tampoco se exige ser la alegría de la huerta. Los visitantes, todo lo más, se sacan fotos con el coche y con la chica, pero no se propasan. Muchas veces la foto se la hace su propia mujer (bueno, eso parecía), así que no hay problema doméstico en ciernes.
- Cinco mil rublos... no es tanto.
- Hombre, pues... visto así.
- No, fíjate, la próxima fiesta que hagamos, entre varios podríamos alquilar a una para que esté en la fiesta.
- ¿Y?
- Sólo para que esté. Nada más. Nada de propasarse. Aún así, íbamos a quedar de miedo con el personal.
- Pero es que entonces habrá que sacar la bebida al final, cuando se haya ido, porque si la sacamos antes seguro que hay alguno que intenta propasarse por mucho que digamos que no. Como poco le dará la murga.
- Bueno, también podemos decir que es novia de algún supermafioso agresivo.
- Es igual. Si la peña bebe van a babear a saco.
- Jo, es que quedaría muy bien. La pones a un lado de la sala para que se quede allí de pie y ya que haga lo que quiera. Incluso si quiere puede hablar con alguien.
- No sé... no lo veo claro.
- Yo creo que podemos intentarlo.
En estas pláticas salimos del salón del automóvil y nos dirigimos a la feria adyacente de componentes y repuestos de automoción, cuya descripción y fotos vendrán, Dios mediante, en la próxima entrada, con las aventuras que allí nos sucedieron.
viernes, 3 de septiembre de 2010
Mujeres objeto (I)
Hace un par de semanas, en un periódico español, leí una carta al director en que un lector (o lectora, no recuerdo bien) daba rienda suelta a su indignación, provocada por una campaña publicitaria que se estaba desarrollando en España. La campaña era de ropa interior femenina y mostraba a mujeres en paños menores y actitud provocativa que invitaba a la excitación sexual del género masculino. A juicio de la lectora, semejante campaña implicaba la consideración de la mujer como mero objeto sexual con la consiguiente humillación, denigración y menoscabo de la condición femenina.
Lo más probable es que la autora de la carta fuera una mujer dispuesta a prohibir los anuncios de ropa interior femenina de talla inferior a la 54, con tal de salvaguardar la condición femenina de su lamentable reducción a curvas sensuales, carnes firmes y rostros atractivos, y de su explotación con perversos fines publicitarios y capitalistas.
Angelitos.
En Rusia, apenas puede encontrarse un anuncio en que que la mujer ligera (o totalmente privada) de ropa no tenga un papel protagonista. Y no son de sujetadores ni braguitas. Vamos, yo diría que una mujer en sujetador y braguitas en un anuncio de sujetadores y braguitas tiene cierta lógica. Aquí, en Rusia, ni autocontrol ni leches, vamos a saco. He visto anuncios de tornillos con mecánicas en braguitas y, eso sí, con casco protector y una caja de herramientas; incluso en internet son frecuentes los anuncios subidos de tono (y hasta vimos uno de tóner para impresoras, hace algún tiempo), pero lo que está rugiendo por la ciudad son los anuncios reproducidos ahí al lado, que están poco menos que en cada esquina.
Los que leéis ruso ya sabéis qué están anunciando. Para los que no lo leéis, sabed que se trata de un banco que anuncia una especie de supercuentas de alto rendimiento y que, por si fuera poco, publica una revista trimestral para sus clientes. Si no sabéis ruso, apuesto a que no os figuráis que la revista es de un banco, sino una especie de "Macho" o "XXL". Vamos, igualito que la revista de la Caja de Ahorros de la Inmaculada.
Pero eso no es todo. Como ya quedó mencionado en un comentario anterior, la semana pasada estuve en la feria de coches y componentes de coches, en Moscú.
Ahí me hubiera gustado ver a la caterva de feministas exaltadas que tenemos por España, ahí, protestando contra la exposición del género femenino a las necesariamente lascivas miradas de los hombres, esos seres despreciables cuya extinción mejoraría indudablemente en género humano. Y hasta creo que hay alguna comentarista que, si son españoles esos hombres, poco menos que se queda sin adjetivos descalificativos lo suficientemente denigrantes para describirlos.
Pero sobre la feria de coches toca escribir en la próxima entrada. Que ahora me llaman para embarcar... :-)
Lo más probable es que la autora de la carta fuera una mujer dispuesta a prohibir los anuncios de ropa interior femenina de talla inferior a la 54, con tal de salvaguardar la condición femenina de su lamentable reducción a curvas sensuales, carnes firmes y rostros atractivos, y de su explotación con perversos fines publicitarios y capitalistas.
Angelitos.
En Rusia, apenas puede encontrarse un anuncio en que que la mujer ligera (o totalmente privada) de ropa no tenga un papel protagonista. Y no son de sujetadores ni braguitas. Vamos, yo diría que una mujer en sujetador y braguitas en un anuncio de sujetadores y braguitas tiene cierta lógica. Aquí, en Rusia, ni autocontrol ni leches, vamos a saco. He visto anuncios de tornillos con mecánicas en braguitas y, eso sí, con casco protector y una caja de herramientas; incluso en internet son frecuentes los anuncios subidos de tono (y hasta vimos uno de tóner para impresoras, hace algún tiempo), pero lo que está rugiendo por la ciudad son los anuncios reproducidos ahí al lado, que están poco menos que en cada esquina.
Los que leéis ruso ya sabéis qué están anunciando. Para los que no lo leéis, sabed que se trata de un banco que anuncia una especie de supercuentas de alto rendimiento y que, por si fuera poco, publica una revista trimestral para sus clientes. Si no sabéis ruso, apuesto a que no os figuráis que la revista es de un banco, sino una especie de "Macho" o "XXL". Vamos, igualito que la revista de la Caja de Ahorros de la Inmaculada.
Pero eso no es todo. Como ya quedó mencionado en un comentario anterior, la semana pasada estuve en la feria de coches y componentes de coches, en Moscú.
Ahí me hubiera gustado ver a la caterva de feministas exaltadas que tenemos por España, ahí, protestando contra la exposición del género femenino a las necesariamente lascivas miradas de los hombres, esos seres despreciables cuya extinción mejoraría indudablemente en género humano. Y hasta creo que hay alguna comentarista que, si son españoles esos hombres, poco menos que se queda sin adjetivos descalificativos lo suficientemente denigrantes para describirlos.
Pero sobre la feria de coches toca escribir en la próxima entrada. Que ahora me llaman para embarcar... :-)
miércoles, 1 de septiembre de 2010
Bañistas
Por la mañana, nos acercamos al río Volga, a su paso por Tver, que es donde realmente comienza a ser un río en condiciones y a la altura de su fama. Nos encontramos allí con algunos novios que se hacían fotos junto a la estatua de Afanasiev, pero eso lo dejo para la serie de la zona cursi. En cambio, ahora toca fijar nuestra atención en lo que sucedía pocos metros a nuestra derecha, en que había una rudimentaria playa fluvial con un buen número de bañistas.
- Oiga, ¿pero aquí está permitido bañarse? - pregunté, al ver un cartel bastante aparente al lado mismo de la playa.
- No, pero bueeeno... todos se bañan.
- ¿Y no es peligroso?
- Yo sólo les digo que, del último grupo que traje por aquí, por la noche, cuando tuvimos tiempo libre, todos vinieron a bañarse en las aguas de nuestro río Volga. Así que les animo a que esta noche, cuando volvamos de Domotkánovo, vengan hasta aquí y prueben las aguas del río.
Yo creo que aquí ya se picaron varios del grupo. No podía ser que los demás se hubieran bañado y nosotros no. A lo mejor a los del grupo anterior les había pasado lo mismo, quién sabe.
- ¿Y cómo vinieron aquí desde el hotel?
- Hay microbuses desde el centro, y también pueden pedir un taxi en el hotel entre varios, que es lo que hicieron todos, y ya les vendrá a buscar. Luego, de vuelta, sólo tienen que ir a la estación de tren. Pueden ir en tranvía también, pero tengan en cuenta que a partir de las once ya circulan menos.
La mayoría del grupo escuchaba ávidamente, y eso que al día siguiente íbamos a ir al lago Seliger, donde bañarse está perfectamente permitido y hay unas aguas bastante más limpias que las que pudiera haber allí.
De allí fuimos a comer, al hotel, y de allí al museo Serov en Domotkánovo, donde pasó lo que estuvimos viendo en la última entrada.
A los postres ya había una parte del grupo que estaba bastante chispa. Es verdad que no había tanta domotkánovka como para pillar un pedal, pero, entre que el líquido ése tenía más graduación que un almirante, y que después de todo cuatro garrafillas dan bastante de sí, ahí había tema. Las mujeres tienden a beber algo menos, y es aquí cuando los escasos hombres asistentes a la cena se supone que tenemos que dar un paso adelante y dedicarnos a acabar con los últimos tragos. Yo seguí escaqueándome, y los demás hombres seguían trasegando, pero además seguían trasegando mis dos vecinas de enfrente.
- Nadezhda, venga, vamos a beber otra copita.
- ¿Qué? ¿Está bueno? - les pregunté.
- Bueno, no mucho, pero es para animarnos a bañarnos en el Volga esta noche - y empinó el codo con fuerza para vaciar el vaso.
Así que, cuando volváis a ver en España las estadísticas de ahogados en Rusia durante el verano, tened en cuenta que se nutren de gente que se baña en lugares donde está prohibido hacerlo y en un estado etílico que convierte en peligrosa cualquier actividad que hagan, no ya bañarse, sino hasta hacer crucigramas. Y, a veces, azuzados por los responsables de que su estancia junto al agua se desarrolle con normalidad.
Por fortuna, mis compañeras no fueron a engrosar las estadísticas de fiambres en remojo, y al día siguiente, a buena mañana, abandonaron el hotel con el resto del grupo camino del monasterio de San Nilo, en el lago Seliger.
Pero sobre la vida monástica contemporánea en Rusia tocará escribir otro día.
- Oiga, ¿pero aquí está permitido bañarse? - pregunté, al ver un cartel bastante aparente al lado mismo de la playa.
- No, pero bueeeno... todos se bañan.
- ¿Y no es peligroso?
- Yo sólo les digo que, del último grupo que traje por aquí, por la noche, cuando tuvimos tiempo libre, todos vinieron a bañarse en las aguas de nuestro río Volga. Así que les animo a que esta noche, cuando volvamos de Domotkánovo, vengan hasta aquí y prueben las aguas del río.
Yo creo que aquí ya se picaron varios del grupo. No podía ser que los demás se hubieran bañado y nosotros no. A lo mejor a los del grupo anterior les había pasado lo mismo, quién sabe.
- ¿Y cómo vinieron aquí desde el hotel?
- Hay microbuses desde el centro, y también pueden pedir un taxi en el hotel entre varios, que es lo que hicieron todos, y ya les vendrá a buscar. Luego, de vuelta, sólo tienen que ir a la estación de tren. Pueden ir en tranvía también, pero tengan en cuenta que a partir de las once ya circulan menos.
La mayoría del grupo escuchaba ávidamente, y eso que al día siguiente íbamos a ir al lago Seliger, donde bañarse está perfectamente permitido y hay unas aguas bastante más limpias que las que pudiera haber allí.
De allí fuimos a comer, al hotel, y de allí al museo Serov en Domotkánovo, donde pasó lo que estuvimos viendo en la última entrada.
A los postres ya había una parte del grupo que estaba bastante chispa. Es verdad que no había tanta domotkánovka como para pillar un pedal, pero, entre que el líquido ése tenía más graduación que un almirante, y que después de todo cuatro garrafillas dan bastante de sí, ahí había tema. Las mujeres tienden a beber algo menos, y es aquí cuando los escasos hombres asistentes a la cena se supone que tenemos que dar un paso adelante y dedicarnos a acabar con los últimos tragos. Yo seguí escaqueándome, y los demás hombres seguían trasegando, pero además seguían trasegando mis dos vecinas de enfrente.
- Nadezhda, venga, vamos a beber otra copita.
- ¿Qué? ¿Está bueno? - les pregunté.
- Bueno, no mucho, pero es para animarnos a bañarnos en el Volga esta noche - y empinó el codo con fuerza para vaciar el vaso.
Así que, cuando volváis a ver en España las estadísticas de ahogados en Rusia durante el verano, tened en cuenta que se nutren de gente que se baña en lugares donde está prohibido hacerlo y en un estado etílico que convierte en peligrosa cualquier actividad que hagan, no ya bañarse, sino hasta hacer crucigramas. Y, a veces, azuzados por los responsables de que su estancia junto al agua se desarrolle con normalidad.
Por fortuna, mis compañeras no fueron a engrosar las estadísticas de fiambres en remojo, y al día siguiente, a buena mañana, abandonaron el hotel con el resto del grupo camino del monasterio de San Nilo, en el lago Seliger.
Pero sobre la vida monástica contemporánea en Rusia tocará escribir otro día.