Ya de vuelta en Moscú, y dejada atrás la revolución española, volvemos a las andadas y a la rutina. Y es que el final de la primavera es, tradicionalmente, el final de la carrera musical de artistas otrora geniales y que, vencidos por el paso del tiempo y el agotamiento irremediable de su talento, van a dar con sus huesos en los escenarios de Moscú a mendigar los últimos aplausos (y los últimos honorarios, de paso).
Yo ya sé que esta serie se comienza a repetir, pero, puestos a repetir, ninguno como Julito. Qué tío. La última vez, en los carteles anunciadores de su concierto, ponía bien a las claras que no habría otra ocasión para admirar al vate. Julito, que repite foto en los carteles desde hace un par de lustros, y no creo que sea por estar crionizado, se ocupa personalmente de desmentir a su cartel anterior y anuncia ahora su concierto de despedida. Esto va acabar como el cuento del pastor mentiroso y el lobo. Al final, Julito va a acumular una serie de últimos conciertos de despedida, posiblemente todos ellos en Rusia, y ni siquiera en Moscú, que va a dejar la palabra "último" devaluada para siempre.
Pero no sólo Julio Iglesias se apunta a la barca musical de Caronte, no. Aquí tenemos a Whitesnake y a su carismático Coverdale. Obviamente, si Deep Purple tiene éxito, es posible que también lo tengan los músicos que salieron de allí. Ritchie Blackmore ya tocó hace un par de años algo que nada tiene que ver con el rock duro; Jon Lord, que supuestamente se había retirado de Deep Purple por estar demasiado mayor, ha reaparecido (en Moscú, ¿dónde si no?) con un proyecto en solitario, y David Coverdale no quiere ser menos y viene a Moscú, y no es la primera vez, a añadir unas cuantas perras gordas a su jubilación.
Seguimos con el rock duro, si es que se puede llamar representante del rock duro a una banda históricamente tan amariconada como Cinderella, glam rock en estado puro. La verdad es que no eran malos, como tampoco los de glam rock más genuino, que siempre han sido los Kiss (y que también han pasado por Moscú, no faltaría más). Eran aceptables, sí, pero, a partir de ahora, se terminó para siempre jamás. Vsio. Kaputt. Finito. Id a pergeñar vuestras canciones a Salvacañete.
Cuando llegué aquí por primera vez, en el lejano 1994, los Beatles eran los número uno allá donde fueras. Indudablemente, el grupo más pirateado de la Rusia post-URSS y, obviamente, el grupo más vendido. Como se separaron en 1970, no tuvieron ocasión de certificar su condición terminal actuando en Moscú, pero no pasa nada: dos componentes del cuarteto, Lennon y Harrison, descansan en paz (en el mejor de los casos), lo cual ya de por sí da una pista de acabamiento, porque, si estás muerto, musicalmente no se debería esperar mucho de ti. Los otros dos miembros, al principio, se hicieron de rogar. McCartney ya apareció hace unos años en un concierto puturrudefuá en la plaza Roja, al que asistieron Putin, vestido con una especie de chupa y acompañado por... Makarevich, el líder histórico de Mashina Vremeni. Otras veces no se lleva tan bien con los rockeros locales.
Ringo, el cuarto en discordia, es un habitual de Moscú, por donde se arrastra con regularidad y es razonablemente popular, hasta el punto de que hay realmente quien cree que era un buen batería. Algunos ilusos, probablemente víctimas de algún alucinógeno, consideran que lo sigue siendo.
Y eso no es todo. Si los aficionados del Real Madrid que lean esto pueden sufrir (una vez más este año) ante la debacle que supone ver a Julio Iglesias en Moscú, los del Barça tampoco se van de rositas, porque suponemos que Shakira será aficionada del Barça (digo yo, ¿no?) y, sí, por primera vez viene a Moscú con un concierto como es debido. Hay que reconocer que había venido antes, pero fue para actuar en fiestas de cumpleaños de oligarcas y en un concierto raro con un montón de gente, por lo que era algo dudoso que estuviera acabada. Para disipar toda duda, vemos que viene con un concierto en plena marcha y, aunque en el cartel esconde su cara para que no la reconozcan, no importa: Moscú no perdona, y Shakira no volverá a hacer nada de provecho.
Para terminar con la enésima relación de cadáveres musicales que desfilan por esta bitácora, alguien que hasta ahora había logrado siempre eludir la parca musical, pero que, indudablemente atraído por los cantos de sirena de Moscú, ha acabado por caer en la tentación de venir. De los que aparecen en esta entrada, es el único que no había pisado Moscú hasta ahora; en adelante, ya dará igual lo que pise: Carlos Santana está acabado irremediablemente.
Ya está bien por hoy, que luego Al'bert me riñe por desvalorizar su discoteca, como si echar la culpa al mensajero fuera un consuelo para atenuar la desgracia que supone ver a nuestros ídolos de otrora arrastrarse por los escenarios y certificar su defunción artística.
Nos queda David Gilmour, vale. Y Barón Rojo y Obús, pero me da a mí que éstos dos últimos, como no los traiga el Instituto Cervantes en el marco del año de España en Rusia, van a tener que tocar en Salvacañete para que sepamos a ciencia cierta que estan acabados. Porque, lo que es a Moscú, va a ser que no llegan.
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
lunes, 30 de mayo de 2011
sábado, 28 de mayo de 2011
Desalojos
Como todo lo bueno se acaba, ya va siendo hora de volver a Moscú. Normalmente Valencia suele ser más previsible y aburrida que Moscú, pero las cosas han cambiado esta semana, al igual que en otras ciudades de España, gracias a los acampados del 15-M.
Durante el día de hoy, he podido leer algunas cosas sobre el intento de desalojo de los indignados de Barcelona, intento que se ha saldado con la victoria de los indignados y el descrédito más absoluto de las fuerzas de orden público, en este caso los Mossos d'Esquadra. El señor Felip Puig, que es, salvo que a estas alturas haya dimitido, cosa que dudo mucho, el conseller encargado de dar órdenes a los Mossos, ha demostrado ser un aficionado sin la menor preparación, lo cual da algunas esperanzas sobre el éxito de los acampados. Enfrente no hay gran cosa.
Al señor Puig hay que concederle lo más pronto posible una beca de formación en Moscú, para saber cómo se dispersa a la gente como es debido. Estoy seguro de que Putin se prestaría gustoso a hacerle partícipe de todo lo que sabe en materia de elementos antidisturbios, y no es para menos, porque Putin no corre riesgos y se teme que los disturbios sean potencialmente reproducibles; por lo que me cuentan, la televisión rusa no dice ni mu sobre el 15-M (en general, la televisión rusa apenas cuenta nada de lo que pasa fuera de Rusia), y uno no sabe si es porque España está muy lejos o por si las moscas, ya que es mejor que nadie se entere de cómo las gastan en España con las concentraciones. A algún ruso podría ocurrírsele imitar lo del 15-M, y eso acabaría mal.
En primer lugar, en el transcurso de esa beca que propongo, Felip Puig aprendería a acordonar los lugares como es debido, y a rodear a los concentrados con una tupida pared de soldados sin graduación, policías autonómicos, policías de tráfico (éstos son los peores, como siempre) y hasta inspectores de hacienda, si hace falta. Lo imprescindible es tener superioridad numérica. Además, la pared humana evita que la gente tenga ganas de sumarse a la concentración, y mucho menos de facilitar víveres a los concentrados. Y eso es importante.
En segundo lugar, el señor Puig se enteraría de un axioma indudable en materia de orden público, y como tal aplicado en Rusia: NO PUEDES DEJAR QUE ALGUIEN QUE NO SEA TÚ SE SALGA CON LA SUYA. Bajo ningún concepto. Lo que no vale es subestimar lamentablemente las fuerzas del 15-M y pensar que con doscientos policías vas bien. Y un jamón con chorreras. Putin sabe que el éxito es proporcional a la gente que envíe, así que, en lugar de doscientos, hay que envíar a cuatro mil. Con un par. Y, si hay que zurrar más de lo que han hecho los Mossos, se hace y punto. El caso es que, si les toca largarse, se larguen.
Vamos, que Felip Puig, ahora mismo es un cadáver político. No sólo no ha resuelto una situación comprometida, sino que ha multiplicado los problemas; no sólo no ha disuelto la concentración, sino que la ha hecho revivir. Una joya, el chaval.
Sólo falta que los acampados se reconduzcan y se centren en lo fundamental, o al menos en lo primero, que era cambiar la ley electoral, ese texto vergonzoso redactado a mayor gloria de los partidos políticos y la madre que los parió. De hecho, las leyes electorales son muy difíciles de cambiar, como podrá atestiguar cualquier especialista en Derecho Político. Un gobierno sin mayoría no suele tener fuerza para cambiarla, y un gobierno con mayoría no suele tener ganas, porque la ley electoral fue, al fin y al cabo, la ley con la que había ganado las anteriores elecciones y, cuando a uno le va bien, ¿para qué removerlo?
Uno de los cambios más importantes de ley electoral tuvo lugar en Francia, para las elecciones de 1986. Hasta entonces, el sistema era mayoritario, parecido al que hay hoy en Gran Bretaña; es un sistema que no da demasiado poder a los partidos, pero genera gobiernos muy estables, con nula representación de partidos minoritarios y grandes diferencias de diputados entre los dos primeros partidos cuando la diferencia de votos puede ser escasa. El presidente Mitterand sabía que su Partido Socialista lo tenía negrísimo en las siguientes elecciones, así que utilizó su mayoría para instaurar en Francia el sistema proporcional y que el batacazo de su partido no se notara tanto. Lo consiguió, y de paso hubo un partido minoritario en Francia que hasta entonces no era parlamentario y que en dichas elecciones entró con fuerza (y con 35 diputados) en el parlamento francés. Se trataba del Frente Nacional.
Así pues, los cambios de la ley electoral suceden con mayor probabilidad cuando hay un gobierno que cuenta con apoyos parlamentarios, pero que corre grave peligro de perder las siguientes elecciones por pérdida evidente de apoyo popular que se pretende maquillar como sea.
Y eso me recuerda al gobierno de cierto país...
Durante el día de hoy, he podido leer algunas cosas sobre el intento de desalojo de los indignados de Barcelona, intento que se ha saldado con la victoria de los indignados y el descrédito más absoluto de las fuerzas de orden público, en este caso los Mossos d'Esquadra. El señor Felip Puig, que es, salvo que a estas alturas haya dimitido, cosa que dudo mucho, el conseller encargado de dar órdenes a los Mossos, ha demostrado ser un aficionado sin la menor preparación, lo cual da algunas esperanzas sobre el éxito de los acampados. Enfrente no hay gran cosa.
Al señor Puig hay que concederle lo más pronto posible una beca de formación en Moscú, para saber cómo se dispersa a la gente como es debido. Estoy seguro de que Putin se prestaría gustoso a hacerle partícipe de todo lo que sabe en materia de elementos antidisturbios, y no es para menos, porque Putin no corre riesgos y se teme que los disturbios sean potencialmente reproducibles; por lo que me cuentan, la televisión rusa no dice ni mu sobre el 15-M (en general, la televisión rusa apenas cuenta nada de lo que pasa fuera de Rusia), y uno no sabe si es porque España está muy lejos o por si las moscas, ya que es mejor que nadie se entere de cómo las gastan en España con las concentraciones. A algún ruso podría ocurrírsele imitar lo del 15-M, y eso acabaría mal.
En primer lugar, en el transcurso de esa beca que propongo, Felip Puig aprendería a acordonar los lugares como es debido, y a rodear a los concentrados con una tupida pared de soldados sin graduación, policías autonómicos, policías de tráfico (éstos son los peores, como siempre) y hasta inspectores de hacienda, si hace falta. Lo imprescindible es tener superioridad numérica. Además, la pared humana evita que la gente tenga ganas de sumarse a la concentración, y mucho menos de facilitar víveres a los concentrados. Y eso es importante.
En segundo lugar, el señor Puig se enteraría de un axioma indudable en materia de orden público, y como tal aplicado en Rusia: NO PUEDES DEJAR QUE ALGUIEN QUE NO SEA TÚ SE SALGA CON LA SUYA. Bajo ningún concepto. Lo que no vale es subestimar lamentablemente las fuerzas del 15-M y pensar que con doscientos policías vas bien. Y un jamón con chorreras. Putin sabe que el éxito es proporcional a la gente que envíe, así que, en lugar de doscientos, hay que envíar a cuatro mil. Con un par. Y, si hay que zurrar más de lo que han hecho los Mossos, se hace y punto. El caso es que, si les toca largarse, se larguen.
Vamos, que Felip Puig, ahora mismo es un cadáver político. No sólo no ha resuelto una situación comprometida, sino que ha multiplicado los problemas; no sólo no ha disuelto la concentración, sino que la ha hecho revivir. Una joya, el chaval.
Sólo falta que los acampados se reconduzcan y se centren en lo fundamental, o al menos en lo primero, que era cambiar la ley electoral, ese texto vergonzoso redactado a mayor gloria de los partidos políticos y la madre que los parió. De hecho, las leyes electorales son muy difíciles de cambiar, como podrá atestiguar cualquier especialista en Derecho Político. Un gobierno sin mayoría no suele tener fuerza para cambiarla, y un gobierno con mayoría no suele tener ganas, porque la ley electoral fue, al fin y al cabo, la ley con la que había ganado las anteriores elecciones y, cuando a uno le va bien, ¿para qué removerlo?
Uno de los cambios más importantes de ley electoral tuvo lugar en Francia, para las elecciones de 1986. Hasta entonces, el sistema era mayoritario, parecido al que hay hoy en Gran Bretaña; es un sistema que no da demasiado poder a los partidos, pero genera gobiernos muy estables, con nula representación de partidos minoritarios y grandes diferencias de diputados entre los dos primeros partidos cuando la diferencia de votos puede ser escasa. El presidente Mitterand sabía que su Partido Socialista lo tenía negrísimo en las siguientes elecciones, así que utilizó su mayoría para instaurar en Francia el sistema proporcional y que el batacazo de su partido no se notara tanto. Lo consiguió, y de paso hubo un partido minoritario en Francia que hasta entonces no era parlamentario y que en dichas elecciones entró con fuerza (y con 35 diputados) en el parlamento francés. Se trataba del Frente Nacional.
Así pues, los cambios de la ley electoral suceden con mayor probabilidad cuando hay un gobierno que cuenta con apoyos parlamentarios, pero que corre grave peligro de perder las siguientes elecciones por pérdida evidente de apoyo popular que se pretende maquillar como sea.
Y eso me recuerda al gobierno de cierto país...
jueves, 26 de mayo de 2011
Emplazados y echados al monte
Finalmente, con la de calor que está haciendo, lo de la plaza ha ido degenerando fatalmente (hay gente demasiado friki), pero espero que deje poso, al menos, en que hay una manera de manifestarse distinta a la que creíamos única. Está siendo un buen ejemplo de imaginación frente a un sistema con unas barreras cada vez más altas, como muestra la última reforma de la LOREG a la que no se ha dado mucha publicidad (obviamente), pero que me hizo rechinar los dientes cuando la leí en el BOE, el mismo día de su publicación. Sí, yo leo el BOE ¿Pasa algo?
Como ejemplo de imaginación a la hora de luchar contra el sistema, me recuerda a algunos grupos rusos de los albores del siglo XX, en una situación bastante similar a la actual en España, aunque por otras razones. Pero eso de las comparaciones lo dejo para una próxima entrada, cuando esté otra vez por Rusia.
El modo tradicional en España de luchar contra el sistema consiste en echarse al monte con la boina, la manta y el trabuco y unirse a la facción o crear una partida. Aunque últimamente el asunto se ha desplazado a las zonas urbanas, no hay que dejar de lado el monte, por si acaso, y procede entrenar lo mejor posible. Veamos montes posibles que he subido en los últimos años:
El puntal del Massalari, un clásico de la costa valenciana, para amenazar a los centros de turismo costeros.
Peñascabia, para operar por los puntos del interior y resguardarse después.
Peñagolosa, que estratégicamente no parece gran cosa, pero, eso sí, es el más alto de la zona, y el segundo de todo el Reino. El primero es el Calderón, y lo subí en noviembre pasado, pero no tengo la foto a mano. De todas manera, al Calderón sólo vas si realmente no quieres que te encuentren, porque para llegar allí hay que proponérselo muy seriamente.
Pero la estrella es el que he subido esta semana:
El Mondúver, para interceptar las comunicaciones de toda la zona. Su importancia estretégica es indudable, y su fama ya alcanza la categoría de mundial, porque aquí está (es uno de ésos) el repetidor de la TV3 que fue clausurado por el gobiernoneofascista valenciano (Salutacions, Jordi! ;-) ), ése que fue reelegido por mayoría absoluta el domingo pasado, clausura que si no provocó una resolución condenatoria de la ONU y la intervención de la OTAN es porque estaban muy ocupados en Libia y por el permanente contubernio capitalista que nos subyuga.
Como ejemplo de imaginación a la hora de luchar contra el sistema, me recuerda a algunos grupos rusos de los albores del siglo XX, en una situación bastante similar a la actual en España, aunque por otras razones. Pero eso de las comparaciones lo dejo para una próxima entrada, cuando esté otra vez por Rusia.
El modo tradicional en España de luchar contra el sistema consiste en echarse al monte con la boina, la manta y el trabuco y unirse a la facción o crear una partida. Aunque últimamente el asunto se ha desplazado a las zonas urbanas, no hay que dejar de lado el monte, por si acaso, y procede entrenar lo mejor posible. Veamos montes posibles que he subido en los últimos años:
El puntal del Massalari, un clásico de la costa valenciana, para amenazar a los centros de turismo costeros.
Peñascabia, para operar por los puntos del interior y resguardarse después.
Peñagolosa, que estratégicamente no parece gran cosa, pero, eso sí, es el más alto de la zona, y el segundo de todo el Reino. El primero es el Calderón, y lo subí en noviembre pasado, pero no tengo la foto a mano. De todas manera, al Calderón sólo vas si realmente no quieres que te encuentren, porque para llegar allí hay que proponérselo muy seriamente.
Pero la estrella es el que he subido esta semana:
El Mondúver, para interceptar las comunicaciones de toda la zona. Su importancia estretégica es indudable, y su fama ya alcanza la categoría de mundial, porque aquí está (es uno de ésos) el repetidor de la TV3 que fue clausurado por el gobierno
lunes, 23 de mayo de 2011
Ese derecho de reunión
Siguen siendo simpáticos, pero igual se les está yendo un poco la olla con alguna de las ponencias. La verdad es que limitarse a pedir el cambio en el sistema electoral (cosa que realmente es importante) no debe dar para la semana larga que lleva la gente en la plaza, y además sería muy aburrido a la larga; lo que pasa es que, a medida que te vas dispersando, comienzas a hablar de más cosas y hay menos puntos en los que se puede poner de acuerdo a toda la peña.
Cuando llegué por allí esta tarde, por ejemplo, había un nota en el megáfono chillando en valenciano (o en algo parecido al valenciano), y protestando por la postergación de la nostra llengua en la administración, cosa que, francamente, a mí me parece mucho menos importante que otras peticiones que se hacían, y eso que yo entiendo y hablo el valenciano, que, de hecho, es mi lengua materna. No me quiero ni imaginar lo que pensaría de la postergación del valenciano el siguiente orador, una chica con marcado acento peruano y algo entrada en kilos que probablemente apenas entendió lo que había dicho el nota anterior, y que insistía en lo caro y malo que se estaba poniendo el transporte público. Lógico.
Sin embargo, estoy seguro que la mayoría de los que estábamos por allí también nos daba un poco igual eso, ya que íbamos en bicicleta (es imposible aparcar una bicicleta en la plaza estos días; están ocupadas todas las farolas)y el transporte público lo usamos sólo en ocasiones excepcionales. Yo, por ejemplo, en todo el año he tomado el metro dos veces, fue para ir del aeropuerto a mi casa, y no espero tomarlo más que una o dos veces más este año. Así que yo, sin ir más lejos, ni siquiera era consciente del supuesto deterioro del transporte público valenciano. De lo que sí me enteré fue del precio, jo. 1,90 euros para un viaje. Más barato que el taxi, pero, así y todo...
Hoy había menos gente. Y menos policía. Mientras atendía a los oradores, iba pensando que esto en Moscú sería totalmente imposible. Todos los días 31, por ejemplo, la oposición (o lo más parecido a una oposición que hay) ha convocado una manifestación para pedir el respeto al derecho de reunión (que está recogido en el artículo 31 de la Constitución rusa, de ahí la fecha elegida). Sistemáticamente, el permiso para manifestarse en la plaza Pushkinskaya es denegado, alegando que provocaría problemas de tráfico. Y, también sistemáticamente, los convocantes pasan de la prohibición y mantienen la convocatoria. Y, por tanto, todos los días 31, la plaza Pushkinskaya aparece tomada por una legión de omones (fuerzas especiales), de militares y de policía. Los manifestantes, obviamente, no aparecen, salvo alguno muy significado como Limónov, al que los policías ya le llaman de tú cuando lo detienen por enésima vez; pero tanto policía acaba por obstruir igualmente el tráfico por la Tverskaya y la Pushkinskaya, que era precisamente lo que se suponía que se pretendía evitar al prohibir la manifestación. Guay.
Un amigo mío, que si no está en la plaza es porque está de exámenes y es un profesional de aprobarlos, me acaba de pasar el último manifiesto de DRY. Es un intento de centrar las cosas, en el que los acampados se consideran mayoría y se muestran convencidos de la victoria, además de meter una serie de reformas.
¿Mayoría? Desde luego es discutible. Uno sale de la plaza, comienza a ver la gente que pasa por la calle, y descubre que Valencia está llena de gente con polo rosa y pantalones de pinza, que es evidente que el domingo no votaron precisamente al Partido Comunista de los Pueblos de España.
Ya veremos. De momento, y recién terminadas las elecciones, ni jartos vino van a conseguir nada en Valencia, con Paco y Rita cuatro años más casi sin oposición. Supongo que los del 15-M estarán pensando en atacar al sistema por su parte mas débil desde ayer, que es un señor de ojos azules que vive en Madrid y necesita desesperadamente votos si no quiere pasar a la historia como el presidente tras cuyo mandato los sociatas sacaron el peor resultado de su historia.
Cuando llegué por allí esta tarde, por ejemplo, había un nota en el megáfono chillando en valenciano (o en algo parecido al valenciano), y protestando por la postergación de la nostra llengua en la administración, cosa que, francamente, a mí me parece mucho menos importante que otras peticiones que se hacían, y eso que yo entiendo y hablo el valenciano, que, de hecho, es mi lengua materna. No me quiero ni imaginar lo que pensaría de la postergación del valenciano el siguiente orador, una chica con marcado acento peruano y algo entrada en kilos que probablemente apenas entendió lo que había dicho el nota anterior, y que insistía en lo caro y malo que se estaba poniendo el transporte público. Lógico.
Sin embargo, estoy seguro que la mayoría de los que estábamos por allí también nos daba un poco igual eso, ya que íbamos en bicicleta (es imposible aparcar una bicicleta en la plaza estos días; están ocupadas todas las farolas)y el transporte público lo usamos sólo en ocasiones excepcionales. Yo, por ejemplo, en todo el año he tomado el metro dos veces, fue para ir del aeropuerto a mi casa, y no espero tomarlo más que una o dos veces más este año. Así que yo, sin ir más lejos, ni siquiera era consciente del supuesto deterioro del transporte público valenciano. De lo que sí me enteré fue del precio, jo. 1,90 euros para un viaje. Más barato que el taxi, pero, así y todo...
Hoy había menos gente. Y menos policía. Mientras atendía a los oradores, iba pensando que esto en Moscú sería totalmente imposible. Todos los días 31, por ejemplo, la oposición (o lo más parecido a una oposición que hay) ha convocado una manifestación para pedir el respeto al derecho de reunión (que está recogido en el artículo 31 de la Constitución rusa, de ahí la fecha elegida). Sistemáticamente, el permiso para manifestarse en la plaza Pushkinskaya es denegado, alegando que provocaría problemas de tráfico. Y, también sistemáticamente, los convocantes pasan de la prohibición y mantienen la convocatoria. Y, por tanto, todos los días 31, la plaza Pushkinskaya aparece tomada por una legión de omones (fuerzas especiales), de militares y de policía. Los manifestantes, obviamente, no aparecen, salvo alguno muy significado como Limónov, al que los policías ya le llaman de tú cuando lo detienen por enésima vez; pero tanto policía acaba por obstruir igualmente el tráfico por la Tverskaya y la Pushkinskaya, que era precisamente lo que se suponía que se pretendía evitar al prohibir la manifestación. Guay.
Un amigo mío, que si no está en la plaza es porque está de exámenes y es un profesional de aprobarlos, me acaba de pasar el último manifiesto de DRY. Es un intento de centrar las cosas, en el que los acampados se consideran mayoría y se muestran convencidos de la victoria, además de meter una serie de reformas.
¿Mayoría? Desde luego es discutible. Uno sale de la plaza, comienza a ver la gente que pasa por la calle, y descubre que Valencia está llena de gente con polo rosa y pantalones de pinza, que es evidente que el domingo no votaron precisamente al Partido Comunista de los Pueblos de España.
Ya veremos. De momento, y recién terminadas las elecciones, ni jartos vino van a conseguir nada en Valencia, con Paco y Rita cuatro años más casi sin oposición. Supongo que los del 15-M estarán pensando en atacar al sistema por su parte mas débil desde ayer, que es un señor de ojos azules que vive en Madrid y necesita desesperadamente votos si no quiere pasar a la historia como el presidente tras cuyo mandato los sociatas sacaron el peor resultado de su historia.
domingo, 22 de mayo de 2011
Reflexión
Jo. Llevo un día en España, y no puedes poner la radio ni la televisión, ni abrir una bitácora, sin que nadie dé su opinión sobre los campistas urbanos que están por nuestras ciudades, desafiando la prohibición de celebrar actos políticos en la jornada de reflexión.
Lo cual es un poco tonto. Si nos ponemos a jugar a estrictos, por la tarde rodaba desde mi casa a ver a unos amigos, y pasé por Picaña, pueblo totalmente cubierto de pasquines rojos o azules pidiendo el voto para unos o para los otros. Si el objetivo de la maniobra es que el elector pueda meditar a gusto sin injerencias ajenas, que quiten todos los pasquines y carteles, porque tan mensaje es el escrito como el oral, y tanto más cuanto que los pasquines son indudablemente obra de partidos políticos que piden el voto, mientras que las acampadas, que yo haya oído, no piden el voto para nadie ¿A que no los quitan?
En Valencia, que, como todo el mundo sabe, es el centro del contubernio pepero para salvar España (y del contubernio sociata paralelo para salvarla más o menos igual), la acampada, aunque yo no he visto muchas tiendas de campaña, está en la plaza del Ayuntamiento. Yo había oído repetidamente a las gentes de orden que estas acampadas son cosa de perroflautas, pero no lo tengo claro, al menos después de pasar por la de Valencia. Porque, antes de pasar por la plaza del Ayuntamiento, pasé por la de la Virgen, y donde están los perroflautas, lógicamente, es allí.
Digo lógicamente porque un perroflauta es un ser desaseado y rayano en la indigencia, que se dedica de ordinario a la mendicidad, con el obvio fin de ganarse unas perrillas entre los oyentes de las melodías aflautadas que destroza (éste no duraba ni un rato en Moscú, donde hay auténticos profesionales dando conciertos en subterráneos). Para ganarse unas perrillas, las acampadas políticas no son un buen sitio; es mucho mejor la plaza de la Reina con los turistas que pasan por allí, como puedo atestiguar perfectamente por experiencia propia cuando me tocó hacer de perroflauta. Pero ésa es otra historia...
En la plaza del Ayuntamiento, en cuyo centro hay una zona peatonal bastante grande, acampar no es demasiado complicado, y ni siquiera es muy molesto. En principio, no haría falta ni cortar el tráfico, pero parece que en algún momento del día la concentración se espesó demasiado y acabó por desparramarse por la antigua Bajada de San Francisco, con lo que el tráfico rodado, bicicletas aparte, fue desviado por la policía.
Acostumbrado a las manifas de Moscú, ésta era bastante rara. La policía no tenía superioridad numérica (que en Moscú es obligatoria, como ya vimos), e incluso dejaba acceder por entre las barreras a quien quisiera, aunque fuera montado en bicicleta (y ya sabéis quién va montado sistemáticamente en bicicleta). Los policías estaban charlando la mar de relajados, incluso con alguno de los concentrados, lo cual en Moscú, con la mala leche que gasta la bofia, no es que sea insólito, es que es directamente inimaginable. Vamos, que en España no hay huevos para disolver las concentraciones (bueno, salvo que sean delante de una clínica abortista: ésas sí). En Rusia, la mitad de los concentrados estaría detenida y la otra mitad en el ambulatorio curándose las magulladuras.
Y la gente de la manifa, la verdad, no parecía perroflauta, salvo que queramos ampliar el concepto de perroflauta más allá de lo conveniente. Tampoco es que llevaran precisamente el jersey pijo atado al cuello, como los que van a votar mañana masivamente a Rita y a Paco, pero las pintas rasta que dicen otros yo, la verdad, no las he visto. Si esos tipos son perroflautas, yo también lo soy, pero es que hace más bien calor y lo normal es llevar una camiseta, no chaqueta y corbata.
De todas maneras, aquí el que lleva la batuta es Xavi, desde Omsk, que se ha hecho una pancarta y se ha hecho el amo. Con lo cual ya hemos sacado con seguridad algo positivo de todo esto, y es que Xavi ha actualizado su bitácora; la última vez que nos vimos ya ni le mencioné la conveniencia de que escribiera algo. A ver si le dura.
Lo cual es un poco tonto. Si nos ponemos a jugar a estrictos, por la tarde rodaba desde mi casa a ver a unos amigos, y pasé por Picaña, pueblo totalmente cubierto de pasquines rojos o azules pidiendo el voto para unos o para los otros. Si el objetivo de la maniobra es que el elector pueda meditar a gusto sin injerencias ajenas, que quiten todos los pasquines y carteles, porque tan mensaje es el escrito como el oral, y tanto más cuanto que los pasquines son indudablemente obra de partidos políticos que piden el voto, mientras que las acampadas, que yo haya oído, no piden el voto para nadie ¿A que no los quitan?
En Valencia, que, como todo el mundo sabe, es el centro del contubernio pepero para salvar España (y del contubernio sociata paralelo para salvarla más o menos igual), la acampada, aunque yo no he visto muchas tiendas de campaña, está en la plaza del Ayuntamiento. Yo había oído repetidamente a las gentes de orden que estas acampadas son cosa de perroflautas, pero no lo tengo claro, al menos después de pasar por la de Valencia. Porque, antes de pasar por la plaza del Ayuntamiento, pasé por la de la Virgen, y donde están los perroflautas, lógicamente, es allí.
Digo lógicamente porque un perroflauta es un ser desaseado y rayano en la indigencia, que se dedica de ordinario a la mendicidad, con el obvio fin de ganarse unas perrillas entre los oyentes de las melodías aflautadas que destroza (éste no duraba ni un rato en Moscú, donde hay auténticos profesionales dando conciertos en subterráneos). Para ganarse unas perrillas, las acampadas políticas no son un buen sitio; es mucho mejor la plaza de la Reina con los turistas que pasan por allí, como puedo atestiguar perfectamente por experiencia propia cuando me tocó hacer de perroflauta. Pero ésa es otra historia...
En la plaza del Ayuntamiento, en cuyo centro hay una zona peatonal bastante grande, acampar no es demasiado complicado, y ni siquiera es muy molesto. En principio, no haría falta ni cortar el tráfico, pero parece que en algún momento del día la concentración se espesó demasiado y acabó por desparramarse por la antigua Bajada de San Francisco, con lo que el tráfico rodado, bicicletas aparte, fue desviado por la policía.
Acostumbrado a las manifas de Moscú, ésta era bastante rara. La policía no tenía superioridad numérica (que en Moscú es obligatoria, como ya vimos), e incluso dejaba acceder por entre las barreras a quien quisiera, aunque fuera montado en bicicleta (y ya sabéis quién va montado sistemáticamente en bicicleta). Los policías estaban charlando la mar de relajados, incluso con alguno de los concentrados, lo cual en Moscú, con la mala leche que gasta la bofia, no es que sea insólito, es que es directamente inimaginable. Vamos, que en España no hay huevos para disolver las concentraciones (bueno, salvo que sean delante de una clínica abortista: ésas sí). En Rusia, la mitad de los concentrados estaría detenida y la otra mitad en el ambulatorio curándose las magulladuras.
Y la gente de la manifa, la verdad, no parecía perroflauta, salvo que queramos ampliar el concepto de perroflauta más allá de lo conveniente. Tampoco es que llevaran precisamente el jersey pijo atado al cuello, como los que van a votar mañana masivamente a Rita y a Paco, pero las pintas rasta que dicen otros yo, la verdad, no las he visto. Si esos tipos son perroflautas, yo también lo soy, pero es que hace más bien calor y lo normal es llevar una camiseta, no chaqueta y corbata.
De todas maneras, aquí el que lleva la batuta es Xavi, desde Omsk, que se ha hecho una pancarta y se ha hecho el amo. Con lo cual ya hemos sacado con seguridad algo positivo de todo esto, y es que Xavi ha actualizado su bitácora; la última vez que nos vimos ya ni le mencioné la conveniencia de que escribiera algo. A ver si le dura.
viernes, 20 de mayo de 2011
Indignación
O sea, que uno se exilia unos años, y de sopetón y sin avisarme, se junta gente de aquí y allá en no sé cuántas ciudades españolas y arman la de San Quintín en plena campaña electoral pidiendo la reforma de la ley electoral, de momento.
Yo esto no me lo pierdo. Me voy para España YA.
Yo esto no me lo pierdo. Me voy para España YA.
Armas blancas
Con la llegada del buen tiempo o, más exactamente, con la desaparición de la nieve, porque lo del buen tiempo todavía está por llegar, comienza la temporada de los shashlikí.
Entre los emigrantes, es frecuente que una buena parte de nuestro vocabulario, incluso cuando nos expresamos en nuestra lengua materna, esté en la lengua del país en que vivimos, en particular en situaciones que no son frecuentes en nuestro país de origen. Cuando, por ejemplo, estudiaba en Alemania, nunca fui al «comedor», sino a la «Mensa», que es lo mismo, pero no es lo mismo.
En Rusia, esas situaciones en que hablas con españoles en español, pero con palabras rusas, son mucho más frecuentes, supongo que porque las realidades rusas del día a día están mucho más alejadas que las alemanas de sus equivalentes españolas. Así, en Rusia, uno no hace una reparación o una reforma, sino un «remónt»; uno no va al mercado, sino al «rýnok», uno no come alforfón, sino «griéchka» y, finalmente, con el «shashlik», prácticamente todo el vocabulario, por mucho que existan palabras en castellano para nombrar todos los utensilios relativos al mismo, está en ruso.
El shashlik es una cosa sumamente popular en Rusia. En España, no deja de ser una brocheta con carne y verdura, hecha a la brasa; aquí, es una suerte de religión, que aglutina a su alrededor a todo el vecindario.
La gente se arremolina en torno al «mangal», especie de altar que en español es brasero, pero que aquí nadie llama así. También hay gente en Rusia que lo llama «shashlíchnitsa», comenzando por mis hijos, que en español sería algo así como «brochetera», pero es más propio lo primero.
Hay «mangales» de categoría, que cuestan un ojo de la cara, pero nosotros no tenemos uno de ésos. Después de hacer números, llegamos a la conclusión de que nos salía mucho más barato comprar uno nuevo cada primavera, de los que son cuatro planchas que se montan precariamente y cuestan cuatro chavos, dejarlo oxidarse en el jardín, porque no hacemos «shashlikí» en otro sitio, verlo caer al suelo durante la temporada de nieves, y tirarlo a la basura cuando se cumple su ciclo. Así todos los años tenemos uno nuevo por menos dinero del que nos costaría comprar uno bueno y andar siempre preocupados por montarlo, desmontarlo, limpiarlo y volverlo a montar. Así, con quitar la ceniza, listos.
El complemento indispensable para el «mangal» es el «shampúr», que es una palabra sumamente peliaguda, desde el momento en que su plural académico es irregular, «shampurá», pero muchísima gente inculta, como mis hijos, y en particular Ro, dicen y repiten el plural como si fuera regular: «shampúry». Cuando yo les corrijo, Ro insiste en que sabe más ruso que yo y que el plural es «shampúry», como ella dice y seguramente ha oído por ahí. Tendré que echar una parrafada con su profesora, porque a mí mis títulos, mis canas y mis años de experiencia hablando ruso no me bastan para que mis propios hijos me consideren digno de crédito. Seguro que es un signo de los tiempos, pero, como yo no era muy diferente de pequeño, tampoco creo que tenga mucho derecho a criticarla.
En español, «shampúr» es brocheta (si eres de Valencia) o broqueta (si hemos de creer a la Real Academia), pero nadie en Rusia lo llama así.
Cuando compras un «mangal», te suelen incluir entre seis y doce «shampurá» (irregular, diga lo que diga Ro), y ésos no se hacen malos cada año, como el «mangal». Comoquiera que hemos comprado «mangály» varios años ya, y hasta llegamos a comprar «shampurá» de sobra la primera vez, tenemos pinchos como para armar un pequeño ejército y, desde luego, para ensartar carne como para dar de comer a todo el vecindario.
Y está buenísimo. Y lo digo para poner los dientes bien largos a los que me lean desde España, ese país donde está terminantemente prohibido hacer fuego. Aquí, no. Aquí puedes hacer fuego en cualquier lugar.
Y así nos fue el verano pasado. Pero, para criticar el asunto, mejor lo dejo para otra entrada, porque ésta se va haciendo larga.
Entre los emigrantes, es frecuente que una buena parte de nuestro vocabulario, incluso cuando nos expresamos en nuestra lengua materna, esté en la lengua del país en que vivimos, en particular en situaciones que no son frecuentes en nuestro país de origen. Cuando, por ejemplo, estudiaba en Alemania, nunca fui al «comedor», sino a la «Mensa», que es lo mismo, pero no es lo mismo.
En Rusia, esas situaciones en que hablas con españoles en español, pero con palabras rusas, son mucho más frecuentes, supongo que porque las realidades rusas del día a día están mucho más alejadas que las alemanas de sus equivalentes españolas. Así, en Rusia, uno no hace una reparación o una reforma, sino un «remónt»; uno no va al mercado, sino al «rýnok», uno no come alforfón, sino «griéchka» y, finalmente, con el «shashlik», prácticamente todo el vocabulario, por mucho que existan palabras en castellano para nombrar todos los utensilios relativos al mismo, está en ruso.
El shashlik es una cosa sumamente popular en Rusia. En España, no deja de ser una brocheta con carne y verdura, hecha a la brasa; aquí, es una suerte de religión, que aglutina a su alrededor a todo el vecindario.
La gente se arremolina en torno al «mangal», especie de altar que en español es brasero, pero que aquí nadie llama así. También hay gente en Rusia que lo llama «shashlíchnitsa», comenzando por mis hijos, que en español sería algo así como «brochetera», pero es más propio lo primero.
Hay «mangales» de categoría, que cuestan un ojo de la cara, pero nosotros no tenemos uno de ésos. Después de hacer números, llegamos a la conclusión de que nos salía mucho más barato comprar uno nuevo cada primavera, de los que son cuatro planchas que se montan precariamente y cuestan cuatro chavos, dejarlo oxidarse en el jardín, porque no hacemos «shashlikí» en otro sitio, verlo caer al suelo durante la temporada de nieves, y tirarlo a la basura cuando se cumple su ciclo. Así todos los años tenemos uno nuevo por menos dinero del que nos costaría comprar uno bueno y andar siempre preocupados por montarlo, desmontarlo, limpiarlo y volverlo a montar. Así, con quitar la ceniza, listos.
El complemento indispensable para el «mangal» es el «shampúr», que es una palabra sumamente peliaguda, desde el momento en que su plural académico es irregular, «shampurá», pero muchísima gente inculta, como mis hijos, y en particular Ro, dicen y repiten el plural como si fuera regular: «shampúry». Cuando yo les corrijo, Ro insiste en que sabe más ruso que yo y que el plural es «shampúry», como ella dice y seguramente ha oído por ahí. Tendré que echar una parrafada con su profesora, porque a mí mis títulos, mis canas y mis años de experiencia hablando ruso no me bastan para que mis propios hijos me consideren digno de crédito. Seguro que es un signo de los tiempos, pero, como yo no era muy diferente de pequeño, tampoco creo que tenga mucho derecho a criticarla.
En español, «shampúr» es brocheta (si eres de Valencia) o broqueta (si hemos de creer a la Real Academia), pero nadie en Rusia lo llama así.
Cuando compras un «mangal», te suelen incluir entre seis y doce «shampurá» (irregular, diga lo que diga Ro), y ésos no se hacen malos cada año, como el «mangal». Comoquiera que hemos comprado «mangály» varios años ya, y hasta llegamos a comprar «shampurá» de sobra la primera vez, tenemos pinchos como para armar un pequeño ejército y, desde luego, para ensartar carne como para dar de comer a todo el vecindario.
Y está buenísimo. Y lo digo para poner los dientes bien largos a los que me lean desde España, ese país donde está terminantemente prohibido hacer fuego. Aquí, no. Aquí puedes hacer fuego en cualquier lugar.
Y así nos fue el verano pasado. Pero, para criticar el asunto, mejor lo dejo para otra entrada, porque ésta se va haciendo larga.
miércoles, 18 de mayo de 2011
Recuperando
El apagón de Blogger de la semana pasada ha sido una de esas cosas chocantes que pasan y que resultan por lo menos desagradables. De hecho, una de las cosas desagradables que ha pasado es el borrado de comentarios; el borrado de entradas lo han reconducido y las entradas pendientes o desaparecidas han vuelto a aparecer. Los comentarios, en cambio, no. Los comentarios han desaparecido de manera permanente, pero casualmente yo tenía copia del asunto, de manera que esta entrada quedará dedicada a responder a los que aparecieron, porque el más damnificado en el borrado de comentarios he venido a ser, curiosamente, yo mismo. Ahí va, y de paso aprovecho para ampliar algunas respuestas.
Fernando, en la entrada "Gasolina":
Hola Alfor, hay una cosa que no me encaje en tu entrada, si el precio de la gasolina en Rusia es algo menos de la mitad que en España, entonces la gasolina está más cara en Rusia que en Estados Unidos (que viene a estar a un tercio del precio europeo). Me parece extraño que el primer productor de petróleo tenga la gasolina más cara que el primer importador mundial.
Según tengo entendido los impuestos a la exportación de hidrocarburos suponen una parte importante de los ingresos del presupuesto ruso, que tiene en cambio unos impuestos muy bajos en otros conceptos. Como ya sabes no soy economista, aunque tangencialmente me interesa el tema, pero creo que es muy arriesgado que el presupuesto dependa tanto de una única fuente.
En cambio había oído que el precio interno del gas sí iba a adaptarse al precio internacional.
Saludos
Fernando, los impuestos especiales sobre los carburantes en EEUU y en Rusia no tienen nada que ver, y son una parte muy importante del precio final. En Rusia, a las petroleras las esquilman a base de bien. Está el Impuesto de Sociedades, que pagan como cualquier otra empresa y que ascienden al 20% del beneficio; está el Impuesto sobre el Patrimonio Empresarial, que asciende al 2,2,% del valor de los activos fijos de la empresa (y las petroleras tienen muuuuuchos activos fijos); está el Impuesto sobre Extracción de Recursos Minerales, que también se las trae; y además el combustible está sometido al IVA (18%, como en España) y a los impuestos especiales. Y, por su fuera poco, están los impuestos a la exportación de petróleo (aunque el petróleo que se exporta, al menos, no está sujeto al IVA) y que tienen la función de, además de recaudar a saco, evitar el desabastecimiento del mercado local y presionar los precios interiores a la baja. Lo que nos debería extrañar no es tanto que la gasolina sea más cara que en Estados Unidos, sino que, a pesar de tanto impuesto, sólo cueste la mitad que en España.
Y efectivamente, los impuestos sobre las petroleras (no sólo sobre la exportación) constituyen una parte importante de los ingresos públicos en Rusia, y es verdad que eso es bastante arriesgado, como se comprobó fugazmente durante la última crisis, que por suerte para Rusia ha sido aquí muy breve, y en donde quedó muy de manifiesto que la economía rusa es mucho más dependiente de las divisas procedentes del petróleo de lo que las autoridades rusas habían reconocido hasta entonces.
El tema de la energía da para mucho, y para un economista hay que reconocer que es un campo apasionante. Igual le dedico alguna otra entrada.
omeda29, también en la entrada "Gasolina":
Que sera de mi pais? soy de Venezuela y tenemos la gasolina mas barata del mundo, claro lo que no sabe el pueblo es que igual la estamos pagando cara por el subsidio que le tiene el gobierno, pero como dices el paternalismo sigue campante en pleno siglo XXI
Omeda29, bienvenida. No conozco exactamente la situación de Venezuela, pero tengo la impresión de que los costes de extracción (que es donde le aprieta el zapato a Rusia) son menores, por lo que la política paternalista debería poder continuar más tiempo. No creo que sea lo mejor para Venezuela, pero supongo que es lo que habéis elegido.
Arkadi, también en "Gasolina":
...lo que no dices, pero me parece entender, es que cuando el asunto del petróleo les pete entre las manos a los rusos, el resto de Europa también se puede echar a temblar, porque el efecto dominó no será pequeñajo. ¿Me equivoco?
(Éste no lo borró Blogger, lo que sí borró fue la respuesta)
Arkadi, lo del petróleo petará y afectará a todos, pero lo normal es que al resto de Europa le afecte algo menos que a Rusia, que tiene una dependencia aún más fuerte del petróleo. Se supone que en Europa se fomentan las fuentes de energía renovables y el ahorro de energía y en Rusia te aseguro que sólo de boquilla.
Arkadi, en "Parecidos razonables":
El de Franco era un régimen de partido único, así entra perfectamente en la definición de "totalitario", aunque no tuviera la misma obsesión de control absoluto que la URSS o el Tercer Reich. Era un fascismo cutre y salchichero, pero fascismo al fin y al cabo. A mí la Rusia de Putin me recuerda más al México del PRI: técnicamente un estado democrático de derecho, pero con un férreo entramado de intereses, mafioseos y clientelismos, y suficientes trampas institucionales como para mantener al partido oficial en el poder durante más de 70 años (sí, más que la Unión Soviética) y además con un apoyo popular nada desdeñable. Bastante parecido a lo que tenéis en Rusia, ¿no?
(También aquí lo que quedó borrado fue la respuesta)
Arkadi, creo que el concepto de "totalitario" va mucho más allá del régimen de partido único y se aplica a un sistema político que aspira a un control total de la sociedad y su subordinación al Estado. La España franquista, aunque sólo sea por su confesionalismo católico, que es completamente opuesto al totalitarismo, era otra cosa. Un profesor mío del Instituto, comunista él y cura rebotado, lo definía como régimen autoritario paternalista, y creo que no es mala definición.
El régimen de Putin tiene una diferencia fundamental con el priismo, y es que en el PRI era el partido el que mandaba sobre las personas concretas, que eran contingentes (yo sólo podría nombrar a Plutarco Elías y a Carlos Salinas, y creo que estoy muy por encima de la media de españoles a la hora de nombrar presidentes mejicanos), y en Rusia es Putin el líder, y el partido el contingente. De hecho, creo que casi todo el mundo sabe que quien manda es Putin, pero no el nombre del partido que dirige (sin estar afiliado al mismo, curiosamente). Pero en lo demás sí que tienes razón en que parece muy similar.
lunes, 16 de mayo de 2011
La sirenita
En anteriores entradas, hemos visto que la circulación en Moscú es un caos vergonzoso, y que contribuyen a empeorarla las prebendas que se gasta el elevado número de jerifaltes ensoberbecidos que pululan por sus avenidas haciendo mangas y capirotes de las normas de tráfico y, ya de paso, de las de urbanidad.
Y ya vimos en «El movimiento de los cubos azules» que los automovilistas rusos de a pie (vamos, no es que vayan a pie, claro que no, aunque la verdad es que normalmente llegarían antes) están hasta la coronilla de tanto cretino con sirena y licencia para infringir, y han protagonizado sucesos de lo más chocante.
A los rusos se les podrá criticar muchas cosas, pero una de ellas no es su sentido del humor, ni su ojo para las oportunidades de negocio. Un avispado fabricante ha iniciado la producción de sirenas (azules, por supuesto) para niños, con forma de timbre de bicicleta y que arman una escandalera de quince pares de narices, como las de verdad y la de la foto. Así consiguen que los capullos del mañana se vayan acostumbrando a apartar a la gente inferior que les sale al paso, a ser posible burlándose de ellos, para así perpeturar la merecida fama del tráfico de Moscú como lugar inhóspito y desagradable donde los haya, colocando el nombre de la ciudad en la primera posición de la clasificación de ciudades de tránsito infernal, y alejando así a cualquier perseguidor.
Lo malo es que la foto corresponde a la bicicleta de Ame.
Y el grito que surgió al oír la sirena dentro de casa me correspondió a mí.
Y ya vimos en «El movimiento de los cubos azules» que los automovilistas rusos de a pie (vamos, no es que vayan a pie, claro que no, aunque la verdad es que normalmente llegarían antes) están hasta la coronilla de tanto cretino con sirena y licencia para infringir, y han protagonizado sucesos de lo más chocante.
A los rusos se les podrá criticar muchas cosas, pero una de ellas no es su sentido del humor, ni su ojo para las oportunidades de negocio. Un avispado fabricante ha iniciado la producción de sirenas (azules, por supuesto) para niños, con forma de timbre de bicicleta y que arman una escandalera de quince pares de narices, como las de verdad y la de la foto. Así consiguen que los capullos del mañana se vayan acostumbrando a apartar a la gente inferior que les sale al paso, a ser posible burlándose de ellos, para así perpeturar la merecida fama del tráfico de Moscú como lugar inhóspito y desagradable donde los haya, colocando el nombre de la ciudad en la primera posición de la clasificación de ciudades de tránsito infernal, y alejando así a cualquier perseguidor.
Lo malo es que la foto corresponde a la bicicleta de Ame.
Y el grito que surgió al oír la sirena dentro de casa me correspondió a mí.
sábado, 14 de mayo de 2011
Xenofobia local
A veces me preguntan si los rusos son racistas. Como generalizar está feo, no digo ni que sí ni que no; es evidente que hay rusos muy racistas, igual que hay racistas en cualquier sitio, y que hay rusos que no son racistas en absoluto, como en cualquier sitio. Eso sí, a veces se observa un ramalazo de instinto discriminador que echa para atrás. Se supone que la Unión Soviética era el país de la amistad de los pueblos y tralarí tralará, pero Rusia, que ha heredado tantas cosas de la Unión Soviética, no tengo nada claro que haya heredado ésta.
Mañana se corre una media maratón abierta a lo largo del río Moscova, con salida y llegada en la Plaza Roja. Indudablemente, un sitio chulo para correr, un sábado por la mañana de mayo, y probablemente con buen tiempo. Me pilla, además, en buena forma y con posibilidades de mejorar mi marca, que ya es algo más presentable que el año pasado por estas fechas, después de un otoño deportivamente muy fructífero.
En España, te apuntas un par de días antes, pagas la cuota, te presentas en la salida, recoges el dorsal, y a correr. Como mucho te piden el DNI para asegurarse de que el que corre eres tú, y no Martín Fiz, pero muchas veces el control es de lo más laxo.
Aquí, no.
La documentación necesaria para presentarse, y en general el reglamento aplicable, la podéis ver en ruso aquí. Si eres ruso, y quieres correr, la cosa es farragosa, pero posible; si no eres ruso, la cosa es farragosa, menos posible, y en todo caso directamente ofensiva. Veamos los requisitos uno a uno:
1.- Documento que certifique la edad del participante.
Eso me parece lógico, y es algo que todos tenemos en casa, en forma de pasaporte o DNI. Comoquiera que la participación en la media maratón está limitada a mayores de 18 años, tiene hasta cierto sentido.
2.- Póliza del seguro médico obligatorio.
Los guiris que estamos aquí no estamos realmente obligados a ningún seguro médico (se refiere al equivalente ruso a la Seguridad Social), sino que podemos permanecer asegurados en nuestros países de origen y tener aquí un seguro privado. En España, todos los organizadores de carreras aseguran a los participantes, y nadie pide pólizas ni cosas raras. Aquí los organizadores se ahorran ese gastillo. Pero bueno, todavía podría llevar mi póliza de seguro y discutir con quien me tenga que apuntar.
3.- Certificado de un centro médico, firmado y sellado por un médico, que indique que el participante puede ser admitido a una carrera de 21 kilómetros y 97,5 metros.
¿No es adorable? Los organizadores velan por tu salud. Sería bonito si fuera verdaderamente real. Aquí te piden certificados médicos para casi cualquier actividad deportiva. Te piden certificados médicos para nadar y, si no lo presentas, no entras en la piscina. Lo bueno es que hay un médico en la propia piscina que te hace allí mismo el certificado sin mirar siquiera si sabes nadar o te falta un brazo, pero cobrando por el mismo, eso sí. El certificado vale por tres meses, transcurridos los cuales tienes que sacarte otro ¿Y ahora tengo que pasar por el engorro de ir al médico, explicarle lo que quiero y pagar una pasta por que me extienda un papel? ¿Para una mísera media maratón? Ufff... cualquiera diría que quiero participar en un ironman.
4.- La cuota de salida para los ciudadanos de Rusia, la CEI y los países del Báltico es de 150 rublos (unos cuatro euros, vale).
Los ciudadanos extranjeros pagarán 20 dólares USA.
Que los zurzan, a los organizadores. Va a correr la media maratón su tía. Y no es por la cantidad, que no es demasiado excesiva (en España la participación en una media va por doce euros, a ojo), sino por el morro increíble de ponerme, delante de mis ojos, que voy a pagar más del triple que el ruso, o caucasiano, o centroasiático, o báltico de turno por el simple hecho de ser español ¿Me van a dar más por haber pagado más? Ni de coña. Es más, si pueden me darán menos. Toda esa historia para una mierda de organización (ya los conozco), con los kilómetros sin señalizar, sin avituallamiento y en la que en la meta te dan una medalla de plástico y un helado para recuperar fuerzas.
Si he de correr, tendrá que ser en España. Aquí va a ser que no me quieren.
P.D.: Durante la carrera estuvo lloviendo copiosamente sin parar.
Je, je...
Mañana se corre una media maratón abierta a lo largo del río Moscova, con salida y llegada en la Plaza Roja. Indudablemente, un sitio chulo para correr, un sábado por la mañana de mayo, y probablemente con buen tiempo. Me pilla, además, en buena forma y con posibilidades de mejorar mi marca, que ya es algo más presentable que el año pasado por estas fechas, después de un otoño deportivamente muy fructífero.
En España, te apuntas un par de días antes, pagas la cuota, te presentas en la salida, recoges el dorsal, y a correr. Como mucho te piden el DNI para asegurarse de que el que corre eres tú, y no Martín Fiz, pero muchas veces el control es de lo más laxo.
Aquí, no.
La documentación necesaria para presentarse, y en general el reglamento aplicable, la podéis ver en ruso aquí. Si eres ruso, y quieres correr, la cosa es farragosa, pero posible; si no eres ruso, la cosa es farragosa, menos posible, y en todo caso directamente ofensiva. Veamos los requisitos uno a uno:
1.- Documento que certifique la edad del participante.
Eso me parece lógico, y es algo que todos tenemos en casa, en forma de pasaporte o DNI. Comoquiera que la participación en la media maratón está limitada a mayores de 18 años, tiene hasta cierto sentido.
2.- Póliza del seguro médico obligatorio.
Los guiris que estamos aquí no estamos realmente obligados a ningún seguro médico (se refiere al equivalente ruso a la Seguridad Social), sino que podemos permanecer asegurados en nuestros países de origen y tener aquí un seguro privado. En España, todos los organizadores de carreras aseguran a los participantes, y nadie pide pólizas ni cosas raras. Aquí los organizadores se ahorran ese gastillo. Pero bueno, todavía podría llevar mi póliza de seguro y discutir con quien me tenga que apuntar.
3.- Certificado de un centro médico, firmado y sellado por un médico, que indique que el participante puede ser admitido a una carrera de 21 kilómetros y 97,5 metros.
¿No es adorable? Los organizadores velan por tu salud. Sería bonito si fuera verdaderamente real. Aquí te piden certificados médicos para casi cualquier actividad deportiva. Te piden certificados médicos para nadar y, si no lo presentas, no entras en la piscina. Lo bueno es que hay un médico en la propia piscina que te hace allí mismo el certificado sin mirar siquiera si sabes nadar o te falta un brazo, pero cobrando por el mismo, eso sí. El certificado vale por tres meses, transcurridos los cuales tienes que sacarte otro ¿Y ahora tengo que pasar por el engorro de ir al médico, explicarle lo que quiero y pagar una pasta por que me extienda un papel? ¿Para una mísera media maratón? Ufff... cualquiera diría que quiero participar en un ironman.
4.- La cuota de salida para los ciudadanos de Rusia, la CEI y los países del Báltico es de 150 rublos (unos cuatro euros, vale).
Los ciudadanos extranjeros pagarán 20 dólares USA.
Que los zurzan, a los organizadores. Va a correr la media maratón su tía. Y no es por la cantidad, que no es demasiado excesiva (en España la participación en una media va por doce euros, a ojo), sino por el morro increíble de ponerme, delante de mis ojos, que voy a pagar más del triple que el ruso, o caucasiano, o centroasiático, o báltico de turno por el simple hecho de ser español ¿Me van a dar más por haber pagado más? Ni de coña. Es más, si pueden me darán menos. Toda esa historia para una mierda de organización (ya los conozco), con los kilómetros sin señalizar, sin avituallamiento y en la que en la meta te dan una medalla de plástico y un helado para recuperar fuerzas.
Si he de correr, tendrá que ser en España. Aquí va a ser que no me quieren.
P.D.: Durante la carrera estuvo lloviendo copiosamente sin parar.
Je, je...
viernes, 13 de mayo de 2011
Mas dura fue la caída
Y me refiero a la caída de blogger.
Estoy evaluando los daños en la bitácora. Una entrada muerta y varios comentarios que se ha tragado internet. Tranquilos, que creo que tengo copia de seguridad de todo, pero me va a tomar un rato reconstruirlos, entrada aparte.
Se han lucido esta vez, los de blogger.
Estoy evaluando los daños en la bitácora. Una entrada muerta y varios comentarios que se ha tragado internet. Tranquilos, que creo que tengo copia de seguridad de todo, pero me va a tomar un rato reconstruirlos, entrada aparte.
Se han lucido esta vez, los de blogger.
miércoles, 11 de mayo de 2011
Gasolina
Sí, continúo viendo parecidos sorprendentes en las soluciones que aporta hoy día el máximo dirigente de Rusia Unida y las que aportó, en su día, el máximo dirigente de FET y de las JONS. E insisto en que no estoy haciendo un juicio, ni tengo la menor intención peyorativa: simplemente estoy constatando un hecho.
En 1973, tras la guerra del Yom Kippur, los países árabes pillaron un cabreo de varios kilómetros y provocaron una subida del precio del petróleo que dio lugar a la primera crisis energética que conocimos en los tiempos contemporáneos, y que hoy vemos que no ha sido la última, y prefiero no pensar en lo que podemos ver mañana.
La llegada a España de la crisis fue preocupante. España se había desarrollado especialmente durante los años sesenta, una época de petróleo barato, y tenía una economía altamente intensiva en energía. En los consejos de ministros, los ministros tecnócratas de Franco (los azules se dedicaban a asuntos sociales) plantearon la conveniencia de subir los precios, pero ahí se encontraron con el Jefe del Estado, que les decía:
- Lo que ustedes quieran, pero no suban el precio de la gasolina.
Los ministros tenían clarísimo quién era el jefe en aquel consejo de ministros y, como querían seguir perteneciendo al mismo, obedecieron a rajatabla a Franco. Franco, de economía, evidentemente sabía más o menos lo mismo que Zapatero, pero tenía unas ideas fijas de las que no se apeaba (¿Verdad que hace tiempo que no usamos la palabra apearse?) hasta que la cosa se ponía insostenible, como en el famoso plan de estabilización, que acabó con la política económica autárquica poco tiempo antes del colapso.
Desde la perspectiva que dan los casi cuarenta años que han pasado desde entonces, hoy sabemos que la decisión paternalista de Franco fue incorrecta. En este caso, los ministros se dedicaron simplemente a no subir los precios de los combustibles, cosa que era bastante sencilla entonces, porque la distribuidora monopolista (la CAMPSA) era estatal. Mientras en el resto del mundo deficitario en petróleo los precios subían, en España la cosa salió cara al Estado, pero el sistema económico siguió funcionando como si tal cosa, sin cambiar en absoluto. El problema llegó después, en 1979, con la segunda crisis energética, que pilló a la industria española tan poco preparada como en 1973, mientras que en los demás países desarrollados ya se habían preocupado de cosas como el ahorro de energía, que nosotros sólo aprendimos mucho después. Eso sí, el problema de 1979 ya lo tuvo que solucionar el siguiente, porque, para entonces, Franco había dejado la jefatura del Estado y el mundo de los vivos. Al mismo tiempo.
En abril de 2011, se presentó en algunas regiones de Rusia un fenómeno insólito en el primer productor mundial de petróleo: algunas estaciones de servicio se estaban quedando simplemente sin suministro. Vamos, que no había gasolina. A los productores de petróleo no les salían las cuentas. Ellos veían que, en un contexto de precios al alza en el mundo, salían ganando si vendían el petróleo fuera, y eso es lo que se han venido dedicando a hacer. Lo lógico hubiera sido que los precios en Rusia, a pesar de los impuestos a la exportación, subieran, reflejando el precio en alza del mercado mundial, y eso a pesar de los impuestos que gravan la exportación de petróleo y que son la pera, además de una importante fuente de financiación del Estado.
Sin embargo, lo de subir los precios del combustible salió rana en los últimos meses, y hay que decir que el precio de venta al público del combustible en Rusia es algo menos de la mitad del precio que hay en España, que ya de por sí es más barato que el de otros países de la UE. Putin, igualito que Franco, puede decir aquello de «Lo que ustedes quieran, pero no me suban el precio de la gasolina», que es paternalismo en estado puro, pero es lo que hay. Eso sí, en Rusia ya no existe la CAMPSA en régimen de monopolio, así que los mecanismos para controlar el precio son un poquito más sofisticados que en la España de Franco, pero no mucho más.
Primero, cuando los precios empezaron a subir, se deslizó que los productores estaban poniéndose de acuerdo para subirlos. Vamos, lo que se llaman prácticas colusivas. Los servicios de defensa de la competencia amenazaron con una investigación, y en Rusia las investigaciones tienen un pronóstico pésimo casi diría que por definición, con lo que los precios volvieron a bajar, por la cuenta que traía a los posibles investigados.
Pero claro, a estos precios bajos a los productores no les compensaba vender, pudiendo hacerlo a un precio mayor, con lo que se llegó a los problemas de desabastecimiento de abril. En cuanto se vio que las cosas podían ponerse mal, Putin ordenó una subida drástica de los impuestos de exportación de combustibles, con lo que el suministro se restableció a los precios artificialmente bajos que los residentes en Rusia venimos disfrutando.
Al igual que en la España de 1973, y desde un punto de visto económico, Putin (que probablemente sabe de economía algo más que Franco, y desde luego es algo más flexible en sus ideas) ha adoptado la política paternalista de «veis qué bueno soy, que os protejo y os mantengo la gasolina a precios asequibles», lo cual le granjeará seguramente la simpatía del pueblo llano que espera que papá Estado le resuelva sus problemas, y le evitará molestas manifestaciones de gente como los conductores de automóviles, que están organizados y son bastante ruidosos. Sin embargo, y al igual que pasó con España, está aplazando la solución de sus problemas para más adelante, y dando una señal falsa a su industria, todavía más intensiva en energía que la española de los años setenta, que ya es decir.
Eso sí, tiene una ventaja sobre Franco: que es el primer productor mundial de combustibles fósiles, y por tanto puede mantener la situación durante bastante más tiempo que España, pero eso dependerá críticamente de cuánto tiempo sea capaz Rusia de mantener su nivel de extracción de petróleo, teniendo en cuenta que los costes de extracción en Rusia son bastante altos, cada vez mayores, y que las petroleras son, con mucho, el sector más ordeñado en forma de impuestos diversos y de precios artificialmente bajos en el interior del país. Llegará un día, no sabemos cuándo, en que la subida de precios será inevitable, igual que lo fue en España, y va a pillar con el pie cambiado a todo quisqui.
En 1973, tras la guerra del Yom Kippur, los países árabes pillaron un cabreo de varios kilómetros y provocaron una subida del precio del petróleo que dio lugar a la primera crisis energética que conocimos en los tiempos contemporáneos, y que hoy vemos que no ha sido la última, y prefiero no pensar en lo que podemos ver mañana.
La llegada a España de la crisis fue preocupante. España se había desarrollado especialmente durante los años sesenta, una época de petróleo barato, y tenía una economía altamente intensiva en energía. En los consejos de ministros, los ministros tecnócratas de Franco (los azules se dedicaban a asuntos sociales) plantearon la conveniencia de subir los precios, pero ahí se encontraron con el Jefe del Estado, que les decía:
- Lo que ustedes quieran, pero no suban el precio de la gasolina.
Los ministros tenían clarísimo quién era el jefe en aquel consejo de ministros y, como querían seguir perteneciendo al mismo, obedecieron a rajatabla a Franco. Franco, de economía, evidentemente sabía más o menos lo mismo que Zapatero, pero tenía unas ideas fijas de las que no se apeaba (¿Verdad que hace tiempo que no usamos la palabra apearse?) hasta que la cosa se ponía insostenible, como en el famoso plan de estabilización, que acabó con la política económica autárquica poco tiempo antes del colapso.
Desde la perspectiva que dan los casi cuarenta años que han pasado desde entonces, hoy sabemos que la decisión paternalista de Franco fue incorrecta. En este caso, los ministros se dedicaron simplemente a no subir los precios de los combustibles, cosa que era bastante sencilla entonces, porque la distribuidora monopolista (la CAMPSA) era estatal. Mientras en el resto del mundo deficitario en petróleo los precios subían, en España la cosa salió cara al Estado, pero el sistema económico siguió funcionando como si tal cosa, sin cambiar en absoluto. El problema llegó después, en 1979, con la segunda crisis energética, que pilló a la industria española tan poco preparada como en 1973, mientras que en los demás países desarrollados ya se habían preocupado de cosas como el ahorro de energía, que nosotros sólo aprendimos mucho después. Eso sí, el problema de 1979 ya lo tuvo que solucionar el siguiente, porque, para entonces, Franco había dejado la jefatura del Estado y el mundo de los vivos. Al mismo tiempo.
En abril de 2011, se presentó en algunas regiones de Rusia un fenómeno insólito en el primer productor mundial de petróleo: algunas estaciones de servicio se estaban quedando simplemente sin suministro. Vamos, que no había gasolina. A los productores de petróleo no les salían las cuentas. Ellos veían que, en un contexto de precios al alza en el mundo, salían ganando si vendían el petróleo fuera, y eso es lo que se han venido dedicando a hacer. Lo lógico hubiera sido que los precios en Rusia, a pesar de los impuestos a la exportación, subieran, reflejando el precio en alza del mercado mundial, y eso a pesar de los impuestos que gravan la exportación de petróleo y que son la pera, además de una importante fuente de financiación del Estado.
Sin embargo, lo de subir los precios del combustible salió rana en los últimos meses, y hay que decir que el precio de venta al público del combustible en Rusia es algo menos de la mitad del precio que hay en España, que ya de por sí es más barato que el de otros países de la UE. Putin, igualito que Franco, puede decir aquello de «Lo que ustedes quieran, pero no me suban el precio de la gasolina», que es paternalismo en estado puro, pero es lo que hay. Eso sí, en Rusia ya no existe la CAMPSA en régimen de monopolio, así que los mecanismos para controlar el precio son un poquito más sofisticados que en la España de Franco, pero no mucho más.
Primero, cuando los precios empezaron a subir, se deslizó que los productores estaban poniéndose de acuerdo para subirlos. Vamos, lo que se llaman prácticas colusivas. Los servicios de defensa de la competencia amenazaron con una investigación, y en Rusia las investigaciones tienen un pronóstico pésimo casi diría que por definición, con lo que los precios volvieron a bajar, por la cuenta que traía a los posibles investigados.
Pero claro, a estos precios bajos a los productores no les compensaba vender, pudiendo hacerlo a un precio mayor, con lo que se llegó a los problemas de desabastecimiento de abril. En cuanto se vio que las cosas podían ponerse mal, Putin ordenó una subida drástica de los impuestos de exportación de combustibles, con lo que el suministro se restableció a los precios artificialmente bajos que los residentes en Rusia venimos disfrutando.
Al igual que en la España de 1973, y desde un punto de visto económico, Putin (que probablemente sabe de economía algo más que Franco, y desde luego es algo más flexible en sus ideas) ha adoptado la política paternalista de «veis qué bueno soy, que os protejo y os mantengo la gasolina a precios asequibles», lo cual le granjeará seguramente la simpatía del pueblo llano que espera que papá Estado le resuelva sus problemas, y le evitará molestas manifestaciones de gente como los conductores de automóviles, que están organizados y son bastante ruidosos. Sin embargo, y al igual que pasó con España, está aplazando la solución de sus problemas para más adelante, y dando una señal falsa a su industria, todavía más intensiva en energía que la española de los años setenta, que ya es decir.
Eso sí, tiene una ventaja sobre Franco: que es el primer productor mundial de combustibles fósiles, y por tanto puede mantener la situación durante bastante más tiempo que España, pero eso dependerá críticamente de cuánto tiempo sea capaz Rusia de mantener su nivel de extracción de petróleo, teniendo en cuenta que los costes de extracción en Rusia son bastante altos, cada vez mayores, y que las petroleras son, con mucho, el sector más ordeñado en forma de impuestos diversos y de precios artificialmente bajos en el interior del país. Llegará un día, no sabemos cuándo, en que la subida de precios será inevitable, igual que lo fue en España, y va a pillar con el pie cambiado a todo quisqui.
lunes, 9 de mayo de 2011
Día de Victoria (y van...)
Hoy es el día de la Victoria, una vez más. Esta vez es el 66 aniversario de la rendición alemana y, por fin, no está la ciudad llena de carteles alusivos. El ayuntamiento de Moscú, probablemente, ha pensado que le venía bien la pasta procedente de sus anunciantes habituales (L'Oréal, Puig, y todo tipo de cosméticos y de vendedores de pisos), y este año sólo ha cubierto la Tverskaya de carteles que homenajeen a los veteranos, a no ser que lo haya hecho esta noche y, cuando salga a la calle, ¡sorpresa!
En el trabajo, como siempre, hubo el viernes pasado la copita que te crio en honor a la victoria, con discurso de la jefatura en honor y agradecimiento a los veteranos. Yo no bebí. La victoria me parece bien, pero cuando vuelves a casa en bicicleta el vodka sienta de pena. Bueno, la verdad es que el vodka me sienta de pena siempre, pero, en bicicleta, además, te la puedes pegar.
Llevan toda la semana de ensayos cortando las calles. Como medio Moscú se ha tomado la semana pasada de vacaciones (o están brindando en el trabajo y, por tanto, apenas están en condiciones de trabajar), se suponía que habría menos atascos que de costumbre, pero, para compensar, el ejército ha tomado las calles principales y las ha cortado todas, restableciendo así el nivel de congestión del tráfico habitual. El jueves por la noche pudimos disfrutar del espectáculo de los tanques ensayando el desfile por la Tverskaya. A las seis de la tarde, cuando salía del trabajo, estaban comenzando a cortar la calle; a las once y pico de la noche, cuando salimos de un concierto en la Sala Chaykovsky, todavía no habían comenzado a pasar los tanques. Jo.
En estos casos, el ejército ruso, que gente tiene más que de sobra, acordona las aceras con cinta de plástico (que se rasga cada dos por tres), como la de los edificios en construcción, y pone cada diez metros un recluta de los que están haciendo la mili. Normalmente son unos tipos bajitos con cara de mala leche, que deshacen el tópico ruso de mastuerzo fortachón y buenazo; de vez en cuando, te ves a unos tipos con gorra de plato y más altos, que deben tener ya alguna graduación.
- Pero, ¿van a venir los tanques? - le pregunté a uno a la salida del concierto.
- Ahora vendrán.
El pobre estaba tan aburrido después de cinco horas que, en lugar de sus gruñidos habituales, parecía incluso dispuesto a hablar con civiles.
- ¿Y cuánto tiempo lleva usted ahí?
- Diez horas.
- Jooooo... ánimo.
En fin, que ya tengo ganas de que llegue mañana, aunque hoy sea fiesta en Moscú y, en principio, suele ser mejor estar de fiesta que trabajar. Y un día de éstos escribiré sobre una veterana rusa que conocí el día de Pascua y con la que estuve charlando un par de horas. Y, además, no es una veterana como las demás, no, aunque estuvo en Berlín el 9 de mayo de 1945. Igualito que el firmante de la imagen de arriba.
En el trabajo, como siempre, hubo el viernes pasado la copita que te crio en honor a la victoria, con discurso de la jefatura en honor y agradecimiento a los veteranos. Yo no bebí. La victoria me parece bien, pero cuando vuelves a casa en bicicleta el vodka sienta de pena. Bueno, la verdad es que el vodka me sienta de pena siempre, pero, en bicicleta, además, te la puedes pegar.
Llevan toda la semana de ensayos cortando las calles. Como medio Moscú se ha tomado la semana pasada de vacaciones (o están brindando en el trabajo y, por tanto, apenas están en condiciones de trabajar), se suponía que habría menos atascos que de costumbre, pero, para compensar, el ejército ha tomado las calles principales y las ha cortado todas, restableciendo así el nivel de congestión del tráfico habitual. El jueves por la noche pudimos disfrutar del espectáculo de los tanques ensayando el desfile por la Tverskaya. A las seis de la tarde, cuando salía del trabajo, estaban comenzando a cortar la calle; a las once y pico de la noche, cuando salimos de un concierto en la Sala Chaykovsky, todavía no habían comenzado a pasar los tanques. Jo.
En estos casos, el ejército ruso, que gente tiene más que de sobra, acordona las aceras con cinta de plástico (que se rasga cada dos por tres), como la de los edificios en construcción, y pone cada diez metros un recluta de los que están haciendo la mili. Normalmente son unos tipos bajitos con cara de mala leche, que deshacen el tópico ruso de mastuerzo fortachón y buenazo; de vez en cuando, te ves a unos tipos con gorra de plato y más altos, que deben tener ya alguna graduación.
- Pero, ¿van a venir los tanques? - le pregunté a uno a la salida del concierto.
- Ahora vendrán.
El pobre estaba tan aburrido después de cinco horas que, en lugar de sus gruñidos habituales, parecía incluso dispuesto a hablar con civiles.
- ¿Y cuánto tiempo lleva usted ahí?
- Diez horas.
- Jooooo... ánimo.
En fin, que ya tengo ganas de que llegue mañana, aunque hoy sea fiesta en Moscú y, en principio, suele ser mejor estar de fiesta que trabajar. Y un día de éstos escribiré sobre una veterana rusa que conocí el día de Pascua y con la que estuve charlando un par de horas. Y, además, no es una veterana como las demás, no, aunque estuvo en Berlín el 9 de mayo de 1945. Igualito que el firmante de la imagen de arriba.
viernes, 6 de mayo de 2011
Parecidos razonables
En la penúltima entrada-aniversario, Francisco expresaba sorpresa, cuando no incredulidad, sobre mi opinión de que el régimen ruso actual tiene grandes similitudes con el de Franco. Naturalmente, aquí estoy yo para argumentar sobre esta afirmación.
El régimen, digamos, de Putin, es un régimen que difícilmente se puede llamar democrático, como tampoco lo era es de Franco. Pero tampoco ninguno de los dos puede decirse que sea un régimen totalitario, como sí lo era el de la Unión Soviética o el de la Alemania nazi, que aspiraban (con éxito) a controlar toda la sociedad. Putin no lo hace en Rusia (la sociedad es mucho más incontrolable en 2010 de lo que era en 1950), ni Franco en España (probablemente más por incapacidad de Franco que por que la sociedad española de 1950 fuera muy compleja).
Putin sí que es mucho más «presentable» que Franco, aunque sea por el hecho de convocar elecciones periódicamente. Franco se limitaba a convocar elecciones municipales, donde a veces se le colaba algún candidato, digamos, opositor, al igual que por el tercio familiar. En Rusia, las elecciones a gobernador regional han sido suprimidas y, por consiguiente, todos los gobernadores son nombrados por el presidente, igual que hacía Franco. Las elecciones a la Duma estatal siguen existiendo, pero la Duma estatal tiene aproximadamente el mismo papel que las Cortes franquistas: casi nada. Hay una mayoría holgadísima del partido del poder, con otros tres comparsas que es muy generoso llamar oposición y que incluso se pueden permitir votar en contra de alguna propuesta legislativa. En las Cortes de Franco, también había votos en contra, incluso en asuntos muy importantes, ¿y qué? Cuando se votó que el actual Jefe del Estado sucedería a Franco con el título de rey, los cuatro procuradores carlistas votaron en contra. Se quedaron con el voto en contra, y a casa.
De todas formas, lo decisivo es que las barreras para entrar en el sistema son demasiado altas para que las pase la oposición. En España, porque estaba directamente prohibido, y punto; en Rusia, porque los requisitos para inscribirse como partido político y presentarse a las elecciones, y no digamos sacar escaños, equivalen de hecho a una prohibición. De derecho, no, y eso lo hace nominalmente más presentable.
Como consecuencia, la oposición antisistema está en el extranjero o en la marginalidad (tanto en la Rusia actual como en la España de Franco); y la oposición interna se articula en grupos que se sitúan dentro del partido del poder. En la España de Franco, los azules y los tecnócratas, todos los cuales eran miembros de FET y de las JONS; en la Rusia de Putin, los de perfil «servicio de seguridad» (siloviki) y los de perfil liberaloide (tecnócrata), que sin excepción son miembros de «Rusia Unida». En público, todo es respeto, y los navajazos van por detrás.
Ideológicamente, FET y de las JONS, sobre todo a partir de 1959, y Rusia Unida están en un equilibrio entre paternalismo patriótico, conservador, con algún ribete liberaloide: vamos, que cabe de casi todo.
Y ahora con los poderes fácticos. En ambos regímenes, la Iglesia tiene un papel importante. En España, porque directamente era un Estado confesional; en Rusia no es así, pero la Iglesia es respetada, sobre todo en comparación con la etapa anterior, y tanto Medvedev como Putin asisten a los servicios públicamente. En Rusia, el patriarca tiene coche oficial con sirena azul.
Y más. Si el segundo poder fáctico es el ejército, huelga decir la importancia que tenía en la España de Franco, con un general como Jefe del Estado y tres ministros militares; en Rusia, el ejército está de pena, pero recupera posiciones a la carrera, y si consideramos poder fáctico a todas las fuerzas de seguridad juntas, nuevamente tenemos a uno de ellos como líder del partido del poder.
Estoy seguro de que se pueden sacar diferencias, pero una de las más grandes es que el Spartak no ha ganado seis copas de Europa, y el Real Madrid sí que lo hizo. Lo cual, como diferencia política, parece insuficiente.
Y luego sí que hay diferencias en políticas concretas (la de mercado de trabajo, por ejemplo, es muy llamativa; y la construcción de pantanos no es el fuerte de Putin), pero a mí me parece más coyuntural que estructural.
En general, me parece un debate interesante, y me encantará ver si Francisco tiene argumentos en contra.
El régimen, digamos, de Putin, es un régimen que difícilmente se puede llamar democrático, como tampoco lo era es de Franco. Pero tampoco ninguno de los dos puede decirse que sea un régimen totalitario, como sí lo era el de la Unión Soviética o el de la Alemania nazi, que aspiraban (con éxito) a controlar toda la sociedad. Putin no lo hace en Rusia (la sociedad es mucho más incontrolable en 2010 de lo que era en 1950), ni Franco en España (probablemente más por incapacidad de Franco que por que la sociedad española de 1950 fuera muy compleja).
Putin sí que es mucho más «presentable» que Franco, aunque sea por el hecho de convocar elecciones periódicamente. Franco se limitaba a convocar elecciones municipales, donde a veces se le colaba algún candidato, digamos, opositor, al igual que por el tercio familiar. En Rusia, las elecciones a gobernador regional han sido suprimidas y, por consiguiente, todos los gobernadores son nombrados por el presidente, igual que hacía Franco. Las elecciones a la Duma estatal siguen existiendo, pero la Duma estatal tiene aproximadamente el mismo papel que las Cortes franquistas: casi nada. Hay una mayoría holgadísima del partido del poder, con otros tres comparsas que es muy generoso llamar oposición y que incluso se pueden permitir votar en contra de alguna propuesta legislativa. En las Cortes de Franco, también había votos en contra, incluso en asuntos muy importantes, ¿y qué? Cuando se votó que el actual Jefe del Estado sucedería a Franco con el título de rey, los cuatro procuradores carlistas votaron en contra. Se quedaron con el voto en contra, y a casa.
De todas formas, lo decisivo es que las barreras para entrar en el sistema son demasiado altas para que las pase la oposición. En España, porque estaba directamente prohibido, y punto; en Rusia, porque los requisitos para inscribirse como partido político y presentarse a las elecciones, y no digamos sacar escaños, equivalen de hecho a una prohibición. De derecho, no, y eso lo hace nominalmente más presentable.
Como consecuencia, la oposición antisistema está en el extranjero o en la marginalidad (tanto en la Rusia actual como en la España de Franco); y la oposición interna se articula en grupos que se sitúan dentro del partido del poder. En la España de Franco, los azules y los tecnócratas, todos los cuales eran miembros de FET y de las JONS; en la Rusia de Putin, los de perfil «servicio de seguridad» (siloviki) y los de perfil liberaloide (tecnócrata), que sin excepción son miembros de «Rusia Unida». En público, todo es respeto, y los navajazos van por detrás.
Ideológicamente, FET y de las JONS, sobre todo a partir de 1959, y Rusia Unida están en un equilibrio entre paternalismo patriótico, conservador, con algún ribete liberaloide: vamos, que cabe de casi todo.
Y ahora con los poderes fácticos. En ambos regímenes, la Iglesia tiene un papel importante. En España, porque directamente era un Estado confesional; en Rusia no es así, pero la Iglesia es respetada, sobre todo en comparación con la etapa anterior, y tanto Medvedev como Putin asisten a los servicios públicamente. En Rusia, el patriarca tiene coche oficial con sirena azul.
Y más. Si el segundo poder fáctico es el ejército, huelga decir la importancia que tenía en la España de Franco, con un general como Jefe del Estado y tres ministros militares; en Rusia, el ejército está de pena, pero recupera posiciones a la carrera, y si consideramos poder fáctico a todas las fuerzas de seguridad juntas, nuevamente tenemos a uno de ellos como líder del partido del poder.
Estoy seguro de que se pueden sacar diferencias, pero una de las más grandes es que el Spartak no ha ganado seis copas de Europa, y el Real Madrid sí que lo hizo. Lo cual, como diferencia política, parece insuficiente.
Y luego sí que hay diferencias en políticas concretas (la de mercado de trabajo, por ejemplo, es muy llamativa; y la construcción de pantanos no es el fuerte de Putin), pero a mí me parece más coyuntural que estructural.
En general, me parece un debate interesante, y me encantará ver si Francisco tiene argumentos en contra.
miércoles, 4 de mayo de 2011
Juan Pablo II en Moscú
El anterior papa vuelve a estar de moda, si es que alguna vez dejó de estarlo, con motivo de su beatificación. El domingo pasado nos pusieron un reportaje de unos diez minutos, que era como un resumen muy corto de su vida y obras, y eso despertó en mí una serie de recuerdos.
El primero es muy lejano, de 1982, cuando en el curso de su viaje a España pasó por Valencia. Tuve mala suerte. Fui a verlo, como tantísima gente, con un grupo de mi parroquia, pero el acto estaba dedicado a los sacerdotes, cosa que yo jamás he sentido la menor vocación de ser, y el discurso de Juan Pablo II me pareció aburridísimo y lejano. Hoy, cuando todo el mundo dice que llegaba a la juventud y esas cosas, y quedaría bien escribir lo mucho que me impactó y tal y tal, no me queda más remedio que escribir que no: no me impactó nada en absoluto. Quizá porque, más que joven, más bien era un candidato a adolescente.
La segunda vez que lo vi fue en Roma, en algún momento de abril de 1985. Yo estaba en la plaza de San Pedro y él salió a saludar, pero, si dijo algo, cosa que no recuerdo bien, debió ser en italiano y desde luego tampoco me impactó gran cosa.
Y la tercera, y última vez que lo vi, fue en Moscú. Y diréis, ¿cómo que en Moscú, si Juan Pablo II no pisó Moscú en toda su vida? Y es cierto, no la pisó nunca, pero «apareció» por aquí en el momento álgido de cabreo entre la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa, o más bien de la Iglesia Ortodoxa hacia la Católica.
Fue el 2 de marzo de 2002. El 11 de febrero anterior Roma había dado la campanada y elevó al rango de obispados las administraciones apostólicas que existían hasta entonces, provocando el cabreo de la Iglesia Ortodoxa Rusa, que se sintió invadida por un aluvión de proselitismo occidental.
Juan Pablo II había estado intentando desde hacía años un viaje a Rusia, encontrándose con un nones por parte de las autoridades ortodoxas rusas, que se escudaban para no invitarlo en las rencillas existentes, encendidas por muchos motivos, todos ellos impropios de cristianos. El caso es que sin el consentimiento del patriarca Alejo II, que, como ya he escrito alguna vez, era un señor no mucho menos nacionalista que Arzallus y Carod juntos, las autoridades rusas no acababan de invitar al Papa, y Alejo II estaba bastante lejos de dar ese consentimiento.
Sin embargo, Juan Pablo II consiguió dar esquinazo a las autoridades rusas y, de paso, a Alejo II. El 2 de marzo de 2002 tuvo lugar el «Telemost», que no sé cómo traducirían en otras lenguas («Most» quiere decir «puente»), pero se trataba de un encuentro de oración compartida en seis lugares al mismo tiempo, transmitido por la señal de Radio Vaticano desde Roma, con Juan Pablo II en directo.
En la catedral de Moscú nos juntamos todos los que cupimos. Estaba de bote en bote. Delante del altar se logró instalar una pantalla enorme para seguir el acto tal y como tenía lugar en las otras sedes del «Telemost» (Roma, Viena, Estrasburgo, Budapest, Atenas y... ¡Valencia!). Oficialmente era un encuentro de estudiantes, y así puede que fuera en las otras ciudades, pero en Moscú había de todo. Yo, como estudiante que era, podía pretender cierta legitimidad, pero lo que había allí era gente que quería ver al Papa en Moscú, hablándoles a ellos. Y punto.
Juan Pablo II, para entonces, ya era una ruina física y apenas podía balbucir sus palabras con visible esfuerzo. Curiosamente, su mensaje me llamó mucho más la atención entonces que en las veces anteriores, en que estaba en bastante mejor forma. Para mí fue una sorpresa que hablara ruso tan bien como lo hacía. Y, así como en las otras ciudades todo el acto parecía encorsetado y ajeno a la menor espontaneidad, en Moscú el entusiasmo desbordaba las paredes de la Catedral.
En Viena me pareció que había poca gente y que eran muy serios, pero auténticos; en Estrasburgo me pareció muy bonito; de lo que dijeron en Budapest y Atenas no me enteré demasiado, supongo que por motivos de idioma.
Y lo de Valencia tiene comentario aparte. Jo, cuando vi la Basílica de la Virgen de los Desamparados me entró un cosquilleo de emoción, que se me pasó con los dos estudiantes que sacaron, supongo que del CEU San Pablo, que iban repeinados y con chaqueta y corbata. Parecían afiliados del PP de Castellón. Leyeron su intervención de cabo a rabo con cara de palo y sin el menor gesto de emoción. Joroba, es que parecía que hubieran cogido a los dos más pijos de la parroquia más pija de Valencia. No pude menos que hacer una mueca de desagrado recordando mis tiempos de activismo católico tradicional, pero incomprendido, con camisa de franela a cuadros y zapatillas de deporte.
En esto, el sonido desde Valencia pareció funcionar peor, como si algo estuviera sonando fuera de la Basílica. Probablemente yo era el único en la Catedral de Moscú que sabía que en Valencia estaba teniendo lugar la Cabalgata del Reino, justo antes de las fallas, y que por fuera de la Basílica estaban tirando petardos a diestro y siniestro.
Moscú fue mucho más emocionante. Había sido infinitamente más difícil organizar el acto, pasar los equipos de sonido por la aduana, montar el tinglado, y esas dificultades hacían valorar el acto mucho más. Un profesor universitario narró su testimonio y terminó pidiendo el Bautismo, y el propio arzobispo Kondrusewicz terminó agarrando el micrófono en una pose totalmente desgarbada y gritando al Papa «¡Le esperamos en Moscú!». El pijerío estaba tan lejos de aquellas paredes como cerca estaba el entusiasmo, y a todos nos pareció que Juan Pablo II nos miraba con una curiosidad especial.
Las cosas no quedaron así, y los meses siguientes vieron un contraataque por parte de las autoridades rusas y de la Iglesia Ortodoxa, pero ya el Papa había conseguido, de una manera u otra, dirigirse a los católicos de Moscú. Eso sí, las medidas anticatólicas que siguieron, y que, a Dios gracias, parecen cosa pasada, son otra historia, y como tal tendrá que esperar a su momento.
El primero es muy lejano, de 1982, cuando en el curso de su viaje a España pasó por Valencia. Tuve mala suerte. Fui a verlo, como tantísima gente, con un grupo de mi parroquia, pero el acto estaba dedicado a los sacerdotes, cosa que yo jamás he sentido la menor vocación de ser, y el discurso de Juan Pablo II me pareció aburridísimo y lejano. Hoy, cuando todo el mundo dice que llegaba a la juventud y esas cosas, y quedaría bien escribir lo mucho que me impactó y tal y tal, no me queda más remedio que escribir que no: no me impactó nada en absoluto. Quizá porque, más que joven, más bien era un candidato a adolescente.
La segunda vez que lo vi fue en Roma, en algún momento de abril de 1985. Yo estaba en la plaza de San Pedro y él salió a saludar, pero, si dijo algo, cosa que no recuerdo bien, debió ser en italiano y desde luego tampoco me impactó gran cosa.
Y la tercera, y última vez que lo vi, fue en Moscú. Y diréis, ¿cómo que en Moscú, si Juan Pablo II no pisó Moscú en toda su vida? Y es cierto, no la pisó nunca, pero «apareció» por aquí en el momento álgido de cabreo entre la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa, o más bien de la Iglesia Ortodoxa hacia la Católica.
Fue el 2 de marzo de 2002. El 11 de febrero anterior Roma había dado la campanada y elevó al rango de obispados las administraciones apostólicas que existían hasta entonces, provocando el cabreo de la Iglesia Ortodoxa Rusa, que se sintió invadida por un aluvión de proselitismo occidental.
Juan Pablo II había estado intentando desde hacía años un viaje a Rusia, encontrándose con un nones por parte de las autoridades ortodoxas rusas, que se escudaban para no invitarlo en las rencillas existentes, encendidas por muchos motivos, todos ellos impropios de cristianos. El caso es que sin el consentimiento del patriarca Alejo II, que, como ya he escrito alguna vez, era un señor no mucho menos nacionalista que Arzallus y Carod juntos, las autoridades rusas no acababan de invitar al Papa, y Alejo II estaba bastante lejos de dar ese consentimiento.
Sin embargo, Juan Pablo II consiguió dar esquinazo a las autoridades rusas y, de paso, a Alejo II. El 2 de marzo de 2002 tuvo lugar el «Telemost», que no sé cómo traducirían en otras lenguas («Most» quiere decir «puente»), pero se trataba de un encuentro de oración compartida en seis lugares al mismo tiempo, transmitido por la señal de Radio Vaticano desde Roma, con Juan Pablo II en directo.
En la catedral de Moscú nos juntamos todos los que cupimos. Estaba de bote en bote. Delante del altar se logró instalar una pantalla enorme para seguir el acto tal y como tenía lugar en las otras sedes del «Telemost» (Roma, Viena, Estrasburgo, Budapest, Atenas y... ¡Valencia!). Oficialmente era un encuentro de estudiantes, y así puede que fuera en las otras ciudades, pero en Moscú había de todo. Yo, como estudiante que era, podía pretender cierta legitimidad, pero lo que había allí era gente que quería ver al Papa en Moscú, hablándoles a ellos. Y punto.
Juan Pablo II, para entonces, ya era una ruina física y apenas podía balbucir sus palabras con visible esfuerzo. Curiosamente, su mensaje me llamó mucho más la atención entonces que en las veces anteriores, en que estaba en bastante mejor forma. Para mí fue una sorpresa que hablara ruso tan bien como lo hacía. Y, así como en las otras ciudades todo el acto parecía encorsetado y ajeno a la menor espontaneidad, en Moscú el entusiasmo desbordaba las paredes de la Catedral.
En Viena me pareció que había poca gente y que eran muy serios, pero auténticos; en Estrasburgo me pareció muy bonito; de lo que dijeron en Budapest y Atenas no me enteré demasiado, supongo que por motivos de idioma.
Y lo de Valencia tiene comentario aparte. Jo, cuando vi la Basílica de la Virgen de los Desamparados me entró un cosquilleo de emoción, que se me pasó con los dos estudiantes que sacaron, supongo que del CEU San Pablo, que iban repeinados y con chaqueta y corbata. Parecían afiliados del PP de Castellón. Leyeron su intervención de cabo a rabo con cara de palo y sin el menor gesto de emoción. Joroba, es que parecía que hubieran cogido a los dos más pijos de la parroquia más pija de Valencia. No pude menos que hacer una mueca de desagrado recordando mis tiempos de activismo católico tradicional, pero incomprendido, con camisa de franela a cuadros y zapatillas de deporte.
En esto, el sonido desde Valencia pareció funcionar peor, como si algo estuviera sonando fuera de la Basílica. Probablemente yo era el único en la Catedral de Moscú que sabía que en Valencia estaba teniendo lugar la Cabalgata del Reino, justo antes de las fallas, y que por fuera de la Basílica estaban tirando petardos a diestro y siniestro.
Moscú fue mucho más emocionante. Había sido infinitamente más difícil organizar el acto, pasar los equipos de sonido por la aduana, montar el tinglado, y esas dificultades hacían valorar el acto mucho más. Un profesor universitario narró su testimonio y terminó pidiendo el Bautismo, y el propio arzobispo Kondrusewicz terminó agarrando el micrófono en una pose totalmente desgarbada y gritando al Papa «¡Le esperamos en Moscú!». El pijerío estaba tan lejos de aquellas paredes como cerca estaba el entusiasmo, y a todos nos pareció que Juan Pablo II nos miraba con una curiosidad especial.
Las cosas no quedaron así, y los meses siguientes vieron un contraataque por parte de las autoridades rusas y de la Iglesia Ortodoxa, pero ya el Papa había conseguido, de una manera u otra, dirigirse a los católicos de Moscú. Eso sí, las medidas anticatólicas que siguieron, y que, a Dios gracias, parecen cosa pasada, son otra historia, y como tal tendrá que esperar a su momento.
lunes, 2 de mayo de 2011
Quinto anno
Ayer fue el primero de mayo, día en que el mundo celebra, según a quien preguntemos, el día del trabajador o simplemente San José Obrero. Esta bitácora, sin embargo, se limita a celebrar su cumpleaños.
Cinco años, tú. Cinco. Casi ochocientas entradas y más de tres mil comentarios. Ni de lejos pensaba yo el ya lejano 1 de mayo de 2006 que se iba a llegar a esta situación.
Entretanto, las cosas han cambiado mucho por aquí. La tropa, que estaba compuesta por tres niños pequeños en edad preescolar, sigue compuesta por tres personas (el cuarto intento falló, lamentablemente), pero llamarlos «niños pequeños» es irreal, por mucho que en ocasiones se comporten como tales. Más bien se trata de dos preadolescentes (una de ellas cada vez menos «pre»), y de un guerrillero infantil insumiso.
Moscú, en estos cinco años, ha cambiado menos de lo que lo había hecho antes. Es cierto que, leyendo algunas entradas del 2006 (por ejemplo, las del parque móvil), suenan atrasadas, pero no tanto como hubiera sonado una hipotética entrada de 2001 leída el 2006. Incluso Rusia, ese país lleno de sorpresas en el que el conocimiento pasado servía de poco más allá del corto plazo, se está comenzando a calmar, como si alguien hubiera dejado de agitar el agua del vaso. Tenemos un régimen político que, como ya he dicho varias veces, me recuerda bastante al de Franco (y eso no es peyorativo en absoluto), pero, como tiene algo que Franco no tenía, que son recursos naturales a tutiplén, podría permitirse carecer de las tensiones, principalmente económicas y especialmente cambiarias, que tuvimos que padecer en España. El hecho de que, a pesar de todo, haya tensiones económicas y cambiarias, a lo mejor indica que los economistas son (somos) una fauna capaz de ver el vaso medio vacío en cualquier situación.
Y lo que sí, definitivamente, ha cambiado ha sido la blogosfera sobre Rusia en castellano. Casi todas las bitácoras coetáneas de ésta yacen repletas de polvo en el final de la barra de enlaces de la derecha, y alguno de sus autores incluso ha tomado las de Villadiego, virtual y realmente, así que va siendo hora de remozar la tabla de enlaces y dedicar un buen rato a buscar bitácoras sobre Rusia probablemente más noveles que las anteriores, pero que al menos estén vivas.
Ya sé que lo prometo periódicamente, pero esta vez va en serio, sólo que tendré que hacerlo otro día, porque, como tantas y tantas veces, hoy se me hace tarde.
Cinco años, tú. Cinco. Casi ochocientas entradas y más de tres mil comentarios. Ni de lejos pensaba yo el ya lejano 1 de mayo de 2006 que se iba a llegar a esta situación.
Entretanto, las cosas han cambiado mucho por aquí. La tropa, que estaba compuesta por tres niños pequeños en edad preescolar, sigue compuesta por tres personas (el cuarto intento falló, lamentablemente), pero llamarlos «niños pequeños» es irreal, por mucho que en ocasiones se comporten como tales. Más bien se trata de dos preadolescentes (una de ellas cada vez menos «pre»), y de un guerrillero infantil insumiso.
Moscú, en estos cinco años, ha cambiado menos de lo que lo había hecho antes. Es cierto que, leyendo algunas entradas del 2006 (por ejemplo, las del parque móvil), suenan atrasadas, pero no tanto como hubiera sonado una hipotética entrada de 2001 leída el 2006. Incluso Rusia, ese país lleno de sorpresas en el que el conocimiento pasado servía de poco más allá del corto plazo, se está comenzando a calmar, como si alguien hubiera dejado de agitar el agua del vaso. Tenemos un régimen político que, como ya he dicho varias veces, me recuerda bastante al de Franco (y eso no es peyorativo en absoluto), pero, como tiene algo que Franco no tenía, que son recursos naturales a tutiplén, podría permitirse carecer de las tensiones, principalmente económicas y especialmente cambiarias, que tuvimos que padecer en España. El hecho de que, a pesar de todo, haya tensiones económicas y cambiarias, a lo mejor indica que los economistas son (somos) una fauna capaz de ver el vaso medio vacío en cualquier situación.
Y lo que sí, definitivamente, ha cambiado ha sido la blogosfera sobre Rusia en castellano. Casi todas las bitácoras coetáneas de ésta yacen repletas de polvo en el final de la barra de enlaces de la derecha, y alguno de sus autores incluso ha tomado las de Villadiego, virtual y realmente, así que va siendo hora de remozar la tabla de enlaces y dedicar un buen rato a buscar bitácoras sobre Rusia probablemente más noveles que las anteriores, pero que al menos estén vivas.
Ya sé que lo prometo periódicamente, pero esta vez va en serio, sólo que tendré que hacerlo otro día, porque, como tantas y tantas veces, hoy se me hace tarde.