viernes, 20 de mayo de 2011

Armas blancas

Con la llegada del buen tiempo o, más exactamente, con la desaparición de la nieve, porque lo del buen tiempo todavía está por llegar, comienza la temporada de los shashlikí.

Entre los emigrantes, es frecuente que una buena parte de nuestro vocabulario, incluso cuando nos expresamos en nuestra lengua materna, esté en la lengua del país en que vivimos, en particular en situaciones que no son frecuentes en nuestro país de origen. Cuando, por ejemplo, estudiaba en Alemania, nunca fui al «comedor», sino a la «Mensa», que es lo mismo, pero no es lo mismo.

En Rusia, esas situaciones en que hablas con españoles en español, pero con palabras rusas, son mucho más frecuentes, supongo que porque las realidades rusas del día a día están mucho más alejadas que las alemanas de sus equivalentes españolas. Así, en Rusia, uno no hace una reparación o una reforma, sino un «remónt»; uno no va al mercado, sino al «rýnok», uno no come alforfón, sino «griéchka» y, finalmente, con el «shashlik», prácticamente todo el vocabulario, por mucho que existan palabras en castellano para nombrar todos los utensilios relativos al mismo, está en ruso.

El shashlik es una cosa sumamente popular en Rusia. En España, no deja de ser una brocheta con carne y verdura, hecha a la brasa; aquí, es una suerte de religión, que aglutina a su alrededor a todo el vecindario.

La gente se arremolina en torno al «mangal», especie de altar que en español es brasero, pero que aquí nadie llama así. También hay gente en Rusia que lo llama «shashlíchnitsa», comenzando por mis hijos, que en español sería algo así como «brochetera», pero es más propio lo primero.

Hay «mangales» de categoría, que cuestan un ojo de la cara, pero nosotros no tenemos uno de ésos. Después de hacer números, llegamos a la conclusión de que nos salía mucho más barato comprar uno nuevo cada primavera, de los que son cuatro planchas que se montan precariamente y cuestan cuatro chavos, dejarlo oxidarse en el jardín, porque no hacemos «shashlikí» en otro sitio, verlo caer al suelo durante la temporada de nieves, y tirarlo a la basura cuando se cumple su ciclo. Así todos los años tenemos uno nuevo por menos dinero del que nos costaría comprar uno bueno y andar siempre preocupados por montarlo, desmontarlo, limpiarlo y volverlo a montar. Así, con quitar la ceniza, listos.

El complemento indispensable para el «mangal» es el «shampúr», que es una palabra sumamente peliaguda, desde el momento en que su plural académico es irregular, «shampurá», pero muchísima gente inculta, como mis hijos, y en particular Ro, dicen y repiten el plural como si fuera regular: «shampúry». Cuando yo les corrijo, Ro insiste en que sabe más ruso que yo y que el plural es «shampúry», como ella dice y seguramente ha oído por ahí. Tendré que echar una parrafada con su profesora, porque a mí mis títulos, mis canas y mis años de experiencia hablando ruso no me bastan para que mis propios hijos me consideren digno de crédito. Seguro que es un signo de los tiempos, pero, como yo no era muy diferente de pequeño, tampoco creo que tenga mucho derecho a criticarla.

En español, «shampúr» es brocheta (si eres de Valencia) o broqueta (si hemos de creer a la Real Academia), pero nadie en Rusia lo llama así.

Cuando compras un «mangal», te suelen incluir entre seis y doce «shampurá» (irregular, diga lo que diga Ro), y ésos no se hacen malos cada año, como el «mangal». Comoquiera que hemos comprado «mangály» varios años ya, y hasta llegamos a comprar «shampurá» de sobra la primera vez, tenemos pinchos como para armar un pequeño ejército y, desde luego, para ensartar carne como para dar de comer a todo el vecindario.

Y está buenísimo. Y lo digo para poner los dientes bien largos a los que me lean desde España, ese país donde está terminantemente prohibido hacer fuego. Aquí, no. Aquí puedes hacer fuego en cualquier lugar.

Y así nos fue el verano pasado. Pero, para criticar el asunto, mejor lo dejo para otra entrada, porque ésta se va haciendo larga.

4 comentarios:

  1. Uf, y como son los rusos con los "shampury" ;( Cuando hacemos shashliki aquí en España, siempre surge la misma conversación: que si esto no es el verdadero utensilio, que si el aliño no sabe exactamente igual a pesar de llevar los mismos ingredientes, que si a la carne le falta un detalle...
    La parte rusa de la familia terminó transigiendo con el tema de la barbacoa. En casa o se hace shashlinitsa en la barbacoa o no se hace, hombre ya. No vamos a estar comprando y acumulando cacharros en balde.
    Por donde no han pasado es por usar pinchos normales de los de toda la vida (española) para ensartar la carne. Estos debían tener una forma y tamaño determinado, siendo más parecidos a sables de fakir que a pinchitos.
    Yo también tengo esa sensación de tener escondido un arsenal de armas blancas en la cocina.
    Y, como sé que mi señora terminará leyendo esto tarde o temprano, he dejar constancia aquí de lo excelente del sabor, textura y regusto en boca de sus shashliki, aunque no sean rusos-rusos.

    ResponderEliminar
  2. Antonio J., es que cada cual es muy suyo con el plato nacional (aunque es muy discutible que el shashlik sea el plato nacional ruso). Yo, por ejemplo, si un hijo mío se atreve a llamar "paellera" a la paella, lo desheredo directamente.

    ResponderEliminar
  3. Lo del Shashlik es un asunto peliagudo. No es desde luego el plato nacional ruso, pero sí es el más ampliamente preparado y comido. Fácil de cocinar, sabroso y, aunque pueda parecer que no, con multitud de recetas a la hora de elegir el tipo de carne, subproductos, pescado, verduras y la forma de macerarlos.
    Sin embargo, es una tradición asimilada y procedente de las regiones del Cáucaso y del Asia Central. Todas ellas en disputa sobre quién es la mejor en estas lides.
    Muy rico, sí. Lo repetiremos, también con pescado o pollo... Por aquí tienen, gastronómicamente hablando "Sota, Caballo y Rey", pero lo que hay es de verdadera relevancia.

    ResponderEliminar
  4. AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!!!! Estoy con Ro. Eso de "шампурА", "кремА"....

    ResponderEliminar