El anterior papa vuelve a estar de moda, si es que alguna vez dejó de estarlo, con motivo de su beatificación. El domingo pasado nos pusieron un reportaje de unos diez minutos, que era como un resumen muy corto de su vida y obras, y eso despertó en mí una serie de recuerdos.
El primero es muy lejano, de 1982, cuando en el curso de su viaje a España pasó por Valencia. Tuve mala suerte. Fui a verlo, como tantísima gente, con un grupo de mi parroquia, pero el acto estaba dedicado a los sacerdotes, cosa que yo jamás he sentido la menor vocación de ser, y el discurso de Juan Pablo II me pareció aburridísimo y lejano. Hoy, cuando todo el mundo dice que llegaba a la juventud y esas cosas, y quedaría bien escribir lo mucho que me impactó y tal y tal, no me queda más remedio que escribir que no: no me impactó nada en absoluto. Quizá porque, más que joven, más bien era un candidato a adolescente.
La segunda vez que lo vi fue en Roma, en algún momento de abril de 1985. Yo estaba en la plaza de San Pedro y él salió a saludar, pero, si dijo algo, cosa que no recuerdo bien, debió ser en italiano y desde luego tampoco me impactó gran cosa.
Y la tercera, y última vez que lo vi, fue en Moscú. Y diréis, ¿cómo que en Moscú, si Juan Pablo II no pisó Moscú en toda su vida? Y es cierto, no la pisó nunca, pero «apareció» por aquí en el momento álgido de cabreo entre la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa, o más bien de la Iglesia Ortodoxa hacia la Católica.
Fue el 2 de marzo de 2002. El 11 de febrero anterior Roma había dado la campanada y elevó al rango de obispados las administraciones apostólicas que existían hasta entonces, provocando el cabreo de la Iglesia Ortodoxa Rusa, que se sintió invadida por un aluvión de proselitismo occidental.
Juan Pablo II había estado intentando desde hacía años un viaje a Rusia, encontrándose con un nones por parte de las autoridades ortodoxas rusas, que se escudaban para no invitarlo en las rencillas existentes, encendidas por muchos motivos, todos ellos impropios de cristianos. El caso es que sin el consentimiento del patriarca Alejo II, que, como ya he escrito alguna vez, era un señor no mucho menos nacionalista que Arzallus y Carod juntos, las autoridades rusas no acababan de invitar al Papa, y Alejo II estaba bastante lejos de dar ese consentimiento.
Sin embargo, Juan Pablo II consiguió dar esquinazo a las autoridades rusas y, de paso, a Alejo II. El 2 de marzo de 2002 tuvo lugar el «Telemost», que no sé cómo traducirían en otras lenguas («Most» quiere decir «puente»), pero se trataba de un encuentro de oración compartida en seis lugares al mismo tiempo, transmitido por la señal de Radio Vaticano desde Roma, con Juan Pablo II en directo.
En la catedral de Moscú nos juntamos todos los que cupimos. Estaba de bote en bote. Delante del altar se logró instalar una pantalla enorme para seguir el acto tal y como tenía lugar en las otras sedes del «Telemost» (Roma, Viena, Estrasburgo, Budapest, Atenas y... ¡Valencia!). Oficialmente era un encuentro de estudiantes, y así puede que fuera en las otras ciudades, pero en Moscú había de todo. Yo, como estudiante que era, podía pretender cierta legitimidad, pero lo que había allí era gente que quería ver al Papa en Moscú, hablándoles a ellos. Y punto.
Juan Pablo II, para entonces, ya era una ruina física y apenas podía balbucir sus palabras con visible esfuerzo. Curiosamente, su mensaje me llamó mucho más la atención entonces que en las veces anteriores, en que estaba en bastante mejor forma. Para mí fue una sorpresa que hablara ruso tan bien como lo hacía. Y, así como en las otras ciudades todo el acto parecía encorsetado y ajeno a la menor espontaneidad, en Moscú el entusiasmo desbordaba las paredes de la Catedral.
En Viena me pareció que había poca gente y que eran muy serios, pero auténticos; en Estrasburgo me pareció muy bonito; de lo que dijeron en Budapest y Atenas no me enteré demasiado, supongo que por motivos de idioma.
Y lo de Valencia tiene comentario aparte. Jo, cuando vi la Basílica de la Virgen de los Desamparados me entró un cosquilleo de emoción, que se me pasó con los dos estudiantes que sacaron, supongo que del CEU San Pablo, que iban repeinados y con chaqueta y corbata. Parecían afiliados del PP de Castellón. Leyeron su intervención de cabo a rabo con cara de palo y sin el menor gesto de emoción. Joroba, es que parecía que hubieran cogido a los dos más pijos de la parroquia más pija de Valencia. No pude menos que hacer una mueca de desagrado recordando mis tiempos de activismo católico tradicional, pero incomprendido, con camisa de franela a cuadros y zapatillas de deporte.
En esto, el sonido desde Valencia pareció funcionar peor, como si algo estuviera sonando fuera de la Basílica. Probablemente yo era el único en la Catedral de Moscú que sabía que en Valencia estaba teniendo lugar la Cabalgata del Reino, justo antes de las fallas, y que por fuera de la Basílica estaban tirando petardos a diestro y siniestro.
Moscú fue mucho más emocionante. Había sido infinitamente más difícil organizar el acto, pasar los equipos de sonido por la aduana, montar el tinglado, y esas dificultades hacían valorar el acto mucho más. Un profesor universitario narró su testimonio y terminó pidiendo el Bautismo, y el propio arzobispo Kondrusewicz terminó agarrando el micrófono en una pose totalmente desgarbada y gritando al Papa «¡Le esperamos en Moscú!». El pijerío estaba tan lejos de aquellas paredes como cerca estaba el entusiasmo, y a todos nos pareció que Juan Pablo II nos miraba con una curiosidad especial.
Las cosas no quedaron así, y los meses siguientes vieron un contraataque por parte de las autoridades rusas y de la Iglesia Ortodoxa, pero ya el Papa había conseguido, de una manera u otra, dirigirse a los católicos de Moscú. Eso sí, las medidas anticatólicas que siguieron, y que, a Dios gracias, parecen cosa pasada, son otra historia, y como tal tendrá que esperar a su momento.
¿Otro músico acabado? El título me ha recordado a la serie.
ResponderEliminarAlgo de todo ese asunto se oyó por aquí, sí; siempre se ha dicho que en Rusia la iglesia ortodoxa está muy mimada por las autoridades (seguro que con Stalin eso no pasaba) y que no les mola nada la libre competencia...
ResponderEliminarOrayo, yo no lo oí cantar después, ciertamente.
ResponderEliminarArkadi, es un tema complejo donde los haya, que no da sólo para una serie, sino para una bitácora entera.
No sé a los ortodoxos, pero recuerdo que cabreó mucho a las autoridades rusas que a uno de los obispados le pusieron el nombre japonés de la isla de Sajalín. Dada la prudencia habitual con la que suele actuar la diplomacia vaticana, supongo que esa provocación sería intencionada.
ResponderEliminarSaludos