Al final, me dejé llevar por la tentación estética y, en lugar de sacar la foto del bullicioso, pero poco vistoso, mercado, la saqué del estanque situado justo enfrente y que fue teatro de mis escasos entrenamientos, rodeándolo una y otra vez, mientras viví por allí.
El mercado es lo que se ve al fondo y no ha cambiado demasiado en los últimos quince años, lo que lo convierte en una excepción entre los mercados moscovitas. A pesar de que la normativa municipal indica que en cada barrio de Moscú debe haber un mercado, la especulación urbanística, que clama al cielo, los está haciendo desaparecer paulatinamente. El otro factor que les está dando la puntilla es la normativa que impide que los extranjeros puedan trabajar en ellos, cuando eran precisamente ellos los que los hacían funcionar. Y, como pocos rusos quieren hacerlo, porque es un trabajo durísimo y mal pagado, el resultado es que los mercados se van hundiendo.
Éste todavía subsiste, ya veremos por cuánto tiempo. En los tiempos, no tan lejanos, en que en las tiendas rusas no había literalmente nada en las vitrinas, los mercados eran la única posibilidad de no morir de hambre, aunque la verdad es que mi modelo de mercado, cuando llegué aquí, era el Mercat Central de Valencia y éste, la verdad, no era lo mismo. Para empezar, todos los tenderos, pero todos, eran azerbaiyanos; todos te perseguían para que les compraras algo; había que regatear, cosa que entonces detestaba (y no creáis que ahora me gusta mucho) y siempre salías de allí con la sensación de que te habían timado.
¡Y cómo olía! Recuerdo pasar por la sección de carnes y ver al caucasiano tratando de convencerme colocando un trozo de carne con moscas en su mano (y no me voy a extender sobre la limpieza de su mano), y diciendo "¡Toque! ¡Toque! ¡Mire qué carne más buena!", mientras yo lo miraba con cara de preguntarle si no estaba de coña, y dudando mucho de que el tendero tuviera el carné de manipulador de alimentos. Como que no.
Pero lo mejor eran los huevos. Casi nunca había. Patatas, había; cebollas, también; pero para hacer la tortilla de patatas hacen falta huevos, y allí no había manera de encontrarlos. Yo iba a mi vecina y le preguntaba:
- ¿No hay huevos? (Нет яйц?)
Y mi vecina se encogía de hombros y decía:
- Дефицит... ("Déficit" es la transcripción. La traducción es "Hay escasez", pero en este caso, excepcionalmente, la transcripción es mucho más expresiva)
Uno se pasaba el rato merodeando por el mercado, cuando de repente llegaba un camión del koljós, cargadito de huevos. Enseguida, una multitud se ponía delante a hacer cola. En aquel tiempo, estar delante en la cola era una cuestión de comer o no comer, de manera que la cola era de todo menos civilizada, y claro, la gente luego ya se ha acostumbrado a buscarse la vida pasando de la solidaridad. Casi todo el mundo tenía unas hueveras de plástico estupendas, porque no creáis que en el camión venían los huevos en hueveritas de media docena o de docena, no. En el camión te vendían los huevos, pero el recipiente lo ponías tú. El primer día, que iba desprevenido, no tenía huevera ni nada de nada y tuve que ir con diez huevos en las manos, porque menos no te vendían, haciendo equilibrios sobre el hielo después de haberme pasado media hora haciendo cola a quince grados bajo cero. No hice la tortilla antes de tiempo de puro milagro.
No sé. Lo extraño es que tenga buenos recuerdos de esa época. Ahora hay supermercados estupendos, grandes superficies a las afueras, puedes comprar carne de confianza, todos los huevos que quieras y además te los sirven perfectamente empaquetados... pero no es lo mismo. Alguna vez he pensado que echar de menos los tiempos de la escasez es masoquismo en estado puro, pero posiblemente lo que echo de menos no es la escasez en sí, sino la sensación de incertidumbre y, sobre todo, la alegría que me llevaba con cada pequeño triunfo. Como comprar huevos. Hoy, comprar huevos, o lo que sea, no me produce especial alegría ¿Qué mérito tiene acercarse, tomarlos, y pagarlos? Hoy, poco; pero entonces, cuando lo conseguía, salía de la cola con una sonrisa de oreja a oreja, llamaba a los amigos y les invitaba a tortilla.
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
miércoles, 30 de julio de 2008
lunes, 28 de julio de 2008
Un paseo nostálgico
Esto de estar de rodríguez permite hacer cosillas que de ordinario no son posibles. Yo ya sé que el estereotipo de los rodríguez consiste en irse de farra por ahí aprovechando que nadie controla, o en zamparse todas las películas de vaqueros que ponen por la tele mientras se cena un bocata rápido, pero a mí no me programaron para ir de farra y en Rusia no pasan películas de vaqueros por la tele, así que el sábado por la mañana me levanté, eso sí, más tarde que de costumbre, y decidí tomar la bicicleta e irme de visita a la que fue mi residencia durante los años duros de los primeros noventa, a donde desde entonces no había vuelto. Lo más que había hecho había sido pasar cerca, camino del aeropuerto, y ver cómo había quedado la estatua de Thälmann.
Como buen ciclista, busco los momentos y lugares en que los coches estorben menos. Y pensé que hacia el mediodía apenas habría tránsito, pero no. En Moscú hay tránsito siempre. Además, Moscú tiene muy mala pata, porque entre ríos, canales y vías de tren, hay un montón de obstáculos que dividen a la ciudad en partes relativamente aisladas, y los puentes y túneles tienen unos sentidos del tráfico bastante mareantes. Al jaleo hubo que añadir que, inesperadamente para mí, el Zenit de San Petersburgo jugaba contra el Dinamo de Moscú, y que mi camino pasaba precisa e irremediablemente por delante del estadio, que estaba acordonado por la policía, el ejército y los omones (que son unos mastuerzos no demasiado amistosos equivalentes a los GEO españoles). Aquí, con el fútbol, no bromean. El partido era por la tarde, pero varias horas antes del mismo había un dispositivo de seguridad que más parecía que fueran a celebrar una cumbre del G-8. El caso es que fui esquivando aquello como pude y ya me vi en la zona que había sido teatro de mis operaciones.
Yo la recordaba gris y sucia, supongo que porque la primera impresión, que es la que se queda más grabada, había tenido lugar a finales de enero, casi sin luz natural, y con el desastroso alumbrado público de aquellos años. El sábado, sin embargo, hacía un día estupendo, soleado, con temporatura agradable, y todo estaba verde y florido.
De momento me dirigí a la que había sido mi casa, pero efectivamente hay cosas que han cambiado. Los vecinos han debido ponerse de acuerdo (y eso sí que es una novedad), y en este tiempo han cerrado a cal y canto la puerta de entrada al patio interior e instalado un telefonillo con combinación. Lástima, porque me hubiera gustado sacar una foto del elemento distintivo del patio interior, una estatua de un pionero partisano en actitud combativa que mis amigos, jocosamente, llamaban "monumento a los niños tirando piedras".
Me resultó chocante encontrarme allá delante, sin poder pasar. Después de todo, aquélla había sido mi casa durante año y medio, a la que había entrado sin el menor problema, y he aquí que la verja cerrada me recordaba que yo ya no pertenecía a aquel lugar.
La verdad es que la casa la recuerdo con cariño. No era la típica casa construida aprisa y corriendo en los años sesenta (las "jruschyovkas"), sino que se trataba de una construcción de calidad. Mi casera, una mujer encantadora, insistía en que la habían construido prisioneros de guerra alemanes. Y remarcaba lo de alemanes. Ya nos hemos ocupado de las complicadas relaciones entre rusos y alemanes. Los rusos, cierto, no son amigos de los alemanes, pero reconocen que lo que hacen los alemanes está bien hecho y lo ponen por las nubes. De hecho, Alemania es el primer exportador a Rusia desde hace mucho tiempo.
Di la vuelta por fuera y alcancé a ver el que fue mi balcón. Casi todos los vecinos habían optado por cerrarlo y ganar terreno, pero mi casera no lo había hecho, ni había cambiado las ventanas. Y yo creo que hizo bien. El piso, en aquel entonces, estaba impecable, a diferencia del de los vecinos de rellano, un nido de detritus que me obligó a no cejar nunca en la lucha contra todo tipo de insectos, y tampoco hubiera ganado mucho haciendo una obra innecesaria.
Con una sonrisa, me di la vuelta, pero, antes de volver a la que ahora es mi casa, decidí pasar por mi lugar de aprovisionamiento en aquellos difíciles años, en que lo difícil era, precisamente, el aprovisionamiento: el mercado Leningradsky.
Pero de eso ya escribiré mañana, que hoy ya le he dado bastante a la tecla.
Como buen ciclista, busco los momentos y lugares en que los coches estorben menos. Y pensé que hacia el mediodía apenas habría tránsito, pero no. En Moscú hay tránsito siempre. Además, Moscú tiene muy mala pata, porque entre ríos, canales y vías de tren, hay un montón de obstáculos que dividen a la ciudad en partes relativamente aisladas, y los puentes y túneles tienen unos sentidos del tráfico bastante mareantes. Al jaleo hubo que añadir que, inesperadamente para mí, el Zenit de San Petersburgo jugaba contra el Dinamo de Moscú, y que mi camino pasaba precisa e irremediablemente por delante del estadio, que estaba acordonado por la policía, el ejército y los omones (que son unos mastuerzos no demasiado amistosos equivalentes a los GEO españoles). Aquí, con el fútbol, no bromean. El partido era por la tarde, pero varias horas antes del mismo había un dispositivo de seguridad que más parecía que fueran a celebrar una cumbre del G-8. El caso es que fui esquivando aquello como pude y ya me vi en la zona que había sido teatro de mis operaciones.
Yo la recordaba gris y sucia, supongo que porque la primera impresión, que es la que se queda más grabada, había tenido lugar a finales de enero, casi sin luz natural, y con el desastroso alumbrado público de aquellos años. El sábado, sin embargo, hacía un día estupendo, soleado, con temporatura agradable, y todo estaba verde y florido.
De momento me dirigí a la que había sido mi casa, pero efectivamente hay cosas que han cambiado. Los vecinos han debido ponerse de acuerdo (y eso sí que es una novedad), y en este tiempo han cerrado a cal y canto la puerta de entrada al patio interior e instalado un telefonillo con combinación. Lástima, porque me hubiera gustado sacar una foto del elemento distintivo del patio interior, una estatua de un pionero partisano en actitud combativa que mis amigos, jocosamente, llamaban "monumento a los niños tirando piedras".
Me resultó chocante encontrarme allá delante, sin poder pasar. Después de todo, aquélla había sido mi casa durante año y medio, a la que había entrado sin el menor problema, y he aquí que la verja cerrada me recordaba que yo ya no pertenecía a aquel lugar.
La verdad es que la casa la recuerdo con cariño. No era la típica casa construida aprisa y corriendo en los años sesenta (las "jruschyovkas"), sino que se trataba de una construcción de calidad. Mi casera, una mujer encantadora, insistía en que la habían construido prisioneros de guerra alemanes. Y remarcaba lo de alemanes. Ya nos hemos ocupado de las complicadas relaciones entre rusos y alemanes. Los rusos, cierto, no son amigos de los alemanes, pero reconocen que lo que hacen los alemanes está bien hecho y lo ponen por las nubes. De hecho, Alemania es el primer exportador a Rusia desde hace mucho tiempo.
Di la vuelta por fuera y alcancé a ver el que fue mi balcón. Casi todos los vecinos habían optado por cerrarlo y ganar terreno, pero mi casera no lo había hecho, ni había cambiado las ventanas. Y yo creo que hizo bien. El piso, en aquel entonces, estaba impecable, a diferencia del de los vecinos de rellano, un nido de detritus que me obligó a no cejar nunca en la lucha contra todo tipo de insectos, y tampoco hubiera ganado mucho haciendo una obra innecesaria.
Con una sonrisa, me di la vuelta, pero, antes de volver a la que ahora es mi casa, decidí pasar por mi lugar de aprovisionamiento en aquellos difíciles años, en que lo difícil era, precisamente, el aprovisionamiento: el mercado Leningradsky.
Pero de eso ya escribiré mañana, que hoy ya le he dado bastante a la tecla.
viernes, 25 de julio de 2008
Atención médica
En España, un extranjero cae enfermo y no tiene más que presentarse en los servicios de urgencias de un hospital, donde le preguntarán si está de alta en la Seguridad Social, pero, si no lo está, aunque los responsables tuerzan un poco el gesto, le atenderán debidamente y harán todo lo posible por curarle. De los sistemas de sanidad pública que conozco (y conozco, por ejemplo, el alemán), el español, de atención médica universal, es el que más me gusta, y que quede claro que no es chauvinismo. Por cierto, al extranjero del ejemplo no le cobrarán un duro.
Aquí, no.
En Rusia, para un extranjero, caer enfermo es un problema de los gordos, incluso si trabaja y está de alta en la Seguridad Social. La sanidad pública es como para echarse a temblar. Los médicos, pésimamente pagados (incluso peor que los españoles, que ya es decir), son de una calidad razonable, pero las instalaciones dan muchísimo que pensar. En el par de ocasiones que he ido a visitar a enfermos al hospital donde estaban internados, he tenido oportunidad de ver auténticos vertederos dentro del recinto del hospital y hasta a alguna rata corretear por entre las basuras. Y, al bajar por la escalera, he llegado a ver que en algunas repisas, que sólo se ven desde arriba, los servicios de limpieza habían amontonado basuras, como quien las mete debajo de las alfombras.
Si no estás en la Seguridad Social rusa (la normativa rusa permite que los trabajadores extranjeros opten por la Seguridad Social de su país de origen, lo cual es una opción, obviamente, bastante popular), la cosa se complica más. En teoría, en ese caso lo único gratuito es la llamada "skoraya", que podría traducirse por servicios de urgencia, pero que más bien son las acciones básicas, realizadas por una unidad ambulatoria, para que el enfermo no se quede en el sitio. Todo lo que no sea eso se tiene que pagar a tocateja y por adelantado, así estés delirando de fiebre o con espasmos de angustia. Y no mola, claro, pensar cuando te evacúan medio muerto en ambulancia que te tienes que llevar un fortunón en rublos para hacer frente a los gastos, porque, de lo contrario, se siente. En los servicios médicos públicos no saben qué es eso de las tarjetas de crédito y no aceptan otra cosa que los billetes del Banco Central de Rusia; así que, por si las moscas, más vale tener el calcetín lleno.
Puestos a pagar, el común de los guiris opta por el sector médico privado, cosa comprensible. Los médicos están mejor pagados, con lo que su calidad y motivación aumenta, y las clínicas están limpias. Buena parte de las empresas moscovitas comprende la situación e incluye un seguro privado entre los incentivos laborales.
En mi caso, el seguro es bastante incómodo. Tengo elección de médico (y eso es muy importante), pero tengo que adelantar el dinero (y eso es una lata) y luego, para recuperarlo, tengo que realizar un proceso burocrático bastante tedioso (y eso es una tortura) que intento aplazar lo que puedo, pero que, si quiero la pasta, tengo que llevar a cabo.
La mayoría de los guiris pasa de las clínicas privadas rusas, porque los médicos rusos hablan muy bien el ruso, sí, pero su don de lenguas acaba allí y el de un buen número de extranjeros tampoco abarca el ruso, al menos para explicar al galeno qué le duele a uno, así que las clínicas extranjeras, que son más caras que el sueldo de mi jefe, están ganando adeptos. La más cercana a mi casa es el Centro Médico Europeo; cuando llegué, la mayoría de los médicos eran franceses; las dos últimas veces que he ido más bien estoy por pensar que eran israelitas.
El caso es que yo pensaba que los médicos de ese Centro eran escogidos porque hablaban inglés y francés y mucho menos por sus cualidades profesionales. Incluso he sabido de algunas pifias en sus diagnósticos bastante peliagudas, y de alguna contratación realmente polémica. Pero la última vez que fui ya me di cuenta que había un montón de rusos y, para mi sorpresa, encontré allí, en la sala de espera, a Alexey Savrásenko, que la mayoría de vosotros no sabréis quién es, pero que resulta que es el pívot titular del CSKA de Moscú. Y, digo yo, si el mismísimo CSKA de Moscú, campeón de Europa de baloncesto y equipo con mayor presupuesto del continente, envía a sus jugadores al Centro Médico Europeo, pues será que últimamente a los médicos ya los eligen con criterios más profesionales, aunque sigan hablando idiomas.
Como comprenderéis, toda la parrafada de arriba viene porque me encuentro tirando a pocho desde hace un par de días y me molestaría mucho caer enfermo justo antes del punto álgido de la temporada de carreras populares en Valencia... y de mis vacaciones, así que estoy deshojando la margarita sobre si ir a la clínica rusa privada de toda la vida (la de la foto de arriba) y contar mis penas en ruso o al Centro Médico ése de marras y ver qué tal me salen los lamentos en inglés o francés. A ver por cuál me decido.
Aquí, no.
En Rusia, para un extranjero, caer enfermo es un problema de los gordos, incluso si trabaja y está de alta en la Seguridad Social. La sanidad pública es como para echarse a temblar. Los médicos, pésimamente pagados (incluso peor que los españoles, que ya es decir), son de una calidad razonable, pero las instalaciones dan muchísimo que pensar. En el par de ocasiones que he ido a visitar a enfermos al hospital donde estaban internados, he tenido oportunidad de ver auténticos vertederos dentro del recinto del hospital y hasta a alguna rata corretear por entre las basuras. Y, al bajar por la escalera, he llegado a ver que en algunas repisas, que sólo se ven desde arriba, los servicios de limpieza habían amontonado basuras, como quien las mete debajo de las alfombras.
Si no estás en la Seguridad Social rusa (la normativa rusa permite que los trabajadores extranjeros opten por la Seguridad Social de su país de origen, lo cual es una opción, obviamente, bastante popular), la cosa se complica más. En teoría, en ese caso lo único gratuito es la llamada "skoraya", que podría traducirse por servicios de urgencia, pero que más bien son las acciones básicas, realizadas por una unidad ambulatoria, para que el enfermo no se quede en el sitio. Todo lo que no sea eso se tiene que pagar a tocateja y por adelantado, así estés delirando de fiebre o con espasmos de angustia. Y no mola, claro, pensar cuando te evacúan medio muerto en ambulancia que te tienes que llevar un fortunón en rublos para hacer frente a los gastos, porque, de lo contrario, se siente. En los servicios médicos públicos no saben qué es eso de las tarjetas de crédito y no aceptan otra cosa que los billetes del Banco Central de Rusia; así que, por si las moscas, más vale tener el calcetín lleno.
Puestos a pagar, el común de los guiris opta por el sector médico privado, cosa comprensible. Los médicos están mejor pagados, con lo que su calidad y motivación aumenta, y las clínicas están limpias. Buena parte de las empresas moscovitas comprende la situación e incluye un seguro privado entre los incentivos laborales.
En mi caso, el seguro es bastante incómodo. Tengo elección de médico (y eso es muy importante), pero tengo que adelantar el dinero (y eso es una lata) y luego, para recuperarlo, tengo que realizar un proceso burocrático bastante tedioso (y eso es una tortura) que intento aplazar lo que puedo, pero que, si quiero la pasta, tengo que llevar a cabo.
La mayoría de los guiris pasa de las clínicas privadas rusas, porque los médicos rusos hablan muy bien el ruso, sí, pero su don de lenguas acaba allí y el de un buen número de extranjeros tampoco abarca el ruso, al menos para explicar al galeno qué le duele a uno, así que las clínicas extranjeras, que son más caras que el sueldo de mi jefe, están ganando adeptos. La más cercana a mi casa es el Centro Médico Europeo; cuando llegué, la mayoría de los médicos eran franceses; las dos últimas veces que he ido más bien estoy por pensar que eran israelitas.
El caso es que yo pensaba que los médicos de ese Centro eran escogidos porque hablaban inglés y francés y mucho menos por sus cualidades profesionales. Incluso he sabido de algunas pifias en sus diagnósticos bastante peliagudas, y de alguna contratación realmente polémica. Pero la última vez que fui ya me di cuenta que había un montón de rusos y, para mi sorpresa, encontré allí, en la sala de espera, a Alexey Savrásenko, que la mayoría de vosotros no sabréis quién es, pero que resulta que es el pívot titular del CSKA de Moscú. Y, digo yo, si el mismísimo CSKA de Moscú, campeón de Europa de baloncesto y equipo con mayor presupuesto del continente, envía a sus jugadores al Centro Médico Europeo, pues será que últimamente a los médicos ya los eligen con criterios más profesionales, aunque sigan hablando idiomas.
Como comprenderéis, toda la parrafada de arriba viene porque me encuentro tirando a pocho desde hace un par de días y me molestaría mucho caer enfermo justo antes del punto álgido de la temporada de carreras populares en Valencia... y de mis vacaciones, así que estoy deshojando la margarita sobre si ir a la clínica rusa privada de toda la vida (la de la foto de arriba) y contar mis penas en ruso o al Centro Médico ése de marras y ver qué tal me salen los lamentos en inglés o francés. A ver por cuál me decido.
miércoles, 23 de julio de 2008
Alerta
¡Alerta roja! ¡Los peores augurios se confirman! ¡Moscú ha sido designada como sede de la próxima edición de Eurovisión! ¡Éramos mil y parió la abuela!
Sí, hijos, sí. El próximo 16 de mayo hay que hacer todo lo posible para escapar de Moscú como sea. Astutamente, Putin, que es de San Petersburgo, ha decidido ahorrar a su ciudad natal el oprobio de albergar el concurso de frikis vulgarmente conocido como Eurovisión y ha decidido que sea Moscú quien pague el pato. Como ya sabemos, todo cantante que actúa en Moscú se convierte automáticamente en un artista acabado, así que no quiero ni imaginarme la de cementerios de elefantes que se pueden llenar el año que viene: actuando en Moscú y, por si fuera poco, en Eurovisión.
Desde esta humilde atalaya, pido a quien tenga el poder de designar al participante español que, si es posible, no designe a nadie. No tenemos derecho a agriar la vida de ninguna joven promesa española, que no levantará cabeza después de esto. No. Pero, si alguien ha de pasar por el cáliz éste, que sea alguien que ya esté acabado y que no tenga nada que perder. Julio Iglesias es el ejemplo más evidente, pero también me valdría Marujita Díaz, la Pantoja, Raphael... ¿por qué hemos de arruinar la vida de nadie, pudiendo enviar a estos artistas que ya están claramente acab... consagrados?
Pero no. Me imagino que quienquiera que envíen a participar a este engendro con la banderita rojigualda al lado será un friki bujarrón que irá resbalando con el aceite que pierde. Me temo que es la moda. Pues, como lo pille el alcalde Luzhkov, se va a enterar, que con ése no valen las bromitas.
Yo, por si acaso, voy a ir preparando desde ahora mismito una fuga para ese fin de semana. Menos mal que Putin, en su misericordia, nos avisa con tiempo, que, si no, luego, todo son prisas.
Sí, hijos, sí. El próximo 16 de mayo hay que hacer todo lo posible para escapar de Moscú como sea. Astutamente, Putin, que es de San Petersburgo, ha decidido ahorrar a su ciudad natal el oprobio de albergar el concurso de frikis vulgarmente conocido como Eurovisión y ha decidido que sea Moscú quien pague el pato. Como ya sabemos, todo cantante que actúa en Moscú se convierte automáticamente en un artista acabado, así que no quiero ni imaginarme la de cementerios de elefantes que se pueden llenar el año que viene: actuando en Moscú y, por si fuera poco, en Eurovisión.
Desde esta humilde atalaya, pido a quien tenga el poder de designar al participante español que, si es posible, no designe a nadie. No tenemos derecho a agriar la vida de ninguna joven promesa española, que no levantará cabeza después de esto. No. Pero, si alguien ha de pasar por el cáliz éste, que sea alguien que ya esté acabado y que no tenga nada que perder. Julio Iglesias es el ejemplo más evidente, pero también me valdría Marujita Díaz, la Pantoja, Raphael... ¿por qué hemos de arruinar la vida de nadie, pudiendo enviar a estos artistas que ya están claramente acab... consagrados?
Pero no. Me imagino que quienquiera que envíen a participar a este engendro con la banderita rojigualda al lado será un friki bujarrón que irá resbalando con el aceite que pierde. Me temo que es la moda. Pues, como lo pille el alcalde Luzhkov, se va a enterar, que con ése no valen las bromitas.
Yo, por si acaso, voy a ir preparando desde ahora mismito una fuga para ese fin de semana. Menos mal que Putin, en su misericordia, nos avisa con tiempo, que, si no, luego, todo son prisas.
lunes, 21 de julio de 2008
Y rusos en Alemania: Andrei Vlásov.
Desde que Ibirr... estooo Iberia ha tomado la decisión de ahorrar a base de vender más billetes y apretujar un poco todas las filas de asientos, los viajes nocturnos a Moscú son una tortura todavía mayor de la que ya de por sí promete el horario. En una palabra, que estoy baldado y pidiendo la hora; de hecho, a estas horas no me atrevo ni a trabajar en algo serio, no vaya a meter la pata, con lo que, para hacer como que trabajo, no me queda más remedio que escribir una entrada larga y tendida, que engaña mucho al personal. Ahí va.
En entradas recientes estuvimos viendo una miniserie sobre algunos alemanes escogidos, más bien rojetes, en Rusia. Si exceptuamos a los rojetes, los demás alemanes que anduvieron por Rusia entre 1941 y 1945 (o más bien 1944) se portaron en general bastante mal, por no escribir alguna expresión más fuerte. Asesinaron, saquearon, violaron, mutilaron, deportaron... vamos, poco menos que hicieron todas las salvajadas a las que les dio tiempo.
Por eso es sorprendente que hubiera rusos que colaborasen activamente con los ocupantes nazis. Hubo algún que otro blanco, superviviente de la guerra civil de 1918-1920 (ó 1922, que fue cuando terminó del todo), como los generales Shkuró o Krasnov, pero también hubo un rojo destacado: el general Andrei Vlásov. En los años posteriores a 1945, en la Unión Soviética pronunciar su nombre era tanto como para nosotros el de Judas, el paradigma de traidor. Veamos brevemente por qué.
Como veis en la foto de arriba (sí, es él), Andrei Vlásov era más feo que picio. Eso no le impidió un ascenso bastante rápido en el Ejército Rojo, en el que sirvió desde 1920. En la época de las purgas estalinistas había básicamente dos posibilidades: la primera era que fueras (o no, pero daba igual) un traidor a la Revolución y que te convenciesen a base de tortura y tentetieso para que admitieses tu culpa, después de lo cual, si tenías suerte, te mataban y, si no tenías suerte, te mandaban a un campo de prisioneros o directamente desaparecías.
Las purgas se cebaron especialmente en el Ejército Rojo, lo cual fomentaba la segunda posibilidad: que te ascendieran. Claro, como los purgados iban dejando muchos huecos en el escalafón, las posibilidades de ascenso eran bastante grandes. También lo eran las de acompañar a los antecesores en su destino posterior, pero Vlásov tuvo la suerte de que empezó a ocupar puestos relevantes justamente cuando Stalin se fue dando cuenta de que si seguía purgando se iba a quedar directamente sin ejército, así que, en 1940, ya en guerra, fue ascendido a general, sin haber cumplido aún los cuarenta años. También había que considerar que el principio de la guerra era un buen momento para ascender, ya que los alemanes habían pillado prisioneros a un buen puñado de oficiales, a los que había que reemplazar.
Finalmente, a Vlásov también lo pillaron los alemanes en el frente noroeste, después de que coparan a todas fuerzas a su mando y lo encontraran muerto de hambre en un pajar. Nada menos que, entre otros, el conde Von Stauffenberg, que luego se haría famoso por el atentado contra Hitler de 1944, le convenció de que se pasara a los nazis. Y se pasó. El hombre pronunciaba discursos en las zonas ocupadas más o menos como el siguiente:
- ¿Quéreis ser esclavos de los alemanes? - preguntaba a los que iban a escucharlo.
- ¡No! - respondían éstos (¡No te joroba!)
- Yo tampoco -concluía Vlásov-. Pero ahora nos ayudan a librarnos de la tiranía bolchevique, de manera que debemos ayudarles a ellos a combatir a Stalin.
No se puede decir que tuviera mucho éxito, porque la tiranía bolchevique sería peliaguda, vale, pero la de los nazis amenazaba con ser bastante peor, que ya es decir, así que no consiguió nada entre la población civil. Le fue mejor entre los millones de prisioneros soviéticos que se hacinaban en condiciones espantosas en los campos alemanes, y hasta consiguió reclutar un ejército razonablemente coqueto, que se llamo Ejército Ruso de Liberación (ROA, en sus siglas rusas). Los alemanes, en cambio, no se fiaban un pelo de ellos, hasta el punto de que no les dejaron entrar en campaña como unidad autónoma hasta bien entrado 1945, cuando las cosas estaban para el Reich más feas que el propio Vlásov. Hay que decir que los alemanes tenían algo de razón cuando desconfiaban del ROA, porque lo destinaron a cooperar con unidades de las SS en la defensa de Praga, a principios de mayo de 1945, y el ROA, a la que vio cómo iban las cosas, se dio la vuelta y empezó a disparar contrar los soldados de las SS, que debieron mosquearse lo suyo cuando vieron que les atacaban soldados con uniforme alemán.
En todo caso, este cambio de chaqueta en vísperas de la rendición del Reich no les valió las simpatías de nadie. Los miembros del ROA, que sabían lo que les esperaba si caían en manos del Ejército Rojo, pusieron pies en polvorosa hacia la zona ocupada por las potencias occidentales, y bastantes lograron entregarse prisioneros a ellos, pero los aliados los entregaron sin excepción (salvo alguno que consiguió camuflarse) al mando soviético, que les dio el destino que puede imaginarse.
Vlásov no tuvo tiempo siquiera de entregarse, y fue capturado por los soviéticos el 12 de mayo de 1945 cuando intentaba dirigirse hacia el Oeste. Después de un proceso relativamente prolongado para los usos del país, fue ahorcado al año siguiente.
Es difícil juzgar a Vlásov de una manera totalmente unívoca. Entre la gran mayoría de los rusos el juicio está clarísimo: es un traidor y punto, aunque ciertamente no es un tema recurrente, así que cabe la posibilidad de que a muchos, sobre todo jóvenes, les pronuncien el nombre de Vlásov y se queden tal cual. Él se escudaba en que las condiciones de los prisioneros rusos en los campos alemanes eran lamentables, cosa en que le podemos creer tranquilamente, porque es conocido que los campos nazis no eran precisamente colonias de vacaciones.
Y, sin embargo, también hay posiciones revisionistas. Hace unos años, una organización tradicionalista intentó rehabilitarlo sin éxito. Y mi amigo Herbert (ya sabéis que todos los alemanes que aparecen por aquí se llaman Herbert) opina que de traidor nada, y que Vlásov era un patriota de narices. Como él no está entre nosotros para poder juzgarle, cada cual pensará lo que quiera. En todo caso, os dejo un enlace (pero tendréis que saber ruso).
Y ahora me voy a dormir, que lo de Ibirria, directamente, no puede ser. Hasta la próxima.
En entradas recientes estuvimos viendo una miniserie sobre algunos alemanes escogidos, más bien rojetes, en Rusia. Si exceptuamos a los rojetes, los demás alemanes que anduvieron por Rusia entre 1941 y 1945 (o más bien 1944) se portaron en general bastante mal, por no escribir alguna expresión más fuerte. Asesinaron, saquearon, violaron, mutilaron, deportaron... vamos, poco menos que hicieron todas las salvajadas a las que les dio tiempo.
Por eso es sorprendente que hubiera rusos que colaborasen activamente con los ocupantes nazis. Hubo algún que otro blanco, superviviente de la guerra civil de 1918-1920 (ó 1922, que fue cuando terminó del todo), como los generales Shkuró o Krasnov, pero también hubo un rojo destacado: el general Andrei Vlásov. En los años posteriores a 1945, en la Unión Soviética pronunciar su nombre era tanto como para nosotros el de Judas, el paradigma de traidor. Veamos brevemente por qué.
Como veis en la foto de arriba (sí, es él), Andrei Vlásov era más feo que picio. Eso no le impidió un ascenso bastante rápido en el Ejército Rojo, en el que sirvió desde 1920. En la época de las purgas estalinistas había básicamente dos posibilidades: la primera era que fueras (o no, pero daba igual) un traidor a la Revolución y que te convenciesen a base de tortura y tentetieso para que admitieses tu culpa, después de lo cual, si tenías suerte, te mataban y, si no tenías suerte, te mandaban a un campo de prisioneros o directamente desaparecías.
Las purgas se cebaron especialmente en el Ejército Rojo, lo cual fomentaba la segunda posibilidad: que te ascendieran. Claro, como los purgados iban dejando muchos huecos en el escalafón, las posibilidades de ascenso eran bastante grandes. También lo eran las de acompañar a los antecesores en su destino posterior, pero Vlásov tuvo la suerte de que empezó a ocupar puestos relevantes justamente cuando Stalin se fue dando cuenta de que si seguía purgando se iba a quedar directamente sin ejército, así que, en 1940, ya en guerra, fue ascendido a general, sin haber cumplido aún los cuarenta años. También había que considerar que el principio de la guerra era un buen momento para ascender, ya que los alemanes habían pillado prisioneros a un buen puñado de oficiales, a los que había que reemplazar.
Finalmente, a Vlásov también lo pillaron los alemanes en el frente noroeste, después de que coparan a todas fuerzas a su mando y lo encontraran muerto de hambre en un pajar. Nada menos que, entre otros, el conde Von Stauffenberg, que luego se haría famoso por el atentado contra Hitler de 1944, le convenció de que se pasara a los nazis. Y se pasó. El hombre pronunciaba discursos en las zonas ocupadas más o menos como el siguiente:
- ¿Quéreis ser esclavos de los alemanes? - preguntaba a los que iban a escucharlo.
- ¡No! - respondían éstos (¡No te joroba!)
- Yo tampoco -concluía Vlásov-. Pero ahora nos ayudan a librarnos de la tiranía bolchevique, de manera que debemos ayudarles a ellos a combatir a Stalin.
No se puede decir que tuviera mucho éxito, porque la tiranía bolchevique sería peliaguda, vale, pero la de los nazis amenazaba con ser bastante peor, que ya es decir, así que no consiguió nada entre la población civil. Le fue mejor entre los millones de prisioneros soviéticos que se hacinaban en condiciones espantosas en los campos alemanes, y hasta consiguió reclutar un ejército razonablemente coqueto, que se llamo Ejército Ruso de Liberación (ROA, en sus siglas rusas). Los alemanes, en cambio, no se fiaban un pelo de ellos, hasta el punto de que no les dejaron entrar en campaña como unidad autónoma hasta bien entrado 1945, cuando las cosas estaban para el Reich más feas que el propio Vlásov. Hay que decir que los alemanes tenían algo de razón cuando desconfiaban del ROA, porque lo destinaron a cooperar con unidades de las SS en la defensa de Praga, a principios de mayo de 1945, y el ROA, a la que vio cómo iban las cosas, se dio la vuelta y empezó a disparar contrar los soldados de las SS, que debieron mosquearse lo suyo cuando vieron que les atacaban soldados con uniforme alemán.
En todo caso, este cambio de chaqueta en vísperas de la rendición del Reich no les valió las simpatías de nadie. Los miembros del ROA, que sabían lo que les esperaba si caían en manos del Ejército Rojo, pusieron pies en polvorosa hacia la zona ocupada por las potencias occidentales, y bastantes lograron entregarse prisioneros a ellos, pero los aliados los entregaron sin excepción (salvo alguno que consiguió camuflarse) al mando soviético, que les dio el destino que puede imaginarse.
Vlásov no tuvo tiempo siquiera de entregarse, y fue capturado por los soviéticos el 12 de mayo de 1945 cuando intentaba dirigirse hacia el Oeste. Después de un proceso relativamente prolongado para los usos del país, fue ahorcado al año siguiente.
Es difícil juzgar a Vlásov de una manera totalmente unívoca. Entre la gran mayoría de los rusos el juicio está clarísimo: es un traidor y punto, aunque ciertamente no es un tema recurrente, así que cabe la posibilidad de que a muchos, sobre todo jóvenes, les pronuncien el nombre de Vlásov y se queden tal cual. Él se escudaba en que las condiciones de los prisioneros rusos en los campos alemanes eran lamentables, cosa en que le podemos creer tranquilamente, porque es conocido que los campos nazis no eran precisamente colonias de vacaciones.
Y, sin embargo, también hay posiciones revisionistas. Hace unos años, una organización tradicionalista intentó rehabilitarlo sin éxito. Y mi amigo Herbert (ya sabéis que todos los alemanes que aparecen por aquí se llaman Herbert) opina que de traidor nada, y que Vlásov era un patriota de narices. Como él no está entre nosotros para poder juzgarle, cada cual pensará lo que quiera. En todo caso, os dejo un enlace (pero tendréis que saber ruso).
Y ahora me voy a dormir, que lo de Ibirria, directamente, no puede ser. Hasta la próxima.
viernes, 18 de julio de 2008
Artataka
Sedlex, sobrino de pro, está asistiendo durante unas semanas a un colegio de verano, junto con sus primos Abi, Ro y Ame, con el objeto, entre otros, de que mejore su castellano por el contacto con otros niños de su edad y que, de paso, se disimule el espantoso acento francés que se gasta de ordinario.
Sedlex es un niño despierto y de imaginación notable. Incluido en un taller de ajedrez, y enfrentado a la tarea de elaborar él mismo las piezas, las posibilidades que tenia le han parecido limitadas, así que ha decidido crear una nueva, diferente al rey, dama, torre, alfil, caballo y peón, que son sólo, por lo visto, para mediocres.
La pieza de Sedlex es la de la foto, que usa pasamontañas y se llama artataka. El artataka es duro de roer como él sólo. Entre Sedlex y un servidor hemos definido sus cualidades.
1. Aparece de súbito en cualquier casilla del tablero y cobra a las demás piezas el impuesto revolucionario.
2. Su objetivo no es dar mate, sino lograr la autodeterminación del flanco de dama.
3. Una vez cada quince jugadas puede convocar un referéndum entre los alfiles sobre la soberanía de cualquier diagonal.
4. Cuando el bando contrario ha capturado, por ejemplo, la dama adversaria, convoca a los peones a una manifestación con el lema "Andrea askatu".
5. A veces se come las piezas enemigas, pero también puede secuestrarlas y devolverlas al tablero previo pago de un rescate.
6. Cuando lo capturan, no se limita a quedarse tranquilo fuera del tablero, sino que organiza un colectivo de presos con las demás piezas y convocan huelgas de hambre periódicas.
Eso de momento. Seguiremos informando sobre la evolución de esta pieza, que promete hacer carrera rápida. Estamos estudiando sumergirla en calimocho durante varios días o incorporarle un altavoz para que cada dos jugadas le diga al jugador que lleve las negras "Beltzas zipaios".
Sedlex es un niño despierto y de imaginación notable. Incluido en un taller de ajedrez, y enfrentado a la tarea de elaborar él mismo las piezas, las posibilidades que tenia le han parecido limitadas, así que ha decidido crear una nueva, diferente al rey, dama, torre, alfil, caballo y peón, que son sólo, por lo visto, para mediocres.
La pieza de Sedlex es la de la foto, que usa pasamontañas y se llama artataka. El artataka es duro de roer como él sólo. Entre Sedlex y un servidor hemos definido sus cualidades.
1. Aparece de súbito en cualquier casilla del tablero y cobra a las demás piezas el impuesto revolucionario.
2. Su objetivo no es dar mate, sino lograr la autodeterminación del flanco de dama.
3. Una vez cada quince jugadas puede convocar un referéndum entre los alfiles sobre la soberanía de cualquier diagonal.
4. Cuando el bando contrario ha capturado, por ejemplo, la dama adversaria, convoca a los peones a una manifestación con el lema "Andrea askatu".
5. A veces se come las piezas enemigas, pero también puede secuestrarlas y devolverlas al tablero previo pago de un rescate.
6. Cuando lo capturan, no se limita a quedarse tranquilo fuera del tablero, sino que organiza un colectivo de presos con las demás piezas y convocan huelgas de hambre periódicas.
Eso de momento. Seguiremos informando sobre la evolución de esta pieza, que promete hacer carrera rápida. Estamos estudiando sumergirla en calimocho durante varios días o incorporarle un altavoz para que cada dos jugadas le diga al jugador que lleve las negras "Beltzas zipaios".
miércoles, 16 de julio de 2008
¿Por qué no te callas?
Los que conocen de qué pie cojeo saben de mi animadversión por el actual Jefe del Estado español. Sin embargo, he de reconocer que a veces algo de lo que hace o dice es aprovechable.
Así, por ejemplo, en esta época de viajes de avión, el viernes pasado volaba en Iberia con toda la tropa hacia Madrid. Los vuelos suelen traer situaciones conflictivas, y en todo caso entretenidas. En esta ocasión lo más destacable del viaje sucedió cuando nos trajeron la comida. Resulta que, a diferencia de Aeroflot, en que a los pasajeros de clase turista nos toca lidiar con cubiertos de plástico, en Iberia los cubiertos son de metal. Ro, que tenía hambre, en cuanto recibió la bandeja abrió la bolsita de los cubiertos y, abriendo mucho los ojos, se quedó mirando la cuchara.
- ¡Papá! - dijo poco menos que gritando - ¡Estas cucharas son iguales que unas que tenemos en casa!
Así, por ejemplo, en esta época de viajes de avión, el viernes pasado volaba en Iberia con toda la tropa hacia Madrid. Los vuelos suelen traer situaciones conflictivas, y en todo caso entretenidas. En esta ocasión lo más destacable del viaje sucedió cuando nos trajeron la comida. Resulta que, a diferencia de Aeroflot, en que a los pasajeros de clase turista nos toca lidiar con cubiertos de plástico, en Iberia los cubiertos son de metal. Ro, que tenía hambre, en cuanto recibió la bandeja abrió la bolsita de los cubiertos y, abriendo mucho los ojos, se quedó mirando la cuchara.
- ¡Papá! - dijo poco menos que gritando - ¡Estas cucharas son iguales que unas que tenemos en casa!
lunes, 14 de julio de 2008
Alemanes en Rusia (II): Thälmann
Les presento a Ernst Thälmann, que es el individuo ése de la estatua con el puño en alto y que también es el chico al que me refería al final de la entrada anterior. Thälmann fue un político alemán de entreguerras que destacó por varias cosas. Cronológicamente, la primera de ellas, como ya quedó dicho, consistió en viajar a Moscú con el fin de que que la Komintern le echara una manita para controlar el Partido Comunista Alemán, dirigido entonces por gente bastante díscola; la segunda consistió en ser un precursor de las tácticas Aznar - Anguita y de su pinza contra los socialistas. Así como Anguita y Aznar, cada uno aparentemente por su cuenta, le dieron mucha caña a los sociatas españoles, Thälmann sometió a los sociatas alemanes a una estopa inmisericorde. Y, como en el caso español, tal actitud contribuyó a erosionar a los sociatas, pero en beneficio no de los comunistas, sino del otro protagonista de la pinza. El otro protagonista de la pinza también, como Aznar, lucía bigote, pero lo malo es que atendía por Adolf Hitler, que se demostró sensiblemente más peligroso que el primero.
Finalmente, Thälmann fue el tercero en discordia en las elecciones presidenciales alemanas de 1932. Mientras los dos candidatos principales, el mariscal Hindemburg, apoyado, cosas veredes, por los sociatas, y el propio Hitler acaparaban todo el protagonismo, pocos recuerdan que había un tercer candidato, más rojo que un pimiento, que era el propio Thälmann y que, como quien no quiere la cosa, saco unos cinco millones de votos, que no está mal.
Cuando Hitler subió al poder en enero de 1933, la cosa se puso fea para los comunistas alemanes, a los que sólo les dio tiempo para montar un congreso rápido, que por cierto fue prohibido, y para pasar a la clandestinidad antes de que les empezaran a llover capones. Thälmann fue detenido pocos días después y enchironado acto seguido. Durante la guerra se pensó que intervendría en algún intercambio con los soviéticos, pero la nueva dirección del KPD, dirigida por un señor que luego se haría famoso y a quien ya hemos citado, Walter "Barba de Chivo" Ulbricht, no mostró demasiado entusiasmo por el canje. Finalmente, cuando Hitler, después del intento de golpe de Estado de 1944, acabó de desquiciarse del todo, si es que faltaba algo por desquiciarse, incluyó a Thälmann, olvidados los felices tiempos de la pinza, en los listados de clientes de los Exekutionskommandos de las SS. No obstante, para no dejar tanto rastro, la orden fue cumplida por un Transportkommando, allá a las afueras de Buchenwald.
En 1986 se celebró el centenario del nacimiento de Thälmann, y los fastos del mismo incluyeron la construcción de una estatua en su honor en la entonces Meca del proletariado mundial, Moscú, claro. La foto del día de la inauguración la tenéis en la entrada anterior, con discurso incluido de Erich Honecker y, aunque no os lo creáis, el sitio de las dos fotos es el mismo, justo al lado de la estación de metro "Aeroport". Y es yo vivía, en tiempos, muy cerquita de allí, antes de que aparecieran todas esas tiendas que veis. La plaza, y concretamente el pedestal del monumento, era un punto de reunión de los estudiantes de los institutos universitarios vecinos y, dicho sea de paso, un lugar de cine para ligar al aire libre. Vamos, si no fuera porque me consta que esto lo lee mi mujer, incluso daría detalles.
Cuando, tras algunos años, camino del aeropuerto, volví a pasar por allí, vi una imagen parecida a la de la foto que ilustra esta entrada y se me cayó el alma al suelo. El lugar salvaje de socialización intensa a los pies del ilustre revolucionario alemán se había convertido en un templo del consumismo más despiadado. El único que seguía allí era Thälmann, un poco fuera de lugar con su puño en alto, pero mucho me temo que toda la magia que tenía la plaza en los primeros años noventa ha desaparecido para siempre.
Cada vez que paso por allí, pienso que ya va siendo hora de volver a visitar el barrio y ver cómo han cambiado los sitios que constituyeron mi entorno durante un año y medio de los primeros noventa. Como siempre, entonces tenía la impresión de que las estaba pasando canutas, pero cuando pasa el tiempo uno suele acordarse de los buenos momentos, que también los hubo. A ver si la semana que viene paso por allí y recuerdo viejas rencillas.
Finalmente, Thälmann fue el tercero en discordia en las elecciones presidenciales alemanas de 1932. Mientras los dos candidatos principales, el mariscal Hindemburg, apoyado, cosas veredes, por los sociatas, y el propio Hitler acaparaban todo el protagonismo, pocos recuerdan que había un tercer candidato, más rojo que un pimiento, que era el propio Thälmann y que, como quien no quiere la cosa, saco unos cinco millones de votos, que no está mal.
Cuando Hitler subió al poder en enero de 1933, la cosa se puso fea para los comunistas alemanes, a los que sólo les dio tiempo para montar un congreso rápido, que por cierto fue prohibido, y para pasar a la clandestinidad antes de que les empezaran a llover capones. Thälmann fue detenido pocos días después y enchironado acto seguido. Durante la guerra se pensó que intervendría en algún intercambio con los soviéticos, pero la nueva dirección del KPD, dirigida por un señor que luego se haría famoso y a quien ya hemos citado, Walter "Barba de Chivo" Ulbricht, no mostró demasiado entusiasmo por el canje. Finalmente, cuando Hitler, después del intento de golpe de Estado de 1944, acabó de desquiciarse del todo, si es que faltaba algo por desquiciarse, incluyó a Thälmann, olvidados los felices tiempos de la pinza, en los listados de clientes de los Exekutionskommandos de las SS. No obstante, para no dejar tanto rastro, la orden fue cumplida por un Transportkommando, allá a las afueras de Buchenwald.
En 1986 se celebró el centenario del nacimiento de Thälmann, y los fastos del mismo incluyeron la construcción de una estatua en su honor en la entonces Meca del proletariado mundial, Moscú, claro. La foto del día de la inauguración la tenéis en la entrada anterior, con discurso incluido de Erich Honecker y, aunque no os lo creáis, el sitio de las dos fotos es el mismo, justo al lado de la estación de metro "Aeroport". Y es yo vivía, en tiempos, muy cerquita de allí, antes de que aparecieran todas esas tiendas que veis. La plaza, y concretamente el pedestal del monumento, era un punto de reunión de los estudiantes de los institutos universitarios vecinos y, dicho sea de paso, un lugar de cine para ligar al aire libre. Vamos, si no fuera porque me consta que esto lo lee mi mujer, incluso daría detalles.
Cuando, tras algunos años, camino del aeropuerto, volví a pasar por allí, vi una imagen parecida a la de la foto que ilustra esta entrada y se me cayó el alma al suelo. El lugar salvaje de socialización intensa a los pies del ilustre revolucionario alemán se había convertido en un templo del consumismo más despiadado. El único que seguía allí era Thälmann, un poco fuera de lugar con su puño en alto, pero mucho me temo que toda la magia que tenía la plaza en los primeros años noventa ha desaparecido para siempre.
Cada vez que paso por allí, pienso que ya va siendo hora de volver a visitar el barrio y ver cómo han cambiado los sitios que constituyeron mi entorno durante un año y medio de los primeros noventa. Como siempre, entonces tenía la impresión de que las estaba pasando canutas, pero cuando pasa el tiempo uno suele acordarse de los buenos momentos, que también los hubo. A ver si la semana que viene paso por allí y recuerdo viejas rencillas.
viernes, 11 de julio de 2008
Alemanes en Rusia (I): Honecker
La relación de los alemanes y de los rusos siempre ha sido tormentosa. Los alemanes tienen la tendencia a considerar a los rusos como gente inferior, mientras que los rusos consideran a los alemanes como gente fundamentalmente antipática que no les quieren bien. De hecho, los rusos y los alemanes se vienen dando de tortas desde el siglo XIII hasta hace literalmente cuatro días con resultado diverso, pero durante tanto siglo ha habido amplios períodos de tregua en los que se han llevado razonablemente bien. Una de las causas de que durante algún tiempo se llevaran bien es que los sucesores de Pedro I emparentaron con nobles alemanes, por lo que la mayoría de los zares tenían mucha más sangre alemana que rusa y, en algún caso extremo, como el de Catalina II la Grande, no tenían ni una miajita de sangre rusa. Quizá por eso no sólo no puso el menor pero a la inmigración masiva de alemanes y a la colonización por parte de los mismos de las tierras del Volga, donde permanecieron hasta que a Stalin le parecieron gente peligrosa, posiblemente colaboracionista y en todo caso peligrosamente burgués-imperialista, con lo que les dio una patada hacia Asia.
Así que esta serie se va a dedicar a algunos alemanes que han hecho carrera por aquí a pesar de la tradicional hostilidad de ambos pueblos. Curiosamente, algunos alemanes han sido gente muy reconocida por aquí a pesar de no haber pisado Rusia en su vida. El caso más representativo de esta última especie es el de Karl Marx, que posiblemente no previó en vida que con el tiempo acabaría de héroe en un país que, con toda seguridad, no le despertaba demasiadas esperanzas de triunfos revolucionarios.
También ha habido, en todo este tiempo, judas en ambos bandos. El judas ruso más evidente es el general Andrei Vlásov y su gente (de ésos ya escribí una vez, pero volveré a hacerlo), mientras que entre los alemanes, también tenemos bastantes judas, el más claro de los cuales aparece en la foto de arriba y atendía por el nombre de Erich Honecker. Erich Honecker fue el último dirigente del "primer estado socialista en tierra alemana" (erster sozialistischer Staat auf deutschem Boden), la República Democrática Alemana, y un lacayo bastante evidente de la Unión Soviética, como, en general, lo eran la mayoría de los dirigentes del KPD de entreguerras. Como responsable de seguridad de la RDA, estuvo detrás de la construcción del muro de Berlín, de los ejercicios de tiro al boche de los Vopos a los que intentaban huir del paraíso socialista y, más tarde, cuando su antecesor Walter "Barba de Chivo" Ulbricht (otro de los judas más conspicuos) empezó a chochear demasiado, pasó a dirigir el cotarro demokrátiko-alemán en estrecha colaboración con Leónidas Brezhnev. Cuando se acabó el chollo, el muro, la RDA y hasta la mismísima URSS, se encontró procesado hasta los ojos y se salvó de la condena por un cáncer de hígado y una oportuna sentencia del Tribunal Constitucional... de la RFA. Es lo que tiene el estado de Derecho.
En la foto está en uno de sus momentos de gloria, en visita oficial a Moscú y pronunciando un sentido discurso en honor de un antecesor suyo, que hizo lo que pudo en su día por lanzar a las masas a revolucionar Alemania y, con ese noble fin, sometió al Komintern y estalinizó de arriba a abajo la organización que dirigía, el histórico Partido Comunista de Alemania, por lo que consiguió pasarlas canutas desde que Hitler llegó al poder y, para compensar, un monumento en Moscú en la misma plaza en la que Honecker está pronunciando el discurso de la foto, para conmemorar el centenario de su nacimiento. Seguro que los más aficionados a la historia ya sabéis quién es, pero, por si acaso, la siguiente entrada va sobre él y sobre el aspecto que, hoy, tiene esa misma plaza.
Así que esta serie se va a dedicar a algunos alemanes que han hecho carrera por aquí a pesar de la tradicional hostilidad de ambos pueblos. Curiosamente, algunos alemanes han sido gente muy reconocida por aquí a pesar de no haber pisado Rusia en su vida. El caso más representativo de esta última especie es el de Karl Marx, que posiblemente no previó en vida que con el tiempo acabaría de héroe en un país que, con toda seguridad, no le despertaba demasiadas esperanzas de triunfos revolucionarios.
También ha habido, en todo este tiempo, judas en ambos bandos. El judas ruso más evidente es el general Andrei Vlásov y su gente (de ésos ya escribí una vez, pero volveré a hacerlo), mientras que entre los alemanes, también tenemos bastantes judas, el más claro de los cuales aparece en la foto de arriba y atendía por el nombre de Erich Honecker. Erich Honecker fue el último dirigente del "primer estado socialista en tierra alemana" (erster sozialistischer Staat auf deutschem Boden), la República Democrática Alemana, y un lacayo bastante evidente de la Unión Soviética, como, en general, lo eran la mayoría de los dirigentes del KPD de entreguerras. Como responsable de seguridad de la RDA, estuvo detrás de la construcción del muro de Berlín, de los ejercicios de tiro al boche de los Vopos a los que intentaban huir del paraíso socialista y, más tarde, cuando su antecesor Walter "Barba de Chivo" Ulbricht (otro de los judas más conspicuos) empezó a chochear demasiado, pasó a dirigir el cotarro demokrátiko-alemán en estrecha colaboración con Leónidas Brezhnev. Cuando se acabó el chollo, el muro, la RDA y hasta la mismísima URSS, se encontró procesado hasta los ojos y se salvó de la condena por un cáncer de hígado y una oportuna sentencia del Tribunal Constitucional... de la RFA. Es lo que tiene el estado de Derecho.
En la foto está en uno de sus momentos de gloria, en visita oficial a Moscú y pronunciando un sentido discurso en honor de un antecesor suyo, que hizo lo que pudo en su día por lanzar a las masas a revolucionar Alemania y, con ese noble fin, sometió al Komintern y estalinizó de arriba a abajo la organización que dirigía, el histórico Partido Comunista de Alemania, por lo que consiguió pasarlas canutas desde que Hitler llegó al poder y, para compensar, un monumento en Moscú en la misma plaza en la que Honecker está pronunciando el discurso de la foto, para conmemorar el centenario de su nacimiento. Seguro que los más aficionados a la historia ya sabéis quién es, pero, por si acaso, la siguiente entrada va sobre él y sobre el aspecto que, hoy, tiene esa misma plaza.
miércoles, 9 de julio de 2008
Chukotia
Román Abramovich era un señor prácticamente desconocido hace unos años y del que apenas existían fotos. En los tiempos en que los rusos cantaban a coro el lema "¡Marx, Engels y gloria a la URSS!" el chico no destacó mucho, pero cuando acabaron esos tiempos, el muy tuno, a la chita callando, se fue haciendo durante la presidencia de Yeltsin con un patrimonio bastante decente, tan decente que probablemente superaba el PIB de varios países africanos.
A la postre, tanta pasta le debió aburrir un poco. Es comprensible. Eres el tío más rico de Rusia y no te conoce nadie, así que un buen día decidió que se iba a soltar el pelo y pasó a ser un tipo bastante popular. Además de seguir con sus negocios petrolíferos, que con el precio al que se iba poniendo el petróleo ya le daban para vivir, y cómo, se compró un club de fútbol y, a la hora de meterse en política, decidió hacerse gobernador de una región, que siempre viste mucho.
En aquel tiempo, a los gobernadores de las regiones los elegían los habitantes de esa región, cosa que parece lógica, pero que entretanto ha sido sustituida por la elección digital por parte del presidente ruso. El motivo de este cambio consiste en mejorar la lucha contra el terrorismo. Ya sé cuál es la pregunta que salta a los labios y la respuesta es que yo tampoco sé qué diablos tiene que ver la lucha contra el terrorismo con el hecho de que el pueblo pueda elegir o no a sus gobernadores. La pregunta habría que hacérsela a Putin, que fue quien tomó la decisión, pero no me consta que nadie se haya atrevido a hacérsela. Por si acaso, supongo.
El bueno de Abramovich, pues, se puso a ver qué regiones estaban disponibles y se encontró con Chukotia, que le debió parecer bien. Chukotia no está en la quinta porra. Chukotia está, por lo menos, en la séptima porra, entre sitios tan poco turísticos como el Océano Glacial Ártico y el estrecho de Bering, y con diez meses de invierno. Pues hasta allí que se fue Abramovich a ganarse las voluntades y los votos de sus más o menos cincuenta mil habitantes, cosa que consiguió sin demasiadas complicaciones. yo, si fuera chukcha, también le hubiera votado, porque lo que es seguro es que un tío tan forrado no iba por allí, a una región pobre de solemnidad, para robar. Como la cosa fue bien, y Abramovich se gastó sus buenas perras en la región (la verdad es que sigue siendo varias veces más rico que todos los habitantes de la región juntos), ha permanecido de gobernador hasta el jueves pasado, en que dijo basta y dimitió. Tampoco es que se haya pasado mucho por allí en el tiempo en que ha estado mandando, pero es que hoy día las telecomunicaciones hacen tales milagros que se puede gobernar Chukotia desde Londres.
Los habitantes indígenas de Chukotia son los chukchi, si es que se dice así en castellano, y se dedican a criar renos y a ser protagonistas de los chistes de tontos. Vamos, así como los leperos en España, sólo que los leperos, en lugar de vivir en lugares inhóspitos y criar renos, viven de cine en España, cultivan fresas y están forrados. Casi todos los chistes de chukchi son bastante conocidos en otros países (sólo que sus protagonistas son los leperos, los frisones o los corsos, según el país), pero no me resisto a poner uno que me hizo mucha gracia. Traducido, hará menos, pero lo pongo en ruso para los que se enteren en este idioma.
En pleno comunismo, un chukcha se va de viaje a Moscú por un tiempo. Cuando vuelve, está indignado y habla a sus compatriotas:
- ¡Camaradas! ¡Moscú nos engaña constantemente! Marx y Engels no es una sola persona, sino dos. Y Gloria Alaúrs ni siquiera es una persona.
(Товарищи! Москва нас постоянно обманывает! Маркс и Энгельс - это не один человек, а два. А Слава Эсэсэсэр - вообще не человек.)
A la postre, tanta pasta le debió aburrir un poco. Es comprensible. Eres el tío más rico de Rusia y no te conoce nadie, así que un buen día decidió que se iba a soltar el pelo y pasó a ser un tipo bastante popular. Además de seguir con sus negocios petrolíferos, que con el precio al que se iba poniendo el petróleo ya le daban para vivir, y cómo, se compró un club de fútbol y, a la hora de meterse en política, decidió hacerse gobernador de una región, que siempre viste mucho.
En aquel tiempo, a los gobernadores de las regiones los elegían los habitantes de esa región, cosa que parece lógica, pero que entretanto ha sido sustituida por la elección digital por parte del presidente ruso. El motivo de este cambio consiste en mejorar la lucha contra el terrorismo. Ya sé cuál es la pregunta que salta a los labios y la respuesta es que yo tampoco sé qué diablos tiene que ver la lucha contra el terrorismo con el hecho de que el pueblo pueda elegir o no a sus gobernadores. La pregunta habría que hacérsela a Putin, que fue quien tomó la decisión, pero no me consta que nadie se haya atrevido a hacérsela. Por si acaso, supongo.
El bueno de Abramovich, pues, se puso a ver qué regiones estaban disponibles y se encontró con Chukotia, que le debió parecer bien. Chukotia no está en la quinta porra. Chukotia está, por lo menos, en la séptima porra, entre sitios tan poco turísticos como el Océano Glacial Ártico y el estrecho de Bering, y con diez meses de invierno. Pues hasta allí que se fue Abramovich a ganarse las voluntades y los votos de sus más o menos cincuenta mil habitantes, cosa que consiguió sin demasiadas complicaciones. yo, si fuera chukcha, también le hubiera votado, porque lo que es seguro es que un tío tan forrado no iba por allí, a una región pobre de solemnidad, para robar. Como la cosa fue bien, y Abramovich se gastó sus buenas perras en la región (la verdad es que sigue siendo varias veces más rico que todos los habitantes de la región juntos), ha permanecido de gobernador hasta el jueves pasado, en que dijo basta y dimitió. Tampoco es que se haya pasado mucho por allí en el tiempo en que ha estado mandando, pero es que hoy día las telecomunicaciones hacen tales milagros que se puede gobernar Chukotia desde Londres.
Los habitantes indígenas de Chukotia son los chukchi, si es que se dice así en castellano, y se dedican a criar renos y a ser protagonistas de los chistes de tontos. Vamos, así como los leperos en España, sólo que los leperos, en lugar de vivir en lugares inhóspitos y criar renos, viven de cine en España, cultivan fresas y están forrados. Casi todos los chistes de chukchi son bastante conocidos en otros países (sólo que sus protagonistas son los leperos, los frisones o los corsos, según el país), pero no me resisto a poner uno que me hizo mucha gracia. Traducido, hará menos, pero lo pongo en ruso para los que se enteren en este idioma.
En pleno comunismo, un chukcha se va de viaje a Moscú por un tiempo. Cuando vuelve, está indignado y habla a sus compatriotas:
- ¡Camaradas! ¡Moscú nos engaña constantemente! Marx y Engels no es una sola persona, sino dos. Y Gloria Alaúrs ni siquiera es una persona.
(Товарищи! Москва нас постоянно обманывает! Маркс и Энгельс - это не один человек, а два. А Слава Эсэсэсэр - вообще не человек.)
lunes, 7 de julio de 2008
Dibujos animados
En algún sitio creo que he escrito ya que los dibujos animados rusos son fantásticos y que merecen un monumento. Tienen, además, una extraña virtud, y es que a los adultos les gustan, y que se apartan un poco de la simplicidad un tanto maniquea de los típicos Tom & Jerry, o Piolín y Silvestre, que viven demasiado de los tortazos un tanto lejanos de la realidad. No, los dibujos animados rusos suelen ser más elaborados... con una excepción.
La excepción es Nu, pogodi, que por otra parte es probablemente la serie más popular. Estuvo en producción nada menos que 24 años, hasta que sucumbió, en 1993, más o menos al mismo tiempo que el país entero. En 2005 tuvo una corta resurrección que no duró más allá de ese mismo año. Nu, pogodi es una serie de dibujos animados muy convencional, con un lobo malo (cuyo nombre es "Lobo", sin más: es simple hasta en eso) que trata de zamparse mediante todo tipo de argucias a una liebre que siempre consigue escaparse. La liebre, lo habéis adivinado, se llama "Liebre". Entre los niños más pequeños, las frecuentes reposiciones de la serie hacen furor, y Ame, niño sometido a dibujos animados de diversas procedencias y nacionalidades, no es una excepción y, en este tiempo de holganza vacacional, se ha aficionado a estos dibujos y ha resultado ser partidario de la liebre. El otro día, justo antes de irse a dormir, y con el pijama puesto, trató de resolver una duda que le debía traer inquieto.
- Mamá, ¿los lobos son malos?
Alfina, que no estaba pensando probablemente en Nu, pogodi, vio la oportunidad de dar una clase de ciencias naturales.
- No, Ame, los lobos no son malos. Los lobos tienen que comer, y por eso tienen que cazar animales.
- ¿Sí?
- Sí.
Ame se cruzó de brazos y preguntó.
- ¿Y los coyotes?
Alfina probablemente, como casi todos nosotros, no ha visto coyotes más que en fotos, pero se repuso al hecho de que un niño de cuatro años supiera lo que es un coyote.
- Los coyotes tampoco son malos. Tienen que comer. Otros animales comen hierba, y ellos comen carne. Pero no son malos.
Y entonces Ame dijo:
- Pero los coyotes se comen a los pajaritos.
- ¿A los pajaritos?
- Sí, a los pajaritos. Como al pajarito bip-bip.
Cierto. Y el coyote se llama Marca Acme.
La excepción es Nu, pogodi, que por otra parte es probablemente la serie más popular. Estuvo en producción nada menos que 24 años, hasta que sucumbió, en 1993, más o menos al mismo tiempo que el país entero. En 2005 tuvo una corta resurrección que no duró más allá de ese mismo año. Nu, pogodi es una serie de dibujos animados muy convencional, con un lobo malo (cuyo nombre es "Lobo", sin más: es simple hasta en eso) que trata de zamparse mediante todo tipo de argucias a una liebre que siempre consigue escaparse. La liebre, lo habéis adivinado, se llama "Liebre". Entre los niños más pequeños, las frecuentes reposiciones de la serie hacen furor, y Ame, niño sometido a dibujos animados de diversas procedencias y nacionalidades, no es una excepción y, en este tiempo de holganza vacacional, se ha aficionado a estos dibujos y ha resultado ser partidario de la liebre. El otro día, justo antes de irse a dormir, y con el pijama puesto, trató de resolver una duda que le debía traer inquieto.
- Mamá, ¿los lobos son malos?
Alfina, que no estaba pensando probablemente en Nu, pogodi, vio la oportunidad de dar una clase de ciencias naturales.
- No, Ame, los lobos no son malos. Los lobos tienen que comer, y por eso tienen que cazar animales.
- ¿Sí?
- Sí.
Ame se cruzó de brazos y preguntó.
- ¿Y los coyotes?
Alfina probablemente, como casi todos nosotros, no ha visto coyotes más que en fotos, pero se repuso al hecho de que un niño de cuatro años supiera lo que es un coyote.
- Los coyotes tampoco son malos. Tienen que comer. Otros animales comen hierba, y ellos comen carne. Pero no son malos.
Y entonces Ame dijo:
- Pero los coyotes se comen a los pajaritos.
- ¿A los pajaritos?
- Sí, a los pajaritos. Como al pajarito bip-bip.
Cierto. Y el coyote se llama Marca Acme.
viernes, 4 de julio de 2008
Pintura religiosa (II)
Iván Kramskoy era lo que hoy llamaríamos un rebelde inconformista, pero no era un rebelde cualquiera, no. Era un tipo con un talento bestial, con un dominio del pincel que no se había visto hasta entonces y que les sacaba varios cuerpos de ventaja a los profesores funcionarizados de la Academia de Bellas Artes. Cuando se le hincharon las narices dijo que hasta ahí había llegado, se salió de la academia y comenzó a funcionar en plan privado, con un grupo de inconformistas como él (alguno de ellos, también, con un talento enorme) que se hicieron llamar los "peredvizhniki" (itinerantes) y que podían ser algo así como los "Beatles" de los años sesenta del pasado siglo. Además, como se ve en el retrato, las pintas que llevaba Kramskoy eran equiparables a las de los músicos pop de cien años después.
Kramskoy destacó especialmente como retratista, género en el que ningún otro pintor ruso, al menos por lo que yo veo, ha podido superarle. El muy brujo consigue que eches un vistazo a un retrato pintado por él y sepas si te gustaría irte de cervezas con el retratado o mejor que se vaya su tía. Si la cara es el espejo del alma, lo es especialmente en los cuadros de Kramskoy.
Al llegar a su relativa madurez, yo creo que debió echar un vistazo a los cuadros religiosos que se estaban pintando por aquel entonces, y que eran más o menos del jaez de los vistos en la última entrada. Y debió decirse que aquellos pintores eran una panda de mindundis y que se iban a enterar de cómo se pinta un cuadro religioso. Y así debió ser como nació "Cristo en el desierto".
"Cristo en el desierto" no fue un cuadro más. "Cristo en el desierto" fue un shock brutal para la sociedad rusa de la época, que simplemente no había visto una cosa así hasta entonces. Porque el retrato de Jesucristo, demacrado, absolutamente solo, desgreñado, en un lugar inhóspito, era un contraste tan brutal con la escuela dominante hasta entonces que mucha gente torció el gesto. Así como en los cuadros de Ivanov Jesucristo pasa como si la cosa no fuera con él, en éste está compartiendo el sufrimiento humano como uno más. En éste, llega. Ya lo creo que llega.
El cuadro está expuesto en la galería Tretyakov, no demasiado lejos de la "Aparición de Cristo al pueblo", de Ivanov. Ya es cuestión de gustos decidir cuál está más próximo a las inquietudes de cada uno, e incluso es posible que haya momentos para cada cosa. Lo que es a mí, "Cristo en el desierto" me parece más convincente que varios libros de Teología sobre la humanidad de Jesucristo. Vamos, que si fuera gnóstico o monofisita, que no lo soy, después de ver el cuadro me lo tendría de pensar mucho.
A partir de ahí, podría decirse que se abrió la veda. Los pintores academicistas no volvieron a levantar cabeza y, si lo hicieron, de eso ya no se acuerda nadie. En cambio, pudimos asistir a la creación de cuadros como "Procesión en la región de Kursk", de Repin, que no es precisamente un cuadro religioso, pero que impacta como pocos y, ya dentro del género propiamente dicho, la obra prerrevolucionaria del último gran clásico ruso, Nesterov. Pero eso es otra historia, y sólo fue posible después de "Cristo en el desierto".
Kramskoy destacó especialmente como retratista, género en el que ningún otro pintor ruso, al menos por lo que yo veo, ha podido superarle. El muy brujo consigue que eches un vistazo a un retrato pintado por él y sepas si te gustaría irte de cervezas con el retratado o mejor que se vaya su tía. Si la cara es el espejo del alma, lo es especialmente en los cuadros de Kramskoy.
Al llegar a su relativa madurez, yo creo que debió echar un vistazo a los cuadros religiosos que se estaban pintando por aquel entonces, y que eran más o menos del jaez de los vistos en la última entrada. Y debió decirse que aquellos pintores eran una panda de mindundis y que se iban a enterar de cómo se pinta un cuadro religioso. Y así debió ser como nació "Cristo en el desierto".
"Cristo en el desierto" no fue un cuadro más. "Cristo en el desierto" fue un shock brutal para la sociedad rusa de la época, que simplemente no había visto una cosa así hasta entonces. Porque el retrato de Jesucristo, demacrado, absolutamente solo, desgreñado, en un lugar inhóspito, era un contraste tan brutal con la escuela dominante hasta entonces que mucha gente torció el gesto. Así como en los cuadros de Ivanov Jesucristo pasa como si la cosa no fuera con él, en éste está compartiendo el sufrimiento humano como uno más. En éste, llega. Ya lo creo que llega.
El cuadro está expuesto en la galería Tretyakov, no demasiado lejos de la "Aparición de Cristo al pueblo", de Ivanov. Ya es cuestión de gustos decidir cuál está más próximo a las inquietudes de cada uno, e incluso es posible que haya momentos para cada cosa. Lo que es a mí, "Cristo en el desierto" me parece más convincente que varios libros de Teología sobre la humanidad de Jesucristo. Vamos, que si fuera gnóstico o monofisita, que no lo soy, después de ver el cuadro me lo tendría de pensar mucho.
A partir de ahí, podría decirse que se abrió la veda. Los pintores academicistas no volvieron a levantar cabeza y, si lo hicieron, de eso ya no se acuerda nadie. En cambio, pudimos asistir a la creación de cuadros como "Procesión en la región de Kursk", de Repin, que no es precisamente un cuadro religioso, pero que impacta como pocos y, ya dentro del género propiamente dicho, la obra prerrevolucionaria del último gran clásico ruso, Nesterov. Pero eso es otra historia, y sólo fue posible después de "Cristo en el desierto".
miércoles, 2 de julio de 2008
Pintura religiosa (I)
El domingo pasado estuve con la tropa (y con las tropas de otros) en una convivencia religiosa en un pueblecito cercano a Moscú, en una casa modesta, pero acogedora. Durante la misma, me llamó la atención una lámina, más bien arrugadilla y poco vistosa, pegada en la pared, entre ventana y ventana, que reproducía un cuadro que me resultaba bien conocido. "Cristo en el desierto", de Iván Kramskoy.
¿Os he dicho alguna vez que Iván Kramskoy es el colmo de los colmos de los pintores rusos? Vamos, hablando pronto y mal, Kramskoy es el puto amo. Pues sí que lo había dicho, e incluso dije que ya seguiría escribiendo sobre Kramskoy, y hoy ha llegado el momento de hacerlo. Porque la gente en España conoce a pocos pintores rusos, en primer lugar a los más modernos, quizá a Shagal, a Malevich, a Kandinsky, puede que a Roerich... y en un segundo plano a los del siglo XIX, a Repin, a Polenov, Serov, Surikov, Kuindzhi, Shishkin... son todos muy buenos, pero el jefe es Kramskoy, ya lo creo.
Hasta entonces, la pintura religiosa rusa se había centrado en la iconografía, que es una pasada, pero sobre la que escribiré otro día (jo, ahora que estoy cumpliendo una promesa, abro otra). A llegar el siglo XIX, hubo un pintor ruso que se puso en plan académico y se pasó veinte años pintando un pedazo de cuadro. Veinte. El pintor se llamaba Alexander Ivanov y el resultado obtenido es el cuadrazo de ahí abajo.
Para verlo mejor, pinchad. Pero, para verlo bien del todo, visitad la galería Tretyakov en Moscú, donde ocupa una sala entera, junto con distintos estudios parciales del mismo. A mí me impresionó por el tremendo tamaño del mismo, pero, a simple vista, la postura de Juan el Bautista y de los catecúmenos me da una impresión de poca autenticidad y mucha teatralidad. Impresiona el cuadro, pero no tanto lo que se ve en él. Jesucristo aparece allá, al fondo, y Juan el Bautista, que en el cuadro es un pedazo de bigardo que no parece que lleve mucho tiempo alimentándose sólo de saltamontes y miel silvestre, como dice la Biblia, se vuelve a señalarlo, además, con una cruz en la mano. Lo de la cruz como símbolo cristiano todavía no estaba inventado, pero bueno, vale como alegoría.
Y Jesucristo está allí, andando tan campante, como quien da una vueltecilla, mirando de reojo al grupo. En los estudios parciales del cuadro se le ve mejor, y queda bonito, pero como que no llega. Pilla lejos.
Para ver un cuadro de Ivanov donde queda más patente su visión de Jesucristo, tomemos este otro: "Aparición de Jesús a María Magdalena tras su resurrección". Ahí abajo está.
Lo de representar un cuerpo resucitado debe ser uno de esos retos que hacen temblar a cualquiera. Los pintores de iconos, y cualquier pintor prerrenacentista, lo tenían bastante sencillo, y con pintar un poco de doradito refulgente alrededor del cuerpo se apañaban. El público ya sabía, además, de qué iba la cosa, y cuando lo veía, lo tenía claro: "Ajá, el pintor lo que quiere decir es que esto es un cuerpo resucitado." Y tan amigos. Aquí abajo tenemos un ejemplo claro de un autor anónimo (como casi todos los autores de iconos). Por cierto: la escena es la misma que la del cuadro de arriba de Ivanov, para que podáis elegir la que os guste más.
Pero Ivanov, el pobre, no es un pintor de iconos, sino un pintor neoclásico, y no puede recurrir a esos truquitos. Un neoclásico valora la armonía, el orden, pero lo de representar un cuerpo resucitado es un quebradero de cabeza del quince en este contexto ¿Habéis leído lo que dice la Biblia de los cuerpos resucitados? A Jesucristo primero no le reconocen, luego sí, luego saben que es él, pero no parece exactamente el mismo... un jaleo indescriptible, que los evangelistas se vieron impotentes para describir a base de pergamino y pluma. En este punto, los evangelios están escritos más en griego y arameo que nunca: no hay quien pille una. Y al pobre Ivanov le meten el fregado de expresarlo a base de pincel y óleo. Un marrón de lo más oscuro.
Le metió algo de luz a María Magdalena, algo más de luz todavía a Jesús, y dejó el resto en una penumbra algo recargadilla. Pero Jesucristo le quedó como que un poco demasiado sano como para haber estado tres días de martirio a base de bien. Vamos, que el único signo para saber que ahí hay un cuerpo resucitado es que va vestido con un sudario y que tiene una herida en un costado. Si no, ni pum. Pero, para identificar esos signos, uno tiene que tener algunos conocimientos básicos de religión, como, por ejemplo, haber atendido en clase y, lo que es más difícil, haber tenido un profesor de religión que se tomara en serio su oficio. Yo, por ejemplo, no lo tuve, así que mucho me temo que mis entonces compañeros de clase, que no acudieron a fuentes distintas para completar su formación, tendrían sus problemillas si se pusieran a interpretar esto. Como en Rusia las clases de religión han escaseado bastante durante el último siglo, la cosa también pinta fea por aquí.
Y es que Ivanov tenía la misma concepción que entonces gobernaba la sociedad, y tenía que pintar un Cristo fuerte, duro y triunfante, impasible el ademán. Al fin y al cabo, se trata de Dios, recontra.
Ah, y también se trata de un hombre. A Ivanov puede que se le pasara por alto.
Entonces llegó Kramskoy, pero eso le toca a la siguiente entrada.
¿Os he dicho alguna vez que Iván Kramskoy es el colmo de los colmos de los pintores rusos? Vamos, hablando pronto y mal, Kramskoy es el puto amo. Pues sí que lo había dicho, e incluso dije que ya seguiría escribiendo sobre Kramskoy, y hoy ha llegado el momento de hacerlo. Porque la gente en España conoce a pocos pintores rusos, en primer lugar a los más modernos, quizá a Shagal, a Malevich, a Kandinsky, puede que a Roerich... y en un segundo plano a los del siglo XIX, a Repin, a Polenov, Serov, Surikov, Kuindzhi, Shishkin... son todos muy buenos, pero el jefe es Kramskoy, ya lo creo.
Hasta entonces, la pintura religiosa rusa se había centrado en la iconografía, que es una pasada, pero sobre la que escribiré otro día (jo, ahora que estoy cumpliendo una promesa, abro otra). A llegar el siglo XIX, hubo un pintor ruso que se puso en plan académico y se pasó veinte años pintando un pedazo de cuadro. Veinte. El pintor se llamaba Alexander Ivanov y el resultado obtenido es el cuadrazo de ahí abajo.
Para verlo mejor, pinchad. Pero, para verlo bien del todo, visitad la galería Tretyakov en Moscú, donde ocupa una sala entera, junto con distintos estudios parciales del mismo. A mí me impresionó por el tremendo tamaño del mismo, pero, a simple vista, la postura de Juan el Bautista y de los catecúmenos me da una impresión de poca autenticidad y mucha teatralidad. Impresiona el cuadro, pero no tanto lo que se ve en él. Jesucristo aparece allá, al fondo, y Juan el Bautista, que en el cuadro es un pedazo de bigardo que no parece que lleve mucho tiempo alimentándose sólo de saltamontes y miel silvestre, como dice la Biblia, se vuelve a señalarlo, además, con una cruz en la mano. Lo de la cruz como símbolo cristiano todavía no estaba inventado, pero bueno, vale como alegoría.
Y Jesucristo está allí, andando tan campante, como quien da una vueltecilla, mirando de reojo al grupo. En los estudios parciales del cuadro se le ve mejor, y queda bonito, pero como que no llega. Pilla lejos.
Para ver un cuadro de Ivanov donde queda más patente su visión de Jesucristo, tomemos este otro: "Aparición de Jesús a María Magdalena tras su resurrección". Ahí abajo está.
Lo de representar un cuerpo resucitado debe ser uno de esos retos que hacen temblar a cualquiera. Los pintores de iconos, y cualquier pintor prerrenacentista, lo tenían bastante sencillo, y con pintar un poco de doradito refulgente alrededor del cuerpo se apañaban. El público ya sabía, además, de qué iba la cosa, y cuando lo veía, lo tenía claro: "Ajá, el pintor lo que quiere decir es que esto es un cuerpo resucitado." Y tan amigos. Aquí abajo tenemos un ejemplo claro de un autor anónimo (como casi todos los autores de iconos). Por cierto: la escena es la misma que la del cuadro de arriba de Ivanov, para que podáis elegir la que os guste más.
Pero Ivanov, el pobre, no es un pintor de iconos, sino un pintor neoclásico, y no puede recurrir a esos truquitos. Un neoclásico valora la armonía, el orden, pero lo de representar un cuerpo resucitado es un quebradero de cabeza del quince en este contexto ¿Habéis leído lo que dice la Biblia de los cuerpos resucitados? A Jesucristo primero no le reconocen, luego sí, luego saben que es él, pero no parece exactamente el mismo... un jaleo indescriptible, que los evangelistas se vieron impotentes para describir a base de pergamino y pluma. En este punto, los evangelios están escritos más en griego y arameo que nunca: no hay quien pille una. Y al pobre Ivanov le meten el fregado de expresarlo a base de pincel y óleo. Un marrón de lo más oscuro.
Le metió algo de luz a María Magdalena, algo más de luz todavía a Jesús, y dejó el resto en una penumbra algo recargadilla. Pero Jesucristo le quedó como que un poco demasiado sano como para haber estado tres días de martirio a base de bien. Vamos, que el único signo para saber que ahí hay un cuerpo resucitado es que va vestido con un sudario y que tiene una herida en un costado. Si no, ni pum. Pero, para identificar esos signos, uno tiene que tener algunos conocimientos básicos de religión, como, por ejemplo, haber atendido en clase y, lo que es más difícil, haber tenido un profesor de religión que se tomara en serio su oficio. Yo, por ejemplo, no lo tuve, así que mucho me temo que mis entonces compañeros de clase, que no acudieron a fuentes distintas para completar su formación, tendrían sus problemillas si se pusieran a interpretar esto. Como en Rusia las clases de religión han escaseado bastante durante el último siglo, la cosa también pinta fea por aquí.
Y es que Ivanov tenía la misma concepción que entonces gobernaba la sociedad, y tenía que pintar un Cristo fuerte, duro y triunfante, impasible el ademán. Al fin y al cabo, se trata de Dios, recontra.
Ah, y también se trata de un hombre. A Ivanov puede que se le pasara por alto.
Entonces llegó Kramskoy, pero eso le toca a la siguiente entrada.