Bendecida la línea, se retiró, pues, el obispo de Ivánovo y los organizadores capitalistas del evento dejaron en manos del locutor de radio que habían contratado la continuación del sarao. Las siguientes en salir fueron las finalistas del concurso de "Miss Ivánovo" del año anterior. Así que, con ustedes, lo mejor de lo mejor de Ivánovo. Al menos, de las cejas para para abajo, porque de lo que pueda haber dentro de la cabeza no tratamos.
Efectivamente, el autor de la grabación soy yo, que me había puesto en primera fila ¿Pasa algo?
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
jueves, 28 de febrero de 2008
miércoles, 27 de febrero de 2008
Inauguraciones: muy en serio
No hace tanto, quizá no hace ni veinte años, las inaguraciones de cualquier cosa en Rus... estooo, en la Unión Soviética eran bastante distintas a lo que son hoy en día. Uno puede imaginarse al "apparatchik" de turno dirigirse a las masas y pronunciar discursos como, por ejemplo, éste:
"¡Camaradas proletarios! ¡Obreros revolucionarios! Es un gran honor para mí, en nombre del Partido, presenciar la inauguración de la decimoséptima caldera de esta planta. Una caldera que viene a demostrar, una vez más, que el pueblo soviético es capaz de desarrollarse muy por delante de los corruptos países capitalistas, enfangados en una vorágine de pornografía y tiniebla, mientras las clases burguesas retienen impúdicamente la propiedad de los medios de producción y mantienen al proletariado en la esclavitud."
Por lo menos pasaría media hora de elogios a la indestructible unión de repúblicas soviéticas y de llamamientos a la unidad de los proletarios de todos los países, después de lo que el discurso terminaría con un:
"Y declaro inaugurada la presente caldera."
A continuación habría aplausos rítmicos de los asistentes y el acto habría terminado.
Bueno, pues las cosas han cambiado mucho. Por esas cosas que pasan, la semana pasada tuve el honor de presenciar una inauguración yo mismo, y las diferencias son evidentes: en primer lugar, la planta es moderna; en segundo, es una de las poquitas líneas que se han inaugurado en la región de marras, Ivánovo por más señas, después de una década larga de cierres constantes, no ya de líneas, sino de fábricas enteras; en tercer lugar, los dueños son unos burgueses capitalistas de ésos que "mantenían al proletariado en la esclavitud"; en cuarto y penúltimo, la línea en sí no es un logro del pueblo soviético, ni siquiera del ruso, sino que ha sido importada del extranjero.
Y la última diferencia es que el protocolo de actuación también ha cambiado algo desde el austero y mojigato ceremonial bolchevique. Veamos:
Para empezar, después de unos breves discursos de los próceres presentes, gobernador regional incluido, tuvo lugar el meollo del asunto: la bendición de la línea por parte del obispo metropolitano de Ivánovo y Kineshma. Y esto sí es un cambio de envergadura, porque a buenas horas iban los comunistas a permitir que la "tiniebla" apareciera por un acto público. Las cosas han cambiado, y aquí les dejo, de momento, con los cantos ortodoxos.
A continuación, el obispo entonó un "Благославляется линия сия" absolutamente delicioso, que se puede traducir como "Bendícese aquesta línea" y que muestra un contraste impagable entre el lenguaje del siglo XVII que utilizaba el obispo y la línea de corte de última generación que estaba a punto de entrar en funcionamiento.
Y luego se retiró el obispo y la celebración continuó con otro... talante, pero eso lo veremos en la siguiente entrada.
"¡Camaradas proletarios! ¡Obreros revolucionarios! Es un gran honor para mí, en nombre del Partido, presenciar la inauguración de la decimoséptima caldera de esta planta. Una caldera que viene a demostrar, una vez más, que el pueblo soviético es capaz de desarrollarse muy por delante de los corruptos países capitalistas, enfangados en una vorágine de pornografía y tiniebla, mientras las clases burguesas retienen impúdicamente la propiedad de los medios de producción y mantienen al proletariado en la esclavitud."
Por lo menos pasaría media hora de elogios a la indestructible unión de repúblicas soviéticas y de llamamientos a la unidad de los proletarios de todos los países, después de lo que el discurso terminaría con un:
"Y declaro inaugurada la presente caldera."
A continuación habría aplausos rítmicos de los asistentes y el acto habría terminado.
Bueno, pues las cosas han cambiado mucho. Por esas cosas que pasan, la semana pasada tuve el honor de presenciar una inauguración yo mismo, y las diferencias son evidentes: en primer lugar, la planta es moderna; en segundo, es una de las poquitas líneas que se han inaugurado en la región de marras, Ivánovo por más señas, después de una década larga de cierres constantes, no ya de líneas, sino de fábricas enteras; en tercer lugar, los dueños son unos burgueses capitalistas de ésos que "mantenían al proletariado en la esclavitud"; en cuarto y penúltimo, la línea en sí no es un logro del pueblo soviético, ni siquiera del ruso, sino que ha sido importada del extranjero.
Y la última diferencia es que el protocolo de actuación también ha cambiado algo desde el austero y mojigato ceremonial bolchevique. Veamos:
Para empezar, después de unos breves discursos de los próceres presentes, gobernador regional incluido, tuvo lugar el meollo del asunto: la bendición de la línea por parte del obispo metropolitano de Ivánovo y Kineshma. Y esto sí es un cambio de envergadura, porque a buenas horas iban los comunistas a permitir que la "tiniebla" apareciera por un acto público. Las cosas han cambiado, y aquí les dejo, de momento, con los cantos ortodoxos.
A continuación, el obispo entonó un "Благославляется линия сия" absolutamente delicioso, que se puede traducir como "Bendícese aquesta línea" y que muestra un contraste impagable entre el lenguaje del siglo XVII que utilizaba el obispo y la línea de corte de última generación que estaba a punto de entrar en funcionamiento.
Y luego se retiró el obispo y la celebración continuó con otro... talante, pero eso lo veremos en la siguiente entrada.
lunes, 25 de febrero de 2008
Campañas electorales
La semana pasada estuve fugazmente en España, que está, como Rusia, en campaña electoral. En realidad, la campaña electoral comenzaba unos días después, pero eso debía ser un chiste, porque los periódicos no hablaban de otra cosa (bueno, sí, de fútbol también) y ya proliferaban los carteles de los peperos, dirigidos por ese señor con barba, y de los sociatas, que enseñan al presidente con los ojos muy abiertos, como diciendo "vóoootame".
¿Como en Rusia? Más bien no. En Rusia hay elecciones también, pero la verdad es que no se nota apenas. Aunque hay cuatro candidatos, en realidad en la televisión apenas sólo aparece uno. Y ni siquiera hay casi carteles de ése, ni de los otros tres ¿Para qué? Sería un lamentable gasto inútil de papel que no iba a cambiar absolutamente nada (en España deberíamos tomar ejemplo, porque, después de todo, las elecciones no sirven tampoco para mucho).
Y es una lástima, porque uno de los candidatos, con óptimas posibilidades de quedar segundo, es nada menos que Zhirinovsky, que vuelve, después de unas vacaciones (en las últimas presidenciales presentó como candidato a su guardaespaldas), a tomar parte en la contienda electoral. Un debate con él prometería, pero no creo que se produzca. Qué fascistas...
Los otros dos candidatos son el jefe de los rojetes, Ziugánov, y el tipo de los rizos que da reparo sólo de verle, que, además, resulta ser, no ya masón, sino el presidente de la principal logia rusa. Lo tiene todo, el tío...
Y así, mientras en España los políticos de tiran los trastos a la cabeza porque el AVE llega tarde a los sitios (cosa que en Rusia, obviamente, tardará mucho en pasar) o porque los obispos dicen qué criterios deben tener los que voten (aquí los obispos dicen cosas mucho más claras, y nadie les chista, ni siquiera los comunistas), yo me pregunto qué ocurriría con la campaña electoral española trasplantada a Rusia tal cual, sin dar antecendentes al elector. Veamos:
A los peperos no les iba a votar nadie, pero nadie. Su cartel electoral de color azul clarito, que en Rusia es el color de los mariquitas, iba a ser su perdición. Y encima ese señor con barba. Yo creo que hay que remontarse a Lenin para encontrar en Rusia un gobernante con barbita, y para encontrar uno con barba de verdad ya hay que pensar en Nicolás II o Alejandro III. Y, encima, el lema "Es posible": "Ya está claro", se diría el mujik votante, "éste tío lo que quiere es fomentar a los bujarrones. Pues será sin mi voto."
Los sociatas, en cambio, serían considerados como un partido religioso. Un señor sonriente, con los ojos muuuuuy azules, que apela a la conciencia del votante y cuyo lema, "Motivos para creer", apela a la fe del votante. Se llevaría de calle al creciente electorado ortodoxo, que diría: "He ahí un tío de orden, creyente, sincero como él solo. Seguro que el pope recomienda votarle."
¿Cómo? ¿Que en España no es precisamente así? Pues qué cosas.
¿Como en Rusia? Más bien no. En Rusia hay elecciones también, pero la verdad es que no se nota apenas. Aunque hay cuatro candidatos, en realidad en la televisión apenas sólo aparece uno. Y ni siquiera hay casi carteles de ése, ni de los otros tres ¿Para qué? Sería un lamentable gasto inútil de papel que no iba a cambiar absolutamente nada (en España deberíamos tomar ejemplo, porque, después de todo, las elecciones no sirven tampoco para mucho).
Y es una lástima, porque uno de los candidatos, con óptimas posibilidades de quedar segundo, es nada menos que Zhirinovsky, que vuelve, después de unas vacaciones (en las últimas presidenciales presentó como candidato a su guardaespaldas), a tomar parte en la contienda electoral. Un debate con él prometería, pero no creo que se produzca. Qué fascistas...
Los otros dos candidatos son el jefe de los rojetes, Ziugánov, y el tipo de los rizos que da reparo sólo de verle, que, además, resulta ser, no ya masón, sino el presidente de la principal logia rusa. Lo tiene todo, el tío...
Y así, mientras en España los políticos de tiran los trastos a la cabeza porque el AVE llega tarde a los sitios (cosa que en Rusia, obviamente, tardará mucho en pasar) o porque los obispos dicen qué criterios deben tener los que voten (aquí los obispos dicen cosas mucho más claras, y nadie les chista, ni siquiera los comunistas), yo me pregunto qué ocurriría con la campaña electoral española trasplantada a Rusia tal cual, sin dar antecendentes al elector. Veamos:
A los peperos no les iba a votar nadie, pero nadie. Su cartel electoral de color azul clarito, que en Rusia es el color de los mariquitas, iba a ser su perdición. Y encima ese señor con barba. Yo creo que hay que remontarse a Lenin para encontrar en Rusia un gobernante con barbita, y para encontrar uno con barba de verdad ya hay que pensar en Nicolás II o Alejandro III. Y, encima, el lema "Es posible": "Ya está claro", se diría el mujik votante, "éste tío lo que quiere es fomentar a los bujarrones. Pues será sin mi voto."
Los sociatas, en cambio, serían considerados como un partido religioso. Un señor sonriente, con los ojos muuuuuy azules, que apela a la conciencia del votante y cuyo lema, "Motivos para creer", apela a la fe del votante. Se llevaría de calle al creciente electorado ortodoxo, que diría: "He ahí un tío de orden, creyente, sincero como él solo. Seguro que el pope recomienda votarle."
¿Cómo? ¿Que en España no es precisamente así? Pues qué cosas.
viernes, 22 de febrero de 2008
La cosa está que arde
El fuego es un fenómeno bien conocido en Moscú. Napoleón, por ejemplo, lo tuvo que experimentar en sus carnes en el breve espacio de tiempo que ocupó la capital y los incendios, en una ciudad construida entonces casi totalmente de madera, se repitieron hasta el punto de convencerle de poner pies en polvorosa, con el resultado que todos conocemos.
Moscú, más adelante, fue reconstruida de manera más refractaria, utilizando materiales como la piedra, antes reservada exclusivamente a la nueva capital, San Petersburgo. Sin embargo, la cosa tenía truco, porque la madera ha seguido siendo un material de construcción fundamental en multitud de elementos de las edificaciones. Si a esto unimos la aparición de la energía eléctrica y el hecho de que las instalaciones eléctricas están hechas unos zorros y no han sido pensadas para soportar la enorme variedad de trastitos eléctricos que han aparecido en Rusia, en particular desde que la caída del comunismo abrió las fronteras, el resultado es que los coches de bomberos ululan a diario y que la normativa antiincendios, imposible de cumplir a rajatabla, es excusa para un montón de inspecciones absurdas. Digo absurdas porque su objeto no es tanto prevenir la aparición de incendios como que el inspector saque tajada de la visita haciendo la vista gorda a cambio de una retribución por parte del inspeccionado.
Y así, el otro día ardió el Dyagilev. El Dyagilev no era una discoteca cualquiera, no, señor. El Dyagirev era la quintaesencia de las discotecas, al menos para los que tuvieron la suerte (y los rublos) para acceder a ella. La inauguraron en 2006 un par de empresarios del mundillo, forrados hasta los ojos, que debían estar hartos de ir a discotecas en las que dejaban entrar a cualquier desharrapado sin clase, y decidieron crear un sitio realmente exclusivo. Para eso, pillaron un antiguo teatro situado en los jardines del Ermitage, prácticamente pared con pared con el Parizhkaya Zhizn (otro local que se las trae), y debieron montar allí la leche en bote, con fuegos artificiales (que yo oía desde mi casa, que no es que esté al lado, pero tampoco demasiado lejos), asistencia de modelos y la presencia estelar de lo más de lo más, como Abramovich y Projorov, dos de los mayores ricachones, no ya de Rusia, sino de todo el mundo mundial.
¿Cómo conseguían que no entrara allí gente inconveniente, como, sin ir más lejos, yo mismo? En primer lugar, poniendo unos precios... ¿cómo lo diría yo? disuasorios. Reservar una mesa, según las tarifas que hay divulgadas por ahí, costaba de quinientos dólares en adelante.
Pero imaginemos que yo hubiera tenido reales intenciones de ir por allí y, a base de ponerme a pan y agua varios meses, hubiera conseguido la suma necesaria para tomarme un zumo de manzana ¿Hubieran tenido que soportar mi presencia y mi vista los parroquianos del Dyagirev? La respuesta es no, porque para proteger a estos próceres del asalto de la plebe los dueños pusieron a toda una institución: Pasha Facecontrol.
No, no es su verdadero apellido, pero eso es lo menos. El chico se hizo famoso por no dejar pasar a nadie cuya apariencia le resultara mínimamente inadecuada, por mucho que hubiera pagado los quinientos pavos de la reserva (que luego no se devolvían, eso que quedara claro). No debe ser un tío simpático. De hecho, al día siguiente al incendio corría por la red el chiste de que los bomberos no pudieron llegar a tiempo a apagarlos porque Pasha Facecontrol no les había dejado pasar.
El otro día pasé por el lugar del siniestro por casualidad, porque, en realidad, iba a ver si la pista de patinaje que había enfrente ya estaba en uso. Allí estaban las paredes ennegrecidas del edificio y un montón de gente sacando cables pelados. Era de noche. Saqué la cámara y la puse en marcha.
- ¡Eh! ¡Eh! ¡No! ¿Qué hace?
Eso sonó a mi espalda. Me di la vuelta y vi a un tipo vestido de negro con el pelo al centímetro que salía de un cochazo aparcado allí mismo. En estos casos intento aparentar ignorancia, a ver qué pasa.
- What's the matter? - pregunté.
- ¡No! - respondió el otro.
- And why not? - volví a preguntar.
- ¡No! - repitió... mmm... elocuentemente, señalando con el dedo hacia su izquierda, que era de donde yo venía, en claro además de mandarme a freír espárragos.
Como vi que el horno no estaba para bollos, y a mi cámara la tengo en estima, me fui, pero por la derecha, por supuesto por no darle la razón, pero también porque era el camino de casa.
"Qué tíos. Quemado y todo, pero lo del "face control" permanece."
Moscú, más adelante, fue reconstruida de manera más refractaria, utilizando materiales como la piedra, antes reservada exclusivamente a la nueva capital, San Petersburgo. Sin embargo, la cosa tenía truco, porque la madera ha seguido siendo un material de construcción fundamental en multitud de elementos de las edificaciones. Si a esto unimos la aparición de la energía eléctrica y el hecho de que las instalaciones eléctricas están hechas unos zorros y no han sido pensadas para soportar la enorme variedad de trastitos eléctricos que han aparecido en Rusia, en particular desde que la caída del comunismo abrió las fronteras, el resultado es que los coches de bomberos ululan a diario y que la normativa antiincendios, imposible de cumplir a rajatabla, es excusa para un montón de inspecciones absurdas. Digo absurdas porque su objeto no es tanto prevenir la aparición de incendios como que el inspector saque tajada de la visita haciendo la vista gorda a cambio de una retribución por parte del inspeccionado.
Y así, el otro día ardió el Dyagilev. El Dyagilev no era una discoteca cualquiera, no, señor. El Dyagirev era la quintaesencia de las discotecas, al menos para los que tuvieron la suerte (y los rublos) para acceder a ella. La inauguraron en 2006 un par de empresarios del mundillo, forrados hasta los ojos, que debían estar hartos de ir a discotecas en las que dejaban entrar a cualquier desharrapado sin clase, y decidieron crear un sitio realmente exclusivo. Para eso, pillaron un antiguo teatro situado en los jardines del Ermitage, prácticamente pared con pared con el Parizhkaya Zhizn (otro local que se las trae), y debieron montar allí la leche en bote, con fuegos artificiales (que yo oía desde mi casa, que no es que esté al lado, pero tampoco demasiado lejos), asistencia de modelos y la presencia estelar de lo más de lo más, como Abramovich y Projorov, dos de los mayores ricachones, no ya de Rusia, sino de todo el mundo mundial.
¿Cómo conseguían que no entrara allí gente inconveniente, como, sin ir más lejos, yo mismo? En primer lugar, poniendo unos precios... ¿cómo lo diría yo? disuasorios. Reservar una mesa, según las tarifas que hay divulgadas por ahí, costaba de quinientos dólares en adelante.
Pero imaginemos que yo hubiera tenido reales intenciones de ir por allí y, a base de ponerme a pan y agua varios meses, hubiera conseguido la suma necesaria para tomarme un zumo de manzana ¿Hubieran tenido que soportar mi presencia y mi vista los parroquianos del Dyagirev? La respuesta es no, porque para proteger a estos próceres del asalto de la plebe los dueños pusieron a toda una institución: Pasha Facecontrol.
No, no es su verdadero apellido, pero eso es lo menos. El chico se hizo famoso por no dejar pasar a nadie cuya apariencia le resultara mínimamente inadecuada, por mucho que hubiera pagado los quinientos pavos de la reserva (que luego no se devolvían, eso que quedara claro). No debe ser un tío simpático. De hecho, al día siguiente al incendio corría por la red el chiste de que los bomberos no pudieron llegar a tiempo a apagarlos porque Pasha Facecontrol no les había dejado pasar.
El otro día pasé por el lugar del siniestro por casualidad, porque, en realidad, iba a ver si la pista de patinaje que había enfrente ya estaba en uso. Allí estaban las paredes ennegrecidas del edificio y un montón de gente sacando cables pelados. Era de noche. Saqué la cámara y la puse en marcha.
- ¡Eh! ¡Eh! ¡No! ¿Qué hace?
Eso sonó a mi espalda. Me di la vuelta y vi a un tipo vestido de negro con el pelo al centímetro que salía de un cochazo aparcado allí mismo. En estos casos intento aparentar ignorancia, a ver qué pasa.
- What's the matter? - pregunté.
- ¡No! - respondió el otro.
- And why not? - volví a preguntar.
- ¡No! - repitió... mmm... elocuentemente, señalando con el dedo hacia su izquierda, que era de donde yo venía, en claro además de mandarme a freír espárragos.
Como vi que el horno no estaba para bollos, y a mi cámara la tengo en estima, me fui, pero por la derecha, por supuesto por no darle la razón, pero también porque era el camino de casa.
"Qué tíos. Quemado y todo, pero lo del "face control" permanece."
miércoles, 20 de febrero de 2008
Cómo cruzar la calle
He aquí una imagen difícil de imaginar en Moscú. Si los Beatles cruzaran así la calle, aunque fuera por un paso cebra, en fila india y sin mirar, durarían menos que el examen oral de un mudo. Y es que, aquí, en esta bendita ciudad, los pasos cebra no sirven para nada, básicamente porque los coches pasan ampliamente de respetarlos. Un peatón puede pasarse mucho tiempo plantado delante del paso cebra esperando, en vano, que algún coche se detenga y le deje pasar. Hay una novela estupenda, "El hombre que compró un automóvil", de Wenceslao Fernández Flórez, que empieza exactamente así, con un hombre aislado en una isleta sin atreverse a volver a la acera mientras coches y más coches le rodean. Era en Madrid en 1932; pues no quiero ni imaginar lo que escribiría en Moscú en 2008.
Como la cosa me estaba mosqueando, hubo un momento en que, precisamente cruzando la calle, vi un policía de tráfico con la porra enhiesta y, resuelto, me dirigí hacia él. Él se sorprendió. Lo normal es que el policía vaya abordando a la gente; la función de la gente es más bien la de escabullirse, no la de ir derecho a hablarle.
- Oiga - le dije.
Él me miró sin saber muy bien qué hacer.
- Es que soy extranjero - proseguí- y tengo una pregunta.
- ¿Sí?
- Sí, oiga. Esto es un paso de peatones, ¿no?
- Sí.
- Y aquí, ¿quién tiene preferencia, los coches o los peatones? Porque yo, todo es intentar cruzar, pero a mí no me cede el paso nadie.
El policía echó una sonrisita.
- Bueno, en principio, tiene preferencia el peatón.
- ¿Y de hecho?
- De hecho, verá, pasa lo que pasa.
- Gracias. Ya lo tengo claro.
Efectivamente, parece que la policía daba por hecho que la ley de la preferencia de los peatones en los pasos cebra cedía ante la costumbre de que los peatones, por la cuenta que nos trae, esperemos que no pase absolutamente nadie para pasar al otro lado. Con lo que con la policía no podíamos contar... ¿Cómo, entonces, superar este apurado trance?
Una vez más, como en tantas otras invenciones importantes, como la pólvora, la vacuna de la tuberculosis o la electricidad, el descubrimiento del método correcto vino de la mano de la casualidad. Yo, que soy así de rumboso, voy a compartirlo con mis lectores, por si les es de utilidad. Allá va:
Un día, jugando al baloncesto, tuve un mal encuentro con un defensor borracho que tenía la gracia de empujarme cuando entraba a canasta. El resultado final fue, aparte de maldiciones diversas al causante y de tiros libres sin número, un esguince de tobillo producido por la mala caída que, finalmente, ocurrió: durante dos semanas presenté una cojera de lo más ostensible. Y la vida en Moscú, pensé, se hacía especialmente difícil, porque si, en plenas facultades físicas, ya resulta complicado salir adelante, pasear medio lisiado era cosa de insensatos.
Pues no, señor. Todo lo contrario. Al verme llegar cojeando, los conductores parecían poseídos de un virus extrañísimo y se detenían. Yo, cojeando siempre, al principio pasaba con desconfianza, no fuera una trampa para cogerme desprevenido; mas luego ya fui viendo que, realmente, el automovilista moscovita pasa del peatón ordinario, pero mima a los bebés y a los lisiados (y a los borrachos también, pero eso es otra cosa).
Y, claro, cuando sané y me libré del esguince y de la cojera que lo acompañaba, volví a cruzar las calles como pude entre coches lanzados, hasta que me dije: "Alfor, chiquet, estás haciendo el memo ¿Qué te cuesta simular una cojera, estés o no contuso?" Y así he venido haciendo: cuando las cosas han venido mal dadas, un poco de rigidez en una pierna, un andar tambaleante... y los coches se detienen como por ensalmo.
Así que, cuando vayáis en coche por Moscú y veáis a un cojo que intenta cruzar la calle, deteneos. Podría ser un cojo de verdad, que bastante tiene con lo suyo, o podría ser este seguro servidor vuestro, que tiene una familia que mantener y que apela a la picaresca por una causa justa, como es la de cruzar la calle.
Como la cosa me estaba mosqueando, hubo un momento en que, precisamente cruzando la calle, vi un policía de tráfico con la porra enhiesta y, resuelto, me dirigí hacia él. Él se sorprendió. Lo normal es que el policía vaya abordando a la gente; la función de la gente es más bien la de escabullirse, no la de ir derecho a hablarle.
- Oiga - le dije.
Él me miró sin saber muy bien qué hacer.
- Es que soy extranjero - proseguí- y tengo una pregunta.
- ¿Sí?
- Sí, oiga. Esto es un paso de peatones, ¿no?
- Sí.
- Y aquí, ¿quién tiene preferencia, los coches o los peatones? Porque yo, todo es intentar cruzar, pero a mí no me cede el paso nadie.
El policía echó una sonrisita.
- Bueno, en principio, tiene preferencia el peatón.
- ¿Y de hecho?
- De hecho, verá, pasa lo que pasa.
- Gracias. Ya lo tengo claro.
Efectivamente, parece que la policía daba por hecho que la ley de la preferencia de los peatones en los pasos cebra cedía ante la costumbre de que los peatones, por la cuenta que nos trae, esperemos que no pase absolutamente nadie para pasar al otro lado. Con lo que con la policía no podíamos contar... ¿Cómo, entonces, superar este apurado trance?
Una vez más, como en tantas otras invenciones importantes, como la pólvora, la vacuna de la tuberculosis o la electricidad, el descubrimiento del método correcto vino de la mano de la casualidad. Yo, que soy así de rumboso, voy a compartirlo con mis lectores, por si les es de utilidad. Allá va:
Un día, jugando al baloncesto, tuve un mal encuentro con un defensor borracho que tenía la gracia de empujarme cuando entraba a canasta. El resultado final fue, aparte de maldiciones diversas al causante y de tiros libres sin número, un esguince de tobillo producido por la mala caída que, finalmente, ocurrió: durante dos semanas presenté una cojera de lo más ostensible. Y la vida en Moscú, pensé, se hacía especialmente difícil, porque si, en plenas facultades físicas, ya resulta complicado salir adelante, pasear medio lisiado era cosa de insensatos.
Pues no, señor. Todo lo contrario. Al verme llegar cojeando, los conductores parecían poseídos de un virus extrañísimo y se detenían. Yo, cojeando siempre, al principio pasaba con desconfianza, no fuera una trampa para cogerme desprevenido; mas luego ya fui viendo que, realmente, el automovilista moscovita pasa del peatón ordinario, pero mima a los bebés y a los lisiados (y a los borrachos también, pero eso es otra cosa).
Y, claro, cuando sané y me libré del esguince y de la cojera que lo acompañaba, volví a cruzar las calles como pude entre coches lanzados, hasta que me dije: "Alfor, chiquet, estás haciendo el memo ¿Qué te cuesta simular una cojera, estés o no contuso?" Y así he venido haciendo: cuando las cosas han venido mal dadas, un poco de rigidez en una pierna, un andar tambaleante... y los coches se detienen como por ensalmo.
Así que, cuando vayáis en coche por Moscú y veáis a un cojo que intenta cruzar la calle, deteneos. Podría ser un cojo de verdad, que bastante tiene con lo suyo, o podría ser este seguro servidor vuestro, que tiene una familia que mantener y que apela a la picaresca por una causa justa, como es la de cruzar la calle.
lunes, 18 de febrero de 2008
Fashion
Por una coincidencia, vine a aparecer por Madrid coincidiendo con la feria de arte moderno y con la pasarela Cibeles. A partir de ahora subrayaré con purpurina en el calendario esta fecha, para intentar que no vuelva a suceder.
Qué de gente, Dios mío. Llegué al hotel bastante molido del viaje, pero mi habitación no la tenían lista todavía, así que me tuve que esperar un rato en el hall. Intenté repasar con algo de desgana un libro de historia económica que llevaba, pero, entre que no estaba yo para muchos alardes y que unos grititos de la mesa vecina me distrajeron, allí no había forma de leer nada.
- ¡Huuuuy! ¿Tú crees que debería llamar a Alejandrooooo?
- Bueno, prueba.
El que había hablado primero comenzó a marcar el que debía ser el número de Alejandro en su móvil. Era un tipo curioso, más bien alto que bajo, vestido de manera muy original. Llevaba unos zapatos de color plata sucia más puntiagudos de lo normal en un español, un pantalón azul oscuro ceñido, con las costuras de los bolsillos y las perneras adornadas de hilo de oro y algunas cadenas metálicas que colgaban y se mecían ritmicamente según los movimientos de su dueño; llevaba una chaqueta, algo deshilachada, entre morada y azul, con franjas fucsia, varias tallas por debajo de lo que hubiera debido corresponder a su dueño y, en lugar de corbata, protegía y adornaba su cuello con un pañuelo marrón anaranjado. Usaba melena, canosa ya, recogida en una coleta, y cubría sus ojos con grandes gafas de sol que a mi me parecieron más de mujer que de hombre.
- ¡Alejandro! ¡Soy Chuchi! Estamos esperando una respuesta tuya sobre los trajes de Israel. Llámame cuando puedas, pero pronto.
Chuchi colgó.
- ¿Qué tal? - preguntó su interlocutor.
- No se me ha puesto. Es un guarro.
Chuchi se puso de pie y a caminar nerviosamente, pero con mucho garbo, lo que me hizo recordar unos versos ilustrativos.
Si al andar tus ojos meces
y las caderas meneas,
yo no digo que lo seas,
mas, parecerlo, pareces.
En esto aparecieron por la puerta un hombre, vestido de manera informal, de gris de arriba a abajo, y tocado con una gorra, y una mujer que iría sobre la treintena enfundada en un vestido fucsia y blanco.
- ¡Chuchi! ¡Hola!
- ¡Diana! ¡Huuuuy! ¡Ooooh, estás diviiina!
- Y tú, Chuchi, y tú.
- Vamos, vamos, que llegamos tarde.
- Espérate que subamos.
Yo, que estaba realmente cansado tras el viaje, supongo que tenía un aspecto poco prometedor, pero levanté la cabeza. Chuchi se me quedó mirando un momento por detrás de sus enormes gafas.
- ¡Señor Von Buchweizen! - me llamaron desde la recepción - Su habitación ya está a punto.
Me levanté y me acerqué al mostrador.
- Aquí tiene su llave - dijo alargándome una tarjeta.
- ¿Cerrará bien?
- Claro ¿Por qué?
- Nada, nada, cosas mías.
Qué de gente, Dios mío. Llegué al hotel bastante molido del viaje, pero mi habitación no la tenían lista todavía, así que me tuve que esperar un rato en el hall. Intenté repasar con algo de desgana un libro de historia económica que llevaba, pero, entre que no estaba yo para muchos alardes y que unos grititos de la mesa vecina me distrajeron, allí no había forma de leer nada.
- ¡Huuuuy! ¿Tú crees que debería llamar a Alejandrooooo?
- Bueno, prueba.
El que había hablado primero comenzó a marcar el que debía ser el número de Alejandro en su móvil. Era un tipo curioso, más bien alto que bajo, vestido de manera muy original. Llevaba unos zapatos de color plata sucia más puntiagudos de lo normal en un español, un pantalón azul oscuro ceñido, con las costuras de los bolsillos y las perneras adornadas de hilo de oro y algunas cadenas metálicas que colgaban y se mecían ritmicamente según los movimientos de su dueño; llevaba una chaqueta, algo deshilachada, entre morada y azul, con franjas fucsia, varias tallas por debajo de lo que hubiera debido corresponder a su dueño y, en lugar de corbata, protegía y adornaba su cuello con un pañuelo marrón anaranjado. Usaba melena, canosa ya, recogida en una coleta, y cubría sus ojos con grandes gafas de sol que a mi me parecieron más de mujer que de hombre.
- ¡Alejandro! ¡Soy Chuchi! Estamos esperando una respuesta tuya sobre los trajes de Israel. Llámame cuando puedas, pero pronto.
Chuchi colgó.
- ¿Qué tal? - preguntó su interlocutor.
- No se me ha puesto. Es un guarro.
Chuchi se puso de pie y a caminar nerviosamente, pero con mucho garbo, lo que me hizo recordar unos versos ilustrativos.
Si al andar tus ojos meces
y las caderas meneas,
yo no digo que lo seas,
mas, parecerlo, pareces.
En esto aparecieron por la puerta un hombre, vestido de manera informal, de gris de arriba a abajo, y tocado con una gorra, y una mujer que iría sobre la treintena enfundada en un vestido fucsia y blanco.
- ¡Chuchi! ¡Hola!
- ¡Diana! ¡Huuuuy! ¡Ooooh, estás diviiina!
- Y tú, Chuchi, y tú.
- Vamos, vamos, que llegamos tarde.
- Espérate que subamos.
Yo, que estaba realmente cansado tras el viaje, supongo que tenía un aspecto poco prometedor, pero levanté la cabeza. Chuchi se me quedó mirando un momento por detrás de sus enormes gafas.
- ¡Señor Von Buchweizen! - me llamaron desde la recepción - Su habitación ya está a punto.
Me levanté y me acerqué al mostrador.
- Aquí tiene su llave - dijo alargándome una tarjeta.
- ¿Cerrará bien?
- Claro ¿Por qué?
- Nada, nada, cosas mías.
viernes, 15 de febrero de 2008
Cocina para exiliados (X): sangría. La elaboración.
Pues, señor, la cosa consiste en cortar la fruta a trozos, e incluso en amasarla un poco con las manos mientras se mezcla con el azúcar, y en dejarla reposar en un plato, en una mezcla de vino y el licor (vodka, por supuesto), que se pretenda echar.
Por otra parte, el vino y la naranjada (bueno, la gaseosa también vale, pero a mí me gusta más con naranjada) se meten en un recipiente. Ojo a la proporción mágica: 5 partes de vino por dos de naranjada o lo que sea. Por otra parte, muchas veces es difícil encontrar un recipiente con la suficiente capacidad para contener los cinco litros o más que estamos elaborando, pero no hay dificultad que no pueda vencer un ánimo avezado, así que siempre se encuentra alguno. En mi caso, un recurso recurrente fue el cubo de fregar, que recomiendo limpiar con espero si ya ha sido usado. Con mucho esmero.
Ahora se le echa la fruta macerada, el azúcar y la canela y se remueve bien. Y ya sólo queda ajustar el sabor al gusto, que es lo realmente difícil del asunto. Hay que evitar caer en tres tentaciones principales:
1.- Pasarse con la canela. Además, si te pasas no hay vuelta atrás añadiendo cosas para compensar, no. Si te pasas, te has pasado sin remedio y tu sangría sabrá sólo a canela. Tiene que tener un regusto, pero no un gusto (Jo, ya me estoy pareciendo a los enólogos de salón que tanto critico).
2.- Pasarse con el vodka. Otro error grave. Estamos hablando de sangría, no de vodka o ron de color rojo. Si te gusta mucho el vodka, cosa que me parece bien, entonces deberías beberlo a palo seco.
3.- Pasarse con la naranjada. Es una tentación de tipo económico, porque la naranjada es mucho más barata que el vino, pero no saldrá bien, ya que corremos el peligro de quedarnos con un insulso líquido sin cuerpo, que ya no será sangría.
Lo que no es peligroso es pasarse con el azúcar. La mayoría de los que gustamos de la sangría somos unos golosos sin remedio. Además, como decía un amigo mío de cuando teníamos dieciséis años: "A mí el alcohol no me gusta, pero tiene efectos simpáticos." Pues el azúcar tiene buena parte de la culpa de los "efectos simpáticos". Eso sí, el resacón de la mañana siguiente, que también es culpa del azúcar, tiene mucha menor simpatía, pero, entretanto, "que te quiten lo bailao".
Y la sangría debe estar fría. En Moscú, en invierno, eso es sumamente fácil de conseguir, y más teniendo en cuenta que ahora mismo estamos a dieciséis bajo cero: sacas un rato la sangría a la terraza y en poco tiempo la tienes a punto. Eso es vida, no como en España, que hace un calor del quince.
Pues eso, que aproveche, y tened ojo con la ingestión y con lo que hacéis, que luego, si no, todo son lamentos.
Por cierto que habría que fomentar el uso de la sangría por aquí, incluso en las discotecas de superpostín... pero eso será el asunto de la siguiente entrada.
Por otra parte, el vino y la naranjada (bueno, la gaseosa también vale, pero a mí me gusta más con naranjada) se meten en un recipiente. Ojo a la proporción mágica: 5 partes de vino por dos de naranjada o lo que sea. Por otra parte, muchas veces es difícil encontrar un recipiente con la suficiente capacidad para contener los cinco litros o más que estamos elaborando, pero no hay dificultad que no pueda vencer un ánimo avezado, así que siempre se encuentra alguno. En mi caso, un recurso recurrente fue el cubo de fregar, que recomiendo limpiar con espero si ya ha sido usado. Con mucho esmero.
Ahora se le echa la fruta macerada, el azúcar y la canela y se remueve bien. Y ya sólo queda ajustar el sabor al gusto, que es lo realmente difícil del asunto. Hay que evitar caer en tres tentaciones principales:
1.- Pasarse con la canela. Además, si te pasas no hay vuelta atrás añadiendo cosas para compensar, no. Si te pasas, te has pasado sin remedio y tu sangría sabrá sólo a canela. Tiene que tener un regusto, pero no un gusto (Jo, ya me estoy pareciendo a los enólogos de salón que tanto critico).
2.- Pasarse con el vodka. Otro error grave. Estamos hablando de sangría, no de vodka o ron de color rojo. Si te gusta mucho el vodka, cosa que me parece bien, entonces deberías beberlo a palo seco.
3.- Pasarse con la naranjada. Es una tentación de tipo económico, porque la naranjada es mucho más barata que el vino, pero no saldrá bien, ya que corremos el peligro de quedarnos con un insulso líquido sin cuerpo, que ya no será sangría.
Lo que no es peligroso es pasarse con el azúcar. La mayoría de los que gustamos de la sangría somos unos golosos sin remedio. Además, como decía un amigo mío de cuando teníamos dieciséis años: "A mí el alcohol no me gusta, pero tiene efectos simpáticos." Pues el azúcar tiene buena parte de la culpa de los "efectos simpáticos". Eso sí, el resacón de la mañana siguiente, que también es culpa del azúcar, tiene mucha menor simpatía, pero, entretanto, "que te quiten lo bailao".
Y la sangría debe estar fría. En Moscú, en invierno, eso es sumamente fácil de conseguir, y más teniendo en cuenta que ahora mismo estamos a dieciséis bajo cero: sacas un rato la sangría a la terraza y en poco tiempo la tienes a punto. Eso es vida, no como en España, que hace un calor del quince.
Pues eso, que aproveche, y tened ojo con la ingestión y con lo que hacéis, que luego, si no, todo son lamentos.
Por cierto que habría que fomentar el uso de la sangría por aquí, incluso en las discotecas de superpostín... pero eso será el asunto de la siguiente entrada.
martes, 12 de febrero de 2008
Cocina para exiliados (IX): sangría. El vino.
Una de esas cosas que se escriben un poco sin pensar, pero se escriben, es que hay que acompañar la comida con la bebida. Y, por supuesto, no hay bebida más española que la sangría. Hay quien prefiere el calimocho, pero uno de sus ingredientes, decididamente, no es español, aunque se encuentre en todo el mundo, Moscú incluido, y por tanto sería, aparentemente, más fácil de elaborar.
Pero ello no quiere decir que la sangría sea imposible, en absoluto. En primer lugar, veamos los ingredientes, para hacer unos cinco litros. No, no voy a decir para cuántas personas, como en las recetas de comidas. Eso depende de cada uno.
Tres litros de vino peleón.
Un litro y cuarto de naranjada.
Un chorrillo de ron o, ya que estamos aquí, de vodka.
Fruta: un par de naranjas, otro de manzanas, y hay quien le echa plátano.
Azúcar al gusto (y más vale que os guste mucho).
Un tantico de canela.
Y ahora pasemos a analizar algunos ingredientes que, en Rusia, son más problemáticos que de costumbre, comenzando por el ingrediente fundamental: el vino. Efectivamente, y ya me adelanto, Rusia no es un país que se distinga por su producción de vino, aunque no vayamos a creer que el vino le es totalmente ajeno. Durante muchos años hubo viñedos en toda la zona del Mar Negro, y allí se producía un vino, que, dicen ellos, era bastante potable y rivalizaba con los franceses (eso me permito dudarlo, pero, no habiéndolos probado, no voy a negarlo radicalmente).
Luego llegó Gorbachov. Y con él llegó la Ley Seca rusa, y con la ley seca llegaron unas arrancadas de viñedos que ríete tú de la Política Agraria Común; y así, lo que pudiera quedar de cultura del vino en la Unión Soviética se vio sustituido definitivamente por la cultura del licor casero. Porque el vino lo pudieron prohibir, pero las patatas, el azúcar y los alambiques caseros no. La gente se mosqueó con Gorbachov. Por ésta y por otras cosas que no vienen ahora al caso. Y así, no es de extrañar que acabaran votando a un alcohólico lamentable como presidente (la Ley Seca ya había sido abolida con anterioridad).
Ahora hay viñedos nuevamente en la zona del Mar Negro, y poco a poco van haciendo un vino dicen que potable, pero yo estoy lejísimos de ser un enólogo y me resulta difícil juzgarlo. Fijaos si tendré poco de enólogo que la única bebida alcohólica que me gusta es... la sangría. De hecho, cuando veo a alguien (incluso a algún compañero de trabajo) lanzarse a decir frases pedantes sobre el sabor, el aroma, el contrasabor y Dios sabe qué matices gustativos del vino, pienso cuánto ganaría el mejunje con algo de naranjada, fruta, azúcar y canela. Pero, de momento, sólo lo pienso. Alguna vez diré lo de "el Emperador está desnudo", a ver qué pasa.
El vino peleón ruso es sensiblemente más caro que en España (en fin...) y muchas veces creo que le echan azúcar, cosa que habrá que tener en cuenta al echárselo, pero últimamente ya se encuentra, incluso en garrafillas de tres litros de precio razonablemente asequible. Muchas veces lo traen de España a granel y lo embotellan aquí, así que, más o menos, viene a ser lo mismo que tenemos allí.
Los demás ingredientes no tienen ningún misterio y se encuentran en cualquier tienda de alimentación, quizá hasta en el "produkty" más desdeñable, aunque la canela puede requerir meterse en un supermercado de los modernos. Quien algo quiere...
Y hasta aquí hemos llegado hoy, que esto se hace largo. Mañana ya pasaremos a la elaboración propiamente dicha.
Pero ello no quiere decir que la sangría sea imposible, en absoluto. En primer lugar, veamos los ingredientes, para hacer unos cinco litros. No, no voy a decir para cuántas personas, como en las recetas de comidas. Eso depende de cada uno.
Tres litros de vino peleón.
Un litro y cuarto de naranjada.
Un chorrillo de ron o, ya que estamos aquí, de vodka.
Fruta: un par de naranjas, otro de manzanas, y hay quien le echa plátano.
Azúcar al gusto (y más vale que os guste mucho).
Un tantico de canela.
Y ahora pasemos a analizar algunos ingredientes que, en Rusia, son más problemáticos que de costumbre, comenzando por el ingrediente fundamental: el vino. Efectivamente, y ya me adelanto, Rusia no es un país que se distinga por su producción de vino, aunque no vayamos a creer que el vino le es totalmente ajeno. Durante muchos años hubo viñedos en toda la zona del Mar Negro, y allí se producía un vino, que, dicen ellos, era bastante potable y rivalizaba con los franceses (eso me permito dudarlo, pero, no habiéndolos probado, no voy a negarlo radicalmente).
Luego llegó Gorbachov. Y con él llegó la Ley Seca rusa, y con la ley seca llegaron unas arrancadas de viñedos que ríete tú de la Política Agraria Común; y así, lo que pudiera quedar de cultura del vino en la Unión Soviética se vio sustituido definitivamente por la cultura del licor casero. Porque el vino lo pudieron prohibir, pero las patatas, el azúcar y los alambiques caseros no. La gente se mosqueó con Gorbachov. Por ésta y por otras cosas que no vienen ahora al caso. Y así, no es de extrañar que acabaran votando a un alcohólico lamentable como presidente (la Ley Seca ya había sido abolida con anterioridad).
Ahora hay viñedos nuevamente en la zona del Mar Negro, y poco a poco van haciendo un vino dicen que potable, pero yo estoy lejísimos de ser un enólogo y me resulta difícil juzgarlo. Fijaos si tendré poco de enólogo que la única bebida alcohólica que me gusta es... la sangría. De hecho, cuando veo a alguien (incluso a algún compañero de trabajo) lanzarse a decir frases pedantes sobre el sabor, el aroma, el contrasabor y Dios sabe qué matices gustativos del vino, pienso cuánto ganaría el mejunje con algo de naranjada, fruta, azúcar y canela. Pero, de momento, sólo lo pienso. Alguna vez diré lo de "el Emperador está desnudo", a ver qué pasa.
El vino peleón ruso es sensiblemente más caro que en España (en fin...) y muchas veces creo que le echan azúcar, cosa que habrá que tener en cuenta al echárselo, pero últimamente ya se encuentra, incluso en garrafillas de tres litros de precio razonablemente asequible. Muchas veces lo traen de España a granel y lo embotellan aquí, así que, más o menos, viene a ser lo mismo que tenemos allí.
Los demás ingredientes no tienen ningún misterio y se encuentran en cualquier tienda de alimentación, quizá hasta en el "produkty" más desdeñable, aunque la canela puede requerir meterse en un supermercado de los modernos. Quien algo quiere...
Y hasta aquí hemos llegado hoy, que esto se hace largo. Mañana ya pasaremos a la elaboración propiamente dicha.
lunes, 11 de febrero de 2008
Educacion mixta
Cuando pasamos por España en grupo, cosa que sucede un par de veces al año, la gente se pregunta (y nos pregunta) sobre la escolarización de Abi, Ro y Ame. Y es que, claro, a la gente que nos quiere le inquieta qué será de ellos el día, que no sabemos cuándo llegará, en que salgamos de Rusia y aparezcamos por otras tierras, suponemos que pertenecientes a España, en donde se habla y se escribe en castellano y con el alfabeto latino.
Y, efectivamente, esa preocupación la comparten sus padres, que no en vano son los que más los quieren.
De hecho, la educación de las dos mayores, pues Ame no está en edad escolar y bien que disfruta de ello, es dual. Por una parte, van al colegio ruso más cercano a donde vivimos y allí siguen a rajatabla el programa ruso. Por otra, están matriculadas en la primaria española a distancia, lo cual plantea otro problema, consistente en encontrar a alguien que les explique las materias y les ayude a resolver los ejercicios que deben presentar. Porque la enseñanza a distancia está más o menos bien en la etapa universitaria (que me lo digan a mí), pero lo de aprender a leer y a escribir sin ayuda externa y próxima no le sale bien a todo el mundo.
Por fortuna, hemos encontrado a un profesor agudo, abnegado, ocurrente, bien dispuesto, con horario flexible y con el castellano como lengua nativa, que ha aceptado impartir clase a Abi y Ro sin cobrar, por amor al arte. El único problema es su contrastada fanfarronería y que sólo está disponible para dar clase cuando termina su jornada laboral. Sí, soy yo.
Y es la cosa no es fácil, ni para mí ni tampoco, sobre todo, para ellas, que han estado en clase todo el santo día y que al llegar a casa tienen que cambiar de idioma y empezar a entender, por ejemplo, qué son los artículos determinados e indeterminados (que no existen en ruso) o cómo se realiza el análisis sintáctico de una oración en español (sólo muy remotamente parecido al que se aplica en ruso), cuando lo que quieren hacer es jugar un rato.
Así sucedió el otro día, cuando llegué del trabajo, puse mi mejor sonrisa, entré con ímpetu, casi corriendo, en la habitación de las niñas y me encontré a Abi jugando con sus muñecas.
- ¡Hola, Abi! ¿Qué, vamos a estudiar un rato?
Abi me miró, miró sus muñecas, apretó un poquito los labios y dijo lentamente.
- No, papá, todavía no. Estoy segura de que has tenido un día muy duro en el trabajo. Creo que debes descansar un poco.
A veces me pregunto si no me debería dar clase ella a mí.
Y, efectivamente, esa preocupación la comparten sus padres, que no en vano son los que más los quieren.
De hecho, la educación de las dos mayores, pues Ame no está en edad escolar y bien que disfruta de ello, es dual. Por una parte, van al colegio ruso más cercano a donde vivimos y allí siguen a rajatabla el programa ruso. Por otra, están matriculadas en la primaria española a distancia, lo cual plantea otro problema, consistente en encontrar a alguien que les explique las materias y les ayude a resolver los ejercicios que deben presentar. Porque la enseñanza a distancia está más o menos bien en la etapa universitaria (que me lo digan a mí), pero lo de aprender a leer y a escribir sin ayuda externa y próxima no le sale bien a todo el mundo.
Por fortuna, hemos encontrado a un profesor agudo, abnegado, ocurrente, bien dispuesto, con horario flexible y con el castellano como lengua nativa, que ha aceptado impartir clase a Abi y Ro sin cobrar, por amor al arte. El único problema es su contrastada fanfarronería y que sólo está disponible para dar clase cuando termina su jornada laboral. Sí, soy yo.
Y es la cosa no es fácil, ni para mí ni tampoco, sobre todo, para ellas, que han estado en clase todo el santo día y que al llegar a casa tienen que cambiar de idioma y empezar a entender, por ejemplo, qué son los artículos determinados e indeterminados (que no existen en ruso) o cómo se realiza el análisis sintáctico de una oración en español (sólo muy remotamente parecido al que se aplica en ruso), cuando lo que quieren hacer es jugar un rato.
Así sucedió el otro día, cuando llegué del trabajo, puse mi mejor sonrisa, entré con ímpetu, casi corriendo, en la habitación de las niñas y me encontré a Abi jugando con sus muñecas.
- ¡Hola, Abi! ¿Qué, vamos a estudiar un rato?
Abi me miró, miró sus muñecas, apretó un poquito los labios y dijo lentamente.
- No, papá, todavía no. Estoy segura de que has tenido un día muy duro en el trabajo. Creo que debes descansar un poco.
A veces me pregunto si no me debería dar clase ella a mí.
viernes, 8 de febrero de 2008
Ciclismo de invierno
Había escrito en la última ocasión que escribiría sobre bicicletas en invierno. Ya sé que normalmente escribo que voy a escribir sobre cosas y luego no lo hago; pero eso no hay que achacarlo a que incumplo mi palabra. Sólo es que no tengo prisa.
Esta vez sí. Como estamos en invierno, birria de invierno, pero invierno al fin, y es posible que la cosa no dure mucho más, voy a aprovechar. El que lea esto con regularidad ya sabe que no es que me gusten las bicicletas, es que a la que puedo no me desplazo en otra cosa, e incluso, en los felices años de estudiante (yo no lo sabía, pero eran felices) pasé veranos enteros recorriendo la provincia de Valencia sobre el sillín de mi ya entonces atrasada Orbea (la que siempre se estropea) con cambio de marchas de palanca que me dejó tirado en más de un puerto de segunda chirriando los dientes.
Mis experiencias ciclistas con nieve, sin embargo, son más exiguas. Cuando me fui a estudiar a Alemania y empezó a nevar (nunca había visto nieve antes de eso, quién me lo iba a decir ahora) aposté con un compañero, italiano él y no menos ciclista que yo, que aguantaría yendo en bicicleta más que él. Estuve resbalando unos cuantos días por los bosques cercanos a la Universidad, hasta que un día el italiano llegó a clase con los pantalones hechos una pena, embarrados hasta la entrepierna, y me dijo que se había caído y que abandonaba. Yo todavía fui al día siguiente a clase en bicicleta (para ganar, claro), y luego abandoné también hasta que el suelo estuvo más practicable. Fanfarrón, vale, sí; pero tonterías, las justas.
En Rusia no lo he hecho nunca. Sí que lo he pensado, pero no lo he hecho, más allá de un alargamiento del otoño quizá un poco más de lo prudente. Hace un par de años, me encontré en una fiestecilla casera con un ruso que iba en bicicleta.
- ¡Hombre! Yo también voy cuando puedo.
- ¿Ah, sí?
- Sí, oye, ¿y vas en invierno?
El ruso se me quedó mirando.
- Pues alguna vez sí que he ido, pero he dejado de hacerlo, porque tenía que cambiarme de ropa de arriba a abajo al llegar a los sitios.
He ahí el verdadero problema. Lo de la bici tiene mal arreglo a no ser que trabajes en un sitio donde puedas ir mojado o hecho unos zorros, cosa que, lamentablemente, no es mi caso desde los felices tiempos en que me pasaba el día con la azada en la mano quitando hierbas o haciendo caballones en los campos (bueno, aquellos tiempos, bien pensado, quizá no fueran tan felices). Efectivamente, como ya hemos visto hace nada, los charcos de nieve mezclada con tierra y otras porquerías abundan y los coches no es que hagan mucho por eludirlos; el resultado es que sólo puedes permitirte este medio de transporte si al llegar al trabajo te pones un mono y dejas la ropa a secar hasta que te toque volver.
Pero, para mi sorpresa, porque no he visto ninguno, resulta que hay gente inasequible al desaliento que utiliza la bicicleta round-the-year. Y para ilustrarlo, aunque la entrada se haga larguísima, voy a reproducir un artículo del Moscow Times de hace un par de semanas que me llamó la atención.
Nota (o "Disclaimer", como dirían ellos): Yo ya sé que el Moscow Times es un panfletillo pro-yanqui que los rusófilos (y no sólo ellos) desprecian por eso mismo; pero, como está escrito para guiris, y más si los guiris son gringos analfabetos en ruso, a veces cuentan cosas interesantes para ellos, que en la prensa rusa no aparecen porque no reparan en que puedan ser interesantes o curiosas para alguien. Vamos, que no es de extrañar que aparezcan en esta bitácora que, en el fondo, va de eso: de cosas curiosas que pasan por aquí. Pero prometo (sin prisas, que quede claro) en una próxima entrada citar cosas del periódico que verdaderamente sigo con veneración y que no es el Moscow Times.
Os dejo con ellos. Las fotos son suyas (y las notas entre paréntesis, mías)
Esta vez sí. Como estamos en invierno, birria de invierno, pero invierno al fin, y es posible que la cosa no dure mucho más, voy a aprovechar. El que lea esto con regularidad ya sabe que no es que me gusten las bicicletas, es que a la que puedo no me desplazo en otra cosa, e incluso, en los felices años de estudiante (yo no lo sabía, pero eran felices) pasé veranos enteros recorriendo la provincia de Valencia sobre el sillín de mi ya entonces atrasada Orbea (la que siempre se estropea) con cambio de marchas de palanca que me dejó tirado en más de un puerto de segunda chirriando los dientes.
Mis experiencias ciclistas con nieve, sin embargo, son más exiguas. Cuando me fui a estudiar a Alemania y empezó a nevar (nunca había visto nieve antes de eso, quién me lo iba a decir ahora) aposté con un compañero, italiano él y no menos ciclista que yo, que aguantaría yendo en bicicleta más que él. Estuve resbalando unos cuantos días por los bosques cercanos a la Universidad, hasta que un día el italiano llegó a clase con los pantalones hechos una pena, embarrados hasta la entrepierna, y me dijo que se había caído y que abandonaba. Yo todavía fui al día siguiente a clase en bicicleta (para ganar, claro), y luego abandoné también hasta que el suelo estuvo más practicable. Fanfarrón, vale, sí; pero tonterías, las justas.
En Rusia no lo he hecho nunca. Sí que lo he pensado, pero no lo he hecho, más allá de un alargamiento del otoño quizá un poco más de lo prudente. Hace un par de años, me encontré en una fiestecilla casera con un ruso que iba en bicicleta.
- ¡Hombre! Yo también voy cuando puedo.
- ¿Ah, sí?
- Sí, oye, ¿y vas en invierno?
El ruso se me quedó mirando.
- Pues alguna vez sí que he ido, pero he dejado de hacerlo, porque tenía que cambiarme de ropa de arriba a abajo al llegar a los sitios.
He ahí el verdadero problema. Lo de la bici tiene mal arreglo a no ser que trabajes en un sitio donde puedas ir mojado o hecho unos zorros, cosa que, lamentablemente, no es mi caso desde los felices tiempos en que me pasaba el día con la azada en la mano quitando hierbas o haciendo caballones en los campos (bueno, aquellos tiempos, bien pensado, quizá no fueran tan felices). Efectivamente, como ya hemos visto hace nada, los charcos de nieve mezclada con tierra y otras porquerías abundan y los coches no es que hagan mucho por eludirlos; el resultado es que sólo puedes permitirte este medio de transporte si al llegar al trabajo te pones un mono y dejas la ropa a secar hasta que te toque volver.
Pero, para mi sorpresa, porque no he visto ninguno, resulta que hay gente inasequible al desaliento que utiliza la bicicleta round-the-year. Y para ilustrarlo, aunque la entrada se haga larguísima, voy a reproducir un artículo del Moscow Times de hace un par de semanas que me llamó la atención.
Nota (o "Disclaimer", como dirían ellos): Yo ya sé que el Moscow Times es un panfletillo pro-yanqui que los rusófilos (y no sólo ellos) desprecian por eso mismo; pero, como está escrito para guiris, y más si los guiris son gringos analfabetos en ruso, a veces cuentan cosas interesantes para ellos, que en la prensa rusa no aparecen porque no reparan en que puedan ser interesantes o curiosas para alguien. Vamos, que no es de extrañar que aparezcan en esta bitácora que, en el fondo, va de eso: de cosas curiosas que pasan por aquí. Pero prometo (sin prisas, que quede claro) en una próxima entrada citar cosas del periódico que verdaderamente sigo con veneración y que no es el Moscow Times.
Os dejo con ellos. Las fotos son suyas (y las notas entre paréntesis, mías)
An Extreme Winter Sport
By Maria Antonova
Staff Writer
Moscow bicyclist Andrei Kuznetsov has one complaint -- biking when temperatures dip below minus 15 degrees Celsius turns his beard to ice after a few minutes (eso es verdad, jo, ya me pasó en Alemania a -12º).
Since 1995, he has exclusively used his bicycle to get around the city, rain, shine or freezing cold winter. On a given day, he can commute from Skhodnenskaya in the northwest to Kolomenskoye in the southeast and back again (para que os hagáis una idea, no menos de 35 kilómetros en cada dirección. Lo podéis creer o no. Yo no estoy seguro). Each way takes him about 1 1/2 hours. "It would take two hours driving, so I actually save time," said Kuznetsov, who, though he can afford a car, does not own one.
As traffic worsens and the cost of public transportation increases every January, many people are considering using their bikes in the city (hombre, tanto como "many"...). The Bicycle Transport Union estimates that over 3 million Muscovites own bikes. According to some bike enthusiasts, it is not the climate that stops people from biking, but lack of infrastructure, public support and road safety (sí, esas tres cosas sí, pero el clima yo diría que cuenta un poquito).
Igor Nalimov has been studying the "bikefication" of European cities and advocating for bike-friendly measures for the past five years. In October, he created the Bicycle Transport Union, which is pushing city authorities to improve bicycle infrastructure.
"Stores sell half a million bikes in Moscow every year, the potential is tremendous," he said, adding that climate is not the main problem. In Helsinki, 10 percent of all passenger trips are on bikes (sí, pero Helsinki es de grande como un barrio de Moscú). Central Moscow, with its daily flood of 2.3 million commuters, is one of the few prefectures that have included modest changes to its urban planning, promising to install bike racks by the metro stations, Nalimov said (¿Eso es todo? Y tan "modest").
Unfortunately, Mayor Yury Luzhkov has turned a deaf ear to the bicycle problem, making an exception on only one occasion when he sent two officials to Paris to study the Velib urban bike rental system, said Nalimov.
"When they came back, they pressed for an enormous sum to be budgeted for the creation of something similar in Moscow. We think it's a very bad idea - the money will just disappear, solving none of the structural problems," Nalimov said (Je, je, cómo los conoce). The first steps should be simple public support for bikers and basic structural changes like flattening curbs and adding bike lanes.
Not many bikers have the patience of Nalimov, who regularly attends Moscow urban planning meetings and bombards the city government with letters and propositions (Sí, sí, hay gente así). Critical Mass, the international social movement of monthly bike rides, started a Moscow chapter in 2004, but it has little dialogue with the authorities. The last Saturday of every month, Moscow bikers depart from Turgenev Square in order to prove that interest in biking is there. Only a few participate in the winter months, but summer attendance can reach 200, said Dmitry Kokorev, head of the Moscow branch (Prometo ir un día con el bulto misterioso y hacer de corresponsal para los lectores de este blog. Sí, es otra de esas promesas que cumpliré sin prisa).
Since Moscow was not designed for bicyclists, the quest to make it more bike-friendly must start from square one.
Dubna, a city in the north of the Moscow region, has a different problem. It was founded in 1956 as a city for atomic physicists, with infrastructure that included bicycle lanes and racks by every residential building or industrial facility.
"Dubna has always had a really strong bike culture: kids biked to school, and academics biked to particle accelerators," said Alexei Nikitsky, head of the Velodubna association, a group that formed last summer with the goal to preserve what he called the city's bicycle transit microclimate. This microclimate is being transformed by increased motorization. One local enterprise had recently done away with a rack that held 1,000 bicycles. The space is now occupied by eight cars. Likewise, old bike paths serve as improvised parking strips.
"For many Russians, driving has become a status thing, and biking is associated with poverty. The problem is that we are headed toward a collapse in the system, and in a few years people will inevitably seek alternatives to driving. It makes more sense to preserve the town's old bike infrastructure instead of spending huge amounts in the future to develop it from scratch," Nikitsky said.
Few practical measures have been undertaken so far in response to Velodubna's letters and propositions. But the group is supported by a local furniture company owner, who is considering financing a huge wooden bicycle monument (Ahhhhh, van a arreglar el asunto con monumentos. Ya veo). And when Velodubna members proposed a citywide bike parade last summer, the demonstration was enthusiastically accompanied by traffic police.
In the winter, Dubna is overrun with ice fishermen on bikes every weekend. Wobbling over the ice of the Ivankovskoye reservoir, hundreds of men pedal as far as three kilometers into the reservoir with their fishing gear and return at sunset. Yearly drowning accidents don't stop them, nor does the winter climate.
miércoles, 6 de febrero de 2008
Hielo desnudo
Había quedado pendiente en la última entrada perorar sobre cómo se las arreglan los municipios rusos, y en particular el de Moscú, para luchar contra el hielo y evitar la sobrecarga de trabajo de los traumatólogos. A partir de mi experiencia, es decir, de lo que he visto paseando por la calle (no, nunca me he dedicado al oficio de rompehielos), creo que nos encontramos ante las siguientes posibilidades:
1.- En los barrios fetén, se emplea todo tipo de medios contra el hielo, pero todos. El más normal es poner un señor con un pico a romper el hielo, mientras otro va recogiendo los trocitos con ayuda de una escoba o, mucho más frecuentemente, con unas cuantas ramas unidas y un recogedor o la tapa de un cubo.
Vamos, que si conservas un poco de empatía y te pones en el lugar del operario, comienzas a compadecerlo enseguida. Anda que no debe ser la leche pasarse el día a temperaturas bajo cero picando hielo. Yo, sólo de pensar las veces que he tenido que picar hielo para hacer un granizado, ya me da grima. Y eso que estaba en mi cocina, calentito.
Hay una variante ya que es la pera, que debe ser cuando meten debajo de la acera cañerías o sistemas antihielo para que la acera se mantenga sobre cero y el hielo ni siquiera llegue a formarse. Por ejemplo, hacen eso en la acera de la calle Tverskaya, justo ante la Alcaldía de Moscú, que siempre, pero siempre, está impecable, incluso los domingos por la mañana, cuando los operarios rompehielo están de permiso. Hacen bien en la Alcaldía. Al fin y al cabo, la caridad empieza por uno mismo. Eso sí, uno se confía y se pone a pisar con garbo, y a los veinte metros se acaba de repente la buena vida, se forma una placa de hielo que te cagas, sigues pisando y te metes un resbalón que no paras hasta esmorrarte en el mausoleo de Lenin, calle abajo.
Ah, he hablado de los domingos por la mañana y esos momentos en que los operarios rompehielo están fuera de servicio. Como es natural, en ese momento nieva casi siempre, en la ciudad se monta la gorda y por la radio se ponen a decir que recomiendan a la gente no salir de casa en coche (pero los peatones quedan fuera del aviso). Entonces, en las zonas fetén que estamos viendo, se emplea el sistema de echar guijarros a la acera para que no resbale, hasta que llegue el momento de romper el hielo (literalmente, que en este caso no se trata de ligar).
2.- En las zonas de clase media, lo de los guijarros sale demasiado caro y lo de los operarios rompehielo con ayudante barrendero no digamos, así que el resultado es que los encargados del cuidado de las aceras, como mucho, echan arena o tierra sobre el hielo. No es una garantía de seguridad, pero funciona razonablemente bien. Lo malo es cuando el hielo se derrite. Entonces, la tierra o la arena (ésas sí que no se derriten) se mezclan con el agua resultante y la acera, y todo el barrio, se convierten en un barrizal cochambroso.
3.- En las demás zonas (es decir, en las pobretonas), echan un mejunje que no sé muy bien qué es, pero que no es inocuo para las suelas de los zapatos. Debe ser parecido al que echan en la calzada y que deja los bajos de los coches hechos puré. Del otro día a esta parte, he leído la última entrada del Botas y parece que ahora van a echar algo más inofensivo, pero él no se fía y yo, francamente, estoy con él.
La alternativa, claro, es desentenderse del asunto, ignorar las súplicas de los sufridos traumatólogos y dejar al hielo campar por sus respetos hasta que el tiempo acabe con él. Lo normal es que hacia marzo comience a escampar y que en abril no quede nada. Me consta que esta táctica se utiliza profusamente en ciudades menores, e incluso recuerdo un viaje que hice a Rostov en pleno enero y había montañas de nieve y hielo en plena calzada; pero lo más me llamó la atención fue un señor, no precisamente joven, que estaba dando ¡en bicicleta! un paseíto por la orilla de lago. Bueno, la verdad es que sólo sabíamos que era un lago los que habíamos estado allí en verano: entonces, a veinte bajo cero, era una superficie blanca helada con un par de pescadores encima. Que también son ganas, tú.
Mmmm... bicicleta en pleno invierno y sobre la nieve. Esto me da una idea para la siguiente entrada.
1.- En los barrios fetén, se emplea todo tipo de medios contra el hielo, pero todos. El más normal es poner un señor con un pico a romper el hielo, mientras otro va recogiendo los trocitos con ayuda de una escoba o, mucho más frecuentemente, con unas cuantas ramas unidas y un recogedor o la tapa de un cubo.
Vamos, que si conservas un poco de empatía y te pones en el lugar del operario, comienzas a compadecerlo enseguida. Anda que no debe ser la leche pasarse el día a temperaturas bajo cero picando hielo. Yo, sólo de pensar las veces que he tenido que picar hielo para hacer un granizado, ya me da grima. Y eso que estaba en mi cocina, calentito.
Hay una variante ya que es la pera, que debe ser cuando meten debajo de la acera cañerías o sistemas antihielo para que la acera se mantenga sobre cero y el hielo ni siquiera llegue a formarse. Por ejemplo, hacen eso en la acera de la calle Tverskaya, justo ante la Alcaldía de Moscú, que siempre, pero siempre, está impecable, incluso los domingos por la mañana, cuando los operarios rompehielo están de permiso. Hacen bien en la Alcaldía. Al fin y al cabo, la caridad empieza por uno mismo. Eso sí, uno se confía y se pone a pisar con garbo, y a los veinte metros se acaba de repente la buena vida, se forma una placa de hielo que te cagas, sigues pisando y te metes un resbalón que no paras hasta esmorrarte en el mausoleo de Lenin, calle abajo.
Ah, he hablado de los domingos por la mañana y esos momentos en que los operarios rompehielo están fuera de servicio. Como es natural, en ese momento nieva casi siempre, en la ciudad se monta la gorda y por la radio se ponen a decir que recomiendan a la gente no salir de casa en coche (pero los peatones quedan fuera del aviso). Entonces, en las zonas fetén que estamos viendo, se emplea el sistema de echar guijarros a la acera para que no resbale, hasta que llegue el momento de romper el hielo (literalmente, que en este caso no se trata de ligar).
2.- En las zonas de clase media, lo de los guijarros sale demasiado caro y lo de los operarios rompehielo con ayudante barrendero no digamos, así que el resultado es que los encargados del cuidado de las aceras, como mucho, echan arena o tierra sobre el hielo. No es una garantía de seguridad, pero funciona razonablemente bien. Lo malo es cuando el hielo se derrite. Entonces, la tierra o la arena (ésas sí que no se derriten) se mezclan con el agua resultante y la acera, y todo el barrio, se convierten en un barrizal cochambroso.
3.- En las demás zonas (es decir, en las pobretonas), echan un mejunje que no sé muy bien qué es, pero que no es inocuo para las suelas de los zapatos. Debe ser parecido al que echan en la calzada y que deja los bajos de los coches hechos puré. Del otro día a esta parte, he leído la última entrada del Botas y parece que ahora van a echar algo más inofensivo, pero él no se fía y yo, francamente, estoy con él.
La alternativa, claro, es desentenderse del asunto, ignorar las súplicas de los sufridos traumatólogos y dejar al hielo campar por sus respetos hasta que el tiempo acabe con él. Lo normal es que hacia marzo comience a escampar y que en abril no quede nada. Me consta que esta táctica se utiliza profusamente en ciudades menores, e incluso recuerdo un viaje que hice a Rostov en pleno enero y había montañas de nieve y hielo en plena calzada; pero lo más me llamó la atención fue un señor, no precisamente joven, que estaba dando ¡en bicicleta! un paseíto por la orilla de lago. Bueno, la verdad es que sólo sabíamos que era un lago los que habíamos estado allí en verano: entonces, a veinte bajo cero, era una superficie blanca helada con un par de pescadores encima. Que también son ganas, tú.
Mmmm... bicicleta en pleno invierno y sobre la nieve. Esto me da una idea para la siguiente entrada.
lunes, 4 de febrero de 2008
El maldito tiempo
Yo creo que ya me he quejado alguna vez del tiempo que hace en Rusia. Y vosotros pensaréis: "Pues claro ¿Cómo no se va a quejar este menda, con el frío que hace en Moscú? ¡Si eso lo sabe todo el mundo!" Y mi respuesta es: "No, hijos, no, no me quejo de frío. Ojalá hiciera frío. Me quejo de calor."
Pues sí. De calor. Y eso que hay nieve hasta las orejas, pulcramente amontonada en parques, jardines y allá donde molesta menos al paso. Y eso que las temperaturas van raspando los cero grados, tanto por encima, como por debajo. Y eso que cuando uno se pasa, parado en un semáforo, más tiempo del estrictamente necesario, comienza a congelársele el lagrimal, los pies y esa gotita que se forma en la punta de la nariz y que uno no se quita porque con los guantes no hay cristiano que alcance el pañuelo y porque, total, a los cinco segundos ya habrá otra gotita exactamente igual sustituyendo a la anterior.
Pues señor, es el caso que la semana pasada a Lorenzo le dio por lucir un tantico y, entre eso y que los vientos del norte amainaron, las temperaturas dieron una subidilla por encima de los cero grados. No gran cosa: a lo más que llegaron fue a dos grados, pero eso fue bastante para que comenzara a derretirse algo la nieve y se convirtiera en agua. Como sabéis los más mayores (de los jóvenes no respondo), la nieve es agua en conserva, por así decirlo, y a los cero grados pasa del estado sólido al líquido. Pues eso es lo que estaba pasando.
En el proceso, se forman charcos, sí, y debajo de los charcos, ¿qué nos encontramos? Hielo, hielo puro y duro, que no le ha dado tiempo a derretirse y ahí está, esperando a que algún incauto ponga el pie encima y, después del pie, la espalda.
Lo de las temperaturas justito por encima de cero tiene un peligro añadido: que pueden bajar justo por debajo. Y eso es lo que ha pasado esta noche pasada. El viento del norte ha decidido reactivarse y esta mañana, saliendo de casa, lo que tenía delante de mis ojos era un pista de patinaje casera. Los rusos lo llaman "гололед" (gololyod), que es una de esas palabras que no existen en castellano y que podíamos traducir, para entendernos, como "hielo desnudo". El hielo desnudo tiene más peligro que un palestino fumando con un bidón de gasolina entre los brazos. Y por eso me quejo de calor, porque, a cinco bajo cero, no se derrite nada y podríamos caminar con precaución, pero con pie firme y sabiendo que la rabadilla no correría demasiado peligro de romperse.
En fin, que en Moscú, en estas fechas, los médicos que tienen más trabajo son los traumatólogos. No hay día que no se esmorre contra el suelo un buen capazo de moscovitas y se casque algún hueso, o vaya alguno caminando por la acera, mirando al suelo (por la cuenta que les trae), y caiga desde arriba alguna estalactita que le deje descalabrados para una buena temporada.
Pero bueno, el ayuntamiento de Moscú, posiblemente azuzado por las quejas de los traumatólogos, no descuida la lucha contra el hielo desnudo, pero de los sistemas de lucha contra él ya escribiré la próxima vez, que hoy se hace tarde.
Pues sí. De calor. Y eso que hay nieve hasta las orejas, pulcramente amontonada en parques, jardines y allá donde molesta menos al paso. Y eso que las temperaturas van raspando los cero grados, tanto por encima, como por debajo. Y eso que cuando uno se pasa, parado en un semáforo, más tiempo del estrictamente necesario, comienza a congelársele el lagrimal, los pies y esa gotita que se forma en la punta de la nariz y que uno no se quita porque con los guantes no hay cristiano que alcance el pañuelo y porque, total, a los cinco segundos ya habrá otra gotita exactamente igual sustituyendo a la anterior.
Pues señor, es el caso que la semana pasada a Lorenzo le dio por lucir un tantico y, entre eso y que los vientos del norte amainaron, las temperaturas dieron una subidilla por encima de los cero grados. No gran cosa: a lo más que llegaron fue a dos grados, pero eso fue bastante para que comenzara a derretirse algo la nieve y se convirtiera en agua. Como sabéis los más mayores (de los jóvenes no respondo), la nieve es agua en conserva, por así decirlo, y a los cero grados pasa del estado sólido al líquido. Pues eso es lo que estaba pasando.
En el proceso, se forman charcos, sí, y debajo de los charcos, ¿qué nos encontramos? Hielo, hielo puro y duro, que no le ha dado tiempo a derretirse y ahí está, esperando a que algún incauto ponga el pie encima y, después del pie, la espalda.
Lo de las temperaturas justito por encima de cero tiene un peligro añadido: que pueden bajar justo por debajo. Y eso es lo que ha pasado esta noche pasada. El viento del norte ha decidido reactivarse y esta mañana, saliendo de casa, lo que tenía delante de mis ojos era un pista de patinaje casera. Los rusos lo llaman "гололед" (gololyod), que es una de esas palabras que no existen en castellano y que podíamos traducir, para entendernos, como "hielo desnudo". El hielo desnudo tiene más peligro que un palestino fumando con un bidón de gasolina entre los brazos. Y por eso me quejo de calor, porque, a cinco bajo cero, no se derrite nada y podríamos caminar con precaución, pero con pie firme y sabiendo que la rabadilla no correría demasiado peligro de romperse.
En fin, que en Moscú, en estas fechas, los médicos que tienen más trabajo son los traumatólogos. No hay día que no se esmorre contra el suelo un buen capazo de moscovitas y se casque algún hueso, o vaya alguno caminando por la acera, mirando al suelo (por la cuenta que les trae), y caiga desde arriba alguna estalactita que le deje descalabrados para una buena temporada.
Pero bueno, el ayuntamiento de Moscú, posiblemente azuzado por las quejas de los traumatólogos, no descuida la lucha contra el hielo desnudo, pero de los sistemas de lucha contra él ya escribiré la próxima vez, que hoy se hace tarde.
viernes, 1 de febrero de 2008
Cocina para exiliados (VIII): arroz al horno
Mi contribución al recetario manuscrito español se contiene en la imagen adjunta, resultado de un éxito culinario que coseché el día de Año Nuevo, en que me tocó hacer un arroz al horno, bien es cierto que no en Moscú, sino en los alrededores de Madrid, con un Mercadona bien cerca para asegurar el suministro de ingredientes. El arroz salió bueno. Hubo varios comensales que repitieron, e incluso alguno repitió más de una vez. Y a mí me tocó reflejar por escrito cómo me las había arreglado para sacar adelante la comida de Año Nuevo (y a mi cuñada le tocó escanearlo: gracias, cuñada).
Por desgracia, Moscú es mucho menos adecuado que los alrededores de Madrid para la cocina española, como hemos ido viendo a lo largo de distintas entradas anteriores. Aún así, no es misión imposible echarse al coleto un buen arroz de elaboración casera, cosa que vamos a tratar de demostrar en la presente entrada. Para ello, voy a copiar el mismo texto que garrapateé en su día.
Lo ideal sería pinchar en la imagen y ver el manuscrito en su salsa, con mi letra de zurdo corregido. Después de todo, y sin ser grafólogo, sí que creo que la letra escrita es algo que revela muchas más cosas que la estandarizada letra de imprenta, y no sólo de la personalidad del escritor, sino también del mensaje transmitido. Pero corren otros tiempos, lo que se impone ahora son los dedos y el teclado, en detrimento de la mano y el bolígrafo, y la máxima personalización que se permite al escritor es la derivada de poder escoger el tipo de letra (predefinido, por supuesto) en el que prefiere ver publicada su obra. Y así nos va: el escritor que estáis leyendo ahora mismo, sin ir más lejos, está sumamente orgulloso de su caligrafía y cuida su letra incluso cuando tiene que redactar una receta en la incomodidad de la mesa de un restaurante; sin embargo, no es hasta ahora, tras un buen porrón de entradas, que uno de sus manuscritos se ha abierto paso por aquí.
Sin embargo, en previsión de que al lector le disguste lo escrito con bolígrafo, y por la comodidad de insertar comentarios, aquí va la transcripción.
ARRÒS AL FORN (Arroz al horno)
Ingredientes para doce personas:
1 kilo de arroz redondo.
2 litros de caldo de carne o verdura.
6 morcillas de cebolla.
2 tomates.
2 patatas pequeñas o una grande.
Azafrán en polvo (o en hebras, pero entonces hay que machacarlo previamente)
Sal al gusto.
Aceite de oliva (1/4 de litro aprox., quizá algo menos).
Varios dientes de ajo.
Y aquí ya proceden algunos comentarios. Sobre el arroz, me remito a lo dicho en su día; lo mismo toca hacer sobre las patatas. Lo del caldo de carne o de verdura es loable y recomendable; pero, si la cosa corre prisa y no hay caldo a punto, es razonable poner a hervir agua y echarle un par de cubitos, eso sí, sin que lo vean los invitados, porque la sopa de cubitos no añade prestigio a un cocinero y el prestigio de un cocinero, ya se sabe, mejora "per se" el sabor de los guisos. Curioso, pero cierto.
Lo de las morcillas de cebolla es tema aparte. En Moscú, y en general en Rusia, existen las llamadas "salchichas de sangre". Pero, por una parte, no son fáciles de conseguir (las autoridades sanitarias son el azote de los productores) y, por otra, una vez conseguidas, no es fácil decidirse a comérselas. Aún así, deben considerarse en caso extremo. Mi solución consiste en hacer acopio cada vez que aparezco por España y, nada más llegar a Moscú, meterlas en el congelador hasta que llegue su hora. Si alguien ha visto morcilla auténtica de cebolla, española, en Moscú, que me lo haga saber, por caridad, pero las noticias que tengo es que los reparos de las autoridades sanitarias a las "salchichas de sangre" rusas no hace distingos de nacionalidad y alcanza a las Blutwürste alemanas y a las morcillas españolas, con lo que nadie en su sano juicio se arriesga a importarlas. Desde luego, en el menú de los -pocos- restaurantes españoles de Moscú intentar encontrarlas es perder el tiempo.
Y el azafrán es otro asunto peliagudo. El que se consume por aquí es de origen centroasiático y es bastante más barato que el español... pero también es bastante peor. Como no es difícil de transportar, es otra de las cosas que suele venir en la maleta desde España; pero, a una mala, usar el azafrán uzbeko no es ninguna herejía.
El aceite de oliva se puede conseguir aquí, aunque hay que tener la cartera bien poblada para poder permitírselo. Durante un tiempo la cosa estuvo difícil, porque los griegos inundaron Moscú con aceite relativamente barato que decía en letras grandes que era de oliva, pero que resultaba ser, si uno leía la letra pequeña, una mezcla de 80% de aceite de girasol y 20% de oliva. Ahora la cosa está más clara, pero igualmente es uno de los productos que, en pulcras latas de cinco litros, acompaña mis viajes de retorno, porque no es cuestión de llevar la maleta vacía y porque, después de todo, la pela es la pela. Y el rublo es el rublo.
1.- Se utilizan normalmente dos bandejas de horno (lo ideal es la cazuela de barro, pero el Pyrex tiene sus ventajas: se puede controlar mejor la cocción a través del cristal), que se cubren con el aceite de manera uniforme.
2.- Se cubren con el arroz de manera uniforme.
3.- Se parten las morcillas por la mitad y se reparten por las fuentes (de manera uniforme).
4.- Entretanto se pone a hervir el caldo y se puede precalentar el horno a 240º.
5.- Se pelan las patatas, se cortan en rodajas finas y se repartem (de manera... bueno, eso).
6.- Se cortan los tomates en dados o en rodajas finas y se reparten uniformemente, para variar.
7.- Se colocan los dientes de ajo repartiéndolos de la manera vista en los pasos anteriores, pelados y cortados.
8.- Se espolvorea el azafrán de manera... bueno, todo lo uniforme que se pueda.
9.- Se echa el caldo, que se distribuirá él solo de manera uniforme (Se le habrá echado sal al gusto).
10.- Se introducen las fuentes en el horno. Normalmente al cabo de unos tres cuartos de hora estará a punto ¡y habrá quedado uniforme!
Pues eso. Sólo me queda añadir que con el horno hay que tener cuidado, porque hay hornos muy rebeldes con los que resulta difícil llevarse bien, y hay otros bastante más obsequiosos. A mí no me importa, por ejemplo, transformar el arroz al horno en arroz al dente o hasta en empedrado crujiente, pero comprendo que hay personas que entienden que eso no es deseable. En todo caso, debe procurarse que no quede demasiado caldoso, porque eso es otra cosa y, en el otro extremo, tampoco debe parecer que el arroz se ha hecho en el Krematorium de Ausschwitz. Que aproveche y ya voy preparando la próxima receta, sumamente adecuada para acompañar al arroz. Porque, hasta ahora, de comida se ha escrito aquí un rato, pero de bebida para acompañarla, más bien nada.
Y eso no está bien. No, señor.
Por desgracia, Moscú es mucho menos adecuado que los alrededores de Madrid para la cocina española, como hemos ido viendo a lo largo de distintas entradas anteriores. Aún así, no es misión imposible echarse al coleto un buen arroz de elaboración casera, cosa que vamos a tratar de demostrar en la presente entrada. Para ello, voy a copiar el mismo texto que garrapateé en su día.
Lo ideal sería pinchar en la imagen y ver el manuscrito en su salsa, con mi letra de zurdo corregido. Después de todo, y sin ser grafólogo, sí que creo que la letra escrita es algo que revela muchas más cosas que la estandarizada letra de imprenta, y no sólo de la personalidad del escritor, sino también del mensaje transmitido. Pero corren otros tiempos, lo que se impone ahora son los dedos y el teclado, en detrimento de la mano y el bolígrafo, y la máxima personalización que se permite al escritor es la derivada de poder escoger el tipo de letra (predefinido, por supuesto) en el que prefiere ver publicada su obra. Y así nos va: el escritor que estáis leyendo ahora mismo, sin ir más lejos, está sumamente orgulloso de su caligrafía y cuida su letra incluso cuando tiene que redactar una receta en la incomodidad de la mesa de un restaurante; sin embargo, no es hasta ahora, tras un buen porrón de entradas, que uno de sus manuscritos se ha abierto paso por aquí.
Sin embargo, en previsión de que al lector le disguste lo escrito con bolígrafo, y por la comodidad de insertar comentarios, aquí va la transcripción.
ARRÒS AL FORN (Arroz al horno)
Ingredientes para doce personas:
1 kilo de arroz redondo.
2 litros de caldo de carne o verdura.
6 morcillas de cebolla.
2 tomates.
2 patatas pequeñas o una grande.
Azafrán en polvo (o en hebras, pero entonces hay que machacarlo previamente)
Sal al gusto.
Aceite de oliva (1/4 de litro aprox., quizá algo menos).
Varios dientes de ajo.
Y aquí ya proceden algunos comentarios. Sobre el arroz, me remito a lo dicho en su día; lo mismo toca hacer sobre las patatas. Lo del caldo de carne o de verdura es loable y recomendable; pero, si la cosa corre prisa y no hay caldo a punto, es razonable poner a hervir agua y echarle un par de cubitos, eso sí, sin que lo vean los invitados, porque la sopa de cubitos no añade prestigio a un cocinero y el prestigio de un cocinero, ya se sabe, mejora "per se" el sabor de los guisos. Curioso, pero cierto.
Lo de las morcillas de cebolla es tema aparte. En Moscú, y en general en Rusia, existen las llamadas "salchichas de sangre". Pero, por una parte, no son fáciles de conseguir (las autoridades sanitarias son el azote de los productores) y, por otra, una vez conseguidas, no es fácil decidirse a comérselas. Aún así, deben considerarse en caso extremo. Mi solución consiste en hacer acopio cada vez que aparezco por España y, nada más llegar a Moscú, meterlas en el congelador hasta que llegue su hora. Si alguien ha visto morcilla auténtica de cebolla, española, en Moscú, que me lo haga saber, por caridad, pero las noticias que tengo es que los reparos de las autoridades sanitarias a las "salchichas de sangre" rusas no hace distingos de nacionalidad y alcanza a las Blutwürste alemanas y a las morcillas españolas, con lo que nadie en su sano juicio se arriesga a importarlas. Desde luego, en el menú de los -pocos- restaurantes españoles de Moscú intentar encontrarlas es perder el tiempo.
Y el azafrán es otro asunto peliagudo. El que se consume por aquí es de origen centroasiático y es bastante más barato que el español... pero también es bastante peor. Como no es difícil de transportar, es otra de las cosas que suele venir en la maleta desde España; pero, a una mala, usar el azafrán uzbeko no es ninguna herejía.
El aceite de oliva se puede conseguir aquí, aunque hay que tener la cartera bien poblada para poder permitírselo. Durante un tiempo la cosa estuvo difícil, porque los griegos inundaron Moscú con aceite relativamente barato que decía en letras grandes que era de oliva, pero que resultaba ser, si uno leía la letra pequeña, una mezcla de 80% de aceite de girasol y 20% de oliva. Ahora la cosa está más clara, pero igualmente es uno de los productos que, en pulcras latas de cinco litros, acompaña mis viajes de retorno, porque no es cuestión de llevar la maleta vacía y porque, después de todo, la pela es la pela. Y el rublo es el rublo.
1.- Se utilizan normalmente dos bandejas de horno (lo ideal es la cazuela de barro, pero el Pyrex tiene sus ventajas: se puede controlar mejor la cocción a través del cristal), que se cubren con el aceite de manera uniforme.
2.- Se cubren con el arroz de manera uniforme.
3.- Se parten las morcillas por la mitad y se reparten por las fuentes (de manera uniforme).
4.- Entretanto se pone a hervir el caldo y se puede precalentar el horno a 240º.
5.- Se pelan las patatas, se cortan en rodajas finas y se repartem (de manera... bueno, eso).
6.- Se cortan los tomates en dados o en rodajas finas y se reparten uniformemente, para variar.
7.- Se colocan los dientes de ajo repartiéndolos de la manera vista en los pasos anteriores, pelados y cortados.
8.- Se espolvorea el azafrán de manera... bueno, todo lo uniforme que se pueda.
9.- Se echa el caldo, que se distribuirá él solo de manera uniforme (Se le habrá echado sal al gusto).
10.- Se introducen las fuentes en el horno. Normalmente al cabo de unos tres cuartos de hora estará a punto ¡y habrá quedado uniforme!
Pues eso. Sólo me queda añadir que con el horno hay que tener cuidado, porque hay hornos muy rebeldes con los que resulta difícil llevarse bien, y hay otros bastante más obsequiosos. A mí no me importa, por ejemplo, transformar el arroz al horno en arroz al dente o hasta en empedrado crujiente, pero comprendo que hay personas que entienden que eso no es deseable. En todo caso, debe procurarse que no quede demasiado caldoso, porque eso es otra cosa y, en el otro extremo, tampoco debe parecer que el arroz se ha hecho en el Krematorium de Ausschwitz. Que aproveche y ya voy preparando la próxima receta, sumamente adecuada para acompañar al arroz. Porque, hasta ahora, de comida se ha escrito aquí un rato, pero de bebida para acompañarla, más bien nada.
Y eso no está bien. No, señor.