Yo creo que ya me he quejado alguna vez del tiempo que hace en Rusia. Y vosotros pensaréis: "Pues claro ¿Cómo no se va a quejar este menda, con el frío que hace en Moscú? ¡Si eso lo sabe todo el mundo!" Y mi respuesta es: "No, hijos, no, no me quejo de frío. Ojalá hiciera frío. Me quejo de calor."
Pues sí. De calor. Y eso que hay nieve hasta las orejas, pulcramente amontonada en parques, jardines y allá donde molesta menos al paso. Y eso que las temperaturas van raspando los cero grados, tanto por encima, como por debajo. Y eso que cuando uno se pasa, parado en un semáforo, más tiempo del estrictamente necesario, comienza a congelársele el lagrimal, los pies y esa gotita que se forma en la punta de la nariz y que uno no se quita porque con los guantes no hay cristiano que alcance el pañuelo y porque, total, a los cinco segundos ya habrá otra gotita exactamente igual sustituyendo a la anterior.
Pues señor, es el caso que la semana pasada a Lorenzo le dio por lucir un tantico y, entre eso y que los vientos del norte amainaron, las temperaturas dieron una subidilla por encima de los cero grados. No gran cosa: a lo más que llegaron fue a dos grados, pero eso fue bastante para que comenzara a derretirse algo la nieve y se convirtiera en agua. Como sabéis los más mayores (de los jóvenes no respondo), la nieve es agua en conserva, por así decirlo, y a los cero grados pasa del estado sólido al líquido. Pues eso es lo que estaba pasando.
En el proceso, se forman charcos, sí, y debajo de los charcos, ¿qué nos encontramos? Hielo, hielo puro y duro, que no le ha dado tiempo a derretirse y ahí está, esperando a que algún incauto ponga el pie encima y, después del pie, la espalda.
Lo de las temperaturas justito por encima de cero tiene un peligro añadido: que pueden bajar justo por debajo. Y eso es lo que ha pasado esta noche pasada. El viento del norte ha decidido reactivarse y esta mañana, saliendo de casa, lo que tenía delante de mis ojos era un pista de patinaje casera. Los rusos lo llaman "гололед" (gololyod), que es una de esas palabras que no existen en castellano y que podíamos traducir, para entendernos, como "hielo desnudo". El hielo desnudo tiene más peligro que un palestino fumando con un bidón de gasolina entre los brazos. Y por eso me quejo de calor, porque, a cinco bajo cero, no se derrite nada y podríamos caminar con precaución, pero con pie firme y sabiendo que la rabadilla no correría demasiado peligro de romperse.
En fin, que en Moscú, en estas fechas, los médicos que tienen más trabajo son los traumatólogos. No hay día que no se esmorre contra el suelo un buen capazo de moscovitas y se casque algún hueso, o vaya alguno caminando por la acera, mirando al suelo (por la cuenta que les trae), y caiga desde arriba alguna estalactita que le deje descalabrados para una buena temporada.
Pero bueno, el ayuntamiento de Moscú, posiblemente azuzado por las quejas de los traumatólogos, no descuida la lucha contra el hielo desnudo, pero de los sistemas de lucha contra él ya escribiré la próxima vez, que hoy se hace tarde.
Madre del Amor Hermoso, Alfito querido, lo tuyo es inconformismo puro y duro, jejejejje... Por cierto ¿Y por qué el tipo fumador del bidón con gasolina ha de ser palestino? A mi me daría el mismo miedo fuera de donde fuera, eh, jejejeje...
ResponderEliminarTu ve con cuidado esos días de "calor", no te me escalabres, ¿eh, Alfito? que dejarías este campo de batalla un poco desolado, jejejjejee...
Besitossss
Por una vez que coincidimos en tiempo y asunto, yo me olvidé de meterme con los palestinos...
ResponderEliminar¿Qué te habrán hecho los pobrecillos a tí?
Kloonich.
Estherita, a un palestino se le supone un desprecio por la vida propia que no se encuentra, por ejemplo, en un croata (por decir algo, no tengo nada en contra de los croatas).
ResponderEliminarBoots, me di cuenta luego de que tu tema era el mismo. Los palestinos no me han hecho nada... vamos, igual que a ti los peruanos. Yo sigo mañana con el hielo.