Cuando pasamos por España en grupo, cosa que sucede un par de veces al año, la gente se pregunta (y nos pregunta) sobre la escolarización de Abi, Ro y Ame. Y es que, claro, a la gente que nos quiere le inquieta qué será de ellos el día, que no sabemos cuándo llegará, en que salgamos de Rusia y aparezcamos por otras tierras, suponemos que pertenecientes a España, en donde se habla y se escribe en castellano y con el alfabeto latino.
Y, efectivamente, esa preocupación la comparten sus padres, que no en vano son los que más los quieren.
De hecho, la educación de las dos mayores, pues Ame no está en edad escolar y bien que disfruta de ello, es dual. Por una parte, van al colegio ruso más cercano a donde vivimos y allí siguen a rajatabla el programa ruso. Por otra, están matriculadas en la primaria española a distancia, lo cual plantea otro problema, consistente en encontrar a alguien que les explique las materias y les ayude a resolver los ejercicios que deben presentar. Porque la enseñanza a distancia está más o menos bien en la etapa universitaria (que me lo digan a mí), pero lo de aprender a leer y a escribir sin ayuda externa y próxima no le sale bien a todo el mundo.
Por fortuna, hemos encontrado a un profesor agudo, abnegado, ocurrente, bien dispuesto, con horario flexible y con el castellano como lengua nativa, que ha aceptado impartir clase a Abi y Ro sin cobrar, por amor al arte. El único problema es su contrastada fanfarronería y que sólo está disponible para dar clase cuando termina su jornada laboral. Sí, soy yo.
Y es la cosa no es fácil, ni para mí ni tampoco, sobre todo, para ellas, que han estado en clase todo el santo día y que al llegar a casa tienen que cambiar de idioma y empezar a entender, por ejemplo, qué son los artículos determinados e indeterminados (que no existen en ruso) o cómo se realiza el análisis sintáctico de una oración en español (sólo muy remotamente parecido al que se aplica en ruso), cuando lo que quieren hacer es jugar un rato.
Así sucedió el otro día, cuando llegué del trabajo, puse mi mejor sonrisa, entré con ímpetu, casi corriendo, en la habitación de las niñas y me encontré a Abi jugando con sus muñecas.
- ¡Hola, Abi! ¿Qué, vamos a estudiar un rato?
Abi me miró, miró sus muñecas, apretó un poquito los labios y dijo lentamente.
- No, papá, todavía no. Estoy segura de que has tenido un día muy duro en el trabajo. Creo que debes descansar un poco.
A veces me pregunto si no me debería dar clase ella a mí.
Angelitas, Madre del Amor Hermoso, Alfito, esas niñas son hijas tuyas clarísimamente, vamos, llevan tus genes, jejejejejeje.. Bonita respuesta la de Abi, digo yo que te resultaría imposible no asentir con la cabeza, sonreir y dejarla jugar un ratito mientras tú te tomabas tu "merecido descanso" (que te conste que las comillas no es porque dude de que te hiciera falta, si no por alusión a la frase de Abi).
ResponderEliminarHe mirado la foto que hiciste en grande, y me ha hecho gracia ver la ficha de religión que había. No por nada, si no porque me ha recordado aquel lugar donde hace muchisisisisisisisisismos años nos conocimos... No he podido evitar sonreir y pensar "hay cosas que nunca se dejan de hacer". Me consta que esas dos nenitas tienen el mejor profe que podrían tener.
Besitossssss
Estherita, pues sí que hay cosas que nunca se dejan de hacer, pero eso sólo es ser consecuente con las obligaciones contraídas precisamente alrededor de ese lugar donde hace tantísimos años (bah, no tantos, que veinte años no es nada) que nos conocimos. Pero bueno, cuando se trata de tus propias hijas, se hace incluso con más gusto que de costumbre. Que ya es decir. :)
ResponderEliminarAlfor, cuñao, si es que no ganamos para sorpresas.... si no hace más que preocuparse por tí...
ResponderEliminar(8-P