Por una coincidencia, vine a aparecer por Madrid coincidiendo con la feria de arte moderno y con la pasarela Cibeles. A partir de ahora subrayaré con purpurina en el calendario esta fecha, para intentar que no vuelva a suceder.
Qué de gente, Dios mío. Llegué al hotel bastante molido del viaje, pero mi habitación no la tenían lista todavía, así que me tuve que esperar un rato en el hall. Intenté repasar con algo de desgana un libro de historia económica que llevaba, pero, entre que no estaba yo para muchos alardes y que unos grititos de la mesa vecina me distrajeron, allí no había forma de leer nada.
- ¡Huuuuy! ¿Tú crees que debería llamar a Alejandrooooo?
- Bueno, prueba.
El que había hablado primero comenzó a marcar el que debía ser el número de Alejandro en su móvil. Era un tipo curioso, más bien alto que bajo, vestido de manera muy original. Llevaba unos zapatos de color plata sucia más puntiagudos de lo normal en un español, un pantalón azul oscuro ceñido, con las costuras de los bolsillos y las perneras adornadas de hilo de oro y algunas cadenas metálicas que colgaban y se mecían ritmicamente según los movimientos de su dueño; llevaba una chaqueta, algo deshilachada, entre morada y azul, con franjas fucsia, varias tallas por debajo de lo que hubiera debido corresponder a su dueño y, en lugar de corbata, protegía y adornaba su cuello con un pañuelo marrón anaranjado. Usaba melena, canosa ya, recogida en una coleta, y cubría sus ojos con grandes gafas de sol que a mi me parecieron más de mujer que de hombre.
- ¡Alejandro! ¡Soy Chuchi! Estamos esperando una respuesta tuya sobre los trajes de Israel. Llámame cuando puedas, pero pronto.
Chuchi colgó.
- ¿Qué tal? - preguntó su interlocutor.
- No se me ha puesto. Es un guarro.
Chuchi se puso de pie y a caminar nerviosamente, pero con mucho garbo, lo que me hizo recordar unos versos ilustrativos.
Si al andar tus ojos meces
y las caderas meneas,
yo no digo que lo seas,
mas, parecerlo, pareces.
En esto aparecieron por la puerta un hombre, vestido de manera informal, de gris de arriba a abajo, y tocado con una gorra, y una mujer que iría sobre la treintena enfundada en un vestido fucsia y blanco.
- ¡Chuchi! ¡Hola!
- ¡Diana! ¡Huuuuy! ¡Ooooh, estás diviiina!
- Y tú, Chuchi, y tú.
- Vamos, vamos, que llegamos tarde.
- Espérate que subamos.
Yo, que estaba realmente cansado tras el viaje, supongo que tenía un aspecto poco prometedor, pero levanté la cabeza. Chuchi se me quedó mirando un momento por detrás de sus enormes gafas.
- ¡Señor Von Buchweizen! - me llamaron desde la recepción - Su habitación ya está a punto.
Me levanté y me acerqué al mostrador.
- Aquí tiene su llave - dijo alargándome una tarjeta.
- ¿Cerrará bien?
- Claro ¿Por qué?
- Nada, nada, cosas mías.
Ainsssss Alfito, osea que chocaste con algún diseñador y todo, jajaja, y encima vas y ligas, jajajaja... Ainsssss.... ¿Y cómo tú por Madrid?¿Y no avisas o es que sólo estuviste por Madrid? ayayayayyyyy
ResponderEliminarBesitos
Me engañas...
ResponderEliminar¡si tú no ves colores! O sólo 16, me decías... hmmm
Esther, Madrid me mata. Por eso debió ser que a los dos días ya estaba en Moscú de nuevo.
ResponderEliminarAlfina, verlos, lo que es verlos, pues no. Pero, como me los han contado tantas veces...
¿sólo ves 16 colores? ¿Y te parecen pocos? Pues hay quien ve menos, jejejejeje... Pero yo veo más, jejejjejee
ResponderEliminarBesos