Pasear por la isla Vasilievsky, cosa que en mis anteriores diecisiete visitas a San Petersburgo había hecho en contadísimas ocasiones, ha resultado una experiencia de lo más gratificante, además de llena de sensaciones, como la que me llevé al acercarmen a la casa cuya fotografía ilustra esta entrada.
Ya sabemos que placas, en Rusia, hay muchísimas (¿verdad? 1, 2 y 3). La mayor concentración de placas se encuentra probablemente en San Petersburgo, donde hay muchísimo que conmemorar, como, por ejemplo, en esta casa, en la que sucesivamente habitaron dos de los monstruos pictóricos más grandes que ha dado este bendito país.
Dice la placa de la izquierda: "En este edificio vivió y trabajó de 1869 a 1887 el destacado pintor ruso Iván Nikoláevich Kramskoy." Y reza la de la derecha: "En esta casa vivió y trabajó de 1897 a 1910 el destacado pintor ruso Arjip Ivánovich Kuindzhi". La casa debió gustarles a ambos, porque el año final de su estancia allí es, igualmente, el año de su muerte. Es curioso que dos de los pintores rusos que más me gustan, y eso que son totalmente diferentes, vivieran -¡y murieran!- en el mismo edificio.
Como de Kramskoy ya tocó hablar en su día, ahora toca hacerlo de Kuindzhi. A diferencia de Kramskoy, que es un retratista no superado, Kuindzhi es un paisajista. Y menudo paisajista. Como se ve, el apellido no acaba en "ov", ni en "sky", ni en "enko", por lo que ya se puede percibir que el señor era algo extraño. De hecho, era griego de origen, de esos griegos que se habían establecido en la ribera del Mar Negro, y allí estaban cuando el kanato de Crimea y el Imperio Otomano tuvieron que salir de allí empujados por los rusos a finales del siglo XVIII. De joven, las pasó canutas, se quedó huérfano, tuvo que trabajar de lo que pudo, y salió adelante a base de esfuerzo y de currárselo, con un viaje a San Petersburgo a buscarse la vida incluido.
Mi primera impresión de Kuindzhi se produjo en la galería Tretyakov y fue nada menos que el cuadro que queda ahí abajo: "Noche de luna junto al río Dniéper". Me quedé parado no menos de un cuarto de hora. Bueno, la verdad es que no tengo ni idea de cuánto tiempo me tiré delante del cuadro.
Hay paisajistas rusos muy buenos, cierto; pero Kuindzhi era diferente. Es el maestro de las tinieblas (como Ozzy Osbourne, vale, pero en otro sentido). Un tío que hace hablar a las sombras como nadie hasta entonces.
En San Petersburgo, que es como decir en la Rusia del siglo XIX, había dos, digamos, organizaciones pictóricas: la Academia, arte oficial y conservador, y los Itinerantes, unos artistas jóvenes y bohemios que se habían hartado de los corsés académicos e iban a la suya, pero en grupo. Kuindzhi pasó por la Academia, pasó por los Itinerantes, fue por su cuenta, vendió cuadros como churros, se hizo rico... y se convirtió en profesor en la Academia, donde su forma de enseñar no sé si acababa de convencer a otros profesores, y en particular a otro de los grandes paisajistas rusos, Iván Shishkin, con el que no parece que se llevara muy bien y que, al menos en mi opinión, queda muuuuuy lejos de Kuindzhi.
Al llegar a la Academia como profesor, y con la vida resuelta materialmente, Kuindzhi dejó de exponer hasta su muerte, pero parece que no de pintar. Tras diez años largos sin noticias suyas, demostró que se acordaba de tomar los pinceles y sacó a la luz una nueva versión de "El bosque de abedules". Y no, no se había olvidado de pintar.
En San Petersburgo no he tenido suerte con Kuindzhi. Varias de sus obras están expuestas en el Museo Ruso, y en mi primera visita al mismo las busqué por todos los sitios. Ni una. Al final, haciendo acopio de valor (el que conozca a las cuidadoras del Museo Ruso ya sabrá por qué lo digo), me acerqué a una cuidadora y le pregunté por las obras de Kuindzhi. Resultó que estaban en una exposición fuera de la ciudad. Sólo las pude ver un par de años después, en otra visita que hice y en la que, por desgracia, tuve que ir un poco al trote.
Tampoco este año he tenido mejor suerte. Dando la vuelta a la casa en la que vivieron Kramskoy y él, me topo con una pequeña placa: "Piso museo de A. I. Kuindzhi". Alborozado, sigo los recovecos y las indicaciones hasta llegar a la entrada, en la que me encuentro con el siguiente cartel.
Un museo, pues, que sólo abre los miércoles, sábados y domingos de 12 a 17. No me podía venir peor, así que tendrá que quedar para otra ocasión, si Dios me la da.
¿Por qué? Pues porque el viaje a San Petersburgo se termina. Me he enterado de que ayer el Real Madrid, afortunadamente para los granotas que echamos de menos a la familia, goleó al Ajax, así que supongo que Fadrique estará contento y habrá olvidado la primera derrota de su equipo en Liga. Porque, joroba, mira que hay equipos para ganarles, y tenía que tocarle al Levante.
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
jueves, 29 de septiembre de 2011
martes, 27 de septiembre de 2011
Capital cultural
San Petersburgo fue la capital de Rusia hasta 1918, momento en que Lenin y sus compinches, que habían llegado al poder un par de meses antes, decidieron escaparse a Moscú por piernas antes de que llegaran a la capital las tropas del Kaiser Guillermo. Algún día habrá que escribir sobre el manejo de la guerra contra los alemanes que hicieron los primeros comisarios populares, y que dejan a Gila a la altura de Napoleón, por lo menos.
Desde 1918, la capital rusa ha venido siendo Moscú. San Petersburgo, entonces Petrogrado, se quedó en segundo plato, su población se redujo considerablemente y, en resumidas cuentas, vino bastante a menos, aunque nunca dejó de ser una ciudad preciosa y un centro cultural de primer orden, hasta el punto de que los peterburgueses están especialmente orgullosos de ser la capital cultural de Rusia. Que yo sepa, en ningún sitio oficial está escrito que lo sean, pero ya es algo que está arraigado y de lo que nadie duda, ni siquiera en Moscú. Y menos ahora, en que el presidente es de San Petersburgo, también lo es el actual primer ministro y pasado y próximo presidente, y también lo es la presidente del Senado. Como para andarse con chiquitas...
Por eso, uno pensaría que, a diferencia de Moscú, los músicos que actúen en San Petersburgo no necesariamente tienen que estar acabados. No me queda claro, después de ver los carteles que en la isla Vasilievsky anuncian los conciertos de este otoño. Tom Jones era el más repetido, junto a algunos grupos de fama ínfima, pero el escalofrío me dio cuando vi el siguiente cartel.
Luego lo leí, pero, en cualquier caso, creo que estaremos todos de acuerdo en que Pavarotti está acabado.
Desde 1918, la capital rusa ha venido siendo Moscú. San Petersburgo, entonces Petrogrado, se quedó en segundo plato, su población se redujo considerablemente y, en resumidas cuentas, vino bastante a menos, aunque nunca dejó de ser una ciudad preciosa y un centro cultural de primer orden, hasta el punto de que los peterburgueses están especialmente orgullosos de ser la capital cultural de Rusia. Que yo sepa, en ningún sitio oficial está escrito que lo sean, pero ya es algo que está arraigado y de lo que nadie duda, ni siquiera en Moscú. Y menos ahora, en que el presidente es de San Petersburgo, también lo es el actual primer ministro y pasado y próximo presidente, y también lo es la presidente del Senado. Como para andarse con chiquitas...
Por eso, uno pensaría que, a diferencia de Moscú, los músicos que actúen en San Petersburgo no necesariamente tienen que estar acabados. No me queda claro, después de ver los carteles que en la isla Vasilievsky anuncian los conciertos de este otoño. Tom Jones era el más repetido, junto a algunos grupos de fama ínfima, pero el escalofrío me dio cuando vi el siguiente cartel.
Luego lo leí, pero, en cualquier caso, creo que estaremos todos de acuerdo en que Pavarotti está acabado.
domingo, 25 de septiembre de 2011
Paseando por la isla Vasilievsky
La isla Vasilievsky es la que Pedro I pensó que sería el centro de la ciudad que había fundado. De hecho, ahí está el palacio del primer gobernador de la ciudad, Menshikov. Con el tiempo, sin embargo, no fue así, y el centro pasó a lo que hoy es la plaza del Palacio, donde están el palacio de Invierno y de donde parte la avenida Nevsky.
Pero quizá la isla Vasilievsky haya ganado con el cambio. En primer lugar, porque puede presumir de un ritmo de vida más tranquilo, y también de un ambiente más culto, pues en ella está la principal universidad de la ciudad. Si uno pregunta a los peterburgueses, se trata de la universidad más antigua de Rusia, fundada en 1724; si uno pregunta a los moscovitas, la universidad de San Petersburgo fue fundada en 1819, como producto de la fusión de dos instituciones educativas anteriores no universitarias (una de ellas, efectivamente, fundada en 1724). Como consecuencia, la universidad más antigua de Rusia es la MGU moscovita, fundada en 1755 por Lomonosov.
Es un tema peliagudo que conviene tocar con delicadeza, por si acaso.
En cualquier caso, paseaba yo ayer por Vasilievsky, no lejos del recinto universitario, cuando se me acercó un hombre de unos cincuenta años, modestamente vestido, vacilante, bigotudo, y en un estado de embriaguez más que evidente.
- Perdone - se me dirigió.
Yo me detuve e hice ademán de escucharle.
- Verá usted, quería ver si usted me podía decir algo. Bueno, es posible que mi pregunta le sorprenda, y que hasta le parezca muy tonta, pero de todas maneras se la voy a hacer.
- Usted dirá.
Me miró fijamente, haciendo un esfuerzo en dominar su cuerpo bamboleante, y dijo:
- ¿Me puede decir qué día de la semana es?
Le miré muy serio y dije:
- Viernes.
- Oh, muchas gracias.
Y se alejó haciendo eses bajo la lluvia.
Me gusta San Petersburgo. Lo he dicho muchas veces. Es verdad que aquí hay los mismos borrachos que en los demás sitios.
Pero, por lo general, son mucho más educados.
Pero quizá la isla Vasilievsky haya ganado con el cambio. En primer lugar, porque puede presumir de un ritmo de vida más tranquilo, y también de un ambiente más culto, pues en ella está la principal universidad de la ciudad. Si uno pregunta a los peterburgueses, se trata de la universidad más antigua de Rusia, fundada en 1724; si uno pregunta a los moscovitas, la universidad de San Petersburgo fue fundada en 1819, como producto de la fusión de dos instituciones educativas anteriores no universitarias (una de ellas, efectivamente, fundada en 1724). Como consecuencia, la universidad más antigua de Rusia es la MGU moscovita, fundada en 1755 por Lomonosov.
Es un tema peliagudo que conviene tocar con delicadeza, por si acaso.
En cualquier caso, paseaba yo ayer por Vasilievsky, no lejos del recinto universitario, cuando se me acercó un hombre de unos cincuenta años, modestamente vestido, vacilante, bigotudo, y en un estado de embriaguez más que evidente.
- Perdone - se me dirigió.
Yo me detuve e hice ademán de escucharle.
- Verá usted, quería ver si usted me podía decir algo. Bueno, es posible que mi pregunta le sorprenda, y que hasta le parezca muy tonta, pero de todas maneras se la voy a hacer.
- Usted dirá.
Me miró fijamente, haciendo un esfuerzo en dominar su cuerpo bamboleante, y dijo:
- ¿Me puede decir qué día de la semana es?
Le miré muy serio y dije:
- Viernes.
- Oh, muchas gracias.
Y se alejó haciendo eses bajo la lluvia.
Me gusta San Petersburgo. Lo he dicho muchas veces. Es verdad que aquí hay los mismos borrachos que en los demás sitios.
Pero, por lo general, son mucho más educados.
viernes, 23 de septiembre de 2011
Sevilla
Me dirigí hacia el restaurante con algo de desconfianza. Atravesé la puerta, y una sonriente camarera me recibió.
- ¿Tienen sitio para uno?
- Sí, quiere el buffet libre, ¿no?
- ¿No tienen carta?
Me miró de arriba abajo. Yo no sé qué pasa, pero todos los guiris turistas deben ir al buffet libre a ponerse morados. Pero, claro, yo iba de investigación, y aunque no iba vestido de ruso ricachón, tampoco es como para presuponer tan descaradamente que soy un don Nadie. Lo seré, vale, pero tampoco es eso.
- Sí... Tenemos carta.
- ¿Y tienen tortilla de patatas?
- A veeeer... ¿es esto?
Asentí.
- Sí, sí que hay.
- Pues vamos.
El restaurante es, como muchos restaurantes rusos, un lugar lóbrego reñido con la luz, con muchos posters de sevillanas y donde sonaba música ¿española? Hombre, si eres muy imperialista, puedes decir que "La cucaracha" y "Los ojos negros", y hasta "La chica de Ipanema", son españolas. Por decir...
En fin, que con la música hubo suerte. No estaba muy alta, y no era Julio Iglesias, a quien, por cierto, me pusieron al día siguiente en un restaurante italiano. No somos nadie, Nathalie.
La camarera me acompañó a un rinconcillo, me dio una carta y yo me puse a examinarla. Se veía la intención didáctica en la primera página, con preguntas tales como "¿Sabe usted lo que es el chorizo?". Luego venía una serie de sangrías de distintos tipos. Sangría con burbujas. Sangría ¡blanca! Pero, ¿sabrá el que escribió eso lo que significa la palabra? Vale, prescindimos de la sangría.
Los entremeses, por suerte, eran normales, quesos, tapas de lata, jamón y embutidos (sí, chorizo también). Luego tenían unos menús, unos platos principales que revelaban una inclinación de la carta hacia la cocina catalana, lo cual me parece estupendo, porque la cocina catalana está muy bien. Y algo después, pasé mi vista por la parte de platos para dos y me detuve, aterrado, en la página que ilustra esta entrada.
"¡Ay, madre! ¡Ay, madre! ¡Ay, madre! ¡Que me da, que me da y que me da!"
El hereje despiadado del cocinero, muestra de estulticia y representante de la peor leyenda negra antiespañola, había osado titular la receta, pasmémonos: "Paella de valencia (sí, con minúscula, ese cafre no sabe ni qué es Valencia) para dos personas", con los siguientes ingredientes. Atención al despropósito.
Chorizo (nooooooooo...)
Gambas (Dios mío, ¿por qué me toca a mí ver esto?)
Pollo (Bueno, algo es algo)
Aros de calamar (A esta alturas ya le puede echar gasolina, si quiere)
Cebolla marinada (¡Qué asco!)
Brotes (sea de lo que sea, no toca)
Alioli (En el arroz a banda, sí, pero, ¿en la paella?)
Arroz (¡Hombreeeeee! ¡Casi se nos olvida!)
Cuarenta euros costaba el sacrilegio disfrazado de paella. Estaba yo tan enfadado que, de haber aparecido Fadrique, lo hubiera pasado mal él. Llamé a la camarera.
- ¿De dónde es el cocinero? ¿Español?
- ¿Español? Pues... no.
- ¿Entonces de dónde es?
- Verá... es finlandés.
- Eso no le da derecho a meter una paella de valencia como esta... cosa en el menú.
- ¿No se hace así?
- Jamás de los jamases. Llámelo paella, si quiere y lo hace en una paella, y que le siente mal a quien no la conozca. Nunca le puede meter chorizo ni la mitad de las cosas que hay aquí.
- Ah... ¿seguro?
- Soy de Valencia, que es una ciudad y se escribe con mayúscula.
- Aaahhh...
Pedí tortilla de patatas. Estaba comestible, pero con muy poca cebolla, poco huevo y mucha patata, como si el cocinero mirara la peseta y no estuviera por el gasto excesivo.
De postre pedí crema catalana, y por fin voy a poder decir algo bueno del establecimiento, porque al cocinero le quedó brutal. De lo mejorcito que he comido nunca. Entre el modo supereconómico de preparar la tortilla y el éxito brutal de la crema catalana, tengo mis sospechas sobre dónde aprendió el cocinero finlandés lo que sabe sobre cocina española.
Por cierto, y puesto que la crema catalana es uno de mis postres favoritos, creo que tengo un poco abandonada la serie "Cocina para exiliados". Y eso no puede ser.
A ver si lo arreglo a mi vuelta a Moscú, que quizá tenga que esperar un poco, porque, entretanto, el Madrid sigue perdiendo puntos (no está claro que consiga el objetivo de la permanencia), y el resultado es que el Levante está por delante de él en la clasificación general. Por si los fadriques, mejor será retrasar un poco el retorno, aunque eso me cueste estar demasiado cerca de un restaurante con una receta de paella merecedora del patíbulo y el garrote vil para el cocinero que la perpetre.
- ¿Tienen sitio para uno?
- Sí, quiere el buffet libre, ¿no?
- ¿No tienen carta?
Me miró de arriba abajo. Yo no sé qué pasa, pero todos los guiris turistas deben ir al buffet libre a ponerse morados. Pero, claro, yo iba de investigación, y aunque no iba vestido de ruso ricachón, tampoco es como para presuponer tan descaradamente que soy un don Nadie. Lo seré, vale, pero tampoco es eso.
- Sí... Tenemos carta.
- ¿Y tienen tortilla de patatas?
- A veeeer... ¿es esto?
Asentí.
- Sí, sí que hay.
- Pues vamos.
El restaurante es, como muchos restaurantes rusos, un lugar lóbrego reñido con la luz, con muchos posters de sevillanas y donde sonaba música ¿española? Hombre, si eres muy imperialista, puedes decir que "La cucaracha" y "Los ojos negros", y hasta "La chica de Ipanema", son españolas. Por decir...
En fin, que con la música hubo suerte. No estaba muy alta, y no era Julio Iglesias, a quien, por cierto, me pusieron al día siguiente en un restaurante italiano. No somos nadie, Nathalie.
La camarera me acompañó a un rinconcillo, me dio una carta y yo me puse a examinarla. Se veía la intención didáctica en la primera página, con preguntas tales como "¿Sabe usted lo que es el chorizo?". Luego venía una serie de sangrías de distintos tipos. Sangría con burbujas. Sangría ¡blanca! Pero, ¿sabrá el que escribió eso lo que significa la palabra? Vale, prescindimos de la sangría.
Los entremeses, por suerte, eran normales, quesos, tapas de lata, jamón y embutidos (sí, chorizo también). Luego tenían unos menús, unos platos principales que revelaban una inclinación de la carta hacia la cocina catalana, lo cual me parece estupendo, porque la cocina catalana está muy bien. Y algo después, pasé mi vista por la parte de platos para dos y me detuve, aterrado, en la página que ilustra esta entrada.
"¡Ay, madre! ¡Ay, madre! ¡Ay, madre! ¡Que me da, que me da y que me da!"
El hereje despiadado del cocinero, muestra de estulticia y representante de la peor leyenda negra antiespañola, había osado titular la receta, pasmémonos: "Paella de valencia (sí, con minúscula, ese cafre no sabe ni qué es Valencia) para dos personas", con los siguientes ingredientes. Atención al despropósito.
Chorizo (nooooooooo...)
Gambas (Dios mío, ¿por qué me toca a mí ver esto?)
Pollo (Bueno, algo es algo)
Aros de calamar (A esta alturas ya le puede echar gasolina, si quiere)
Cebolla marinada (¡Qué asco!)
Brotes (sea de lo que sea, no toca)
Alioli (En el arroz a banda, sí, pero, ¿en la paella?)
Arroz (¡Hombreeeeee! ¡Casi se nos olvida!)
Cuarenta euros costaba el sacrilegio disfrazado de paella. Estaba yo tan enfadado que, de haber aparecido Fadrique, lo hubiera pasado mal él. Llamé a la camarera.
- ¿De dónde es el cocinero? ¿Español?
- ¿Español? Pues... no.
- ¿Entonces de dónde es?
- Verá... es finlandés.
- Eso no le da derecho a meter una paella de valencia como esta... cosa en el menú.
- ¿No se hace así?
- Jamás de los jamases. Llámelo paella, si quiere y lo hace en una paella, y que le siente mal a quien no la conozca. Nunca le puede meter chorizo ni la mitad de las cosas que hay aquí.
- Ah... ¿seguro?
- Soy de Valencia, que es una ciudad y se escribe con mayúscula.
- Aaahhh...
Pedí tortilla de patatas. Estaba comestible, pero con muy poca cebolla, poco huevo y mucha patata, como si el cocinero mirara la peseta y no estuviera por el gasto excesivo.
De postre pedí crema catalana, y por fin voy a poder decir algo bueno del establecimiento, porque al cocinero le quedó brutal. De lo mejorcito que he comido nunca. Entre el modo supereconómico de preparar la tortilla y el éxito brutal de la crema catalana, tengo mis sospechas sobre dónde aprendió el cocinero finlandés lo que sabe sobre cocina española.
Por cierto, y puesto que la crema catalana es uno de mis postres favoritos, creo que tengo un poco abandonada la serie "Cocina para exiliados". Y eso no puede ser.
A ver si lo arreglo a mi vuelta a Moscú, que quizá tenga que esperar un poco, porque, entretanto, el Madrid sigue perdiendo puntos (no está claro que consiga el objetivo de la permanencia), y el resultado es que el Levante está por delante de él en la clasificación general. Por si los fadriques, mejor será retrasar un poco el retorno, aunque eso me cueste estar demasiado cerca de un restaurante con una receta de paella merecedora del patíbulo y el garrote vil para el cocinero que la perpetre.
jueves, 22 de septiembre de 2011
En San Petersburgo de nuevo
Sinopsis: El Levante derrota al Madrid y Fadrique, fanático madridista, puede ser una amenaza para mi integridad, por lo que decido poner pies en polvorosa. Mi huida de Moscú tropieza con un taxista local, probablemente merengue, que intenta obstaculizarla en vano.
San Petersburgo me recibió con el tiempo desapacible que suele ser habitual. En la estación tardé media hora en poder conseguir un taxi, porque estaban todos en distintos atascos; finalmente, me pusieron uno y llegué a mi hotel, un buen lugar para pasar desapercibido unos días hasta que otro equipo ganara al Madrid y Fadrique canalizara sus iras hacia otro objetivo.
Mi hotel estaba lleno, pero lleno, de turistas españoles. Yo pensaba que estábamos en crisis, pero por otra parte jamás he visto tantos turistas españoles en Rusia como este año. Como llegaba muerto de hambre, me senté en una mesa a comer del buffet libre, y pedí permiso a dos personas que ya estaban sentadas allí:
- Would you mind if I seat here?
El hombre me miró con cara de preocupación. La mujer estaba enfrascada en el desciframiento de los entremeses y no pareció escucharme, y menos entenderme, pero acertó a decir:
- ¿Qué ha dicho ese señór?
- Creo que ha preguntado si puede sentarse ahí.
- ¿Son ustedes españoles? - les pregunté, aunque a las claras se veía que sí, y andaluces, por más señas.
- Sí, sí, somos españoles ¿Usted también?
- También.
Se trataba de una pareja que formaba parte de un grupo de turistas españoles. Habían visitado algo de San Petersburgo, aún les quedaba por visitar Tsarkoie Seló y Peterhof; después seguían el viaje hacia Moscú.
- Lo que pasa es que hace muy mal tiempo. Nosotros somos de Málaga, y claro, aquí es que llueve mucho y hace frío.
- Sí, eso es lo que tiene Rusia ¿Y les está gustando la ciudad?
- Mucho, mucho. Y usted, no es turista, ¿verdad?
- Pues no. Yo vivo en Moscú.
- ¿Y ha venido aquí por alguna razón?
- ¿A ustedes les gusta el fútbol?
- Hombre, algo sí.
- ¿Y de qué equipo son?
- Del Málaga.
- Yo es que soy del Levante...
- ¡No me diga más! ¡Mourinho le quiere meter el dedo en el ojo y CR9 dice que le tiene envidia por ser rico y guapo!
- Es posible, es posible... y, claro, me estoy escondiendo.
- Bueno, de momento en este hotel estará bien. Incluso nos han puesto un restaurante español.
- ¿Qué?
- ¿No lo ha visto al entrar?
- ¿El qué?
- Pues que el restaurante del hotel es español. Éste en el que estamos.
- ¡Dios mío! - miré al letrero del restaurante. Con letras rojas y amarillas, el nombre "Sevilla" destacaba entre los tonos oscuros de la pared.
- Bueno, pues encantados de conocerle. Nosotros nos tenemos que ir, que nos esperan para ir a Pushkin.
- Ése es el nombre soviético. En tiempos del zar era Tsarskoie Seló.
- ¿Charcoseló?
- Pushkin, Pushkin, usted diga Pushkin.
- ¿Puskins?
- Eso.
Mis improvisados compañeros se fueron a su excursión, y yo me quedé pensando que hacía algún tiempo que no había una entrada en la bitácora sobre "crítica gastronómica".
Pues eso se va a acabar. Y pronto.
San Petersburgo me recibió con el tiempo desapacible que suele ser habitual. En la estación tardé media hora en poder conseguir un taxi, porque estaban todos en distintos atascos; finalmente, me pusieron uno y llegué a mi hotel, un buen lugar para pasar desapercibido unos días hasta que otro equipo ganara al Madrid y Fadrique canalizara sus iras hacia otro objetivo.
Mi hotel estaba lleno, pero lleno, de turistas españoles. Yo pensaba que estábamos en crisis, pero por otra parte jamás he visto tantos turistas españoles en Rusia como este año. Como llegaba muerto de hambre, me senté en una mesa a comer del buffet libre, y pedí permiso a dos personas que ya estaban sentadas allí:
- Would you mind if I seat here?
El hombre me miró con cara de preocupación. La mujer estaba enfrascada en el desciframiento de los entremeses y no pareció escucharme, y menos entenderme, pero acertó a decir:
- ¿Qué ha dicho ese señór?
- Creo que ha preguntado si puede sentarse ahí.
- ¿Son ustedes españoles? - les pregunté, aunque a las claras se veía que sí, y andaluces, por más señas.
- Sí, sí, somos españoles ¿Usted también?
- También.
Se trataba de una pareja que formaba parte de un grupo de turistas españoles. Habían visitado algo de San Petersburgo, aún les quedaba por visitar Tsarkoie Seló y Peterhof; después seguían el viaje hacia Moscú.
- Lo que pasa es que hace muy mal tiempo. Nosotros somos de Málaga, y claro, aquí es que llueve mucho y hace frío.
- Sí, eso es lo que tiene Rusia ¿Y les está gustando la ciudad?
- Mucho, mucho. Y usted, no es turista, ¿verdad?
- Pues no. Yo vivo en Moscú.
- ¿Y ha venido aquí por alguna razón?
- ¿A ustedes les gusta el fútbol?
- Hombre, algo sí.
- ¿Y de qué equipo son?
- Del Málaga.
- Yo es que soy del Levante...
- ¡No me diga más! ¡Mourinho le quiere meter el dedo en el ojo y CR9 dice que le tiene envidia por ser rico y guapo!
- Es posible, es posible... y, claro, me estoy escondiendo.
- Bueno, de momento en este hotel estará bien. Incluso nos han puesto un restaurante español.
- ¿Qué?
- ¿No lo ha visto al entrar?
- ¿El qué?
- Pues que el restaurante del hotel es español. Éste en el que estamos.
- ¡Dios mío! - miré al letrero del restaurante. Con letras rojas y amarillas, el nombre "Sevilla" destacaba entre los tonos oscuros de la pared.
- Bueno, pues encantados de conocerle. Nosotros nos tenemos que ir, que nos esperan para ir a Pushkin.
- Ése es el nombre soviético. En tiempos del zar era Tsarskoie Seló.
- ¿Charcoseló?
- Pushkin, Pushkin, usted diga Pushkin.
- ¿Puskins?
- Eso.
Mis improvisados compañeros se fueron a su excursión, y yo me quedé pensando que hacía algún tiempo que no había una entrada en la bitácora sobre "crítica gastronómica".
Pues eso se va a acabar. Y pronto.
miércoles, 21 de septiembre de 2011
Taxis
Sinopsis: En la entrada anterior, la victoria del Levante en el último partido de liga hacía aconsejable desaparecer unos días de Moscú para evitar posibles ataques vikingos.
Como mi equipaje era un maletón tirando a grande, y mi tren salía a las 6.45, decidí pedir un taxi para las 5.45, hora en la que en Moscú ya han puesto las calles, sí, pero por poco.
En España, tú pides un taxi a una hora y diez minutos antes ya lo tienes delante de la puerta con la bandera bajada, así que más te vale salir pitando de casa si no te quieres arruinar.
En Moscú, no. En Moscú, aparte del intrusismo rampante que campa por sus respetos, no veréis apenas taxis por la calle. Alguno hay. Tampoco veréis, si os montáis en alguno, que tengan taxímetro, aunque igualmente comienza a haberlos. Posiblemente tampoco veáis que el taxista conozca la ciudad. Y eso si que no mejora.
Las tarifas eran a tanto por kilómetro, hasta que a alguna compañía y en particular a la compañía municipal de toda la vida, la que fue soviética en su día, se le han comenzado a hinchar las narices y ahora mide las tarifas en tiempo: cuatrocientos rublos (cosa de diez euros) por la bajada de bandera y los primeros veinte minutos, y a partir de ahí veinte rublos por minuto. Un atasco de los habituales puede ser la ruina de un pasajero. Pero, como a las 5.45 de la mañana era poco probable que hubiera atascos, y la estación de tren no está lejos, pensé que no habría problemas.
La víspera llamé al consabido 6270000 de toda la vida, pedí un taxi para las 5.45, puse mi despertador a las cinco de la mañana y me eché a dormir todo lo plácidamente que duermen los que saben que se van a levantar muertos de sueño.
A las cinco me desperté, me levanté, duché y vestí, y a las 5.25 sonó mi teléfono. Correcto. Era la compañía de taxis, que me daba el color, modelo y número de matrícula del taxi, y añadía que estaría a tiempo. Un Ford Focus azul oscuro con el número de matrícula 490.
Un alivio. Recuerdo con horror días, nada lejanos, en que las llamadas eran para decir que nos buscáramos la vida para ir al aeropuerto, y que nos olvidáramos del encargo de taxi que habíamos hecho, porque todos los que tenían estaban en atascos. Todo un servicio infalible.
Salgo a las 5.45 todo ufano... y allí no hay nadie.
Obviamente, me mosqueo y marco el 6270000. Por cierto, ¿cómo lo hacíamos cuando no existían los teléfonos móviles? Son las 5.47, y un contestador automático me dice que "su llamada será contestada en dos minutos" (raro, raro...), luego uno y medio, luego uno...
- Oficina Municipal de Taxis, buenos días.
- Oiga, que he pedido un taxi para las 5.45, me han llamado diciendo que venía a tiempo, estoy aquí fuera, y no hay nadie.
- ¿Y dónde está usted?
Le dije la dirección.
- Permanezca en la línea, por favor.
Me puso la musiquita que ponen todas las centralitas y que se supone que debería tranquilizar al que espera, pero yo veía el segundero cómo corría y estaba negro.
- ¿Oiga?
- ¿Sí?
- Gracias por esperar - dijo con la voz metálica de toda telefonista -. No consigo comunicar con el conductor. Le voy a enviar el teléfono del conductor por SMS para que le llame usted.
- ¿Usted no se da cuenta de la estupidez que está diciendo? Si usted no puede comunicar con el conductor, ¿cómo espera que lo haga yo?
La telefonista calló.
- Bueno, voy a seguir llamándole, pero le envío a usted el SMS de todas formas.
Traducida la última frase al román paladino, quería decir, como comprendí enseguida:
- Yo te envío el SMS y me lavo las manos. Ya te apañarás, pringao.
Las 5.50, y por allí no aparecía nadie.
Las 5.51, y suena el himno de Valencia. Un mensaje. Efectivamente, la telefonista me manda el móvil de Misha, que así se llama el conductor negligente que me ha tocado.
Las 5.52, y marco el número de Misha. Ocupado.
Las 5.53. Ocupado. Dos veces más. Empiezan los juramentos en arameo.
Las 5.54. Ocupado. A los juramentos en arameo se añaden patadas en el suelo.
Las 5.55. Ni se me ocurre rimar algo con la hora que es, ocupado en otros menesteres más tenebrosos.
Las 5.56. El teléfono de Misha ya no está ocupado. Simplemente comunica, sin parar. Vuelven los juramentos en arameo.
Las 5.57. Miradas nerviosas hacia el final de la calle, por donde pasan dos coches sin torcer. No son ellos, o es el típico taxista que no conoce la ciudad y que no lleva un plano en el coche ¿Para qué, si todos los clientes tienen la obligación de saber el camino? Y de GPS no hablemos.
Las 5.58. Comunica. Pienso en si será mejor acogotar a Misha o romperle las piernas.
Las 5.59. Un Ford Focus azul oscuro, matrícula 490, pasa al lado y para.
- ¿Dónde estaba usted?
- ¿Qué pasa? A las 5.45 pasé por aquí y no había nadie, y me puse a ver si por la otra parte de la manzana había otra entrada.
Como a las 5.45 estaba yo allí puntual como un reloj, la traducción al román paladino de la frase era algo así como:
- He llegado tarde, lo sé. Veo que no te mola, así que te diré la excusa que tengo pensada para estos casos.
Al menos, llegué al tren sin problemas, gracias al margen que llevaba, que la estación no está muy lejos y que a las seis de la mañana de un día laborable hay más o menos los coches que hay en Valencia a las seis de la tarde, pero atascos no hay.
* * *
En San Petersburgo, desde hace dos años, la situación ha empeorado considerablemente. Pero hoy se hace tarde, así que toca esperar un poco. De momento, me basta con dejar este enlace oficial del todo, para demostrar la seriedad de nuestro bienamado ayuntamiento.
Como mi equipaje era un maletón tirando a grande, y mi tren salía a las 6.45, decidí pedir un taxi para las 5.45, hora en la que en Moscú ya han puesto las calles, sí, pero por poco.
En España, tú pides un taxi a una hora y diez minutos antes ya lo tienes delante de la puerta con la bandera bajada, así que más te vale salir pitando de casa si no te quieres arruinar.
En Moscú, no. En Moscú, aparte del intrusismo rampante que campa por sus respetos, no veréis apenas taxis por la calle. Alguno hay. Tampoco veréis, si os montáis en alguno, que tengan taxímetro, aunque igualmente comienza a haberlos. Posiblemente tampoco veáis que el taxista conozca la ciudad. Y eso si que no mejora.
Las tarifas eran a tanto por kilómetro, hasta que a alguna compañía y en particular a la compañía municipal de toda la vida, la que fue soviética en su día, se le han comenzado a hinchar las narices y ahora mide las tarifas en tiempo: cuatrocientos rublos (cosa de diez euros) por la bajada de bandera y los primeros veinte minutos, y a partir de ahí veinte rublos por minuto. Un atasco de los habituales puede ser la ruina de un pasajero. Pero, como a las 5.45 de la mañana era poco probable que hubiera atascos, y la estación de tren no está lejos, pensé que no habría problemas.
La víspera llamé al consabido 6270000 de toda la vida, pedí un taxi para las 5.45, puse mi despertador a las cinco de la mañana y me eché a dormir todo lo plácidamente que duermen los que saben que se van a levantar muertos de sueño.
A las cinco me desperté, me levanté, duché y vestí, y a las 5.25 sonó mi teléfono. Correcto. Era la compañía de taxis, que me daba el color, modelo y número de matrícula del taxi, y añadía que estaría a tiempo. Un Ford Focus azul oscuro con el número de matrícula 490.
Un alivio. Recuerdo con horror días, nada lejanos, en que las llamadas eran para decir que nos buscáramos la vida para ir al aeropuerto, y que nos olvidáramos del encargo de taxi que habíamos hecho, porque todos los que tenían estaban en atascos. Todo un servicio infalible.
Salgo a las 5.45 todo ufano... y allí no hay nadie.
Obviamente, me mosqueo y marco el 6270000. Por cierto, ¿cómo lo hacíamos cuando no existían los teléfonos móviles? Son las 5.47, y un contestador automático me dice que "su llamada será contestada en dos minutos" (raro, raro...), luego uno y medio, luego uno...
- Oficina Municipal de Taxis, buenos días.
- Oiga, que he pedido un taxi para las 5.45, me han llamado diciendo que venía a tiempo, estoy aquí fuera, y no hay nadie.
- ¿Y dónde está usted?
Le dije la dirección.
- Permanezca en la línea, por favor.
Me puso la musiquita que ponen todas las centralitas y que se supone que debería tranquilizar al que espera, pero yo veía el segundero cómo corría y estaba negro.
- ¿Oiga?
- ¿Sí?
- Gracias por esperar - dijo con la voz metálica de toda telefonista -. No consigo comunicar con el conductor. Le voy a enviar el teléfono del conductor por SMS para que le llame usted.
- ¿Usted no se da cuenta de la estupidez que está diciendo? Si usted no puede comunicar con el conductor, ¿cómo espera que lo haga yo?
La telefonista calló.
- Bueno, voy a seguir llamándole, pero le envío a usted el SMS de todas formas.
Traducida la última frase al román paladino, quería decir, como comprendí enseguida:
- Yo te envío el SMS y me lavo las manos. Ya te apañarás, pringao.
Las 5.50, y por allí no aparecía nadie.
Las 5.51, y suena el himno de Valencia. Un mensaje. Efectivamente, la telefonista me manda el móvil de Misha, que así se llama el conductor negligente que me ha tocado.
Las 5.52, y marco el número de Misha. Ocupado.
Las 5.53. Ocupado. Dos veces más. Empiezan los juramentos en arameo.
Las 5.54. Ocupado. A los juramentos en arameo se añaden patadas en el suelo.
Las 5.55. Ni se me ocurre rimar algo con la hora que es, ocupado en otros menesteres más tenebrosos.
Las 5.56. El teléfono de Misha ya no está ocupado. Simplemente comunica, sin parar. Vuelven los juramentos en arameo.
Las 5.57. Miradas nerviosas hacia el final de la calle, por donde pasan dos coches sin torcer. No son ellos, o es el típico taxista que no conoce la ciudad y que no lleva un plano en el coche ¿Para qué, si todos los clientes tienen la obligación de saber el camino? Y de GPS no hablemos.
Las 5.58. Comunica. Pienso en si será mejor acogotar a Misha o romperle las piernas.
Las 5.59. Un Ford Focus azul oscuro, matrícula 490, pasa al lado y para.
- ¿Dónde estaba usted?
- ¿Qué pasa? A las 5.45 pasé por aquí y no había nadie, y me puse a ver si por la otra parte de la manzana había otra entrada.
Como a las 5.45 estaba yo allí puntual como un reloj, la traducción al román paladino de la frase era algo así como:
- He llegado tarde, lo sé. Veo que no te mola, así que te diré la excusa que tengo pensada para estos casos.
Al menos, llegué al tren sin problemas, gracias al margen que llevaba, que la estación no está muy lejos y que a las seis de la mañana de un día laborable hay más o menos los coches que hay en Valencia a las seis de la tarde, pero atascos no hay.
* * *
En San Petersburgo, desde hace dos años, la situación ha empeorado considerablemente. Pero hoy se hace tarde, así que toca esperar un poco. De momento, me basta con dejar este enlace oficial del todo, para demostrar la seriedad de nuestro bienamado ayuntamiento.
martes, 20 de septiembre de 2011
Ha vuelto a suceder
Sí, señor, los acontecimientos del pasado se repiten.
Ayer me dijeron que Fadrique había estado en España el fin de semana, que seguro que estuvo viendo cierto partido de fútbol, y que hoy volvería a Moscú, y no necesito ser ningún arúspice para saber que su estado de ánimo debe estar entre sulfuroso y directamente asesino. Y es muy posible que recuerde quién es el único granota en todo Moscú, y aun en toda Rusia.
Por si acaso, lo mejor es esconderse unos días hasta que se le pase el cabreo ¿Qué sitio será mejor para esconderse? ¿Tokio? No, canta mucho ¿Madrid? Sí, hombre, provocando encima ¿Salvacañete? No sé, no sé...
¡Ya está! Lo mejor será pasar unos días en esa ciudad a la que, hace un par de años, pensé que quizá no volvería. Pero la realidad es tozuda y, después de todo, es la cuarta ciudad más grande de Europa y, por consiguiente, un lugar perfecto para pasar inadvertido en tanto los vikingos recuperan el ánimo.
Ayer me dijeron que Fadrique había estado en España el fin de semana, que seguro que estuvo viendo cierto partido de fútbol, y que hoy volvería a Moscú, y no necesito ser ningún arúspice para saber que su estado de ánimo debe estar entre sulfuroso y directamente asesino. Y es muy posible que recuerde quién es el único granota en todo Moscú, y aun en toda Rusia.
Por si acaso, lo mejor es esconderse unos días hasta que se le pase el cabreo ¿Qué sitio será mejor para esconderse? ¿Tokio? No, canta mucho ¿Madrid? Sí, hombre, provocando encima ¿Salvacañete? No sé, no sé...
¡Ya está! Lo mejor será pasar unos días en esa ciudad a la que, hace un par de años, pensé que quizá no volvería. Pero la realidad es tozuda y, después de todo, es la cuarta ciudad más grande de Europa y, por consiguiente, un lugar perfecto para pasar inadvertido en tanto los vikingos recuperan el ánimo.
jueves, 15 de septiembre de 2011
Controlando
Dentro de poco, en Rusia hay elecciones. No es que haya mucho que elegir, pero aparecen en los medios algunos partidos, aparte del único y chupiguay Rusia Unida, a los que posiblemente les caigan algunas migajas del pastel. Uno de ellos es el incombustible LDPR, que tuvo su momento de gloria en el congreso de hace unos días. Vladímir Vólfovich ha sido bueno estos cuatro años, se ha convertido en vicepresidente de la Duma y no ha sido crítico más que con la boca pequeña. Como el atractivo de Zhirinovsky consiste precisamente en que su boca no sea pequeña, sino que suelte fuego por la misma, supongo que habrá tenido que hacer un gran sacrificio, pero parece que las encuestas le pronostican un avance.
Otro es un partido que se llama "Pravoye Delo" y cuyo nombre, como tantas veces, consiste en un juego de palabras de traducción muy complicada. Literalmente, puede querer decir "Causa Justa", o "Asunto Correcto" pero también quiere decir algo así como "Acción de Derechas". Sí, es un partido de derechas, o de lo que en Rusia se llama "derecha", que es un partido liberalcapitalista y proclive al empresariado.
Además, está dirigido desde hace unos meses por el mayor oligarca de Rusia, Mijaíl Prójorov, por lo que uno sospecha que no es a la pequeña empresa a la que va a defender este partido, sino a la grande, como la suya misma. Hay gente que piensa que hay oligarcas más importantes, pero sin lugar a dudas el mayor es él, siquiera sea porque mide 2,06 metros, aún es un notable jugador de baloncesto, a pesar de que está más cerca de los cincuenta que los cuarenta, y últimamente incluso se ha encaramado a la cabeza de la clasificación de ricachones locales.
(¿Cómo? ¿Que ya no es el líder del partido? ¿O sí? A ver, a ver...)
Hay otros partidos, claro, pero no es que nadie les haga mucho caso. Están los comunistas, cuya cobertura mediática es cada vez más reducida y que, teniendo en cuenta que sus potenciales votantes van cascando fatalmente, parece que podría perder votos. También está en la misma línea difícil el otro partido, digamos, de izquierda con representación parlamentaria, Rusia Justa, que se pasó a la oposición hace unos meses y, como lo de pasarse a la oposición es sumamente malo, lo va a tener complicado para meter a alguien en nómina del parlamento ruso. Es lo que tiene ser díscolo.
Como a los demás partidos no se les augura un porvenir brillante, y hay bastante gente que no está muy motivada por ninguno de los cinco mencionados, el refugio de la versión local de los indignados (de boquilla, como siempre ha sido en Rusia) es Internet. Y aquí llegan los poderes públicos para tomar medidas preventivas, mucho antes de que las cosas se pongan como en España o, válgame Dios, como en el Reino Unido. Antes de eso, hay que domesticarlo todo. Pero todo todo.
Y es que ha entrado en escena nuestro Conde Pumpido particular. Por cierto que hace unos meses el mismísimo Conde Pumpido estaba en el mismo avión que yo e iba desde Moscú para España, como pude ver a través de la cortinilla que separaba a la chusma de la gente de primera clase. Dejaré que el lector adivine quién iba en primera, si Conde Pumpido o yo, y quién con la chusma.
Nuestro Conde Pumpido particualar, cuyo cargo también se llama "Fiscal General", es Yuri Chayka. Hace algunos años era ministro de Justicia, pero luego lo pasaron a la fiscalía general, donde el tío sigue haciendo méritos invalorables para la causa. El muy cuco ha visto que el problema puede venir de las perniciosas redes sociales, y se ha manifestado a favor de ponerlas bajo control, para prevenir la aparición de extremistas. Ah, los extremistas, pero qué asco dan los extremistas.
Inmediatamente, el "Völkischer Beobach..." ah, no, aquí se llama "Rossiyskaya Gazeta", se ha hecho eco de tan noble propósito y aplaude la iniciativa de Chayka con un texto que no tiene desperdicio y que incluye el habitual desdén de los periodistas hacia los aficionados que escriben (bueno, escribimos). Ah, la élite.
Un día de éstos traduciré unas partes del texto. Entretanto, ojo, que, cuando Chayka habla, es porque su amo le ha insinuado algo, así que puede que falte poco para que las redes sociales sean intervenidas, primero un poquito, y luego, cuando ya hayan metido la patita, cada vez un poquito más.
Por si acaso se pasa por aquí, señor Chayka, que sepa que este sitio no es ni un poquiiiiito extremista. Esta en el puritito centro de todo, y jamás se me ocurriría desviarme un milímetro de ese lugar tan acogedor que alberga a todos los centristas que en el mundo somos. Pues no faltaría más.
Otro es un partido que se llama "Pravoye Delo" y cuyo nombre, como tantas veces, consiste en un juego de palabras de traducción muy complicada. Literalmente, puede querer decir "Causa Justa", o "Asunto Correcto" pero también quiere decir algo así como "Acción de Derechas". Sí, es un partido de derechas, o de lo que en Rusia se llama "derecha", que es un partido liberalcapitalista y proclive al empresariado.
Además, está dirigido desde hace unos meses por el mayor oligarca de Rusia, Mijaíl Prójorov, por lo que uno sospecha que no es a la pequeña empresa a la que va a defender este partido, sino a la grande, como la suya misma. Hay gente que piensa que hay oligarcas más importantes, pero sin lugar a dudas el mayor es él, siquiera sea porque mide 2,06 metros, aún es un notable jugador de baloncesto, a pesar de que está más cerca de los cincuenta que los cuarenta, y últimamente incluso se ha encaramado a la cabeza de la clasificación de ricachones locales.
(¿Cómo? ¿Que ya no es el líder del partido? ¿O sí? A ver, a ver...)
Hay otros partidos, claro, pero no es que nadie les haga mucho caso. Están los comunistas, cuya cobertura mediática es cada vez más reducida y que, teniendo en cuenta que sus potenciales votantes van cascando fatalmente, parece que podría perder votos. También está en la misma línea difícil el otro partido, digamos, de izquierda con representación parlamentaria, Rusia Justa, que se pasó a la oposición hace unos meses y, como lo de pasarse a la oposición es sumamente malo, lo va a tener complicado para meter a alguien en nómina del parlamento ruso. Es lo que tiene ser díscolo.
Como a los demás partidos no se les augura un porvenir brillante, y hay bastante gente que no está muy motivada por ninguno de los cinco mencionados, el refugio de la versión local de los indignados (de boquilla, como siempre ha sido en Rusia) es Internet. Y aquí llegan los poderes públicos para tomar medidas preventivas, mucho antes de que las cosas se pongan como en España o, válgame Dios, como en el Reino Unido. Antes de eso, hay que domesticarlo todo. Pero todo todo.
Y es que ha entrado en escena nuestro Conde Pumpido particular. Por cierto que hace unos meses el mismísimo Conde Pumpido estaba en el mismo avión que yo e iba desde Moscú para España, como pude ver a través de la cortinilla que separaba a la chusma de la gente de primera clase. Dejaré que el lector adivine quién iba en primera, si Conde Pumpido o yo, y quién con la chusma.
Nuestro Conde Pumpido particualar, cuyo cargo también se llama "Fiscal General", es Yuri Chayka. Hace algunos años era ministro de Justicia, pero luego lo pasaron a la fiscalía general, donde el tío sigue haciendo méritos invalorables para la causa. El muy cuco ha visto que el problema puede venir de las perniciosas redes sociales, y se ha manifestado a favor de ponerlas bajo control, para prevenir la aparición de extremistas. Ah, los extremistas, pero qué asco dan los extremistas.
Inmediatamente, el "Völkischer Beobach..." ah, no, aquí se llama "Rossiyskaya Gazeta", se ha hecho eco de tan noble propósito y aplaude la iniciativa de Chayka con un texto que no tiene desperdicio y que incluye el habitual desdén de los periodistas hacia los aficionados que escriben (bueno, escribimos). Ah, la élite.
Un día de éstos traduciré unas partes del texto. Entretanto, ojo, que, cuando Chayka habla, es porque su amo le ha insinuado algo, así que puede que falte poco para que las redes sociales sean intervenidas, primero un poquito, y luego, cuando ya hayan metido la patita, cada vez un poquito más.
Por si acaso se pasa por aquí, señor Chayka, que sepa que este sitio no es ni un poquiiiiito extremista. Esta en el puritito centro de todo, y jamás se me ocurriría desviarme un milímetro de ese lugar tan acogedor que alberga a todos los centristas que en el mundo somos. Pues no faltaría más.
martes, 13 de septiembre de 2011
Aumentando la familia
Para mi sorpresa, hay varios lectores de la bitácora que son adoptantes de niños rusos, cosa de la que me he dado cuenta únicamente tras la entrada anterior, así que voy a dejar esperar un poco (sólo un poco) la continuación del viaje por el Anillo de Oro y sigo con las adopciones, no sin antes recordar que, en los albores de esta bitácora, hubo una entrada, y hasta otra, donde ya salieron a relucir.
En los primeros años, antes de que Iberia apareciese por aquí, Aeroflot era la única línea aérea que comunicaba directamente Moscú con España, e indirectamente el resto de Rusia con España. Obviamente, era la opción lógica para los padres españoles que sólo muy raras veces adoptaban en Moscú o sus alrededores, sino en el quinto pino, o en el sexto abedul. Los alrededores de Moscú eran coto de los gringos y de los canadienses, por lo que pude saber, y supongo que algo tendría que ver el poder adquisitivo del adoptante y los tejemanejes que la agencia intermediadora (supuestamente sin ánimo de lucro) tuviera con la dirección de según qué orfanato y con los órganos judiciales que tuvieran que dar el visto bueno al procedimiento. Los españoles acababan en los Urales, en Tula, o en el duro norte.
Como todos tenían que terminar con un par de días de estancia en Moscú para hacer los papeles en el consulado español y salir del país con el pasaporte español del niño puesto, tuvimos ocasión en su día de conocer a varios. Ya hace, sin embargo, varios años que apenas tenemos trato con ninguno, no sé si por haber bajado el número de candidatos o por qué otra razón.
Entre los padres adoptantes que vimos había de todo. Los había muy enterados, que se habían currado incluso unas nociones de ruso; había gente cargada hasta los topes de cosas que probablemente eran inútiles, pero ellos no lo sabían; muchos no se atrevían a salir del hotelucho donde la agencia les había metido pagando un potosí por la habitación. Esto era comprensible (que no quisieran salir, no el robo a mano armada de la agencia): entre que después de todo estaban con un bebé propio por primera vez en su vida, y que la agencia les había dejado medio tirados en una ciudad que, para el español medio, es una jungla inabarcable y hostil, no es extraño que prefirieran quedarse quietecitos en un lugar pacífico, aunque roñoso, hasta que saliera su avión.
La práctica totalidad de los que vi eran buena gente que estaba haciendo una buena acción, aunque de momento estuvieran torpones como los padres primerizos que eran. Como he dicho en los comentarios a la entrada anterior, por muy bueno que sea el orfanato (y rara vez lo son), siempre es peor que una familia. En Rusia hay montones de niños hacinados en orfanatos, y una de las cosas más tristes es que, a medida que van creciendo, sus posibilidades de ser adoptados se van reduciendo más y más, hasta que llegan a la mayoría de edad, que son dieciocho años, una edad en la que tiemblo de pensar qué hubiera podido pasar de estar yo sin padre ni madre ni nada, y hasta aquí llegó la casa cuna y el orfanato. A otra cosa, mariposa.
Evidentemente, esos jóvenes, que reciben un subsidio ridículo con el que no llegarían a fin de mes ni devaluando el mes, no suelen entrar en la universidad, sólo con mucha suerte en el equivalente a un ciclo formativo o aprendizaje, y tienen unas probabilidades desusadamente altas de terminar mal, y prefiero no desarrollar el adverbio "mal". Aunque sólo sea por evitar esta situación, las familias adoptantes, por imperfectas que sean, son merecedoras del mayor de los elogios, y eso que las adopciones se producen normalmente a edades muy tempranas, como si los padres prefirieran que sus futuros hijos tuvieran el menor pasado posible.
En todo caso, mis respetos a los adoptantes, y que vengan muchos más. Y esperemos que a Esteban, el niño de dos años de mi pueblo que ya no quiere hablar ni oír ruso, le vaya bien con su nueva familia y que Ame y yo, dentro de unos años, podamos charlar con él sin que se retire aterrado, aunque supongo que el ruso lo tendrá totalmente expulsado de su cabeza y que, si queremos hablar con él, tendrá que ser en valenciano. El caso es que nos hable.
En los primeros años, antes de que Iberia apareciese por aquí, Aeroflot era la única línea aérea que comunicaba directamente Moscú con España, e indirectamente el resto de Rusia con España. Obviamente, era la opción lógica para los padres españoles que sólo muy raras veces adoptaban en Moscú o sus alrededores, sino en el quinto pino, o en el sexto abedul. Los alrededores de Moscú eran coto de los gringos y de los canadienses, por lo que pude saber, y supongo que algo tendría que ver el poder adquisitivo del adoptante y los tejemanejes que la agencia intermediadora (supuestamente sin ánimo de lucro) tuviera con la dirección de según qué orfanato y con los órganos judiciales que tuvieran que dar el visto bueno al procedimiento. Los españoles acababan en los Urales, en Tula, o en el duro norte.
Como todos tenían que terminar con un par de días de estancia en Moscú para hacer los papeles en el consulado español y salir del país con el pasaporte español del niño puesto, tuvimos ocasión en su día de conocer a varios. Ya hace, sin embargo, varios años que apenas tenemos trato con ninguno, no sé si por haber bajado el número de candidatos o por qué otra razón.
Entre los padres adoptantes que vimos había de todo. Los había muy enterados, que se habían currado incluso unas nociones de ruso; había gente cargada hasta los topes de cosas que probablemente eran inútiles, pero ellos no lo sabían; muchos no se atrevían a salir del hotelucho donde la agencia les había metido pagando un potosí por la habitación. Esto era comprensible (que no quisieran salir, no el robo a mano armada de la agencia): entre que después de todo estaban con un bebé propio por primera vez en su vida, y que la agencia les había dejado medio tirados en una ciudad que, para el español medio, es una jungla inabarcable y hostil, no es extraño que prefirieran quedarse quietecitos en un lugar pacífico, aunque roñoso, hasta que saliera su avión.
La práctica totalidad de los que vi eran buena gente que estaba haciendo una buena acción, aunque de momento estuvieran torpones como los padres primerizos que eran. Como he dicho en los comentarios a la entrada anterior, por muy bueno que sea el orfanato (y rara vez lo son), siempre es peor que una familia. En Rusia hay montones de niños hacinados en orfanatos, y una de las cosas más tristes es que, a medida que van creciendo, sus posibilidades de ser adoptados se van reduciendo más y más, hasta que llegan a la mayoría de edad, que son dieciocho años, una edad en la que tiemblo de pensar qué hubiera podido pasar de estar yo sin padre ni madre ni nada, y hasta aquí llegó la casa cuna y el orfanato. A otra cosa, mariposa.
Evidentemente, esos jóvenes, que reciben un subsidio ridículo con el que no llegarían a fin de mes ni devaluando el mes, no suelen entrar en la universidad, sólo con mucha suerte en el equivalente a un ciclo formativo o aprendizaje, y tienen unas probabilidades desusadamente altas de terminar mal, y prefiero no desarrollar el adverbio "mal". Aunque sólo sea por evitar esta situación, las familias adoptantes, por imperfectas que sean, son merecedoras del mayor de los elogios, y eso que las adopciones se producen normalmente a edades muy tempranas, como si los padres prefirieran que sus futuros hijos tuvieran el menor pasado posible.
En todo caso, mis respetos a los adoptantes, y que vengan muchos más. Y esperemos que a Esteban, el niño de dos años de mi pueblo que ya no quiere hablar ni oír ruso, le vaya bien con su nueva familia y que Ame y yo, dentro de unos años, podamos charlar con él sin que se retire aterrado, aunque supongo que el ruso lo tendrá totalmente expulsado de su cabeza y que, si queremos hablar con él, tendrá que ser en valenciano. El caso es que nos hable.
sábado, 10 de septiembre de 2011
Adopciones
Benicountrí, mi pueblo, se ha visto enriquecido este verano con un nuevo habitante, nacido lejos del término municipal, pero debidamente prohijado por un matrimonio residente por allí.
Así, cuando ayer por la mañana volvíamos mi padre, Ame y yo de inspeccionar el arroz y cercionarnos de que el serreig y la marchelina hacen estragos, de que había que haber pulverizado una vez más, y de que menos mal que no había rebordonit, al aparcar dijo mi padre:
- Este niño es ruso - dijo señalando a un niño de cosa de dos años, aspecto moreno y asilvestrado y que a duras penas lograba su madre mantener cerca.
- ¿Ah, sí?
- Sí, se fueron allí a adoptarlo hace unas semanas. El padre no me dijo nada hasta que estuvo de vuelta. Si no, le hubiera dicho que hablara contigo.
- ¿Y el niño habla ruso?
- Vamos a verlo.
Salimos del coche, abordamos a la familia y le dijo mi padre.
- Este és el meu fill major, el que viu en Rússia. (Éste es mi hijo mayor, el que vive en Rusia)
- Tant de gust - dijo el padre -. Mosatros hem adoptat este chiquet d'allí, que estiguerem fa unes semanes. (Encantado. Nosotros adoptamos este niño de allí, donde estuvimos hace unas semanas)
- ¿I encara parla rus? (¿Y aún habla ruso? )
- Sí que en parla, sí. ( Sí que habla, sí )
- A vore si Ame pot parlar en ell. ( A ver si Ame puede hablar con él )
- Però, ¿este parla rus? ( Pero, ¿éste habla ruso? )
- Millor que jo. ( Mejor que yo )
Ame se encaró con el niño y con su mejor sonrisa, y le dijo muy simpático:
- Privet! ( ¡Hola! )
Y yo añadí, también con mi mejor sonrisa:
- Kak tebya zovut? ( ¿Cómo te llamas? )
El niño nos miró literalmente aterrado, como si fuéramos unos monstruos. De repente, se abrazó desesperado a las piernas de su madre. Todos nuestros intentos por hacerle decir algo fueron en vano; es más, giraba la cara para no vernos.
- Pareix que sí que mos enté, perè lo de parlar no lo té tan clar. ( Parece que sí que nos entiende, pero lo de hablar no lo tiene tan claro )
Y así decidimos cortar la conversación, para no crearle al niño algún trauma. No tenemos noticias de cuál fue la vida del niño antes de ser adoptado, pero da la impresión de que no tenía el menor interés en recordarlo.
Así, cuando ayer por la mañana volvíamos mi padre, Ame y yo de inspeccionar el arroz y cercionarnos de que el serreig y la marchelina hacen estragos, de que había que haber pulverizado una vez más, y de que menos mal que no había rebordonit, al aparcar dijo mi padre:
- Este niño es ruso - dijo señalando a un niño de cosa de dos años, aspecto moreno y asilvestrado y que a duras penas lograba su madre mantener cerca.
- ¿Ah, sí?
- Sí, se fueron allí a adoptarlo hace unas semanas. El padre no me dijo nada hasta que estuvo de vuelta. Si no, le hubiera dicho que hablara contigo.
- ¿Y el niño habla ruso?
- Vamos a verlo.
Salimos del coche, abordamos a la familia y le dijo mi padre.
- Este és el meu fill major, el que viu en Rússia. (Éste es mi hijo mayor, el que vive en Rusia)
- Tant de gust - dijo el padre -. Mosatros hem adoptat este chiquet d'allí, que estiguerem fa unes semanes. (Encantado. Nosotros adoptamos este niño de allí, donde estuvimos hace unas semanas)
- ¿I encara parla rus? (¿Y aún habla ruso? )
- Sí que en parla, sí. ( Sí que habla, sí )
- A vore si Ame pot parlar en ell. ( A ver si Ame puede hablar con él )
- Però, ¿este parla rus? ( Pero, ¿éste habla ruso? )
- Millor que jo. ( Mejor que yo )
Ame se encaró con el niño y con su mejor sonrisa, y le dijo muy simpático:
- Privet! ( ¡Hola! )
Y yo añadí, también con mi mejor sonrisa:
- Kak tebya zovut? ( ¿Cómo te llamas? )
El niño nos miró literalmente aterrado, como si fuéramos unos monstruos. De repente, se abrazó desesperado a las piernas de su madre. Todos nuestros intentos por hacerle decir algo fueron en vano; es más, giraba la cara para no vernos.
- Pareix que sí que mos enté, perè lo de parlar no lo té tan clar. ( Parece que sí que nos entiende, pero lo de hablar no lo tiene tan claro )
Y así decidimos cortar la conversación, para no crearle al niño algún trauma. No tenemos noticias de cuál fue la vida del niño antes de ser adoptado, pero da la impresión de que no tenía el menor interés en recordarlo.
miércoles, 7 de septiembre de 2011
El viaje (VII): Iván Susanin
El monumento (a Iván Susanin) es una columna de granito que se eleva sobre un pedestal del mismo material y está coronada con el busto del zar Miguel Fedorovich; a los pies de la columna hay una figura de bronce de Susanin, rezando de rodillas; el pedestal está adornado con bajorrelieves e inscripciones; en la columna están los escudos de Rusia y de la gobernación de Kostromá.
Para recordar quién era este Iván Susanin, hay que echar la vista atrás a alguna de las entradas de este verano y situarnos de nuevo en los albores del siglo XVII, concretamente en 1612. Los falsos demetrios, ladroncillos y todo tipo de pretendientes a cual más estrafalario pululaban por Rusia, al igual que las patrullas polaco-lituanas de Segismundo Vasa, que había tomado Moscú y aspiraba a coronarse como zar. Moscú había sido liberada por el ejército popular de Minin y Pozharsky, y la asamblea que se reunió había elegido como zar a un jovenzuelo de quince años, Miguel Románov, pariente lejano de los Rúrik y que residía, en el destierro, en Kostromá. Sus padres habían sido obligados a entrar en religión para quitárselos de enmedio, y así se daba la circunstancia de que Miguel Románov era hijo de un cura y de una monja, como decía la leyenda urbana que sucederá con el Anticristo.
Los demetrios, a esas alturas, estaban de retirada, pero no los polacos. Segismundo Vasa envió a un importante destacamento a Kostromá para decirle a ese Miguel Románov, adolescente imberbe, quién era el zar de Rusia. En aquel tiempo, y aun hoy, a las tierras de Kostromá, entre otras, se las llama "Zalessky", es decir, tierras tras el bosque. Y es que, efectivamente, por madera no será, y los bosques de la zona, lo que es densos, siguen siéndolo a base de bien, y los incendios del año pasado no han hecho nada por paliarlo, porque no fueron por allí.
Los polacos, que no debían andar sobrados de mapas ni de brújulas, preguntaron a un lugareño por dónde dar con el zar electo. El lugareño era un tal Iván Susanin, que les hizo de guía por un atajo que decía conocer. El atajo debía existir, pero no conducía a Kostromá, ni al escondrijo de Miguel Románov, sino directamente al otro mundo, porque de los polacos, ni de Iván Susanin, volvió a saberse nunca nada más. Al menos de cuerpo presente, porque, desde entonces, Iván Susanin es considerado en Rusia como el prototipo de enteradillo que dice que sabe por dónde ir a los sitios y, en realidad, no da una. Seguro que todos conocemos a alguno...
Sea como fuere, Miguel Románov se salvó y se convirtió en zar. Y, andando el tiempo, en Kostromá se erigió un monumento al héroe local. Vemos la foto de los tiempos de Gilyarovksy.
Y la foto que saqué yo el otro día.
Obviamente, la diferencia entre ambas son los cables y semáforos que hay por todos los sitios, y el monumento a Susanin. Los comunistas no tenían nada contra Susanin, que era un campesino proletario y que, de haber vivido en otros tiempos, se hubiera unido naturalmente a la revolución; pero en ese monumento aparecía en actitud servil ante el primer Románov, el primer sujeto reinante de esa dinastía tenebrosa y autocrática. Abajo, pues, con el monumento. Doce metros de columna fueron enterrados por allí, y la plaza se quedó vacía.
Como no era cosa de ofender a Susanin, los comunistas elevaron a pocos metros de allí otro monumento a Susanin, esta vez sin zar, que continúa hoy día mirando al Volga.
Entretanto, en la plaza de Kostromá hay una pirámide sobre la que se ha pintado el antiguo monumento. Al parecer, los trozos de la columna de mármol se podrían recuperar y hay quien piensa en restaurar el monumento como estuvo siempre con motivo del cuarto centenario de los Románov, que, como quien no quiere la cosa, es dentro de dos años.
A ver a quién traen para celebrarlo, porque, lo que son los descendientes actuales de los Románov, no parece fácil que se pongan de acuerdo para nada, cuánto menos para juntarse en Kostromá. Pero ésa es otra historia, que habrá que contar a su debido tiempo.
Para recordar quién era este Iván Susanin, hay que echar la vista atrás a alguna de las entradas de este verano y situarnos de nuevo en los albores del siglo XVII, concretamente en 1612. Los falsos demetrios, ladroncillos y todo tipo de pretendientes a cual más estrafalario pululaban por Rusia, al igual que las patrullas polaco-lituanas de Segismundo Vasa, que había tomado Moscú y aspiraba a coronarse como zar. Moscú había sido liberada por el ejército popular de Minin y Pozharsky, y la asamblea que se reunió había elegido como zar a un jovenzuelo de quince años, Miguel Románov, pariente lejano de los Rúrik y que residía, en el destierro, en Kostromá. Sus padres habían sido obligados a entrar en religión para quitárselos de enmedio, y así se daba la circunstancia de que Miguel Románov era hijo de un cura y de una monja, como decía la leyenda urbana que sucederá con el Anticristo.
Los demetrios, a esas alturas, estaban de retirada, pero no los polacos. Segismundo Vasa envió a un importante destacamento a Kostromá para decirle a ese Miguel Románov, adolescente imberbe, quién era el zar de Rusia. En aquel tiempo, y aun hoy, a las tierras de Kostromá, entre otras, se las llama "Zalessky", es decir, tierras tras el bosque. Y es que, efectivamente, por madera no será, y los bosques de la zona, lo que es densos, siguen siéndolo a base de bien, y los incendios del año pasado no han hecho nada por paliarlo, porque no fueron por allí.
Los polacos, que no debían andar sobrados de mapas ni de brújulas, preguntaron a un lugareño por dónde dar con el zar electo. El lugareño era un tal Iván Susanin, que les hizo de guía por un atajo que decía conocer. El atajo debía existir, pero no conducía a Kostromá, ni al escondrijo de Miguel Románov, sino directamente al otro mundo, porque de los polacos, ni de Iván Susanin, volvió a saberse nunca nada más. Al menos de cuerpo presente, porque, desde entonces, Iván Susanin es considerado en Rusia como el prototipo de enteradillo que dice que sabe por dónde ir a los sitios y, en realidad, no da una. Seguro que todos conocemos a alguno...
Sea como fuere, Miguel Románov se salvó y se convirtió en zar. Y, andando el tiempo, en Kostromá se erigió un monumento al héroe local. Vemos la foto de los tiempos de Gilyarovksy.
Y la foto que saqué yo el otro día.
Obviamente, la diferencia entre ambas son los cables y semáforos que hay por todos los sitios, y el monumento a Susanin. Los comunistas no tenían nada contra Susanin, que era un campesino proletario y que, de haber vivido en otros tiempos, se hubiera unido naturalmente a la revolución; pero en ese monumento aparecía en actitud servil ante el primer Románov, el primer sujeto reinante de esa dinastía tenebrosa y autocrática. Abajo, pues, con el monumento. Doce metros de columna fueron enterrados por allí, y la plaza se quedó vacía.
Como no era cosa de ofender a Susanin, los comunistas elevaron a pocos metros de allí otro monumento a Susanin, esta vez sin zar, que continúa hoy día mirando al Volga.
Entretanto, en la plaza de Kostromá hay una pirámide sobre la que se ha pintado el antiguo monumento. Al parecer, los trozos de la columna de mármol se podrían recuperar y hay quien piensa en restaurar el monumento como estuvo siempre con motivo del cuarto centenario de los Románov, que, como quien no quiere la cosa, es dentro de dos años.
A ver a quién traen para celebrarlo, porque, lo que son los descendientes actuales de los Románov, no parece fácil que se pongan de acuerdo para nada, cuánto menos para juntarse en Kostromá. Pero ésa es otra historia, que habrá que contar a su debido tiempo.
domingo, 4 de septiembre de 2011
El viaje (VI): El kremlin de Kostromá
Seguimos con el viaje a Kostromá, comparando las impresiones que produjo a Gilyarovsky en 1908 con las que produce al viajero actual después de que el tsunami bolchevique pasara por ella. Dejemos, de momento, la palabra a Gilyarovsky.
En el lugar más elevado de la orilla del Volga está situado el Kremlin, con dos catedrales.
Del kremlin de Kostromá no queda ni rastro. Poco después de la visita de Gilyarovsky tuvo lugar un acontecimiento que todavía se recuerda en la ciudad: el tercer centenario de la dinastía de los Románov, en 1913. Kostromá, como veremos más adelante, es una ciudad sumamente monárquica y muy vinculada a la dinastía Románov, por lo que el mencionado tercer centenario fue celebrado con todo boato y, de hecho, hoy es el día en que estamos en vísperas del cuarto centenario y ya están los preparativos en marcha.
A partir de 1913, se empezó a trabajar en la construcción de un monumento a la dinastía entonces felizmente reinante, pero las cosas, a partir de 1914, cambiaron mucho. La dinastía seguía siendo reinante, pero ya no tan felizmente y, con el tiempo, cada vez más impopular. Cuando, en febrero de 1917, la dinastía dejó de ser reinante, del monumento a los Románov sólo se había construido el pedestal; eso sí, menudo pedestal.
Las nuevas autoridades bolcheviques no le hicieron mucho caso, de momento, al monumento frustado; pero llegó la muerte de Lenin en enero de 1924 y, con ella, una proliferación brutal de estatuas al querido líder. En Kostromá, las autoridades locales decidieron aprovechar el pedestal del monumento inconcluso y es así como, en la foto de arriba, tenemos a Lenin sobre un pedestal que recuerda a una iglesia y en una pose que recuerda más a un líder fascista brazo en alto que al jefe del proletariado mundial.
Con lo cual, en pleno centro de la ciudad, teníamos la estatua de Lenin, lugar donde los bolcheviques se agrupaban con motivo del 1 de mayo para hacer avanzar la revolución mundial. Al lado mismo estaba el kremlin, con sus dos catedrales y un número notable de iglesias. Es más, algún año la pascua ortodoxa (que puede, y suele, caer más tarde que la católica) hizo coincidir las procesiones pascuales y las manifas rogelias del 1 de mayo. La tiniebla rancia y zarista coincidiendo con la libertad, igualdad, fraternidad y buen rollo comunista ¡Qué vergüenza!
La solución final de las autoridades municipales es la que puede suponerse, y consistió en aumentar el espacio dedicado a las manifas seudosindicales del primero de mayo y en la demolición del kremlin de Kostromá. Con lo cual hoy día tenemos la estatua del jefe y una enorme explanada en desuso casi constante, salvo concierto de artistas muy, pero que muy acabados (me dicen, por cierto, que Bryan Ferry se une al grupo de artistas acabados; además de Britney Spears, que ya lo estaba) o discomóvil de pueblo.
Aunque la ciudad, actualmente, no se distingue por un urbanismo demasiado ordenado, se ve que progresa en este aspecto, construyendo poco a poco bellos edificios.
Pues a mí me moló...
Y si la ciudad no dispone de algunas comodidades de las que exige la civilización contemporánea, la culpa es del extremadamente modesto presupuesto municipal. La ciudad también avanza con pasos rápidos a satisfacer las necesidades espirituales de su población, de modo que últimamente se ha enriquecido con muchas instituciones ilustradoras: un instituto medio mecánico y un instituto primario químico, la sala de lectura Pushkin, una pensión para la nobleza, un instituto y varios más. En la ciudad hay varias sociedades filantrópicas, círculos artísticos y otras instituciones semejantes. Hay también un teatro permanente.
La industria de la ciudad se encuentra a un nivel de desarrollo mayor que el comercio. Hay aquí varias fábricas textiles, molinos de harina de vapor y otras fábricas. Se considera que las fábricas más significativas son la «Sociedad fabril del lino Zolotýkh» y la «Nueva sociedad fabril de Kostromá», que dan trabajo a alrededor de cinco mil obreros.
Los monumentos de la ciudad son sus iglesias, monasterios y el monumento a Iván Susanin.
Bueno, como esto merece entrada aparte, y se hace muy tarde, lo dejo para la próxima, que merece la pena. Además, hablar de Iván Susanin nos dará pie a volver a aquellos tiempos anárquicos de los albores del siglo XVII, en que los impostores y falsos demetrios abundaban por este lado del planeta.
En el lugar más elevado de la orilla del Volga está situado el Kremlin, con dos catedrales.
Del kremlin de Kostromá no queda ni rastro. Poco después de la visita de Gilyarovsky tuvo lugar un acontecimiento que todavía se recuerda en la ciudad: el tercer centenario de la dinastía de los Románov, en 1913. Kostromá, como veremos más adelante, es una ciudad sumamente monárquica y muy vinculada a la dinastía Románov, por lo que el mencionado tercer centenario fue celebrado con todo boato y, de hecho, hoy es el día en que estamos en vísperas del cuarto centenario y ya están los preparativos en marcha.
A partir de 1913, se empezó a trabajar en la construcción de un monumento a la dinastía entonces felizmente reinante, pero las cosas, a partir de 1914, cambiaron mucho. La dinastía seguía siendo reinante, pero ya no tan felizmente y, con el tiempo, cada vez más impopular. Cuando, en febrero de 1917, la dinastía dejó de ser reinante, del monumento a los Románov sólo se había construido el pedestal; eso sí, menudo pedestal.
Las nuevas autoridades bolcheviques no le hicieron mucho caso, de momento, al monumento frustado; pero llegó la muerte de Lenin en enero de 1924 y, con ella, una proliferación brutal de estatuas al querido líder. En Kostromá, las autoridades locales decidieron aprovechar el pedestal del monumento inconcluso y es así como, en la foto de arriba, tenemos a Lenin sobre un pedestal que recuerda a una iglesia y en una pose que recuerda más a un líder fascista brazo en alto que al jefe del proletariado mundial.
Con lo cual, en pleno centro de la ciudad, teníamos la estatua de Lenin, lugar donde los bolcheviques se agrupaban con motivo del 1 de mayo para hacer avanzar la revolución mundial. Al lado mismo estaba el kremlin, con sus dos catedrales y un número notable de iglesias. Es más, algún año la pascua ortodoxa (que puede, y suele, caer más tarde que la católica) hizo coincidir las procesiones pascuales y las manifas rogelias del 1 de mayo. La tiniebla rancia y zarista coincidiendo con la libertad, igualdad, fraternidad y buen rollo comunista ¡Qué vergüenza!
La solución final de las autoridades municipales es la que puede suponerse, y consistió en aumentar el espacio dedicado a las manifas seudosindicales del primero de mayo y en la demolición del kremlin de Kostromá. Con lo cual hoy día tenemos la estatua del jefe y una enorme explanada en desuso casi constante, salvo concierto de artistas muy, pero que muy acabados (me dicen, por cierto, que Bryan Ferry se une al grupo de artistas acabados; además de Britney Spears, que ya lo estaba) o discomóvil de pueblo.
Aunque la ciudad, actualmente, no se distingue por un urbanismo demasiado ordenado, se ve que progresa en este aspecto, construyendo poco a poco bellos edificios.
Pues a mí me moló...
Y si la ciudad no dispone de algunas comodidades de las que exige la civilización contemporánea, la culpa es del extremadamente modesto presupuesto municipal. La ciudad también avanza con pasos rápidos a satisfacer las necesidades espirituales de su población, de modo que últimamente se ha enriquecido con muchas instituciones ilustradoras: un instituto medio mecánico y un instituto primario químico, la sala de lectura Pushkin, una pensión para la nobleza, un instituto y varios más. En la ciudad hay varias sociedades filantrópicas, círculos artísticos y otras instituciones semejantes. Hay también un teatro permanente.
La industria de la ciudad se encuentra a un nivel de desarrollo mayor que el comercio. Hay aquí varias fábricas textiles, molinos de harina de vapor y otras fábricas. Se considera que las fábricas más significativas son la «Sociedad fabril del lino Zolotýkh» y la «Nueva sociedad fabril de Kostromá», que dan trabajo a alrededor de cinco mil obreros.
Los monumentos de la ciudad son sus iglesias, monasterios y el monumento a Iván Susanin.
Bueno, como esto merece entrada aparte, y se hace muy tarde, lo dejo para la próxima, que merece la pena. Además, hablar de Iván Susanin nos dará pie a volver a aquellos tiempos anárquicos de los albores del siglo XVII, en que los impostores y falsos demetrios abundaban por este lado del planeta.
viernes, 2 de septiembre de 2011
El día del conocimiento
El 1 de septiembre, en Rusia, suceden muchas cosas y hasta se podría decir que el país se despierta de la modorra estival y se da de bruces con la realidad. La molicie, el buen tiempo, la ciudad de Moscú medio vacía... todo eso termina con el fin de agosto. El 1 de septiembre comienza el otoño, nada del 21 de septiembre, y a fe mía que este año ha sido de golpe y radical: si la víspera todavía hacía sol y calor, fue amanecer el día 1 y cubrirse el cielo de nubes, arreciar el viento y amontonarse las tormentas. Se supone que todavía queda el veranillo de San Miguel, que en ruso es el "Babye leto", pero su aparición es insegura, y hay años que no lo hemos visto.
Además, el 1 de septiembre, salvo que caiga en domingo, es el Día del Conocimiento (День знания), y debe felicitarse a los profesores. Hay que decir que más adelante, el 5 de octubre, tienen también su día especial, el Día del Docente (День учителя). Ese día no sólo hay que felicitar a los profesores, sino que es norma llevarles algún regalo, al menos a los que son profesores de niños pequeños. Se supone que el 5 de octubre es el Día Internacional del Docente, pero creo que fuera de estos países exsoviéticos ni siquiera los propios profesores lo saben.
El 1 de septiembre, el curso empieza. Al ir al trabajo, pasé por un colegio que está junto a mi casa, y el patio estaba repleto de niños con ramos de flores, vestidos de traje y acompañados por sus padres, mientras la directora, que se había hecho con un altavoz, daba a los padres primerizos indicaciones generales sobre el curso. La calle, que durante el mes de agosto había estado medio desierta, estaba ahora atestada de coches aparcados en segunda fila, hasta el punto de que ni con la bicicleta se podía pasar con comodidad.
El primer día, que es el 1 aunque caiga en sábado, todavía no hay clase. El colegio en pleno se desplaza a algún espectáculo, y en el caso de Abi, Ro y Ame éste solía ser el circo, que no queda lejos. Moscú tiene una oferta tan impresionante que da para alojar a todas las clases, ya sea en teatros, cines o circos.
Hasta ahora, los niños estaban en las dachas, haciendo el salvaje. Bueno, hacían el salvaje hasta que llegaron los videojuegos y las PSP; ahora están adocenados delante de la pantalla. Sea como fuere, todo padre con capacidad para ello les tiene fuera de la insalubre ciudad, aunque ellos estén trabajando y tengan que desplazarse a la dacha a diario, si está lo bastante cerca, o los fines de semana, si la cosa pasa de castaño oscuro. Nada distinto, por otra parte, a lo que ocurre en Valencia con el apartamento en la playa, o el Madrid con el chalé en la sierra. En Moscú, donde la playa más cercana está a setecientos kilómetros y la sierra más próxima hay que buscarla en algún lugar del sur de Polonia, el equivalente es la dacha.
Pero, el 1 de septiembre, todo el mundo está de vuelta ¿Todo? Casi todo. Por ejemplo, faltan Abi, Ro y Ame, que a estas alturas apuran su estancia en España, muy a su pesar, por otra parte. Y es que estos niños modernos pueden ser muy desconcertantes a veces. Hace un par de meses, y tras analizar el calendario, Alfina y yo llegamos a la conclusión de que sería una buena idea prolongar una semana la estancia en España y que las niñas llegaran a clase la semana siguiente, el día 12.
Casi nos matan, cuando lo proponemos.
- ¡No! ¡Quiero estar desde el primer día! - chillaba Ro.
Algo iba al revés. Se supone que los niños no quieren ir a estudiar al colegio, y que son los padres los que insisten en que asistan a clase y se esfuercen. Aquí, los propios padres les decían que podían quedarse una semana más de vacaciones, y las niñas, en lugar de aplaudir con las orejas, pillaban un cabreo espectacular.
La negociación llegó a un término medio. Cuando alguno de los tres ha pasado por primero, por su primer día en el colegio, hemos estado aquí el uno de septiembre sin falta, y así fue el año pasado; en éste, no dándose el caso, las niñas empezarán el lunes que viene. Y punto.
El que es totalmente normal es Ame. Cuando le dijeron que podía quedarse en España una semana más, y a diferencia de sus hermanas, decidió sacrificarse y obedecer. Es más bueno...
Además, el 1 de septiembre, salvo que caiga en domingo, es el Día del Conocimiento (День знания), y debe felicitarse a los profesores. Hay que decir que más adelante, el 5 de octubre, tienen también su día especial, el Día del Docente (День учителя). Ese día no sólo hay que felicitar a los profesores, sino que es norma llevarles algún regalo, al menos a los que son profesores de niños pequeños. Se supone que el 5 de octubre es el Día Internacional del Docente, pero creo que fuera de estos países exsoviéticos ni siquiera los propios profesores lo saben.
El 1 de septiembre, el curso empieza. Al ir al trabajo, pasé por un colegio que está junto a mi casa, y el patio estaba repleto de niños con ramos de flores, vestidos de traje y acompañados por sus padres, mientras la directora, que se había hecho con un altavoz, daba a los padres primerizos indicaciones generales sobre el curso. La calle, que durante el mes de agosto había estado medio desierta, estaba ahora atestada de coches aparcados en segunda fila, hasta el punto de que ni con la bicicleta se podía pasar con comodidad.
El primer día, que es el 1 aunque caiga en sábado, todavía no hay clase. El colegio en pleno se desplaza a algún espectáculo, y en el caso de Abi, Ro y Ame éste solía ser el circo, que no queda lejos. Moscú tiene una oferta tan impresionante que da para alojar a todas las clases, ya sea en teatros, cines o circos.
Hasta ahora, los niños estaban en las dachas, haciendo el salvaje. Bueno, hacían el salvaje hasta que llegaron los videojuegos y las PSP; ahora están adocenados delante de la pantalla. Sea como fuere, todo padre con capacidad para ello les tiene fuera de la insalubre ciudad, aunque ellos estén trabajando y tengan que desplazarse a la dacha a diario, si está lo bastante cerca, o los fines de semana, si la cosa pasa de castaño oscuro. Nada distinto, por otra parte, a lo que ocurre en Valencia con el apartamento en la playa, o el Madrid con el chalé en la sierra. En Moscú, donde la playa más cercana está a setecientos kilómetros y la sierra más próxima hay que buscarla en algún lugar del sur de Polonia, el equivalente es la dacha.
Pero, el 1 de septiembre, todo el mundo está de vuelta ¿Todo? Casi todo. Por ejemplo, faltan Abi, Ro y Ame, que a estas alturas apuran su estancia en España, muy a su pesar, por otra parte. Y es que estos niños modernos pueden ser muy desconcertantes a veces. Hace un par de meses, y tras analizar el calendario, Alfina y yo llegamos a la conclusión de que sería una buena idea prolongar una semana la estancia en España y que las niñas llegaran a clase la semana siguiente, el día 12.
Casi nos matan, cuando lo proponemos.
- ¡No! ¡Quiero estar desde el primer día! - chillaba Ro.
Algo iba al revés. Se supone que los niños no quieren ir a estudiar al colegio, y que son los padres los que insisten en que asistan a clase y se esfuercen. Aquí, los propios padres les decían que podían quedarse una semana más de vacaciones, y las niñas, en lugar de aplaudir con las orejas, pillaban un cabreo espectacular.
La negociación llegó a un término medio. Cuando alguno de los tres ha pasado por primero, por su primer día en el colegio, hemos estado aquí el uno de septiembre sin falta, y así fue el año pasado; en éste, no dándose el caso, las niñas empezarán el lunes que viene. Y punto.
El que es totalmente normal es Ame. Cuando le dijeron que podía quedarse en España una semana más, y a diferencia de sus hermanas, decidió sacrificarse y obedecer. Es más bueno...