Para mi sorpresa, hay varios lectores de la bitácora que son adoptantes de niños rusos, cosa de la que me he dado cuenta únicamente tras la entrada anterior, así que voy a dejar esperar un poco (sólo un poco) la continuación del viaje por el Anillo de Oro y sigo con las adopciones, no sin antes recordar que, en los albores de esta bitácora, hubo una entrada, y hasta otra, donde ya salieron a relucir.
En los primeros años, antes de que Iberia apareciese por aquí, Aeroflot era la única línea aérea que comunicaba directamente Moscú con España, e indirectamente el resto de Rusia con España. Obviamente, era la opción lógica para los padres españoles que sólo muy raras veces adoptaban en Moscú o sus alrededores, sino en el quinto pino, o en el sexto abedul. Los alrededores de Moscú eran coto de los gringos y de los canadienses, por lo que pude saber, y supongo que algo tendría que ver el poder adquisitivo del adoptante y los tejemanejes que la agencia intermediadora (supuestamente sin ánimo de lucro) tuviera con la dirección de según qué orfanato y con los órganos judiciales que tuvieran que dar el visto bueno al procedimiento. Los españoles acababan en los Urales, en Tula, o en el duro norte.
Como todos tenían que terminar con un par de días de estancia en Moscú para hacer los papeles en el consulado español y salir del país con el pasaporte español del niño puesto, tuvimos ocasión en su día de conocer a varios. Ya hace, sin embargo, varios años que apenas tenemos trato con ninguno, no sé si por haber bajado el número de candidatos o por qué otra razón.
Entre los padres adoptantes que vimos había de todo. Los había muy enterados, que se habían currado incluso unas nociones de ruso; había gente cargada hasta los topes de cosas que probablemente eran inútiles, pero ellos no lo sabían; muchos no se atrevían a salir del hotelucho donde la agencia les había metido pagando un potosí por la habitación. Esto era comprensible (que no quisieran salir, no el robo a mano armada de la agencia): entre que después de todo estaban con un bebé propio por primera vez en su vida, y que la agencia les había dejado medio tirados en una ciudad que, para el español medio, es una jungla inabarcable y hostil, no es extraño que prefirieran quedarse quietecitos en un lugar pacífico, aunque roñoso, hasta que saliera su avión.
La práctica totalidad de los que vi eran buena gente que estaba haciendo una buena acción, aunque de momento estuvieran torpones como los padres primerizos que eran. Como he dicho en los comentarios a la entrada anterior, por muy bueno que sea el orfanato (y rara vez lo son), siempre es peor que una familia. En Rusia hay montones de niños hacinados en orfanatos, y una de las cosas más tristes es que, a medida que van creciendo, sus posibilidades de ser adoptados se van reduciendo más y más, hasta que llegan a la mayoría de edad, que son dieciocho años, una edad en la que tiemblo de pensar qué hubiera podido pasar de estar yo sin padre ni madre ni nada, y hasta aquí llegó la casa cuna y el orfanato. A otra cosa, mariposa.
Evidentemente, esos jóvenes, que reciben un subsidio ridículo con el que no llegarían a fin de mes ni devaluando el mes, no suelen entrar en la universidad, sólo con mucha suerte en el equivalente a un ciclo formativo o aprendizaje, y tienen unas probabilidades desusadamente altas de terminar mal, y prefiero no desarrollar el adverbio "mal". Aunque sólo sea por evitar esta situación, las familias adoptantes, por imperfectas que sean, son merecedoras del mayor de los elogios, y eso que las adopciones se producen normalmente a edades muy tempranas, como si los padres prefirieran que sus futuros hijos tuvieran el menor pasado posible.
En todo caso, mis respetos a los adoptantes, y que vengan muchos más. Y esperemos que a Esteban, el niño de dos años de mi pueblo que ya no quiere hablar ni oír ruso, le vaya bien con su nueva familia y que Ame y yo, dentro de unos años, podamos charlar con él sin que se retire aterrado, aunque supongo que el ruso lo tendrá totalmente expulsado de su cabeza y que, si queremos hablar con él, tendrá que ser en valenciano. El caso es que nos hable.
Mi primer viaje a Rusia fue, sin exagerar más que un poco, como cuando en una película de ciencia ficción los pasajeros de la nave espacial llegan a un planeta nuevo y, ¡¡toma!!, está habitado.
ResponderEliminarLa sorpresa fue llegar al hotel de Ekaterimburgo y encontrarlo lleno hasta los topes de españoles. Jóvenes y no tan jóvenes parejas en pleno proceso de adopción.
Les tenemos que agradecer directamente a ellos encontramos una "industria" local de traducción castellano-ruso lista para ser utilizada por nosotros, cosa que nos hizo muy bien.
Ahora, después de haber estado alrededor de treinta veces por aquellos lares, me doy cuenta del valor y del esfuerzo personal de aquellas personas, en aquel hotel, en aquella ciudad tan grande y desconocida, con los trámites y papeles en ruso y todo eso. Pero también me acuerdo de los que venían en el avión de vuelta con su nuevo "paquetito". Empezar a ser padre en el avión es un duro comienzo.
Pero bueno, viendo las sonrisas generalizadas se concluye que la recompensa supera todo eso :)
Obocelibel, en mi primer (y hasta hoy único) viaje a Ekaterimburgo también me encontré con algunas parejas de españoles en vías de adoptar niños. Con lo pesado que es el viaje, no me quiero ni imaginar la vuelta con un "alien" nervioso (porque, hasta que se aclimate, me temo que sigue siendo un "alien").
ResponderEliminarUn aplauso para los padres adoptantes. Habrá alguna oveja negra, pero la inmensa mayoría son cojonudos.