De nuevo en Valencia, esa ciudad que, con todos sus defectos, queremos tanto los que somos de ella.
Al ir a misa esta mañana, he visto que justo detrás de mí venía un señor en silla de ruedas, empujado trabajosamente por otra anciana a través de la rampa de acceso. Uno, que es de natural obsequioso, y no digamos en estas fechas, en lugar de acceder al templo y dejar que el buen señor se las compusiera, le abrí la puerta y le invité a pasar con una sonrisa.
El señor se sujetó la cartera y dijo "¡Buenos días!" de forma cortante y desabrida.
Me parece que voy a tener que actualizar mi vestuario. Una cosa es que, con el relajo de las vacaciones, lleve un par de días sin afeitarme, y otra es que, por el hecho de abrir la puerta a la feligresía, me confundan con el mendigo que suele dedicarse a eso.
Y que, por cierto, debe estar también de vacaciones, porque hoy ni se le ha visto.
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
domingo, 27 de diciembre de 2015
jueves, 24 de diciembre de 2015
Feliz Navidad
Si algún día suceden cosas asombrosas, es éste. Porque el hecho de que el mismo Dios se haga uno de nosotros para sacarnos del lío en que estábamos metidos y del que no podíamos salir solos, es asombroso hasta más no poder.
Aunque creamos en los milagros, a veces tenemos la tentación de pensar que son cosas que ya no suceden, que, si acaso, pasaron en tiempos remotos, y que vaya usted a saber si eran verdad o invenciones de algún fulano que los crédulos nos hemos tragado a pies juntillas. Y es una lástima, porque hoy sigue habiendo milagros, y en la vida de cada uno los hay, milagros pequeñitos, quizá, pero milagros al fin y al cabo, que muestran que Dios sigue mirándonos y queriéndonos, y que espera que tengamos confianza en Él. Aunque Él, como es bien sabido, nunca tenga prisa.
Lo que pasa es que estamos más ciegos que los árbitros cuando hay un penalti en el área del Real Madrid, y no sabemos ver las cosas asombrosas que suceden a nuestro alrededor. Las atribuimos a lo que sea, con tal que evitar reconocer lo que hay de amor de Dios en ellas; el mundo occidental nos ha embotado hasta tal punto el sentido de lo sobrenatural, que ya no reconoceríamos siquiera uno de los milagros gordos, los que son evidentes, así los tuviéramos delante de nuestros ojos.
En estas circunstancias, no es extraño que en nuestras ciudades la fiesta de la Navidad decaiga. Estoy en Madrid, y esta tarde he pasado por la ciudad, sólo para ver el cuidado que ha puesto el gobierno municipal en evitar cualquier alusión cristiana en estas fiestas, y cómo el "Feliz Navidad" causa escalofríos en según qué gente, que se aferra a un "Felices Fiestas" aséptico, que no compromete a nada y que haga referencia a un abstracto, no al nacimiento de Nuestro Señor.
¿Qué fiestas queremos tener en estas circunstancias? Cada vez peores. Una alegría absurda, artificial, sin motivo alguno, hueca y sin base. Pero no es así en esta bitácora, escrita desde el Cristianismo, y donde la mayor felicidad y la mayor felicitación que puede haber en estos días es la culminación del Adviento y la celebración de la venida de Dios al mundo. Como saben nuestros hermanos ortodoxos, la Resurrección es más importante, pero el Nacimiento es más bonito.
Feliz Navidad a todos los lectores y que Dios os dé, entre otras muchas cosas, la capacidad de abrir los ojos para ver las obras que hace.
Aunque creamos en los milagros, a veces tenemos la tentación de pensar que son cosas que ya no suceden, que, si acaso, pasaron en tiempos remotos, y que vaya usted a saber si eran verdad o invenciones de algún fulano que los crédulos nos hemos tragado a pies juntillas. Y es una lástima, porque hoy sigue habiendo milagros, y en la vida de cada uno los hay, milagros pequeñitos, quizá, pero milagros al fin y al cabo, que muestran que Dios sigue mirándonos y queriéndonos, y que espera que tengamos confianza en Él. Aunque Él, como es bien sabido, nunca tenga prisa.
Lo que pasa es que estamos más ciegos que los árbitros cuando hay un penalti en el área del Real Madrid, y no sabemos ver las cosas asombrosas que suceden a nuestro alrededor. Las atribuimos a lo que sea, con tal que evitar reconocer lo que hay de amor de Dios en ellas; el mundo occidental nos ha embotado hasta tal punto el sentido de lo sobrenatural, que ya no reconoceríamos siquiera uno de los milagros gordos, los que son evidentes, así los tuviéramos delante de nuestros ojos.
En estas circunstancias, no es extraño que en nuestras ciudades la fiesta de la Navidad decaiga. Estoy en Madrid, y esta tarde he pasado por la ciudad, sólo para ver el cuidado que ha puesto el gobierno municipal en evitar cualquier alusión cristiana en estas fiestas, y cómo el "Feliz Navidad" causa escalofríos en según qué gente, que se aferra a un "Felices Fiestas" aséptico, que no compromete a nada y que haga referencia a un abstracto, no al nacimiento de Nuestro Señor.
¿Qué fiestas queremos tener en estas circunstancias? Cada vez peores. Una alegría absurda, artificial, sin motivo alguno, hueca y sin base. Pero no es así en esta bitácora, escrita desde el Cristianismo, y donde la mayor felicidad y la mayor felicitación que puede haber en estos días es la culminación del Adviento y la celebración de la venida de Dios al mundo. Como saben nuestros hermanos ortodoxos, la Resurrección es más importante, pero el Nacimiento es más bonito.
Feliz Navidad a todos los lectores y que Dios os dé, entre otras muchas cosas, la capacidad de abrir los ojos para ver las obras que hace.
sábado, 19 de diciembre de 2015
Aguinaldos
De sopetón, uno llega a estas fechas tan señaladas, y se encuentra con reacciones belgas que no esperaba, como, básicamente, la de los aguinaldos. Dicen que en España tal tradición existía, y que los distintos oficios pasaban en vísperas de Navidad por la casa de uno, llamaban al timbre, y dejaban una felicitación muy mona, esperando una gratificación. Supongo que cosas como la inseguridad ciudadana y las pagas extras de Navidad han ido acabando con tal cosa.
Aquí, no.
Aquí, al menos en Uccle, y no tengo motivos para pensar que no pase también en otros sitios, no hay paga extra de Navidad, ni mucho menos del 18 de julio (y eso que la fiesta nacional es el 21 de julio y podría habérseles ocurrido). Este mes, además de los atentados terroristas, que esperemos no se repitan, ha traído a Bruselas otros visitantes poco deseados: los pedigüeños de aguinaldos.
Por ejemplo, el cartero. El cartero, en mi barrio de Valencia, es un individuo venerado, amable como él sólo, que conoce a los vecinos uno a uno y los llama por su nombre, los saluda por la calle y les dice lo que les va a llevar, y si tiene un certificado no ceja hasta encontrarlos. Un bendito. Y no pide aguinaldos, sino que se conforma con lo que le paga Correos.
El cartero de Uccle, y supongo que los demás no son mucho mejores, es un estraperlista de siete suelas que no se molesta en llamar a ninguna puerta, así tenga siete certificados que dejar, sino que automáticamente introduce el papelito en el buzón con la mención de la hora a la que ha pasado, y ya te puedes buscar la vida para pasar por la oficina de Belgische Post para que te den lo tuyo. Y tiene la desfachatez de asegurar que no había nadie en casa cuando pasó y que por eso no pudo hacer entrega del envío. Tú sabes que a la hora que dice el papelito estabas en casa, pero tienes que aguantarte, y hacer encaje de bolillos para pasarte por la oficina de Correos, que, por cierto, cierra a las cinco de la tarde.
Pues este ser, en diciembre, se pasa por las casas pidiendo el aguinaldo. Y supongo que lo hace porque hay gente que le da algo, y no con la puerta en las narices. Para una vez que llama al timbre, deben pensar, habrá que recompensarlo, a ver si hay suertecilla y se acostumbra.
O el bombero. En Uccle la humedad es del 85%, por lo menos, y la probabilidad de un incendio bastante reducida, así que no hemos visto al bombero en todo el año, y a saber si es él, o un vivales que se hace pasar por bombero. En todo caso, a mí los bomberos me dan muy mala espina desde mis tiempos de feriante en Moscú, en que los recuerdo pasándose todos chulos con unas gorras de plato de diámetro imposible y uniforme reglamentario verde pistacho, asegurando que no cumplíamos con vaya a saber qué norma, y que nos cerraban el chiringuito. Luego nos tocaba calmarlos a base de jamón, y de repente cumplíamos las normas como el que más.
Pero el elemento más sorprendente son los basureros. Ya ha salido más de una vez en la bitácora, pero los basureros belgas no se matan ni un poquito, y no hay alternativa a ellos, ni contenedores por las calles. Hay tres equipos distintos de basureros: uno para retirar una vez a la semana las bolsas verdes (desechos de jardinería), otro para ocuparse en semanas alternas de las bolsas amarillas (papel) y azules (envases), y un tercero para, dos días por semana, y ni uno más, recoger las bolsas blancas (todo lo demás, incluyendo raspas de pescado). Bueno, pues los tres equipos pasan por tu casa por separado con la mano extendida y, es más, previamente han pasado otra vez para dejarte un pasquín con su foto, para que los reconozcas y no seas engañado por Dios sabe qué impostores. Es el mismo servicio que, cinco días de cada siete, te deja con la basura en casa. Ah, y de los vidrios te encargas tú. Y quieren un aguinaldo.
En estos tiempos inciertos e inseguros, con una cierta posibilidad de que quien llame a tu puerta sea un yihadista convencido, uno haría un sacrificio si quien pide algo es el cartero de mi barrio en España. Si quien llama, en el mejor de los casos, es un rascabarrigas redomado, como que no.
Aquí, no.
Aquí, al menos en Uccle, y no tengo motivos para pensar que no pase también en otros sitios, no hay paga extra de Navidad, ni mucho menos del 18 de julio (y eso que la fiesta nacional es el 21 de julio y podría habérseles ocurrido). Este mes, además de los atentados terroristas, que esperemos no se repitan, ha traído a Bruselas otros visitantes poco deseados: los pedigüeños de aguinaldos.
Por ejemplo, el cartero. El cartero, en mi barrio de Valencia, es un individuo venerado, amable como él sólo, que conoce a los vecinos uno a uno y los llama por su nombre, los saluda por la calle y les dice lo que les va a llevar, y si tiene un certificado no ceja hasta encontrarlos. Un bendito. Y no pide aguinaldos, sino que se conforma con lo que le paga Correos.
El cartero de Uccle, y supongo que los demás no son mucho mejores, es un estraperlista de siete suelas que no se molesta en llamar a ninguna puerta, así tenga siete certificados que dejar, sino que automáticamente introduce el papelito en el buzón con la mención de la hora a la que ha pasado, y ya te puedes buscar la vida para pasar por la oficina de Belgische Post para que te den lo tuyo. Y tiene la desfachatez de asegurar que no había nadie en casa cuando pasó y que por eso no pudo hacer entrega del envío. Tú sabes que a la hora que dice el papelito estabas en casa, pero tienes que aguantarte, y hacer encaje de bolillos para pasarte por la oficina de Correos, que, por cierto, cierra a las cinco de la tarde.
Pues este ser, en diciembre, se pasa por las casas pidiendo el aguinaldo. Y supongo que lo hace porque hay gente que le da algo, y no con la puerta en las narices. Para una vez que llama al timbre, deben pensar, habrá que recompensarlo, a ver si hay suertecilla y se acostumbra.
O el bombero. En Uccle la humedad es del 85%, por lo menos, y la probabilidad de un incendio bastante reducida, así que no hemos visto al bombero en todo el año, y a saber si es él, o un vivales que se hace pasar por bombero. En todo caso, a mí los bomberos me dan muy mala espina desde mis tiempos de feriante en Moscú, en que los recuerdo pasándose todos chulos con unas gorras de plato de diámetro imposible y uniforme reglamentario verde pistacho, asegurando que no cumplíamos con vaya a saber qué norma, y que nos cerraban el chiringuito. Luego nos tocaba calmarlos a base de jamón, y de repente cumplíamos las normas como el que más.
Pero el elemento más sorprendente son los basureros. Ya ha salido más de una vez en la bitácora, pero los basureros belgas no se matan ni un poquito, y no hay alternativa a ellos, ni contenedores por las calles. Hay tres equipos distintos de basureros: uno para retirar una vez a la semana las bolsas verdes (desechos de jardinería), otro para ocuparse en semanas alternas de las bolsas amarillas (papel) y azules (envases), y un tercero para, dos días por semana, y ni uno más, recoger las bolsas blancas (todo lo demás, incluyendo raspas de pescado). Bueno, pues los tres equipos pasan por tu casa por separado con la mano extendida y, es más, previamente han pasado otra vez para dejarte un pasquín con su foto, para que los reconozcas y no seas engañado por Dios sabe qué impostores. Es el mismo servicio que, cinco días de cada siete, te deja con la basura en casa. Ah, y de los vidrios te encargas tú. Y quieren un aguinaldo.
En estos tiempos inciertos e inseguros, con una cierta posibilidad de que quien llame a tu puerta sea un yihadista convencido, uno haría un sacrificio si quien pide algo es el cartero de mi barrio en España. Si quien llama, en el mejor de los casos, es un rascabarrigas redomado, como que no.
jueves, 17 de diciembre de 2015
Pa' mata'los
Repito lo dicho. Hasta hora, sólo lo sabíamos nosotros, los que vivimos aquí.
Ahora, lo que puede llegar a pasar en Bélgicalo saben hasta en mi pueblo.
Va a ser que Hernández y Fernandez están sacados de la vida real.
Ahora, lo que puede llegar a pasar en Bélgicalo saben hasta en mi pueblo.
Va a ser que Hernández y Fernandez están sacados de la vida real.
miércoles, 16 de diciembre de 2015
Habemus novum episcopum!
Entre tanta amenaza de atentado terrorista y tanta monserga de que estábamos sitiados en Bruselas, la noticia ha pasado bastante desapercibida, pero lo cierto es que el domingo pasado recibimos al nuevo arzobispo de Malinas y Bruselas, monseñor Jozef De Kesel, que sucede al monseñor Léonard, a quien tuvimos ocasión de recibir en esta bitácora hace algún tiempo, como éste había sucedido a monseñor Daneels. Sí, de monseñor Daneels también tocó hablar en su momento, aunque no para bien.
Con lo que hemos contado, ya salta a la vista que la Iglesia Católica sigue una regla simple, pero implacable, para los nombramientos de obispos belgas: los de Valonia son francófonos; los de Flandes son neerlandófonos y, finalmente, los de Bruselas y Malinas van por turno: a un neerlandófono como Daneels le sucede un francófono como Léonard, y a éste nuevamente un neerlandófono como De Kesel. Hay que decir que últimamente la balanza parece un poco inclinada a favor de los neerlandófonos, porque el pontificado de Daneels duró la friolera de treinta años, mientras que el de monseñor Léonard sólo ha llegado a cinco, y le han aceptado la renuncia en cuanto la presentó, en tanto que a Daneels Benedicto XVI tardó un poco más en encontrarle sucesor. Pues ahora volvemos a tener arzobispo flamenco.
La cuestión no es solamente de idioma, sino que va mucho más allá. Desde hace algún tiempo, los obispos valones, posiblemente por influencia de la vecina Francia, mantienen posturas mucho más ortodoxas que los flamencos. Éstos últimos, en cambio, y Daneels es el gran padrino de este grupo, sostienen posiciones bastantes fronterizas con la doctrina, y a veces fronterizas por la parte de fuera. Es decir, si tocaba obispo flamenco, cualquiera de las tres posibilidades -no hay tantos obispos en Bélgica- daba muchísimo que pensar.
Los tiempos que corren en la Iglesia Católica, al menos en Centroeuropa, no invitan al optimismo de los que nos consideramos ortodoxos. Monseñor Léonard es claramente más ortodoxo que lo que fue su antecesor. En su anterior diócesis, Namur, tenía más seminarista que en todas las demás diócesis belgas, pero eso no le ayudó demasiado en Bruselas, donde tuvo que lidiar con la sombra de Daneels. Así, el catolicismo en Bruselas está pasando una muy mala época. No está muerto, y quedan lugares de resistencia, pero está muy comprometido, con una práctica religiosa muy escasa y, muchas veces, muy poco respetuosa con lo que están haciendo.
Por supuesto, hay que darle un voto de confianza al nuevo arzobispo y no empezar a ponerlo a caldo desde el primer día. Viene de la diócesis de Brujas, donde probablemente lo hizo mejor que su antecesor, Roger Vangheluwe, que tuvo que dimitir cuando se descubrió que había abusado sexualmente de su sobrino, incluso después de ser ordenado obispo, lo cual es probablemente el mayor escándalo de pederastia cometido por un sacerdote católico en todo el mundo (los demás no eran obispos), pero que no tardó en pasar a segundo plano, supongo, como ya escribí, que porque airearlo mucho implicaba directamente a Daneels como encubridor, y los comecuras no tienen interés en desprestigiar a alguien que les hace el trabajo tan diligentemente.
Monseñor De Kesel, pues, tenía el listón muy bajo en Brujas y no parece que le costara superarlo. Había hecho declaraciones saliendo un poco de pata de banco, pero se calló prudentemente durante el pontificado de Benedicto XVI. Últimamente, siempre matizando enormemente las palabras y dando a entender mucho más de lo que dice realmente, había vuelto a las andadas, esta vez sobre el sacerdocio femenino, ese tema que Roma había declarado que está cerrado definitivamente.
Veremos. Puestos a consolarse, uno piensa que el Papa podía haber elegido al obispo de Amberes, monseñor Bonny, que ha sido el representante del episcopado belga en el reciente Sínodo sobre la Familia y que no parece muy interesado en mantener la doctrina la Iglesia Católica, a juzgar por las cosas que viene diciendo últimamente. Si, el que no se consuela...
Con lo que hemos contado, ya salta a la vista que la Iglesia Católica sigue una regla simple, pero implacable, para los nombramientos de obispos belgas: los de Valonia son francófonos; los de Flandes son neerlandófonos y, finalmente, los de Bruselas y Malinas van por turno: a un neerlandófono como Daneels le sucede un francófono como Léonard, y a éste nuevamente un neerlandófono como De Kesel. Hay que decir que últimamente la balanza parece un poco inclinada a favor de los neerlandófonos, porque el pontificado de Daneels duró la friolera de treinta años, mientras que el de monseñor Léonard sólo ha llegado a cinco, y le han aceptado la renuncia en cuanto la presentó, en tanto que a Daneels Benedicto XVI tardó un poco más en encontrarle sucesor. Pues ahora volvemos a tener arzobispo flamenco.
La cuestión no es solamente de idioma, sino que va mucho más allá. Desde hace algún tiempo, los obispos valones, posiblemente por influencia de la vecina Francia, mantienen posturas mucho más ortodoxas que los flamencos. Éstos últimos, en cambio, y Daneels es el gran padrino de este grupo, sostienen posiciones bastantes fronterizas con la doctrina, y a veces fronterizas por la parte de fuera. Es decir, si tocaba obispo flamenco, cualquiera de las tres posibilidades -no hay tantos obispos en Bélgica- daba muchísimo que pensar.
Los tiempos que corren en la Iglesia Católica, al menos en Centroeuropa, no invitan al optimismo de los que nos consideramos ortodoxos. Monseñor Léonard es claramente más ortodoxo que lo que fue su antecesor. En su anterior diócesis, Namur, tenía más seminarista que en todas las demás diócesis belgas, pero eso no le ayudó demasiado en Bruselas, donde tuvo que lidiar con la sombra de Daneels. Así, el catolicismo en Bruselas está pasando una muy mala época. No está muerto, y quedan lugares de resistencia, pero está muy comprometido, con una práctica religiosa muy escasa y, muchas veces, muy poco respetuosa con lo que están haciendo.
Por supuesto, hay que darle un voto de confianza al nuevo arzobispo y no empezar a ponerlo a caldo desde el primer día. Viene de la diócesis de Brujas, donde probablemente lo hizo mejor que su antecesor, Roger Vangheluwe, que tuvo que dimitir cuando se descubrió que había abusado sexualmente de su sobrino, incluso después de ser ordenado obispo, lo cual es probablemente el mayor escándalo de pederastia cometido por un sacerdote católico en todo el mundo (los demás no eran obispos), pero que no tardó en pasar a segundo plano, supongo, como ya escribí, que porque airearlo mucho implicaba directamente a Daneels como encubridor, y los comecuras no tienen interés en desprestigiar a alguien que les hace el trabajo tan diligentemente.
Monseñor De Kesel, pues, tenía el listón muy bajo en Brujas y no parece que le costara superarlo. Había hecho declaraciones saliendo un poco de pata de banco, pero se calló prudentemente durante el pontificado de Benedicto XVI. Últimamente, siempre matizando enormemente las palabras y dando a entender mucho más de lo que dice realmente, había vuelto a las andadas, esta vez sobre el sacerdocio femenino, ese tema que Roma había declarado que está cerrado definitivamente.
Veremos. Puestos a consolarse, uno piensa que el Papa podía haber elegido al obispo de Amberes, monseñor Bonny, que ha sido el representante del episcopado belga en el reciente Sínodo sobre la Familia y que no parece muy interesado en mantener la doctrina la Iglesia Católica, a juzgar por las cosas que viene diciendo últimamente. Si, el que no se consuela...
jueves, 26 de noviembre de 2015
Y seguimos buscando culpables
Y seguimos buscando culpables
Ha pasado ya cerca de una semana desde que estamos en estado de alerta máxima, y la gente empieza a cansarse un poquito del asunto. El metro vuelve a funcionar, y hay quien lo usa y todo, quizá mirando con algo de aprensión a los pasajeros morenos y con barba larga; los colegios han sido reabiertos, se supone que con medidas suplementarias de seguridad de las que mis hijos no me han dicho mucho. Los centros comenciales han vuelto a abrir, porque a ver de qué iba a vivir si no el personal. Y, si alguien queda trabajando desde su casa a estas alturas, es porque lo hubiera hecho de todas maneras.
En estas circunstancias, cada vez va tomando más cuerpo lo que escribía ayer, de que algo tenía que haber pasado para justificar tanta metralleta y tanto soldado por las calles del centro. Pero, básicamente, no ha pasado nada. Y la sospecha de que las autoridades tratan de compensar su inacción de años con su sobreactuación de estos días cobra fuerza, y no hay sino escuchar los comentarios que se oyen por la calle.
Y aquí estamos, compadeciendo a los militares que se pasan horas de pie, con los pasamontañas puestos y cargando el chopo horas y más horas, en lugar de estar pegando barrigazos por las Ardenas, con lo que al menos entrarían en calor. No saco fotos suyas, aunque suelen ser gente amable que responden cuando se les saluda, así deben estar de aburridos, porque no tengo ganas de meterme en líos, y sacarle una foto a un tiarrón armado hasta las cejas es meterse en líos.
Como ya sabemos desde hace mucho, la naturaleza humana es proclive, desde su creación, a buscar culpables ajenos de las desgracias que le aquejan. Como ya sabemos que los belgas nunca se equivocan, es ocioso buscar entre ellos uno que levante la mano y diga que se siente responsable de parte del follón, siquiera sea por haber votado repetidamente a un político que, a fuerza de amar la diversidad, ha terminado por acoger a todo bicho, aunque el bicho tuviera por la diversidad mucho menos aprecio que el político.
Veamos este artículo, que hace el esfuerzo suplementario de sistematizar los culpables. No está nada mal para abrir el debate y, aunque posiblemente mete más culpables de los estrictamente necesarios, uno de los que mete es especialmente pertinente: el alcalde hasta 2012, Philippe Moureaux, socialista, una persona que no puede menos que ser partidaria del multiculturalismo, porque lo ha practicado activamente, llegando hasta el punto de divorciarse de su esposa, de raza blanca y aburrida, para casarse con la chica de arriba, musulmana, pero, evidentemente, no demasiado observante del código de indumentaria salafista. No, no es el abuelo de la novia: es el novio. Las malas lenguas, que no descansan, han venido diciendo que se convirtió en padre y hasta en padrino para toda la familia de su flamante esposa, a buena parte de la cual ha encontrado trabajo.
Él, como buen belga, asegura que no es culpable y dice que él estaba cerca de la gente y que los responsables son los actuales gobernantes, que no lo están.
Vamos, que estaba cerca de la gente, al menudo de alguna, parece claro. Que eso le libere de toda responsabilidad es otra cosa.
Ha pasado ya cerca de una semana desde que estamos en estado de alerta máxima, y la gente empieza a cansarse un poquito del asunto. El metro vuelve a funcionar, y hay quien lo usa y todo, quizá mirando con algo de aprensión a los pasajeros morenos y con barba larga; los colegios han sido reabiertos, se supone que con medidas suplementarias de seguridad de las que mis hijos no me han dicho mucho. Los centros comenciales han vuelto a abrir, porque a ver de qué iba a vivir si no el personal. Y, si alguien queda trabajando desde su casa a estas alturas, es porque lo hubiera hecho de todas maneras.
En estas circunstancias, cada vez va tomando más cuerpo lo que escribía ayer, de que algo tenía que haber pasado para justificar tanta metralleta y tanto soldado por las calles del centro. Pero, básicamente, no ha pasado nada. Y la sospecha de que las autoridades tratan de compensar su inacción de años con su sobreactuación de estos días cobra fuerza, y no hay sino escuchar los comentarios que se oyen por la calle.
Y aquí estamos, compadeciendo a los militares que se pasan horas de pie, con los pasamontañas puestos y cargando el chopo horas y más horas, en lugar de estar pegando barrigazos por las Ardenas, con lo que al menos entrarían en calor. No saco fotos suyas, aunque suelen ser gente amable que responden cuando se les saluda, así deben estar de aburridos, porque no tengo ganas de meterme en líos, y sacarle una foto a un tiarrón armado hasta las cejas es meterse en líos.
Como ya sabemos desde hace mucho, la naturaleza humana es proclive, desde su creación, a buscar culpables ajenos de las desgracias que le aquejan. Como ya sabemos que los belgas nunca se equivocan, es ocioso buscar entre ellos uno que levante la mano y diga que se siente responsable de parte del follón, siquiera sea por haber votado repetidamente a un político que, a fuerza de amar la diversidad, ha terminado por acoger a todo bicho, aunque el bicho tuviera por la diversidad mucho menos aprecio que el político.
Veamos este artículo, que hace el esfuerzo suplementario de sistematizar los culpables. No está nada mal para abrir el debate y, aunque posiblemente mete más culpables de los estrictamente necesarios, uno de los que mete es especialmente pertinente: el alcalde hasta 2012, Philippe Moureaux, socialista, una persona que no puede menos que ser partidaria del multiculturalismo, porque lo ha practicado activamente, llegando hasta el punto de divorciarse de su esposa, de raza blanca y aburrida, para casarse con la chica de arriba, musulmana, pero, evidentemente, no demasiado observante del código de indumentaria salafista. No, no es el abuelo de la novia: es el novio. Las malas lenguas, que no descansan, han venido diciendo que se convirtió en padre y hasta en padrino para toda la familia de su flamante esposa, a buena parte de la cual ha encontrado trabajo.
Él, como buen belga, asegura que no es culpable y dice que él estaba cerca de la gente y que los responsables son los actuales gobernantes, que no lo están.
Vamos, que estaba cerca de la gente, al menudo de alguna, parece claro. Que eso le libere de toda responsabilidad es otra cosa.
miércoles, 25 de noviembre de 2015
¿Y ahora qué?
Los de la imagen son los policías belgas más célebres (aparte de Hercule Poirot, que es de otra liga y ni siquiera es policía) y, por lo que parece, también son los más recordados estos últimos días en que se han sucedido los arrestos de sospechosos y las liberaciones casi inmediatas por falta de cargos, mientras coches de policía ululaban por aquí y por allá y los ciudadanos, cada vez más hartos de la situación, íbamos saliendo a la calle y haciendo nuestra vida normal a despecho de los peligros y amenazas que supuestamente nos rodean.
Tengo la fuerte impresión de que alguien ha decidido compensar los decenios de dejar crecer tranquilamente el fenómeno de los guettos musulmanes, y ahora ha resuelto dar un puñetazo y medio paraliar la ciudad unos cuantos días. En serio, si uno adopta las medidas que han tomado estos pollos, más vale que sea para obtener algún resultado. De momento, el único resultado es lo ridículo que está quedando esto.
Enhorabuena. Hasta ahora, los únicos que sabíamos que Bélgica era un desastre éramos los que vivíamos aquí. Ahora, lo sabe toda Europa.
Tengo la fuerte impresión de que alguien ha decidido compensar los decenios de dejar crecer tranquilamente el fenómeno de los guettos musulmanes, y ahora ha resuelto dar un puñetazo y medio paraliar la ciudad unos cuantos días. En serio, si uno adopta las medidas que han tomado estos pollos, más vale que sea para obtener algún resultado. De momento, el único resultado es lo ridículo que está quedando esto.
Enhorabuena. Hasta ahora, los únicos que sabíamos que Bélgica era un desastre éramos los que vivíamos aquí. Ahora, lo sabe toda Europa.
sábado, 21 de noviembre de 2015
Recordando a Felipe III
En días como hoy, es cuando uno se acuerda de los viejos gobernantes, a quienes no les temblaba la mano a la hora de aplicar soluciones definitivas. Uno de ellos es Felipe III, Rey de las Españas, quien, aunque no fue, técnicamente, soberano en Bruselas y en los Países Bajos españoles (durante su reinado, lo fue su hermana Isabel Clara Eugenia y el marido de ésta, el archiduque Alberto), sí que era de hecho el que cortaba el bacalao y enviaba los tercios hasta la tregua de doce años con los herejes.
Felipe III tiene muy mala prensa entre los manuales de historia, que lo consideran poca cosa y el primero de los "Austrias menores", lo cual no tiene mucho de elogioso. Sin embargo, uno mira con detalle su reinado y lo único que cabe achacarle es que consintiera la corrupción brutal de su valido, el duque de Lerma, porque, por lo demás, España alcanzó su máxima expansión territorial y logró sostener todos los frentes en que estaba inmersa con una política de diplomacia relativamente blanda, sin meterse en más líos de los necesarios. Eso sí, tuvo que sufrir la campaña de propaganda en su contra (campaña que, evidentemente, tuvo tal éxito que llega hasta hoy) que le organizaron los miembros del círculo del siguiente valido importante, el Conde-Duque de Olivares, que posiblemente fuera mucho menos corrupto que el de Lerma, pero, si comparamos los resultados de las políticas de uno y otro y cómo dejaron a España al dejar el gobierno, prefiero la corrupción del primero. Además, visto desde una perpectiva contemporánea, la corrupción del Duque de Lerma se antoja poca cosa, cuando uno lee los periódicos españoles tan lejos como este mes.
Yo no sé que harían Felipe III y sus ministros tal día como hoy, en que Bruselas está medio paralizada por la amenaza de varios descerebrados (y, últimamente, también descerebradas, cosa insólita hasta ahora entre sarracenos) de morir matando si fuere menester. No hay metro, han suspendido la mayoría de los espectáculos de masas, incluido un concierto de Johny Holiday (algo bueno tenía que tener la situación) y hay soldados, muy amables, eso sí, patrullando por el centro. Ame está ahora mismo en un cumpleaños, e iban a ir al cine, pero los padres del niño que lo celebraba se lo han pensado mejor y, con buen criterio, van a ver una película en la televisión de su casa.
En 1609, no había todavía ISIS, pero sí había Imperio Otomano y estados vasallos, como el de Argel, de donde salían piratas a mansalva a hacer la vida imposible a los habitantes de las costas españolas, con el agravante de que bastantes de esos habitantes, que eran musulmanes de religión, aunque hubieran hecho como que se bautizaban, les acogían como a hermanos, no como a enemigos. Basta con ver que, aun hoy, las ciudades del Reino de Valencia, incluyendo la propia capital, están unos kilómetros tierra adentro, y no es por casualidad: es por cuando había moros en la costa, que se convertía en un lugar sólo apto para ver el espectáculo del desembarco en primera línea e, incidentalmente, para convertirse en protagonista del incidente en forma de cautividad y galeras, amarrado al duro banco de una galera turquesca.
A Felipe III y a sus consejeros se les hincharon las narices y expulsaron a los moriscos. Prácticamente a todos, justos (que lo había) y pecadores (que los había también). Se les ha criticado mucho por ello y, lo más importante, el hacerlo no significó la tranquilidad de las costas españolas, al menos inmediatamente, porque bastantes de los expulsados pasaron a ejercer la piratería, pero la cosa se fue calmando poco a poco y, a base de Armada y tentetieso, el Mediterráneo Occidental pasó a ser con los años un lugar relativamente tranquilo.
Esta bitácora ya ha pasado por el hoy famosísimo barrio de Molenbeek, nido, según parece, de candidatos a ir a hacer compañía a Mahoma y disfrutar de nosecuántas vírgenes por la vía rápida. Parece que decenios de buenismo, convivencia interrracial y ayudas sociales no han servido para integrar a los sarracenos. De hecho, probablemente esa misma frase la debió decir don Juan de Austria cuando su hermano le envió a las Alpujarras a reprimir la rebelión de los moriscos granadinos, o San Juan de Ribera, virrey que era de Valencia, en los primeros años del siglo XVII. Pero a mí me da que en la Europa del siglo XXI no hay ningún personaje que se acerque siquiera a esos dos.
Que Bélgica, con lo que ha sido, tenga el dudosísimo privilegio de acoger a dos kilómetros del centro de su capital un barrio islamizado hasta la médula y, por lo que se ve, progresivamente fanatizado, quizá sea una muestra más del fracaso de este país, unido en su día por la monarquía y la religión católica y convertido hoy, perdida la segunda de las amalgamas, en un mosaico informe que se mantiene en pie porque los edificios tienden a no desmoronarse de un día para otro. A ver cuánto dura en pie éste.
Por cierto, los terroristas suicidas van al cielo y tienen tropecientas vírgenes para cada uno, vale. Pero, ¿y las terroristas suicidas? ¿Para qué quieren tanta virgen?
Felipe III tiene muy mala prensa entre los manuales de historia, que lo consideran poca cosa y el primero de los "Austrias menores", lo cual no tiene mucho de elogioso. Sin embargo, uno mira con detalle su reinado y lo único que cabe achacarle es que consintiera la corrupción brutal de su valido, el duque de Lerma, porque, por lo demás, España alcanzó su máxima expansión territorial y logró sostener todos los frentes en que estaba inmersa con una política de diplomacia relativamente blanda, sin meterse en más líos de los necesarios. Eso sí, tuvo que sufrir la campaña de propaganda en su contra (campaña que, evidentemente, tuvo tal éxito que llega hasta hoy) que le organizaron los miembros del círculo del siguiente valido importante, el Conde-Duque de Olivares, que posiblemente fuera mucho menos corrupto que el de Lerma, pero, si comparamos los resultados de las políticas de uno y otro y cómo dejaron a España al dejar el gobierno, prefiero la corrupción del primero. Además, visto desde una perpectiva contemporánea, la corrupción del Duque de Lerma se antoja poca cosa, cuando uno lee los periódicos españoles tan lejos como este mes.
Yo no sé que harían Felipe III y sus ministros tal día como hoy, en que Bruselas está medio paralizada por la amenaza de varios descerebrados (y, últimamente, también descerebradas, cosa insólita hasta ahora entre sarracenos) de morir matando si fuere menester. No hay metro, han suspendido la mayoría de los espectáculos de masas, incluido un concierto de Johny Holiday (algo bueno tenía que tener la situación) y hay soldados, muy amables, eso sí, patrullando por el centro. Ame está ahora mismo en un cumpleaños, e iban a ir al cine, pero los padres del niño que lo celebraba se lo han pensado mejor y, con buen criterio, van a ver una película en la televisión de su casa.
En 1609, no había todavía ISIS, pero sí había Imperio Otomano y estados vasallos, como el de Argel, de donde salían piratas a mansalva a hacer la vida imposible a los habitantes de las costas españolas, con el agravante de que bastantes de esos habitantes, que eran musulmanes de religión, aunque hubieran hecho como que se bautizaban, les acogían como a hermanos, no como a enemigos. Basta con ver que, aun hoy, las ciudades del Reino de Valencia, incluyendo la propia capital, están unos kilómetros tierra adentro, y no es por casualidad: es por cuando había moros en la costa, que se convertía en un lugar sólo apto para ver el espectáculo del desembarco en primera línea e, incidentalmente, para convertirse en protagonista del incidente en forma de cautividad y galeras, amarrado al duro banco de una galera turquesca.
A Felipe III y a sus consejeros se les hincharon las narices y expulsaron a los moriscos. Prácticamente a todos, justos (que lo había) y pecadores (que los había también). Se les ha criticado mucho por ello y, lo más importante, el hacerlo no significó la tranquilidad de las costas españolas, al menos inmediatamente, porque bastantes de los expulsados pasaron a ejercer la piratería, pero la cosa se fue calmando poco a poco y, a base de Armada y tentetieso, el Mediterráneo Occidental pasó a ser con los años un lugar relativamente tranquilo.
Esta bitácora ya ha pasado por el hoy famosísimo barrio de Molenbeek, nido, según parece, de candidatos a ir a hacer compañía a Mahoma y disfrutar de nosecuántas vírgenes por la vía rápida. Parece que decenios de buenismo, convivencia interrracial y ayudas sociales no han servido para integrar a los sarracenos. De hecho, probablemente esa misma frase la debió decir don Juan de Austria cuando su hermano le envió a las Alpujarras a reprimir la rebelión de los moriscos granadinos, o San Juan de Ribera, virrey que era de Valencia, en los primeros años del siglo XVII. Pero a mí me da que en la Europa del siglo XXI no hay ningún personaje que se acerque siquiera a esos dos.
Que Bélgica, con lo que ha sido, tenga el dudosísimo privilegio de acoger a dos kilómetros del centro de su capital un barrio islamizado hasta la médula y, por lo que se ve, progresivamente fanatizado, quizá sea una muestra más del fracaso de este país, unido en su día por la monarquía y la religión católica y convertido hoy, perdida la segunda de las amalgamas, en un mosaico informe que se mantiene en pie porque los edificios tienden a no desmoronarse de un día para otro. A ver cuánto dura en pie éste.
Por cierto, los terroristas suicidas van al cielo y tienen tropecientas vírgenes para cada uno, vale. Pero, ¿y las terroristas suicidas? ¿Para qué quieren tanta virgen?
martes, 6 de octubre de 2015
La reaparición
En Bruselas ha estado haciendo un tiempo espléndido. En una ciudad en la que casi siempre llueve, ha habido varios fines de semana de auténtico lujo, con temperaturas frescas, pero no frías, cielo despejado y un sol brillante. Algo increíble.
En esas circunstancias, lo suyo era salir de casa a triscar por el bosque, o plantearse una visita a los bonitos pueblos que jalonan los dos Brabantes, pero los hados me tenían planteado otro destino.
Domingo, cerca del mediodía. Un día fantástico, pero yo me estoy dirigiendo en autobús a una de las salidas de Bruselas, donde me tenía que reunir con cinco personas a las que no conocía, con la única indicación de que una de ellas, el capitán, vendría en un Audi plateado, y de que el idioma de comunicación entre nosotros iba a ser el inglés.
Llegué al punto de encuentro, una gasolinera saliendo de la ciudad, un poco antes de las doce y media, que tal era la hora en la que habíamos quedado. Vi a tres personas conversando, las rodée aguzando el oído, y escuché que hablaban en inglés, así que me dirigí a ellas.
- Are you chess players? - pregunté.
- Yes, we are - respondió uno, con un tremendo acento francófono.
- I am a new player - dije.
- Me too - dijo otro de los jugadores, que tampoco parecía conocer a los otros, con un tremendo acento finés.
- We are chess players, but for which team are you playing? - preguntó el último.
- I play for Chesscacs - dije yo.
- Me too - dijo el finlandés.
- We play for Boitsfort - dijeron los otros dos.- I guess you will meet here your team, such as we have here our meeting point.
Comenzó a llegar más gente, todos del equipo de Boitsfort.
- My name is Alfor - y le tendí la mano al finés, único de mi equipo.- I am a newcomer to the team.
- Petri - dijo.- I am a newcomer, too.
- Good luck! - dijeron los de Boitsfort, alejándose - Where are you playing?
- Somewhere in Ghent, I think.
- Beat them!
El finés y yo, ambos nuevos en el equipo, nos quedamos charlando esperando que llegaran los demás.
- A mí me dijeron algo de un Audi plateado.
- Y a mí.
- Está entrando uno en la gasolinera.
- Podría ser éste.
Petri y yo nos acercamos a un conductor rubio que salía de un coche.
- ¿Eres Frederik?
- Sí, ¿y vosotros?
Nos presentamos y nos pusimos a charlar. Nuestro nuevo conocido era el capitán del equipo, y era danés. Poco después llegó otro miembro del equipo, Ivo, holandés.
- ¿Qué tal la partida de ayer?
- Gané.
Resultó que Ivo jugaba en la liga holandesa los sábados, con su equipo de toda la vida, y los domingos jugaba la liga belga con nuestro equipo. Dos partidas en un fin de semana. Más que yo en cinco años.
Miramos al cielo. A nuestro alrededor, pululaba todo tipo de gente con pantalones cortos y pinta de pasar el día al aire libre. Nosotros nos íbamos a encerrar en una sala toda la tarde a exprimirnos las meninges, sin más sol del que acertáramos a entrever por las ventanas de donde estuviéramos.
- ¡Qué buen día para jugar al ajedrez! - dije con toda la sorna que pude.
- Siempre es lo mismo en las primeras rondas - dijo el danés sonriendo.
El siguiente en llegar era español, y llegó con un mensaje, tras presentarnos todos:
- Jürgen me ha dicho que va directamente a Gante.
- Vamos, pues - dijo el danés.
Nos repartimos en dos coches, y salimos de la gasolinera. Jugábamos fuera de casa, en Gante.
En esas circunstancias, lo suyo era salir de casa a triscar por el bosque, o plantearse una visita a los bonitos pueblos que jalonan los dos Brabantes, pero los hados me tenían planteado otro destino.
Domingo, cerca del mediodía. Un día fantástico, pero yo me estoy dirigiendo en autobús a una de las salidas de Bruselas, donde me tenía que reunir con cinco personas a las que no conocía, con la única indicación de que una de ellas, el capitán, vendría en un Audi plateado, y de que el idioma de comunicación entre nosotros iba a ser el inglés.
Llegué al punto de encuentro, una gasolinera saliendo de la ciudad, un poco antes de las doce y media, que tal era la hora en la que habíamos quedado. Vi a tres personas conversando, las rodée aguzando el oído, y escuché que hablaban en inglés, así que me dirigí a ellas.
- Are you chess players? - pregunté.
- Yes, we are - respondió uno, con un tremendo acento francófono.
- I am a new player - dije.
- Me too - dijo otro de los jugadores, que tampoco parecía conocer a los otros, con un tremendo acento finés.
- We are chess players, but for which team are you playing? - preguntó el último.
- I play for Chesscacs - dije yo.
- Me too - dijo el finlandés.
- We play for Boitsfort - dijeron los otros dos.- I guess you will meet here your team, such as we have here our meeting point.
Comenzó a llegar más gente, todos del equipo de Boitsfort.
- My name is Alfor - y le tendí la mano al finés, único de mi equipo.- I am a newcomer to the team.
- Petri - dijo.- I am a newcomer, too.
- Good luck! - dijeron los de Boitsfort, alejándose - Where are you playing?
- Somewhere in Ghent, I think.
- Beat them!
El finés y yo, ambos nuevos en el equipo, nos quedamos charlando esperando que llegaran los demás.
- A mí me dijeron algo de un Audi plateado.
- Y a mí.
- Está entrando uno en la gasolinera.
- Podría ser éste.
Petri y yo nos acercamos a un conductor rubio que salía de un coche.
- ¿Eres Frederik?
- Sí, ¿y vosotros?
Nos presentamos y nos pusimos a charlar. Nuestro nuevo conocido era el capitán del equipo, y era danés. Poco después llegó otro miembro del equipo, Ivo, holandés.
- ¿Qué tal la partida de ayer?
- Gané.
Resultó que Ivo jugaba en la liga holandesa los sábados, con su equipo de toda la vida, y los domingos jugaba la liga belga con nuestro equipo. Dos partidas en un fin de semana. Más que yo en cinco años.
Miramos al cielo. A nuestro alrededor, pululaba todo tipo de gente con pantalones cortos y pinta de pasar el día al aire libre. Nosotros nos íbamos a encerrar en una sala toda la tarde a exprimirnos las meninges, sin más sol del que acertáramos a entrever por las ventanas de donde estuviéramos.
- ¡Qué buen día para jugar al ajedrez! - dije con toda la sorna que pude.
- Siempre es lo mismo en las primeras rondas - dijo el danés sonriendo.
El siguiente en llegar era español, y llegó con un mensaje, tras presentarnos todos:
- Jürgen me ha dicho que va directamente a Gante.
- Vamos, pues - dijo el danés.
Nos repartimos en dos coches, y salimos de la gasolinera. Jugábamos fuera de casa, en Gante.
viernes, 25 de septiembre de 2015
El chiste del borracho
En España se cuenta de vez en cuanto un chiste viejísimo.
Un borracho, de noche, está buscando algo junto a una farola. Se le acerca un vecino y le dice:
- Juan, ¿qué te pasa?
- He perdido las llaves, y no puedo entrar en casa.
- Pues te ayudo a buscarlas.
Se pasan un buen rato buscando, y las llaves no aparecen. El vecino, al final, dice:
- Juan, ¿las perdiste aquí?
- Ah, no, las perdí allá, debajo del banco.
- ¿Y qué hacemos media hora buscando aquí, animal?
- Es que aquí hay más luz.
* * *
En Bélgica, podríamos variarlo ligeramente.
- Juan, ¿dónde vas?
- He quedado con Pedro a las ocho aquí al lado.
- ¿A las ocho? ¿Y dónde vas ahora, si son las cinco?
- Es que ahora no llueve.
Un borracho, de noche, está buscando algo junto a una farola. Se le acerca un vecino y le dice:
- Juan, ¿qué te pasa?
- He perdido las llaves, y no puedo entrar en casa.
- Pues te ayudo a buscarlas.
Se pasan un buen rato buscando, y las llaves no aparecen. El vecino, al final, dice:
- Juan, ¿las perdiste aquí?
- Ah, no, las perdí allá, debajo del banco.
- ¿Y qué hacemos media hora buscando aquí, animal?
- Es que aquí hay más luz.
* * *
En Bélgica, podríamos variarlo ligeramente.
- Juan, ¿dónde vas?
- He quedado con Pedro a las ocho aquí al lado.
- ¿A las ocho? ¿Y dónde vas ahora, si son las cinco?
- Es que ahora no llueve.
martes, 22 de septiembre de 2015
Día sin coches
He leído que en alguna ciudad española (Madrid y Valencia, que son las que frecuento) hoy es el 'Día sin coches', y que eso lo celebran por allí cerrando al tráfico dos o tres calles del centro, y hasta aquí hemos llegado. Eso sí, el alcalde de Valencia se pone farruco, lanza su proclama a favor de las bicicletas y hace que sus escoltas, que va a comenzar a tener, vayan en bicicleta o andando. Hechas las declaraciones, y pasadas dos o tres horas, no más, las calles del centro se vuelven a abrir al tráfico motorizado, y ya tenemos la conciencia tranquila hasta el año que viene. Qué buenos somos, qué ecológicos, el no va más más. Ecología, bicicleta y País Valencià.
Aprendices...
En Bruselas, el Día sin coches fue el domingo pasado. Cierto, fue un domingo, no un día laborable (me gustaría saber por qué en Madrid y en Valencia no lo hacen en domingo, que ésa es otra), pero fue un día sin coches de verdad. Por la mañana se cortó el tráfico en toda la ciudad, pero toda toda, y hasta las siete de la tarde la calle fue de ciclistas, peatones, patinadores, montadores de patinete y, eso sí, autobuses, taxis, tranvías y coches de policía.
En general, para los ciclistas, Bruselas es un asquito de ciudad. No ya es que llueva casi a diario o que buena parte de la ciudad esté adoquinada, porque eso sucede en otras ciudades de la zona; es que, además, la ciudad tiene unas pendientes de aúpa (¡y lo llaman Países 'Bajos'!) y los carriles-bici son unas líneas pintarrajeadas sobre la calzada sin ninguna distinción con el espacio de los coches. En serio, y a pesar de su mala prensa, Valencia está mucho mejor en ese sentido, el de los carriles-bici.
El domingo, sin embargo, el día fue de ciclistas y peatones, lo que pasa es que, por mucho que el ciclismo sea el deporte nacional belga, hay gente que en Bruselas no lo tiene muy asumido. Como era el día sin coches y, oh, gran prodigio, hizo sol casi todo el día, y no llovió ni un poquito, pues casi que era obligado salir, y se notó que hay gente que tuvo que desempolvar la bicicleta para la ocasión, hasta tal punto iban haciendo eses por la calzada. De hecho, estoy por pensar que pudo ser más peligroso, para ir en bicicleta, que cualquier otro día, con los coches pasando por tu lado haciendo casi omiso de la norma que habla de dejar un metro entre el ciclista y el vehículo que lo adelanta.
Al aire libre, con sol, y sin coches, Bruselas gana mucho. No es obligado ir al Bois de la Cambre o, mejor, al Forêt de Soignes para evadirse del mundanal ruido de los motores. El domingo, valieron también las arterias principales de la ciudad, porque por ninguna circularon coches. También es verdad que más valdría, para fomentar la bicicleta, unas infraestructuras como Dios manda, como las que hay en las ciudades flamencas, o mismamente en Valencia, y menos alardear de día sin coches. Con unas infraestructuras como corresponde, y sé que estoy fantaseando, no haría falta que los ciclistas fuéramos en contra dirección por unas calles estrechas, que apenas dan para un coche, pero por las que es legal que te encuentres a un ciclista de frente. Y a ver quién pasa.
Curiosamente, en España es al revés. Las infraestructuras comienzan a existir, y en algunos sitios son muy respetables, pero la gente no las usa todo lo que debería. Yo, que sigo con el rabillo del ojo lo que pasa en Valencia, con su alcalde ciclista, espero cambios, y he de reconocer que este verano, cuando anduve por allí en bicicleta, me tomé unas confianzas que con Rita no me hubiera atrevido a tomar, e incluso me subí a la acera sin temor a los multazos absurdos que se imponían hasta hace poco a los ciclstas que no eran de Valenbisi, y que nunca terminé de entender. Que una cosa es circular sistemáticamente por la acera a toda viroya porque sí y pasando de cualquier otro usuario, y otra es hacerlo un tramo para evitar infinitas vueltas a la mudanza y hacerlo a paso peatón, o atar la bici a una farola allá donde no haya barras para hacerlo.
De momento, sin embargo, adiós a la semana de la movilidad y al día sin coches 'a la española'. O sea, con coches excepto en el 1% de los casos, siendo generosos.
Aprendices...
En Bruselas, el Día sin coches fue el domingo pasado. Cierto, fue un domingo, no un día laborable (me gustaría saber por qué en Madrid y en Valencia no lo hacen en domingo, que ésa es otra), pero fue un día sin coches de verdad. Por la mañana se cortó el tráfico en toda la ciudad, pero toda toda, y hasta las siete de la tarde la calle fue de ciclistas, peatones, patinadores, montadores de patinete y, eso sí, autobuses, taxis, tranvías y coches de policía.
En general, para los ciclistas, Bruselas es un asquito de ciudad. No ya es que llueva casi a diario o que buena parte de la ciudad esté adoquinada, porque eso sucede en otras ciudades de la zona; es que, además, la ciudad tiene unas pendientes de aúpa (¡y lo llaman Países 'Bajos'!) y los carriles-bici son unas líneas pintarrajeadas sobre la calzada sin ninguna distinción con el espacio de los coches. En serio, y a pesar de su mala prensa, Valencia está mucho mejor en ese sentido, el de los carriles-bici.
El domingo, sin embargo, el día fue de ciclistas y peatones, lo que pasa es que, por mucho que el ciclismo sea el deporte nacional belga, hay gente que en Bruselas no lo tiene muy asumido. Como era el día sin coches y, oh, gran prodigio, hizo sol casi todo el día, y no llovió ni un poquito, pues casi que era obligado salir, y se notó que hay gente que tuvo que desempolvar la bicicleta para la ocasión, hasta tal punto iban haciendo eses por la calzada. De hecho, estoy por pensar que pudo ser más peligroso, para ir en bicicleta, que cualquier otro día, con los coches pasando por tu lado haciendo casi omiso de la norma que habla de dejar un metro entre el ciclista y el vehículo que lo adelanta.
Al aire libre, con sol, y sin coches, Bruselas gana mucho. No es obligado ir al Bois de la Cambre o, mejor, al Forêt de Soignes para evadirse del mundanal ruido de los motores. El domingo, valieron también las arterias principales de la ciudad, porque por ninguna circularon coches. También es verdad que más valdría, para fomentar la bicicleta, unas infraestructuras como Dios manda, como las que hay en las ciudades flamencas, o mismamente en Valencia, y menos alardear de día sin coches. Con unas infraestructuras como corresponde, y sé que estoy fantaseando, no haría falta que los ciclistas fuéramos en contra dirección por unas calles estrechas, que apenas dan para un coche, pero por las que es legal que te encuentres a un ciclista de frente. Y a ver quién pasa.
Curiosamente, en España es al revés. Las infraestructuras comienzan a existir, y en algunos sitios son muy respetables, pero la gente no las usa todo lo que debería. Yo, que sigo con el rabillo del ojo lo que pasa en Valencia, con su alcalde ciclista, espero cambios, y he de reconocer que este verano, cuando anduve por allí en bicicleta, me tomé unas confianzas que con Rita no me hubiera atrevido a tomar, e incluso me subí a la acera sin temor a los multazos absurdos que se imponían hasta hace poco a los ciclstas que no eran de Valenbisi, y que nunca terminé de entender. Que una cosa es circular sistemáticamente por la acera a toda viroya porque sí y pasando de cualquier otro usuario, y otra es hacerlo un tramo para evitar infinitas vueltas a la mudanza y hacerlo a paso peatón, o atar la bici a una farola allá donde no haya barras para hacerlo.
De momento, sin embargo, adiós a la semana de la movilidad y al día sin coches 'a la española'. O sea, con coches excepto en el 1% de los casos, siendo generosos.
viernes, 18 de septiembre de 2015
Réunion de chantier
El proceso de reforma de una casa es Bruselas es muy colaborativo. Hay mucha gente implicada y eso debe explicar, por una parte, lo caro que resulta aquí reformar una casa y, por otra, el poco desempleo que hay en Bélgica ¡Y cómo lo va a haber, si los belgas son únicos en inventarse empleos inútiles imaginativos! Ya vimos en la última entrada la espantosa historia del coordinador de seguridad y salud, y creo que volveremos a hablar de él. Yo no le he echado el ojo encima, pero no puedo terminar esta obra sin conocerlo personalmente. Me gustaría medirle la cara y la espalda, a ver cuál es mayor, pero no creo que me permita tales confianzas, por mucho que el cliente siempre tenga razón.
El caso es que, todas las semanas, hay una reunión de obra, en francés 'réunion de chantier', donde los distintos obreros, técnicos y artesanos implicados en el asunto se reúnen con los 'maître de l'ouvrage', que somos los dueños. El objetivo de la reunión es marear a los dueños hasta que acaben más despistados que un coordinador de seguridad y salud, y entonces se toman unos acuerdos por arte de magia que el arquitecto recoge en un acta de la reunión y quedan así para la historia.
Claro, uno experimenta nostalgia de lo fácil que era en Valencia, donde una cuadrilla de Carcagente tardó mes y medio en poner el piso a punto; o en Madrid, donde fue más caro, claro, que para eso es la capital, pero entre cuatro personas apañaron el asunto durante el verano. Aquí, estamos dando de comer a un ejército, y no se vislumbra el final.
En la reunión de obra, además, nosotros (uno u otro, y alguna vez los dos) aparecemos siempre, pero los demás nos dan plantón sin ningún problema a la que no les apetece presentarse un jueves a las ocho de la mañana. Los albañiles, que empiezan a trabajar incluso antes, suelen estar allí. El otro día me comentaban que había pasado por allí el coordinador de seguridad y salud y les había citado un real decreto, y que ahora estaban más tranquilos.
El fontanero también es madrugador, y por tanto un habitual. Si hablara otra cosa que no fuera flamenco cerrado incluso sería útil. La última vez sólo estaba él, y la conversación fue bastante difícil de seguir, pero con buena voluntad todo se consigue. Es posible que él aprenda algo de francés si seguimos conversando, o que nosotros logremos descifrar algo de flamenco.
El arquitecto llega más o menos cuando quiere, si llega, y se pone a hablar, según con quien, flamenco, francés y un curioso español con acento mejicano trufado de galicismos.
Y luego están los extras que aparecen de vez en cuando, como el cristalero, el técnico del gas, el electricista y, a veces, el encargado de los muebles de la cocina, aunque a éste lo hemos contratado nosotros aparte. Menos mal.
El caso es que esto ya debería ir llegando a su fin, porque cada reunión se descubren nuevas cositas que elevan el presupuesto cinco mil euros más, y a la bolsa ya se le ve el fondo.
El caso es que, todas las semanas, hay una reunión de obra, en francés 'réunion de chantier', donde los distintos obreros, técnicos y artesanos implicados en el asunto se reúnen con los 'maître de l'ouvrage', que somos los dueños. El objetivo de la reunión es marear a los dueños hasta que acaben más despistados que un coordinador de seguridad y salud, y entonces se toman unos acuerdos por arte de magia que el arquitecto recoge en un acta de la reunión y quedan así para la historia.
Claro, uno experimenta nostalgia de lo fácil que era en Valencia, donde una cuadrilla de Carcagente tardó mes y medio en poner el piso a punto; o en Madrid, donde fue más caro, claro, que para eso es la capital, pero entre cuatro personas apañaron el asunto durante el verano. Aquí, estamos dando de comer a un ejército, y no se vislumbra el final.
En la reunión de obra, además, nosotros (uno u otro, y alguna vez los dos) aparecemos siempre, pero los demás nos dan plantón sin ningún problema a la que no les apetece presentarse un jueves a las ocho de la mañana. Los albañiles, que empiezan a trabajar incluso antes, suelen estar allí. El otro día me comentaban que había pasado por allí el coordinador de seguridad y salud y les había citado un real decreto, y que ahora estaban más tranquilos.
El fontanero también es madrugador, y por tanto un habitual. Si hablara otra cosa que no fuera flamenco cerrado incluso sería útil. La última vez sólo estaba él, y la conversación fue bastante difícil de seguir, pero con buena voluntad todo se consigue. Es posible que él aprenda algo de francés si seguimos conversando, o que nosotros logremos descifrar algo de flamenco.
El arquitecto llega más o menos cuando quiere, si llega, y se pone a hablar, según con quien, flamenco, francés y un curioso español con acento mejicano trufado de galicismos.
Y luego están los extras que aparecen de vez en cuando, como el cristalero, el técnico del gas, el electricista y, a veces, el encargado de los muebles de la cocina, aunque a éste lo hemos contratado nosotros aparte. Menos mal.
El caso es que esto ya debería ir llegando a su fin, porque cada reunión se descubren nuevas cositas que elevan el presupuesto cinco mil euros más, y a la bolsa ya se le ve el fondo.
miércoles, 16 de septiembre de 2015
Reformando una casa. Más personajillos.
Hasta ahora, hemos encontrado a bastante gente en el proceloso mundo de la compraventa y reforma de viviendas en Bélgica. Agentes inmobiliarios, notarios (siempre más de uno), y toda la caterva de arquitectos, peritos evaluadores, fontaneros, albañiles, electricistas, vidrieros, parquetistas, proveedores de sanitarios, proveedores de azulejos y baldosas, y hasta un ingeniero civil. Todos los protagonistas que podríamos encontrar en España... en la construcción de un estadio olímpico, no de una modesta vivienda unifamiliar.
Finalmente, parecía que ya conocíamos a toda la gente que iba a dejar en condiciones nuestro futuro hogar, cuando el arquitecto, que es quien dirige el cotarro, nos dijo:
- Nos hará falta también un coordinador de seguridad y salud.
- ¿Un qué?
- Un coordinador de seguridad y salud. Dice la ley belga que hay que tenerlo ¿Conocen alguno?
Es la primera vez que tengo noticia de la existencia de ese oficio, ¿y espera que conozca a alguno?
- Pues no, no conocemos a ninguno.
- Bueno, yo he trabajado con uno. Si no tienen inconveniente, le preguntaré si está disponible.
Al parecer, estaba disponible. También al parecer, los coordinadores de seguridad y salud belgas (y no sé si tal engendro existe en algún otro lugar) cobran un porcentaje del coste total de la obra, que, con tanto extra, tanto personaje y tanto caprichillo legal belga, estaba acercándose peligrosamente a lo que nos podíamos permitir después del dispendio de comprar la casa, de los impuestos (impuestazos, que esto es Bélgica), las tasas notariales y el sursum corda.
En fin, que lo tomamos como un incordio más. Un par de semanas después recibimos por correo electrónico un tochazo de ochenta páginas con una retahíla de normas de seguridad, descripciones archiconocidas de las obras que ya estaban en curso, advertencias genéricas, obligaciones para el 'maître d'oeuvre' (nosotros), y todo tipo de frases rimbombantes en un francés empalagoso (es un poco redundante, lo sé), que era un cortapega de cientos de informes similares cambiando la dirección. Pero, ¡eh!, ahí estaba el coordinador de seguridad y salud velando por nuestros intereses.
No lo sabíamos bien.
Ya me había olvidado yo de la existencia de semejante fulano, que, además, al parecer residía en Namur, que no es que esté muy lejos, pero tampoco está al lado, cuando, unas cuantas semanas después, nos llegó un correo electrónico titulado nada menos que 'Informe de seguridad y salud número 1 de la obra de los Von Buchweizen'.
Iba yo ya a darle a la tecla de eliminar, temiendo atragantarme con su lectura, pero decidí darle una oportunidad y, ya que pagaba un pastón por tales memeces, al menos resolví echarle un vistazo.
En la primera página, el coordinador, muy ufano, había fijado una foto de la fachada exterior. Yo miré la foto un poco escamado.
"¡Qué raro!", pensé, "¿por qué ha metido aquí una foto de la casa que hemos alquilado mientras reformamos la otra?"
El coordinador, en su informe, describía la situación pormenorizadamente. Al parecer, no había trabajos exteriores en curso (y tanto que no), ni se percibía actividad en el interior. Llamó al timbre, pero la persona que le abrió no le permitió el acceso al interior. Obviamente, la señora que nos limpia la casa, que es de un pueblo de Granada y anda escasita de francés, y que era la única persona que había allí, lo más probable es que le echara a escobazos sin atender a coordinaciones de seguridad ni salud.
Como al coordinador de seguridad y salud no se le permitió el acceso, su informe continuaba sugiriendo algunas medidas de seguridad, digo yo que sobre la limpieza de cristales, y citando miríadas de reales decretos belgas sobre la obligatoriedad de que a los coordinadores de seguridad y salud, oficio indispensable donde los haya, se les facilite el acceso a las obras.
Cuando acabé de leer el 'Informe de seguridad y salud número 1 de la obra de los Von Buchweizen', me costó mucho cerrar la boca de nuevo. El lumbreras, en lugar de ir a la casa donde tenía lugar la reforma, se había presentado en la residencia que alquilamos, y donde no hay obra alguna ni se la espera, y había hecho un informe impecable de algo que no existía. Y no tiene mucha excusa, porque el informe preliminar sí lo había hecho del lugar correcto.
No sé si hay algún real decreto que imponga a los coordinadores de seguridad y salud la obligación de redactar sus informes sobre las obras en curso, y no sobre residencias situadas a un kilómetro de ellas, pero, si lo hubiera, me encantaría enviárselo al fulano, que, estoy seguro, no es consciente de haber metido la pata hasta arriba de la rodilla y que, en lugar de preguntarse si no estaba pasando algo raro cuando la de Granada lo echó con cajas destempladas, siguió con su informe como si tal cosa.
Y pretenderá cobrarlo, seguro.
Finalmente, parecía que ya conocíamos a toda la gente que iba a dejar en condiciones nuestro futuro hogar, cuando el arquitecto, que es quien dirige el cotarro, nos dijo:
- Nos hará falta también un coordinador de seguridad y salud.
- ¿Un qué?
- Un coordinador de seguridad y salud. Dice la ley belga que hay que tenerlo ¿Conocen alguno?
Es la primera vez que tengo noticia de la existencia de ese oficio, ¿y espera que conozca a alguno?
- Pues no, no conocemos a ninguno.
- Bueno, yo he trabajado con uno. Si no tienen inconveniente, le preguntaré si está disponible.
Al parecer, estaba disponible. También al parecer, los coordinadores de seguridad y salud belgas (y no sé si tal engendro existe en algún otro lugar) cobran un porcentaje del coste total de la obra, que, con tanto extra, tanto personaje y tanto caprichillo legal belga, estaba acercándose peligrosamente a lo que nos podíamos permitir después del dispendio de comprar la casa, de los impuestos (impuestazos, que esto es Bélgica), las tasas notariales y el sursum corda.
En fin, que lo tomamos como un incordio más. Un par de semanas después recibimos por correo electrónico un tochazo de ochenta páginas con una retahíla de normas de seguridad, descripciones archiconocidas de las obras que ya estaban en curso, advertencias genéricas, obligaciones para el 'maître d'oeuvre' (nosotros), y todo tipo de frases rimbombantes en un francés empalagoso (es un poco redundante, lo sé), que era un cortapega de cientos de informes similares cambiando la dirección. Pero, ¡eh!, ahí estaba el coordinador de seguridad y salud velando por nuestros intereses.
No lo sabíamos bien.
Ya me había olvidado yo de la existencia de semejante fulano, que, además, al parecer residía en Namur, que no es que esté muy lejos, pero tampoco está al lado, cuando, unas cuantas semanas después, nos llegó un correo electrónico titulado nada menos que 'Informe de seguridad y salud número 1 de la obra de los Von Buchweizen'.
Iba yo ya a darle a la tecla de eliminar, temiendo atragantarme con su lectura, pero decidí darle una oportunidad y, ya que pagaba un pastón por tales memeces, al menos resolví echarle un vistazo.
En la primera página, el coordinador, muy ufano, había fijado una foto de la fachada exterior. Yo miré la foto un poco escamado.
"¡Qué raro!", pensé, "¿por qué ha metido aquí una foto de la casa que hemos alquilado mientras reformamos la otra?"
El coordinador, en su informe, describía la situación pormenorizadamente. Al parecer, no había trabajos exteriores en curso (y tanto que no), ni se percibía actividad en el interior. Llamó al timbre, pero la persona que le abrió no le permitió el acceso al interior. Obviamente, la señora que nos limpia la casa, que es de un pueblo de Granada y anda escasita de francés, y que era la única persona que había allí, lo más probable es que le echara a escobazos sin atender a coordinaciones de seguridad ni salud.
Como al coordinador de seguridad y salud no se le permitió el acceso, su informe continuaba sugiriendo algunas medidas de seguridad, digo yo que sobre la limpieza de cristales, y citando miríadas de reales decretos belgas sobre la obligatoriedad de que a los coordinadores de seguridad y salud, oficio indispensable donde los haya, se les facilite el acceso a las obras.
Cuando acabé de leer el 'Informe de seguridad y salud número 1 de la obra de los Von Buchweizen', me costó mucho cerrar la boca de nuevo. El lumbreras, en lugar de ir a la casa donde tenía lugar la reforma, se había presentado en la residencia que alquilamos, y donde no hay obra alguna ni se la espera, y había hecho un informe impecable de algo que no existía. Y no tiene mucha excusa, porque el informe preliminar sí lo había hecho del lugar correcto.
No sé si hay algún real decreto que imponga a los coordinadores de seguridad y salud la obligación de redactar sus informes sobre las obras en curso, y no sobre residencias situadas a un kilómetro de ellas, pero, si lo hubiera, me encantaría enviárselo al fulano, que, estoy seguro, no es consciente de haber metido la pata hasta arriba de la rodilla y que, en lugar de preguntarse si no estaba pasando algo raro cuando la de Granada lo echó con cajas destempladas, siguió con su informe como si tal cosa.
Y pretenderá cobrarlo, seguro.
lunes, 14 de septiembre de 2015
Y vuelta la burra al trigo
Y vuelta la burra al trigo.
El verano, finalmente, ha terminado y con él las vacaciones. Los exámenes que tuve en septiembre pasaron igualmente, y mejor de lo que me había merecido por lo poco que terminé por estudiar. Y ya estamos en Bruselas, dispuestos a darlo todo, con carácter y temperamento, por la patria. Una patria. La que sea.
Bromas aparte, el primer día tras haber desconectado del trabajo es un tanto particular. Uno se encuentra como fuera de sitio, acostumbrado a mirar al cielo y encontrarlo limpio y azul, con un sol de justicia brillando sobre nuestras cabezas, mientras que Bruselas es... otra cosa.
Como me había tomado libre la mañana, salí de casa al mediodía para ir al trabajo. El cielo estaba ligeramente nublado, pero parecía que se estaba aclarando, así que me acerqué a mi bicicleta, hinché las ruedas, metí mis cosas en el portaequipajes, la saqué de casa, y ¡hala! al trabajo.
Todo iba bien, e incluso algún rayito de sol iluminaba los quince grados raspados de temperatura ambiente. De repente, y en cosa de medio minuto, el cielo se oscureció como por arte de magia y un diluvio cayó sobre mí. Sí, claro, también sobre cualquier otro que estuviera en la calle, pero vamos a limitarnos al damnificado que escribe esto.
A los quince segundos, sin darme siquiera tiempo a pensar dónde tenía el impermeable, ponérmelo era ya inútil, hasta tal punto estaba calado. Supongo que son las consecuencias de la falta postvacacional de reflejos. El caso es que llegué al trabajo chorreando, maldiciendo mi mala fortuna y, de paso, la ciudad, el país, a Godofredo de Bouillon, a Felipe el Bueno y a todo quisqui que hubiera contribuido a establecer una ciudad precisamente allí, habiendo sitios en la provincia de Murcia.
Me metí por la puerta del garaje del trabajo, y un guarda de seguridad que debía ser nuevo me miró de arriba a abajo, a mí y al charco que iba dejando al pasar, miró mi pase, comprendió al ver mi nombre y, sobre todo, mis dos apellidos, que no era de allí y, yo diría que con un pelín de retintín, dijo:
- Welcome to Belgium!
Me contuve y no lo estrangulé, pero, claro, con cosas así uno comprende por qué este señor trabaja de guardia de seguridad, y no en atención al cliente.
Pero habían quedado algunas cosillas pendientes de antes de las vacaciones y, en efecto, la más crucial son las obras que estamos haciendo en la casa que hemos comprado. Pero eso le toca a la siguiente entrada.
El verano, finalmente, ha terminado y con él las vacaciones. Los exámenes que tuve en septiembre pasaron igualmente, y mejor de lo que me había merecido por lo poco que terminé por estudiar. Y ya estamos en Bruselas, dispuestos a darlo todo, con carácter y temperamento, por la patria. Una patria. La que sea.
Bromas aparte, el primer día tras haber desconectado del trabajo es un tanto particular. Uno se encuentra como fuera de sitio, acostumbrado a mirar al cielo y encontrarlo limpio y azul, con un sol de justicia brillando sobre nuestras cabezas, mientras que Bruselas es... otra cosa.
Como me había tomado libre la mañana, salí de casa al mediodía para ir al trabajo. El cielo estaba ligeramente nublado, pero parecía que se estaba aclarando, así que me acerqué a mi bicicleta, hinché las ruedas, metí mis cosas en el portaequipajes, la saqué de casa, y ¡hala! al trabajo.
Todo iba bien, e incluso algún rayito de sol iluminaba los quince grados raspados de temperatura ambiente. De repente, y en cosa de medio minuto, el cielo se oscureció como por arte de magia y un diluvio cayó sobre mí. Sí, claro, también sobre cualquier otro que estuviera en la calle, pero vamos a limitarnos al damnificado que escribe esto.
A los quince segundos, sin darme siquiera tiempo a pensar dónde tenía el impermeable, ponérmelo era ya inútil, hasta tal punto estaba calado. Supongo que son las consecuencias de la falta postvacacional de reflejos. El caso es que llegué al trabajo chorreando, maldiciendo mi mala fortuna y, de paso, la ciudad, el país, a Godofredo de Bouillon, a Felipe el Bueno y a todo quisqui que hubiera contribuido a establecer una ciudad precisamente allí, habiendo sitios en la provincia de Murcia.
Me metí por la puerta del garaje del trabajo, y un guarda de seguridad que debía ser nuevo me miró de arriba a abajo, a mí y al charco que iba dejando al pasar, miró mi pase, comprendió al ver mi nombre y, sobre todo, mis dos apellidos, que no era de allí y, yo diría que con un pelín de retintín, dijo:
- Welcome to Belgium!
Me contuve y no lo estrangulé, pero, claro, con cosas así uno comprende por qué este señor trabaja de guardia de seguridad, y no en atención al cliente.
Pero habían quedado algunas cosillas pendientes de antes de las vacaciones y, en efecto, la más crucial son las obras que estamos haciendo en la casa que hemos comprado. Pero eso le toca a la siguiente entrada.
martes, 25 de agosto de 2015
El turno de oficio en Francia
Hace un par de días, un sarraceno estuvo a punto de montar una gresca de aquí te espero en un tren que, en su trayecto de Amsterdam a París, pasaba por Bélgica. De hecho, el sarraceno en cuestión subió al tren en Bruselas, Gare du Midi o estación del Sur, donde con toda seguridad pasaría desapercibido así llevara un turbante y fuera recitando el Corán a voz en grito. Digamos que la barriada que hay alrededor de la estación es multicultural, o quizá lo era y está dejando de serlo, porque la morería se está haciendo mayoritaria por allí. O eso, o es que los otros salen poco de casa.
El primer suceso mosqueante es que el sarraceno yihadista -presunto, vale- metió en el tren una mochila con un kalashnikov, pistolas y armas blancas como para necesitar muchas más manos de las que Alá le había proporcionado para manejarlas todas a un tiempo. El equivalente español a ese tren, el Thalys, es un AVE, y hay que decir en favor de España que el AVE es algo mejor, y no sólo eso, sino que a un AVE no subes un kalashnikov sin que cante mucho o lo lleves muy bien escondido dentro del abrigo. O de la chilaba. Es lo que tiene haber pasado por un 11-M y un grupo de sarracenos liándola parda y apiolándose a casi doscientas personas.
Bélgica no es que no haya tenido sus experiencias terroristas, que sí, pero son de poca monta y no derriban gobiernos ni cambian resultados electorales. Yo soy un usuario relativamente habitual de los trenes belgas, incluido el Thalys, y los controles de seguridad se limitan a ver si tienes el billete en regla. Si es así, como si quieres meter cianuro en el tren. Parece que las cosas van a cambiar merced al sarraceno en cuestión, lo cual tiene maldita la gracia, porque habrá que llegar antes a la estación y soportar a los seguratas de turno, como si no tuviéramos bastante con los aeropuertos. Espero que al sarraceno le caiga una bien gorda, aunque no haya conseguido matar a nadie.
Al sarraceno lo tuvieron que reducir entre tres pasajeros, que casualmente (¡bendita casualidad!) eran militares y sabían bien cómo hacerlo. He leído en algún medio de comunicación de fuera de Bélgica que la tripulación, consciente de que algo iba peor que de costumbre, se había encerrado en un vagón y no decía ni mu. No creo que sea verdad, porque eso sería una equivocación, y no puedo imaginarme una cosa así. Además, también lo habría leído en algún medio belga, que no digo que no hayan publicado este rumor infundado, pero yo al menos no lo he leído.
Detenido el sarraceno, que parece que se había gastado sus últimos euros en adquirir la mochila, su contenido y el billete de tren, lo tienen en Francia y le han asignado un abogado de lo que en España llamamos el turno de oficio, y en Francia no sé bien cómo se llama. Al final supongo que tendrán que decidir si el delito se cometió en Francia o Bélgica, porque la cosa se produjo alrededor de la frontera y, según decidan, ya veremos a qué juez le toca sentenciar. Pero, de momento, el moro está en Francia. Con su abogada.
Al parecer, se trata de un malentendido. El sarraceno no quiso en ningún momento cometer un acto terrorista, noooooo. Él sólo quería robar a los pasajeros, como dice su padre, que anda por Algeciras y dice que el sujeto es un buen tipo, religioso (eso no hace falta jurarlo) y abstemio. Eso sí, delgadito y hambriento, y que qué menos, para llenar el buche, que robar a los pasajeros, pudiente sin duda, del tren capitalista ése que une Amsterdam con París. La abogada de oficio insiste en el mismo argumento: el chaval tenía hambre, está muy delgadito, pero no quería matar a nadie, sólo comer.
El turno de oficio en Francia debe estar fatal, y a la abogada no se le debe haber ocurrido otra cosa para defender al sarraceno, porque yo creo que esta intervención es lo único gracioso de todo el suceso ¿Robar para comer? ¿En un tren de alta velocidad, donde los billetes comienzan a partir de los treinta euros, y eso comprando con mucha antelación y en los peores horarios? O sea que el sarraceno se gasta una pasta gansa en un tren puturrudefuá, ¿y no tiene un céntimo para comer?
Que empeñe el kalashnikov, leche, que algo sacará. Además, no sé qué falta le hace, igual que las otras armas que llevaba.
Después de todo, el islam es la religión de la paz, ¿no?
El primer suceso mosqueante es que el sarraceno yihadista -presunto, vale- metió en el tren una mochila con un kalashnikov, pistolas y armas blancas como para necesitar muchas más manos de las que Alá le había proporcionado para manejarlas todas a un tiempo. El equivalente español a ese tren, el Thalys, es un AVE, y hay que decir en favor de España que el AVE es algo mejor, y no sólo eso, sino que a un AVE no subes un kalashnikov sin que cante mucho o lo lleves muy bien escondido dentro del abrigo. O de la chilaba. Es lo que tiene haber pasado por un 11-M y un grupo de sarracenos liándola parda y apiolándose a casi doscientas personas.
Bélgica no es que no haya tenido sus experiencias terroristas, que sí, pero son de poca monta y no derriban gobiernos ni cambian resultados electorales. Yo soy un usuario relativamente habitual de los trenes belgas, incluido el Thalys, y los controles de seguridad se limitan a ver si tienes el billete en regla. Si es así, como si quieres meter cianuro en el tren. Parece que las cosas van a cambiar merced al sarraceno en cuestión, lo cual tiene maldita la gracia, porque habrá que llegar antes a la estación y soportar a los seguratas de turno, como si no tuviéramos bastante con los aeropuertos. Espero que al sarraceno le caiga una bien gorda, aunque no haya conseguido matar a nadie.
Al sarraceno lo tuvieron que reducir entre tres pasajeros, que casualmente (¡bendita casualidad!) eran militares y sabían bien cómo hacerlo. He leído en algún medio de comunicación de fuera de Bélgica que la tripulación, consciente de que algo iba peor que de costumbre, se había encerrado en un vagón y no decía ni mu. No creo que sea verdad, porque eso sería una equivocación, y no puedo imaginarme una cosa así. Además, también lo habría leído en algún medio belga, que no digo que no hayan publicado este rumor infundado, pero yo al menos no lo he leído.
Detenido el sarraceno, que parece que se había gastado sus últimos euros en adquirir la mochila, su contenido y el billete de tren, lo tienen en Francia y le han asignado un abogado de lo que en España llamamos el turno de oficio, y en Francia no sé bien cómo se llama. Al final supongo que tendrán que decidir si el delito se cometió en Francia o Bélgica, porque la cosa se produjo alrededor de la frontera y, según decidan, ya veremos a qué juez le toca sentenciar. Pero, de momento, el moro está en Francia. Con su abogada.
Al parecer, se trata de un malentendido. El sarraceno no quiso en ningún momento cometer un acto terrorista, noooooo. Él sólo quería robar a los pasajeros, como dice su padre, que anda por Algeciras y dice que el sujeto es un buen tipo, religioso (eso no hace falta jurarlo) y abstemio. Eso sí, delgadito y hambriento, y que qué menos, para llenar el buche, que robar a los pasajeros, pudiente sin duda, del tren capitalista ése que une Amsterdam con París. La abogada de oficio insiste en el mismo argumento: el chaval tenía hambre, está muy delgadito, pero no quería matar a nadie, sólo comer.
El turno de oficio en Francia debe estar fatal, y a la abogada no se le debe haber ocurrido otra cosa para defender al sarraceno, porque yo creo que esta intervención es lo único gracioso de todo el suceso ¿Robar para comer? ¿En un tren de alta velocidad, donde los billetes comienzan a partir de los treinta euros, y eso comprando con mucha antelación y en los peores horarios? O sea que el sarraceno se gasta una pasta gansa en un tren puturrudefuá, ¿y no tiene un céntimo para comer?
Que empeñe el kalashnikov, leche, que algo sacará. Además, no sé qué falta le hace, igual que las otras armas que llevaba.
Después de todo, el islam es la religión de la paz, ¿no?
viernes, 21 de agosto de 2015
Comprando una casa: conozca a sus vecinos
Sinopsis: Nos hemos comprado una casa. Tras superar el galimatías burocrático belga con un éxito aceptable (nunca puede ser completo), llega el momento de integrarse en el vecindario, antes de acometer la reforma de la casa. Y hay unos vecinos de los que nos han contado cositas... preocupantes.
La puerta, pues, se abrió, y apareció ante ella una mujer joven y alta, bien parecida, con una niña muy pequeña abrazada a una pierna con aspecto asustado.
Supuse que estarían secuestrados allí, y que en un descuido de los dueños habían conseguido acceder a la puerta. Ya iba yo a decirles que huyeran mientras pudieran, cuando me sorprendió un saludo, en francés.
- ¡Hola! ¿Son ustedes los nuevos vecinos? Soy Ingrid.
Nos presentamos y, en esto, apareció por detrás de Ingrid un joven sonriente, alto e igualmente bien parecido.
- ¡Hola! Yo soy Rodolfo. Pasen, pasen, no se queden en la puerta.
Pasamos. Yo no las tenía todas conmigo. Esa transformación era, cuanto menos, sospechosa. Quizá hubieran ingerido algún bebedizo que transformaba su aspecto y su carácter, o quizá fuera una trampa. En todo caso, nos sentamos en su saloncito.
- ¿Y ustedes de dónde son?
- Pues somos belgas.
- ¿Belgas? Ah, pues nos habían dicho que eran ustedes extranjeros.
- No, no, somos belgas, nacidos aquí. De hecho, yo siempre he vivido en este barrio y mis padres tienen una casa muy cerca de aquí - dijo Ingrid.
Por un momento pensé si no nos habíamos equivocado de casa, pero no, no, era aquélla, así que les dimos las galletitas que traíamos, que ellos pusieron en un plato, luego sirvieron té, y seguimos la conversación.
- En realidad, mi padre es siciliano, pero yo soy de Flandes, aunque voy de vez en cuando por allá - dijo Rodolfo.
- Y mi madre es alemana, pero muy de aquí - dijo ella.
- Además de esta niña, tenemos otra un poco mayor, que ahora está en clase de música, pero que vendrá enseguida.
- Aaaahhh... así que música, ¿eh?
- Sí, sí, yo sigo tocando todos los días - dijo ella -, y la niña también.
- Pues nosotros tenemos una niña que...
Estuvieron encantadores. No sé yo qué gafas llevaban los antiguos propietarios de nuestra casa, pero los extranjeros, desde luego, no eran estos vecinos, sino los otros. Lo que sí parecía cierto es que habían tenido sus más y sus menos con nuestros vendedores y que, efectivamente, era por asuntos de humedades. Es cierto que pensábamos cambiar muchas tuberías y que, si los problemas venían de nuestra parte, deberían desaparecer, pero, de todas maneras, después de un buen rato de conversación social, nos pusimos al grano.
La vecina, harta de que nuestra antecesora pasara ampliamente de ella, decidió comprar un higrómetro ¿Alguien conoce mucha gente, que no sea arquitecto o fontanero, que tenga un higrómetro en casa? Bueno, pues pasamos a la habitación donde ellos tenían el problema, y efectivamente el higrómetro se puso rojo como un tomate. Era por fardar, me imagino, porque había un pedazo de mancha de humedad en la pared que dejaba muy poquito lugar a dudas, pero claro, la vecina, siendo belga después de todo, querría descartar cualquier posibilidad de equivocarse.
Como, al fin y al cabo y contra todo pronóstico, los vecinos no mordían ni siqueira en noches de luna llena (bueno, esto no hemos podido comprobarlo, pero el caso es que era de día), después de que nos hubieran enseñado su casa, pasamos a la nuestra. La vecina seguía armada con su higrómetro. Lo cierto es que en nuestra casa no había demasiado que enseñar, porque estaba más vacía que el presupuesto de un concejal entrante; de todas formas, la vecina -y nosotros- llegamos hasta la habitación sospechosa, y vimos que los anteriores dueños se habían limitado a poner una pared de yeso por encima de la original. Olé por el arquitecto: en casa del herrero, cuchillo de palo, y en la del arquitecto, pared de yeso.
La vecina, que finalmente estaba comenzando a ponerse de mal humor al ver en qué había consistido la reparación, sacó el higrómetro y lo blandió contra la pared, en vano. Mirando mejor, encontró en el extremo de la pared una sombra de mancha contra la que aplicó el higrómetro y consiguió así que se pusiera rojo, al menos un poquito y después de un rato.
- ¡No han hecho nada para remediarlo! ¡Una pared de yeso! ¡A saber lo que habrá detrás!
- Bueno, no se preocupe, que la quitaremos y lo veremos. De todas formas, vamos a cambiar las conducciones, así que, si la humedad viene de nosotros, desaparecerá.
- No saben cómo era la antigua dueña. Al final, me dijo que ella lo había hecho todo, y que, si tenía problemas, la llevara a juicio ¡Cinco años con el problema!
- Claro, claro...
Nos despedimos amigablemente y, puesto que los vecinos eran músicos (y doy fe de que entretanto, en alguna visita aislada, a ella la he oído ensayar), decidimos poner el piano en la pared que da a su casa.
Y es que no hay como llevarse bien con los vecinos.
* * *
Pero esto no es todo. Los vecinos aparecerán en alguna entrada posterior, pero por otros motivos. Realizada la compra, y conocidos los vecinos, quedaba la parte más complicada del asunto, y donde más protagonistas intervienen: la reforma. Y eso sí que son palabras mayores.
La puerta, pues, se abrió, y apareció ante ella una mujer joven y alta, bien parecida, con una niña muy pequeña abrazada a una pierna con aspecto asustado.
Supuse que estarían secuestrados allí, y que en un descuido de los dueños habían conseguido acceder a la puerta. Ya iba yo a decirles que huyeran mientras pudieran, cuando me sorprendió un saludo, en francés.
- ¡Hola! ¿Son ustedes los nuevos vecinos? Soy Ingrid.
Nos presentamos y, en esto, apareció por detrás de Ingrid un joven sonriente, alto e igualmente bien parecido.
- ¡Hola! Yo soy Rodolfo. Pasen, pasen, no se queden en la puerta.
Pasamos. Yo no las tenía todas conmigo. Esa transformación era, cuanto menos, sospechosa. Quizá hubieran ingerido algún bebedizo que transformaba su aspecto y su carácter, o quizá fuera una trampa. En todo caso, nos sentamos en su saloncito.
- ¿Y ustedes de dónde son?
- Pues somos belgas.
- ¿Belgas? Ah, pues nos habían dicho que eran ustedes extranjeros.
- No, no, somos belgas, nacidos aquí. De hecho, yo siempre he vivido en este barrio y mis padres tienen una casa muy cerca de aquí - dijo Ingrid.
Por un momento pensé si no nos habíamos equivocado de casa, pero no, no, era aquélla, así que les dimos las galletitas que traíamos, que ellos pusieron en un plato, luego sirvieron té, y seguimos la conversación.
- En realidad, mi padre es siciliano, pero yo soy de Flandes, aunque voy de vez en cuando por allá - dijo Rodolfo.
- Y mi madre es alemana, pero muy de aquí - dijo ella.
- Además de esta niña, tenemos otra un poco mayor, que ahora está en clase de música, pero que vendrá enseguida.
- Aaaahhh... así que música, ¿eh?
- Sí, sí, yo sigo tocando todos los días - dijo ella -, y la niña también.
- Pues nosotros tenemos una niña que...
Estuvieron encantadores. No sé yo qué gafas llevaban los antiguos propietarios de nuestra casa, pero los extranjeros, desde luego, no eran estos vecinos, sino los otros. Lo que sí parecía cierto es que habían tenido sus más y sus menos con nuestros vendedores y que, efectivamente, era por asuntos de humedades. Es cierto que pensábamos cambiar muchas tuberías y que, si los problemas venían de nuestra parte, deberían desaparecer, pero, de todas maneras, después de un buen rato de conversación social, nos pusimos al grano.
La vecina, harta de que nuestra antecesora pasara ampliamente de ella, decidió comprar un higrómetro ¿Alguien conoce mucha gente, que no sea arquitecto o fontanero, que tenga un higrómetro en casa? Bueno, pues pasamos a la habitación donde ellos tenían el problema, y efectivamente el higrómetro se puso rojo como un tomate. Era por fardar, me imagino, porque había un pedazo de mancha de humedad en la pared que dejaba muy poquito lugar a dudas, pero claro, la vecina, siendo belga después de todo, querría descartar cualquier posibilidad de equivocarse.
Como, al fin y al cabo y contra todo pronóstico, los vecinos no mordían ni siqueira en noches de luna llena (bueno, esto no hemos podido comprobarlo, pero el caso es que era de día), después de que nos hubieran enseñado su casa, pasamos a la nuestra. La vecina seguía armada con su higrómetro. Lo cierto es que en nuestra casa no había demasiado que enseñar, porque estaba más vacía que el presupuesto de un concejal entrante; de todas formas, la vecina -y nosotros- llegamos hasta la habitación sospechosa, y vimos que los anteriores dueños se habían limitado a poner una pared de yeso por encima de la original. Olé por el arquitecto: en casa del herrero, cuchillo de palo, y en la del arquitecto, pared de yeso.
La vecina, que finalmente estaba comenzando a ponerse de mal humor al ver en qué había consistido la reparación, sacó el higrómetro y lo blandió contra la pared, en vano. Mirando mejor, encontró en el extremo de la pared una sombra de mancha contra la que aplicó el higrómetro y consiguió así que se pusiera rojo, al menos un poquito y después de un rato.
- ¡No han hecho nada para remediarlo! ¡Una pared de yeso! ¡A saber lo que habrá detrás!
- Bueno, no se preocupe, que la quitaremos y lo veremos. De todas formas, vamos a cambiar las conducciones, así que, si la humedad viene de nosotros, desaparecerá.
- No saben cómo era la antigua dueña. Al final, me dijo que ella lo había hecho todo, y que, si tenía problemas, la llevara a juicio ¡Cinco años con el problema!
- Claro, claro...
Nos despedimos amigablemente y, puesto que los vecinos eran músicos (y doy fe de que entretanto, en alguna visita aislada, a ella la he oído ensayar), decidimos poner el piano en la pared que da a su casa.
Y es que no hay como llevarse bien con los vecinos.
* * *
Pero esto no es todo. Los vecinos aparecerán en alguna entrada posterior, pero por otros motivos. Realizada la compra, y conocidos los vecinos, quedaba la parte más complicada del asunto, y donde más protagonistas intervienen: la reforma. Y eso sí que son palabras mayores.
lunes, 10 de agosto de 2015
Tropezones en el relato
Yo sé bien que, para una entrada emocionante que me sale, la he interrumpido en el momento crucial, pero os aseguro que la interrumpí en el momento justo en que mi avión aterrizaba y los pasajeros que estaban a mi lado me ponían mala cara pidiendo paso. Ryanair ha hecho mucho daño y ha dado acceso a los viajes en avión a gente inculta, que no comprende que los placeres de la literatura deben tener primacía sobre el interés egoísta de los viajeros de salir cuanto antes del avión e ir al cuarto de baño. Es lo que hay. Estoy en España, de vacaciones.
Y en España no tengo tiempo. Ni un minuto. Es cierto que en Bélgica tampoco, pero en España es la repera y, cuando voy con las tres fieras, la escasez de tiempo es acuciante. Todo lo ocupan ellos. Y, cuando no son ellos, lo ocupa mi padre, que ahora mismo está a mi lado murmurándome cosas mientras me enseña unos papeles a los que quiere que eche un vistazo. O mi madre, que me llama desde su sillón preguntándome si estoy en casa.
Normalmente, en estas circunstancias, no escribiría hasta el próximo viaje en avión, pero vuestros mensajes me han conmovido y tengo que escribiros para que tengáis un poco de paciencia. La entrada está en curso, a un ritmo leeeeento, que es el único que tengo, y seguramente se concluirá dentro de poco. A ver si vuelvo a Bruselas de rodríguez unos días y consigo descansar de las vacaciones.
Que son agotadoras, la verdad. A veces creo que tendrían que abolirlas, al menos para los padres (e hijos) de familia.
Y en España no tengo tiempo. Ni un minuto. Es cierto que en Bélgica tampoco, pero en España es la repera y, cuando voy con las tres fieras, la escasez de tiempo es acuciante. Todo lo ocupan ellos. Y, cuando no son ellos, lo ocupa mi padre, que ahora mismo está a mi lado murmurándome cosas mientras me enseña unos papeles a los que quiere que eche un vistazo. O mi madre, que me llama desde su sillón preguntándome si estoy en casa.
Normalmente, en estas circunstancias, no escribiría hasta el próximo viaje en avión, pero vuestros mensajes me han conmovido y tengo que escribiros para que tengáis un poco de paciencia. La entrada está en curso, a un ritmo leeeeento, que es el único que tengo, y seguramente se concluirá dentro de poco. A ver si vuelvo a Bruselas de rodríguez unos días y consigo descansar de las vacaciones.
Que son agotadoras, la verdad. A veces creo que tendrían que abolirlas, al menos para los padres (e hijos) de familia.
sábado, 1 de agosto de 2015
Comprando una casa. Más vecinos.
No nos atrevíamos a hablar con nuestros futuros vecinos de la derecha.
Sobre todo, con ella.
Debía ser una arpía horrorosa, ansiosa de sangre, frustrada de la vida, probablemente con algún cadáver en el armario, con los ojos inyectados en sangre y que reía a hurtadillas con voz cavernosa mientras se frotaba las manos pensando en las espantosas torturas que iba a infligir a esos nuevos vecinos incautos que osaban acercarse a su cueva.
Y, además, extranjera. Si fuera belga, al menos, sabríamos que nunca se equivoca, pero, siendo extranjera, ya era el colmo. Seguro que hablaba francés con el acento gutural de las institutrices alemanas que traían para educar niñitas, sin saber que habían sido oficiales de las SS y que eran prófugas, huidas de la justicia israelí que las buscaba para hacerles pagar los crímenes de que eran responsables.
¿Y el marido? Otro que tal. Extranjero y, por si fuera poco, abogado. Un tipo despiadado que no dudaba en exprimir a sus clientes para perseguir la quimera de una sentencia favorable, y que contaba monedas de oro con los ojos entornados, antes de esconderlas entre los legajos de sus muchos juicios.
Sin ninguna duda, había colaborado con su mujer para escapar de la justicia israelí, y no era descartable que fuera cómplice de sus desmanes. De hecho, era lo más probable. Seguro que estaba esperando que llegáramos para enterrarnos en demandas, querellas, citaciones y todo tipo de parafernalia en papel sellado.
Alfina y yo, durante las siguientes semanas, cuando íbamos a la casa que habíamos comprado, mirábamos la casa contigua y, casi sin querer, desviábamos la mirada. Qué miedo. Nos parecía un lugar lóbrego, de difícil acceso, y yo de vez en cuando miraba hacia arriba y creía ver cuervos revoloteando por su tejado, graznando con insistencia. Seguramente eran los dueños de la casa, que tenían el poder de transformarse para poder perpetrar impunemente sus fechorías.
Entonces, de sopetón, recibimos un correo electrónico de nuestro arquitecto, pero no iba dirigido a nosotros, no. Nosotros sólo estábamos en copia ¡Iba dirigido a nuestra vecina!
Venía a decir que quería verse con ella el sábado siguiente para ver cuál era ese problema de humedades de que se quejaba, y nos enviaba copia para ver si podíamos estar también. Por lo visto, habían hablado.
Tuvimos que responder que iríamos, a ver qué íbamos a hacer.
- Valor, valor...
- Bueno, un día u otro teníamos que ir, de todas maneras.
- Al menos, viene el arquitecto, que es belga.
- Menos mal. No se equivocan nunca. Así estamos seguros.
Al final, no recuerdo muy bien cómo, las cosas se complicaron, hubo que quedar a otra hora, que al arquitecto le venía mal porque tenía una reunión... el caso es que nos encontramos con que teníamos una cita con los vecinos, en su casa, a tomar café, a las once de la mañana de un sábado, solos antes ellos.
- Dios mío, Dios mío...
- ¿Qué hacemos?
- Ufff, habrá que ir.
- Vamos a llevar unas galletitas, para quedar bien.
- Vale, pero que sean de las blandas, no de esas danesas que van en una lata metálica. Imagina que nos las tiran a la cabeza.
Llegado el día, y la hora, tragamos saliva y nos pusimos en marcha. Yo me metí un diente de ajo en el bolsillo. Nunca se sabe.
No íbamos muy deprisa, no. Se diría que no teníamos muchas ganas de llegar, pero al final, llegamos ante su puerta, exactamente a la hora que habíamos quedado.
- Llama tú.
- No, tú.
- Jo. Siempre me toca a mí...
Un dedo tembloroso se apoyó sobre el timbre, que emitió un sonido metálico. Al poco, oímos unos pasos al otro lado de la puerta, cada vez más cerca. Apreté con los dedos el diente de ajo y me santigüé, justo antes de que alguien diera la vuelta al picaporte y la puerta se abriera.
Parecía que el tiempo se hubiera detenido a nuestro alrededor, cosa que, como sabemos, no ocurre en la realidad, hasta el punto de que, claro, se ha hecho tarde.
Sobre todo, con ella.
Debía ser una arpía horrorosa, ansiosa de sangre, frustrada de la vida, probablemente con algún cadáver en el armario, con los ojos inyectados en sangre y que reía a hurtadillas con voz cavernosa mientras se frotaba las manos pensando en las espantosas torturas que iba a infligir a esos nuevos vecinos incautos que osaban acercarse a su cueva.
Y, además, extranjera. Si fuera belga, al menos, sabríamos que nunca se equivoca, pero, siendo extranjera, ya era el colmo. Seguro que hablaba francés con el acento gutural de las institutrices alemanas que traían para educar niñitas, sin saber que habían sido oficiales de las SS y que eran prófugas, huidas de la justicia israelí que las buscaba para hacerles pagar los crímenes de que eran responsables.
¿Y el marido? Otro que tal. Extranjero y, por si fuera poco, abogado. Un tipo despiadado que no dudaba en exprimir a sus clientes para perseguir la quimera de una sentencia favorable, y que contaba monedas de oro con los ojos entornados, antes de esconderlas entre los legajos de sus muchos juicios.
Sin ninguna duda, había colaborado con su mujer para escapar de la justicia israelí, y no era descartable que fuera cómplice de sus desmanes. De hecho, era lo más probable. Seguro que estaba esperando que llegáramos para enterrarnos en demandas, querellas, citaciones y todo tipo de parafernalia en papel sellado.
Alfina y yo, durante las siguientes semanas, cuando íbamos a la casa que habíamos comprado, mirábamos la casa contigua y, casi sin querer, desviábamos la mirada. Qué miedo. Nos parecía un lugar lóbrego, de difícil acceso, y yo de vez en cuando miraba hacia arriba y creía ver cuervos revoloteando por su tejado, graznando con insistencia. Seguramente eran los dueños de la casa, que tenían el poder de transformarse para poder perpetrar impunemente sus fechorías.
Entonces, de sopetón, recibimos un correo electrónico de nuestro arquitecto, pero no iba dirigido a nosotros, no. Nosotros sólo estábamos en copia ¡Iba dirigido a nuestra vecina!
Venía a decir que quería verse con ella el sábado siguiente para ver cuál era ese problema de humedades de que se quejaba, y nos enviaba copia para ver si podíamos estar también. Por lo visto, habían hablado.
Tuvimos que responder que iríamos, a ver qué íbamos a hacer.
- Valor, valor...
- Bueno, un día u otro teníamos que ir, de todas maneras.
- Al menos, viene el arquitecto, que es belga.
- Menos mal. No se equivocan nunca. Así estamos seguros.
Al final, no recuerdo muy bien cómo, las cosas se complicaron, hubo que quedar a otra hora, que al arquitecto le venía mal porque tenía una reunión... el caso es que nos encontramos con que teníamos una cita con los vecinos, en su casa, a tomar café, a las once de la mañana de un sábado, solos antes ellos.
- Dios mío, Dios mío...
- ¿Qué hacemos?
- Ufff, habrá que ir.
- Vamos a llevar unas galletitas, para quedar bien.
- Vale, pero que sean de las blandas, no de esas danesas que van en una lata metálica. Imagina que nos las tiran a la cabeza.
Llegado el día, y la hora, tragamos saliva y nos pusimos en marcha. Yo me metí un diente de ajo en el bolsillo. Nunca se sabe.
No íbamos muy deprisa, no. Se diría que no teníamos muchas ganas de llegar, pero al final, llegamos ante su puerta, exactamente a la hora que habíamos quedado.
- Llama tú.
- No, tú.
- Jo. Siempre me toca a mí...
Un dedo tembloroso se apoyó sobre el timbre, que emitió un sonido metálico. Al poco, oímos unos pasos al otro lado de la puerta, cada vez más cerca. Apreté con los dedos el diente de ajo y me santigüé, justo antes de que alguien diera la vuelta al picaporte y la puerta se abriera.
Parecía que el tiempo se hubiera detenido a nuestro alrededor, cosa que, como sabemos, no ocurre en la realidad, hasta el punto de que, claro, se ha hecho tarde.
miércoles, 29 de julio de 2015
Comprando una casa: los vecinos
Cuando uno compra una casa, no sólo compra un terrenito y las paredes que lo acotan, no: también compra a sus vecinos, con el añadido de que éstos pueden cambiar con el tiempo y vaya usted a saber en qué se convierten y quién viene a vivir en los aledaños de la casa de uno.
Cuando ya estaba decidida la compra y pagada la señal, fuimos a visitar a los todavía dueños, que estuvieron muy amables, y ya podían, ya, con el pastón que habían trincado. Así nos enteramos de cositas sobre el vecindario.
- Los vecinos de este lado - decía la dueña, apuntando hacia la izquierda - son encantadores, y nos hacemos favores constantemente. Si están en casa, pasaremos y se los presentaré.
- Ah, muy bien.
- En cambio, hemos tenido problemas con los vecinos del otro lado.
- Vaya...
- El hombre, que creo que es abogado, se queja mucho, pero qué se le va a hacer. Creo que es extranjero, ya ve...
Mira que atreverse a ser extranjero... no tenemos perdón de Dios, los extranjeros.
- Pero la mujer, que es belga, o igual también es extranjera, es horrible ¡Horrible! Insiste en historias imaginarias sobre humedades y nos quiere hacer responsable de todos sus problemas. Es muy desagradable, mucho.
Seguro que eso pasa cuando te casas con un extranjero. Te haces de un desagradable que lo flipas.
- Hemos tenido muchos problemas con ella. Nos ha amenazado con ir a los tribunales. Tengan cuidado con ella. Gracias a Dios, los seguros lo dejaron todo claro, pero ella seguía insistiendo. No se la voy a presentar, porque no nos llevamos bien.
Vamos, que menos mal para ella que ya habíamos pagado la señal y era una pasta, porque ya teníamos serias tentaciones de irnos a vivir a otro barrio. Qué digo a otro barrio, a otro planeta.
Dicho esto, la dueña nos presentó a sus vecinos de la izquierda, que fueron efectivamente muy amables y nos desearon lo mejor para nuestra instalación. A todo esto, resulta que eran extranjeros, pero poco, porque eran franceses. Ya se sabe que, gracias al presidente Hollande, Bélgica en general, y Uccle en particular, tiene una concentración desusada de franceses con el riñón bien cubierto y pocas ganas de ser crucificados por la hacienda gala.
Como por aquel lado parecía haber pocos problemas, pero el otro lado estaba en estado de guerra fría, y a saber qué nos depararía el futuro, Alfina y yo celebramos un consejo de guerra.
- ¿Dónde ponemos el piano?
- Uf, en la pared de la izquierda, claro. Cualquiera se pone a tocar al otro lado, para provocar a esa arpía de vecina.
- De acuerdo.
Y así, fuimos concentrando toda actividad molesta, insalubre o simplemente incómoda en el lado izquierdo de la casa, para mantener las relaciones más silenciosas posibles con los vecinos polémicos. Así que ya sabéis, si os enteráis de que vuestros vecinos van a vender la casa, llevarse bien con ellos puede ser muy contraproducente. La táctica correcta es quejarse de cualquier cosa, para que los vecinos, cuando vendan la casa, echen pestes de vosotros y así los nuevos dueños se asusten y, llegado el caso, decidan molestar a cualquier otro bicho viviente.
Vale, eso de evitar los conflictos con el vecino de la derecha está muy bien, pero la triste realidad nos decía que íbamos a hacer tres meses, tres, o más, de obras, incluyendo el derribo de un par de paredes, la construcción de alguna otra, chapados varios, montajes de muebles, mudanza... todo ello a cargo de una cohorte de obreros alegres y dicharacheros... no es que fuéramos a molestar a los vecinos de la izquierda, de la derecha, de atrás, de delante y de cualquier dirección, es que íbamos a molestar a los vecinos de los vecinos, y hasta a los vecinos de los vecinos de los vecinos. Chungo.
Comprado que hubimos la casa, nos acercamos a ella y recordamos las cuitas pendientes que había. El arquitecto que nos llevaba la obra, y eso es tema aparte, vio el peligro, se le encendió una luz roja, y dijo muy serio:
- Pues vamos a enviarle un perito para que certifique el estado actual de su casa, no vaya a ser que luego nos vengan con monsergas de que les hemos causado un daño que ya tenían.
- Ah, pues sí...
- Además, si el hombre es abogado, peor aún. Los abogados son muy peligrosos, y éste además parece que es extranjero.
Diga usted que sí: los abogados extranjeros somos lo peor.
Cuando ya estaba decidida la compra y pagada la señal, fuimos a visitar a los todavía dueños, que estuvieron muy amables, y ya podían, ya, con el pastón que habían trincado. Así nos enteramos de cositas sobre el vecindario.
- Los vecinos de este lado - decía la dueña, apuntando hacia la izquierda - son encantadores, y nos hacemos favores constantemente. Si están en casa, pasaremos y se los presentaré.
- Ah, muy bien.
- En cambio, hemos tenido problemas con los vecinos del otro lado.
- Vaya...
- El hombre, que creo que es abogado, se queja mucho, pero qué se le va a hacer. Creo que es extranjero, ya ve...
Mira que atreverse a ser extranjero... no tenemos perdón de Dios, los extranjeros.
- Pero la mujer, que es belga, o igual también es extranjera, es horrible ¡Horrible! Insiste en historias imaginarias sobre humedades y nos quiere hacer responsable de todos sus problemas. Es muy desagradable, mucho.
Seguro que eso pasa cuando te casas con un extranjero. Te haces de un desagradable que lo flipas.
- Hemos tenido muchos problemas con ella. Nos ha amenazado con ir a los tribunales. Tengan cuidado con ella. Gracias a Dios, los seguros lo dejaron todo claro, pero ella seguía insistiendo. No se la voy a presentar, porque no nos llevamos bien.
Vamos, que menos mal para ella que ya habíamos pagado la señal y era una pasta, porque ya teníamos serias tentaciones de irnos a vivir a otro barrio. Qué digo a otro barrio, a otro planeta.
Dicho esto, la dueña nos presentó a sus vecinos de la izquierda, que fueron efectivamente muy amables y nos desearon lo mejor para nuestra instalación. A todo esto, resulta que eran extranjeros, pero poco, porque eran franceses. Ya se sabe que, gracias al presidente Hollande, Bélgica en general, y Uccle en particular, tiene una concentración desusada de franceses con el riñón bien cubierto y pocas ganas de ser crucificados por la hacienda gala.
Como por aquel lado parecía haber pocos problemas, pero el otro lado estaba en estado de guerra fría, y a saber qué nos depararía el futuro, Alfina y yo celebramos un consejo de guerra.
- ¿Dónde ponemos el piano?
- Uf, en la pared de la izquierda, claro. Cualquiera se pone a tocar al otro lado, para provocar a esa arpía de vecina.
- De acuerdo.
Y así, fuimos concentrando toda actividad molesta, insalubre o simplemente incómoda en el lado izquierdo de la casa, para mantener las relaciones más silenciosas posibles con los vecinos polémicos. Así que ya sabéis, si os enteráis de que vuestros vecinos van a vender la casa, llevarse bien con ellos puede ser muy contraproducente. La táctica correcta es quejarse de cualquier cosa, para que los vecinos, cuando vendan la casa, echen pestes de vosotros y así los nuevos dueños se asusten y, llegado el caso, decidan molestar a cualquier otro bicho viviente.
Vale, eso de evitar los conflictos con el vecino de la derecha está muy bien, pero la triste realidad nos decía que íbamos a hacer tres meses, tres, o más, de obras, incluyendo el derribo de un par de paredes, la construcción de alguna otra, chapados varios, montajes de muebles, mudanza... todo ello a cargo de una cohorte de obreros alegres y dicharacheros... no es que fuéramos a molestar a los vecinos de la izquierda, de la derecha, de atrás, de delante y de cualquier dirección, es que íbamos a molestar a los vecinos de los vecinos, y hasta a los vecinos de los vecinos de los vecinos. Chungo.
Comprado que hubimos la casa, nos acercamos a ella y recordamos las cuitas pendientes que había. El arquitecto que nos llevaba la obra, y eso es tema aparte, vio el peligro, se le encendió una luz roja, y dijo muy serio:
- Pues vamos a enviarle un perito para que certifique el estado actual de su casa, no vaya a ser que luego nos vengan con monsergas de que les hemos causado un daño que ya tenían.
- Ah, pues sí...
- Además, si el hombre es abogado, peor aún. Los abogados son muy peligrosos, y éste además parece que es extranjero.
Diga usted que sí: los abogados extranjeros somos lo peor.
viernes, 17 de julio de 2015
Notarios. La compra.
Pasados cuatro meses desde la firma del acuerdo, las partes vuelven a reunirse ¿Que por qué hacen falta cuatro meses? Porque esto es Bélgica, y las cosas van a paso de tortuga. Cuando la Wehrmacht invadió Bélgica en 1940, por poco los tanques no adelantan sin querer a las tropas belgas que se retiraban.
La verdad es que, por nosotros, en un mes estábamos listos, pero el resto de las partes intervinientes eran belgas. Uno pensaría que al vendedor, cerrado el acuerdo, le interesaría tener cuanto antes unos cuantos cientos de miles de euros en su cuenta dando intereses, pero parece que no. Con tal de poder ir a su ritmo, lo que sea.
Sea como fuere, a los cuatro meses, los compradores entramos en la notaría, donde ya estaban los vendedores. Luego llegó nuestro notario, un señor muy simpático (los belgas suelen ser simpáticos, aunque hay quien diga que los flamencos son lo peor), que no paraba de hacer chistecitos. Yo los pillaba a duras penas, y no sé si todos, pero Alfina tiene que mejorar algo su oído de entender francés, y se las veía y deseaba para seguir el hilo.
Luego llegó el notario de los vendedores, y ya se pusieron a hablar los dos notarios, que sí entendían los chistecitos, y a ellos se les unió el vendedor, que era arquitecto y, como profesional liberal, tenía sus cositas en común. Total, que aquello se convirtió en una sucesión de agudezas, chistecillos y sobreentendidos realmente complicadilla para un guiri, y no digamos si el guiri se estaba dejando la totalidad de sus ahorros en la operación y tenía, por tanto, menos motivos para reírse.
Básicamente, sin embargo, se hace lo mismo que en España: leer la escritura, con la salvedad de que las escrituras en Bélgica son kilométricas y hacen referencia a reglamentos oscuros, que ni un ingeniero los entendería. Además, se transmiten las llaves, cosa sencilla, y los formularios de transferencia de los contadores de la luz, gas y agua, así como un archivo con la descripción de las obras realizadas en la casa... que incluía un informe negativo de la última revisión eléctrica, y una obligación de reparar la instalación. Hombre, ya sabíamos que íbamos a hacer reforma, pero no hubiera estado mal saber antes de llegar al notario lo del informe negativo de la revisión eléctrica. Antes de discutir el precio, por ejemplo.
Con la cabeza de los compradores como un bombo, y después de firmar y rubricar pliegos sin cuento, nos dimos la mano todos los comparecientes, nuestro notario dijo que el dinero estaba en su cuenta, y que se lo transferiría a la de los compradores inmediatamente, y a nosotros nos dijo que nos enviaría la liquidación a casa, con la escritura definitiva, en un par de meses más. Los vendedores, muy ufanos, se nos ofrecieron mucho, en caso de algún problema, y ya nos despedimos.
Dueños ya de un inmueble que nos vimos, decidimos, obviamente, ir a visitarlo, que para eso teníamos las llaves.
Abrimos el buzón, lleno de la publicidad que nadie había retirado en las últimas semanas; abrimos la puerta, vimos nuevamente la casa, ya no como visitantes, sino como propietarios, e intentamos abrir la puerta del garaje.
- ¿Dónde está la llave del garaje?
- No sé. Aquí sólo están la de la puerta y la del buzón.
- Qué raro. Igual se la han dejado en la cocina, o la han puesto colgada de algún sitio.
Una somera búsqueda nos confirmó en el hecho de que allí no había más llaves. Sin embargo, la puerta del garaje tenía una cerradura.
- Bah, se les habrá olvidado pasárnosla. Luego llamaremos a la dueña.
Paseamos por la casa a nuestras anchas, pensando qué hacer y qué tabiques tirar, y ya nos volvimos a nuestra vivienda provisional. Obviamente, llamé a la dueña,... bueno, a la ex-dueña.
- Holaaaa... - son muy melosos cuando quieren.
- Sí, verá, es que hemos intentado abrir la puerta del garaje, pero resulta que no he sabido cómo hacerlo ¿Quizá se les ha olvidado pasarnos la llave?
- Ya. Es que no hay llave.
- ¿No hay llave?
- No. Hay una cerradura, pero no hay llave. Se abre por dentro, entrando por detrás y levantando el pestillo.
- Ah. Ya.
- Buen fin de semana. Y, ya sabe, si tiene alguna pregunta...
- Estoo... igualmente.
Uno pensaba que un arquitecto tendría la casa en regla e impecable, pero parece que hay arquitectos y arquitectos. Y a nosotros nos ha tocado el tipo de arquitecto que no se molesta en arreglar la instalación eléctrica y que pierde las llaves de sus cerraduras.
Y eso no es todo. Pero, claro, entonces aún no lo sabíamos. Nos enteraríamos cuando diéramos el siguiente paso en nuestra integración en el barrio: presentarnos a los vecinos.
Eso sí, será en otro momento, que ahora se hace tarde.
La verdad es que, por nosotros, en un mes estábamos listos, pero el resto de las partes intervinientes eran belgas. Uno pensaría que al vendedor, cerrado el acuerdo, le interesaría tener cuanto antes unos cuantos cientos de miles de euros en su cuenta dando intereses, pero parece que no. Con tal de poder ir a su ritmo, lo que sea.
Sea como fuere, a los cuatro meses, los compradores entramos en la notaría, donde ya estaban los vendedores. Luego llegó nuestro notario, un señor muy simpático (los belgas suelen ser simpáticos, aunque hay quien diga que los flamencos son lo peor), que no paraba de hacer chistecitos. Yo los pillaba a duras penas, y no sé si todos, pero Alfina tiene que mejorar algo su oído de entender francés, y se las veía y deseaba para seguir el hilo.
Luego llegó el notario de los vendedores, y ya se pusieron a hablar los dos notarios, que sí entendían los chistecitos, y a ellos se les unió el vendedor, que era arquitecto y, como profesional liberal, tenía sus cositas en común. Total, que aquello se convirtió en una sucesión de agudezas, chistecillos y sobreentendidos realmente complicadilla para un guiri, y no digamos si el guiri se estaba dejando la totalidad de sus ahorros en la operación y tenía, por tanto, menos motivos para reírse.
Básicamente, sin embargo, se hace lo mismo que en España: leer la escritura, con la salvedad de que las escrituras en Bélgica son kilométricas y hacen referencia a reglamentos oscuros, que ni un ingeniero los entendería. Además, se transmiten las llaves, cosa sencilla, y los formularios de transferencia de los contadores de la luz, gas y agua, así como un archivo con la descripción de las obras realizadas en la casa... que incluía un informe negativo de la última revisión eléctrica, y una obligación de reparar la instalación. Hombre, ya sabíamos que íbamos a hacer reforma, pero no hubiera estado mal saber antes de llegar al notario lo del informe negativo de la revisión eléctrica. Antes de discutir el precio, por ejemplo.
Con la cabeza de los compradores como un bombo, y después de firmar y rubricar pliegos sin cuento, nos dimos la mano todos los comparecientes, nuestro notario dijo que el dinero estaba en su cuenta, y que se lo transferiría a la de los compradores inmediatamente, y a nosotros nos dijo que nos enviaría la liquidación a casa, con la escritura definitiva, en un par de meses más. Los vendedores, muy ufanos, se nos ofrecieron mucho, en caso de algún problema, y ya nos despedimos.
Dueños ya de un inmueble que nos vimos, decidimos, obviamente, ir a visitarlo, que para eso teníamos las llaves.
Abrimos el buzón, lleno de la publicidad que nadie había retirado en las últimas semanas; abrimos la puerta, vimos nuevamente la casa, ya no como visitantes, sino como propietarios, e intentamos abrir la puerta del garaje.
- ¿Dónde está la llave del garaje?
- No sé. Aquí sólo están la de la puerta y la del buzón.
- Qué raro. Igual se la han dejado en la cocina, o la han puesto colgada de algún sitio.
Una somera búsqueda nos confirmó en el hecho de que allí no había más llaves. Sin embargo, la puerta del garaje tenía una cerradura.
- Bah, se les habrá olvidado pasárnosla. Luego llamaremos a la dueña.
Paseamos por la casa a nuestras anchas, pensando qué hacer y qué tabiques tirar, y ya nos volvimos a nuestra vivienda provisional. Obviamente, llamé a la dueña,... bueno, a la ex-dueña.
- Holaaaa... - son muy melosos cuando quieren.
- Sí, verá, es que hemos intentado abrir la puerta del garaje, pero resulta que no he sabido cómo hacerlo ¿Quizá se les ha olvidado pasarnos la llave?
- Ya. Es que no hay llave.
- ¿No hay llave?
- No. Hay una cerradura, pero no hay llave. Se abre por dentro, entrando por detrás y levantando el pestillo.
- Ah. Ya.
- Buen fin de semana. Y, ya sabe, si tiene alguna pregunta...
- Estoo... igualmente.
Uno pensaba que un arquitecto tendría la casa en regla e impecable, pero parece que hay arquitectos y arquitectos. Y a nosotros nos ha tocado el tipo de arquitecto que no se molesta en arreglar la instalación eléctrica y que pierde las llaves de sus cerraduras.
Y eso no es todo. Pero, claro, entonces aún no lo sabíamos. Nos enteraríamos cuando diéramos el siguiente paso en nuestra integración en el barrio: presentarnos a los vecinos.
Eso sí, será en otro momento, que ahora se hace tarde.
jueves, 9 de julio de 2015
Cómo ser propietario en Bruselas. Notarios.
Sí, en plural. O sea, más de uno. El vendedor tiene el suyo, y el comprador también tiene el suyo (al nuestro nos lo recomendó una compañera) ¿Y no bastaría con uno, como en España? Técnicamente sí, pero iba a cobrar el doble, así que se recomienda que cada parte lleve el suyo. La función, eso sí, es la misma que en España: hacer las comprobaciones en el Registro de la Propiedad y redactar los contratos. Y qué contratos, tú.
Si una escritura de compraventa en España se arregla con cuatro folios de papel sellado y las referencias obligadas al Código Civil y la Ley Hipotecaria, y ya nos parece exagerado, lo de Bélgica es directamente impresionante. De momento, empecemos por la señal.
En Bélgica, la señal es el 10% del precio final, y ahí está el notario para asegurarse. Si en España se resuelve con un apretón de manos, en Bélgica hay que ir a una de las dos notarías, firmar un documento bastante completo y, ojo, hay que haber transferido a la cuenta del notario de uno ese 10%. Los vendedores no verán el dinero hasta la venta final, pero tienen la seguridad de que está en la cuenta del notario, no en la de los vendedores. Además, se fija la fecha de la compraventa definitiva, que son cuatro meses, cuatro, desde el momento de la señal.
En esos cuatro meses, el vendedor debe dedicarse a vaciar el inmueble y dejarlo mondo y lirondo. El comprador debe dedicarse a conseguir el dinero y transferirlo justo antes de esos cuatro meses... a la cuenta de su notario. En España, el notario tiene la deferencia de dejar a las partes un rato solos en el despacho, para que se conozcan, charlen, se intercambien regalitos... aquí no hay regalitos que intercambiarse. Todo regalito pasa por la cuenta del notario.
Si el contrato de arras ya era tremendo, el de compraventa no sólo no le va a la zaga, sino que supera en complejidad hasta a las 36 páginas de condiciones generales de Microsoft, o de Appel. Los belgas tienen una legislación de inmuebles complejísima, con disposiciones sobre suelos, destinos posibles del inmueble, expedientes de obras, cabidas y la madre que los parió, además de las típicas menciones a derechos reales que no sorprenden a nadie y todo tipo de cláusulas porsiaca. La pera limonera. La poire citronière. Total: veintipico páginas de francés jurídico que toca descifrar y traducir de viva voz a Alfina, que, si ya en francés tiene cierto margen de mejora, en francés jurídico mejor me callo. Al acabar de interpretar, más que traducir, el texto, yo ya no tenía ni voz, y la cabeza me daba vueltas.
Luego está el asunto del precio. El precio está claro, pero, como en España, hay algo más: el equivalente al impuesto sobre transmisiones patrimoniales, que en Bruselas es el 12,5% del valor del bien. Entre eso, y lo que se llevan notario y registrador, la cosa se acerca peligrosamente al 15%. Y me niego a hablar sobre los bancos, cosa que dejo para otra entrada. En España, incluso con las últimas subidas impositivas (qué tiempos aquéllos del ITP al 6,5%...), es difícil superar el 12%. Y eso que allí suele haber... regalitos, que obviamente no tributan porque son liberalidades entre las partes, movidas por su buena educación.
Transferido que se hubo el pastizal a la cuenta del notario, ya sólo queda esperar e ir arrancando hojas del calendario, mientras uno va pensando en cositas como obras, mudanzas, y hace números y más números tratando de discernir si, con la menguada liquidez que le ha quedado, podrá afrontar los gastos que están por venir.
Así que llega el gran día, tras cuatro meses de espera, y nos reunimos en el despacho de nuestro notario, en presencia, también, del notario de los vendedores.
Un momento importante, que, claro, requiere de entrada propia, porque hoy se ha hecho tarde.
Si una escritura de compraventa en España se arregla con cuatro folios de papel sellado y las referencias obligadas al Código Civil y la Ley Hipotecaria, y ya nos parece exagerado, lo de Bélgica es directamente impresionante. De momento, empecemos por la señal.
En Bélgica, la señal es el 10% del precio final, y ahí está el notario para asegurarse. Si en España se resuelve con un apretón de manos, en Bélgica hay que ir a una de las dos notarías, firmar un documento bastante completo y, ojo, hay que haber transferido a la cuenta del notario de uno ese 10%. Los vendedores no verán el dinero hasta la venta final, pero tienen la seguridad de que está en la cuenta del notario, no en la de los vendedores. Además, se fija la fecha de la compraventa definitiva, que son cuatro meses, cuatro, desde el momento de la señal.
En esos cuatro meses, el vendedor debe dedicarse a vaciar el inmueble y dejarlo mondo y lirondo. El comprador debe dedicarse a conseguir el dinero y transferirlo justo antes de esos cuatro meses... a la cuenta de su notario. En España, el notario tiene la deferencia de dejar a las partes un rato solos en el despacho, para que se conozcan, charlen, se intercambien regalitos... aquí no hay regalitos que intercambiarse. Todo regalito pasa por la cuenta del notario.
Si el contrato de arras ya era tremendo, el de compraventa no sólo no le va a la zaga, sino que supera en complejidad hasta a las 36 páginas de condiciones generales de Microsoft, o de Appel. Los belgas tienen una legislación de inmuebles complejísima, con disposiciones sobre suelos, destinos posibles del inmueble, expedientes de obras, cabidas y la madre que los parió, además de las típicas menciones a derechos reales que no sorprenden a nadie y todo tipo de cláusulas porsiaca. La pera limonera. La poire citronière. Total: veintipico páginas de francés jurídico que toca descifrar y traducir de viva voz a Alfina, que, si ya en francés tiene cierto margen de mejora, en francés jurídico mejor me callo. Al acabar de interpretar, más que traducir, el texto, yo ya no tenía ni voz, y la cabeza me daba vueltas.
Luego está el asunto del precio. El precio está claro, pero, como en España, hay algo más: el equivalente al impuesto sobre transmisiones patrimoniales, que en Bruselas es el 12,5% del valor del bien. Entre eso, y lo que se llevan notario y registrador, la cosa se acerca peligrosamente al 15%. Y me niego a hablar sobre los bancos, cosa que dejo para otra entrada. En España, incluso con las últimas subidas impositivas (qué tiempos aquéllos del ITP al 6,5%...), es difícil superar el 12%. Y eso que allí suele haber... regalitos, que obviamente no tributan porque son liberalidades entre las partes, movidas por su buena educación.
Transferido que se hubo el pastizal a la cuenta del notario, ya sólo queda esperar e ir arrancando hojas del calendario, mientras uno va pensando en cositas como obras, mudanzas, y hace números y más números tratando de discernir si, con la menguada liquidez que le ha quedado, podrá afrontar los gastos que están por venir.
Así que llega el gran día, tras cuatro meses de espera, y nos reunimos en el despacho de nuestro notario, en presencia, también, del notario de los vendedores.
Un momento importante, que, claro, requiere de entrada propia, porque hoy se ha hecho tarde.
martes, 7 de julio de 2015
Cómo ser propietario en Bruselas. La busca.
Comprar una vivienda en Bruselas es una experiencia única. Vale, ya hemos hecho la experiencia de comprar un piso en España, y uno espera que, puesto que estamos en Europa y esas cosas, y tanto el sistema belga de obligaciones y contratos como el español son hijos del francés, no debería haber muchas diferencias.
Las hay, las hay.
No todo son diferencias, claro. Hay un comprador, o más de uno, y hay un vendedor, o más de uno. En este caso, se trata de sendos matrimonios.
Cuando el matrimonio vendedor, que es una pareja de sesentones jubilados, decide que están hartos de la casa donde han pasado toda su vida, que sus hijos no quieren saber nada de ella, y que mejor se mudan fuera de la ciudad, pueden poner un anuncio en el sitio que miran todos los que están activos en el sector inmobiliario belga (immoweb.be, se llama la página), y decir que no quieren saber nada de ninguna agencia, o contratar una agencia inmobiliaria. Si la contratan, ya saben que entre un 3% y un 5% de lo que saquen no lo van a ver.
En España, la agencia inmobiliaria, según mi experiencia, también intenta (y consigue) crujir al comprador, o eso hacía en los tiempos pre-burbuja, cuando compré el piso en Valencia. Quizá ahora, en estos años de vacas flacas, hayan moderado su apetito. En Bélgica, el comprador paga un montón de gabelas y se deja la pasta por ni sé los sitios, ya lo veremos, pero a la agencia no le paga un euro: ésa sólo cobra del vendedor, lo cual ciertamente tiene su lógica, porque es él quien le ha contratado.
La agencia, una vez contratada, hace unas cuantas fotos de la vivienda, la describe en los mejores términos posibles, para atraer cuantos más incautos mejor, y acto seguido pone su anuncio en Immoweb, no faltaba más, fijando un precio probablemente un 10% o un 15% más elevado de lo que el vendedor está dispuesto a aceptar. Además, pone las fotos en su propia página web, imprime unas cuantas copias y las pega en las vitrinas de sus oficinas, sin escatimar en signos de admiración.
Ahora que ya tenemos vendedor, agencia y fotos, vamos a pasar al comprador. En este caso, Alfina y yo, matrimonio en régimen de gananciales. El comprador, que ya lleva tiempo echando un ojo a Immoweb, probablemente está más que harto del ejercicio y tiene muchas ganas de que sus visitas cotidianas a la página terminen cuanto antes. Advierte el anuncio que ha metido la agencia, envía un correo y concierta una visita. Es importante reseñar que los agentes inmobiliarios trabajan en sábado, lo cual es notable en un país, como Bélgica, en que los horarios de oficina son los que son y, si a alguien no le gusta, ya sabe dónde está la frontera.
La visita tiene lugar. Aparentemente, la vivienda es habitable, tiene todo lo que hay que tener, no parece haber mucho gato encerrado, pero los cuartos de baño son típicamente belgas, no españoles. Me explico: a los belgas les gustan los cuartos de baño enormes, mientras que los españoles preferimos dedicarles el menor espacio posible, lo justo para lavarse, ducharse y hacer las necesidades. Los belgas, a veces, parece que lo quieran usar, yo qué sé, de gimnasio. Así que toca reforma.
Sin embargo, la casa mola. Mola mucho más que cualquiera de las anteriores casas vistas a lo largo de los últimos meses, y en donde siempre ha habido defectos: no tenía garaje, le faltaba una habitación, el sótano parecía la vivienda de un tipo con síndrome de Diógenes, había humedades como para entrar en los sitios con paraguas, o el precio era como pensar que había un tesoro escondido, y que entraba en el trato.
Así que los compradores reflexionamos, hacemos números, hay una segunda visita con profesional incluido, por si acaso y, finalmente, hacemos una oferta. Una oferta que es un 10% menos del precio que aparecía en el anuncio.
La oferta es rechazada. Una pequeña subida es igualmente rechazada.
Como, tras hacer números, resulta que la oferta está peligrosamente dentro del límite de lo que los compradores nos podemos permitir, reforma incluida, no hay nuevos movimientos, y la vida sigue igual.
Pero no del todo. Porque, pasan tres semanas, y parece que, por una parte, los vendedores no han recibido más ofertas; por otra, ellos mismos parecen haber encontrado algo y, claro, como que el dinero fresco viene bien en esta tesitura. Así que, a las tres semanas, los compradores nos encontramos con la sorpresa de que sí, que parece que la oferta queda aceptada. Albricias y pan de Madagascar.
En España, llegado a este punto, se paga una señal por mediación de la agencia, y cuando los compradores han arreglado el pequeño detalle de cómo pagar, se queda en una notaría, se firman los papeles, se intercambian cheques bancarios y llaves del pisito, y ya tenemos compraventa.
Bélgica, cómo no, prefiere alambicar el proceso todo lo posible. De momento, la agencia ha terminado su función, y sólo le falta poner la mano. Ya no vamos a volver a encontrarlos. Aparecen, en cambio, otros personajes de importancia capital: los notarios.
Sí, más de uno. Pero eso es materia de otra entrada.
Las hay, las hay.
No todo son diferencias, claro. Hay un comprador, o más de uno, y hay un vendedor, o más de uno. En este caso, se trata de sendos matrimonios.
Cuando el matrimonio vendedor, que es una pareja de sesentones jubilados, decide que están hartos de la casa donde han pasado toda su vida, que sus hijos no quieren saber nada de ella, y que mejor se mudan fuera de la ciudad, pueden poner un anuncio en el sitio que miran todos los que están activos en el sector inmobiliario belga (immoweb.be, se llama la página), y decir que no quieren saber nada de ninguna agencia, o contratar una agencia inmobiliaria. Si la contratan, ya saben que entre un 3% y un 5% de lo que saquen no lo van a ver.
En España, la agencia inmobiliaria, según mi experiencia, también intenta (y consigue) crujir al comprador, o eso hacía en los tiempos pre-burbuja, cuando compré el piso en Valencia. Quizá ahora, en estos años de vacas flacas, hayan moderado su apetito. En Bélgica, el comprador paga un montón de gabelas y se deja la pasta por ni sé los sitios, ya lo veremos, pero a la agencia no le paga un euro: ésa sólo cobra del vendedor, lo cual ciertamente tiene su lógica, porque es él quien le ha contratado.
La agencia, una vez contratada, hace unas cuantas fotos de la vivienda, la describe en los mejores términos posibles, para atraer cuantos más incautos mejor, y acto seguido pone su anuncio en Immoweb, no faltaba más, fijando un precio probablemente un 10% o un 15% más elevado de lo que el vendedor está dispuesto a aceptar. Además, pone las fotos en su propia página web, imprime unas cuantas copias y las pega en las vitrinas de sus oficinas, sin escatimar en signos de admiración.
Ahora que ya tenemos vendedor, agencia y fotos, vamos a pasar al comprador. En este caso, Alfina y yo, matrimonio en régimen de gananciales. El comprador, que ya lleva tiempo echando un ojo a Immoweb, probablemente está más que harto del ejercicio y tiene muchas ganas de que sus visitas cotidianas a la página terminen cuanto antes. Advierte el anuncio que ha metido la agencia, envía un correo y concierta una visita. Es importante reseñar que los agentes inmobiliarios trabajan en sábado, lo cual es notable en un país, como Bélgica, en que los horarios de oficina son los que son y, si a alguien no le gusta, ya sabe dónde está la frontera.
La visita tiene lugar. Aparentemente, la vivienda es habitable, tiene todo lo que hay que tener, no parece haber mucho gato encerrado, pero los cuartos de baño son típicamente belgas, no españoles. Me explico: a los belgas les gustan los cuartos de baño enormes, mientras que los españoles preferimos dedicarles el menor espacio posible, lo justo para lavarse, ducharse y hacer las necesidades. Los belgas, a veces, parece que lo quieran usar, yo qué sé, de gimnasio. Así que toca reforma.
Sin embargo, la casa mola. Mola mucho más que cualquiera de las anteriores casas vistas a lo largo de los últimos meses, y en donde siempre ha habido defectos: no tenía garaje, le faltaba una habitación, el sótano parecía la vivienda de un tipo con síndrome de Diógenes, había humedades como para entrar en los sitios con paraguas, o el precio era como pensar que había un tesoro escondido, y que entraba en el trato.
Así que los compradores reflexionamos, hacemos números, hay una segunda visita con profesional incluido, por si acaso y, finalmente, hacemos una oferta. Una oferta que es un 10% menos del precio que aparecía en el anuncio.
La oferta es rechazada. Una pequeña subida es igualmente rechazada.
Como, tras hacer números, resulta que la oferta está peligrosamente dentro del límite de lo que los compradores nos podemos permitir, reforma incluida, no hay nuevos movimientos, y la vida sigue igual.
Pero no del todo. Porque, pasan tres semanas, y parece que, por una parte, los vendedores no han recibido más ofertas; por otra, ellos mismos parecen haber encontrado algo y, claro, como que el dinero fresco viene bien en esta tesitura. Así que, a las tres semanas, los compradores nos encontramos con la sorpresa de que sí, que parece que la oferta queda aceptada. Albricias y pan de Madagascar.
En España, llegado a este punto, se paga una señal por mediación de la agencia, y cuando los compradores han arreglado el pequeño detalle de cómo pagar, se queda en una notaría, se firman los papeles, se intercambian cheques bancarios y llaves del pisito, y ya tenemos compraventa.
Bélgica, cómo no, prefiere alambicar el proceso todo lo posible. De momento, la agencia ha terminado su función, y sólo le falta poner la mano. Ya no vamos a volver a encontrarlos. Aparecen, en cambio, otros personajes de importancia capital: los notarios.
Sí, más de uno. Pero eso es materia de otra entrada.
domingo, 28 de junio de 2015
El colapso belga
La página de Internet 'rorate caeli' es una de las fuentes de información y opinión más apreciables para un católico, y mucho más si el católico, como es mi caso, es tradicionalista hasta las cachas y no va a misa en latín porque ese fenómeno no abunda por los parajes en los que resido.
Una etiqueta específica de 'rorate caeli' está dedicada a Bélgica, y no sin razón. Bélgica es un caso especialmente terrorífico de caída en barrena del catolicismo, hasta extremos de apostasía generalizada. Y, lógicamente, cuando este fenómeno se observa desde cualquier otro sitio, todo católico preocupado por su fe no puede menos que preguntarse qué rábanos ha pasado aquí para llegar a esta situación, amén de recordar ese refrán tan español sobre las barbas del vecino.
'Rorate coeli' titula su etiqueta 'El colapso belga', y lo hace con mucho tino. Bélgica era una nación creada católica, retenida católica, y que siguió siéndolo hasta un momento no bien definido de hace unas cuantas décadas. Hoy Bélgica no es católica y, muy probablemente, tampoco es una nación. Lo segundo, aunque algo de relación podríamos encontrarle, no es materia de esta entrada. Lo primero sí.
Bélgica nació como un experimento. En 1830, fecha que siguen conmemorando, porque probablemente es la única guerra que han ganado ellos solos y de cuyo resultado se pueden sentir orgullosos, el Reino Unido que mantenían con los Países Bajos se dividió, y se dividió por una cuestión religiosa... y un poquito económica también. Desde las guerras de religión de la primera Edad Moderna, la actual Bélgica se conservó católica (y algo tuvimos los españoles que ver en eso), mientras que el norte de los Países Bajos, más allá del límite al que llegaron los tercios, se hizo protestante, y eso incluía a la familia real. Los futuros belgas, además, preferían hablar francés, y un francófono, bien sabido es, tiene una tendencia muy marcada a no hablar más lengua que la suya, como si ésta le ocupase todo el cerebro. Por si fuera poco, los belgas, sobre todo los valones, se dedicaban a la industria pesada y a la minería, y la política económica del Rey de los Países Bajos, mucho más sesgada hacia la agricultura y el comercio, como que no les convenía.
Bélgica, pues, ha intentado conjugar la fe católica, que profesaban en aquel tiempo prácticamente todos sus habitantes, y la ideología liberal proveniente de la época de su nacimiento, en la primera mitad del siglo XIX. De hecho, Bélgica y Francia fueron los primeros lugares donde la Restauración tuvo que dar su brazo a torcer: el ciclo de revoluciones liberales de 1820 lo había conjurado bien, y así las revoluciones de España y Nápoles de aquel año terminaron por fracasar. En 1830, las potencias de la Santa Alianza ya no estaban en condiciones de apagar tantos fuegos, y consintieron con la revolución de febrero, en Francia, que sustituyó a Carlos X por un monarca liberalillo, Luis Felipe, de una rama segundona de los Borbones, y con la que sucedió un par de meses más tarde en Bélgica.
En Francia, la Iglesia Católica lo tuvo bastante claro y se opuso a la revolución con más o menos fuerza. En Bélgica, en cambio, hubo un interesante movimiento tendente a compatibilizar liberalismo y religión. En aquellos tiempos del siglo XIX, y de forma parecida a lo que sucedería en la España de la Restauración y del turno, había un partido conservador, más favorable a la religión, y un partido liberal, trufado de masonería y, obviamente, anticlerical de libro, pero que tampoco gritaba demasiado su condición. Fenómenos como el congreso de Malinas, en 1863, en donde se dio más o menos abiertamente carta de naturaleza al liberalismo católico, sólo podían tener lugar en Bélgica, un país que, para recordar un régimen que no fuera liberal, debía remontarse al emperador José II, que, por otra parte, fue uno de los personajes más anticlericales de su siglo.
Que el equilibrio era delicado lo demuestra lo que ha terminado por suceder. Bélgica, y su fracaso como país, es también el fracaso del intento de ciertos católicos de hacerse liberales y seguir siendo católicos. Al final, va a resultar que soplar y sorber, no puede ser.
Es costumbre echar la culpa del desaguisado al cardenal Daneels. Incluso esta misma bitácora ha pasado por ahí, pero voy a dejar de insistir en ello. El cardenal Daneels es solamente uno más de entre los clérigos que debieron pensar en que una aplicación del Vaticano II complaciente a los tiempos modernos era lo conveniente. Tales clérigos los ha habido en cualquier sitio, y muy especialmente en Centroeuropa. El mundo les aplaude y les respalda frente a la clericalla inmovilista, y ellos deben sentirse muy ufanos y celosos de haber puesto al día la desfasada enseñanza católica. Pero el resultado es que han vaciado las iglesias, mientras que la clericalla inmovilista las mantiene en bastante buen estado.
Se calcula que, en Bélgica, aproximadamente el 3% de la población asiste a misa con regularidad. El 3%. Lo increíble es que el alto clero belga parece empeñado en deshacerse, también, de ese 3%. No de otra forma se pueden entender actitudes como la del obispo de Amberes, monseñor Bonny, y sus manifestaciones a favor de todo tipo de uniones diferentes al matrimonio de toda la vida ¿Este señor ha leído bien el Génesis, o se nos ha hecho directamente marcionista? En cualquier caso, el hecho de que no le pongan inmediatamente en su sitio, cosa que no ha sucedido, da a entender que en otoño vamos a tener un Sínodo animadito, y que la iglesia belga no tiene la menor intención de pararse y considerar que igual, tomando otro camino, esquiva el precipicio.
Con el 3% de feligresía, la Iglesia Católica en Bélgica se asemeja a una gran cáscara vacía, con una imponente apariencia exterior, compuesta por templos impresionantes, y nada, o muy poquito, en su interior. Por poner un ejemplo que me es muy próximo, la Iglesia Católica en Rusia, que de liberal no tiene ni un poquito ni falta que le hace, tiene muy poca cáscara, pero el interior es riquísimo y rebosa por todos las costuras.
Lo curioso del caso es que este fenómeno del colapso belga debería poner sobre aviso a otras conferencias episcopales, como, sin ir más lejos, la española. Lamentablemente, no parece que sea así, como fácilmente podrá comprobar cualquiera que conecte los medios de comunicación de los que es titular la Conferencia Episcopal Española y se da cuenta de que, a saber a cambio de qué, no hacen más que propaganda del partido liberal que, todavía hoy, ostenta la jefatura del gobierno de España. Así, mal vamos.
Yo entiendo que, después de varios siglos de paz religiosa en Europa, la vocación de martirio la tenemos todos un poco embotada. Pero no nos toca a nosotros decidir ni el lugar ni el tiempo en el que nos ha sido dado vivir, y a nosotros nos ha correspondido la Europa del siglo XXI. Aún deberemos dar gracias porque, al menos de momento, nuestro martirio no va a ser en forma de torturas y decapitación, como nuestros hermanos de Siria e Irak, sino de discriminación, burlas e insultos, como tuvo que vivir Nuestro Señor antes de pasar a mayores.
Ésta no va a ser la última entrada sobre el colapso belga, pero a partir de ahora me voy a centrar menos en lo que yo creo que es la causa de ese colapso, que eso ya me parece que queda claro con las líneas que van arriba, y más en las manifestaciones prácticas del mismo. Que las hay, las hay, ya lo creo que las hay.
En cualquier caso, probablemente estoy en un error, porque monseñor Bonny y monseñor Daneels son belgas a más no poder y, como es bien sabido, los belgas nunca se equivocan.
Una etiqueta específica de 'rorate caeli' está dedicada a Bélgica, y no sin razón. Bélgica es un caso especialmente terrorífico de caída en barrena del catolicismo, hasta extremos de apostasía generalizada. Y, lógicamente, cuando este fenómeno se observa desde cualquier otro sitio, todo católico preocupado por su fe no puede menos que preguntarse qué rábanos ha pasado aquí para llegar a esta situación, amén de recordar ese refrán tan español sobre las barbas del vecino.
'Rorate coeli' titula su etiqueta 'El colapso belga', y lo hace con mucho tino. Bélgica era una nación creada católica, retenida católica, y que siguió siéndolo hasta un momento no bien definido de hace unas cuantas décadas. Hoy Bélgica no es católica y, muy probablemente, tampoco es una nación. Lo segundo, aunque algo de relación podríamos encontrarle, no es materia de esta entrada. Lo primero sí.
Bélgica nació como un experimento. En 1830, fecha que siguen conmemorando, porque probablemente es la única guerra que han ganado ellos solos y de cuyo resultado se pueden sentir orgullosos, el Reino Unido que mantenían con los Países Bajos se dividió, y se dividió por una cuestión religiosa... y un poquito económica también. Desde las guerras de religión de la primera Edad Moderna, la actual Bélgica se conservó católica (y algo tuvimos los españoles que ver en eso), mientras que el norte de los Países Bajos, más allá del límite al que llegaron los tercios, se hizo protestante, y eso incluía a la familia real. Los futuros belgas, además, preferían hablar francés, y un francófono, bien sabido es, tiene una tendencia muy marcada a no hablar más lengua que la suya, como si ésta le ocupase todo el cerebro. Por si fuera poco, los belgas, sobre todo los valones, se dedicaban a la industria pesada y a la minería, y la política económica del Rey de los Países Bajos, mucho más sesgada hacia la agricultura y el comercio, como que no les convenía.
Bélgica, pues, ha intentado conjugar la fe católica, que profesaban en aquel tiempo prácticamente todos sus habitantes, y la ideología liberal proveniente de la época de su nacimiento, en la primera mitad del siglo XIX. De hecho, Bélgica y Francia fueron los primeros lugares donde la Restauración tuvo que dar su brazo a torcer: el ciclo de revoluciones liberales de 1820 lo había conjurado bien, y así las revoluciones de España y Nápoles de aquel año terminaron por fracasar. En 1830, las potencias de la Santa Alianza ya no estaban en condiciones de apagar tantos fuegos, y consintieron con la revolución de febrero, en Francia, que sustituyó a Carlos X por un monarca liberalillo, Luis Felipe, de una rama segundona de los Borbones, y con la que sucedió un par de meses más tarde en Bélgica.
En Francia, la Iglesia Católica lo tuvo bastante claro y se opuso a la revolución con más o menos fuerza. En Bélgica, en cambio, hubo un interesante movimiento tendente a compatibilizar liberalismo y religión. En aquellos tiempos del siglo XIX, y de forma parecida a lo que sucedería en la España de la Restauración y del turno, había un partido conservador, más favorable a la religión, y un partido liberal, trufado de masonería y, obviamente, anticlerical de libro, pero que tampoco gritaba demasiado su condición. Fenómenos como el congreso de Malinas, en 1863, en donde se dio más o menos abiertamente carta de naturaleza al liberalismo católico, sólo podían tener lugar en Bélgica, un país que, para recordar un régimen que no fuera liberal, debía remontarse al emperador José II, que, por otra parte, fue uno de los personajes más anticlericales de su siglo.
Que el equilibrio era delicado lo demuestra lo que ha terminado por suceder. Bélgica, y su fracaso como país, es también el fracaso del intento de ciertos católicos de hacerse liberales y seguir siendo católicos. Al final, va a resultar que soplar y sorber, no puede ser.
Es costumbre echar la culpa del desaguisado al cardenal Daneels. Incluso esta misma bitácora ha pasado por ahí, pero voy a dejar de insistir en ello. El cardenal Daneels es solamente uno más de entre los clérigos que debieron pensar en que una aplicación del Vaticano II complaciente a los tiempos modernos era lo conveniente. Tales clérigos los ha habido en cualquier sitio, y muy especialmente en Centroeuropa. El mundo les aplaude y les respalda frente a la clericalla inmovilista, y ellos deben sentirse muy ufanos y celosos de haber puesto al día la desfasada enseñanza católica. Pero el resultado es que han vaciado las iglesias, mientras que la clericalla inmovilista las mantiene en bastante buen estado.
Se calcula que, en Bélgica, aproximadamente el 3% de la población asiste a misa con regularidad. El 3%. Lo increíble es que el alto clero belga parece empeñado en deshacerse, también, de ese 3%. No de otra forma se pueden entender actitudes como la del obispo de Amberes, monseñor Bonny, y sus manifestaciones a favor de todo tipo de uniones diferentes al matrimonio de toda la vida ¿Este señor ha leído bien el Génesis, o se nos ha hecho directamente marcionista? En cualquier caso, el hecho de que no le pongan inmediatamente en su sitio, cosa que no ha sucedido, da a entender que en otoño vamos a tener un Sínodo animadito, y que la iglesia belga no tiene la menor intención de pararse y considerar que igual, tomando otro camino, esquiva el precipicio.
Con el 3% de feligresía, la Iglesia Católica en Bélgica se asemeja a una gran cáscara vacía, con una imponente apariencia exterior, compuesta por templos impresionantes, y nada, o muy poquito, en su interior. Por poner un ejemplo que me es muy próximo, la Iglesia Católica en Rusia, que de liberal no tiene ni un poquito ni falta que le hace, tiene muy poca cáscara, pero el interior es riquísimo y rebosa por todos las costuras.
Lo curioso del caso es que este fenómeno del colapso belga debería poner sobre aviso a otras conferencias episcopales, como, sin ir más lejos, la española. Lamentablemente, no parece que sea así, como fácilmente podrá comprobar cualquiera que conecte los medios de comunicación de los que es titular la Conferencia Episcopal Española y se da cuenta de que, a saber a cambio de qué, no hacen más que propaganda del partido liberal que, todavía hoy, ostenta la jefatura del gobierno de España. Así, mal vamos.
Yo entiendo que, después de varios siglos de paz religiosa en Europa, la vocación de martirio la tenemos todos un poco embotada. Pero no nos toca a nosotros decidir ni el lugar ni el tiempo en el que nos ha sido dado vivir, y a nosotros nos ha correspondido la Europa del siglo XXI. Aún deberemos dar gracias porque, al menos de momento, nuestro martirio no va a ser en forma de torturas y decapitación, como nuestros hermanos de Siria e Irak, sino de discriminación, burlas e insultos, como tuvo que vivir Nuestro Señor antes de pasar a mayores.
Ésta no va a ser la última entrada sobre el colapso belga, pero a partir de ahora me voy a centrar menos en lo que yo creo que es la causa de ese colapso, que eso ya me parece que queda claro con las líneas que van arriba, y más en las manifestaciones prácticas del mismo. Que las hay, las hay, ya lo creo que las hay.
En cualquier caso, probablemente estoy en un error, porque monseñor Bonny y monseñor Daneels son belgas a más no poder y, como es bien sabido, los belgas nunca se equivocan.
jueves, 25 de junio de 2015
Acoso
El otro día, me llamó el padre de un compañero de colegio de Ame, con el que coincide solamente en el autobús, y me dijo que Ame, junto con otro compañero, le hacían la vida imposible a su hijo. La cosa no pasó a mayores, porque hablé con Ame y le dejé claro que a ese niño no tenía ni que acercársele. Indagando un poco más, parece que hay testigos que aseguran que el niño, que es nuevo en la ciudad y, obviamente, en el colegio, tampoco es un ser angelical, sino una persona de natural inquieto que, confinado en el autobús, puede dar él también bastante la tabarra, aunque eso no justifica el recurso al insulto que parece que era la vida imposible a la que Ame y su compinche sometían al chaval. Normalmente no volverá a suceder y, en este improbable caso, he dado todas las garantías al padre del ofendido de que no tiene más que hacérmelo saber para que tome las medidas oportunas.
Hoy, incluso existe una palabra técnica para estos fenómenos. 'Bullying' o, en castellano, acoso escolar. Se realizan campañas para su prevención y su erradicación y, en suma, está muy mal visto.
No está de más echar un vistazo atrás, porque hasta hace poco no era así.
Cuando cambié de colegio, diez añitos tendría, yo era un chiquillo físicamente muy enclenque, alto y larguirucho, que no sabía nadar ni ir en bicicleta y, lo que es peor en un medio como el que me encontraba, jugaba fatal al fútbol. Lo único bueno que tenía era mi rendimiento escolar, que había sido bastante bueno, pero que cayó en picado con el cambio de colegio. Sin poner en peligro cosas como pasar de curso, sí que pasó a estar en la media de la clase, y supongo que eso me debió crear bastante pesar, porque yo venía de sacar notas bastante mejores en mi colegio anterior.
Todo junto, inseguridad académica y mediocridad física, me hacían acreedor del puesto de víctima ideal de acoso, hablando en términos actuales. Sólo faltaba el acosador y, como la función crea el órgano, no tardó en aparecer.
Villalobos, si Dios quiere, será hoy un ciudadano ejemplar, que pagará sus impuestos de mala gana, pero los pagará, que trabajará de chupatintas en Dios sabe qué despacho y votará de mala gana a algún partido; o un ciudadano chanchullero, que cobrará los trabajos de fontanería en negro y que se gastará en el bar el dinero que se haya ahorrado con el IVA que no ingresa. Será lo que será. En aquel entonces, era un capullo integral, pero un capullo integral físicamente bastante poderoso, que sistemáticamente me propinaba una colleja detrás de otra cuando salíamos al patio, y no me quitaba el bocadillo porque yo era un chaval bastante hambriento y el bocadillo hacía tiempo que lo tenía entre pecho y espalda. Y, de ahí, ni Villalobos era capaz de robármelo.
Villalobos era el cabecilla, pero había más cretinos empeñados en convertir mis patios en un momento desagradable, que seguían a Villalobos y me perseguían por todo el recinto del patio, con todo éxito. Villalobos, dentro de lo capullo, por lo menos era un capullo con iniciativa que tenía ideas. Malas, sí, pero ideas al fin. Hoy puede que esté convicto por violencia de género, si no ha sido capaz de adaptarse a estos tiempos tan peligrosos para los propinadores de collejas de autor. Los demás se limitaban a seguirle y a admirarle, y como parecía haber premio para el que me hiciera pasar más las de Caín, pues a eso se dedicaban, con devoción y esfuerzo dignos de mejor causa.
Hoy día, ante una situación semejante, la reacción de la sociedad es tremenda. Hay consejeros escolares, campañas anti-bullying, solidaridad de otros compañeros, los padres irían a manifestarse. Sin embargo, por mucho que se hayan tomado medidas, cada dos por tres vemos que las víctimas del acoso, después de llorar a sus madres y a sus padres (si viven juntos, que ésa es otra), se suicidan regularmente. Luego es el llanto y el rechinar de dientes, el 'qué hemos hecho mal' y, si la cosa se pone aún más dramática, se suicidarán el propio acosador y algún cómplice, y al final muere hasta el apuntador y, lo que no sé si es peor, las redes sociales adolescentes se llenan de mensajes que mejor hubiera sido enviar cuando todavía no había muerto nadie y se estaba a tiempo de parar el asunto.
Que no se me acuse de banalizar el asunto. Creo que queda claro que tengo un historial de víctima de acoso bastante evidente, y que lo tengo muy presente y tengo clarísimo lo que se pasa. Pero, honradamente, lo de los últimos años en España pone muy a las claras que las campañas antiacoso son, como poco, inútiles. Y, como mucho, contraproducentes.
Porque, en aquellos tiempos, las cosas no se resolvían así. Los profesores, que se suponen que estaban vigilando el patio, ni se enteraban de que allí hubiera un alumno pasándolas canutas. Ellos, a lo suyo, a pasear a diestra y siniestra con sonrisa beatífica. El acoso no existía. Los padres tampoco se enteraban, ni yo hubiera consentido que aparecieran por el colegio a protestar, porque ya sabía yo que eso significaba el ostracismo eterno, como si no tuviera bastante con las collejas y con tener que comerme el bocadillo antes de las diez y media para adquirir cierta garantía de conservarlo.
Como lo de chivarse estaba fuera de lugar, y tampoco era cuestión de esperar ayuda externa, allí no quedaba sino apañárselas como fuera. No, no hay ayuda externa. Las víctimas de acoso escolar no tienen amigos reales, es decir, de ésos que se hubieran encarado con Villalobos a decirle que parara, o se las iban a tener con ellos. Las víctimas de acoso, como mucho, pueden contar con la indiferencia de una mayoría silenciosa que no participa en el acoso directamente, pero que tampoco va a hacer nada por impedirlo, porque, sí, es silenciosa y no pretende meterse en berenjenales. Y porque, fuerza es reconocerlo, el acosado es un perdedor nato y nadie tiene muchas ganas de que le vean en compañías que sólo añaden desdoro a su persona.
Sin embargo, entonces no se suicidaba nadie, y ahora sí. Había que apañárselas, y nos las apañábamos. Y llegaba un momento en que se conseguía un resquicio, o Dios venía en ayuda de uno, por ejemplo, en forma de suspensos repetidos de Villalobos, que terminó repitiendo curso. Y sí, cuando repites curso, no se puede decir que seas un héroe, y tu ascendiente sobre tus compinches, que sí se las arreglado para pasar, se pierde sin remedio.
Lo que sí que es verdad es que el acoso escolar tiene consecuencias en la personalidad de uno. Hay unas causas, que yo creo que se deben buscar en casa, al menos es mi experiencia, pero las consecuencias duran bastante años, y no tengo muy claro que desaparezcan algún día.
En todo caso, cuando hoy veo en los colegios las campañas antiacoso, las tomas de conciencia, y hasta los teléfonos de la esperanza para quienes se ven en la tesitura, no puedo evitar ponerme escéptico. Villalobos jamás pensó que sus collejas fueran acoso, ni García pensó lo mismo de sus zancadillas cuando yo pasaba cerca, ni Ricart, que tenía tres años más que yo, pensó nunca que fuera acoso el hecho de acorralarme en el autobús del colegio, o de reducirme el asiento a la mínima expresión, ni Arnau pensó jamás que el menosprecio verbal continuado a que me sometía tuviera nada que ver con el acoso escolar, ni ninguno de ellos ni de los otros pensó jamás que lo que ellos, por separado, hacían, fuera otra cosa que una broma inocente, y que ya la devolvería yo si lo consideraba oportuno, pero que no se la devolviera a ellos, que me iba a enterar...
A veces me da la impresión de que las campañas antiacoso las diseñan gentes que, en el fondo, no lo han padecido jamás. Posiblemente porque los que lo hemos vivido en nuestras carnes hemos preferido olvidarlo lo antes posible, y porque creemos que bastante tocados hemos quedado como para, encima, volver a revivir aquellos tiempos que te dejaron convertido, al menos por unos años, en una persona completamente diferente a la que hubieras podido llegar a ser.
No sé si, a la larga (pero a la muy larga), la experiencia del acoso nos acaba convirtiendo en mejores personas. También sé de gente reprimida y acosada que ha estado tragándose el odio hasta que ha estado en situación de acosar y entonces no ha habido quien les parara. A Dios gracias, no es mi caso, y espero que tampoco lo sea el de Ame y que no pase de acosado a acosador.
Por si acaso, yo diría que va siendo hora de que las campañas antiacoso las diseñemos los que hemos sido víctimas. Quizá podríamos decir cosas como que las campañas genéricas son perfectamente inútiles, y que con lo que se gasta el gobierno en ésas más valdría contratar un psicólogo que trate al acosado, porque el acoso escolar va a seguir existiendo siempre, y más en estos tiempos en que la autoridad del profesorado (y de cualquiera) está por los suelos. Lo que hay que hacer es mucho menos prevenirlo que curarlo.
Pero, de eso, habrá que ocuparse en otro momento. Hoy ya se va haciendo hora de ir a dormir.
Hoy, incluso existe una palabra técnica para estos fenómenos. 'Bullying' o, en castellano, acoso escolar. Se realizan campañas para su prevención y su erradicación y, en suma, está muy mal visto.
No está de más echar un vistazo atrás, porque hasta hace poco no era así.
Cuando cambié de colegio, diez añitos tendría, yo era un chiquillo físicamente muy enclenque, alto y larguirucho, que no sabía nadar ni ir en bicicleta y, lo que es peor en un medio como el que me encontraba, jugaba fatal al fútbol. Lo único bueno que tenía era mi rendimiento escolar, que había sido bastante bueno, pero que cayó en picado con el cambio de colegio. Sin poner en peligro cosas como pasar de curso, sí que pasó a estar en la media de la clase, y supongo que eso me debió crear bastante pesar, porque yo venía de sacar notas bastante mejores en mi colegio anterior.
Todo junto, inseguridad académica y mediocridad física, me hacían acreedor del puesto de víctima ideal de acoso, hablando en términos actuales. Sólo faltaba el acosador y, como la función crea el órgano, no tardó en aparecer.
Villalobos, si Dios quiere, será hoy un ciudadano ejemplar, que pagará sus impuestos de mala gana, pero los pagará, que trabajará de chupatintas en Dios sabe qué despacho y votará de mala gana a algún partido; o un ciudadano chanchullero, que cobrará los trabajos de fontanería en negro y que se gastará en el bar el dinero que se haya ahorrado con el IVA que no ingresa. Será lo que será. En aquel entonces, era un capullo integral, pero un capullo integral físicamente bastante poderoso, que sistemáticamente me propinaba una colleja detrás de otra cuando salíamos al patio, y no me quitaba el bocadillo porque yo era un chaval bastante hambriento y el bocadillo hacía tiempo que lo tenía entre pecho y espalda. Y, de ahí, ni Villalobos era capaz de robármelo.
Villalobos era el cabecilla, pero había más cretinos empeñados en convertir mis patios en un momento desagradable, que seguían a Villalobos y me perseguían por todo el recinto del patio, con todo éxito. Villalobos, dentro de lo capullo, por lo menos era un capullo con iniciativa que tenía ideas. Malas, sí, pero ideas al fin. Hoy puede que esté convicto por violencia de género, si no ha sido capaz de adaptarse a estos tiempos tan peligrosos para los propinadores de collejas de autor. Los demás se limitaban a seguirle y a admirarle, y como parecía haber premio para el que me hiciera pasar más las de Caín, pues a eso se dedicaban, con devoción y esfuerzo dignos de mejor causa.
Hoy día, ante una situación semejante, la reacción de la sociedad es tremenda. Hay consejeros escolares, campañas anti-bullying, solidaridad de otros compañeros, los padres irían a manifestarse. Sin embargo, por mucho que se hayan tomado medidas, cada dos por tres vemos que las víctimas del acoso, después de llorar a sus madres y a sus padres (si viven juntos, que ésa es otra), se suicidan regularmente. Luego es el llanto y el rechinar de dientes, el 'qué hemos hecho mal' y, si la cosa se pone aún más dramática, se suicidarán el propio acosador y algún cómplice, y al final muere hasta el apuntador y, lo que no sé si es peor, las redes sociales adolescentes se llenan de mensajes que mejor hubiera sido enviar cuando todavía no había muerto nadie y se estaba a tiempo de parar el asunto.
Que no se me acuse de banalizar el asunto. Creo que queda claro que tengo un historial de víctima de acoso bastante evidente, y que lo tengo muy presente y tengo clarísimo lo que se pasa. Pero, honradamente, lo de los últimos años en España pone muy a las claras que las campañas antiacoso son, como poco, inútiles. Y, como mucho, contraproducentes.
Porque, en aquellos tiempos, las cosas no se resolvían así. Los profesores, que se suponen que estaban vigilando el patio, ni se enteraban de que allí hubiera un alumno pasándolas canutas. Ellos, a lo suyo, a pasear a diestra y siniestra con sonrisa beatífica. El acoso no existía. Los padres tampoco se enteraban, ni yo hubiera consentido que aparecieran por el colegio a protestar, porque ya sabía yo que eso significaba el ostracismo eterno, como si no tuviera bastante con las collejas y con tener que comerme el bocadillo antes de las diez y media para adquirir cierta garantía de conservarlo.
Como lo de chivarse estaba fuera de lugar, y tampoco era cuestión de esperar ayuda externa, allí no quedaba sino apañárselas como fuera. No, no hay ayuda externa. Las víctimas de acoso escolar no tienen amigos reales, es decir, de ésos que se hubieran encarado con Villalobos a decirle que parara, o se las iban a tener con ellos. Las víctimas de acoso, como mucho, pueden contar con la indiferencia de una mayoría silenciosa que no participa en el acoso directamente, pero que tampoco va a hacer nada por impedirlo, porque, sí, es silenciosa y no pretende meterse en berenjenales. Y porque, fuerza es reconocerlo, el acosado es un perdedor nato y nadie tiene muchas ganas de que le vean en compañías que sólo añaden desdoro a su persona.
Sin embargo, entonces no se suicidaba nadie, y ahora sí. Había que apañárselas, y nos las apañábamos. Y llegaba un momento en que se conseguía un resquicio, o Dios venía en ayuda de uno, por ejemplo, en forma de suspensos repetidos de Villalobos, que terminó repitiendo curso. Y sí, cuando repites curso, no se puede decir que seas un héroe, y tu ascendiente sobre tus compinches, que sí se las arreglado para pasar, se pierde sin remedio.
Lo que sí que es verdad es que el acoso escolar tiene consecuencias en la personalidad de uno. Hay unas causas, que yo creo que se deben buscar en casa, al menos es mi experiencia, pero las consecuencias duran bastante años, y no tengo muy claro que desaparezcan algún día.
En todo caso, cuando hoy veo en los colegios las campañas antiacoso, las tomas de conciencia, y hasta los teléfonos de la esperanza para quienes se ven en la tesitura, no puedo evitar ponerme escéptico. Villalobos jamás pensó que sus collejas fueran acoso, ni García pensó lo mismo de sus zancadillas cuando yo pasaba cerca, ni Ricart, que tenía tres años más que yo, pensó nunca que fuera acoso el hecho de acorralarme en el autobús del colegio, o de reducirme el asiento a la mínima expresión, ni Arnau pensó jamás que el menosprecio verbal continuado a que me sometía tuviera nada que ver con el acoso escolar, ni ninguno de ellos ni de los otros pensó jamás que lo que ellos, por separado, hacían, fuera otra cosa que una broma inocente, y que ya la devolvería yo si lo consideraba oportuno, pero que no se la devolviera a ellos, que me iba a enterar...
A veces me da la impresión de que las campañas antiacoso las diseñan gentes que, en el fondo, no lo han padecido jamás. Posiblemente porque los que lo hemos vivido en nuestras carnes hemos preferido olvidarlo lo antes posible, y porque creemos que bastante tocados hemos quedado como para, encima, volver a revivir aquellos tiempos que te dejaron convertido, al menos por unos años, en una persona completamente diferente a la que hubieras podido llegar a ser.
No sé si, a la larga (pero a la muy larga), la experiencia del acoso nos acaba convirtiendo en mejores personas. También sé de gente reprimida y acosada que ha estado tragándose el odio hasta que ha estado en situación de acosar y entonces no ha habido quien les parara. A Dios gracias, no es mi caso, y espero que tampoco lo sea el de Ame y que no pase de acosado a acosador.
Por si acaso, yo diría que va siendo hora de que las campañas antiacoso las diseñemos los que hemos sido víctimas. Quizá podríamos decir cosas como que las campañas genéricas son perfectamente inútiles, y que con lo que se gasta el gobierno en ésas más valdría contratar un psicólogo que trate al acosado, porque el acoso escolar va a seguir existiendo siempre, y más en estos tiempos en que la autoridad del profesorado (y de cualquiera) está por los suelos. Lo que hay que hacer es mucho menos prevenirlo que curarlo.
Pero, de eso, habrá que ocuparse en otro momento. Hoy ya se va haciendo hora de ir a dormir.
lunes, 22 de junio de 2015
Papeletas
Después de uno o dos meses de ausencia, una de las cosas más peliagudas al llegar a Valencia, aunque la estancia se prolongue sólo dos días, consiste en abrir el buzón de correos y ver qué papeles han llegado hasta él.
Normalmente, no hay sorpresas. Muchísima propaganda, hasta rebosar, los últimos recibos de la luz y del agua, y las peripecias más recientes de la comunidad de vecinos, ese ente condicionado por la presencia de doña Margarita y en cuyas reuniones, que prácticamente siempre se desarrollan sin mi presencia, se ventilan los trapos sucios del vecindario, y no se llega a las manos porque tienen lugar en el rellano, delante del ascensor, y nos verían desde la calle.
Pero, en esta ocasión, ha habido un hecho diferencial en el buzón: tan lejos como hace unas cuantas semanas, tuvieron lugar las elecciones municipales y autonómicas, y el buzón estaba atestado de propaganda electoral de los distintos candidatos. Porque, sí, yo, que llevo fuera de la terreta varios lustros, sigo empadronado en ella, sigo recibiendo puntualmente mi tarjeta censal para votar, y los partidos políticos deben creen que cabe incluso la posibilidad de que vote, cosa que sólo sucede en el improbable caso de que las elecciones, de lo que sea, coincidan con mi presencia en el terruño.
Un elector estándar, de los que viven en Valencia todo el año, recibe tanto papelorio de manera escalonada, desecha con un gruñido, o algo peor, las papeletas de los partidos que no son el suyo, y aparta la papeleta del partido de sus amores, si es que está entre aquéllos que le envían el sobre. A mí no me ha sucedido jamás, pero no hay que perder la esperanza de que ocurra.
A toro pasado, es fácil echar una sonrisita, tras de lo que ha pasado en Valencia. Las promesas electorales de los partidos que no van a formar gobierno, si ya antes de las elecciones suenan sospechosas, ahora resuenan a hueco, porque ni siquiera van a ser incumplidas. Las promesas de los perdedores son poco más que nada, y la sonrisa artificial de Rita Barberá, la alcaldesa derrotada, si antes de las elecciones tenía sentido, ahora, sabiendo ya lo que ha sucedido, refleja una situación estrafalaria, un eco del pasado de la vara de mando y un presente en el que su vestido rojo ha desaparecido del consistorio.
Veinticuatro años ha gobernado Valencia esta mujer. Jamás he votado por ella, y alguna vez que me pillaron las municipales en la ciudad, hubiera podido hacerlo, y voté, pero no por ella, así que no debería sentirme demasiado defraudado por su derrota. Aun así, no pensé que fuera a ser derrotada de manera tan contundente, y hasta pensé que el famoso episodio-pifia del 'caloret' le daría más votos de los que le quitaría, lo que demuestra que los de fuera no nos enteramos.
El caso es que ahora tenemos un hombre como alcalde, lo que en el caso de Valencia no sucedía desde hacía una eternidad (antes de Rita también había alcaldesa), y ese señor es todavía mayor que Rita Barberá, se dice que va en bicicleta por doquier, nació en Manresa y es un histórico dirigente comunista. Si alguien me llega a decir hasta hace nada que algún día sería alcalde de Valencia un comunista catalán, y no por un golpe de Estado o una revolución, sino tras unas elecciones limpias, le hubiera mirado con un rictus de conmiseración infinita.
Lo que demuestra, una vez más, que los de fuera no nos enteramos.
Normalmente, no hay sorpresas. Muchísima propaganda, hasta rebosar, los últimos recibos de la luz y del agua, y las peripecias más recientes de la comunidad de vecinos, ese ente condicionado por la presencia de doña Margarita y en cuyas reuniones, que prácticamente siempre se desarrollan sin mi presencia, se ventilan los trapos sucios del vecindario, y no se llega a las manos porque tienen lugar en el rellano, delante del ascensor, y nos verían desde la calle.
Pero, en esta ocasión, ha habido un hecho diferencial en el buzón: tan lejos como hace unas cuantas semanas, tuvieron lugar las elecciones municipales y autonómicas, y el buzón estaba atestado de propaganda electoral de los distintos candidatos. Porque, sí, yo, que llevo fuera de la terreta varios lustros, sigo empadronado en ella, sigo recibiendo puntualmente mi tarjeta censal para votar, y los partidos políticos deben creen que cabe incluso la posibilidad de que vote, cosa que sólo sucede en el improbable caso de que las elecciones, de lo que sea, coincidan con mi presencia en el terruño.
Un elector estándar, de los que viven en Valencia todo el año, recibe tanto papelorio de manera escalonada, desecha con un gruñido, o algo peor, las papeletas de los partidos que no son el suyo, y aparta la papeleta del partido de sus amores, si es que está entre aquéllos que le envían el sobre. A mí no me ha sucedido jamás, pero no hay que perder la esperanza de que ocurra.
A toro pasado, es fácil echar una sonrisita, tras de lo que ha pasado en Valencia. Las promesas electorales de los partidos que no van a formar gobierno, si ya antes de las elecciones suenan sospechosas, ahora resuenan a hueco, porque ni siquiera van a ser incumplidas. Las promesas de los perdedores son poco más que nada, y la sonrisa artificial de Rita Barberá, la alcaldesa derrotada, si antes de las elecciones tenía sentido, ahora, sabiendo ya lo que ha sucedido, refleja una situación estrafalaria, un eco del pasado de la vara de mando y un presente en el que su vestido rojo ha desaparecido del consistorio.
Veinticuatro años ha gobernado Valencia esta mujer. Jamás he votado por ella, y alguna vez que me pillaron las municipales en la ciudad, hubiera podido hacerlo, y voté, pero no por ella, así que no debería sentirme demasiado defraudado por su derrota. Aun así, no pensé que fuera a ser derrotada de manera tan contundente, y hasta pensé que el famoso episodio-pifia del 'caloret' le daría más votos de los que le quitaría, lo que demuestra que los de fuera no nos enteramos.
El caso es que ahora tenemos un hombre como alcalde, lo que en el caso de Valencia no sucedía desde hacía una eternidad (antes de Rita también había alcaldesa), y ese señor es todavía mayor que Rita Barberá, se dice que va en bicicleta por doquier, nació en Manresa y es un histórico dirigente comunista. Si alguien me llega a decir hasta hace nada que algún día sería alcalde de Valencia un comunista catalán, y no por un golpe de Estado o una revolución, sino tras unas elecciones limpias, le hubiera mirado con un rictus de conmiseración infinita.
Lo que demuestra, una vez más, que los de fuera no nos enteramos.