En días como hoy, es cuando uno se acuerda de los viejos gobernantes, a quienes no les temblaba la mano a la hora de aplicar soluciones definitivas. Uno de ellos es Felipe III, Rey de las Españas, quien, aunque no fue, técnicamente, soberano en Bruselas y en los Países Bajos españoles (durante su reinado, lo fue su hermana Isabel Clara Eugenia y el marido de ésta, el archiduque Alberto), sí que era de hecho el que cortaba el bacalao y enviaba los tercios hasta la tregua de doce años con los herejes.
Felipe III tiene muy mala prensa entre los manuales de historia, que lo consideran poca cosa y el primero de los "Austrias menores", lo cual no tiene mucho de elogioso. Sin embargo, uno mira con detalle su reinado y lo único que cabe achacarle es que consintiera la corrupción brutal de su valido, el duque de Lerma, porque, por lo demás, España alcanzó su máxima expansión territorial y logró sostener todos los frentes en que estaba inmersa con una política de diplomacia relativamente blanda, sin meterse en más líos de los necesarios. Eso sí, tuvo que sufrir la campaña de propaganda en su contra (campaña que, evidentemente, tuvo tal éxito que llega hasta hoy) que le organizaron los miembros del círculo del siguiente valido importante, el Conde-Duque de Olivares, que posiblemente fuera mucho menos corrupto que el de Lerma, pero, si comparamos los resultados de las políticas de uno y otro y cómo dejaron a España al dejar el gobierno, prefiero la corrupción del primero. Además, visto desde una perpectiva contemporánea, la corrupción del Duque de Lerma se antoja poca cosa, cuando uno lee los periódicos españoles tan lejos como este mes.
Yo no sé que harían Felipe III y sus ministros tal día como hoy, en que Bruselas está medio paralizada por la amenaza de varios descerebrados (y, últimamente, también descerebradas, cosa insólita hasta ahora entre sarracenos) de morir matando si fuere menester. No hay metro, han suspendido la mayoría de los espectáculos de masas, incluido un concierto de Johny Holiday (algo bueno tenía que tener la situación) y hay soldados, muy amables, eso sí, patrullando por el centro. Ame está ahora mismo en un cumpleaños, e iban a ir al cine, pero los padres del niño que lo celebraba se lo han pensado mejor y, con buen criterio, van a ver una película en la televisión de su casa.
En 1609, no había todavía ISIS, pero sí había Imperio Otomano y estados vasallos, como el de Argel, de donde salían piratas a mansalva a hacer la vida imposible a los habitantes de las costas españolas, con el agravante de que bastantes de esos habitantes, que eran musulmanes de religión, aunque hubieran hecho como que se bautizaban, les acogían como a hermanos, no como a enemigos. Basta con ver que, aun hoy, las ciudades del Reino de Valencia, incluyendo la propia capital, están unos kilómetros tierra adentro, y no es por casualidad: es por cuando había moros en la costa, que se convertía en un lugar sólo apto para ver el espectáculo del desembarco en primera línea e, incidentalmente, para convertirse en protagonista del incidente en forma de cautividad y galeras, amarrado al duro banco de una galera turquesca.
A Felipe III y a sus consejeros se les hincharon las narices y expulsaron a los moriscos. Prácticamente a todos, justos (que lo había) y pecadores (que los había también). Se les ha criticado mucho por ello y, lo más importante, el hacerlo no significó la tranquilidad de las costas españolas, al menos inmediatamente, porque bastantes de los expulsados pasaron a ejercer la piratería, pero la cosa se fue calmando poco a poco y, a base de Armada y tentetieso, el Mediterráneo Occidental pasó a ser con los años un lugar relativamente tranquilo.
Esta bitácora ya ha pasado por el hoy famosísimo barrio de Molenbeek, nido, según parece, de candidatos a ir a hacer compañía a Mahoma y disfrutar de nosecuántas vírgenes por la vía rápida. Parece que decenios de buenismo, convivencia interrracial y ayudas sociales no han servido para integrar a los sarracenos. De hecho, probablemente esa misma frase la debió decir don Juan de Austria cuando su hermano le envió a las Alpujarras a reprimir la rebelión de los moriscos granadinos, o San Juan de Ribera, virrey que era de Valencia, en los primeros años del siglo XVII. Pero a mí me da que en la Europa del siglo XXI no hay ningún personaje que se acerque siquiera a esos dos.
Que Bélgica, con lo que ha sido, tenga el dudosísimo privilegio de acoger a dos kilómetros del centro de su capital un barrio islamizado hasta la médula y, por lo que se ve, progresivamente fanatizado, quizá sea una muestra más del fracaso de este país, unido en su día por la monarquía y la religión católica y convertido hoy, perdida la segunda de las amalgamas, en un mosaico informe que se mantiene en pie porque los edificios tienden a no desmoronarse de un día para otro. A ver cuánto dura en pie éste.
Por cierto, los terroristas suicidas van al cielo y tienen tropecientas vírgenes para cada uno, vale. Pero, ¿y las terroristas suicidas? ¿Para qué quieren tanta virgen?
Buenismo y corrección política unido al cambio de paradigma de Internet con sus virales y su caracter globalizador, un cocktail explosivo
ResponderEliminarque todo esto suceda en la capital de Europa es muy sintomático
cuídate Alfor!!
Tened cuidado y ojalá que todo este jaleo os afecte lo menos posible
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ResponderEliminarVeníamos a dejarle un comentario para decirle que nos acordábamos y rezábamos por Vd. y su familia en los momentos "incomodos" que deben estar viviendo y nos encontramos esta entrada tan apropiada.
A propósito de su magnífico resumen histórico le dejamos un enlace a uno de los libros del que hasta no hace más de tres años, fue nuestro embajador en Bruselas. oh casualidad...
http://www.casadellibro.com/libro-milicia-y-diplomacia-en-el-reinado-de-felipe-iv-el-marques-de-ca-racena/9788492814503/2255285
Miguel, luego nos quejaremos de lo que nos pasa, pero es que nos lo estamos ganando a pulso.
ResponderEliminarÓscar Aransay, con pies de plomo vamos.
Babunita, gracias por las oraciones y seguimos adelante, como siempre.