No nos atrevíamos a hablar con nuestros futuros vecinos de la derecha.
Sobre todo, con ella.
Debía ser una arpía horrorosa, ansiosa de sangre, frustrada de la vida, probablemente con algún cadáver en el armario, con los ojos inyectados en sangre y que reía a hurtadillas con voz cavernosa mientras se frotaba las manos pensando en las espantosas torturas que iba a infligir a esos nuevos vecinos incautos que osaban acercarse a su cueva.
Y, además, extranjera. Si fuera belga, al menos, sabríamos que nunca se equivoca, pero, siendo extranjera, ya era el colmo. Seguro que hablaba francés con el acento gutural de las institutrices alemanas que traían para educar niñitas, sin saber que habían sido oficiales de las SS y que eran prófugas, huidas de la justicia israelí que las buscaba para hacerles pagar los crímenes de que eran responsables.
¿Y el marido? Otro que tal. Extranjero y, por si fuera poco, abogado. Un tipo despiadado que no dudaba en exprimir a sus clientes para perseguir la quimera de una sentencia favorable, y que contaba monedas de oro con los ojos entornados, antes de esconderlas entre los legajos de sus muchos juicios.
Sin ninguna duda, había colaborado con su mujer para escapar de la justicia israelí, y no era descartable que fuera cómplice de sus desmanes. De hecho, era lo más probable. Seguro que estaba esperando que llegáramos para enterrarnos en demandas, querellas, citaciones y todo tipo de parafernalia en papel sellado.
Alfina y yo, durante las siguientes semanas, cuando íbamos a la casa que habíamos comprado, mirábamos la casa contigua y, casi sin querer, desviábamos la mirada. Qué miedo. Nos parecía un lugar lóbrego, de difícil acceso, y yo de vez en cuando miraba hacia arriba y creía ver cuervos revoloteando por su tejado, graznando con insistencia. Seguramente eran los dueños de la casa, que tenían el poder de transformarse para poder perpetrar impunemente sus fechorías.
Entonces, de sopetón, recibimos un correo electrónico de nuestro arquitecto, pero no iba dirigido a nosotros, no. Nosotros sólo estábamos en copia ¡Iba dirigido a nuestra vecina!
Venía a decir que quería verse con ella el sábado siguiente para ver cuál era ese problema de humedades de que se quejaba, y nos enviaba copia para ver si podíamos estar también. Por lo visto, habían hablado.
Tuvimos que responder que iríamos, a ver qué íbamos a hacer.
- Valor, valor...
- Bueno, un día u otro teníamos que ir, de todas maneras.
- Al menos, viene el arquitecto, que es belga.
- Menos mal. No se equivocan nunca. Así estamos seguros.
Al final, no recuerdo muy bien cómo, las cosas se complicaron, hubo que quedar a otra hora, que al arquitecto le venía mal porque tenía una reunión... el caso es que nos encontramos con que teníamos una cita con los vecinos, en su casa, a tomar café, a las once de la mañana de un sábado, solos antes ellos.
- Dios mío, Dios mío...
- ¿Qué hacemos?
- Ufff, habrá que ir.
- Vamos a llevar unas galletitas, para quedar bien.
- Vale, pero que sean de las blandas, no de esas danesas que van en una lata metálica. Imagina que nos las tiran a la cabeza.
Llegado el día, y la hora, tragamos saliva y nos pusimos en marcha. Yo me metí un diente de ajo en el bolsillo. Nunca se sabe.
No íbamos muy deprisa, no. Se diría que no teníamos muchas ganas de llegar, pero al final, llegamos ante su puerta, exactamente a la hora que habíamos quedado.
- Llama tú.
- No, tú.
- Jo. Siempre me toca a mí...
Un dedo tembloroso se apoyó sobre el timbre, que emitió un sonido metálico. Al poco, oímos unos pasos al otro lado de la puerta, cada vez más cerca. Apreté con los dedos el diente de ajo y me santigüé, justo antes de que alguien diera la vuelta al picaporte y la puerta se abriera.
Parecía que el tiempo se hubiera detenido a nuestro alrededor, cosa que, como sabemos, no ocurre en la realidad, hasta el punto de que, claro, se ha hecho tarde.
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ResponderEliminar¡Que valor! ¿Temeridad rayana con la insentatez? ¿Hastio de este mundo? ¿Desprecio de la propia vida? Tengan cuidado, pero no porque sean extranjeros, sino porque estos extranjeros... ¡¡son de fuera!!
ResponderEliminarSaludos y gracias por su bitácora que tan buenos momentos produce.
Noooo!!!! No puedes terminar así el post!!! Me estoy comiendo las uñas....
ResponderEliminar¿Cómo sigue la historia de los vecinos? Nos has dejado con la miel en los labios. Esto no puede ser (gracias por compartir vuestras peripecias; y tú que pensabas que Bélgica iba a ser aburrido ;) )
ResponderEliminarParrado Segura, ¡eres un temerario! Enhorabuena por pasar las oposiciones, pero poner tu teléfono y tu correo electrónico en Internet es bastante arriesgado.
ResponderEliminarLos borro, que, si no, luego, todo son líos. Y te envío un correo. Y es que has ido a escribir en mi primer día de vacaciones, por lo que lo tenía difícil para quedar con nadie en Bruselas.
Wahrsagen, a un español no deben asustarle los trasgos, ni siquiera los extranjeros. Si Pizarro y Cortés conquistaron sendos imperios con un puñado de soldados, nuestra obligación es no desmerecer de ellos, invocarnos a Santiago y a Diego García de Paredes y acometer. Sus y al vecino.
José Manuel, jo, ya sé que ha sido largo, pero lo dejo explicado en la siguiente entrada.
Óscar Aransay, las personas inteligentes no se aburren nunca, ni en los Paises Bajos, y uno tonto del todo no es... :-)