Los viajes con rusos, como ya habíamos visto en otra ocasión, son el terror de los guías turísticos. En esta nueva experiencia, el viaje tiene lugar con rusas, y con rusas cultas, lo cual cambia un poco el panorama. Pero sólo un poco.
Como mi paradero en Madrid podría haber sido descubierto, nos encontramos en Cuenca, en mitad de Castilla la Nueva y, más concretamente, en el centro histórico, en la plaza que hay delante de la catedral. Como el guía no habla ruso, se pone a hablar en español, y este servidor de ustedes traduce al ruso lo que va diciendo.
- La catedral de Cuenca es la quinta de España por su tamaño, como veremos cuando entremos en ella. Es de principios del siglo XIII, y comenzó a construirse poco después de la conquista cristiana por parte de Alfonso VIII, en 1177, por lo que tiene más de ocho siglos. En 1902 cayó una torre vecina sobre ella, derrumbando la fachada principal. La actual fachada se comenzó a construir poco después, pero en 1920 el cabildo catedralicio se quedó sin medios, y por eso parece que está sin terminar. Bueno, de hecho está sin terminar.
El grupo de rusas miraba la catedral con cierto desinterés. El ruso pasaba ampliamente del guía y había aprovechado para ir a fumar.
- Eso sí, gracias a que está si terminar, podemos contemplar a través de ella el maravilloso cielo de Cuenca - dijo el guía, señalando las ventanas.
Yo iba traduciendo obedientemente al ruso para los que andaban escasos de castellano.
- Y ahora vamos a ver las casas colgantes, resultado de aprovechar el sitio al máximo. Si la ciudad tenía mil habitantes cuando la conquistó Alfonso VIII, llegó a tener diez mil, y no había sitio en el casco viejo para tanta gente, así que se aprovecharon los lugares más insólitos. Vamos por allí.
Tomamos por la derecha de la catedral, seguidos parsimoniosamente por parte del grupo, que se iba desperdigando, cuando de repente...
- ¡Eh, mirad!
- ¡Qué mono!
- Una foto, una foto...
- ¡No os asustéis, chicas!
Todas las señoras de agruparon. La mayoría sacaron sus cámaras y se pusieron a sacar fotos con desesperación. El guía flipaba y me dijo aparte:
- Tienen detrás la catedral de Cuenca, un edificio impresionante de ochocientos años de antigüedad, y la foto se la sacan a un gatito encima de una moto. Turistas...
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
lunes, 31 de octubre de 2011
viernes, 28 de octubre de 2011
Rusas en España
Sinopsis: El Levante se coloca líder de primera división, desplazando al Real Madrid. Para evitar los comentarios de Fadrique, un madridista radikal que vive en Moskú, decido poner pies en polvorosa rumbo a las Españas acompañando a un grupo de profesoras.
Cuando un español oye, hoy día, hablar de rusas, le pasa algo parecido a lo que les sucedía a nuestros padres cuando, en los años setenta, oían hablar de suecas. Uno se imagina a unas jovencitas estupendas y desinhibidas dispuestas a todo con los machos ibéricos a los que, sin embargo, sacan un palmo de estatura.
Entretanto, con las suecas nos hemos relajado bastante. En los primeros noventa, al menos, estudié con alguna que otra en la Universidad, y no me dio la sensación de que tuvieran un aspecto que mereciera beber los vientos por ellas, la verdad; y poco tiempo después cayó el telón de acero y las eslavas acabaron por hacer pasar de moda a las suecas. Y, entre las eslavas, un lugar principalísimo los ocupan las rusas, sobre todo si están cañón y tienen hoyuelos en las mejillas y otras cosas menos evidentes que no voy a describir aquí.
Y es injusto, al menos hasta cierto punto. Cuando un españolito piensa en rusas, excluye automáticamente las que tienen más de veinticinco años, cosa que no debería ocurrir, porque, después de todo, son mayoría.
Mis compañeras de viaje en esta ocasión son rusas, cultas, enamoradas de España y, con alguna excepción, no iban a provocar muchas tortícolis repentinas por giros de cuello imprudentes en quienes se cruzaran con ellas por la calle. La mitad son profesoras de español, y la otra mitad son señoras que tienen academias de idiomas. Bueno, miento, hay un ruso, masculino, en el grupo, pero se está pasando todo el rato con aires de superioridad quejándose de todo y es un poco pelma, así que me concentro en el resto.
Así como en España los profesores de ruso se conocen entre ellos casi sin excepción (o así era cuando yo estudiaba), en una curiosa endogamia indestructible, me da a mí que algo parecido ocurre con los profesores (o, para ser exactos, las profesoras) de español en Rusia. Tras un par de días de convivencia, me da a mí que no es casual que se hayan embarcado éstas, y precisamente éstas, en un viaje, con la de profesorado de español que debe haber por todas las Rusias. Compartían el mismo patrón de mujer, en la cincuentena, a veces avanzada, con un notable nivel de español, obviamente, casadas y con un hijo (prácticamente todas con uno, y no más) y una no menos notable afición por los dulces, que se refleja en sus formas corporales (menos en dos de ellas, que tienen un figurín de impresión): la frase más repetida en las comidas es "ne mogú bez sladkogo", que quiere decir "me pirro por los dulces", mientras devoran pastelitos con aire culpable y ojillos encendidos de placer.
Y, eso sí, todas son encantadoras. Supongo que, si no lo fueran, no serían profesoras de español, profesión en la que difícilmente van a enriquecerse gran cosa, y se habrían dedicado a algo más lucrativo.
Las de las academias de idiomas son algo distintas. Menos una, no hablan español, son más jóvenes... bueno, son más jóvenes dos de ellas; hay una tercera que trata de rejuvenecer, pero se ha pasado con el bótox y le ha quedado una pinta de sonrisa permanente, como si fuera un comodín de póquer. Una cosa que tienen en común con las profesoras es que también les pierden los dulces. He de reconocer que a mí también, pero tras los dulces vienen quince kilómetros de carrera continua.
Y éste es el grupo de gente entre quienes me oculto para evitar a los fadriques de la vida; pero, ahora que sabe por dónde ando, no sé muy bien qué hacer para esquivarlo.
Algo se me ocurrirá, supongo...
Cuando un español oye, hoy día, hablar de rusas, le pasa algo parecido a lo que les sucedía a nuestros padres cuando, en los años setenta, oían hablar de suecas. Uno se imagina a unas jovencitas estupendas y desinhibidas dispuestas a todo con los machos ibéricos a los que, sin embargo, sacan un palmo de estatura.
Entretanto, con las suecas nos hemos relajado bastante. En los primeros noventa, al menos, estudié con alguna que otra en la Universidad, y no me dio la sensación de que tuvieran un aspecto que mereciera beber los vientos por ellas, la verdad; y poco tiempo después cayó el telón de acero y las eslavas acabaron por hacer pasar de moda a las suecas. Y, entre las eslavas, un lugar principalísimo los ocupan las rusas, sobre todo si están cañón y tienen hoyuelos en las mejillas y otras cosas menos evidentes que no voy a describir aquí.
Y es injusto, al menos hasta cierto punto. Cuando un españolito piensa en rusas, excluye automáticamente las que tienen más de veinticinco años, cosa que no debería ocurrir, porque, después de todo, son mayoría.
Mis compañeras de viaje en esta ocasión son rusas, cultas, enamoradas de España y, con alguna excepción, no iban a provocar muchas tortícolis repentinas por giros de cuello imprudentes en quienes se cruzaran con ellas por la calle. La mitad son profesoras de español, y la otra mitad son señoras que tienen academias de idiomas. Bueno, miento, hay un ruso, masculino, en el grupo, pero se está pasando todo el rato con aires de superioridad quejándose de todo y es un poco pelma, así que me concentro en el resto.
Así como en España los profesores de ruso se conocen entre ellos casi sin excepción (o así era cuando yo estudiaba), en una curiosa endogamia indestructible, me da a mí que algo parecido ocurre con los profesores (o, para ser exactos, las profesoras) de español en Rusia. Tras un par de días de convivencia, me da a mí que no es casual que se hayan embarcado éstas, y precisamente éstas, en un viaje, con la de profesorado de español que debe haber por todas las Rusias. Compartían el mismo patrón de mujer, en la cincuentena, a veces avanzada, con un notable nivel de español, obviamente, casadas y con un hijo (prácticamente todas con uno, y no más) y una no menos notable afición por los dulces, que se refleja en sus formas corporales (menos en dos de ellas, que tienen un figurín de impresión): la frase más repetida en las comidas es "ne mogú bez sladkogo", que quiere decir "me pirro por los dulces", mientras devoran pastelitos con aire culpable y ojillos encendidos de placer.
Y, eso sí, todas son encantadoras. Supongo que, si no lo fueran, no serían profesoras de español, profesión en la que difícilmente van a enriquecerse gran cosa, y se habrían dedicado a algo más lucrativo.
Las de las academias de idiomas son algo distintas. Menos una, no hablan español, son más jóvenes... bueno, son más jóvenes dos de ellas; hay una tercera que trata de rejuvenecer, pero se ha pasado con el bótox y le ha quedado una pinta de sonrisa permanente, como si fuera un comodín de póquer. Una cosa que tienen en común con las profesoras es que también les pierden los dulces. He de reconocer que a mí también, pero tras los dulces vienen quince kilómetros de carrera continua.
Y éste es el grupo de gente entre quienes me oculto para evitar a los fadriques de la vida; pero, ahora que sabe por dónde ando, no sé muy bien qué hacer para esquivarlo.
Algo se me ocurrirá, supongo...
miércoles, 26 de octubre de 2011
Soledad
La foto que ilustra la presente entrada es de una calle bien conocida en Moscú, probablemente la más conocida. Se trata de la calle Arbat, un lugar excepcional donde se juntan trileros, cantautores, caricaturistas, vendemotos, mercachifles y todo tipo de gente de vida irregular, además de un montón de restaurantes de clase media. En resumen, un lugar genial para pasear relajadamente.
La foto, ahí donde se ve, es totalmente insólita, porque representa la calle Arbat como nunca la han visto los ojos del mortal medio: totalmente vacía. No hay ni un alma. Cualquiera que haya pasado por Moscú sabe que siempre hay gente por las calles, y no digamos por la calle Arbat, que es como el rompeolas de todos los barrios de Moscú.
Para hacerla, tuvieron que juntarse varias circunstancias muy especiales. La primera, que por fin me estoy preparando una carrera de fondo en serio; la segunda, que esa preparación exige rodajes largos, de más de dos horas, que no puedo hacer en casa so pena de quemar el motor de la cinta de correr; la tercera, que mi aguda escasez de tiempo me ha obligado a entrenar a deshora, en este caso a las siete de la mañana de un domingo; y la cuarta, que además lloviznaba ligeramente ¿Quién pasea por Arbat un domingo de madrugada bajo una molesta lluvia? Absolutamente nadie, excepto un tío chiflado con mallas, guantes y gorro que, además, va trotando.
La experiencia es chula. Moscú es una ciudad llena de tabúes que, muy poco a poco, van cayendo. Uno de ellos era que un coche sólo me traería problemas y que mejor era no tenerlo, porque conducen como locos; otro fue que ir en bicicleta era suicida (porque conducen como locos, también, y además porque hace mucho frío); y otro más era que salir a correr por las calles de Moscú es muy imprudente (porque conducen como locos, porque hace mucho frío, y simplemente porque sí). Todos estos tabúes han ido cayendo.
Además, se puede contemplar el otoño ruso en todo su esplendor. Mucha gente considera que el otoño es la estación más bonita del año, y puedo comprender por qué. Veamos ahí al lado el bulevar Tverskoy, otro de los lugares favoritos de paseo de los moscovitas, y que, asimismo de manera absolutamente insólita, aparece sin un alma.
Pero la preparación moscovita de carreras de fondo va sufrir una interrupción, a causa una vez más del maldito fútbol. Y es que el Madrid se puso líder provisional el sábado, después de machacar al Málaga; el único que le podía superar era el Levante, si ganaba al Villarreal, un equipo de la Champions League, fuera de casa. Contra todo pronóstico, el Levante goleó al Villarreal, adelantó al Madrid en la clasificación dejándolo con un palmo de narices, y supongo que provocó las iras de Fadrique, una persona excelente, pero si no se habla de fútbol y de su Madrid. La buena temporada del Levante, que ya provocó un viaje inopinado a San Petersburgo huyendo de las iras vikingas, me está haciendo viajar desusadamente mucho.
Así pues, ¿dónde no me buscaría Fadrique? Pues en la guarida del lobo, en el lugar menos indicado. Apareció un viaje acompañando a un grupo de gente culta por distintas universidades y yo levanté la mano mirando de reojo por si venía Fadrique.
Porque me puede buscar en sitios, pero no creo que lo haga en el mismísimo Madrid.
La foto, ahí donde se ve, es totalmente insólita, porque representa la calle Arbat como nunca la han visto los ojos del mortal medio: totalmente vacía. No hay ni un alma. Cualquiera que haya pasado por Moscú sabe que siempre hay gente por las calles, y no digamos por la calle Arbat, que es como el rompeolas de todos los barrios de Moscú.
Para hacerla, tuvieron que juntarse varias circunstancias muy especiales. La primera, que por fin me estoy preparando una carrera de fondo en serio; la segunda, que esa preparación exige rodajes largos, de más de dos horas, que no puedo hacer en casa so pena de quemar el motor de la cinta de correr; la tercera, que mi aguda escasez de tiempo me ha obligado a entrenar a deshora, en este caso a las siete de la mañana de un domingo; y la cuarta, que además lloviznaba ligeramente ¿Quién pasea por Arbat un domingo de madrugada bajo una molesta lluvia? Absolutamente nadie, excepto un tío chiflado con mallas, guantes y gorro que, además, va trotando.
La experiencia es chula. Moscú es una ciudad llena de tabúes que, muy poco a poco, van cayendo. Uno de ellos era que un coche sólo me traería problemas y que mejor era no tenerlo, porque conducen como locos; otro fue que ir en bicicleta era suicida (porque conducen como locos, también, y además porque hace mucho frío); y otro más era que salir a correr por las calles de Moscú es muy imprudente (porque conducen como locos, porque hace mucho frío, y simplemente porque sí). Todos estos tabúes han ido cayendo.
Además, se puede contemplar el otoño ruso en todo su esplendor. Mucha gente considera que el otoño es la estación más bonita del año, y puedo comprender por qué. Veamos ahí al lado el bulevar Tverskoy, otro de los lugares favoritos de paseo de los moscovitas, y que, asimismo de manera absolutamente insólita, aparece sin un alma.
Pero la preparación moscovita de carreras de fondo va sufrir una interrupción, a causa una vez más del maldito fútbol. Y es que el Madrid se puso líder provisional el sábado, después de machacar al Málaga; el único que le podía superar era el Levante, si ganaba al Villarreal, un equipo de la Champions League, fuera de casa. Contra todo pronóstico, el Levante goleó al Villarreal, adelantó al Madrid en la clasificación dejándolo con un palmo de narices, y supongo que provocó las iras de Fadrique, una persona excelente, pero si no se habla de fútbol y de su Madrid. La buena temporada del Levante, que ya provocó un viaje inopinado a San Petersburgo huyendo de las iras vikingas, me está haciendo viajar desusadamente mucho.
Así pues, ¿dónde no me buscaría Fadrique? Pues en la guarida del lobo, en el lugar menos indicado. Apareció un viaje acompañando a un grupo de gente culta por distintas universidades y yo levanté la mano mirando de reojo por si venía Fadrique.
Porque me puede buscar en sitios, pero no creo que lo haga en el mismísimo Madrid.
lunes, 24 de octubre de 2011
El legado de Medvedev
Hay más de uno que piensa que Medvedev durará poco como primer ministro, cuando le llegue el momento de dejar la presidencia. Un signo de los tiempos parece ser que hasta ahora, cuando alguien le faltaba al respeto, por ejemplo Luzhkov, y era destituido fulminantemente, ese alguien era sistemáticamente laminado por la prensa y acusado de los más viles crímenes.
Ahora, sin embargo, no ha sido así. Kudrin se le ha poco menos que reído en la cara, ha sido destituido, pero nadie le da por políticamente muerto. Antes bien, Putin ha dicho que habrá que seguir contando con él. Eso no sé si es desautorizar a Medvedev, pero se le parece mucho.
Así las cosas, podría decirse que lo más llamativo que ha hecho Medvedev, y por lo que sin duda pasará a la historia, es por el cambio de denominación de la milicia, que ahora es policía, como en el resto del mundo. Y digo que pasará a la historia por eso porque la milicia estaba enraizadísima en la mentalidad colectiva rusa. Ya hay bastante chistes sobre el asunto (y ya se sabe lo importantes que son los chistes en Rusia), de los cuales me gustaría destacar uno. Ahí va en ruso:
Подвыпивший мужичонка, из дальней деревни, обращается на городском
вокзале к стражу порядка:
- Здравствуйте, товарищ милиционер, будьте добреньки…
- Не товарищ, а господин!
- Извините, господин милиционер, будьте добреньки…
- Не милиционер, а полицейский!
- О!!! Извините, господин полицейский… а, что немцы - давно в городе?
Y ahora va en castellano:
Un hombretón medio beodo de la Rusia profunda está en la estación de la ciudad y se dirige a un agente del orden:
- Buenos días, camarada miliciano, ¿me haría el favor...?
- ¡Nada de camarada, llámeme señor!
- Perdone, señor miliciano, ¿me haría el favor...?
- ¡Nada de miliciano, llámeme policía!
- ¡Oh! Perdone, señor policía... esto, ¿y hace tiempo que los alemanes conquistaron la ciudad?
Ahora, sin embargo, no ha sido así. Kudrin se le ha poco menos que reído en la cara, ha sido destituido, pero nadie le da por políticamente muerto. Antes bien, Putin ha dicho que habrá que seguir contando con él. Eso no sé si es desautorizar a Medvedev, pero se le parece mucho.
Así las cosas, podría decirse que lo más llamativo que ha hecho Medvedev, y por lo que sin duda pasará a la historia, es por el cambio de denominación de la milicia, que ahora es policía, como en el resto del mundo. Y digo que pasará a la historia por eso porque la milicia estaba enraizadísima en la mentalidad colectiva rusa. Ya hay bastante chistes sobre el asunto (y ya se sabe lo importantes que son los chistes en Rusia), de los cuales me gustaría destacar uno. Ahí va en ruso:
Подвыпивший мужичонка, из дальней деревни, обращается на городском
вокзале к стражу порядка:
- Здравствуйте, товарищ милиционер, будьте добреньки…
- Не товарищ, а господин!
- Извините, господин милиционер, будьте добреньки…
- Не милиционер, а полицейский!
- О!!! Извините, господин полицейский… а, что немцы - давно в городе?
Y ahora va en castellano:
Un hombretón medio beodo de la Rusia profunda está en la estación de la ciudad y se dirige a un agente del orden:
- Buenos días, camarada miliciano, ¿me haría el favor...?
- ¡Nada de camarada, llámeme señor!
- Perdone, señor miliciano, ¿me haría el favor...?
- ¡Nada de miliciano, llámeme policía!
- ¡Oh! Perdone, señor policía... esto, ¿y hace tiempo que los alemanes conquistaron la ciudad?
jueves, 20 de octubre de 2011
Estamos de elecciones. Los dos.
Cuando digo que el sistema político ruso es un poco peculiar, estoy muy lejos de calificarlo negativamente. El sistema actual es un intento de aunar unas apariencias democráticas formales con un régimen de vocación autoritaria, que sabe que llevar el autoritarismo hasta las últimas consecuencias sería desventajoso para Rusia en términos de respetabilidad internacional.
Pero peculiar, desde luego, lo es un rato. Rusia es un pais con un sistema de partidos reducido a la mínima expresión, dirigido por un partido hegemónico que recibe todo tipo de ayudas para obtener unas mayorías absolutas holgadísimas, y que está flanqueado por tres pequeños partidos (después de las elecciones de diciembre seguramente serán sólo dos) absolutamente domesticados. Rusia Justa, el partido que optó por gritar un poco más alto que eran oposición, va a ser con toda seguridad el partido que abandone el parlamento por no llegar al 7% nacional, que es el mínimo para entrar.
El siete por ciento. En Alemania es el cinco, y en España el tres, pero aplicado a cada circunscripción, lo cual es bastante más llevadero. En Rusia es el siete, lo cual no es nada fácil de conseguir, teniendo en cuenta que un partido se acerca de por sí al setenta y no deja mucho para los demás. Según parece, los únicos dos partidos con opciones de seguir siendo parlamentarios son el comunista y el incomparable LDPR, Partido Liberal-Democrático de Rusia, que es un poco diferente de lo que parece indicar su denominación. Las derechas están muertas tras el bochornoso espectáculo que dieron con la expulsión de Prójorov, y Rusia Justa va a pagar muy caro haberse intentado desatar de los hilos de marioneta que tenían en los brazos y en las piernas.
En realidad, que en un país sólo haya tres partidos no es algo tan insólito. Pasa en el Reino Unido, en Alemania hasta que irrumpieron los verdes, y hasta cierto punto también pasa en España. Pero es que el partido hegemónico, Rusia Unida, también se las trae. Veamos.
Su líder actual es Putin, que no pertenece al partido. No, no pertenece. Mucha gente piensa que sí, pero no es cierto; es como si Zapatero no sólo no estuviera al día de las cuotas en el PSOE, sino que nunca hubiera ingresado en él y, aún así, le hubieran nombrado secretario general, porque es buen chico.
Según el acuerdo de rotación al que han llegado, quien va a encabezar el partido, y la lista de Rusia Unida en las próximas elecciones parlamentarias, va a ser Medvedev. Si nos paramos a pensar, la cosa también es rara de narices. No sólo es que sea el actual presidente, sino que Medvedev tampoco pertenece a Rusia Unida. No, no, tampoco él. Es como si los peperos, en lugar de poner de cabeza de lista por Madrid a Rajoy, pusieran a Juan Carlos de Borbón, que, como Medvedev, es el jefe del Estado y no pertenece a ningún partido.
Como nadie duda lo más mínimo que Rusia Unida va a ganar de calle con unos porcentajes escandalosos, Medvedev será elegido diputado con toda seguridad y nos encontraremos una situación curiosa, en que el presidente del país compatibilizará durante unos meses la presidencia con un acta de diputado, mientras que el futuro presidente es primer ministro.
Una endogamia inmovilista tan evidente debería despertar las iras de mucha gente, pero no. En Rusia, la gente está resignada a que las cosas sigan como están; a que la propaganda oficial para fomentar la participación en las elecciones tenga un logotipo sospechamene parecido al de Rusia Unida; a que los gobernadores regionales sean valorado, no por el trabajo que desempeñen, sino por el porcentaje de votos que obtiene Rusia Unida en su territorio. Lo único que queda, como en el período soviético, es inventar chistes sobre política, de los que ya están saliendo bastantes a propósito de la rotación.
La experiencia muestra que, de momento, no va a haber ningún revuelo en las calles. Los rusos sólo se levantan cuando realmente las cosas van muy mal y no hay nada que comer. Y eso ha pasado poco: en 1609, con el falso Demetrio, tras dos años de cosechas pésimas; en 1780, con Pugachov, también arrastrados por las malas cosechas; en 1905 y 1917, con el desbarajuste de sendas guerras perdidas; y finalmente en 1991, con la economia por los suelos.
Provisionalmente, al menos, la economía va bien. Da mucho miedo contemplar la dependencia absoluta del petróleo, pero de momento va a permitir a Rusia mantenerse alta durante varios años más por lo menos. Y, además, la cosecha de este año ha sido fantástica. Cuando los rusos comen y beben, no es de esperar que haya el menor conato de revuelta, y así se ha visto que el 15 de octubre no ha habido absolutamente nada por aquí.
Pero, como siempre, estas cosas hay que tomarlas con calma. Varias de las frases que quedan escritas arriba son perfectamente coherentes si sustituimos "Rusia" por "España" y "Rusia Unida" por "PPSOE", e incluso "petróleo" por "ladrillo", si lo hubiera escrito hace sólo tres años, así que, como otras muchas veces, vale criticar a Rusia, pero vale más aún abandonar una actitud de superioridad. Porque, por lo que hace a sistemas políticos, no somos un ejemplo a seguir, aunque, eso sí, un poco más elaborados que los rusos sí que lo tenemos.
Pero peculiar, desde luego, lo es un rato. Rusia es un pais con un sistema de partidos reducido a la mínima expresión, dirigido por un partido hegemónico que recibe todo tipo de ayudas para obtener unas mayorías absolutas holgadísimas, y que está flanqueado por tres pequeños partidos (después de las elecciones de diciembre seguramente serán sólo dos) absolutamente domesticados. Rusia Justa, el partido que optó por gritar un poco más alto que eran oposición, va a ser con toda seguridad el partido que abandone el parlamento por no llegar al 7% nacional, que es el mínimo para entrar.
El siete por ciento. En Alemania es el cinco, y en España el tres, pero aplicado a cada circunscripción, lo cual es bastante más llevadero. En Rusia es el siete, lo cual no es nada fácil de conseguir, teniendo en cuenta que un partido se acerca de por sí al setenta y no deja mucho para los demás. Según parece, los únicos dos partidos con opciones de seguir siendo parlamentarios son el comunista y el incomparable LDPR, Partido Liberal-Democrático de Rusia, que es un poco diferente de lo que parece indicar su denominación. Las derechas están muertas tras el bochornoso espectáculo que dieron con la expulsión de Prójorov, y Rusia Justa va a pagar muy caro haberse intentado desatar de los hilos de marioneta que tenían en los brazos y en las piernas.
En realidad, que en un país sólo haya tres partidos no es algo tan insólito. Pasa en el Reino Unido, en Alemania hasta que irrumpieron los verdes, y hasta cierto punto también pasa en España. Pero es que el partido hegemónico, Rusia Unida, también se las trae. Veamos.
Su líder actual es Putin, que no pertenece al partido. No, no pertenece. Mucha gente piensa que sí, pero no es cierto; es como si Zapatero no sólo no estuviera al día de las cuotas en el PSOE, sino que nunca hubiera ingresado en él y, aún así, le hubieran nombrado secretario general, porque es buen chico.
Según el acuerdo de rotación al que han llegado, quien va a encabezar el partido, y la lista de Rusia Unida en las próximas elecciones parlamentarias, va a ser Medvedev. Si nos paramos a pensar, la cosa también es rara de narices. No sólo es que sea el actual presidente, sino que Medvedev tampoco pertenece a Rusia Unida. No, no, tampoco él. Es como si los peperos, en lugar de poner de cabeza de lista por Madrid a Rajoy, pusieran a Juan Carlos de Borbón, que, como Medvedev, es el jefe del Estado y no pertenece a ningún partido.
Como nadie duda lo más mínimo que Rusia Unida va a ganar de calle con unos porcentajes escandalosos, Medvedev será elegido diputado con toda seguridad y nos encontraremos una situación curiosa, en que el presidente del país compatibilizará durante unos meses la presidencia con un acta de diputado, mientras que el futuro presidente es primer ministro.
Una endogamia inmovilista tan evidente debería despertar las iras de mucha gente, pero no. En Rusia, la gente está resignada a que las cosas sigan como están; a que la propaganda oficial para fomentar la participación en las elecciones tenga un logotipo sospechamene parecido al de Rusia Unida; a que los gobernadores regionales sean valorado, no por el trabajo que desempeñen, sino por el porcentaje de votos que obtiene Rusia Unida en su territorio. Lo único que queda, como en el período soviético, es inventar chistes sobre política, de los que ya están saliendo bastantes a propósito de la rotación.
La experiencia muestra que, de momento, no va a haber ningún revuelo en las calles. Los rusos sólo se levantan cuando realmente las cosas van muy mal y no hay nada que comer. Y eso ha pasado poco: en 1609, con el falso Demetrio, tras dos años de cosechas pésimas; en 1780, con Pugachov, también arrastrados por las malas cosechas; en 1905 y 1917, con el desbarajuste de sendas guerras perdidas; y finalmente en 1991, con la economia por los suelos.
Provisionalmente, al menos, la economía va bien. Da mucho miedo contemplar la dependencia absoluta del petróleo, pero de momento va a permitir a Rusia mantenerse alta durante varios años más por lo menos. Y, además, la cosecha de este año ha sido fantástica. Cuando los rusos comen y beben, no es de esperar que haya el menor conato de revuelta, y así se ha visto que el 15 de octubre no ha habido absolutamente nada por aquí.
Pero, como siempre, estas cosas hay que tomarlas con calma. Varias de las frases que quedan escritas arriba son perfectamente coherentes si sustituimos "Rusia" por "España" y "Rusia Unida" por "PPSOE", e incluso "petróleo" por "ladrillo", si lo hubiera escrito hace sólo tres años, así que, como otras muchas veces, vale criticar a Rusia, pero vale más aún abandonar una actitud de superioridad. Porque, por lo que hace a sistemas políticos, no somos un ejemplo a seguir, aunque, eso sí, un poco más elaborados que los rusos sí que lo tenemos.
lunes, 17 de octubre de 2011
Profetizando
Sin que sirva de precedente, voy a escribir una entrada que choca con casi todo lo que se ha escrito en esta bitácora hasta el día de hoy. En primer lugar, porque voy a intentar escribir en serio sobre política rusa, cuando, probablemente, lo más sensato con la política es darla por perdida y no tomarla en serio, y más en un país como Rusia, en que, como en el "Un, dos, tres", nada es lo que parece.
En segundo lugar, porque voy a tratar de especular sobre el futuro. Eso es un error gravísimo, porque Rusia es impredecible casi por definición, hasta el punto de que nadie de los que han osado hacer conjeturas sobre el futuro de este bendito país ha acertado ni tantico, con lo que mis posibilidades de hacerlo son prácticamente nulas. Como ser racional y esas cosas que soy, voy a intentar incluso razonar, cuando las probabilidades de acertar leyendo los posos del café o las entrañas de los animales sagrados son prácticamente las mismas.
Efectivamente, como dice Fernando en su comentario a la última entrada, Rusia va a pasar unos años complicados, pero no más que cualquier otro país, y probablemente menos complicados que, por poner un ejemplo evidente, España. Es muy probable que, a tenor de lo que hemos estado viendo estos últimos meses, la crisis económica, que es mucho más que económica, haya venido para quedarse, y puede que para quedarse mucho tiempo. Los recursos energéticos fósiles van a ser cada vez más escasos, su precio tenderá a subir, y eso hará que la actividad económica en los países que no disponen de ellos descienda. A su vez, ello va a provocar unas oscilaciones muy incómodas en los precios del petróleo. A un país como Rusia, que es muy dependiente de esos precios para financiar las políticas de rentas y expansivas que está poniendo en marcha, le va a resultar complicado seguir un curso estable.
En este contexto, hay distintos escenarios económicos. El más catastrófico, sobre todo para los países en los que no hay petróleo, consiste en que el precio suba imparablemente y provoque una crisis económica todavía más brutal que la que estamos padeciendo. Forzosamente tendríamos que pasar a cambiar nuestro modo de vida y a usar un tipo de tecnología muy distinta a la que empleamos ahora.
Rusia, si todo va normal, no necesitaría en un principio cambiar drásticamente de tecnología y de modo de vida. Gracias a su relativo aislamiento en los foros internacionales, ya que no pertenece ni a la OPEP ni tampoco a la OMC, puede hacer de su capa un sayo, sin más limitaciones que la oferta y la demanda. Que no son pocas limitaciones, vale, pero que no es lo mismo que incumplir una norma de la OMC y que se te echen a la yugular los países que se consideren perjudicados y la cosa acabe en plan "Libertad duradera" o "Tormenta de la Estepa". Es cierto que no hay antecedentes (o sí, vaya usted a saber), pero habrá que ver cómo responde la comunidad internacional cuando la crisis apriete de verdad de la buena, hasta el punto de que lo que hayamos visto hasta ahora sean tonterías.
Rusia podría aislar su mercado y aprovechar que sigue siendo un productor de petróleo de primera línea para exportarlo con cuentagotas y mantener los precios internos bajos. En cierta medida, es lo que hace actualmente, con sus aranceles de exportación, sólo que en un escenario mad-max lo haría con mucha más intensidad. A corto plazo, Rusia podría seguir viviendo como hasta ahora, pero un poco más tarde eso tendría algunas consecuencias desagradables:
La primera es que Rusia perdería nivel de vida muy rápidamente. La crisis económica y el aumento de costes provocaría un aumento mundial de precios en bienes de consumo que Rusia no produce o produce con muy poca calidad. Como Rusia ingresaría menos por la venta de petróleo, no entrarían divisas y el rublo se depreciaría con rapidez, mientras que las reservas, ahora muy abundantes, no resistirían lo necesario para sostener el ritmo de consumo actual de los rusos. Rusia tendría que buscar un equilibrio entre la exportación y el consumo interno, básicamente como hace ahora, pero en un escenario mad-max todo el mundo saldría perjudicado con total seguridad.
La segunda consecuencia es que el aparato productivo ruso mantendría los mismos defectos que ahora, con una tecnología atrasada y muy intensiva en energía y en mano de obra. Como la energía seguiría siendo barata debido a la abundancia artificial que produciría el aislamiento ruso, los productos rusos podrían mantener su desventaja competitiva en calidad respecto de los productos extranjeros a base de mantener precios baratos, pero a largo plazo sucedería lo mismo que en la España de 1973, en que se distorsionó el sistema productivo, también entonces intensivo en energía, para aguantar unos años, y el resultado es que al final no hubo más remedio que acometer una reconversión industrial de órdago.
La reconversión industrial que tendría que acometer Rusia, no se sabe después de cuántos años, dejaría a la española en paños calientes, y en un escenario de carestía glocal no quiero ni pensar en las consecuencias sociales que podría tener cuando, finalmente, los combustibles fósiles iniciaran su senda de descenso (ya la han iniciado, y cada vez es más caro conseguirlos).
A todo esto, el escenario mad-max tiene un problema adicional, y es que deja de haber amiguitos del alma. La cosa se pone violenta, porque todo el mundo aspira a mantener su modo de vida a toda costa, y podemos estar seguros de que habrá gresca. No es casualidad que Putin haya dado su visto bueno a un incremento muy notable del gasto militar, que China esté asomando el músculo a base de maniobras y que, en general, los que trabajan en el sector de seguridad estén de enhorabuena. Van a tener curro a raudales.
En estas circunstancias, Rusia tiene dos opciones. La primera es la que, a la vista de las decisiones políticas que estamos viendo, va a tomar con casi total seguridad, que es crear un espacio aislado de las tormentas económicas, en el que se pueda conservar el modo de vida actual unos años más, no sabemos cuántos, con un ejército fuerte, retórica patriótica y políticas de gasto, pero que muy probablemente terminará colapsando más tarde o más temprano por pura inviabilidad económica. Algo así como lo que pasó con la URSS.
La segunda sería la que se supone que llevaría a cabo el ala más liberal del Gobierno, la que había venido representando el ahora dimitido Kudrin, que sería más ortodoxa desde el punto de vista económico, anticipando el peor escenario posible y llevando a cabo una política económica anticíclica, sin exagerar el aislamiento económico, procurando alisar los ciclos, guardar en la hucha para cuando vengan aún peor dadas y recortando gastos, en particular militares.
¿Cuál es la política más adecuada? Ojalá fuera tan fácil decirlo, porque depende del escenario que nos vayamos encontrando, y nadie es tan profeta como para poderlo pronosticar con total certeza. Lo bueno de Putin es que es lo suficientemente camaleónico como para llevar a cabo cualquiera de las dos, y no es tan descabellado que las cosas acaben resultando tan mal que la más adecuada, al menos durante cierto tiempo, sea la primera. Cualquier otro líder no tendría la fuerza necesaria para tomar muchas medidas duras que será necesario adoptar. Putin sí.
Pero eso sí, una cosa es que Putin sea la opción más sensata para los rusos, que posiblemente sí lo sea, y otra cosa muy distinta es que las formas de tomar la opción no sean de una hipocresía que tira para atrás. Porque, no sé si alguien se ha dado cuenta, pero no parece sino que Putin ya sea el próximo presidente por haber sido nominado por Rusia Unida, cuando, pasmémonos, se supone que hay unas elecciones presidenciales por delante. Pero eso, me temo, es otra historia, y hoy se hace tarde para contarla.
En segundo lugar, porque voy a tratar de especular sobre el futuro. Eso es un error gravísimo, porque Rusia es impredecible casi por definición, hasta el punto de que nadie de los que han osado hacer conjeturas sobre el futuro de este bendito país ha acertado ni tantico, con lo que mis posibilidades de hacerlo son prácticamente nulas. Como ser racional y esas cosas que soy, voy a intentar incluso razonar, cuando las probabilidades de acertar leyendo los posos del café o las entrañas de los animales sagrados son prácticamente las mismas.
Efectivamente, como dice Fernando en su comentario a la última entrada, Rusia va a pasar unos años complicados, pero no más que cualquier otro país, y probablemente menos complicados que, por poner un ejemplo evidente, España. Es muy probable que, a tenor de lo que hemos estado viendo estos últimos meses, la crisis económica, que es mucho más que económica, haya venido para quedarse, y puede que para quedarse mucho tiempo. Los recursos energéticos fósiles van a ser cada vez más escasos, su precio tenderá a subir, y eso hará que la actividad económica en los países que no disponen de ellos descienda. A su vez, ello va a provocar unas oscilaciones muy incómodas en los precios del petróleo. A un país como Rusia, que es muy dependiente de esos precios para financiar las políticas de rentas y expansivas que está poniendo en marcha, le va a resultar complicado seguir un curso estable.
En este contexto, hay distintos escenarios económicos. El más catastrófico, sobre todo para los países en los que no hay petróleo, consiste en que el precio suba imparablemente y provoque una crisis económica todavía más brutal que la que estamos padeciendo. Forzosamente tendríamos que pasar a cambiar nuestro modo de vida y a usar un tipo de tecnología muy distinta a la que empleamos ahora.
Rusia, si todo va normal, no necesitaría en un principio cambiar drásticamente de tecnología y de modo de vida. Gracias a su relativo aislamiento en los foros internacionales, ya que no pertenece ni a la OPEP ni tampoco a la OMC, puede hacer de su capa un sayo, sin más limitaciones que la oferta y la demanda. Que no son pocas limitaciones, vale, pero que no es lo mismo que incumplir una norma de la OMC y que se te echen a la yugular los países que se consideren perjudicados y la cosa acabe en plan "Libertad duradera" o "Tormenta de la Estepa". Es cierto que no hay antecedentes (o sí, vaya usted a saber), pero habrá que ver cómo responde la comunidad internacional cuando la crisis apriete de verdad de la buena, hasta el punto de que lo que hayamos visto hasta ahora sean tonterías.
Rusia podría aislar su mercado y aprovechar que sigue siendo un productor de petróleo de primera línea para exportarlo con cuentagotas y mantener los precios internos bajos. En cierta medida, es lo que hace actualmente, con sus aranceles de exportación, sólo que en un escenario mad-max lo haría con mucha más intensidad. A corto plazo, Rusia podría seguir viviendo como hasta ahora, pero un poco más tarde eso tendría algunas consecuencias desagradables:
La primera es que Rusia perdería nivel de vida muy rápidamente. La crisis económica y el aumento de costes provocaría un aumento mundial de precios en bienes de consumo que Rusia no produce o produce con muy poca calidad. Como Rusia ingresaría menos por la venta de petróleo, no entrarían divisas y el rublo se depreciaría con rapidez, mientras que las reservas, ahora muy abundantes, no resistirían lo necesario para sostener el ritmo de consumo actual de los rusos. Rusia tendría que buscar un equilibrio entre la exportación y el consumo interno, básicamente como hace ahora, pero en un escenario mad-max todo el mundo saldría perjudicado con total seguridad.
La segunda consecuencia es que el aparato productivo ruso mantendría los mismos defectos que ahora, con una tecnología atrasada y muy intensiva en energía y en mano de obra. Como la energía seguiría siendo barata debido a la abundancia artificial que produciría el aislamiento ruso, los productos rusos podrían mantener su desventaja competitiva en calidad respecto de los productos extranjeros a base de mantener precios baratos, pero a largo plazo sucedería lo mismo que en la España de 1973, en que se distorsionó el sistema productivo, también entonces intensivo en energía, para aguantar unos años, y el resultado es que al final no hubo más remedio que acometer una reconversión industrial de órdago.
La reconversión industrial que tendría que acometer Rusia, no se sabe después de cuántos años, dejaría a la española en paños calientes, y en un escenario de carestía glocal no quiero ni pensar en las consecuencias sociales que podría tener cuando, finalmente, los combustibles fósiles iniciaran su senda de descenso (ya la han iniciado, y cada vez es más caro conseguirlos).
A todo esto, el escenario mad-max tiene un problema adicional, y es que deja de haber amiguitos del alma. La cosa se pone violenta, porque todo el mundo aspira a mantener su modo de vida a toda costa, y podemos estar seguros de que habrá gresca. No es casualidad que Putin haya dado su visto bueno a un incremento muy notable del gasto militar, que China esté asomando el músculo a base de maniobras y que, en general, los que trabajan en el sector de seguridad estén de enhorabuena. Van a tener curro a raudales.
En estas circunstancias, Rusia tiene dos opciones. La primera es la que, a la vista de las decisiones políticas que estamos viendo, va a tomar con casi total seguridad, que es crear un espacio aislado de las tormentas económicas, en el que se pueda conservar el modo de vida actual unos años más, no sabemos cuántos, con un ejército fuerte, retórica patriótica y políticas de gasto, pero que muy probablemente terminará colapsando más tarde o más temprano por pura inviabilidad económica. Algo así como lo que pasó con la URSS.
La segunda sería la que se supone que llevaría a cabo el ala más liberal del Gobierno, la que había venido representando el ahora dimitido Kudrin, que sería más ortodoxa desde el punto de vista económico, anticipando el peor escenario posible y llevando a cabo una política económica anticíclica, sin exagerar el aislamiento económico, procurando alisar los ciclos, guardar en la hucha para cuando vengan aún peor dadas y recortando gastos, en particular militares.
¿Cuál es la política más adecuada? Ojalá fuera tan fácil decirlo, porque depende del escenario que nos vayamos encontrando, y nadie es tan profeta como para poderlo pronosticar con total certeza. Lo bueno de Putin es que es lo suficientemente camaleónico como para llevar a cabo cualquiera de las dos, y no es tan descabellado que las cosas acaben resultando tan mal que la más adecuada, al menos durante cierto tiempo, sea la primera. Cualquier otro líder no tendría la fuerza necesaria para tomar muchas medidas duras que será necesario adoptar. Putin sí.
Pero eso sí, una cosa es que Putin sea la opción más sensata para los rusos, que posiblemente sí lo sea, y otra cosa muy distinta es que las formas de tomar la opción no sean de una hipocresía que tira para atrás. Porque, no sé si alguien se ha dado cuenta, pero no parece sino que Putin ya sea el próximo presidente por haber sido nominado por Rusia Unida, cuando, pasmémonos, se supone que hay unas elecciones presidenciales por delante. Pero eso, me temo, es otra historia, y hoy se hace tarde para contarla.
viernes, 14 de octubre de 2011
Para los que dudaban
Los kremlinólogos, esa gente tan divertida, llevaban años especulando sobre quién iba a ser el próximo presidente de Rusia, que si Medvedev, con su club de fans, que si Putin, con el suyo, que si algún pelagatos de la oposición (bueno, para creer que alguien de la oposición puede llegar al poder en las próximas elecciones hay que ser bastante iluso).
Pamplinas.
Los kremlinólogos deberían dejarse de chorradas y hacer como los analistas bursátiles que utilizan el análisis técnico y que se basan en datos históricos para ver cómo se va a desarrollar la cotización de las acciones, pasando ampliamente de los datos de la empresa, de los beneficios que dé y esas cosas tan prosaicas ¿Y qué nos dice la historia? La historia nos dice que en Rusia hay un turno que ríete de Cánovas y Sagasta, sólo que, así como en España se turnaban conservadores y liberales, en Rusia se turnan calvos y peludos.
La imagen de arriba, muy popular estos días por aquí, podría ser ampliada para remontarse hasta 1825, nada menos. Nicolás I era calvo, Alejandro II tenía pelo, cosa que no tenía Alejandro III, pero sí Nicolás II. El príncipe Lvov era calvo, pero su sucesor Kerensky tuvo pelo hasta los noventa años en que murió. Y ahora ya pasamos a la caricatura: Lenin era Calvo; Stalin peludo; Jruschov calvo; Brezhnev peludo; Andrópov calvo; Chenenko peludo; Gorby calvo; Yeltsin peludo; Putin tenía algo de pelo cuando llegó al poder, pero ya no es el caso; y Medvedev tiene pelo. Por tanto, ahora tocaba que el padrecito fuera calvo y ¿cuántos calvos están en condiciones de acceder al poder? ¿Ziugánov, el jefe del Partido Comunista? ¡Anda ya!
Pamplinas.
Los kremlinólogos deberían dejarse de chorradas y hacer como los analistas bursátiles que utilizan el análisis técnico y que se basan en datos históricos para ver cómo se va a desarrollar la cotización de las acciones, pasando ampliamente de los datos de la empresa, de los beneficios que dé y esas cosas tan prosaicas ¿Y qué nos dice la historia? La historia nos dice que en Rusia hay un turno que ríete de Cánovas y Sagasta, sólo que, así como en España se turnaban conservadores y liberales, en Rusia se turnan calvos y peludos.
La imagen de arriba, muy popular estos días por aquí, podría ser ampliada para remontarse hasta 1825, nada menos. Nicolás I era calvo, Alejandro II tenía pelo, cosa que no tenía Alejandro III, pero sí Nicolás II. El príncipe Lvov era calvo, pero su sucesor Kerensky tuvo pelo hasta los noventa años en que murió. Y ahora ya pasamos a la caricatura: Lenin era Calvo; Stalin peludo; Jruschov calvo; Brezhnev peludo; Andrópov calvo; Chenenko peludo; Gorby calvo; Yeltsin peludo; Putin tenía algo de pelo cuando llegó al poder, pero ya no es el caso; y Medvedev tiene pelo. Por tanto, ahora tocaba que el padrecito fuera calvo y ¿cuántos calvos están en condiciones de acceder al poder? ¿Ziugánov, el jefe del Partido Comunista? ¡Anda ya!
miércoles, 12 de octubre de 2011
Baldosas
Nuestro bienamado alcalde, Sergey Sobyanin, ha realizado en los pocos, pero intensos, meses que lleva en el cargo una serie de revoluciones históricas tan impresionantes que parece imposible que no haya pasado ya a los libros de Historia Universal e incluso directamente a los altares. Si tal cosa no ha sucedido todavía, no cabe sino atribuírselo a los émulos tenebrosos que lamentablemente infestan los puestos de responsabilidad en la ONU y esos sitios de relumbrón, canapé y odio enfermizo contra los políticos de verdadero mérito.
Uno de los acontecimientos históricos que jalonan estos meses de gobierno es la audaz campaña de colocación de baldosas en las aceras que ha tenido lugar este verano, y que ha mejorado sobremanera el ajado y primitivo aspecto de las calles del centro (fuera del centro, ni pensarlo). Y es que las aceras moscovitas eran, en el mejor de los casos, una capa de asfalto agujereado tirado al descuido por una banda de trabajadores recién llegados de algún lugar de Asia, que dejaban un suelo más irregular que Curro Romero y con unos socavones tan profundos que no se sabía si lo de dentro era agua sucia o petróleo.
Ahora no. Sobyanin se ha rascado el bolsillo y ha adecentado el centro. A pesar de que sus críticos farfullan sobre lo caro que cuesta el asunto, indudablemente la calle tiene un aspecto mucho más lucido. Más civilizado.
Es más, pasmémonos: durante un momento, pensé que en Moscú iba a haber un punto de inflexión, y que por fin alguien iba a pensar en los peatones, esa especie a la que parecía que había que perjudicar cuanto antes para que desapareciera lo más pronto posible y dejara el camino expedito a los coches, que siempre requieren más espacio y que no hay derecho que se tengan que apelotonar en los ocho carriles de la Tverskaya, habiendo tres metros de acera a cada lado que, bien aprovechados, ya podrían dar de sí para meter un par de carriles más. Los peatones, con que vayan en fila india, ya les vale.
Pues no.
Los peatones, en Moscú, siguen estando al nivel de los parias hindúes. Y, al que piense lo contrario, que le enseñen la siguiente foto.
Sí, hijos, sí. Unos pocos días después de dejar las aceras de Tverskaya hechas un primor, unos lacayos municipales pintaron unas rayas de blanco sobre ellas con la nada disimulada intención de convertir las dos terceras partes de la acera en aparcamiento. Es cierto que antes los coches aparcaban sobre la acera de todas maneras, pero era ilegal y, de todas formas, al menos no lo hacían en batería. Ahora sí. Ahora, nuestro bienamado alcalde ha dado a los automovilistas más terreno del que ellos se habían atrevido a tomar y ha reducido la parte de la acera que queda a los peatones a un tercio de lo que había sido. Lo cual, teniendo en cuenta que se trata de la calle más transitada de Moscú y de que los doce millones de personas que habitan nuestra ciudad han pasado en algún momento por ahí, tiene narices.
Para eso, la verdad, podían haber dejado las aceras cubiertas de asfalto roñoso y decrépito. Si de lo que se trataba era de regalar la acera a los coches, más valía que se pareciera a las calzadas.
Uno de los acontecimientos históricos que jalonan estos meses de gobierno es la audaz campaña de colocación de baldosas en las aceras que ha tenido lugar este verano, y que ha mejorado sobremanera el ajado y primitivo aspecto de las calles del centro (fuera del centro, ni pensarlo). Y es que las aceras moscovitas eran, en el mejor de los casos, una capa de asfalto agujereado tirado al descuido por una banda de trabajadores recién llegados de algún lugar de Asia, que dejaban un suelo más irregular que Curro Romero y con unos socavones tan profundos que no se sabía si lo de dentro era agua sucia o petróleo.
Ahora no. Sobyanin se ha rascado el bolsillo y ha adecentado el centro. A pesar de que sus críticos farfullan sobre lo caro que cuesta el asunto, indudablemente la calle tiene un aspecto mucho más lucido. Más civilizado.
Es más, pasmémonos: durante un momento, pensé que en Moscú iba a haber un punto de inflexión, y que por fin alguien iba a pensar en los peatones, esa especie a la que parecía que había que perjudicar cuanto antes para que desapareciera lo más pronto posible y dejara el camino expedito a los coches, que siempre requieren más espacio y que no hay derecho que se tengan que apelotonar en los ocho carriles de la Tverskaya, habiendo tres metros de acera a cada lado que, bien aprovechados, ya podrían dar de sí para meter un par de carriles más. Los peatones, con que vayan en fila india, ya les vale.
Pues no.
Los peatones, en Moscú, siguen estando al nivel de los parias hindúes. Y, al que piense lo contrario, que le enseñen la siguiente foto.
Sí, hijos, sí. Unos pocos días después de dejar las aceras de Tverskaya hechas un primor, unos lacayos municipales pintaron unas rayas de blanco sobre ellas con la nada disimulada intención de convertir las dos terceras partes de la acera en aparcamiento. Es cierto que antes los coches aparcaban sobre la acera de todas maneras, pero era ilegal y, de todas formas, al menos no lo hacían en batería. Ahora sí. Ahora, nuestro bienamado alcalde ha dado a los automovilistas más terreno del que ellos se habían atrevido a tomar y ha reducido la parte de la acera que queda a los peatones a un tercio de lo que había sido. Lo cual, teniendo en cuenta que se trata de la calle más transitada de Moscú y de que los doce millones de personas que habitan nuestra ciudad han pasado en algún momento por ahí, tiene narices.
Para eso, la verdad, podían haber dejado las aceras cubiertas de asfalto roñoso y decrépito. Si de lo que se trataba era de regalar la acera a los coches, más valía que se pareciera a las calzadas.
lunes, 10 de octubre de 2011
El viaje (y XI): Vuelta a casa.
Y ya, después de dos días de zarandeo por las pistas de asfalto sin líneas, lindes ni mucho menos mediana que son la gran mayoría de las carreteras rusas, había llegado el momento de dar por terminado nuestro periplo y volver a Moscú, rompeolas de todas las Rusias. Por una parte, ya había ganas de volver a casa; por otra, el viaje había estado bien, salir de Moscú siempre es un placer y, para acabar, era domingo por la tarde y los domingos por la tarde entrar a Moscú es una especie de suplicio interminable. El horario previsto de llegada era las ocho de la tarde, pero todos sabíamos que ese horario sólo se hubiera podido cumplir en un autobús volador, no en uno que fuera, como los otros tropecientos mil vehículos implicados en el mismo objetivo, sobre el asfalto.
Mi compañero de asiento, tras unos traguitos a sus reservas tácticas, se durmió plácidamente sobre el cristal, en una posición que le hacía serio candidato a una torticolis mortal en cuanto se despertara. Nada grave que no se pudiera curar con vodka, por supuesto.
Las dos tortis se acurrucaron mutuamente, y la guía, que vio el percal, decidió abandonar su verborrea y dar descanso a todo el mundo, ella incluida. El autobús inició la marcha, y al cabo de un rato bastante largo discurriendo entre bosques más o menos frondosos, llegamos a la altura de Ivánovo. Y dijo el conductor por el altavoz:
- ¿Nos metemos en Ivánovo o nos vamos por la circunvalación?
- ¡Vamos por Ivánovo! ¡Vamos por Ivánovo!
Esta vez, a diferencia del caso de la piedra azul, meternos en Ivánovo salió gratis. La guía comenzó a leer una hoja y a comentar cosas de Ivánovo, básicamente el año de su fundación (es de principios del siglo XIX), y la fama de su industria textil y de sus novias, por la desproporción entre la población masculina y femenina, que la han llevado a ser conocida como la ciudad de las novias. No dijo, eso sí, que la industria textil de Ivánovo está sumamente venida a menos por la competencia china y que la desproporción entre hombres y mujer en la ciudad se ha mitigado bastante y que, según la propia administración de la ciudad, apenas es un 6% a favor de las mujeres, lo que no es muy diferente a lo que ocurre en Rusia en general.
Entonces, la guía se calló. Se ve que su chuleta no daba para más.
Yo vi que pasábamos junto a la preciosa iglesia veterocreyente que me habían enseñado la primera vez que estuve por Ivánovo. Y la guía, muda.
Poco después, pasamos por la casa barco, que también me habían enseñado como una de las cosas más admirables del lugar. La guía seguía callada.
Finalmente, una de las pasajeras pleistocénicas chilló desde su asiento:
- ¡Cuéntenos algo de Ivánovo! ¿Es que no nos va a contar nada?
La guía no tuvo más remedio que hablar.
- Normalmente nuestra compañía no lleva Ivánovo, así que no estamos demasiado informados sobre la ciudad. Preferimos no dar información inexacta sobre la misma.
- Es que nunca pasamos por aquí - añadió el conductor.
Mientras tanto, íbamos pasando por la casa pájaro, la casa bala, y enseguida por la casa herradura. Estuve tentado de agarrar el micrófono y contar a mis compañeros de viaje (incluyendo al borrachín de vecino que tenía) algo sobre los lugares por los que íbamos pasando, pero me temo que la guía se lo hubiera tomado mal, y los guiris tenemos que ser muy cuidadosos, aunque sepamos sobre Ivánovo más que todos los demás pasajeros del autobús juntos, como seguramente era el caso. A la mínima, quedas de chulo y prepotente, hasta parecer que todos los españoles jugamos (o, sobre todo, trabajamos de entrenadores) en el Real Madrid. Y no es el caso, de verdad.
El objetivo de cruzar Ivánovo era mucho más prosaico, y consistía en dar al pasaje la oportunidad de parar en un gran almacén de textiles, no sé si conchabado con el personal de la agencia, a comprar algo. Les salió mal, porque nadie quiso bajar.
Tuvimos la comida en Suzdal, lugar por el que en esta bitácora no nos habíamos detenido todavía, cosa que quizá haya tiempo en otra ocasión para remediar. Pasamos por Vladímir, otra ciudad que está en el mismo caso que Suzdal, y allí fue donde se bajó la guía, que era de allí y que, esta vez sí, pasó los últimos veinte kilómetros contando cosas de la ciudad. A la que vi vacío el asiento de la guía, me dije que era la mía y dejé a mi vecino sin compañero de asiento. Hice bien, porque casi enseguida empezaron tres cosas: una tormenta del quince, un atasco de la misma magnitud y una película que el conductor, sabiendo lo que se nos venía encima, puso para entretener al pasaje y que se veía mucho mejor desde el asiento que ocupé. "Iván Vasilievich cambia de trabajo" (Иван Василиевич меняет профессию), un huésped muy habitual de los viajes (también lo pusieron en el tren de San Petersburgo la semana pasada) y una de las mejores comedias rusas de todos los tiempos.
Es curioso. En los autobuses de larga distancia, en España, lo normal es que te pongan la filmografía completa de Steven Seagal o de Jean Claude Van Damme. En los autobuses rusos siempre ponen comedias soviéticas de los años sesenta y setenta. Son muy buenas y a mí me gustan mucho, pero creo que las he visto más veces en los autobuses que en mi casa.
A nuestro destino, finalmente, llegamos a las doce menos cuarto. Un ligero retraso de nada. Sin despedirnos unos de otros más que con una inclinación de cabeza, los viajeros nos perdimos por las calles de Moscú en dirección a nuestras casas.
Mi compañero de asiento, tras unos traguitos a sus reservas tácticas, se durmió plácidamente sobre el cristal, en una posición que le hacía serio candidato a una torticolis mortal en cuanto se despertara. Nada grave que no se pudiera curar con vodka, por supuesto.
Las dos tortis se acurrucaron mutuamente, y la guía, que vio el percal, decidió abandonar su verborrea y dar descanso a todo el mundo, ella incluida. El autobús inició la marcha, y al cabo de un rato bastante largo discurriendo entre bosques más o menos frondosos, llegamos a la altura de Ivánovo. Y dijo el conductor por el altavoz:
- ¿Nos metemos en Ivánovo o nos vamos por la circunvalación?
- ¡Vamos por Ivánovo! ¡Vamos por Ivánovo!
Esta vez, a diferencia del caso de la piedra azul, meternos en Ivánovo salió gratis. La guía comenzó a leer una hoja y a comentar cosas de Ivánovo, básicamente el año de su fundación (es de principios del siglo XIX), y la fama de su industria textil y de sus novias, por la desproporción entre la población masculina y femenina, que la han llevado a ser conocida como la ciudad de las novias. No dijo, eso sí, que la industria textil de Ivánovo está sumamente venida a menos por la competencia china y que la desproporción entre hombres y mujer en la ciudad se ha mitigado bastante y que, según la propia administración de la ciudad, apenas es un 6% a favor de las mujeres, lo que no es muy diferente a lo que ocurre en Rusia en general.
Entonces, la guía se calló. Se ve que su chuleta no daba para más.
Yo vi que pasábamos junto a la preciosa iglesia veterocreyente que me habían enseñado la primera vez que estuve por Ivánovo. Y la guía, muda.
Poco después, pasamos por la casa barco, que también me habían enseñado como una de las cosas más admirables del lugar. La guía seguía callada.
Finalmente, una de las pasajeras pleistocénicas chilló desde su asiento:
- ¡Cuéntenos algo de Ivánovo! ¿Es que no nos va a contar nada?
La guía no tuvo más remedio que hablar.
- Normalmente nuestra compañía no lleva Ivánovo, así que no estamos demasiado informados sobre la ciudad. Preferimos no dar información inexacta sobre la misma.
- Es que nunca pasamos por aquí - añadió el conductor.
Mientras tanto, íbamos pasando por la casa pájaro, la casa bala, y enseguida por la casa herradura. Estuve tentado de agarrar el micrófono y contar a mis compañeros de viaje (incluyendo al borrachín de vecino que tenía) algo sobre los lugares por los que íbamos pasando, pero me temo que la guía se lo hubiera tomado mal, y los guiris tenemos que ser muy cuidadosos, aunque sepamos sobre Ivánovo más que todos los demás pasajeros del autobús juntos, como seguramente era el caso. A la mínima, quedas de chulo y prepotente, hasta parecer que todos los españoles jugamos (o, sobre todo, trabajamos de entrenadores) en el Real Madrid. Y no es el caso, de verdad.
El objetivo de cruzar Ivánovo era mucho más prosaico, y consistía en dar al pasaje la oportunidad de parar en un gran almacén de textiles, no sé si conchabado con el personal de la agencia, a comprar algo. Les salió mal, porque nadie quiso bajar.
Tuvimos la comida en Suzdal, lugar por el que en esta bitácora no nos habíamos detenido todavía, cosa que quizá haya tiempo en otra ocasión para remediar. Pasamos por Vladímir, otra ciudad que está en el mismo caso que Suzdal, y allí fue donde se bajó la guía, que era de allí y que, esta vez sí, pasó los últimos veinte kilómetros contando cosas de la ciudad. A la que vi vacío el asiento de la guía, me dije que era la mía y dejé a mi vecino sin compañero de asiento. Hice bien, porque casi enseguida empezaron tres cosas: una tormenta del quince, un atasco de la misma magnitud y una película que el conductor, sabiendo lo que se nos venía encima, puso para entretener al pasaje y que se veía mucho mejor desde el asiento que ocupé. "Iván Vasilievich cambia de trabajo" (Иван Василиевич меняет профессию), un huésped muy habitual de los viajes (también lo pusieron en el tren de San Petersburgo la semana pasada) y una de las mejores comedias rusas de todos los tiempos.
Es curioso. En los autobuses de larga distancia, en España, lo normal es que te pongan la filmografía completa de Steven Seagal o de Jean Claude Van Damme. En los autobuses rusos siempre ponen comedias soviéticas de los años sesenta y setenta. Son muy buenas y a mí me gustan mucho, pero creo que las he visto más veces en los autobuses que en mi casa.
A nuestro destino, finalmente, llegamos a las doce menos cuarto. Un ligero retraso de nada. Sin despedirnos unos de otros más que con una inclinación de cabeza, los viajeros nos perdimos por las calles de Moscú en dirección a nuestras casas.
viernes, 7 de octubre de 2011
El viaje (X): Onomástica callejera
La mayoría de las guías turísticas de las ciudades del anillo de oro, y en general de las ciudades rusas históricas, me da a mí que hablan con bastante desprecio del período comunista. Digo guías, en femenino, porque la práctica totalidad son mujeres y porque en toda mi vida sólo me he encontrado con un guía masculino.
Decía que todas ellas, en sus relatos, me parece que tienen un deje anticomunista, lo cual es bastante comprensible. Trabajan en ciudades históricas, en las que la contribución del comunismo consistió, en buena medida, en la dinamita necesaria para cargarse buena parte del patrimonio histórico y sustituirlo por unos edificios feísimos e impersonales que no pasarán a la historia. Y los guías turísticos de las ciudades históricas se ocupan precisamente de narrar eso, la historia. Muchas veces te encuentras en una explanada en la que no hay nada, suelo mondo y lirondo, mientras la guía te explica las iglesias que había allí, su advocación y el año de su demolición para construir fábricas con los ladrillos obtenidos. Obviamente, a más fábricas, más proletarios; y, a menos iglesias, menos burgueses fascistas hez de la humanidad y enemigos de clase. Que a los fascistas las iglesias tampoco les hagan la menor gracia es un asunto molesto y secundario. El caso es cargarse iglesias. Claro está que sería mucho más bonito mostrar el templo en estado físico, y no en evocación del pasado, y por eso es fácil de entender que las guías sean personas bastante pías y algo rencorosillas con la dictadura del proletariado.
Porque así es. Entre los grupos de turistas hay gentes de todo pelaje, y en mi grupo, sin ir más lejos, teníamos un presunto alcohólico con aspecto de aparatchik bolchevique; un par de lesbianas de libro; una mayoría de gente a quienes la religión ni fu ni fa, y un católico que sistemáticamente se santiguaba al revés a la entrada y salida de los templos que visitábamos. Sin embargo, las guías nunca dejaban de santiguarse, a la ortodoxa, es decir, primero hacia la derecha, ni de cubrir pudoosamente su cabeza, como mandan las normas, ni incluso de rezar o de colocar alguna vela durante la propia visita turística.
Uno pensaría, pues, que en dichas ciudades predomina un pensamiento reacio al comunismo y a lo que significó. Ello choca, sin embargo, con la nomenclatura urbana.
Yo vengo de un país, y de una ciudad, y hasta de un pueblo, en donde, a principios de los años ochenta del pasado siglo, coincidiendo con la victoria de los partidos de izquierda en las elecciones municipales, se cambiaron los nombres de las calles de manera radical. La plaza del Caudillo de Valencia pasó a ser, no su nombre anterior (plaza de Emilio Castelar, respetado político del último tercio del siglo XIX), sino la plaza del País Valenciano, nombre que da escalofríos a buena parte de los valencianos y que afortunadamente fue cambiado, cuando las elecciones las ganaron las derechas, por el mucho más objetivo de plaza del Ayuntamiento (que precisamente está allí), y que posiblemente durará bastante más. Otros calles pasaron de recordar a próceres de la guerra civil y del franquismo a recordar a próceres del otro bando, en una especie de bandazo onomástico. En mi pueblo, que no habia crecido durante la Dictadura como lo había hecho Valencia, el alcalde, comunista él, se limitó a borrar los nombres de "general Aranda" y "general Mola", y algún otro al que se cepillaron sus abuelos, y recuperar los nombres tradicionales. La única calle destacada que había aparecido, la gran vía de José Antonio, sí que pasó a ser la gran vía del País Valencià, y así sigue, esperando el día en que las izquierdas pierdan la alcaldía.
En Rusia, básicamente, los nombres de las calles han permanecido inalterados. Sólo dos ciudades, Moscú y San Petersburgo, recuperaron los nombres tradicionales de las calles, los existentes antes de 1918. Así, en Moscú, Kalinin, Gorki, Nogin, Marx, Engels o Herzen desaparecieron del callejero moscovita, que recuperó sus nombres de siempre. Lenin continúa, sobre todo porque la avenida que lo conmemora apareció mucho después de 1918 y no tenía denominación histórica. Bueno, y porque Lenin es Lenin.
En otros lugares, en cambio, todo continuó igual: las calles Lenin, Gorki, Sovietskaya, Internatsionalnaya, Kommunistícheskaya o Komintern se encuentran en casi todas las ciudades históricas. Y no por falta de nombres históricos, que existían, sino porque nadie los cambió.
En Plios, paseando en dirección al museo Levitán, y habiendo captado que la guía tampoco se deshacía en elogios hacia las autoridades revolucionarias, decidí abordar el tema, tanto más cuanto que la señora citaba constantemente, junto al nombre oficial de la calle, el histórico.
- ¿Y nadie ha pensado en recuperar los nombres históricos?
- ¿Los históricos?
- Sí ¿La gente está de acuerdo con los nombres actuales de las calles? ¿Nadie los quiere cambiar por los que había?
Ésta es una pregunta delicada para que la haga un extranjero, así que hay que usar el mayor tacto posible.
- Verá. Yo creo que la gente estaría de acuerdo.
- ¿Y no lo hacen?
- El asunto se trató en una reunión municipal.
- Aquí, además, no serán muchos. Será sencillo tomar un acuerdo.
- Es que entonces salió la cuestión de quién pagaba eso.
- ¿Las placas?
No me parecía un obstáculo demasiado oneroso, la verdad.
- Las placas... no tanto las placas.
- ¿Entonces?
- Es que tendríamos que registrar todos nuestras casas con el nuevo nombre de la calle, y habría que pagar las tasas de registro, y eso nos saldría muy caro y nadie quería.
La verdad es que debería haberlo supuesto. Don Quijote y Sancho topaban con la Iglesia. Los rusos topan con la burocracia.
con la Iglesia, al menos, se sabía de dónde te podían venir los capones. Con la burocracia es peor: te puede venir de cualquier sitio; lo único seguro es que te vendrán.
Decía que todas ellas, en sus relatos, me parece que tienen un deje anticomunista, lo cual es bastante comprensible. Trabajan en ciudades históricas, en las que la contribución del comunismo consistió, en buena medida, en la dinamita necesaria para cargarse buena parte del patrimonio histórico y sustituirlo por unos edificios feísimos e impersonales que no pasarán a la historia. Y los guías turísticos de las ciudades históricas se ocupan precisamente de narrar eso, la historia. Muchas veces te encuentras en una explanada en la que no hay nada, suelo mondo y lirondo, mientras la guía te explica las iglesias que había allí, su advocación y el año de su demolición para construir fábricas con los ladrillos obtenidos. Obviamente, a más fábricas, más proletarios; y, a menos iglesias, menos burgueses fascistas hez de la humanidad y enemigos de clase. Que a los fascistas las iglesias tampoco les hagan la menor gracia es un asunto molesto y secundario. El caso es cargarse iglesias. Claro está que sería mucho más bonito mostrar el templo en estado físico, y no en evocación del pasado, y por eso es fácil de entender que las guías sean personas bastante pías y algo rencorosillas con la dictadura del proletariado.
Porque así es. Entre los grupos de turistas hay gentes de todo pelaje, y en mi grupo, sin ir más lejos, teníamos un presunto alcohólico con aspecto de aparatchik bolchevique; un par de lesbianas de libro; una mayoría de gente a quienes la religión ni fu ni fa, y un católico que sistemáticamente se santiguaba al revés a la entrada y salida de los templos que visitábamos. Sin embargo, las guías nunca dejaban de santiguarse, a la ortodoxa, es decir, primero hacia la derecha, ni de cubrir pudoosamente su cabeza, como mandan las normas, ni incluso de rezar o de colocar alguna vela durante la propia visita turística.
Uno pensaría, pues, que en dichas ciudades predomina un pensamiento reacio al comunismo y a lo que significó. Ello choca, sin embargo, con la nomenclatura urbana.
Yo vengo de un país, y de una ciudad, y hasta de un pueblo, en donde, a principios de los años ochenta del pasado siglo, coincidiendo con la victoria de los partidos de izquierda en las elecciones municipales, se cambiaron los nombres de las calles de manera radical. La plaza del Caudillo de Valencia pasó a ser, no su nombre anterior (plaza de Emilio Castelar, respetado político del último tercio del siglo XIX), sino la plaza del País Valenciano, nombre que da escalofríos a buena parte de los valencianos y que afortunadamente fue cambiado, cuando las elecciones las ganaron las derechas, por el mucho más objetivo de plaza del Ayuntamiento (que precisamente está allí), y que posiblemente durará bastante más. Otros calles pasaron de recordar a próceres de la guerra civil y del franquismo a recordar a próceres del otro bando, en una especie de bandazo onomástico. En mi pueblo, que no habia crecido durante la Dictadura como lo había hecho Valencia, el alcalde, comunista él, se limitó a borrar los nombres de "general Aranda" y "general Mola", y algún otro al que se cepillaron sus abuelos, y recuperar los nombres tradicionales. La única calle destacada que había aparecido, la gran vía de José Antonio, sí que pasó a ser la gran vía del País Valencià, y así sigue, esperando el día en que las izquierdas pierdan la alcaldía.
En Rusia, básicamente, los nombres de las calles han permanecido inalterados. Sólo dos ciudades, Moscú y San Petersburgo, recuperaron los nombres tradicionales de las calles, los existentes antes de 1918. Así, en Moscú, Kalinin, Gorki, Nogin, Marx, Engels o Herzen desaparecieron del callejero moscovita, que recuperó sus nombres de siempre. Lenin continúa, sobre todo porque la avenida que lo conmemora apareció mucho después de 1918 y no tenía denominación histórica. Bueno, y porque Lenin es Lenin.
En otros lugares, en cambio, todo continuó igual: las calles Lenin, Gorki, Sovietskaya, Internatsionalnaya, Kommunistícheskaya o Komintern se encuentran en casi todas las ciudades históricas. Y no por falta de nombres históricos, que existían, sino porque nadie los cambió.
En Plios, paseando en dirección al museo Levitán, y habiendo captado que la guía tampoco se deshacía en elogios hacia las autoridades revolucionarias, decidí abordar el tema, tanto más cuanto que la señora citaba constantemente, junto al nombre oficial de la calle, el histórico.
- ¿Y nadie ha pensado en recuperar los nombres históricos?
- ¿Los históricos?
- Sí ¿La gente está de acuerdo con los nombres actuales de las calles? ¿Nadie los quiere cambiar por los que había?
Ésta es una pregunta delicada para que la haga un extranjero, así que hay que usar el mayor tacto posible.
- Verá. Yo creo que la gente estaría de acuerdo.
- ¿Y no lo hacen?
- El asunto se trató en una reunión municipal.
- Aquí, además, no serán muchos. Será sencillo tomar un acuerdo.
- Es que entonces salió la cuestión de quién pagaba eso.
- ¿Las placas?
No me parecía un obstáculo demasiado oneroso, la verdad.
- Las placas... no tanto las placas.
- ¿Entonces?
- Es que tendríamos que registrar todos nuestras casas con el nuevo nombre de la calle, y habría que pagar las tasas de registro, y eso nos saldría muy caro y nadie quería.
La verdad es que debería haberlo supuesto. Don Quijote y Sancho topaban con la Iglesia. Los rusos topan con la burocracia.
con la Iglesia, al menos, se sabía de dónde te podían venir los capones. Con la burocracia es peor: te puede venir de cualquier sitio; lo único seguro es que te vendrán.
miércoles, 5 de octubre de 2011
El viaje (IX): Plios
El programa del viaje decía que tardaríamos una hora en llegar a Plios. Quienquiera que lo redactara es evidente que jamás había hecho antes el viaje, porque de dos horas no bajó, y eso que el tránsito era la mar de fluido (sí, fuera de Moscú los atascos se desvanecen).
Plios es un lugar tranquilo, con unas vistas preciosas sobre el Volga. Por una vez, no lo fundó Yuri Dolgoruky, que parece que haya fundado más ciudades que Alejandro Magno. Fue fundado por Demetrio I, un zar semidesconocido y poco recordado, y cuyo único busto en Rusia se encuentra, precisamente, en Plios.
Eso de estar situado en una posición estratégica, junto al Volga, le vino bien a la población, que se fue desarrollando poco a poco, incluyó una fortaleza por si las moscas y los tártaros, y se convirtió en un lugar rico, con unos comerciantes bastante forrados.
En esto, llegó el tren, pero no a Plios. Llegó a Kíneshma, unas cuantas verstas más allá, y los comerciantes de Plios, primero poco a poco, y más adelante en masa, hicieron mutis por el foro y se trasladaron a Kíneshma a disfrutar del ferrocarril. Plios sufrió una especie de choque, y sus 2.500 habitantes se redujeron con velocidad, hasta que fue capaz de encontrar una alternativa económica para su subsistencia.
Esta alternativa consistió en el turismo. Además de estratégicamente situada y esas zarandajas, Plios es bonito, tranquilo y en verano incluso puede hacer buen tiempo. Los ricachones de Moscú se fueron dando cuenta y así es como Plios corrió de boca en boca como lugar de moda en los veranos de la segunda mitad del siglo XIX.
Además, llegó Isaac Levitán. Levitán era un pintor paisajista de, precisamente, la segunda mitad del siglo XIX, que pasó varios veranos en Plios y pintó bastantes cuadros. Lo más fácil ha sido reproducir alguno de ellos para ilustrar esta entrada sobre Plios, pero resulta que Levitán no era un pintor realista, y sus paisajes no están tomados literalmente del mundo real, aunque pueda parecerlo, sino que se los inventa él a base de cachos que va tomando de aquí y de allá. Muchos cachos los pilló de Plios y, de hecho, uno de los atractivos turísticos de Plios consiste en la casa-museo de Levitán, de quien hablan y no paran las guías turísticas que conducen por el pueblo las excursiones.
Sea como fuere, el pueblo sigue teniendo, hoy día, 2.500 habitantes, como a principios del siglo pasado. Sigue siendo muy chulo y muy tranquilo, con algunas dachas construidas con mucho dinero, y no estoy tan seguro de que haya sido con tanto buen gusto como dinero, y con una curiosidad que me venía rondando la cabeza y que iba teniendo muchas ganas de preguntar a algún lugareño: ¿Por qué las calles de las ciudades rusas antiguas, excepto en Moscú o San Petersburgo, mantienen los nombres con que las rebautizaron los bolcheviques?
La pregunta me venía rondando a la cabeza desde hacía algún, y ya iba siendo hora de formularla, ya lo creo.
Plios es un lugar tranquilo, con unas vistas preciosas sobre el Volga. Por una vez, no lo fundó Yuri Dolgoruky, que parece que haya fundado más ciudades que Alejandro Magno. Fue fundado por Demetrio I, un zar semidesconocido y poco recordado, y cuyo único busto en Rusia se encuentra, precisamente, en Plios.
Eso de estar situado en una posición estratégica, junto al Volga, le vino bien a la población, que se fue desarrollando poco a poco, incluyó una fortaleza por si las moscas y los tártaros, y se convirtió en un lugar rico, con unos comerciantes bastante forrados.
En esto, llegó el tren, pero no a Plios. Llegó a Kíneshma, unas cuantas verstas más allá, y los comerciantes de Plios, primero poco a poco, y más adelante en masa, hicieron mutis por el foro y se trasladaron a Kíneshma a disfrutar del ferrocarril. Plios sufrió una especie de choque, y sus 2.500 habitantes se redujeron con velocidad, hasta que fue capaz de encontrar una alternativa económica para su subsistencia.
Esta alternativa consistió en el turismo. Además de estratégicamente situada y esas zarandajas, Plios es bonito, tranquilo y en verano incluso puede hacer buen tiempo. Los ricachones de Moscú se fueron dando cuenta y así es como Plios corrió de boca en boca como lugar de moda en los veranos de la segunda mitad del siglo XIX.
Además, llegó Isaac Levitán. Levitán era un pintor paisajista de, precisamente, la segunda mitad del siglo XIX, que pasó varios veranos en Plios y pintó bastantes cuadros. Lo más fácil ha sido reproducir alguno de ellos para ilustrar esta entrada sobre Plios, pero resulta que Levitán no era un pintor realista, y sus paisajes no están tomados literalmente del mundo real, aunque pueda parecerlo, sino que se los inventa él a base de cachos que va tomando de aquí y de allá. Muchos cachos los pilló de Plios y, de hecho, uno de los atractivos turísticos de Plios consiste en la casa-museo de Levitán, de quien hablan y no paran las guías turísticas que conducen por el pueblo las excursiones.
Sea como fuere, el pueblo sigue teniendo, hoy día, 2.500 habitantes, como a principios del siglo pasado. Sigue siendo muy chulo y muy tranquilo, con algunas dachas construidas con mucho dinero, y no estoy tan seguro de que haya sido con tanto buen gusto como dinero, y con una curiosidad que me venía rondando la cabeza y que iba teniendo muchas ganas de preguntar a algún lugareño: ¿Por qué las calles de las ciudades rusas antiguas, excepto en Moscú o San Petersburgo, mantienen los nombres con que las rebautizaron los bolcheviques?
La pregunta me venía rondando a la cabeza desde hacía algún, y ya iba siendo hora de formularla, ya lo creo.
lunes, 3 de octubre de 2011
El viaje (VIII): Monasterio de San Hipatio
Sinopsis: Viene de aquí (y de las entradas antecesoras a ésa), y narra un viaje ocurrido este verano por varias ciudades del Anillo de Oro.
El monumento más impresionante de Kostromá es el monasterio de San Hipatio (Иратиевский монастырь, en vernáculo), que además tiene la gran ventaja de que no fue demasiado dañado durante el período comunista. Digo que no fue demasiado dañado, aunque más correcto sería decir que no fue dañado demasiado tiempo. En realidad, el monasterio, empezando por la impresionante catedral de la Trinidad, fue transformado el viviendas para obreros, hasta que un historiador del arte un poco mejor conectado que otros muchos que trataron de hacer algo consiguió convencer a las autoridades de que el hecho de que se estuviran echando a perder unos frescos del siglo XVII no iba a redundar en beneficio del prestigio de la revolución mundial.
De esta manera, la catedral de la Trinidad fue restaurada ya durante el período bolchevique. Con el tiempo, fue devuelta a la iglesia, y hoy está en servicio felizmente y tiene el mismo aspecto lozano de toda la vida. Las fotos que sacó Gilyarovsky a principios del siglo XX y las que saqué yo a mitad de agosto sólo se diferencian básicamente en que las mías son en color. Bueno, y alguna columna que ha cambiado de sitio, tras alguna profanacioncilla de ésas a las que tan aficionados eran los ateíllos militantes.
A la entrada del templo, en la foto con la que comienza esta entrada, figuran unas letras que me costó muchísimo descifrar y que tienen una historia parecida a la del escudo de la ciudad. Ambos signos traen su origen del mismo suceso, y es que en 1777 Catalina II, emperatriz rusa a la sazón, pasó por Kostromá por barco y, queriendo hacer un regalo a la ciudad, le concedió que su escudo fuera una imagen del navío imperial. Y así quedó la cosa, y por eso el pabellón que enarbola el barco del escudo es la misma águila bicéfala que llevan en su escudo los monarcas rusos desde que Iván III se casó con Sofía Paleólogo, sobrina del último emperador romano de Oriente, Constantino XII (u XI, según las fuentes).
Lo de las letras me costó algo más. Yo esperaba alguna alusión religiosa a las puertas de un monasterio, como JHS, o algo así, y no sabía que hacer para descifrar aquello. A mí me pareció que ponía JE, y como el nombre de Jesús empieza por ahí, pensé que sería algo relacionado, pero supongo que las emperatrices precursoras de la violencia de género están por encima de esas minucias. En realidad, las letras son IE, y no quieren decir "Internet Explorer", sino Imperatritsa Ekaterina.
Y así fue como nos fuimos despidiendo de Kostromá. Es lástima, porque hay muchas historias que se me quedan en el tintero, y a pesar del poco tiempo que nos tuvieron allí y de la extrema velocidad de las visitas relámpago a ciudades rusas. Al igual que el día anterior en Rostov, da la impresión de que en la ciudad hay muchas más cosas que contar, y de que más valdría un poco de más sosiego y un poco menos de compras. Porque, sí, en estos viajes una parte fundamental es la de dar tiempo libre a los viajeros (a las viajeras, para ser estricto) para que adquierean productos de la artesanía popular local. Como mis intereses de alégico al polvo están muuy alejados de la artesanía popular y de todo tipo de cachivaches que sé que no utilizaré, la consecuencia es me dediqué a dar vueltas por las inmediaciones mientras mis compañeras de viaje ponían a prueba la paciencia de las vendedoras de textiles del mercadillo más próximo al monasterio.
Pero, en fin, las historias que se quedan en el tintero tocarán en otro momento. Ahora salimos de Kostromá en dirección a un pueblo con fama de pintoresco: Plios.
sábado, 1 de octubre de 2011
Traducción (casi) sin palabras
... de un libro de tareas domésticas, editado en la URSS en los años sesenta.
"... debéis recordar que hay que prepararse cada día para el regreso a casa del marido. Preparad a los niños, lavadlos, peinadlos y cambiadles la ropa, ponédsela limpia y digna. Deben ponerse en fila y saludar a su padre cuando atraviese la puerta. Para cuando esto suceda, poneos vosotras mismas un delantal limpio e intentad arreglaros. Por ejemplo, poneos un lazo en el pelo. No empecéis a conversar con vuestros maridos; recordad lo cansado que está, y el hecho de que debe ir todos los días a trabajar, todo por vosotras. Dadle de comer en silencio, y sólo después de que haya leído el periódico, podéis intentar hablar con él."
Hasta aquí, todo el mundo dirá que vale, que eso es muy discriminatorio, pero que no es distinto a los conocidos manuales de la Sección Femenina de época parecida. Lo que sí es particular es el segundo párrafo, "Consejos para hombres".
"Tras realizar el acto marital con la esposa, debéis permitirle ir al baño, pero no las sigáis; dejadlas que estén solas. Es posible que tengan ganas de llorar."
Y tanto.
"... debéis recordar que hay que prepararse cada día para el regreso a casa del marido. Preparad a los niños, lavadlos, peinadlos y cambiadles la ropa, ponédsela limpia y digna. Deben ponerse en fila y saludar a su padre cuando atraviese la puerta. Para cuando esto suceda, poneos vosotras mismas un delantal limpio e intentad arreglaros. Por ejemplo, poneos un lazo en el pelo. No empecéis a conversar con vuestros maridos; recordad lo cansado que está, y el hecho de que debe ir todos los días a trabajar, todo por vosotras. Dadle de comer en silencio, y sólo después de que haya leído el periódico, podéis intentar hablar con él."
Hasta aquí, todo el mundo dirá que vale, que eso es muy discriminatorio, pero que no es distinto a los conocidos manuales de la Sección Femenina de época parecida. Lo que sí es particular es el segundo párrafo, "Consejos para hombres".
"Tras realizar el acto marital con la esposa, debéis permitirle ir al baño, pero no las sigáis; dejadlas que estén solas. Es posible que tengan ganas de llorar."
Y tanto.