Nuestro bienamado alcalde, Sergey Sobyanin, ha realizado en los pocos, pero intensos, meses que lleva en el cargo una serie de revoluciones históricas tan impresionantes que parece imposible que no haya pasado ya a los libros de Historia Universal e incluso directamente a los altares. Si tal cosa no ha sucedido todavía, no cabe sino atribuírselo a los émulos tenebrosos que lamentablemente infestan los puestos de responsabilidad en la ONU y esos sitios de relumbrón, canapé y odio enfermizo contra los políticos de verdadero mérito.
Uno de los acontecimientos históricos que jalonan estos meses de gobierno es la audaz campaña de colocación de baldosas en las aceras que ha tenido lugar este verano, y que ha mejorado sobremanera el ajado y primitivo aspecto de las calles del centro (fuera del centro, ni pensarlo). Y es que las aceras moscovitas eran, en el mejor de los casos, una capa de asfalto agujereado tirado al descuido por una banda de trabajadores recién llegados de algún lugar de Asia, que dejaban un suelo más irregular que Curro Romero y con unos socavones tan profundos que no se sabía si lo de dentro era agua sucia o petróleo.
Ahora no. Sobyanin se ha rascado el bolsillo y ha adecentado el centro. A pesar de que sus críticos farfullan sobre lo caro que cuesta el asunto, indudablemente la calle tiene un aspecto mucho más lucido. Más civilizado.
Es más, pasmémonos: durante un momento, pensé que en Moscú iba a haber un punto de inflexión, y que por fin alguien iba a pensar en los peatones, esa especie a la que parecía que había que perjudicar cuanto antes para que desapareciera lo más pronto posible y dejara el camino expedito a los coches, que siempre requieren más espacio y que no hay derecho que se tengan que apelotonar en los ocho carriles de la Tverskaya, habiendo tres metros de acera a cada lado que, bien aprovechados, ya podrían dar de sí para meter un par de carriles más. Los peatones, con que vayan en fila india, ya les vale.
Pues no.
Los peatones, en Moscú, siguen estando al nivel de los parias hindúes. Y, al que piense lo contrario, que le enseñen la siguiente foto.
Sí, hijos, sí. Unos pocos días después de dejar las aceras de Tverskaya hechas un primor, unos lacayos municipales pintaron unas rayas de blanco sobre ellas con la nada disimulada intención de convertir las dos terceras partes de la acera en aparcamiento. Es cierto que antes los coches aparcaban sobre la acera de todas maneras, pero era ilegal y, de todas formas, al menos no lo hacían en batería. Ahora sí. Ahora, nuestro bienamado alcalde ha dado a los automovilistas más terreno del que ellos se habían atrevido a tomar y ha reducido la parte de la acera que queda a los peatones a un tercio de lo que había sido. Lo cual, teniendo en cuenta que se trata de la calle más transitada de Moscú y de que los doce millones de personas que habitan nuestra ciudad han pasado en algún momento por ahí, tiene narices.
Para eso, la verdad, podían haber dejado las aceras cubiertas de asfalto roñoso y decrépito. Si de lo que se trataba era de regalar la acera a los coches, más valía que se pareciera a las calzadas.
Por cierto, que dicen las malas lenguas que las contratas para el pavimento se han concedido a empresas de su mujer, en la más pura tradición luzhkoviana.
ResponderEliminar* De la mujer del alcalde, se entiende.
ResponderEliminarBeloemigrant, eso decían, pero creo que lo decían los de compañías competidoras de la que obtuvo el contrato. La mujer del alcalde no parece la persona más versada en cambalaches empresariales, pero, claro, tampoco lo parecía la Baturina cuando llegó a la cima, y fíjate.
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