La respuesta a la pasada pregunta es, como Alberto clavó en los comentarios, que "Tskhinvali" y "Sujumi" son las versiones en georgiano de los nombres de las ciudades respectivas. El georgiano es un idioma especialmente pejiguero, que no se conforma con escribirse con un alfabeto propio (creo que lo comparte con el mingrelio, lo cual no es mucho compartir), sino que tiene una gramática endiablada que ha provocado que la práctica totalidad de los extranjeros residentes en Georgia haya renunciado a dominarlo después de sólo unas cuantas clases.
Y, efectivamente, una de las peculiaridades del georgiano es que las palabras cuya raíz termina en consonante adquieren en nominativo la desinencia "i". Para los que no hayáis dado latín, que me temo que sois legión, el nominativo es el caso en el que están las palabras que en la oración desempeñan la función de sujeto, o bien las palabras tal y como están en el diccionario o en el mapa, fuera de frase alguna. Pues resulta que, en georgiano, a diferencia de todas las lenguas que conozco, y que conocéis la mayoría, no hay palabra en nominativo que termine en consonante: o lo hacen en vocal (como Sakartvelo, que es como se dice Georgia en georgiano) o, si lo hacen en consonante, se les añade una "i", como Tbilisi, Gori, Batumi, Zugdidi, Djugashvili, Saakashvili, Bagrationi y todos los ejemplos que queráis.
En cambio, en osetio, abjasio y casi todos los demás idiomas, el nominativo se dice como haga falta, pasando de "i". En osetio, Tskhinvali es Tskhinval y, en abjasio, Sujumi es Sujum. Ha sido reconocer la independencia de esos dos... lugares, y cambiar los criterios lingüísticos rusos. Hoy día, supongo que en Rusia, si dices los nombres en ruso de esas dos ciudades y las nombras como siempre, eres un pícaro antirruso y, si las dices como se dice ahora, sin la "i", eres un amarillista progubernamental.
Nada diferente a lo que nos pasa en España a diario. Si a mí me da por utilizar, escribiendo en castellano, Játiva, Cataluña, Gerona, La Coruña o Fuenterrabía, entonces soy un peligroso bicho centralista; si a mí me da por hablar en valenciano en Valencia, cosa que ya no hace nadie, lo que soy es un nota social y, dependiendo de la versión que emplee, un fascista irrecuperable o un separatista panca.
Pero, políticas aparte, en castellano tenemos que tomar una decisión sobre cómo designar a las capitales de esas dos... entidades (lo de entidades me ha molado más: cabe todo). Y, ¿a quién compete semejante decisión? Lo habéis adivinado, a la institución encargada de velar por la limpieza del castellano, de fijarlo y de darle esplendor. Sí, a la Real Academia de la Lengua.
Les he hecho una consulta al respecto a través de su página. No es la primera vez. La primera, hace ya muchos años, también tuvo como objeto Georgia y se debió a que me empezaba a molestar que todo quisqui, copiando al pie de la letra informes en inglés, escribiera en español "Tbilisi" (a veces incluso con dos eses, hala, ¡será por consonantes!) en lugar del "Tiflis" de toda la vida. La RAE, que a la sazón estaba terminando el Diccionario de Dudas, me respondió enseguida diciendo que de "Tbilisi" nanainas y que había que escribir Tiflis, cosa que he hecho desde entonces invariablemente. Y, cuando alguien escribía "Tbilisi", la respuesta de la RAE me daba autoridad para rechinar los dientes y decirle que dejara el corta y pega del inglés y que escribiera en castellano.
Y ahora que estas dos ciudades aparecen sobre el mapa hay un nuevo motivo de consulta, de cuyo resultado ya informaré. De momento, adelanto que mi opinión consiste en seguir el ejemplo de los rusos y suprimir la "i" final de ambas ciudades, aunque políticamente sea la mar de incorrecto. Lingüísticamente, tiene todo el sentido, y por eso creo que los rusos debieran haber borrado la "i" hace mucho tiempo, no ahora, en que lo han hecho motivados políticamente y para fastidiar a los georgianos. Después de todo, a Stalin siempre lo han llamado Stalin, y no Stalini, como en su lengua natal.
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
lunes, 29 de septiembre de 2008
viernes, 26 de septiembre de 2008
La batalla del lenguaje
¿No os ha llamado nunca la atención la actitud de los nacionalistas periféricos españoles con lengua propia? Son ésos que se niegan a que se diga en castellano La Coruña o Gerona (debe ser A Coruña y Girona, y ay del que se salga de eso), pero ellos dicen sin empacharse Saragossa, Conca o Terol, que desde luego no son los nombres oficiales de, respectivamente, Zaragoza, Cuenca ni Teruel. Al que le interese el tema, aquí (en la discusión) tiene un ejemplo elocuente.
Esa norma política y absurda sólo existe en España. A ningún descerebrado se le ocurre hablar en castellano de ciudades como London, Moskvá o 's Hertogenbosch. Bueno, la verdad es que el nivel de descerebramiento, o simplemente ignorancia supina, va en aumento de manera preocupante. Así, se oye hablar de Beijing (que en castellano siempre ha sido Pekín), de Myanma (que es la Birmania de toda la vida) y, ya puestos, estoy seguro de que la propia 's Hertogenbosch que he puesto como ejemplo, a poco que fuera más importante, perdería el hermoso nombre que siempre ha tenido en español, que es Bolduque ("bosque del duque", que es lo que viene a querer decir en holandés) desde que los tercios se cubrieron allí de gloria, y de agua, en los siglos XVI y XVII.
La cosa ya va a más. Cierto que "Moscú" sigue siendo el término hegemónico para referirse en castellano a la ciudad en la que vivo, pero ya hay notables erosiones en la unanimidad: y no es a favor del nombre autóctono y oficial, que sería "Moskvá". Estoy recibiendo con cada vez mayor frecuencia correos electrónicos (muchos de los cuales, por cierto, proceden de esas comunidades autónomas españolas con lengua propia), en los que sin el menor rubor hablan de, por ejemplo, su próximo viaje a "Moscow". De verdad, si los tuviera delante, les iba a meter una colleja de impresión, por capullos.
Pero no es a esto lo que iba. Iba a la pasada guerra con Georgia, en que también nos encontramos ante una guerra del lenguaje parecida. Veamos.
En Georgia, llama la atención de que la mayoría de las ciudades terminan en "i": Tbilisi (Tiflis en español), Batumi, Poti, Gori... y también Tskhinvali y Sujumi, que son las capitales de Osetia del Norte y Abjasia, respectivamente. Efectivamente, ése era el nombre que les daban todos... hasta que llegó el reconocimiento por parte de Rusia de ambas ¿repúblicas? A partir de ese día, si os habéis fijado, todas las televisiones rusas, y en particular las públicas, han recortado ostensiblemente el nombre de ambas ciudades, que han perdido la "i" y han pasado a llamarse en ruso Tskhinval y Sujum. En ruso... y en el inglés que utiliza la cadena amarilla rusa "Russia Today", por ejemplo, aquí o aquí
La razón de por qué hay tantos nombres georgianos que acaben en "i" (Saakashvili es otro, como Djugashvili, el georgiano más famoso de todos los tiempos y al que todos conocéis) y de por qué los medios oficiales rusos han cambiado los nombres de la noche a la mañana la dejo como adivinanza para el finde. Investigad, investigad...
Esa norma política y absurda sólo existe en España. A ningún descerebrado se le ocurre hablar en castellano de ciudades como London, Moskvá o 's Hertogenbosch. Bueno, la verdad es que el nivel de descerebramiento, o simplemente ignorancia supina, va en aumento de manera preocupante. Así, se oye hablar de Beijing (que en castellano siempre ha sido Pekín), de Myanma (que es la Birmania de toda la vida) y, ya puestos, estoy seguro de que la propia 's Hertogenbosch que he puesto como ejemplo, a poco que fuera más importante, perdería el hermoso nombre que siempre ha tenido en español, que es Bolduque ("bosque del duque", que es lo que viene a querer decir en holandés) desde que los tercios se cubrieron allí de gloria, y de agua, en los siglos XVI y XVII.
La cosa ya va a más. Cierto que "Moscú" sigue siendo el término hegemónico para referirse en castellano a la ciudad en la que vivo, pero ya hay notables erosiones en la unanimidad: y no es a favor del nombre autóctono y oficial, que sería "Moskvá". Estoy recibiendo con cada vez mayor frecuencia correos electrónicos (muchos de los cuales, por cierto, proceden de esas comunidades autónomas españolas con lengua propia), en los que sin el menor rubor hablan de, por ejemplo, su próximo viaje a "Moscow". De verdad, si los tuviera delante, les iba a meter una colleja de impresión, por capullos.
Pero no es a esto lo que iba. Iba a la pasada guerra con Georgia, en que también nos encontramos ante una guerra del lenguaje parecida. Veamos.
En Georgia, llama la atención de que la mayoría de las ciudades terminan en "i": Tbilisi (Tiflis en español), Batumi, Poti, Gori... y también Tskhinvali y Sujumi, que son las capitales de Osetia del Norte y Abjasia, respectivamente. Efectivamente, ése era el nombre que les daban todos... hasta que llegó el reconocimiento por parte de Rusia de ambas ¿repúblicas? A partir de ese día, si os habéis fijado, todas las televisiones rusas, y en particular las públicas, han recortado ostensiblemente el nombre de ambas ciudades, que han perdido la "i" y han pasado a llamarse en ruso Tskhinval y Sujum. En ruso... y en el inglés que utiliza la cadena amarilla rusa "Russia Today", por ejemplo, aquí o aquí
La razón de por qué hay tantos nombres georgianos que acaben en "i" (Saakashvili es otro, como Djugashvili, el georgiano más famoso de todos los tiempos y al que todos conocéis) y de por qué los medios oficiales rusos han cambiado los nombres de la noche a la mañana la dejo como adivinanza para el finde. Investigad, investigad...
miércoles, 24 de septiembre de 2008
Obedeciendo a rajatabla
Algunas fotos del veraneo parecen inexplicables a simple vista, sobre todo cuando uno ha estado de rodríguez mientras se estaban tomando. Menos mal que al lado estaba Alfina para informarme de la historia que tienen detrás.
En una calle de una ciudad española, estaban paseando tranquilamente Abi, Ro, Ame y Alfina, junto con la Reina de Nueva Zelanda. Había una cámara de fotos, y el turno de tenerla era, por fin, de Ame, que la lucía con orgullo.
La calle debía ser bonita.
- Hazle una foto a la calle, Ame, que es muy bonita - dijo la Reina de Nueva Zelanda.
Ame obedeció. Aquí está la foto.
En una calle de una ciudad española, estaban paseando tranquilamente Abi, Ro, Ame y Alfina, junto con la Reina de Nueva Zelanda. Había una cámara de fotos, y el turno de tenerla era, por fin, de Ame, que la lucía con orgullo.
La calle debía ser bonita.
- Hazle una foto a la calle, Ame, que es muy bonita - dijo la Reina de Nueva Zelanda.
Ame obedeció. Aquí está la foto.
lunes, 22 de septiembre de 2008
Modus vivendi moscoviensis
Siguiendo con el "Russian way of life", y si hace un par de entradas visitábamos una empresa local, ahora tocaba acompañar a Abi y a Ro al piso de una familia normal.
Primer punto: ubicación. La ubicación es lejana, como casi todo en Moscú. Para llevar a la niña al colegio, madre e hija se desplazan en metro a codazo limpio, única forma de acceder a los vagones en la línea y en las horas en que deben usarlo. Como tienen la fortuna de vivir al lado mismo del metro (lo cual no es estándar), el tiempo de desplazamiento es de cosa de media hora, que no está mal.
El barrio es lo que llamaríamos el ensanche de Moscú en los años de auge bolchevique, más cercano al tercer anillo que al segundo y con unos bloques de cemento de impresión. Nuestra amiga vive en un piso decimocuarto, con lo que tiene unas vistas estupendas.
Segundo punto: estado del edificio. Penoso. El mantenimiento de los edificios es de espantoso para arriba. Ladrillo visto, auténticos vertederos en las inmediaciones, perros vagabundos merodeando por allí y, curiosamente, un notable número de cochazos aparcados alrededor del edificio. No parece sino que la prioridad de las familias consista, no en habitar, sino en conducir. Algo de eso hay y ya lo veremos en otra entrada.
Pulsamos el telefonillo que, al menos, existe, cosa que hasta hace unos años no era nada probable, nos reconocen y pasamos al interior.
Tercer punto: zonas comunes en la entrada. Bastante cochambrosas. Bueno, iba a decir "muy" cochambrosas, pero el "muy" lo reservo para después. Desconchones en la pintura, mugre por las esquinas, buzones de correspondencia abollados, oxidados o simplemente abiertos y olvidados, ni rastro del menor intento estético en el portal: cemento gris y escalones romos y cutres. En España, un portal normal de una ciudad importante (Moscú es importante, ¿no?) está limpio, tiene algún cuadrito, a veces un par de sillones y probablemente tiene suelo de baldosas, mármoles, cenefas y detallitos de construcción fetén. Eso, en Moscú, sólo lo tienen las viviendas de la élite. En general, no es que el portal no esté cuco, es que sería impensable que lo estuviera: nada de lo que se pusiera en el portal iba a durar allí ni cuatro días, aparte de que el concepto de comunidad de vecinos está a años luz de lo que conocemos en España. La serie "Aquí no hay quien viva" es imposible de exportar a Rusia.
Cuarto punto: el ascensor. Ahora sí: MUY cochambroso. El servicio en sí no está mal del todo, y las sesenta viviendas del portal están atendidas por dos ascensores, uno estrecho, una especie de ataúd bamboleante, y el otro destinado a hacer de montacargas. Sin embargo, los dos tienen en común que huelen a rayos, que alguien (cánido o humano, no sé) ha orinado dentro, que hay manchas de no quiero saber qué en el suelo y en las paredes, que hay colillas tiradas y nunca recogidas y que te entran unas ganas tremendas de llegar al piso catorce y salir de allí, Dios mío.
Quinto punto: el rellano. En España es zona común y ojito con utilizarlo en provecho propio. Aquí yo suponía que también, pero, de hecho, los vecinos de la planta han montado una puerta cerrada a cal y canto y que nuestro anfitrión tiene que abrir para que pasemos al rellano propiamente dicho. El rellano, lejos de la imagen despejada que hay en España, es una especie de almacén atestado de trastos que los vecinos no quieren tener en casa (porque no caben), ni en el trastero (porque no existe tal cosa), ni se han decidido a tirar (por si la guerra, supongo). Abi, Ro y yo trepamos por entre los bultos y conseguimos llegar a la puerta de la vivienda propiamente dicha.
Sexto punto: la vivienda. Aquí la cosa cambia. La vivienda es modesta, pero acogedora. El parqué está pidiendo un cambio, los muebles son antiguos, pero el aspecto general es bueno. Iba a decir que es pequeña, y lo es, porque estará más cerca de los cuarenta que de los cincuenta metros cuadrados; pero me consta que en España también se pasan estrecheces a base de las soluciones habitacionales de la ex-ministra Apretrujillo, así que no me voy a poner quisquilloso. En tal espacio debe vivir un matrimonio y una hija.
En todo caso, lo mejor de todo son los habitantes de la vivienda. Quizá no sea mucho decir, visto lo mal que está todo lo demás, pero lo cierto es que la amiguita de mis hijas es un primor y que la madre se desvive por atenderlas. Cierto que con nosotros, guiris impenitentes, no sabe muy bien qué hacer y está algo confusa y cohibida; pero eso es humano y los que somos guiris casi todo el año nos lo tomamos con una sonrisa.
Al que no se ve por ningún sitio es al padre y marido, respectivamente, de las dos mujeres que nos recibían. Yo, la verdad, no sé dónde se meten los hombres en esta ciudad, pero os aseguro que al lado de sus hijos no están. A ver si alguien tiene alguna idea y me aclara algo, porque yo voy a las reuniones de padres y el único padre soy yo; porque vienen niñas a visitar a mis hijas y jamás les he echado un ojo a sus padres, sino que las madres se lo componen todo; porque voy yo a casa de otros y, cuando la cosa va de niños, el padre siempre se las compone para no estar. Las madres de los otros niños me ven y ponen cara de pensar que soy un poco rarillo y de preguntarse qué estoy haciendo allí en lugar de estar de farra y de dejarles los niños a ellas, que sí que saben llevarlos.
No me extraña que estén cohibidas cuando hablan conmigo.
Primer punto: ubicación. La ubicación es lejana, como casi todo en Moscú. Para llevar a la niña al colegio, madre e hija se desplazan en metro a codazo limpio, única forma de acceder a los vagones en la línea y en las horas en que deben usarlo. Como tienen la fortuna de vivir al lado mismo del metro (lo cual no es estándar), el tiempo de desplazamiento es de cosa de media hora, que no está mal.
El barrio es lo que llamaríamos el ensanche de Moscú en los años de auge bolchevique, más cercano al tercer anillo que al segundo y con unos bloques de cemento de impresión. Nuestra amiga vive en un piso decimocuarto, con lo que tiene unas vistas estupendas.
Segundo punto: estado del edificio. Penoso. El mantenimiento de los edificios es de espantoso para arriba. Ladrillo visto, auténticos vertederos en las inmediaciones, perros vagabundos merodeando por allí y, curiosamente, un notable número de cochazos aparcados alrededor del edificio. No parece sino que la prioridad de las familias consista, no en habitar, sino en conducir. Algo de eso hay y ya lo veremos en otra entrada.
Pulsamos el telefonillo que, al menos, existe, cosa que hasta hace unos años no era nada probable, nos reconocen y pasamos al interior.
Tercer punto: zonas comunes en la entrada. Bastante cochambrosas. Bueno, iba a decir "muy" cochambrosas, pero el "muy" lo reservo para después. Desconchones en la pintura, mugre por las esquinas, buzones de correspondencia abollados, oxidados o simplemente abiertos y olvidados, ni rastro del menor intento estético en el portal: cemento gris y escalones romos y cutres. En España, un portal normal de una ciudad importante (Moscú es importante, ¿no?) está limpio, tiene algún cuadrito, a veces un par de sillones y probablemente tiene suelo de baldosas, mármoles, cenefas y detallitos de construcción fetén. Eso, en Moscú, sólo lo tienen las viviendas de la élite. En general, no es que el portal no esté cuco, es que sería impensable que lo estuviera: nada de lo que se pusiera en el portal iba a durar allí ni cuatro días, aparte de que el concepto de comunidad de vecinos está a años luz de lo que conocemos en España. La serie "Aquí no hay quien viva" es imposible de exportar a Rusia.
Cuarto punto: el ascensor. Ahora sí: MUY cochambroso. El servicio en sí no está mal del todo, y las sesenta viviendas del portal están atendidas por dos ascensores, uno estrecho, una especie de ataúd bamboleante, y el otro destinado a hacer de montacargas. Sin embargo, los dos tienen en común que huelen a rayos, que alguien (cánido o humano, no sé) ha orinado dentro, que hay manchas de no quiero saber qué en el suelo y en las paredes, que hay colillas tiradas y nunca recogidas y que te entran unas ganas tremendas de llegar al piso catorce y salir de allí, Dios mío.
Quinto punto: el rellano. En España es zona común y ojito con utilizarlo en provecho propio. Aquí yo suponía que también, pero, de hecho, los vecinos de la planta han montado una puerta cerrada a cal y canto y que nuestro anfitrión tiene que abrir para que pasemos al rellano propiamente dicho. El rellano, lejos de la imagen despejada que hay en España, es una especie de almacén atestado de trastos que los vecinos no quieren tener en casa (porque no caben), ni en el trastero (porque no existe tal cosa), ni se han decidido a tirar (por si la guerra, supongo). Abi, Ro y yo trepamos por entre los bultos y conseguimos llegar a la puerta de la vivienda propiamente dicha.
Sexto punto: la vivienda. Aquí la cosa cambia. La vivienda es modesta, pero acogedora. El parqué está pidiendo un cambio, los muebles son antiguos, pero el aspecto general es bueno. Iba a decir que es pequeña, y lo es, porque estará más cerca de los cuarenta que de los cincuenta metros cuadrados; pero me consta que en España también se pasan estrecheces a base de las soluciones habitacionales de la ex-ministra Apretrujillo, así que no me voy a poner quisquilloso. En tal espacio debe vivir un matrimonio y una hija.
En todo caso, lo mejor de todo son los habitantes de la vivienda. Quizá no sea mucho decir, visto lo mal que está todo lo demás, pero lo cierto es que la amiguita de mis hijas es un primor y que la madre se desvive por atenderlas. Cierto que con nosotros, guiris impenitentes, no sabe muy bien qué hacer y está algo confusa y cohibida; pero eso es humano y los que somos guiris casi todo el año nos lo tomamos con una sonrisa.
Al que no se ve por ningún sitio es al padre y marido, respectivamente, de las dos mujeres que nos recibían. Yo, la verdad, no sé dónde se meten los hombres en esta ciudad, pero os aseguro que al lado de sus hijos no están. A ver si alguien tiene alguna idea y me aclara algo, porque yo voy a las reuniones de padres y el único padre soy yo; porque vienen niñas a visitar a mis hijas y jamás les he echado un ojo a sus padres, sino que las madres se lo componen todo; porque voy yo a casa de otros y, cuando la cosa va de niños, el padre siempre se las compone para no estar. Las madres de los otros niños me ven y ponen cara de pensar que soy un poco rarillo y de preguntarse qué estoy haciendo allí en lugar de estar de farra y de dejarles los niños a ellas, que sí que saben llevarlos.
No me extraña que estén cohibidas cuando hablan conmigo.
viernes, 19 de septiembre de 2008
Colegios y compañeros
En alguna ocasión he comentado que Abi, Ro y Ame van a un colegio público rusísimo que está a la vuelta de la esquina. Bueno, Ame va a un jardín de infancia público, pero, para el caso, es lo mismo. A pesar de ser público y del sambenito que acompaña a los colegios públicos, el de Abi y Ro debe ser bastante bueno, porque algunos de sus compañeros viven bastante lejos de casa y sus madres (y ellos) se dan una paliza de viaje a diario. La verdad es que nosotros lo escogimos porque estaba al ladito mismo de casa y, además, nos venía bien que estuviera más especializado en música y coreografía.
Pero las ventajas del asunto son diversas. Es cierto que podríamos haberlas llevado a un colegio privado, que los hay, aunque el tiempo de desplazamiento sería tremendo. En este caso, además del descalabro que hubiera sufrido el presupuesto familiar, porque las matrículas de primaria son más caras que algunos MBA, hubiéramos tenido problemillas de nivel social. Uno se imagina dentro de unos años a Abi viniendo a decirnos:
- Papás, necesito dinero para comprarle un regalo de cumpleaños a Irisha.
- ¿Y qué le vas a regalar, hija? ¿Algún libro? ¿Una medallita? ¿Un collar?
- ¡Papá! ¿Qué dices?
- ¿He dicho algo raro?
- Irisha cumple quince años.
- Qué bien.
- Y su padre le ha regalado un Mercedes con chófer para ella sola.
- ¿Un quéeee...?
Si no fuera porque es un caso real, tendría su gracia. Como nosotros no estamos por la tarea de ir regalando coches, ni joyas, ni participaciones mayoritarias en empresas cotizadas, a nuestros hijos, tenemos suerte de que nuestras hijas vayan a un colegio público, donde los padres no pueden permitirse el lujo de realizar dispendios demasiados generosos. Al contrario, en lugar de estar nosotros y nuestros hijos cohibidos por pobres, como estaríamos en un colegio privado entre un alumnado con el riñón tan bien cubierto, los que a veces se notan un poco cohibidos son los demás padres, que son clase media pura y dura y que no saben muy bien cómo relacionarse con un guiri que viaja a España con relativa frecuencia. Y es que para mí viajar a España es lo más normal del mundo, porque allí nací, crecí, viví, tengo mi familia y hasta un piso en propiedad.
Para un ruso normal, salvo que esté forrado o regente negocios poco claros, no.
Para un ruso normal, España es un país exótico, destino vacacional por excelencia, de hoteles cucos y apartamentos en la playa, sol, alegría, toros y, en general, cosas que uno sólo puede disfrutar mediante un generoso desembolso. Un viaje a España puede ser para ellos el objetivo de un par de años de ahorros, mientras que yo me planto allí cada dos por tres, como haría cualquier oligarca de pro.
Pero eso los niños no lo notan. Los niños se hacen amigos o no con independencia de que seas español, ruso o angoleño, y así resulta que Abi se ha hecho una amiguita que estuvo en casa antes del verano, poco antes del final del curso, y con la que se pasó jugando toda la tarde. Yo ya no me acordaba casi, pero eso fue hasta el otro día, en que sonó el teléfono. Como siempre desde hace un par de años, Abi se lanzó hacia el aparato. Es bueno eso de tener secretaria doméstica, pero, en esta ocasión, la llamada parece que era para ella:
- Аллё? ... Да, это Аби ... Понятно ... Вы знаете, лучше говорите с папой, он знает когда можно. Подождите. (¿Sí? ... Sí, soy Abi ... Entendido ... ¿Sabe? Mejor háblelo con papá, que él sabe cuándo se puede. Espere).
Se dio la vuelta y me alargó al auricular.
- Papà, és la mare de Svieta, que vol parlar en tu. (Papá, es la madre de Svieta, que quiere hablar contigo)
Me puse.
- Здраствуйте (Buenas).
- Здраствуйте. Это мама Светы. Мы были у вас в гости до лета, а мы бы хотели пригласить вас сейчас к нам (Buenas. Soy la mamá de Svieta. Estuvimos invitados en casa de ustedes antes del verano, y ahora queríamos invitarles a ustedes.)
- Мммм... давайте. Может быть, к выходным? Но имеете в виду, что нас много. Вы уверены, что хотите нас пригласить? (Mmmm... vale ¿Qué tal el fin de semana? Pero tenga en cuenta que somos muchos ¿Está segura que nos quiere usted invitar?)
Alfina, que estaba al loro, se dio cuenta de que estaba cometiendo una españolada y metiendo la pata y me hizo un gesto. Y era cierto: cuando en España invitamos a alguien en estas circunstancias pomposas, los padres del niño invitado también se quedan charlando con los padres que les invitan.
En Rusia, no.
En Rusia, los padres del niño al que se invita dejan a éste en la casa de sus amiguitos y se van de farra o de lo que sea hasta que sea hora de volver a recogerlo. Llegado este momento, todo lo más pasan a saludar y tomar un té y se despiden. Y yo estaba pensando a la española. De hecho, al otro lado, la madre parecía algo confusa, pero con mi siguiente frase logré calmarla.
- Вы знаете, только Аби поедет, а то вам будет очень тяжело (¿Sabe? Sólo irá Abi, si no será muy pesado para usted)
- Может быть, Ро будет тоже? Они так хорошо играют вместе! (¿Y si viene también Ro? ¡Juegan tan bien juntas!)
Miré a Ro, que estaba dando saltitos con una sonrisa de oreja a oreja.
- Ладно. Они будут в двоём. Может, устроит воскресенье... скажем, в пять? (Vale. Irán las dos. A lo mejor le viene bien el domingo... ¿digamos, a las cinco?)
Otra españolada. Las cinco, lo creáis o no, es tarde de narices por estos pagos. Recapacité mientras lo iba diciendo y me di cuenta de que mi interlocutora iba a proponer otra hora más decente.
- А нельзя ли чуть по-раньше, в три? (¿Y no puede ser un poco antes, a las tres?)
- Нет проблем. К трём будем у вас. (Sin problemas. Hacia las tres estaremos allí).
Nos intercambiamos los teléfonos, me aseguré bien de apuntar cuidadosamente la dirección, las niñas se pusieron muy contentas y ya nos preparamos a visitar un piso estándar de una familia rusa el domingo por la tarde. Y es que, aunque en España no os lo creáis, un domingo de principios de septiembre a las tres existe, es por la tarde y es hora de hacer visitas.
Pero eso será en la próxima entrada.
Pero las ventajas del asunto son diversas. Es cierto que podríamos haberlas llevado a un colegio privado, que los hay, aunque el tiempo de desplazamiento sería tremendo. En este caso, además del descalabro que hubiera sufrido el presupuesto familiar, porque las matrículas de primaria son más caras que algunos MBA, hubiéramos tenido problemillas de nivel social. Uno se imagina dentro de unos años a Abi viniendo a decirnos:
- Papás, necesito dinero para comprarle un regalo de cumpleaños a Irisha.
- ¿Y qué le vas a regalar, hija? ¿Algún libro? ¿Una medallita? ¿Un collar?
- ¡Papá! ¿Qué dices?
- ¿He dicho algo raro?
- Irisha cumple quince años.
- Qué bien.
- Y su padre le ha regalado un Mercedes con chófer para ella sola.
- ¿Un quéeee...?
Si no fuera porque es un caso real, tendría su gracia. Como nosotros no estamos por la tarea de ir regalando coches, ni joyas, ni participaciones mayoritarias en empresas cotizadas, a nuestros hijos, tenemos suerte de que nuestras hijas vayan a un colegio público, donde los padres no pueden permitirse el lujo de realizar dispendios demasiados generosos. Al contrario, en lugar de estar nosotros y nuestros hijos cohibidos por pobres, como estaríamos en un colegio privado entre un alumnado con el riñón tan bien cubierto, los que a veces se notan un poco cohibidos son los demás padres, que son clase media pura y dura y que no saben muy bien cómo relacionarse con un guiri que viaja a España con relativa frecuencia. Y es que para mí viajar a España es lo más normal del mundo, porque allí nací, crecí, viví, tengo mi familia y hasta un piso en propiedad.
Para un ruso normal, salvo que esté forrado o regente negocios poco claros, no.
Para un ruso normal, España es un país exótico, destino vacacional por excelencia, de hoteles cucos y apartamentos en la playa, sol, alegría, toros y, en general, cosas que uno sólo puede disfrutar mediante un generoso desembolso. Un viaje a España puede ser para ellos el objetivo de un par de años de ahorros, mientras que yo me planto allí cada dos por tres, como haría cualquier oligarca de pro.
Pero eso los niños no lo notan. Los niños se hacen amigos o no con independencia de que seas español, ruso o angoleño, y así resulta que Abi se ha hecho una amiguita que estuvo en casa antes del verano, poco antes del final del curso, y con la que se pasó jugando toda la tarde. Yo ya no me acordaba casi, pero eso fue hasta el otro día, en que sonó el teléfono. Como siempre desde hace un par de años, Abi se lanzó hacia el aparato. Es bueno eso de tener secretaria doméstica, pero, en esta ocasión, la llamada parece que era para ella:
- Аллё? ... Да, это Аби ... Понятно ... Вы знаете, лучше говорите с папой, он знает когда можно. Подождите. (¿Sí? ... Sí, soy Abi ... Entendido ... ¿Sabe? Mejor háblelo con papá, que él sabe cuándo se puede. Espere).
Se dio la vuelta y me alargó al auricular.
- Papà, és la mare de Svieta, que vol parlar en tu. (Papá, es la madre de Svieta, que quiere hablar contigo)
Me puse.
- Здраствуйте (Buenas).
- Здраствуйте. Это мама Светы. Мы были у вас в гости до лета, а мы бы хотели пригласить вас сейчас к нам (Buenas. Soy la mamá de Svieta. Estuvimos invitados en casa de ustedes antes del verano, y ahora queríamos invitarles a ustedes.)
- Мммм... давайте. Может быть, к выходным? Но имеете в виду, что нас много. Вы уверены, что хотите нас пригласить? (Mmmm... vale ¿Qué tal el fin de semana? Pero tenga en cuenta que somos muchos ¿Está segura que nos quiere usted invitar?)
Alfina, que estaba al loro, se dio cuenta de que estaba cometiendo una españolada y metiendo la pata y me hizo un gesto. Y era cierto: cuando en España invitamos a alguien en estas circunstancias pomposas, los padres del niño invitado también se quedan charlando con los padres que les invitan.
En Rusia, no.
En Rusia, los padres del niño al que se invita dejan a éste en la casa de sus amiguitos y se van de farra o de lo que sea hasta que sea hora de volver a recogerlo. Llegado este momento, todo lo más pasan a saludar y tomar un té y se despiden. Y yo estaba pensando a la española. De hecho, al otro lado, la madre parecía algo confusa, pero con mi siguiente frase logré calmarla.
- Вы знаете, только Аби поедет, а то вам будет очень тяжело (¿Sabe? Sólo irá Abi, si no será muy pesado para usted)
- Может быть, Ро будет тоже? Они так хорошо играют вместе! (¿Y si viene también Ro? ¡Juegan tan bien juntas!)
Miré a Ro, que estaba dando saltitos con una sonrisa de oreja a oreja.
- Ладно. Они будут в двоём. Может, устроит воскресенье... скажем, в пять? (Vale. Irán las dos. A lo mejor le viene bien el domingo... ¿digamos, a las cinco?)
Otra españolada. Las cinco, lo creáis o no, es tarde de narices por estos pagos. Recapacité mientras lo iba diciendo y me di cuenta de que mi interlocutora iba a proponer otra hora más decente.
- А нельзя ли чуть по-раньше, в три? (¿Y no puede ser un poco antes, a las tres?)
- Нет проблем. К трём будем у вас. (Sin problemas. Hacia las tres estaremos allí).
Nos intercambiamos los teléfonos, me aseguré bien de apuntar cuidadosamente la dirección, las niñas se pusieron muy contentas y ya nos preparamos a visitar un piso estándar de una familia rusa el domingo por la tarde. Y es que, aunque en España no os lo creáis, un domingo de principios de septiembre a las tres existe, es por la tarde y es hora de hacer visitas.
Pero eso será en la próxima entrada.
miércoles, 17 de septiembre de 2008
En casa del herrero
Eduard y yo nos encontramos en la sala central del metro.
- Alfor -dijo al verme llegar, al mismo tiempo que él- tú y yo somos puntuales como espías.
Sonreí.
- ¿Vamos?
Salimos del metro y tomamos el camino de la fábrica de bombillas. Eduard me había estado insistiendo varias semanas en que quería llevarme a ver una fábrica de unos conocidos suyos, a quienes estaba ayudando a promocionarse. Yo había logrado escabullirme durante algún tiempo, pero llegó un momento en que ya no era posible y cedí. Y allí estaba.
Tras un breve paseo, en el que no sé bien si Eduard tenía dificultades para seguirme, o era yo quien tenía problemas para retardar mi paso, llegamos a la puerta de la fábrica, en una zona industrial prácticamente en el centro de Moscú. El acceso, al menos, no fue tan complicado como en otras ocasiones: en lugar de propusk, fue suficiente con llamar por un teléfono interno, situado junto a una de las distintas puertas de acceso. Eduard pidió hablar con su contacto, que era el director, y luego sólo tuvimos que esperar diez minutos, atravesar la primera puerta, regañar con el guarda (que estaba aburridísimo y se puso muy contento cuando nos vio y pudo incordiar a alguien), pasar por otra puerta, recorrer unos cuantos pasillos, franquear otra puerta, subir por un ascensor, avanzar por distintos vericuetos y, finalmente, ya salieron a recibirnos. La verdad es que fue más fácil que de costumbre.
- La fábrica -me dijo Eduard durante la espera de los diez minutos- la trasladaron a las afueras de Moscú. Aquí tienen las oficinas.
- Ya.
- Hacen unas bombillas y unas linternas estupendas. Alfor, es un ahorro tremendo ¡Y una seguridad! Todos los cuerpos de seguridad, del Ministerio de Situaciones de Emergencia, los mineros, los de la KGB... todos llevan sus bombillas. Son especiales.
El ascensor era una caja de madera con una panel de botones austero a más no poder. En el techo había un panel de luz birrioso, al trasluz de cuya bombilla se podían distinguir algunas moscas muertas.
- ¡Cuántos ascensores hay que alumbrar! ¿Eh, Alfor?
- ¿Y estas bombillas son las que vamos a ver? - pregunté, y creo que no pude disimular un rictus de desagrado.
- Noooo, Alfor, claro que no.
Los pasillos que íbamos atravesando eran una sucesión de pasadizos lúgubres, apenas iluminados por ocasionales tubos de neón, la mitad de los cuales chispeaban en un intento agónico de prolongar su vida útil. Yo callaba, y Eduard seguía ponderando las bondades de la empresa que íbamos a ver y de las lámparas que esperábamos admirar.
El protocolo de visitas a empresas en Rusia es casi siempre muy parecido. En primer lugar, se producen las presentaciones, y tras ellas un breve discurso de cada uno de los asistentes. A los rusos les encanta hablar. Aunque a muchos extranjeros pueda parecerles que no es así, en realidad ello sucede porque, cuando no hablan en ruso, no se sienten seguros del todo; en su idioma, en cambio, están en su ambiente y cualquier conversación entre conocidos puede convertirse en un acto pomposo con discursos dignos de Demóstenes o Cicerón.
Tras las presentaciones, fuimos a ver la producción, en lo que puede denominarse parte de trabajo. En este caso, el director quiso que viera bien lo que alumbraban sus bombillas y las lámparas que hacían con ellas.
- Y esta lámpara está hecha con una bombilla especial, que sólo consume cuatro vatios, pero alumbra como una de sesenta, e incluso de setenta y cinco. Mire, mire...
La encendió y me la enfocó a los ojos, que ya no vieron claro en toda la mañana. Doy fe de que la bombilla, por lo menos, alumbraba como las de setenta y cinco vatios.
Luego salimos al pasillo, donde los técnicos de la empresa habían instalado una regleta con distintos portalámparas.
- Vasia, apaga la luz, que vamos a ensseñar las bombillas.
La luz, o algo así, eran los tubos de neón famélicos y moribundos que habíamos visto antes. Vasia los apagó, aunque la verdad es que tampoco se notó demasiado. El director se puso a maniobrar con la regleta y a encender y a apagar bombillas. Funcionaban bien, y todos se hacían lenguas de lo poco que gastaban, pero al final las apagaron y volvieron a encender los tubos parpadeantes. Yo pensé que, si sus estupendas bombillas gastaban tan poco y duraban tanto, también podían dejarlas encendidas, pero por algún motivo que se me escapaba, aquel razonamiento no entraba en los planes del personal de la fábrica de bombillas.
Después de ver luminarias a porrillo, volvimos al despacho del director y ahí ya estaba preparada la siguiente parte del protocolo de recepción de visitas: el papeo y la priva. Los rusos (excepto los funcionarios, que son otra cosa) son muy hospitalarios y agasajan muy bien a las visitas, dándoles de comer... y de beber. Encima de la mesa, además de rebanadas de pan, queso, algo de embutido y galletas, había una botella de coñac francés. El protocolo incluye brindis a gogó, como ya vimos en otra ocasión.
Luego viene la fase de amistad eterna y de intercambio de regalos. Bueno, en este caso lo cierto es que los regalos sólo fueron de su parte a la mía, así que salí de allí con una estupenda linterna de minero, de ésas que se acoplan a la frente, que espero que me sirva en alguna acampada nocturna o en las excursiones ciclistas cuando todos los gatos son pardos. Y ya nos despedimos y Eduard y yo nos dirigimos al metro de vuelta.
- ¿Has visto qué maravilla? ¡Todos los equipos de seguridad y de rescate rusos llevan lámparas de éstas! - Eduard no paraba.
- Eduard.
- ¿Sí?
- Y, si estos tíos hacen unas bombillas tan estupendas, y realmente lo parecen, ¿por qué narices tienen esa cochambre de alumbrado y de instalación en sus oficinas?
Eduard se rio.
- Es verdad, es verdad... ya sabes, у запожника нет запог! (literalmente "El zapatero no tiene botas", que en castellano es "En casa del herrero, cuchillo de palo"). La próxima vez que los vea se lo diré.
* * *
- Señor von Buchweizen.
- ¿Sí?
- Le llama Eduard Robertovich, le paso la llamada.
- Eduard, ¿cómo estás?
- Alfor, querido, ¿has visto el accidente del avión de ayer?
- Sí, qué desastre. Han muerto todos.
- ¿Pero lo viste por la televisión?
- Bueno, ví el reportaje, sí.
- ¿Y no te fijaste?
- ¿En qué?
- Alfor, ¡por favor! ¿Cómo no te diste cuenta? ¡Todos los miembros de los equipos de rescate llevaban las linternas fabricadas por la fábrica que visitamos! ¡Son maravillosas!
- Alfor -dijo al verme llegar, al mismo tiempo que él- tú y yo somos puntuales como espías.
Sonreí.
- ¿Vamos?
Salimos del metro y tomamos el camino de la fábrica de bombillas. Eduard me había estado insistiendo varias semanas en que quería llevarme a ver una fábrica de unos conocidos suyos, a quienes estaba ayudando a promocionarse. Yo había logrado escabullirme durante algún tiempo, pero llegó un momento en que ya no era posible y cedí. Y allí estaba.
Tras un breve paseo, en el que no sé bien si Eduard tenía dificultades para seguirme, o era yo quien tenía problemas para retardar mi paso, llegamos a la puerta de la fábrica, en una zona industrial prácticamente en el centro de Moscú. El acceso, al menos, no fue tan complicado como en otras ocasiones: en lugar de propusk, fue suficiente con llamar por un teléfono interno, situado junto a una de las distintas puertas de acceso. Eduard pidió hablar con su contacto, que era el director, y luego sólo tuvimos que esperar diez minutos, atravesar la primera puerta, regañar con el guarda (que estaba aburridísimo y se puso muy contento cuando nos vio y pudo incordiar a alguien), pasar por otra puerta, recorrer unos cuantos pasillos, franquear otra puerta, subir por un ascensor, avanzar por distintos vericuetos y, finalmente, ya salieron a recibirnos. La verdad es que fue más fácil que de costumbre.
- La fábrica -me dijo Eduard durante la espera de los diez minutos- la trasladaron a las afueras de Moscú. Aquí tienen las oficinas.
- Ya.
- Hacen unas bombillas y unas linternas estupendas. Alfor, es un ahorro tremendo ¡Y una seguridad! Todos los cuerpos de seguridad, del Ministerio de Situaciones de Emergencia, los mineros, los de la KGB... todos llevan sus bombillas. Son especiales.
El ascensor era una caja de madera con una panel de botones austero a más no poder. En el techo había un panel de luz birrioso, al trasluz de cuya bombilla se podían distinguir algunas moscas muertas.
- ¡Cuántos ascensores hay que alumbrar! ¿Eh, Alfor?
- ¿Y estas bombillas son las que vamos a ver? - pregunté, y creo que no pude disimular un rictus de desagrado.
- Noooo, Alfor, claro que no.
Los pasillos que íbamos atravesando eran una sucesión de pasadizos lúgubres, apenas iluminados por ocasionales tubos de neón, la mitad de los cuales chispeaban en un intento agónico de prolongar su vida útil. Yo callaba, y Eduard seguía ponderando las bondades de la empresa que íbamos a ver y de las lámparas que esperábamos admirar.
El protocolo de visitas a empresas en Rusia es casi siempre muy parecido. En primer lugar, se producen las presentaciones, y tras ellas un breve discurso de cada uno de los asistentes. A los rusos les encanta hablar. Aunque a muchos extranjeros pueda parecerles que no es así, en realidad ello sucede porque, cuando no hablan en ruso, no se sienten seguros del todo; en su idioma, en cambio, están en su ambiente y cualquier conversación entre conocidos puede convertirse en un acto pomposo con discursos dignos de Demóstenes o Cicerón.
Tras las presentaciones, fuimos a ver la producción, en lo que puede denominarse parte de trabajo. En este caso, el director quiso que viera bien lo que alumbraban sus bombillas y las lámparas que hacían con ellas.
- Y esta lámpara está hecha con una bombilla especial, que sólo consume cuatro vatios, pero alumbra como una de sesenta, e incluso de setenta y cinco. Mire, mire...
La encendió y me la enfocó a los ojos, que ya no vieron claro en toda la mañana. Doy fe de que la bombilla, por lo menos, alumbraba como las de setenta y cinco vatios.
Luego salimos al pasillo, donde los técnicos de la empresa habían instalado una regleta con distintos portalámparas.
- Vasia, apaga la luz, que vamos a ensseñar las bombillas.
La luz, o algo así, eran los tubos de neón famélicos y moribundos que habíamos visto antes. Vasia los apagó, aunque la verdad es que tampoco se notó demasiado. El director se puso a maniobrar con la regleta y a encender y a apagar bombillas. Funcionaban bien, y todos se hacían lenguas de lo poco que gastaban, pero al final las apagaron y volvieron a encender los tubos parpadeantes. Yo pensé que, si sus estupendas bombillas gastaban tan poco y duraban tanto, también podían dejarlas encendidas, pero por algún motivo que se me escapaba, aquel razonamiento no entraba en los planes del personal de la fábrica de bombillas.
Después de ver luminarias a porrillo, volvimos al despacho del director y ahí ya estaba preparada la siguiente parte del protocolo de recepción de visitas: el papeo y la priva. Los rusos (excepto los funcionarios, que son otra cosa) son muy hospitalarios y agasajan muy bien a las visitas, dándoles de comer... y de beber. Encima de la mesa, además de rebanadas de pan, queso, algo de embutido y galletas, había una botella de coñac francés. El protocolo incluye brindis a gogó, como ya vimos en otra ocasión.
Luego viene la fase de amistad eterna y de intercambio de regalos. Bueno, en este caso lo cierto es que los regalos sólo fueron de su parte a la mía, así que salí de allí con una estupenda linterna de minero, de ésas que se acoplan a la frente, que espero que me sirva en alguna acampada nocturna o en las excursiones ciclistas cuando todos los gatos son pardos. Y ya nos despedimos y Eduard y yo nos dirigimos al metro de vuelta.
- ¿Has visto qué maravilla? ¡Todos los equipos de seguridad y de rescate rusos llevan lámparas de éstas! - Eduard no paraba.
- Eduard.
- ¿Sí?
- Y, si estos tíos hacen unas bombillas tan estupendas, y realmente lo parecen, ¿por qué narices tienen esa cochambre de alumbrado y de instalación en sus oficinas?
Eduard se rio.
- Es verdad, es verdad... ya sabes, у запожника нет запог! (literalmente "El zapatero no tiene botas", que en castellano es "En casa del herrero, cuchillo de palo"). La próxima vez que los vea se lo diré.
* * *
- Señor von Buchweizen.
- ¿Sí?
- Le llama Eduard Robertovich, le paso la llamada.
- Eduard, ¿cómo estás?
- Alfor, querido, ¿has visto el accidente del avión de ayer?
- Sí, qué desastre. Han muerto todos.
- ¿Pero lo viste por la televisión?
- Bueno, ví el reportaje, sí.
- ¿Y no te fijaste?
- ¿En qué?
- Alfor, ¡por favor! ¿Cómo no te diste cuenta? ¡Todos los miembros de los equipos de rescate llevaban las linternas fabricadas por la fábrica que visitamos! ¡Son maravillosas!
lunes, 15 de septiembre de 2008
¿Cañones o mantequilla?
Uno lee la prensa, tanto da si rusa u occidental, y es evidente que Rusia está mejorando su capacidad de respuesta bélica. Hoy mismo sale en la prensa (rusa), que el presupuesto militar ruso está que echa humo, que lo están ampliando a saco paco y que la máquina de guerra rusa va a estar engrasadísima, para regocijo de los rusófilos y de todos aquéllos a quienes los gringos les molan tan poco que se convierten en partidarios de cualquiera que les pueda hacer frente. Lo mismo ocurre con la prensa occidental, que se hace lenguas del "despertar del oso ruso" y de todos esos lugares comunes que deberían estar prohibidos y castigados con privación de la pluma, pero que sin embargo los periodistas de todo el mundo gastan y desgastan sin pudor alguno.
La cuestión es que esta renacida pujanza militar, aderezada con la reciente victoria sobre el terreno ante los georgianos, quieren algunos que implique una pujanza general de Rusia. Yo, que de cuestiones militares no sé gran cosa, pero que vivo en Moscú y tengo ojos, albergo mis dudas de que la pujanza militar y la reciente agresividad oral en las relaciones internacionales (Desde que no es presidente, Putin está usando unos modos notablemente más retadores que antes) tengan un efecto más allá de la moral guerrera del pueblo y alcancen a las condiciones de vida de la población.
Los gringos, a quienes que quede claro que no tengo la menor simpatía, se dedican actualmente a zumbar por todo el planeta a quienes perciben como una amenaza para su "American way of life", "democracy" y todas esas cosas que no conozco más que de referencias, porque no he pasado por allí. Pues bien, en el pasado, la Unión Soviética tenía unas fuerzas armadas de impresión con el fin, aparentemente, de poner a todo el planeta en condiciones de construir el paraíso socialista y para acudir a la llamada de los proletarios oprimidos de los distintos países, que imploraban el auxilio de Mazinger-URSS para enfrentarse a las clases burguesas que los esclavizaban, en Hungría, en Checoslovaquia, en Afganistán, en Cuba, en Polonia... huy, no, qué despiste, en Polonia fueron los proletarios, inconscientes ellos, los que montaron una huelga contra las benéficas autoridades comunistas.
Pero eso era antes. Ahora que todos somos capitalistas, las fuerzas armadas rusas afilan los dientes para... para... a veeer... ¿para que los gringos no introduzcan su "way of life" en Rusia? No, queda un poco negativo ¿Para que los gringos no se apoderen de los países antaño soviéticos? También queda feo, va a pensarse que los rusos quieren que sigan siendo soviéticos, y eso no vende ¿Para proteger a los ciudadanos rusos? Mmmm... vamos mejorando, después de todo ¿Hay algo más noble que proteger a tus nacionales, esparcidos por toda la faz de la tierra, y muy especialmente en los países que fueron de la Unión Soviética?
Por cierto, si los gringos tienen su "American way of life" y su "democracy", ¿no sería un buen motivo para reforzar las fuerzas armadas rusas el de defender el "Russian way of life" y la "dictature of law"? Ajá, el "Russian way of life", sí, señor, ahí duele. Ahí sí que tiene Rusia algo que defender.
¿O no?
Pues, para gustos, colores. Yo, en las próximas entradas, voy a describir pormenorizadamente mis últimas vivencias sobre cómo se vive aquí. Son de la semana pasada, pero podrían ser de hace varios años y, mucho me temo, también de dentro de algunos. Mañana sigo.
La cuestión es que esta renacida pujanza militar, aderezada con la reciente victoria sobre el terreno ante los georgianos, quieren algunos que implique una pujanza general de Rusia. Yo, que de cuestiones militares no sé gran cosa, pero que vivo en Moscú y tengo ojos, albergo mis dudas de que la pujanza militar y la reciente agresividad oral en las relaciones internacionales (Desde que no es presidente, Putin está usando unos modos notablemente más retadores que antes) tengan un efecto más allá de la moral guerrera del pueblo y alcancen a las condiciones de vida de la población.
Los gringos, a quienes que quede claro que no tengo la menor simpatía, se dedican actualmente a zumbar por todo el planeta a quienes perciben como una amenaza para su "American way of life", "democracy" y todas esas cosas que no conozco más que de referencias, porque no he pasado por allí. Pues bien, en el pasado, la Unión Soviética tenía unas fuerzas armadas de impresión con el fin, aparentemente, de poner a todo el planeta en condiciones de construir el paraíso socialista y para acudir a la llamada de los proletarios oprimidos de los distintos países, que imploraban el auxilio de Mazinger-URSS para enfrentarse a las clases burguesas que los esclavizaban, en Hungría, en Checoslovaquia, en Afganistán, en Cuba, en Polonia... huy, no, qué despiste, en Polonia fueron los proletarios, inconscientes ellos, los que montaron una huelga contra las benéficas autoridades comunistas.
Pero eso era antes. Ahora que todos somos capitalistas, las fuerzas armadas rusas afilan los dientes para... para... a veeer... ¿para que los gringos no introduzcan su "way of life" en Rusia? No, queda un poco negativo ¿Para que los gringos no se apoderen de los países antaño soviéticos? También queda feo, va a pensarse que los rusos quieren que sigan siendo soviéticos, y eso no vende ¿Para proteger a los ciudadanos rusos? Mmmm... vamos mejorando, después de todo ¿Hay algo más noble que proteger a tus nacionales, esparcidos por toda la faz de la tierra, y muy especialmente en los países que fueron de la Unión Soviética?
Por cierto, si los gringos tienen su "American way of life" y su "democracy", ¿no sería un buen motivo para reforzar las fuerzas armadas rusas el de defender el "Russian way of life" y la "dictature of law"? Ajá, el "Russian way of life", sí, señor, ahí duele. Ahí sí que tiene Rusia algo que defender.
¿O no?
Pues, para gustos, colores. Yo, en las próximas entradas, voy a describir pormenorizadamente mis últimas vivencias sobre cómo se vive aquí. Son de la semana pasada, pero podrían ser de hace varios años y, mucho me temo, también de dentro de algunos. Mañana sigo.
viernes, 12 de septiembre de 2008
Esto no puede ser bueno
El pasado 2 de septiembre, en Moscú estábamos a ocho grados y en mi dormitorio apenas rozaba los dieciséis. Pelado de frío, estaba durmiendo con dos mantas, pijama de invierno y un radiador eléctrico.
Tomé el avión, con destino a Valencia, al día siguiente. Por la noche llegué a una Valencia a veintiocho grados, sudando copiosamente, sin entender nada de lo que estaba pasando, con un viento de poniente caliente hasta la exageración y un dolor de cabeza persistente.
Dormí destapado y con pijama de verano. Al día siguiente, bajo un calor infernal, me planté en mi pueblo y vi que el termómetro rozaba los treinta y cinco grados.
El 7 de septiembre, en parecidas circunstancias, tomé el avión de vuelta a Moscú.
Hoy vuelvo a dormir con dos mantas, pijama de invierno y radiador eléctrico. Estamos a seis grados en la calle y lleva tres días sin parar de llover.
No me ha pasado como la primera vez que vine a Moscú procedente del verano español. Entonces, la gente me miraba por la calle sin comprender muy bien qué hacía con bermudas y camiseta de tirantes a dos grados sobre cero, mientras yo corría camino de mi casa mascullando maldiciones.
Aunque ahora vista de manera más adecuada y previendo lo que pasaría a la vuelta, tanto cambio de temperatura no puede ser bueno.
Tomé el avión, con destino a Valencia, al día siguiente. Por la noche llegué a una Valencia a veintiocho grados, sudando copiosamente, sin entender nada de lo que estaba pasando, con un viento de poniente caliente hasta la exageración y un dolor de cabeza persistente.
Dormí destapado y con pijama de verano. Al día siguiente, bajo un calor infernal, me planté en mi pueblo y vi que el termómetro rozaba los treinta y cinco grados.
El 7 de septiembre, en parecidas circunstancias, tomé el avión de vuelta a Moscú.
Hoy vuelvo a dormir con dos mantas, pijama de invierno y radiador eléctrico. Estamos a seis grados en la calle y lleva tres días sin parar de llover.
No me ha pasado como la primera vez que vine a Moscú procedente del verano español. Entonces, la gente me miraba por la calle sin comprender muy bien qué hacía con bermudas y camiseta de tirantes a dos grados sobre cero, mientras yo corría camino de mi casa mascullando maldiciones.
Aunque ahora vista de manera más adecuada y previendo lo que pasaría a la vuelta, tanto cambio de temperatura no puede ser bueno.
miércoles, 10 de septiembre de 2008
Altruismo nuclear
Como hace un par de entradas estuve escribiendo sobre Tarkovsky, me han venido a la cabeza las sensaciones que tuve cuando vi la que probablemente es su película principal, "Stalker", que también se conoce como "La zona". Transcurre en una misteriosa zona deshabitada en la que suceden cosas inexplicables, a la que el acceso está limitado y para visitar la cual hay que contar con la ayuda de unos guías buscavidas ("stalker", en palabra tomada del inglés). Inmediatamente viene a la cabeza la zona de exclusión de la central nuclear de Chernobyl. Se diría que Tarkovsky se había inspirado en el accidente nuclear... si no fuera porque éste se produjo varios años después del rodaje de la película, lo que le da a la misma una dimensión incluso profética. Tarkovsky moriría en diciembre de 1986, cosa de medio año largo después del accidente.
Para los que estudiábamos ruso, el accidente fue un "shock" brutal. Bueno, supongo que lo fue para todos, pero los que estaban (o, hasta cierto punto, estábamos) relacionados con la Unión Soviética, que no paraban de alabar las excelencias del régimen, del país y de todo lo que oliera a soviético, se encontraron con un golpe bestial y especialmente humillante. La explosión del reactor, producto de una serie de fallos humanos y de que no era todo lo avanzado, sobre todo en materia de seguridad, que hubiera podido ser en su tiempo, ya fue desastrosa; sus efectos sólo pudieron paliarse a costa del sacrificio de muchísima gente que arriesgó su salud para apagar fuegos y para construir el inmenso sarcófago que recubre hoy el reactor. Con todo, el cabreo generalizado se produjo a causa de que el gobierno soviético se calló como una... como un gobierno soviético y no dijo prácticamente ni pío hasta varias semanas después del accidente, hasta el punto de que los suecos, cuando les llegó la radiación, se enteraron antes del accidente que los ciudadanos soviéticos.
Nueve años después del accidente, recién llegado a mi pueblo, y encontrándome en la piscina del mismo, me llamó la atención que un grupo de jóvenes que estaba también allí estaba conversando en ruso. Me acerqué a ellos, les abordé, también en ruso, y ellos se sorprendieron bastante de encontrar allí a alguien que hablase ruso también.
Preguntando por el pueblo, resultó que había una ONG (que no voy a nombrar) que había estado organizando un viaje de niños de las zonas afectadas por el accidente, para que pudieran pasar una temporada en zonas no radioactivas. Y, como en mi pueblo son más generosos que en ningún otro sitio, treinta familias habían dado un paso adelante y se habían ofrecido a alojar a otros tantos niños. Y allí estaban los niños, en la piscina del pueblo.
- ¿Cómo te llamas? (Как тебя зовут?) - le pregunté a uno, que parecía llevar la voz cantante.
- Volodya (Володя).
- ¿Y de dónde eres? (А откуда ты?)
- De Kíev (Я - из Киева).
Fruncí el ceño un poco. Recordaba perfectamente que Kíev, a algo más de cien kilómetros al sur de la central, no estaba entre las zonas afectadas por el accidente. "Quizá vivía en la zona afectada, y lo evacuaron a Kíev cuando se produjo el desastre", pensé.
- Vamos a nadar (Давай поплывём!) - me dijo.
El chaval tendría unos quince años. Yo no es que sea muy buen nadador, pero Volodya me sacó por lo menos media calle. "¿Este tío está enfermo?", pregunté para mí.
Luego salimos del agua, nos vestimos y nos reunimos con el resto de su grupo. Todos llevaban unas zapatillas de deporte último modelo, ropa deportiva de marca y, la verdad, estaban como toros y no parecían estar pasando mucha necesidad en su país, porque, en los tres días que llevaban en la Ribera del Júcar, no podían haber mejorado tanto. Vi que había un par de chavales del pueblo jugando al baloncesto en la canasta del polideportivo municipal y les ofrecí jugar un partidillo. Aceptaron encantados, y Volodya dijo que era del equipo juvenil de Kíev. Yo vi que estaban jugando el Manel, un tirador asesino, y el Sergio, un pívot puro músculo, y me dije que íbamos a ver lo que valía el equipo juvenil de Kíev.
Técnicamente, valía poco, pero físicamente, Volodya y un compinche suyo hicieron pasar las de Caín al Sergio. Yo jamás había visto que alguien pudiese mover al Sergio ni un centímetro, y Volodya, en un rebote, le metió el culo y el hombro y lo mandó a dos metros. No hubo tortas porque Sergio todavía no se había ido a trabajar a Sueca, porque, lo que es hoy, ya veríamos.
- ¿Pero estos no estaven malalts? (¿Pero éstos no estaban enfermos?) - dijo uno que nos estaba viendo.
Yo no quise decirles lo que estaba pensando. Que posiblemente a la ONG le habían dado gato por liebre y que, para poder hacerse cargo de algunos jóvenes que sí estarían enfermos, les habían colado a hijos de funcionarios locales de alto copete que tenían de enfermos lo mismo que de toreros, y de pobres lo mismo que de legionarios romanos. Que luego supe que lo primero que hicieron al aterrizar en España fue comprarse ropa y que no parecían reparar en gastos. Y que las familias de acogida de mi pueblo querían hacer una buena obra, pero que lo que estaban haciendo, lamentablemente, era el canelo, al menos en su inmensa mayoría.
- Escolta, Alfor (Oye, Alfor) - me dijo el Sergio, en plan de choteo - ¿I si mon anarem a Chernobyl un parell de mesos, a vore si mos posem aixina? (¿Y si nos fuéramos un par de meses a Chernobyl, a ver si nos ponemos así?)
Para los que estudiábamos ruso, el accidente fue un "shock" brutal. Bueno, supongo que lo fue para todos, pero los que estaban (o, hasta cierto punto, estábamos) relacionados con la Unión Soviética, que no paraban de alabar las excelencias del régimen, del país y de todo lo que oliera a soviético, se encontraron con un golpe bestial y especialmente humillante. La explosión del reactor, producto de una serie de fallos humanos y de que no era todo lo avanzado, sobre todo en materia de seguridad, que hubiera podido ser en su tiempo, ya fue desastrosa; sus efectos sólo pudieron paliarse a costa del sacrificio de muchísima gente que arriesgó su salud para apagar fuegos y para construir el inmenso sarcófago que recubre hoy el reactor. Con todo, el cabreo generalizado se produjo a causa de que el gobierno soviético se calló como una... como un gobierno soviético y no dijo prácticamente ni pío hasta varias semanas después del accidente, hasta el punto de que los suecos, cuando les llegó la radiación, se enteraron antes del accidente que los ciudadanos soviéticos.
Nueve años después del accidente, recién llegado a mi pueblo, y encontrándome en la piscina del mismo, me llamó la atención que un grupo de jóvenes que estaba también allí estaba conversando en ruso. Me acerqué a ellos, les abordé, también en ruso, y ellos se sorprendieron bastante de encontrar allí a alguien que hablase ruso también.
Preguntando por el pueblo, resultó que había una ONG (que no voy a nombrar) que había estado organizando un viaje de niños de las zonas afectadas por el accidente, para que pudieran pasar una temporada en zonas no radioactivas. Y, como en mi pueblo son más generosos que en ningún otro sitio, treinta familias habían dado un paso adelante y se habían ofrecido a alojar a otros tantos niños. Y allí estaban los niños, en la piscina del pueblo.
- ¿Cómo te llamas? (Как тебя зовут?) - le pregunté a uno, que parecía llevar la voz cantante.
- Volodya (Володя).
- ¿Y de dónde eres? (А откуда ты?)
- De Kíev (Я - из Киева).
Fruncí el ceño un poco. Recordaba perfectamente que Kíev, a algo más de cien kilómetros al sur de la central, no estaba entre las zonas afectadas por el accidente. "Quizá vivía en la zona afectada, y lo evacuaron a Kíev cuando se produjo el desastre", pensé.
- Vamos a nadar (Давай поплывём!) - me dijo.
El chaval tendría unos quince años. Yo no es que sea muy buen nadador, pero Volodya me sacó por lo menos media calle. "¿Este tío está enfermo?", pregunté para mí.
Luego salimos del agua, nos vestimos y nos reunimos con el resto de su grupo. Todos llevaban unas zapatillas de deporte último modelo, ropa deportiva de marca y, la verdad, estaban como toros y no parecían estar pasando mucha necesidad en su país, porque, en los tres días que llevaban en la Ribera del Júcar, no podían haber mejorado tanto. Vi que había un par de chavales del pueblo jugando al baloncesto en la canasta del polideportivo municipal y les ofrecí jugar un partidillo. Aceptaron encantados, y Volodya dijo que era del equipo juvenil de Kíev. Yo vi que estaban jugando el Manel, un tirador asesino, y el Sergio, un pívot puro músculo, y me dije que íbamos a ver lo que valía el equipo juvenil de Kíev.
Técnicamente, valía poco, pero físicamente, Volodya y un compinche suyo hicieron pasar las de Caín al Sergio. Yo jamás había visto que alguien pudiese mover al Sergio ni un centímetro, y Volodya, en un rebote, le metió el culo y el hombro y lo mandó a dos metros. No hubo tortas porque Sergio todavía no se había ido a trabajar a Sueca, porque, lo que es hoy, ya veríamos.
- ¿Pero estos no estaven malalts? (¿Pero éstos no estaban enfermos?) - dijo uno que nos estaba viendo.
Yo no quise decirles lo que estaba pensando. Que posiblemente a la ONG le habían dado gato por liebre y que, para poder hacerse cargo de algunos jóvenes que sí estarían enfermos, les habían colado a hijos de funcionarios locales de alto copete que tenían de enfermos lo mismo que de toreros, y de pobres lo mismo que de legionarios romanos. Que luego supe que lo primero que hicieron al aterrizar en España fue comprarse ropa y que no parecían reparar en gastos. Y que las familias de acogida de mi pueblo querían hacer una buena obra, pero que lo que estaban haciendo, lamentablemente, era el canelo, al menos en su inmensa mayoría.
- Escolta, Alfor (Oye, Alfor) - me dijo el Sergio, en plan de choteo - ¿I si mon anarem a Chernobyl un parell de mesos, a vore si mos posem aixina? (¿Y si nos fuéramos un par de meses a Chernobyl, a ver si nos ponemos así?)
lunes, 8 de septiembre de 2008
Procesiones
Abi, Ro y Ame hicieron buenas migas con los primos que fue posible localizar y yo incluso conseguí reconocer a la mayoría de mis primos y de mis tíos que pasaron por el pueblo con motivo de las fiestas patronales, después de años sin verlos. Ahí estoy en clara desventaja. Todos los que me ven dicen:
- Ah, eres el fill de Padralfor, ¡cóm te sembles a ton pare! (Ah, eres el hijo de Padralfor, ¡cómo te pareces a tu padre!)
Así cualquiera. En cambio, yo no tengo ese recurso, porque tampoco conozco a los padres de los que me interpelan, a los que llevo años sin ver. Pero bueno, mejor o peor, conseguí no quedar demasiado mal.
En verano, en el pueblo aparecen algunos extranjeros, de los de verdad, que no hablan el castellano, y no digamos el valenciano. Destacan especialmente en la procesión mayor del pueblo, en la que no soy quién para juzgar su devoción, pero podrían estar más callados. La verdad es que todos podríamos estarlo. Abi, Ro y Ame tenían muchas ganas de ir a la procesión y decidí llevarlos. Las ganas se les fueron quitando progresivamente, pero, a pesar de que al cuarto de hora ya se iba quejando Ame de que tenía sed, conseguí que la acabaran todos, de lo que estuvieron muy orgullosos.
Delante de nosotros estaba una señora con dos niños, algo mayores que los míos, que conversaban entre ellos:
- Allume! - decía uno, con el cirio apagado.
- Attend! - decía otro.
- Depêche-toi! - le decía yo, para que no nos tuviera allí parados. Me miraron con cara de extraterrestre.
Y, en esto, me dio uno de esos prontos que tocan de repente:
- Аби, Ро, Аме, будьте осторожны, пожалуйста, со свечами! (Abi, Ro, Ame, tened cuidado con las velas, por favor).
Los tres se me quedaron mirando extrañadísimos. Buenos, los tres, y todos los que pudieron oír aquella jerigonza.
- Папа, а почему? Ты же с нами всегда говоришь по-валенсийски... (Papá, ¿por qué? Si siempre hablas en valenciano con nosotros) - repuso Abi.
- Мы же как раз в Валенсии (Y estamos precisamente en Valencia) - añadió Ro.
Y yo les dije:
- Если эти дураки говорят между собой по-французски, мы будем говорить по-русски (Si estos cretinos hablan entre ellos en francés, nosotros lo haremos en ruso).
En el fondo, eran ganas de ir volviendo a casa.
- Ah, eres el fill de Padralfor, ¡cóm te sembles a ton pare! (Ah, eres el hijo de Padralfor, ¡cómo te pareces a tu padre!)
Así cualquiera. En cambio, yo no tengo ese recurso, porque tampoco conozco a los padres de los que me interpelan, a los que llevo años sin ver. Pero bueno, mejor o peor, conseguí no quedar demasiado mal.
En verano, en el pueblo aparecen algunos extranjeros, de los de verdad, que no hablan el castellano, y no digamos el valenciano. Destacan especialmente en la procesión mayor del pueblo, en la que no soy quién para juzgar su devoción, pero podrían estar más callados. La verdad es que todos podríamos estarlo. Abi, Ro y Ame tenían muchas ganas de ir a la procesión y decidí llevarlos. Las ganas se les fueron quitando progresivamente, pero, a pesar de que al cuarto de hora ya se iba quejando Ame de que tenía sed, conseguí que la acabaran todos, de lo que estuvieron muy orgullosos.
Delante de nosotros estaba una señora con dos niños, algo mayores que los míos, que conversaban entre ellos:
- Allume! - decía uno, con el cirio apagado.
- Attend! - decía otro.
- Depêche-toi! - le decía yo, para que no nos tuviera allí parados. Me miraron con cara de extraterrestre.
Y, en esto, me dio uno de esos prontos que tocan de repente:
- Аби, Ро, Аме, будьте осторожны, пожалуйста, со свечами! (Abi, Ro, Ame, tened cuidado con las velas, por favor).
Los tres se me quedaron mirando extrañadísimos. Buenos, los tres, y todos los que pudieron oír aquella jerigonza.
- Папа, а почему? Ты же с нами всегда говоришь по-валенсийски... (Papá, ¿por qué? Si siempre hablas en valenciano con nosotros) - repuso Abi.
- Мы же как раз в Валенсии (Y estamos precisamente en Valencia) - añadió Ro.
Y yo les dije:
- Если эти дураки говорят между собой по-французски, мы будем говорить по-русски (Si estos cretinos hablan entre ellos en francés, nosotros lo haremos en ruso).
En el fondo, eran ganas de ir volviendo a casa.
viernes, 5 de septiembre de 2008
Parientes
Las distancias con la patria de uno traen consigo, en buena parte, ventajas, como puedan ser un conocimiento mejor del mundo, una mente más amplia... pero también acarrean numerosos inconvenientes, como, por ejemplo, un cierto grado de alienación cuando uno aparece por la tierra de sus mayores.
Esa alienación es todavía mayor en Abi, Ro y Ame, cuyos mayores, por si fuera poco, proceden de lugares diferentes y distantes, por lo que aparecen por su "patria" especialmente poco. Por su "matria" aparecen algo más... Sin embargo, este agosto ha sido posible una estancia de dos semanas en el terruño de los ancestros, a orillas del Júcar, lugar antiguo, con solera, látigo de urbanitas y crisol de rusticidad. Mi pueblo, vamos.
Mis padres, algo confusos ante tamaña invasión del casón familiar, intentaron hacerse a un lado para que no hubiera heridos entre ellos (entre mis padres). Mis hermanos decidieron no interrumpir su rutina más que lo justo para pasar por allí y poner cara a sus sobrinos, que a estas edades evolucionan con rapidez. Con lo cual, visto que la parentela cercana tomaba una actitud más bien pasiva, opté por llevar la estancia por otros derroteros.
- Anirem a vore als vostres cosins (Iremos a ver a vuestros primos) -dije con entusiasmo.
Y Abi dijo:
- Papá, ¿i qué és un cosi? (Papá, ¿y qué es un primo?)
Mmmmm... las relaciones con mi familia menos cercana son manifiestamente mejorables.
Esa alienación es todavía mayor en Abi, Ro y Ame, cuyos mayores, por si fuera poco, proceden de lugares diferentes y distantes, por lo que aparecen por su "patria" especialmente poco. Por su "matria" aparecen algo más... Sin embargo, este agosto ha sido posible una estancia de dos semanas en el terruño de los ancestros, a orillas del Júcar, lugar antiguo, con solera, látigo de urbanitas y crisol de rusticidad. Mi pueblo, vamos.
Mis padres, algo confusos ante tamaña invasión del casón familiar, intentaron hacerse a un lado para que no hubiera heridos entre ellos (entre mis padres). Mis hermanos decidieron no interrumpir su rutina más que lo justo para pasar por allí y poner cara a sus sobrinos, que a estas edades evolucionan con rapidez. Con lo cual, visto que la parentela cercana tomaba una actitud más bien pasiva, opté por llevar la estancia por otros derroteros.
- Anirem a vore als vostres cosins (Iremos a ver a vuestros primos) -dije con entusiasmo.
Y Abi dijo:
- Papá, ¿i qué és un cosi? (Papá, ¿y qué es un primo?)
Mmmmm... las relaciones con mi familia menos cercana son manifiestamente mejorables.
miércoles, 3 de septiembre de 2008
Dependientes contra cineastas
En Moscú, todavía hoy, en que lo peor ha pasado, se pueden adquirir cosas, todo tipo de cosas, en una serie de chiringuitos destartalados situados en los pasajes subterráneos, cerca de las bocas de metro, dentro de las bocas de metro, alrededor de las paradas de autobús y, en resumidas cuentas, en prácticamente cualquier rincón disponible.
Normalmente, esos tenderetes forman parte de una especie de cadena. Un empresario consigue, y no vamos en entrar en el cómo, las licencias correspondientes, se lo monta con unos paneles prefabricados, contrata un gorila que mantenga a raya a potenciales díscolos y, finalmente, compra todo tipo de mercancías, desde tomates a zapatos, sitúa en los chiringuitos sendos dependientes y hala, a hacer la competencia a los centros comerciales. Creo que, en fino, eso se llama "tienda de proximidad". Pero eso es en fino. Que quede claro que es un chiringuito apestosillo.
Hacer la competencia a los centros comerciales no debe ser fácil, y el empresario tiene que ajustar gastos, y parece evidente que quienes peor parados salen en los ajustes son los dependientes, los cuales no están muy motivados en su trabajo. Leches, en ningún país he visto un servicio peor que en Rusia.
Obviamente, en esos chiringuitos se vende lo que la gente demanda. Un día, iba yo por los pasadizos del metro Kitay-Gorod cuando vi un chiringuito donde vendían películas y, como me sobraba algo de tiempo, me puse a mirar. Lo que demanda la gente en Rusia son lo que muy finamente se llama en España "películas de acción", que son ésas en las que hay heridos y muertos y unos a otros se arrean unas somantas de aquí te espero. Si no hay tortas, la película no gusta. El segundo género más demandado, a juzgar por la oferta, es el porno, pero está bastante lejos del primero. Y luego vienen películas infantiles, algunos clásicos... ya a bastante más distancia todavía.
En esto, curioseando, en un estante superior, veo un intruso, una película que no debería estar ahí. Parpadeo para asegurarme de que no es un sueño, y no, parece que no lo es.
"Andrei Rublyov", de Tarkovsky.
Para el que no haya oído hablar de él, que sepa que Tarkovsky es (era, por desgracia) el paradigma más brutal de cineasta... mmm... no comercial. Cine de autor en estado puro. De hecho, fue mi primer contacto con el cine ruso, en los lejanos años de estudiante de ruso en Valencia. Un día, mi profesora llegó la mar de contenta:
- ¡Van a echar un ciclo de películas de Tarkovsky!
- Ah...
- ¡Y en versión original con subtítulos! Podréis escucharlo en ruso.
Bueno, yo no había oído hablar de él (había muerto hacía poco), pero mis compañeros de clase, que eran bastante más fanáticos que yo, sí lo habían hecho y había quien sabía los títulos de sus películas.
- Lo echarán los martes, por la segunda cadena.
- Ah, qué bien, ¿a qué hora?
- A las dos de la madrugada.
- ¿Quéeee?
- A las dos, sí.
- Vaya, vaya, horario estelar...
- ¿Estelar? Bueno, es verdad que es un poquito tarde.
- Digo que es estelar porque, si la noche es clara, el cielo estará lleno de estrellas.
- En todo caso, vale la pena verlo.
- Profa, que uno es joven, pero los miércoles tengo clase a las ocho de la mañana.
- ¿No tienes vídeo?
- No. Somos pobres. Ni siquiera tenemos tele en color.
- Bueno, de todas formas muchas películas de Tarkovsky son en blanco y negro.
- Ah, qué bien.
El primer día intenté hacer la machada con "Stalker". El problema no era tanto que la película comenzara a las dos de la madrugada, como que "Stalker" dura tres horas. De hecho, parece que Tarkovsky pensara que la duración mínima de una película debía ser de tres horas, porque "Andrei Rublyov" las sobrepasa holgadamente. El caso es que a la media hora de comenzar "Stalker", el ciclo de Tarkovsky había terminado para mí. Mi profa no me lo reprochó demasiado e incluso me aprobó a final de curso.
Y ahora, vueltos al chiringuito de Kitay-Gorod, tenía la oportunidad de que "Andrei Rublyov" fuera mía y sólo mía. Además, para entonces ya la había visto, además de sus otras obras principales y, para mi sorpresa, descubrí que el cine de Tarkovsky me gustaba.
- Женьщина! (Señora) - me dirigí a la dependienta.
La dependienta era una señora de simpatía pequeña, edad mediana y cuerpo grande.
- Что вам? (¿Qué quiere?)
- Можете мне пожалуйста показать вот этот фильм? (¿Me puede enseñar esa película?)
- Какой? (¿Cuál?)
- Вот такой, наверху, Тарковского. (La de ahí arriba, la de Tarkovsky.)
- Тарковский? (¿Tarkovsky?) - dijo mirando lentamente hacia arriba con mucha desgana y dando un suspiro.
- Да, "Андрей Рублёв". (Sí, "Andrei Rublyov").
- Тарковский, Тарковский... Зачем вам Тарковского? Возьмите вот этот (Tarkovsky, Tarkovsky... ¿Para qué quiere usted a Tarkovsky? Llévese ésta) - y me señaló una que tenía a mano.
- Но я хочу фильм Тарковского... (Pero yo quiero la de Tarkovsky...)
Me miró de arriba abajo con todo el desprecio de que era capaz y viendo a ver si el pesado que le estaba haciendo moverse se largaba. Yo estaba un tanto confuso, porque es verdad que el servicio es malo en general, pero yo es que iba a comprar una película de culto y me ponían en la mano una de tiros, tortas, culos y tetas. Se suponía que una señora de los cuarenta y pico o cincuenta que tenía la dependienta me tenía que mirar mal si yo compraba una peli porno, no una de Tarkovsky sobre un monje medieval. Algo no iba como debería ser.
- А если сам возьму? (¿Y si la cojo yo?) - intenté.
Al final, se levantó refunfuñando y la cogió, y me la vendió. Estuve tentado de decir "Pues ahora no la quiero", pero no me atreví. A la próxima lo hago, fijo.
Normalmente, esos tenderetes forman parte de una especie de cadena. Un empresario consigue, y no vamos en entrar en el cómo, las licencias correspondientes, se lo monta con unos paneles prefabricados, contrata un gorila que mantenga a raya a potenciales díscolos y, finalmente, compra todo tipo de mercancías, desde tomates a zapatos, sitúa en los chiringuitos sendos dependientes y hala, a hacer la competencia a los centros comerciales. Creo que, en fino, eso se llama "tienda de proximidad". Pero eso es en fino. Que quede claro que es un chiringuito apestosillo.
Hacer la competencia a los centros comerciales no debe ser fácil, y el empresario tiene que ajustar gastos, y parece evidente que quienes peor parados salen en los ajustes son los dependientes, los cuales no están muy motivados en su trabajo. Leches, en ningún país he visto un servicio peor que en Rusia.
Obviamente, en esos chiringuitos se vende lo que la gente demanda. Un día, iba yo por los pasadizos del metro Kitay-Gorod cuando vi un chiringuito donde vendían películas y, como me sobraba algo de tiempo, me puse a mirar. Lo que demanda la gente en Rusia son lo que muy finamente se llama en España "películas de acción", que son ésas en las que hay heridos y muertos y unos a otros se arrean unas somantas de aquí te espero. Si no hay tortas, la película no gusta. El segundo género más demandado, a juzgar por la oferta, es el porno, pero está bastante lejos del primero. Y luego vienen películas infantiles, algunos clásicos... ya a bastante más distancia todavía.
En esto, curioseando, en un estante superior, veo un intruso, una película que no debería estar ahí. Parpadeo para asegurarme de que no es un sueño, y no, parece que no lo es.
"Andrei Rublyov", de Tarkovsky.
Para el que no haya oído hablar de él, que sepa que Tarkovsky es (era, por desgracia) el paradigma más brutal de cineasta... mmm... no comercial. Cine de autor en estado puro. De hecho, fue mi primer contacto con el cine ruso, en los lejanos años de estudiante de ruso en Valencia. Un día, mi profesora llegó la mar de contenta:
- ¡Van a echar un ciclo de películas de Tarkovsky!
- Ah...
- ¡Y en versión original con subtítulos! Podréis escucharlo en ruso.
Bueno, yo no había oído hablar de él (había muerto hacía poco), pero mis compañeros de clase, que eran bastante más fanáticos que yo, sí lo habían hecho y había quien sabía los títulos de sus películas.
- Lo echarán los martes, por la segunda cadena.
- Ah, qué bien, ¿a qué hora?
- A las dos de la madrugada.
- ¿Quéeee?
- A las dos, sí.
- Vaya, vaya, horario estelar...
- ¿Estelar? Bueno, es verdad que es un poquito tarde.
- Digo que es estelar porque, si la noche es clara, el cielo estará lleno de estrellas.
- En todo caso, vale la pena verlo.
- Profa, que uno es joven, pero los miércoles tengo clase a las ocho de la mañana.
- ¿No tienes vídeo?
- No. Somos pobres. Ni siquiera tenemos tele en color.
- Bueno, de todas formas muchas películas de Tarkovsky son en blanco y negro.
- Ah, qué bien.
El primer día intenté hacer la machada con "Stalker". El problema no era tanto que la película comenzara a las dos de la madrugada, como que "Stalker" dura tres horas. De hecho, parece que Tarkovsky pensara que la duración mínima de una película debía ser de tres horas, porque "Andrei Rublyov" las sobrepasa holgadamente. El caso es que a la media hora de comenzar "Stalker", el ciclo de Tarkovsky había terminado para mí. Mi profa no me lo reprochó demasiado e incluso me aprobó a final de curso.
Y ahora, vueltos al chiringuito de Kitay-Gorod, tenía la oportunidad de que "Andrei Rublyov" fuera mía y sólo mía. Además, para entonces ya la había visto, además de sus otras obras principales y, para mi sorpresa, descubrí que el cine de Tarkovsky me gustaba.
- Женьщина! (Señora) - me dirigí a la dependienta.
La dependienta era una señora de simpatía pequeña, edad mediana y cuerpo grande.
- Что вам? (¿Qué quiere?)
- Можете мне пожалуйста показать вот этот фильм? (¿Me puede enseñar esa película?)
- Какой? (¿Cuál?)
- Вот такой, наверху, Тарковского. (La de ahí arriba, la de Tarkovsky.)
- Тарковский? (¿Tarkovsky?) - dijo mirando lentamente hacia arriba con mucha desgana y dando un suspiro.
- Да, "Андрей Рублёв". (Sí, "Andrei Rublyov").
- Тарковский, Тарковский... Зачем вам Тарковского? Возьмите вот этот (Tarkovsky, Tarkovsky... ¿Para qué quiere usted a Tarkovsky? Llévese ésta) - y me señaló una que tenía a mano.
- Но я хочу фильм Тарковского... (Pero yo quiero la de Tarkovsky...)
Me miró de arriba abajo con todo el desprecio de que era capaz y viendo a ver si el pesado que le estaba haciendo moverse se largaba. Yo estaba un tanto confuso, porque es verdad que el servicio es malo en general, pero yo es que iba a comprar una película de culto y me ponían en la mano una de tiros, tortas, culos y tetas. Se suponía que una señora de los cuarenta y pico o cincuenta que tenía la dependienta me tenía que mirar mal si yo compraba una peli porno, no una de Tarkovsky sobre un monje medieval. Algo no iba como debería ser.
- А если сам возьму? (¿Y si la cojo yo?) - intenté.
Al final, se levantó refunfuñando y la cogió, y me la vendió. Estuve tentado de decir "Pues ahora no la quiero", pero no me atreví. A la próxima lo hago, fijo.
lunes, 1 de septiembre de 2008
Entradas caucasianas (y III)
Viene de aquí y de aquí.
Releyendo las dos últimas entradas, me han parecido un pelín antirrusas, cosa que en realidad no concuerda en absoluto con mi postura. No me explico cómo han podido quedarme unas entradas tan sesgadas. En realidad, mi postura es sobre todo antigeorgiana y se refleja bastante con los dos párrafos que copio a continuación:
La "Revolución de las Rosas" culminó con la dimisión de Shevardnadze y su sustitución por Mijeíl Saakashvili, un antiguo ministro del primero, educado en el extranjero y de tendencias igualmente nacionalistas, que pobló los puestos superiores de la administración de georgianos con formación académica en el extranjero y que se propuso reintegrar al seno de la república a las regiones separatistas. Entregado a los Estados Unidos, dedica sus escasos recursos a fortalecer el ejército, con la inapreciable ayuda de los Estados Unidos (una de las principales avenidas de la capital, Tiflis, lleva el nombre de George W. Bush) y, de momento, ha conseguido recuperar Adzharia. Adzharia ha estado gobernada en los últimos años por un déspota megalómano y corrupto que se ha dedicado a enriquecerse (además de a otras actividades curiosas, como organizar importantes torneos de ajedrez), y cuya desaparición del mapa político local nadie lamentará, pero las otras dos regiones no van a dar su brazo a torcer con tanta facilidad. Entretanto, el gobierno ruso las ha puesto hasta cierto punto bajo su protección, ha concedido pasaporte ruso a cuantos abjasios y osetios lo han solicitado y mantiene tropas de interposición en ambos puntos.
¿Qué ha conseguido Georgia en estos años de nacionalismo? Casi nada bueno: ver amputado su territorio, enemistarse con su vecino del norte, convertirse en un satélite de Estados Unidos, tener que convivir con la perspectiva de un enfrentamiento armado que se adivina inevitable, empobrecer a su población hasta extremos de miseria, desmantelar su infraestructura y, finalmente, tener que soportar una cleptocracia insaciable tanto en Tiflis, como en las distintas regiones que han sido independientes.
Los dos párrafos están extraídos de un artículo largo, tendido y no muy ameno, que fue publicado en junio de 2006 por una revista española de alta calidad, aunque escasa difusión, y cuyo autor es también el de estas líneas. Acabo de rescatar el artículo y leches, muchas veces meto la pata, o cambio de opinión sobre algunas cosas, pero sobre ésta me da la impresión de que lo clavé.
* * *
Antes de que comencéis a pensar cosas raras, esta entrada clamorosamente antigeorgiana (¡y prorrusa! ¡también es prorrusa!) no es un cambio de opinión y, sobre todo, no guarda la menor relación con esta noticia. Como bien dice la policía, y acabo de oír por televisión, ha sido un accidente y la culpa hay que atribuírsela a la propia víctima, que se ha puesto inconscientemente a jugar con armas, seguramente con intención de dejar una pérfida mácula en la reputación de los honrados sirvientes de la ley que cumplían con su deber. Cualquier otra versión es una maquinación obscena y fascistoide producto de la calenturienta mente de los émulos de Rusia que infestan nuestro planeta. Habráse visto.
Releyendo las dos últimas entradas, me han parecido un pelín antirrusas, cosa que en realidad no concuerda en absoluto con mi postura. No me explico cómo han podido quedarme unas entradas tan sesgadas. En realidad, mi postura es sobre todo antigeorgiana y se refleja bastante con los dos párrafos que copio a continuación:
La "Revolución de las Rosas" culminó con la dimisión de Shevardnadze y su sustitución por Mijeíl Saakashvili, un antiguo ministro del primero, educado en el extranjero y de tendencias igualmente nacionalistas, que pobló los puestos superiores de la administración de georgianos con formación académica en el extranjero y que se propuso reintegrar al seno de la república a las regiones separatistas. Entregado a los Estados Unidos, dedica sus escasos recursos a fortalecer el ejército, con la inapreciable ayuda de los Estados Unidos (una de las principales avenidas de la capital, Tiflis, lleva el nombre de George W. Bush) y, de momento, ha conseguido recuperar Adzharia. Adzharia ha estado gobernada en los últimos años por un déspota megalómano y corrupto que se ha dedicado a enriquecerse (además de a otras actividades curiosas, como organizar importantes torneos de ajedrez), y cuya desaparición del mapa político local nadie lamentará, pero las otras dos regiones no van a dar su brazo a torcer con tanta facilidad. Entretanto, el gobierno ruso las ha puesto hasta cierto punto bajo su protección, ha concedido pasaporte ruso a cuantos abjasios y osetios lo han solicitado y mantiene tropas de interposición en ambos puntos.
¿Qué ha conseguido Georgia en estos años de nacionalismo? Casi nada bueno: ver amputado su territorio, enemistarse con su vecino del norte, convertirse en un satélite de Estados Unidos, tener que convivir con la perspectiva de un enfrentamiento armado que se adivina inevitable, empobrecer a su población hasta extremos de miseria, desmantelar su infraestructura y, finalmente, tener que soportar una cleptocracia insaciable tanto en Tiflis, como en las distintas regiones que han sido independientes.
Los dos párrafos están extraídos de un artículo largo, tendido y no muy ameno, que fue publicado en junio de 2006 por una revista española de alta calidad, aunque escasa difusión, y cuyo autor es también el de estas líneas. Acabo de rescatar el artículo y leches, muchas veces meto la pata, o cambio de opinión sobre algunas cosas, pero sobre ésta me da la impresión de que lo clavé.
* * *
Antes de que comencéis a pensar cosas raras, esta entrada clamorosamente antigeorgiana (¡y prorrusa! ¡también es prorrusa!) no es un cambio de opinión y, sobre todo, no guarda la menor relación con esta noticia. Como bien dice la policía, y acabo de oír por televisión, ha sido un accidente y la culpa hay que atribuírsela a la propia víctima, que se ha puesto inconscientemente a jugar con armas, seguramente con intención de dejar una pérfida mácula en la reputación de los honrados sirvientes de la ley que cumplían con su deber. Cualquier otra versión es una maquinación obscena y fascistoide producto de la calenturienta mente de los émulos de Rusia que infestan nuestro planeta. Habráse visto.