Siguiendo con el "Russian way of life", y si hace un par de entradas visitábamos una empresa local, ahora tocaba acompañar a Abi y a Ro al piso de una familia normal.
Primer punto: ubicación. La ubicación es lejana, como casi todo en Moscú. Para llevar a la niña al colegio, madre e hija se desplazan en metro a codazo limpio, única forma de acceder a los vagones en la línea y en las horas en que deben usarlo. Como tienen la fortuna de vivir al lado mismo del metro (lo cual no es estándar), el tiempo de desplazamiento es de cosa de media hora, que no está mal.
El barrio es lo que llamaríamos el ensanche de Moscú en los años de auge bolchevique, más cercano al tercer anillo que al segundo y con unos bloques de cemento de impresión. Nuestra amiga vive en un piso decimocuarto, con lo que tiene unas vistas estupendas.
Segundo punto: estado del edificio. Penoso. El mantenimiento de los edificios es de espantoso para arriba. Ladrillo visto, auténticos vertederos en las inmediaciones, perros vagabundos merodeando por allí y, curiosamente, un notable número de cochazos aparcados alrededor del edificio. No parece sino que la prioridad de las familias consista, no en habitar, sino en conducir. Algo de eso hay y ya lo veremos en otra entrada.
Pulsamos el telefonillo que, al menos, existe, cosa que hasta hace unos años no era nada probable, nos reconocen y pasamos al interior.
Tercer punto: zonas comunes en la entrada. Bastante cochambrosas. Bueno, iba a decir "muy" cochambrosas, pero el "muy" lo reservo para después. Desconchones en la pintura, mugre por las esquinas, buzones de correspondencia abollados, oxidados o simplemente abiertos y olvidados, ni rastro del menor intento estético en el portal: cemento gris y escalones romos y cutres. En España, un portal normal de una ciudad importante (Moscú es importante, ¿no?) está limpio, tiene algún cuadrito, a veces un par de sillones y probablemente tiene suelo de baldosas, mármoles, cenefas y detallitos de construcción fetén. Eso, en Moscú, sólo lo tienen las viviendas de la élite. En general, no es que el portal no esté cuco, es que sería impensable que lo estuviera: nada de lo que se pusiera en el portal iba a durar allí ni cuatro días, aparte de que el concepto de comunidad de vecinos está a años luz de lo que conocemos en España. La serie "Aquí no hay quien viva" es imposible de exportar a Rusia.
Cuarto punto: el ascensor. Ahora sí: MUY cochambroso. El servicio en sí no está mal del todo, y las sesenta viviendas del portal están atendidas por dos ascensores, uno estrecho, una especie de ataúd bamboleante, y el otro destinado a hacer de montacargas. Sin embargo, los dos tienen en común que huelen a rayos, que alguien (cánido o humano, no sé) ha orinado dentro, que hay manchas de no quiero saber qué en el suelo y en las paredes, que hay colillas tiradas y nunca recogidas y que te entran unas ganas tremendas de llegar al piso catorce y salir de allí, Dios mío.
Quinto punto: el rellano. En España es zona común y ojito con utilizarlo en provecho propio. Aquí yo suponía que también, pero, de hecho, los vecinos de la planta han montado una puerta cerrada a cal y canto y que nuestro anfitrión tiene que abrir para que pasemos al rellano propiamente dicho. El rellano, lejos de la imagen despejada que hay en España, es una especie de almacén atestado de trastos que los vecinos no quieren tener en casa (porque no caben), ni en el trastero (porque no existe tal cosa), ni se han decidido a tirar (por si la guerra, supongo). Abi, Ro y yo trepamos por entre los bultos y conseguimos llegar a la puerta de la vivienda propiamente dicha.
Sexto punto: la vivienda. Aquí la cosa cambia. La vivienda es modesta, pero acogedora. El parqué está pidiendo un cambio, los muebles son antiguos, pero el aspecto general es bueno. Iba a decir que es pequeña, y lo es, porque estará más cerca de los cuarenta que de los cincuenta metros cuadrados; pero me consta que en España también se pasan estrecheces a base de las soluciones habitacionales de la ex-ministra Apretrujillo, así que no me voy a poner quisquilloso. En tal espacio debe vivir un matrimonio y una hija.
En todo caso, lo mejor de todo son los habitantes de la vivienda. Quizá no sea mucho decir, visto lo mal que está todo lo demás, pero lo cierto es que la amiguita de mis hijas es un primor y que la madre se desvive por atenderlas. Cierto que con nosotros, guiris impenitentes, no sabe muy bien qué hacer y está algo confusa y cohibida; pero eso es humano y los que somos guiris casi todo el año nos lo tomamos con una sonrisa.
Al que no se ve por ningún sitio es al padre y marido, respectivamente, de las dos mujeres que nos recibían. Yo, la verdad, no sé dónde se meten los hombres en esta ciudad, pero os aseguro que al lado de sus hijos no están. A ver si alguien tiene alguna idea y me aclara algo, porque yo voy a las reuniones de padres y el único padre soy yo; porque vienen niñas a visitar a mis hijas y jamás les he echado un ojo a sus padres, sino que las madres se lo componen todo; porque voy yo a casa de otros y, cuando la cosa va de niños, el padre siempre se las compone para no estar. Las madres de los otros niños me ven y ponen cara de pensar que soy un poco rarillo y de preguntarse qué estoy haciendo allí en lugar de estar de farra y de dejarles los niños a ellas, que sí que saben llevarlos.
No me extraña que estén cohibidas cuando hablan conmigo.
La verdad es que me impresionó bastante la primera vez que fui al piso de mis suegros en Shukinskaya. Yo presuponía otra cosa para un ingeniero con un sueldo que yo no alcanzaré en mi vida. Pero nada más llegar me dio la sensación de que, en función de su estado, en el portal probablemente habíase celebrado una competición de coces de pollino.
ResponderEliminarEn el ascensor era difícil diferenciar lo que era mierda de lo que un día fue el componente original.
A la entrada al "rellano" atestado de cosas de los vecinos olía como a queso de cabra en mal estado debido a que por allí pasaba el tubo ese por el que se echan las bolsas de basuras sin necesidad de bajar a la calle.
Me llamó la atención que la puerta del piso (la tercera que teníamos que franquear desde que entramos por el portal) fuese doble, es decir, dos puertas en una.
Eso sí, de puertas pa adendro, todo era otro mundo, aunque con un cierto regusto al horror vacui.
Por otra parte, cuando mi mujer y yo comenzamos a convivir aquí en España, a ella la mataba eso de las reuniones de vecinos, el pago de la comunidad,... No le entraba en la cabeza eso de tener que pagar a alguien entre todos para que limpie las escaleras.
En fin, diferentes formas de ver dónde empieza la casa de uno.
Bur, a mí también me parece impresionante, como ya habrá comprobado, y nunca podré acostumbrarme a la indiferencia con la que la gran mayoría de moscovitas afrontan el hecho de tener que atravesar un estercolero para acceder a sus viviendas. No entra en mi concepto de civilización.
ResponderEliminarY me ha parecido simpático lo que piensa su esposa de las comunidades de vecinos. Tienen su aquél, pero yo veo la alternativa que tienen aquí y me dan escalofríos.
Maaaadre del amor hermoso... YO no sé si hubiera tenido valor para llegar hasta el piso catorce...
ResponderEliminarBesitossssss