Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
miércoles, 31 de mayo de 2006
Ganando puntos de dureza
A todo esto, realmente no hay día que no tengamos un par de tormentas, y no de las de sirimiri, no, sino de las de caer chuzos de punta. Y aquí se ve la diferencia entre los indígenas y asimilados, como el menda, frente a los visitantes que, incautos ellos, esperaban encontrarse un tiempo aceptable, y toma ya tiempo aceptable. Claro que eso sirve para ganar puntos, como, por ejemplo, cuando preguntan, hartos de llegar a los sitios turísticos hechos una sopa:
- Oye, Alf, ¿qué pasa? ¿Es que aquí llueve siempre?
- No, hombre, qué dices. En invierno nieva.
lunes, 29 de mayo de 2006
El metro de Moscú
sábado, 27 de mayo de 2006
El peregrino en su patria (I)
En 1995, después de una larga estancia en Moscú, volví a España y no recuerdo haberme encontrado nunca tan fuera de juego como entonces. A la incertidumbre laboral, existencial y de todo tipo que de por sí representa cualquier retorno, se añadieron unos cambios de lenguaje que no acertaba a explicar. Me encontré con un amigo, del que evidentemente no sabía nada desde hacía tiempo:
- Pero, Dios mío, ¡cuánto tiempo sin verte!
- ¡Alf, pecadorrr! - así, arrastrando la erre.
Me quedé perplejo. No porque no tuviera razón mi amigo, que como hombre imperfecto soy pecador, desde luego, pero eso de espetármelo a la cara después de varios meses sin vernos no lo veía yo claro.
- ¿Te pasa algo? - le pregunté, no fuera a ser que se hubiera hecho evangelizador o moralista sin yo saberlo, aunque no parecía el tipo de persona capaz de meterse en ésas.
- Jarrrr, claro que no, pecadorrr de la pradera. No puedo, no puedo... - y daba unos curiosos pasitos adelante y atrás.
- Oye, que soy Alf... ¿a qué pradera te refieres?
Mi amigo me miró como si fuera de otro planeta, y he de reconocer que algo de eso había. Yo me empecé a sentir incómodo.
- Tengo un poco de prisa, es que acabo de llegar y tengo muchas cosas que hacer.
- Nos vemos -dijo- ¡Hasta luego, Lucas!
"¡Ya está! Eso es que el tío me ha confundido con otro, que debe llamarse Lucas y ser especialmente pecador."
Al cabo de unos días, vi a Chiquito de la Calzada en la televisión y ya la cosa se aclaró, pero, leches, qué mal lo pasé al principio, con toda España, pero toda, haciendo el indio con las muletillas de Chiquito. Es que había gente que sólo utilizaba las muletillas (con lo cual, todo sea dicho, en algunos casos incluso hubo quienes mejoraron su vocabulario y sus modales).
Entretanto, han pasado poco más de diez años, y hay que ver lo que han cambiado las cosas en tan poco tiempo. Las comunicaciones, internet... ahora el peregrino está en contacto casi permanente con su patria, y el que no sabe de pe a pa todo lo que ocurre por allí es porque no quiere. Así, sin ir más lejos, esta mañana he dado un traspiés, he estado a punto de caerme y no he podido evitar decir:
- ¡Opaaaaaa!
Y Ame, con su media lengua y sus menos de dos años y medio, me oyó, vino corriendo a mí, me miró muy serio con sus ojos azules y me dijo lo mejor que pudo:
- Ovi hasé corrá.
viernes, 26 de mayo de 2006
El parque móvil (II): GAZ
Continuando con el tema de ayer, toca pasar a la fábrica que, si hubiera habido competencia, hubiera sido la competencia de AvtoVAZ: GAZ, o Gorkovsky Avtomobilny Zavod, situada en la ciudad de Nizhny Nóvgorod (Gorki, y de ahí el nombre, durante el dominio bolchevique), que, incidentalmente, estuvo cerrada a los extranjeros hasta hace poco más de diez años.
GAZ da trabajo, y que se siente quien pueda, a unas cincuenta mil personas en puestos de trabajo directos (el grupo GAZ seguramente llega a las cien mil), que ahí es nada; eso, unido a la condición de ciudad cerrada de su sede, puede hacer pensar que lo de fabricar coches era una tapadera, y que su principal ocupación era menos confesable. Puede ser, puede ser...
Su principal modelo es el de la foto, el Volga. Cuando en la anterior entrada decía que el Lada Zhigulí era a las carreteras rusas lo que el toro de Osborne a las españolas, debo reconocer que lo hice llevado del entusiasmo, pero mentía: el verdadero amo del asfalto (si hay asfalto, claro) es el Volga. El Volga de color negro era el medio de transporte exclusivo de los funcionarios del partido, digooo... Partido, hasta el punto de que nadie más podía poseerlo.
Podemos imaginarnos la escena:
- Oiga, ¿es GAZ?
- Sí, camarada.
- Oiga, que soy Iván Ivanovich, llevo ahorrando treinta años y ya tengo bastante para comprarme un Volga. Quería comprar uno y, si puede ser, me gustaría que fuera de color negro.
- ¿Es usted funcionario del Partido?
- Hombre... pues no, trabajo en un koljós y, sisando por aquí y por allá, algo he ahorrado.
- Pues no hay coche.
- ¿Cómo?
- Que no. Que el Volga, y más si es negro, sólo se concede a los próceres del proletariado y del Partido, y usted debe ser un kulak contrarrevolucionario.
- Oiga, que...
- Y no me rechiste, que aún puede salir peor librado.
Según en qué época, Iván Ivanovich, después de una conversación como ésta, podía acabar en las minas de Kolymá escarbando oro a varias decenas de grados bajo cero. Pero luego ya se abrió la mano y se permitió que la población adquiriera Volgas, eso sí, no de color negro. Y así están. Siguen produciéndose, aunque su consumo de combustible es de los que pone los pelos de punta. Su principal ventaja es que, en caso de choque, el Volga suele salir indemne, porque es una especie de tanque doméstico, mientras que el coche que tenga la desgracia de chocar contra él tiene garantizada una elevada factura del taller. Conscientes de eso, los conductores del Volga son especialmente temibles: cambios de carril aleatorios y sin señalizar, frenazos bruscos, adelantamientos a centímetros del coche de la derecha (eso suponiendo, que es mucho suponer, que el Volga adelante por la izquierda)... todo un repertorio de cerdadas, vamos.
Si alguien quiere un Volga, el azul de la foto (la he tomado esta mañana) se vende por 90.000 rublillos negociables, como quien dice tres mil euros, así a ojo, que para tener cinco años y un estado de conservación no directamente deplorable, pues no está mal. Eso sí, habrá que ponerle la matrícula, que luego todo son disgustos. Nuevos, andan por unos ocho mil euros, pero hay que tener en cuenta que, para mantener el depósito lleno, puede que hagan falta otros tantos. Ahí nos dejan el teléfono de contacto, para que cualquiera pueda sentirse jerifalte soviético.
jueves, 25 de mayo de 2006
El parque móvil (I): AvtoVAZ
La fábrica de coches clásica en la Unión Soviética era (y sigue siendo en Rusia) AvtoVAZ, cuya marca emblemática es Lada. Hay algún español que conoce a estos modelos de coches como "ladilla", lo cual es un simpático doble sentido y, desde luego, no hay que excluir que en la chapa oxidada de alguno de estos modelos encontremos a estos animalitos.
Lo de la foto es el Lada Zhigulí, que es a las carreteras rusas poco menos que lo que el toro de Osborne es a las españolas. La línea cuidadosamente geométrica de líneas rectas y aerodinamismo escaso guarda relación con el motor, ávido de gasolina (por supuesto de 92º como mucho), y con el corroído estado de la carrocería. Ya dejaron de fabricarlos, pero aún abundan como hongos en Moscú, y no digamos fuera de Moscú, donde sostienen con vigor la competencia de los BMW, Mercedes y, sobre todo, Lexus, que van comiéndoles el terreno.
En vista de la conocida afición de la población rusa a cargar cosas de aquí para allá, y puesto que el Zhigulí se quedaba pequeño, los diseñadores de AvtoVAZ, por una vez (y sin servir de precedente), cedieron a las demandas del consumidor y crearon el modelo de la foto, el Lada 1500, con unas características de herrumbrosidad, destartalamiento de fábrica, aerodinamismo escaso e interior espartano semejantes a las del Zhigulí, pero, eso sí, prolongado con el fin de lograr una apariencia de espacio superior a la realidad. También ha sido retirado de la producción, entre lágrimas de los usuarios.
Pero todavía estaba por llegar lo mejor. En una situación de escasez de competencia (a ver quién era el fascista que importaba un coche extranjero, creado por el decrépito capitalismo, a la Unión Soviética), AvtoVAZ nos deleitó con el Lada Niva 4x4, el de la foto, que ése sí que ha estado en producción prácticamente hasta anteayer e incluso llegó a tener bastante éxito en el extranjero. Eso sí, para mover el volante había que haber comido lentejas y espinacas recientemente, y para cambiar de marcha había que hacer un concienzudo entrenamiento de pesas. Las características de herrumbrosidad y corrosividad son marca de la casa, como en los anteriores modelos. El consumo fue mejorado: consumía mucho más (por supuesto, gasolina de 92º como mucho, porque pensar en el medio ambiente no debe ser proletario, ya que de él sólo disfrutan los plutócratas capitalistas que pueden permitírselo). Hay que reconocer que recientemente lo han sacado de producción y lo han sustituido por un 4x4 decente que fabrican conjuntamente con General Motors (si no, a buenas horas...).
El hecho de que, contra todo pronóstico, el Lada Niva llegara a exportarse llevó a la compañía a seguir la senda de los mercados exteriores con el último grito de la saga, el Lada Samara, que igualmente llegó a tener cierto éxito, por ejemplo en Francia, donde los camaradas del Partido Comunista Francés no cabían en sí del gozo de poner conducir un coche fabricado en el paraíso socialista. El gozo les duró de manera variable, dependiendo del peso de sus convicciones socialistas respecto de la evidencia de la modestia de las prestaciones del automóvil rogelio. Eso sí, hay que señalar en pro de los diseñadores de AvtoVAZ un esfuerzo supremo de supresión de ángulos, como se ve al comparar con el Zhigulí, y en favor del dueño del coche de la foto una devoción sin igual por su vehículo: limpio, con ruedas tuneadas y aparentemente en buen uso. Sin embargo, el común de los coches de este jaez no disfrutan de dueños tan diligentes, con lo que pone de manifiesto las características que ya hemos visto y que adornan a la producción de AvtoVAZ, como las ya comentadas de sensibilidad a la corrosión, interior frugal, dirección poco asistida o línea de escuadra y cartabón.
Fuerza es decir que AvtoVAZ ha visto que las cosas no iban bien y ha sustituido sus modelos neosoviéticos por otros, en colaboración con fábricas occidentales, que tienen otro aspecto, aunque constantemente pierden posiciones frente a los coches extranjeros que, ahora sí, ya entran en Rusia. Pero lo normal es que los taxistas piratas (y aun los legales) conduzcan piezas de chatarra como las de las fotos, con lo que el intrépido viajero ya sabe a qué atenerse.
En una entrada posterior se tratará otra de las grandes fábricas de automoción: GAZ y su modelo estrella, el Volga.
miércoles, 24 de mayo de 2006
El taxista pirata
martes, 23 de mayo de 2006
Despertando a la extrañeza
Para los que llevamos aquí algún tiempo, es interesante observar la reacción de quienes vienen de fuera. Y es que cosas curiosas que, con el paso del tiempo y el hábito de vivirlas a diario, no nos lo parecen tanto. Tiene que venir gente de fuera a recordarnos qué es anormal. Así que la entrada de hoy me la da hecha un columnista de la Estrella Digital, antiguo militar, cuyas columnas normalmente me gustan más bien poco, pero que en esta ocasión se ve que está bien asesorado. Como, además, conozco a su cicerone, Anselmo Santos, y puedo dar fe de que efectivamente Anselmo conoce Rusia a la perfección (de lo que cual su libro, que por cierto lleva por subtítulo "Relatos de la Desmesura", es buena muestra), me quedo más tranquilo: es evidente que es poco menos que el propio Anselmo quien habla por boca del columnista.
El cóctel ruso
Alberto Piris
En el tren nocturno que desde San Petersburgo me conduce de regreso a Moscú, atravesando la boscosa llanura que se extiende entre las dos capitales de la Rusia eterna, decido compartir con los lectores algunas reflexiones sobre los aspectos que me han parecido más llamativos en este país, durante unos días de visita privada en ambas ciudades.
Un empresario español, buen conocedor de Rusia, que la ha recorrido ampliamente y donde mantiene una segunda residencia, me comentaba estos días que la esencia del alma rusa consiste en convivir con el caos. (Ha desarrollado sus reflexiones sobre este país en un breve y enjundioso texto, de aconsejable lectura para quien decida visitarlo: Anselmo Santos, En Rusia todo es posible, Madrid 2003). Pronto el viajero toma contacto con el caos anunciado, que se manifiesta en varias formas. Por su condición de forastero, es muy probable que aparezca por vez primera al intentar una operación tan sencilla como tomar un taxi, esencial cuando se visita una ciudad y no se está familiarizado aún con las redes del transporte urbano. Existen taxis oficialmente identificados como tales, pero raras veces el taxista pondrá en marcha su taxímetro. Hasta las guías de turismo aconsejan convenir previamente con él el precio y el trayecto a recorrer. Sólo si hay acuerdo saldrá el viajero hacia el punto de destino.
Pero si este procedimiento pudiera parecer irregular, hay otro mucho más usado y aún menos ortodoxo: el taxi pirata. Se trata del automóvil de cualquier particular que en sus horas libres trabaja como taxista para ganar así unos rublos adicionales con los que redondear sus ingresos. Aunque las guías desaconsejan su empleo, es el sistema más común de los que no utilizan el transporte público.
Se ve con frecuencia en las calles a personas que, de pie sobre la calzada y cerca de la acera, encaran el tráfico rodado a la vez que extienden el brazo ligeramente separado del cuerpo; a veces exhiben unos billetes en la mano. Es una seña de significado universal. Enseguida algún coche privado se detendrá, se iniciará un breve diálogo y, si se alcanza el acuerdo, el pasajero entrará en él sin más demora.
A un ruso le parece normal alquilar los servicios de alguien a quien nada acredita para poder prestarlos y de cuyas condiciones como taxista nadie es responsable, y menos en caso de accidente: podría estar utilizando, incluso, un coche robado sin que el cliente lo pueda saber. ¿Cabe procedimiento más caótico para sustentar el servicio de taxis en una gran capital como es Moscú? El caso es que lo que al forastero parece absurdo es para el ruso habitual; funciona y cubre sus necesidades. Aunque los vehículos que prestan el servicio estén a menudo tan destartalados que no pasarían una ITV elemental, apesten a gasolina y las cubiertas de sus ruedas carezcan de cualquier relieve.
Claro es que ningún propietario de un buen automóvil necesita, por lo general, dedicarlo al pirateo taxístico. Los coches de lujo que ruedan por las calles moscovitas o aparcan sobre la acera, frente a un casino, vigilados de cerca por guardias de seguridad, nos llevan a otro aspecto de la vida rusa actual: el ansia generalizada de lujo.
El lujo fascina al ruso que puede permitírselo. Una periodista de San Petersburgo definía así el lujo al que aspiran hoy tantos rusos: "Lo que se compra a un precio muchas veces superior a su valor real y que le hace a uno sentirse muy feliz. Le hace sentirse una persona especial"; y añadía: "La riqueza rusa es demasiado joven e impaciente para esperar a instalarse cómodamente en el lujo". Para el ruso de hoy, los objetos caros y deslumbrantes son signo externo de su solvencia personal. Sólo una quincena de años de economía de mercado no han calado aún en la sociedad. Si se es rico, hay que exhibir la riqueza. No se concibe no viajar en coches ostentosos y no mostrar abiertamente relojes enjoyados y espectaculares.
La periodista antes citada contaba que había estado con un conocido hombre de negocios francés, de larga y lujosa trayectoria social, que usaba un Smart porque lo aparcaba con más comodidad, vestía sin ostentación y opinaba así sobre el lujo: "Para mí, el lujo es el silencio y el tiempo libre; quizá, también, el caviar y el buen vino, pero nada de artículos caros ni nada de seguir la moda". La idea de lujo que la periodista pretendía transmitir a sus compatriotas era que éste consiste, sobre todo, en poder hacer y poder comprar sólo lo que en verdad se desea. Mucho tendrá que insistir en ello y poco probable es que lo consiga a corto plazo.
El lujo desorbitado nace, en gran parte, de la corrupción, el tercer aspecto a mencionar en este breve repaso de la actualidad rusa, que añade un perfil de inquietud y futuro oscuro a la sociedad de este país. Aunque Putin lo ha mencionado con preocupación en su último discurso sobre el estado de la nación, la corrupción subsiste rampante a todos los niveles y es asunto que preocupa a la mayoría de los analistas políticos. Los inversores extranjeros y las empresas multinacionales saben bien de la necesidad de "engrasar" los engranajes de una vieja y desmesurada burocracia, y recurren a ello cuando lo ven imprescindible. Así, el sistema se perpetúa pues nadie se atreve a romperlo. Nadie cree necesario modificar radicalmente una estructura que muchos consideran que genera estabilidad y prosperidad tras el colapso de los años noventa.
Aun conscientes de que, a la larga, un sostenido índice de corrupción nacional será perjudicial para el desarrollo de Rusia, los dirigentes políticos no se deciden a atacarla de raíz. Les va mucho a todos en ello. La actual crisis en los precios del petróleo, que beneficia a la economía rusa en todas las hipótesis imaginables, tampoco ayuda a crear una mentalidad anticorrupción.
Así pues, caos, lujo y corrupción son tres elementos destacados del cóctel ruso de hoy. A pesar de eso, el pueblo ruso sigue siendo digno de respeto y merecedor de un inagotable cariño.
Otro día escribiré sobre los taxis, el lujo y la corrupción. De momento, está bien que alguien que viene de fuera nos destaque qué temas llaman la atención al visitante.
lunes, 22 de mayo de 2006
El conductor nostálgico
sábado, 20 de mayo de 2006
Pushkin, el poeta ubicuo
La verdad es que, fuera de Rusia, a Pushkin se le conoce con cuentagotas, y la mayoría de los que pasan por aquí no tienen ni idea de que haya habido tal poeta; esto tiene ofendídisimos a los rusos que se dan cuenta de esta triste realidad, hasta el punto de que no dan crédito a sus oídos cuando los extranjeros les preguntan quién es ese Pushkin, y refunfuñan como si todo quisqui tuviera la obligación de saberse de carrerilla sus obras completas. Para compensar, en cambio, en Rusia Pushkin sale por todos los sitios, hasta en la sopa: todavía recuerdo con aprensión el año 1999, bicentenario de su nacimiento, que pasó desapercibido en el resto del planeta, pero que en Rusia llegó a convertir su presencia en algo definitivamente aplastante. Yo creo que fue entonces, cuando, sin haber leído, fuerza es decirlo, gran cosa de su obra, le tomé ojeriza.
En Penza, para mi sorpresa, la guía turistica no mencionó a Pushkin al principio. Es más, rápidamente empezó a contar aventuras del poeta nacional número dos, Mijail Lérmontov (1813-1841, de éste he leído más cosas, aunque escribió menos -también tuvo aún menos tiempo- que el número uno). Lérmontov, aunque nació en Moscú, vivió la mitad de su vida, lo que no es decir mucho, visto lo pronto que la palmó, en el feudo de su abuela, Tarjany, en la región de Penza. Esperé un poco más, y Pushkin no salía en el relato. A lo mejor Penza fue la ciudad en la que Pushkin no estuvo. Y pregunté tímidamente:
- Y Pushkin, ¿no pasó nunca por la ciudad?
La guía turística me miró como a alguien que ha ofendido profundamente a su ciudad.
- Quizá no -dijo-, pero es seguro que pensó en venir, porque se conserva una carta suya a su mujer en la que dice textualmente "volveré a Moscú pasando por Sarátov y Penza". Y hasta hoy discuten los expertos sobre si finalmente pasó por la ciudad o no. Hay quien lo da por demostrado, otros que no, y hasta hoy no hay acuerdo.
Me pareció entrañable que alguien, y hasta parece que bastante gente, dedicase sus esfuerzos a cosa tan decisiva para el procomún como era averiguar a ciencia cierta si Pushkin pasó o no por una ciudad no muy sencilla de encontrar en el mapa.
- Entonces, no está demostrado que pasara (Alf, no aprendes...).
- Bueno, o sí. Se cuenta que un postillón afirmó haber conducido a través de la región a una persona que, de parecido, sólo podía ser él. Y que le cantó al poeta distintas canciones populares, y entonces Pushkin le dio monedas de oro y un retrato suyo. Es una leyenda, pero pudo ocurrir, y lo que sí existe es la carta.
A partir de ahí, el discurso de la guía siguió el esquema normal: Pushkin hasta en la sopa.
- ... y en este edificio, en la calle Pushkin, vivió su viuda con sus hijos, después de casarse por segunda vez.
- ... y Speransky, poeta amigo de Pushkin, le envió una carta en el otoño de 1832, en la que decía: "Ven a vernos en invierno a Penza. Aquí la gente está entusiasmada con tu obra y te haría un gran recibimiento."
- ... y el cuarto bisnieto del primo segundo de un amigo lejano de Pushkin pasó por aquí y hasta se alojó unos días en esta casa, donde tocaba un acordeón que le había prestado un vecino del segundo marido de la viuda de Pushkin.
¿Quién me mandaría a mí preguntar?
viernes, 19 de mayo de 2006
De subdirector a sacristán
La llegada a la fábrica de cables de Saransk, capital de la república de Mordovia, tuvo un cierto regusto de viaje en el tiempo. Salimos del Volga negro que nos conducía, y a nuestro encuentro se dirigieron dos personas ataviadas con traje oscuro, una de las cuales, con gesto naturalmente paternal y la actitud de quien acostumbra a ser obedecido sin rechistar, se nos acercó campechano. Dos fotógrafos, que ya no nos abandonarían en toda la visita, empezaron a enfocarnos con sus cámaras y a disparar con ellas. Evir Abramovich andará más cerca de los sesenta que de los cincuenta años, es de baja estatura, cabello rizado, andar suelto y, con casi total seguridad, origen caucasiano y raza judía. Es el director.
Una fábrica soviética es mucho más que un centro de producción: es economato, es protección social para sus trabajadores, es centro deportivo y de ocio, es fuente de servicios para la comunidad. Y es muchas otras cosas. Y Saranskkabel es una fábrica soviética.
Atravesamos la entrada, entre los chispazos de los fotógrafos. A nuestra derecha, una estatua de estética típicamente comunista, aunque erigida en 1995 con motivo del cuadragésimo aniversario de la fundación de la fábrica: dos manos protegen un cable que se alza entre ellas; a nuestra izquierda, cuatro mástiles, en uno de los cuales, en nuestro honor, ondea una bandera española que sabe Dios de dónde habrán sacado; y, frente a nosotros, una estatua de Lenin.
La fábrica es antigua, pero destaca por su limpieza. Parte de la maquinaria es nueva, y traída de España, entre otros sitios, y parte es rusa; se ve a simple vista que los negocios van bien y el cable se vende; también se echa de ver enseguida que el director es el mismísimo amo. A su paso, los trabajadores poco menos que se cuadran.
A la salida de las primeras líneas de producción, nos montamos en la furgoneta (Gazel, naturalmente) que nos transportaba por el territorio de Saranskkabel.
- ¿Ahora dónde vamos? - dijo el director a su segundo.
- ¿Enseñamos la capilla? - dijo Georgii Leonidovich.
- Bien - respondió Evir Abramovich.
- ¿Tienen una capilla? - les pregunté, algo confuso.
Nikolay Nikolayevich, el ministro de los zapatos plateados, seguía, como durante todo el viaje, con una sonrisa abierta. Asintió con la cabeza, pero ya la silueta de la capilla se acercaba rápidamente hacia nosotros.
A nuestro encuentro salió un anciano de unos setenta y cinco años, bastante bien llevados, de baja estatura y ojos pequeños y hundidos.
- Fíjese - me dijo Evir Abramovich-, aquí tenemos a un antiguo subdirector de la fábrica, que ahora, tras jubilarse, se dedica a mantener la capilla.
- Sí -dijo el anciano-. Yo era la mano derecha de Evir Abramovich. Ahora estoy aquí de encargado.
- Buena cosa -dije, no sé si convenciéndole mucho.
- Pasen, pasen... -nos invitó.
Me santigüé al entrar, como es norma entre los ortodoxos, pero a la manera católica, comenzado el brazo horizontal de la cruz por el hombro izquierdo. Nadie más se santiguó.
- Comenzamos a construir la capilla con motivo del primer milenario del cristianismo en Rusia -me explicaba el anciano.
- ¿En 1988?
- Bueno, la terminamos en 1991. Mire, aquí tienen velas. A la derecha se ponen por la salud de los parientes; después, a la izquierda, por la propia.
Ni corto ni perezoso, el ministro Nikolay Nikolaevich tomó cuatro velas y se puso a plantarlas a diestro y siniestro, siempre con la sonrisa en la boca. Yo, visto lo visto, tomé dos, hice unas brevísimas preces antes de ponerlas, y las puse también.
- Mire esta foto -me dijo el anciano, a cuyo lado había vuelto-. Hace dos años vino de visita a Mordovia el patriarca... el patriarca...
- ¿De Moscú y toda Rusia? -intenté ayudarle, yo que había reconocido sin ningún problema al de la foto.
- Sí, de Moscú y toda Rusia, Alejo II. Estuvo también en esta capilla.
Efectivamente, en la pared estaba la foto enmarcada del anciano con Alejo II, y a su lado una carta del mismo Alejo II excusándose por no poder asistir al cincuentenario de Saranskkabel, en 2005.
Salimos de la capilla y, bajo una fina lluvia que terminaba de empezar, nos dirigimos a la furgoneta para continuar el recorrido. Me santigüé al salir, igualmente a la manera católica, y todos hicieron caso omiso del hecho. Una estatua de Lenin en la entrada, una capilla en el interior, Alejo II pasando por delante de la estatua de Lenin para bendecir la capilla... la relación de los rusos con su historia, su presente y su religión mayoritaria es difícil de explicar. El anciano, indudablemente miembro del Partido Comunista en tiempos pasados, sin lo cual difícilmente pudo llegar a subdirector de la fábrica, y convertido en sacristán tras su jubilación, nos acompañó con paso ligero.
- Es una buena cosa la que usted hace -le dije, estrechándole la mano-. Continúe haciéndola.
Subimos a la furgoneta.
- La capilla -dijo Evir Abramovich con aspecto didáctico- la construimos con motivo del segundo milenario de la aparición del cristianismo en Rusia.
El segundo milenario, dijo. Me callé y me quedé pensando en mis cosas mientras nos acercábamos a la siguiente línea. El ministro seguía sonriendo.
sábado, 13 de mayo de 2006
El charlatán políglota
El protagonista de hoy es un charlatán. Estoy seguro de que en España hay quien está persuadidos de que esta especie sólo sobrevive en los mercadillos españoles, mientras que la verdad es muy otra.
Paseábamos esta mañana con Alfina y Ame por un mercadillo moscovita, enfrente de la galería Tretyakov. El charlatán (dentro del círculo blanco) detectó al potencial comprador guiri, abordó a Alfina con sus cuatro palabras de castellano y con una perspicacia envidiable y, aprovechándose de su posición de primero del mercado, comenzó a ofrecerle de todo. Y no de uno en uno, no. "Esto vale doscientos cincuenta rublos. Es de cerámica, hecho a mano. Pero mire, si me compra diez se lo dejo por mil quinientos rublos. Soy el dueño, y puedo hacerlo. Y esto vale lo que no está dicho. No me diga que no..."
De mí, el tío pasó bastante. Aún más perspicaz fue este hecho. No debo tener cara de comprador, pero Alfina sí, así que me fui a jugar un rato con Ame, que tampoco quería saber nada de regateos, y que miraba muy interesado a un obrero con un martillo pilón dando martillazos a las baldosas para fijarlas a la acera. Eso sí que mola.
Al rato, Alfina salió del asunto con una bolsa llena de multitud de cachivaches de utilidad dudosa.
- Me ha timado -dijo.
No sé si tendría razón, pero, si os encontráis con ese individuo, el de la foto, huid de él. A la vuelta, le pude volver a ver en acción, y es una fiera. Tenía embelesado a un montón de ancianas inglesas que venían del museo, y estaba ofreciéndoles en inglés (y no malo del todo, no) unos visillos que no eran nada del otro mundo, a unos precios que sí que lo eran. Cuando acabó con ellas, le vi venir hacia mí y estoy seguro de que me vio cara de clásico y se me iba a dirigir en latín, para atacarme la fibra sensible. Y lo consigue, creedme: no os servirá de nada decir, por ejemplo, que sois lituanos, o vascos: os soltará un "labas rytas" o un "ez ikutu liburuak, mesedez" y no podréis resistiros a hacerle caso. Saben más que Sánchez Dragó. Huí como pude, antes de le diera tiempo a soltar el "Quomodo vales, amice?".
viernes, 12 de mayo de 2006
El escritor proscrito
jueves, 11 de mayo de 2006
Ecos de la manifa (I)
miércoles, 10 de mayo de 2006
Voltereta
Serge - vamos a llamarlo así - tiene tres años y la vista hecha un poco un asco: estrabismo agudo, astigmatismo e hipermetropía. Es más, su nuevo padre también tiene los dos últimos defectos, que, por cierto, son hereditarios, aunque, evidentemente, no es el caso. Y, además, está retrasado con el habla: efectivamente, no dice casi ni mu. Pero es un encanto.
Ame se despertó de la siesta y oyó ruidos en el piso de arriba.
- ¿Quesshéso? - preguntó en su media lengua.
- Es Seryozha, es un niño que ha venido de visita con sus papás.
- Síiiiiiiiii - dijo sonriendo.
Se levantó y se hizo el amo. Como siempre. Vamos, hasta el punto de que la nueva madre de Serge se puso a jugar con Ame, que, ya se sabe, se hace querer.
- ¡Midda! - le decía a ella. Y luego a mí: "¡Papá! ¡Tedeta!"
- ¿Quieres una voltereta?
- Síiiiiiii.
Y ¡hala! voltereta que te crio. Y luego a hacer como si fuera un avión, levantándolo a pulso; y luego a hacer caballito con el sobre los tobillos mientras estoy tendido en el suelo. Es una lástima que el levantamiento de niño no sea deporte olímpico.
"¿Para qué me estaré empeñando en poner una máquina de correr en el sótano? ¿Para estar en forma?"
martes, 9 de mayo de 2006
Juventudes Comunistas y Blancos de Negro
Una de las ventajas de estar penando (o no) por esta bendita ciudad consiste en que uno se convierte en testigo de jaleos como el de la foto. 9 de mayo, sexagésimo primer aniversario de la victoria de la Unión Soviética contra el fascismo (pudorosos, los bolcheviques evitaron siempre hablar de la victoria contra los alemanes, cosa que quizá hubiera molestado a sus lacayos de la sedicente Alemania Democrática). Ahora esto se ha convertido en una fiesta nacional, pero los comunistas siguen dándole matraca. En la foto se ve a los mismos manifestantes, seguramente, de hace cuarenta y cinco años, con el pequeño matiz de que se aprecia una alarmante escasez de relevo generacional.
A una distancia de unos cincuenta metros de los rojos, les seguían los blancos, paradójicamente vestidos en su mayoría de negro, en mucho menor número, y con un porcentaje de canas igualmente menor (sin contar los cabezas rapadas, que alguno se ve).
Y, mientras desfilan por la Tverskaya, a menos de cien metros de mi casa, el público que pasea reacciona con relativa indiferencia al despliegue de los rojos, como quien no sólo ha visto muchos, sino que ha formado parte de más de uno. En cambio, los blancos causan sorpresa. Casi nadie -yo tampoco- sabe muy bien quiénes son ni qué pretenden, pero sus cánticos religiosos, muy diferentes de las sobadas consignas de sus predecesores en la marcha, sus estandartes, de lo religioso a lo nacionalista, sus uniformes paramilitares... todo ello causa que los espectadores se miren entre sí atónitos. No hay aprobación ni desprecio, sólo sorpresa ante una visión más parecida a una procesión ortodoxa que a una manifestación política.
lunes, 8 de mayo de 2006
Deberes
Abi abre su estuche. Unos cuantos lápices desordenados, una regla suelta, y nada más. Abi es, ¿cómo decirlo?, un poco desastre.
- ¿Y la goma de borrar?
- Se ha acabado.
- ¿Se ha acabado? Venga ya, ¿dónde la has perdido?
- No la he perdido -dice con gesto enojado-. Se ha a-ca-ba-do.
- Anda, ve a buscar otra.
Encuentra otra, borra, corrije, y en el siguiente ejercicio tiene que escribir una palabra. La mina de su lápiz no es más que un muñón.
- Anda, Abi, que así no hay quien escriba. Sácale la punta al lapiz.
Abi vuelve a abrir el estuche, y el desorden no ha mejorado desde la última vez.
- ¿Y el sacapuntas?
- No está.
- ¿También se ha acabado?
Abi se ríe. Menos mal.
miércoles, 3 de mayo de 2006
Somos pobres
- ¿Qué tenemos para cenar, papá?
- Alforfón.
- ¿Otra vez?
- Sí, hija, recuerda que somos pobres.
Ro me miró con sus enormes ojos, puso cara triste y me dijo.
- Papá, pero es que yo no quiero ser pobre.
lunes, 1 de mayo de 2006
Miles gloriosus et altri amici falsi
El "falso amigo" más pérfido era la palabra "gloriosus", que salió no sé en qué traducción.
- Creeréis que "gloriosus" quiere decir "glorioso", ¿verdad? ¡Pues no! Recordadlo siempre, quiere decir "fanfarrón", o sea, un tío que presume.
Murmullos de aprobación en el auditorio, excepto alguno que otro que mordisqueaba su bocadillo y no estaba para murmullos de aprobación (ni de nada).
- Por ejemplo, como en "miles gloriosus" ¿Conocéis la obra de Plauto?
- ¡Claro, Plauto y Mickey! -dijo el gracioso de la clase. Era así, él. Risas generalizadas. Honra al profesor decir que también se rio, y mira que el chiste era malo.
- Nooooo, era un autor de teatro, el más famoso de Roma, junto con Terencio. Una de sus obras más famosas es precisamente "Miles gloriosus", el soldado fanfarrón. Dos falsos amigos: no traduzcáis "el militar glorioso", sino "el soldado fanfarrón".
Al llegar a casa, me arrojé a la biblioteca de mi padre (insisto: empollón asqueroso, no me duelen prendas el reconocerlo), agarré el volumen "Teatro romano", vi que, en efecto, estaba Plauto (y Terencio, y la verdad es que nadie más), indagué el índice y, la última de las obras, estaba escrito: "El militar fanfarrón".
¡Por poco no arrojo el libro al fuego! Ya ni los traductores saben traducir. Al menos, de los dos falsos amigos, al traductor sólo le había engañado uno.
Al entrar en la blogosfera, la impresión al leer más de una bitácora fue ésa: miles gloriosus. Y no pienso ocultar la posibilidad de que ésta se vea manchada por la fanfarronería y el autobombo, pero yo lo confieso desde el principio, hasta el punto de que ése es mi nombre. De qué escribiré, pues ya veremos: a ojo, de mis impresiones en el "exilio" ruso, de mis relaciones con la familia que hemos formado (y que es forastera en cualquier sitio), y a ver qué más se me ocurre.