Alejandro Pushkin (Aleksandr Sergeevich, para ser exactos, 1799-1837) es el poeta nacional ruso por excelencia. No hay ruso que no haya estudiado sus versos, de memorización obligatoria en las escuelas; no hay ciudad que no le tenga una calle dedicada, ni, por lo menos, un busto, cuando no una estatua de cuerpo entero; no hay guía turístico que no se refiera a su paso por la ciudad que esté mostrando al visitante. Y no hay lugar en Rusia, o eso parece, que no se dispute su presencia, aunque sea de paso. No parece sino que en los treinta y tantos años que duró su vida tuvo tiempo, no ya de escribir sus versos, sino de recorrerse de pe a pa toda la santa Rusia, hasta la aldehuela más perdida.
La verdad es que, fuera de Rusia, a Pushkin se le conoce con cuentagotas, y la mayoría de los que pasan por aquí no tienen ni idea de que haya habido tal poeta; esto tiene ofendídisimos a los rusos que se dan cuenta de esta triste realidad, hasta el punto de que no dan crédito a sus oídos cuando los extranjeros les preguntan quién es ese Pushkin, y refunfuñan como si todo quisqui tuviera la obligación de saberse de carrerilla sus obras completas. Para compensar, en cambio, en Rusia Pushkin sale por todos los sitios, hasta en la sopa: todavía recuerdo con aprensión el año 1999, bicentenario de su nacimiento, que pasó desapercibido en el resto del planeta, pero que en Rusia llegó a convertir su presencia en algo definitivamente aplastante. Yo creo que fue entonces, cuando, sin haber leído, fuerza es decirlo, gran cosa de su obra, le tomé ojeriza.
En Penza, para mi sorpresa, la guía turistica no mencionó a Pushkin al principio. Es más, rápidamente empezó a contar aventuras del poeta nacional número dos, Mijail Lérmontov (1813-1841, de éste he leído más cosas, aunque escribió menos -también tuvo aún menos tiempo- que el número uno). Lérmontov, aunque nació en Moscú, vivió la mitad de su vida, lo que no es decir mucho, visto lo pronto que la palmó, en el feudo de su abuela, Tarjany, en la región de Penza. Esperé un poco más, y Pushkin no salía en el relato. A lo mejor Penza fue la ciudad en la que Pushkin no estuvo. Y pregunté tímidamente:
- Y Pushkin, ¿no pasó nunca por la ciudad?
La guía turística me miró como a alguien que ha ofendido profundamente a su ciudad.
- Quizá no -dijo-, pero es seguro que pensó en venir, porque se conserva una carta suya a su mujer en la que dice textualmente "volveré a Moscú pasando por Sarátov y Penza". Y hasta hoy discuten los expertos sobre si finalmente pasó por la ciudad o no. Hay quien lo da por demostrado, otros que no, y hasta hoy no hay acuerdo.
Me pareció entrañable que alguien, y hasta parece que bastante gente, dedicase sus esfuerzos a cosa tan decisiva para el procomún como era averiguar a ciencia cierta si Pushkin pasó o no por una ciudad no muy sencilla de encontrar en el mapa.
- Entonces, no está demostrado que pasara (Alf, no aprendes...).
- Bueno, o sí. Se cuenta que un postillón afirmó haber conducido a través de la región a una persona que, de parecido, sólo podía ser él. Y que le cantó al poeta distintas canciones populares, y entonces Pushkin le dio monedas de oro y un retrato suyo. Es una leyenda, pero pudo ocurrir, y lo que sí existe es la carta.
A partir de ahí, el discurso de la guía siguió el esquema normal: Pushkin hasta en la sopa.
- ... y en este edificio, en la calle Pushkin, vivió su viuda con sus hijos, después de casarse por segunda vez.
- ... y Speransky, poeta amigo de Pushkin, le envió una carta en el otoño de 1832, en la que decía: "Ven a vernos en invierno a Penza. Aquí la gente está entusiasmada con tu obra y te haría un gran recibimiento."
- ... y el cuarto bisnieto del primo segundo de un amigo lejano de Pushkin pasó por aquí y hasta se alojó unos días en esta casa, donde tocaba un acordeón que le había prestado un vecino del segundo marido de la viuda de Pushkin.
¿Quién me mandaría a mí preguntar?
En cierto modo, Alf, te he de decir que me parece entrañable que un pueblo defienda así a sus artistas más importantes (según ellos). Yo te propongo algo: La próxima vez que alguien, uno de esos que se ofenden cuando alguien no conoce a Pushkin, lo nombre, le preguntes si conoce ah.. no sé, digamos por ejemplo Blasco Ibáñez.. jejeje, tal vez les des otro punto de vista respecto a si deben ofenderse o no porque un extranjero no conozca a su querido pushkin. YO por mi parte, sin haber leído ni a uno ni a otro, y después de lo que cuentas, me he decidido por ser del bando de los que apoyan al tal Lérmontov, por aquello que su vida fue mas corta, y encima ahora es el segundon... ains, no aprenderemos, alf, siempre apostando por las causas perdidas, jejejejeje
ResponderEliminarBesos
Bueno, bueno, Blasco Ibáñez quizá no sea el mejor ejemplo. El "number one" español es Cervantes, y aquí a Cervantes se le conoce a poco de cultura que se tenga. El Quijote es conocidísimo, y los literatos rusos del s. XIX (Dostoyevsky, Tolstoi y, por encima de los demás, Gógol, el maestro de todos ellos) tenían debilidad por él.
ResponderEliminarIgual deberías leerte "Un héroe de nuestro tiempo" o "Makar Chudrá", las dos de Lérmontov. Es romántico de pura cepa, de los impetuosos... a lo mejor encontrabas inspiración para uno de tus programas. Por cierto, el de ayer lo oí entero y, a medida que le iba cogiendo el tranquillo, me iba gustando.
Pues lo buscaré y lo leeré. Y me alegra que lo hayas oído entero, y te haya gustado jejeje...
ResponderEliminarBesoos