Echando un vistazo a algunas entradas de la primera época de esta bitácora, se puede ver que en aquel entonces la temática de la misma era más amplia y aparecían personajes que no tenían absolutamente nada que ver con Rusia. Como es natural, estos personajes aparecían en el curso de las entradas alusivas a mis viajes a España y, como estoy en España (en Valencia, para ser exactos), en estas fechas tan entrañables, tiene su lógica que reaparezcan de nuevo.
Efectivamente, como los lectores más veteranos quizá hayan adivinado, me estoy refiriendo a doña Margarita.
Doña Margarita es esa vecina metomentodo, paladín de todas las causas posibles en una comunidad de vecinos, sargento impenintente y terror de tirios y troyanos; esa vecina que en Moscú apenas existe, porque es una gran ciudad, porque no hay comunidades de vecinos y porque las zonas comunes de los edificios son un estercolero, aunque los vecinos parezcan no darse cuenta.
En mi finca, en Valencia, nos estamos enfrentando al problema de la inseguridad ciudadana. Tenemos una reja en la entrada que no termina de cerrar bien y que, por ello, cuesta mucho de colocar correctamente, por lo que muchas veces queda abierta. Nunca había pasado nada serio. El mayor peligro era que se colaran los falleros infantiles del casal que funciona en el bajo y se quedaran hablando hasta las tantas, lo cual era menos peligroso para nosotros que para ellos, porque al llegar a casa ya les ajustarían las cuentas sus padres por llegar tarde.
En esto, al llegar a casa esta tarde, me he encontrado en el ascensor, convertido en algo así como un tablón de anuncios, el siguiente cartel:
No me cupo duda: a pesar de que el mensaje carecía de firma y de que doña Margarita vive en el primero y es dudoso que necesite el ascensor, la autoría del mensaje era muy probablemente suya, a tenor de las peculiaridades estilísticas y ortográficas presentes en su contenido. A propósito del mismo, y debidamente traducido al castellano, el mensaje decía:
¿Quién abre la puerta de la calle? ¡No hay voluntad ni vecindad!
El mensaje revela la insatisfacción de doña Margarita con la colaboración vecinal a la hora de garantizar la seguridad de la finca. La explicación de todo esto llegó cuando abrí el correo atrasado del último mes y medio largo que llevaba sin pasar por el piso y encontré el acta de la última reunión de la comunidad de vecinos, en la que había la siguiente mención específica a asuntos de seguridad:
Se recuerda (creo que no hace falta que diga qué vecina insistió en este punto) a los señores propietarios que deben cerrar correctamente la puerta de la calle, pues de lo contrario pueden llegar a acceder delincuentes a la finca. En las últimas semanas llegaron a entrar unas personas ajenas a la finca hasta el ascensor y se enfrentaron a uno de los vecinos (sí, a ésa vecina). Por fortuna, no hubo que lamentar ninguna desgracia personal.
Menos mal. Parece que los delincuentes salieron ilesos.
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
jueves, 30 de diciembre de 2010
martes, 28 de diciembre de 2010
Otra de espías
Al final conseguí encontrar un enlace en un medio español a la noticia de los aeropuertos de Moscú colapsados. Pero lo bueno son los comentarios a la noticia. Se ve que incidentalmente en la noticia se dice que uno de los españoles bloqueados consiguió hablar con el Consulado (supongo que con el pobre que tiene el teléfono de urgencias consulares, que por cierto es una bellísima persona y un pedazo de pan de los que ya no quedan), y le dijeron que lo de sacarles del aeropuerto era cosa de la compañía aérea, pero que en el Consulado no podían hacer mucho. Automáticamente, en los comentarios ha aparecido todo tipo de gente indignada acusando de dejación a los funcionarios españoles en el extranjero y, por extensión, a la ministra de Exteriores de España. Al final va a resultar que la culpa de que unos españoles estén bloqueados en el aeropuerto de Moscú la tiene Zapatero. Hay cada español por ahí que habría que darle de comer aparte. Y que no se quejen demasiado, que al menos ahora Sheremetyevo es un aeropuerto moderno y tiene de todo. No hace ni dos años era un sitio tercermundista donde ibas esquivando a los hindúes y ceilandeses que llevaban días durmiendo por los pasillos de la zona internacional. Y, fíjate, ésos no se quejaban nunca.
Pero la noticia ha durado poco. El cupo de noticias de hoy ha sido ocupado por la última de espías, con la expulsión de los dos diplos españoles. Cuando España expulsó hace unas semanas a los diplos rusos, la noticia apareció en un recuadrito en una página interior en la prensa española, como si no tuviera importancia. Hoy no. Ahora que Rusia expulsa a estas dos personas, sale en primera página.
Una vez más, lo bueno son los comentarios. Por lo visto, España está llena de expertos en relaciones interacionales (bueno, en relaciones internacionales y en casi todo), pero es que muchos comentarios son la pera. Básicamente, deben creer que eso de que expulsen a un diplomático por espionaje es un hecho gravísimo, y puede que en España lo sea, pero en Rusia pasa con bastante frecuencia y se toma ya incluso con bastante naturalidad. Sólo en 2010 ya llevan la tira de diplomáticos expulsados mutuamente, lo que pasa es que es la primera vez que ocurre con España. De repente, hay comentaristas que piensan que debemos estar orgullosos de nuestro servicio de inteligencia, y que eso quiere decir que funciona tan bien que esos dos a quienes van a expulsar han puesto en peligro la seguridad de Rusia, cuando lo más probable, por no decir seguro, es que no tengan absolutamente nada de espías y que les haya tocado de manera hasta cierto punto aleatoria.
Otros, claro, piensan que la culpa es de Zapatero. O de Bush.
Sí, ya sé que hay fotos de la Chapman mucho más interesantes (o directa y descaradamente retocadas) que la de ahí arriba. Pero ésa es seguro que es auténtica y no pasó por el Photoshop.
Pero la noticia ha durado poco. El cupo de noticias de hoy ha sido ocupado por la última de espías, con la expulsión de los dos diplos españoles. Cuando España expulsó hace unas semanas a los diplos rusos, la noticia apareció en un recuadrito en una página interior en la prensa española, como si no tuviera importancia. Hoy no. Ahora que Rusia expulsa a estas dos personas, sale en primera página.
Una vez más, lo bueno son los comentarios. Por lo visto, España está llena de expertos en relaciones interacionales (bueno, en relaciones internacionales y en casi todo), pero es que muchos comentarios son la pera. Básicamente, deben creer que eso de que expulsen a un diplomático por espionaje es un hecho gravísimo, y puede que en España lo sea, pero en Rusia pasa con bastante frecuencia y se toma ya incluso con bastante naturalidad. Sólo en 2010 ya llevan la tira de diplomáticos expulsados mutuamente, lo que pasa es que es la primera vez que ocurre con España. De repente, hay comentaristas que piensan que debemos estar orgullosos de nuestro servicio de inteligencia, y que eso quiere decir que funciona tan bien que esos dos a quienes van a expulsar han puesto en peligro la seguridad de Rusia, cuando lo más probable, por no decir seguro, es que no tengan absolutamente nada de espías y que les haya tocado de manera hasta cierto punto aleatoria.
Otros, claro, piensan que la culpa es de Zapatero. O de Bush.
Sí, ya sé que hay fotos de la Chapman mucho más interesantes (o directa y descaradamente retocadas) que la de ahí arriba. Pero ésa es seguro que es auténtica y no pasó por el Photoshop.
lunes, 27 de diciembre de 2010
Navidades eclécticas
Es tiempo de Navidad. Hace un par de días celebrábamos el nacimiento de nuestro Dios, y seguiremos en este tiempo hasta bien entrado enero, cuando celebremos Su bautismo. Nosotros somos una familia española, y católica, pero vivimos en Rusia, que es un país que, de ser algo, es ortodoxo, por lo que los signos religiosos son ligeramente diferentes. Entretanto, gracias a Dios, hemos conseguido eludir la calamidad en que se ha convertido el transporte aéreo de Moscú, porque salimos con rumbo a España justo antes de que comenzara el desastre. He intentado poner un enlace en español a la noticia, pero la única noticia sobre Rusia que sale en los periódicos españoles es el asunto de Jodorkovsky, y se ve que con éste han agotado el cupo (en ruso la tenemos aquí). Entretanto, pido una oración por los miles de pasajeros desesperados que están vagando por Domodiédovo y Sheremetyevo, sobre todo por los primeros, que ni siquiera tienen luz y deben estar pasándolas canutas.
Nosotros no. Nosotros nos hemos logrado escapar y estamos pasando unos días en España, pero en Moscú hemos pasado todo el Adviento y allí, en un rincón de nuestra casa, hemos dejado los objetos que aparecen en la imagen de ahí al lado.
Es nuestro "krasny ugolok". El "rincón hermoso", traducido al castellano. Una esquina de la casa, normalmente de la habitación principal, donde las familias rusas ortodoxas colocan sus iconos y se reúnen para rezar. Nuestros iconos también son un poco particulares. Tenemos el de Nuestra Señora de Kazán, con gran diferencia el más venerado de toda Rusia, y otro icono típicamente ortodoxo a la derecha, pero al otro lado, si uno se fija bien, se ve una estatuita que es ni más ni menos que la Virgen del Pilar, que no es precisamente una advocación ortodoxa, sino la Patrona de la Hispanidad.
Un poco más abajo, sobre la mesilla, tenemos las cuatro velas de Adviento, que igualmente es una tradición totalmente católica. Y, al otro lado del salón, tenemos una representación colombiana de la Sagrada Familia, es decir, algo muy semejante a un Belén. Aunque lo cierto es que los belenes los hemos dejado para España, porque el Belén no termina de estar completo hasta el día 24 de diciembre, cuando se coloca al Niño en el mismo, y el 24 no pensábamos estar en Rusia para completarlo.
Con esto, aprovecho la ocasión para desear una feliz Navidad a todos los que visiten esta bitácora. Que el niño Jesús les proteja, les guíe y les llene de fe, esperanza y caridad. Y que no olvide al autor de la bitácora, que también necesita de protección, guía y virtudes teologales, y que no por pedirlas (menos de lo que convendría, pero pedirlas) va a despreciar la ocasión de insistir en ello.
Nosotros no. Nosotros nos hemos logrado escapar y estamos pasando unos días en España, pero en Moscú hemos pasado todo el Adviento y allí, en un rincón de nuestra casa, hemos dejado los objetos que aparecen en la imagen de ahí al lado.
Es nuestro "krasny ugolok". El "rincón hermoso", traducido al castellano. Una esquina de la casa, normalmente de la habitación principal, donde las familias rusas ortodoxas colocan sus iconos y se reúnen para rezar. Nuestros iconos también son un poco particulares. Tenemos el de Nuestra Señora de Kazán, con gran diferencia el más venerado de toda Rusia, y otro icono típicamente ortodoxo a la derecha, pero al otro lado, si uno se fija bien, se ve una estatuita que es ni más ni menos que la Virgen del Pilar, que no es precisamente una advocación ortodoxa, sino la Patrona de la Hispanidad.
Un poco más abajo, sobre la mesilla, tenemos las cuatro velas de Adviento, que igualmente es una tradición totalmente católica. Y, al otro lado del salón, tenemos una representación colombiana de la Sagrada Familia, es decir, algo muy semejante a un Belén. Aunque lo cierto es que los belenes los hemos dejado para España, porque el Belén no termina de estar completo hasta el día 24 de diciembre, cuando se coloca al Niño en el mismo, y el 24 no pensábamos estar en Rusia para completarlo.
Con esto, aprovecho la ocasión para desear una feliz Navidad a todos los que visiten esta bitácora. Que el niño Jesús les proteja, les guíe y les llene de fe, esperanza y caridad. Y que no olvide al autor de la bitácora, que también necesita de protección, guía y virtudes teologales, y que no por pedirlas (menos de lo que convendría, pero pedirlas) va a despreciar la ocasión de insistir en ello.
miércoles, 22 de diciembre de 2010
Pueblos de Potyomkin
Es posible, sí, que lo de Potyomkin fuera una fábula concebida por sus enemigos. Potyomkin era un favorito (y algo más) de Catalina II que, según parece, en el curso de un viaje de la emperatriz al Sur ordenó construir pueblos que sólo eran un decorado, con el fin de mantener engañada a la emperatriz sobre la verdadera prosperidad del imperio.
Si me quito la toga de jurista y me pongo el disfraz de especialista en marketing, el hecho de que lo de Potyomkin fuera verdad o mentira no tiene mucha importancia. En marketing, las cosas no son como son realmente, sino como se perciben, así que tanto Potyomkin como sus enemigos, si lo han hecho tan bien como para que todos creamos lo que dicen, han construido una nueva realidad. La frase ha pasado, no ya a la historia, que también, sino al presente y está vivísima en Rusia, donde es una realidad diaria.
Leamos lo que dijo anteayer el panfleto amarillo huevo destinado a loar las virtudes del Gobierno ruso. Me refiero a la Rossiyskaya Gazeta, y el enlace donde viene todo el artículo en ruso está aquí. El fondo del artículo viene del reciente programa "Línea directa", en el que Putin se somete a un montón de preguntas por parte de la población en general y que tiene lugar una vez al año. Putin es un tipo bastante valiente y no suele poner demasiados controles a las preguntas. En este caso, recibió una denuncia, más que pregunta, de un cardiólogo de un hospital de Ivánovo llamado Iván Jrenov. Veamos un extracto del artículo:
Según todos los indicios, Iván Jrenov está muerto laboralmente (y ojalá sea sólo laboralmente) en la región de Ivánovo. El articulista de RG, algo escandalizado por semejante atrevimiento y crítica al poder hospitalario establecido, que además ha recibido amplio eco en la internet rusa, no deja de lanzarle puyas en todo el artículo. Bueno, hasta que ocurrió un hecho que convirtió a Jrenov de apestado en héroe: una simple llamada de Putin. Véase el último párrafo, añadido al artículo después y que cambia totalmente el tono del mismo:
Uno se puede imaginar cómo serían en ese hospital de Ivánovo los días previos a la visita de Putin. Apuesto lo que haga falta a que incluso el mejor hospital de Ivánovo (posiblemente ése, puesto que lo querían enseñar) es una vergüenza nacional y un nido de ratas impresentable y que había que hacerle un "kosmetichesky remont" por lo menos. Lo cual ya nos indica que, desde los tiempos de Gogol y "El inspector", las cosas en Rusia no han cambiado lo más mínimo. Y no es un problema de la Rusia actual, no. Ayer mismo estuve comiendo con el que estuvo encargado de preparar la visita de Ronald Reagan a la Unión Soviética en los ochenta, y me contaba cómo estuvo reconstruyendo a toda prisa y llenando de productos importados de Finlandia todas las tiendas del barrio que iba a visitar la esposa de Reagan, para que tuvieran una buena impresión del nivel de vida soviético.
Al final, la visita de Reagan se canceló. Eso que salieron ganando los habitantes del barrio, que pudieron consumir durante un tiempo productos importados de Finlandia.
Si me quito la toga de jurista y me pongo el disfraz de especialista en marketing, el hecho de que lo de Potyomkin fuera verdad o mentira no tiene mucha importancia. En marketing, las cosas no son como son realmente, sino como se perciben, así que tanto Potyomkin como sus enemigos, si lo han hecho tan bien como para que todos creamos lo que dicen, han construido una nueva realidad. La frase ha pasado, no ya a la historia, que también, sino al presente y está vivísima en Rusia, donde es una realidad diaria.
Leamos lo que dijo anteayer el panfleto amarillo huevo destinado a loar las virtudes del Gobierno ruso. Me refiero a la Rossiyskaya Gazeta, y el enlace donde viene todo el artículo en ruso está aquí. El fondo del artículo viene del reciente programa "Línea directa", en el que Putin se somete a un montón de preguntas por parte de la población en general y que tiene lugar una vez al año. Putin es un tipo bastante valiente y no suele poner demasiados controles a las preguntas. En este caso, recibió una denuncia, más que pregunta, de un cardiólogo de un hospital de Ivánovo llamado Iván Jrenov. Veamos un extracto del artículo:
El cardiólogo se hizo famoso despues de revelar a Vladimir Putin una falsedad sucedida en el hospital clínico comarcal de Ivánovo, que fue visitado por el primer ministro en noviembre de 2010. Según Iván Jrenov, los "nuevos equipos", que se habían traído la víspera de la visita del primer ministro fueron desmontados rápidamente. Además, el cardiólogo, que consiguió pasar sin mucho trabajo los filtros de "Línea directa", aseguró que se ordenó mentir a los médicos y enfermeras, para que dijeran que tenían un sueldo más alto; por otra parte, durante la visita se expulsó a los enfermos, que fueron reemplazados temporalmente por "trabajadores disfrazados".
Según todos los indicios, Iván Jrenov está muerto laboralmente (y ojalá sea sólo laboralmente) en la región de Ivánovo. El articulista de RG, algo escandalizado por semejante atrevimiento y crítica al poder hospitalario establecido, que además ha recibido amplio eco en la internet rusa, no deja de lanzarle puyas en todo el artículo. Bueno, hasta que ocurrió un hecho que convirtió a Jrenov de apestado en héroe: una simple llamada de Putin. Véase el último párrafo, añadido al artículo después y que cambia totalmente el tono del mismo:
Se ha sabido que el viernes Vladímir Putin llamó al médico de Ivánovo Iván Jrenov y se interesó por lo ocurrido después de que el médico llamara al presidente del consejo de ministros por "Línea directa" y se quejara de que, al parecer, le habían montado "pueblos de Potyomkin" (la expresión vive, como se ve). "Confirmo que tal llamada tuvo lugar", dijo a ITAR-TASS el secretario de prensa del primer ministro, Dmitry Peskov. Ayer se envió a Ivánovo una inspección de la fiscalía y del Ministerio de Sanidad y Desarrollo Social.
Uno se puede imaginar cómo serían en ese hospital de Ivánovo los días previos a la visita de Putin. Apuesto lo que haga falta a que incluso el mejor hospital de Ivánovo (posiblemente ése, puesto que lo querían enseñar) es una vergüenza nacional y un nido de ratas impresentable y que había que hacerle un "kosmetichesky remont" por lo menos. Lo cual ya nos indica que, desde los tiempos de Gogol y "El inspector", las cosas en Rusia no han cambiado lo más mínimo. Y no es un problema de la Rusia actual, no. Ayer mismo estuve comiendo con el que estuvo encargado de preparar la visita de Ronald Reagan a la Unión Soviética en los ochenta, y me contaba cómo estuvo reconstruyendo a toda prisa y llenando de productos importados de Finlandia todas las tiendas del barrio que iba a visitar la esposa de Reagan, para que tuvieran una buena impresión del nivel de vida soviético.
Al final, la visita de Reagan se canceló. Eso que salieron ganando los habitantes del barrio, que pudieron consumir durante un tiempo productos importados de Finlandia.
lunes, 20 de diciembre de 2010
Razones del éxito
Bien, pues, ¿cuál es el secreto que asegura que todo al final va a salir bien, a pesar de que los plazos se incumplan de manera sistemática? Hay varias posibilidades que influyen en eso, pero yo voy a aventurar alguna:
En primer lugar, el concepto de éxito se relativiza extraordinariamente cuando se trata de Rusia. Cuando un directivo guiri viene por aquí durante algún tiempo, primero alucina, luego intenta luchar y quitar los palos que le ponen en las ruedas, luego sigue luchando, pero cada vez menos, y finalmente se hunde en su derrota y se une al sistema. Y el sistema, no lo olvidemos, no aprueba el fracaso. En los Estados Unidos, la forma de evitar que te pongan la L de "loser" es, por lo visto en las pelis, esforzarte a saco y triunfar en todo lo que hagas.
Aquí, no.
Aquí, como lo que hacen en las películas de los Estados Unidos cuesta mucho y no estamos como para irnos deslomando gratuitamente, la táctica para evitar el fracaso consiste en cambiar la definición de éxito y bajar el listón. Ya no se exige que todo salga a pedir de boca, sino sólo que no resulte demasiado evidente que ha salido un buñuelo. Lo bueno es que el ruso es un auténtico maestro en el arte de camuflar chapuzas y en hacer pasar por bueno algo que sólo es un decorado. Para ello cuenta con varias ventajas, la primera de las cuales es que el directivo tiene tantas ganas de salir con el prestigio profesional no demasiado tocado que no va a hacer demasiadas preguntas comprometidas. La segunda, para los guiris, es la propia barrera del idioma. Aquí no hay mucha gente que hable inglés y entre los curritos a pie de obra absolutamente nadie lo habla (últimamente, los curritos de a pie de obra tampoco es que hablen muy fluidamente ni siquiera el ruso), por lo que los directivos guiris tienen que tirar de intermediarios y de traductores. Y los que estamos en ese papel hemos adquirido una experiencia bastante amplia en suavizar las cosas. Para entendernos, somos una especie de vaselina humana. Y, narices, se nos da bien. El maestro más famoso en estas artes de disfrazar las cosas fue el príncipe Potyomkin, en tiempos de Catalina II, que contó con infinidad de sucesores, por ejemplo, entre los que debían cumplir los planes quinquenales. Unos fieras, tú.
Pero, claro, por mucho que bajes el listón, hay un mínimo que hay que cumplir, y ahí viene el factor que, junto a la relativización del concepto de éxito, explica que todo salga siempre bien en Rusia. Se trata de un sexto sentido que han desarrollado los trabajadores rusos para distinguir lo fundamental de lo accesorio y para readaptar los plazos a lo fundamental. Además, es imposible engañar a un trabajador ruso y decirle que la tarea que le encomiendas es importantísima y debe acabarla cuanto antes. Si es realmente así, lo hará; pero, si no es así, lo va a olfatear por muy buen actor que seas y va a obrar en consecuencia.
Así, cuando uno ve los cronogramas y recuerda conceptos de la carrera como "camino crítico" y "holguras", y lo compara con la realidad ejecutora rusa, pues lo mínimo es una sonrisita. En lenguaje técnico, el trabajador ruso a pie de obra, siguiendo un esquema del tipo no dejes para hoy lo que puedas hacer mañana, alterará el cronograma para colocar las holguras al principio del mismo y descubrirá holguras que ni siquiera tú habías visto.
Pero, con ese sexto sentido del tiempo a corto plazo que les caracteriza, en cuanto la fecha realmente definitiva del fin de la actividad se acerca, el trabajador entra en alerta. Es importante destacar que la fecha debe ser la realmente definitiva. De nada sirve que tú, en tu intimidad, te digas: "Le diré que lo necesito para esta fecha y así tengo un día de margen." Nononononono... el trabajador ruso lleva un polígrafo incorporado en algún lugar de su cerebro y detectará que la fecha definitiva y perentoria que le estás transmitiendo no es real, sino que tiene un poquito más de tiempo. Y lo aprovechará.
En el paroxismo, un trabajador ruso es capaz de corregirte a ti mismo. Tú puedes creer que la fecha definitiva es X, pero él puede descubrir que, en realidad, es suficiente con que él haga su parte en X+2, y así lo hace, con lo que tú descubres que la verdadera fecha perentoria no era X, sino X+2. Tenía razón él.
Cuando llega el momento, entonces sí. Entonces se curra a base de bien, se mete gente, se va a toda viroya, se eliminan cosas no críticas, adornitos y parafernalia superflua y se concentra uno en lo necesario para no recibir un capón de los que te dejan en la cola del paro.
Y al final, las cosas salen. A trancas y barrancas. Con más suspense que en una película de Hitchcock. Con unas jornadas finales en las que al que no está en el ajo le saltan las lágrimas y suda sangre. Los que llevamos aquí nuestro tiempo ya no tenemos lágrimas. De repente, todo lo que era imposible va surgiendo a pocas horas de que sea demasiado tarde, todo lo que no dependía de uno, sino de los demás, comienza a abrirse paso, y al final algo parecido al éxito tiene lugar.
Y ahí viene el tercer factor: como, durante casi todo el tiempo de preparación, hemos estado a punto de fracasar y los directivos guiris han visto el fracaso cara a cara todo el rato, al final, por poquito que salga bien, ya tienes un éxito. Sobre todo en comparación con lo que llegaste a temerte.
La valoración de esta forma de trabajar la dejo para otro rato. A mí me interesa el choque cultural que implica poner frente a frente a un trabajador ruso estándar (los hay que están convertidos a la cultura laboral occidental, pero son pocos y yo creo que sólo disimulan) y a un directivo guiri de cultura gringa. Porque la reacción del directivo occidental desesperado y que ve el fracaso acercarse de manera aparentemente inevitable, llega un momento en que, sometido a una tensión brutal, consiste en abandonar toda esperanza y salvar el culo como sea. Y eso implica algo especialmente deleznable: buscar un culpable.
De la búsqueda de culpables hablaremos otro día. No es que tenga muchas ganas de hacerlo, porque suelo ser yo.
En primer lugar, el concepto de éxito se relativiza extraordinariamente cuando se trata de Rusia. Cuando un directivo guiri viene por aquí durante algún tiempo, primero alucina, luego intenta luchar y quitar los palos que le ponen en las ruedas, luego sigue luchando, pero cada vez menos, y finalmente se hunde en su derrota y se une al sistema. Y el sistema, no lo olvidemos, no aprueba el fracaso. En los Estados Unidos, la forma de evitar que te pongan la L de "loser" es, por lo visto en las pelis, esforzarte a saco y triunfar en todo lo que hagas.
Aquí, no.
Aquí, como lo que hacen en las películas de los Estados Unidos cuesta mucho y no estamos como para irnos deslomando gratuitamente, la táctica para evitar el fracaso consiste en cambiar la definición de éxito y bajar el listón. Ya no se exige que todo salga a pedir de boca, sino sólo que no resulte demasiado evidente que ha salido un buñuelo. Lo bueno es que el ruso es un auténtico maestro en el arte de camuflar chapuzas y en hacer pasar por bueno algo que sólo es un decorado. Para ello cuenta con varias ventajas, la primera de las cuales es que el directivo tiene tantas ganas de salir con el prestigio profesional no demasiado tocado que no va a hacer demasiadas preguntas comprometidas. La segunda, para los guiris, es la propia barrera del idioma. Aquí no hay mucha gente que hable inglés y entre los curritos a pie de obra absolutamente nadie lo habla (últimamente, los curritos de a pie de obra tampoco es que hablen muy fluidamente ni siquiera el ruso), por lo que los directivos guiris tienen que tirar de intermediarios y de traductores. Y los que estamos en ese papel hemos adquirido una experiencia bastante amplia en suavizar las cosas. Para entendernos, somos una especie de vaselina humana. Y, narices, se nos da bien. El maestro más famoso en estas artes de disfrazar las cosas fue el príncipe Potyomkin, en tiempos de Catalina II, que contó con infinidad de sucesores, por ejemplo, entre los que debían cumplir los planes quinquenales. Unos fieras, tú.
Pero, claro, por mucho que bajes el listón, hay un mínimo que hay que cumplir, y ahí viene el factor que, junto a la relativización del concepto de éxito, explica que todo salga siempre bien en Rusia. Se trata de un sexto sentido que han desarrollado los trabajadores rusos para distinguir lo fundamental de lo accesorio y para readaptar los plazos a lo fundamental. Además, es imposible engañar a un trabajador ruso y decirle que la tarea que le encomiendas es importantísima y debe acabarla cuanto antes. Si es realmente así, lo hará; pero, si no es así, lo va a olfatear por muy buen actor que seas y va a obrar en consecuencia.
Así, cuando uno ve los cronogramas y recuerda conceptos de la carrera como "camino crítico" y "holguras", y lo compara con la realidad ejecutora rusa, pues lo mínimo es una sonrisita. En lenguaje técnico, el trabajador ruso a pie de obra, siguiendo un esquema del tipo no dejes para hoy lo que puedas hacer mañana, alterará el cronograma para colocar las holguras al principio del mismo y descubrirá holguras que ni siquiera tú habías visto.
Pero, con ese sexto sentido del tiempo a corto plazo que les caracteriza, en cuanto la fecha realmente definitiva del fin de la actividad se acerca, el trabajador entra en alerta. Es importante destacar que la fecha debe ser la realmente definitiva. De nada sirve que tú, en tu intimidad, te digas: "Le diré que lo necesito para esta fecha y así tengo un día de margen." Nononononono... el trabajador ruso lleva un polígrafo incorporado en algún lugar de su cerebro y detectará que la fecha definitiva y perentoria que le estás transmitiendo no es real, sino que tiene un poquito más de tiempo. Y lo aprovechará.
En el paroxismo, un trabajador ruso es capaz de corregirte a ti mismo. Tú puedes creer que la fecha definitiva es X, pero él puede descubrir que, en realidad, es suficiente con que él haga su parte en X+2, y así lo hace, con lo que tú descubres que la verdadera fecha perentoria no era X, sino X+2. Tenía razón él.
Cuando llega el momento, entonces sí. Entonces se curra a base de bien, se mete gente, se va a toda viroya, se eliminan cosas no críticas, adornitos y parafernalia superflua y se concentra uno en lo necesario para no recibir un capón de los que te dejan en la cola del paro.
Y al final, las cosas salen. A trancas y barrancas. Con más suspense que en una película de Hitchcock. Con unas jornadas finales en las que al que no está en el ajo le saltan las lágrimas y suda sangre. Los que llevamos aquí nuestro tiempo ya no tenemos lágrimas. De repente, todo lo que era imposible va surgiendo a pocas horas de que sea demasiado tarde, todo lo que no dependía de uno, sino de los demás, comienza a abrirse paso, y al final algo parecido al éxito tiene lugar.
Y ahí viene el tercer factor: como, durante casi todo el tiempo de preparación, hemos estado a punto de fracasar y los directivos guiris han visto el fracaso cara a cara todo el rato, al final, por poquito que salga bien, ya tienes un éxito. Sobre todo en comparación con lo que llegaste a temerte.
La valoración de esta forma de trabajar la dejo para otro rato. A mí me interesa el choque cultural que implica poner frente a frente a un trabajador ruso estándar (los hay que están convertidos a la cultura laboral occidental, pero son pocos y yo creo que sólo disimulan) y a un directivo guiri de cultura gringa. Porque la reacción del directivo occidental desesperado y que ve el fracaso acercarse de manera aparentemente inevitable, llega un momento en que, sometido a una tensión brutal, consiste en abandonar toda esperanza y salvar el culo como sea. Y eso implica algo especialmente deleznable: buscar un culpable.
De la búsqueda de culpables hablaremos otro día. No es que tenga muchas ganas de hacerlo, porque suelo ser yo.
viernes, 17 de diciembre de 2010
Por la boca muere el pez
José María Odriozola es, todavía, el presidente de la Federación Española de Atletismo. Debe llevar como cincuenta años dedicado a esto y se las sabe todas o casi todas. Y yo, que soy atleta aficionado, corredor de fondo de los que no sacan marcas, pero se conforman con acabar las carreras, mejorar los tiempos que uno se marca y ver cómo todo eso funciona a la hora de mantener un buen estado de salud, no puedo menos de torcer el gesto ante la que se está montando en el atletismo español.
José María Odriozola, además, tiene una opinión sobre Rusia, que supongo que no será muy diferente a la que expresó hace unos años, un día que estaba especialmente dicharachero y que podemos leer pinchando en este enlace.
Pero leamos, leamos lo que decía Odriozola en agosto de 2006:
Si yo fuera el presidente de la Federación Rusa de Atletismo, estaría muerto de risa o afilando los cuchillos. Los que utilizamos la tortilla de patatas con cebolla como único producto para mejorar el rendimiento preferiríamos lo segundo.
José María Odriozola, además, tiene una opinión sobre Rusia, que supongo que no será muy diferente a la que expresó hace unos años, un día que estaba especialmente dicharachero y que podemos leer pinchando en este enlace.
Pero leamos, leamos lo que decía Odriozola en agosto de 2006:
El presidente de la Federación Española de Atletismo, José María Odriozola, ha asegurado esta mañana que tiene "datos que permiten tener fundadas sospechas de que Rusia utiliza métodos prohibidos para mejorar el rendimiento de sus atletas".
"Lo de Rusia es preocupante. Lleva más de la mitad de las medallas en categoría femenina. Tengo datos, que presentaré al próximo Consejo Directivo de la IAAF en Pekín sobre niveles de hematócrito y hemoglobina que llaman la atención", indicó Odriozola.
Su propuesta consiste en introducir en el atletismo un sistema de control de salud semejante al que se utiliza en el ciclismo, donde no se permite correr cuando el hematócrito está por encima del 50 por ciento.
"Parece que hay países que llevamos controles estrictos y otros que campan por sus respetos y eso pasa con las rusas y también con algunos rusos. La que ganó los 10.000 mejoró su marca en un minuto. Parecía una machacorri mazacota", denunció.
Odriozola ha expuesto el problema a varios organismos internacionales, incluido el COI. "He hablado con Jacques Rogge (presidente) y me ha dicho que le presente los datos, y es lo que voy a hacer", dijo.
Si yo fuera el presidente de la Federación Rusa de Atletismo, estaría muerto de risa o afilando los cuchillos. Los que utilizamos la tortilla de patatas con cebolla como único producto para mejorar el rendimiento preferiríamos lo segundo.
miércoles, 15 de diciembre de 2010
El axioma número uno
Viene de aquí: Un sarao de gran importancia en mi trabajo, con la presencia de varios directivos internacionales poco familiarizados con Rusia, choca con el concepto de plazo de los trabajadores locales.
En las circunstancias en las que estábamos, el cronograma supuso una especie de terror al principio. En la explicación del mismo, parecía que el idioma empleado no fuera el inglés, sino el chino: nadie entendía nada. Así, no es de extrañar que los plazos fueran sistemáticamente ignorados y que las cosas se salieran de madre en todos los sentidos en los que podían salirse.
Para una estudiosa de la gestión empresarial como la que teníamos delante, acostumbrada a llevar el control férreo de las cosas y a no perder de vista todas las variables que podían darse, esas situaciones son directamente insufribles. Y es que en Rusia es prácticamente imposible mantener el control de las cosas, incluso hablando ruso a la perfección. Si no lo hablas, entonces la sensación de vértigo que puede tener uno de estos directivos a la violeta, más que de vértigo, es de órdago.
Y, como el vértigo y el órdago llevan al pánico, los correos electrónicos iban que volaban, porque, en los estrechos esquemas mentales de los directivos internacionales, todos los parámetros que estaban manejando indicaban que íbamos derechos al desastre. Y aquí entra en acción la labor que nos corresponde a los extranjeros que llevamos algún tiempo por aquí ¿Qué hacemos? Porque nosotros sabemos algo que ellos no saben, y que es tan o más importante que lo que quedó dicho en la entrada anterior de la serie sobre la inexistencia del tiempo futuro en Rusia más allá del cortísimo plazo. Atentos, que viene:
En Rusia, todo termina saliendo bien, por imposible que parezca.
Aquí sale a colación un compañero de trabajo, Daniel Schildträger, con bastante experiencia por estos pagos, pero que, a mi juicio, es demasiado paternalista con los guiris que vienen por aquí a pegarse cabezazos contra la pared tratando, en vano, de imponer sus esquemas mentales. Veamos un ilustrativo intercambio de correos cuando la directiva encargada del asunto lanzó un correo desesperado, como el que hubiera lanzado el capitán del Titanic a sus oficiales si hubiera tenido correo electrónico. Traduzco del inglés:
_____________________________________________
De: Schildträger, Daniel
Para: Ernst, Emilia; Burg, Zons; Djugashvili, Anne; Herzog von der Runse, Ludwig
CC: von Buchweizen, Alfor
Asunto: RE: If the numbers are correct, we've got a problem!
Relajaos, que estáis olvidando el axioma número 1: en Rusia todo termina bien, sin importar lo ilógico que pueda parecer... Tyutchev lo dijo hace mucho tiempo.
Qué sobrado... Entre otras cosas, por suponer que más de uno de los destinatarios del correo supiera quién fue Tyutchev. Naturalmente, me vi en la obligación de responder.
_____________________________________________
De: von Buchweizen, Alfor
Para: Schildträger, Daniel
Asunto: RE: If the numbers are correct, we've got a problem!
No llevas bastante tiempo por aquí todavía. Te empeñas en hacer entender a los que vienen de fuera cómo suceden las cosas aquí, cuando ya deberías saber que es imposible.
Lo que hay que hacer es seguirles la corriente, hombre.
_____________________________________________
De: Schildträger, Daniel
Para: von Buchweizen, Alfor
Asunto: RE: If the numbers are correct, we've got a problem!
Lo he dicho para que no se pongan nerviosos :-), pero probablemente tengas razón...
______________________________________________
De: von Buchweizen, Alfor
Para: Schildträger, Daniel
Asunto: RE: If the numbers are correct, we've got a problem!
Se van a poner nerviosos igual. Y encima van a pensar que eres un inconsciente.
Vemos aquí dos escuelas distintas a la hora de afrontar el problema. Claro que, como los dos sabemos que al final todo va a salir bien, el problema consiste en cómo soportar los nervios de los que no se lo creerán por mucho que se lo digan. Yo soy partidario de seguir trabajando como si tal cosa y de no perder tiempo en enseñar al que no sabe, porque no sirve para mucho: cinco años de Administración y Dirección de Empresas y otros diez años de experiencia en gestión empresarial milimétrica no se curan con un par de semanitas en Rusia. Y estoy por pensar que tampoco con un par de años. Hace falta más. Mi compañero no lo ve así exactamente e insiste en explicar a los directivos extranjeros que, aunque ellos no puedan entenderlo, todo está bajo control. Es otra forma de ver las cosas, y supongo que todo depende del carácter de cada uno.
El caso es que al final todo sale bien, pero, por otra parte, en la entrada anterior habíamos dicho que el corto plazo es el único que existe, por lo que, ¿cómo se conjugan ambas? ¿Qué factor interviene? ¿La Providencia divina? Sí, claro, seguro que sí, pero, ¿no hay algo más?
Si lo hay, lo veremos en la próxima entrada, que hoy se hace tarde.
En las circunstancias en las que estábamos, el cronograma supuso una especie de terror al principio. En la explicación del mismo, parecía que el idioma empleado no fuera el inglés, sino el chino: nadie entendía nada. Así, no es de extrañar que los plazos fueran sistemáticamente ignorados y que las cosas se salieran de madre en todos los sentidos en los que podían salirse.
Para una estudiosa de la gestión empresarial como la que teníamos delante, acostumbrada a llevar el control férreo de las cosas y a no perder de vista todas las variables que podían darse, esas situaciones son directamente insufribles. Y es que en Rusia es prácticamente imposible mantener el control de las cosas, incluso hablando ruso a la perfección. Si no lo hablas, entonces la sensación de vértigo que puede tener uno de estos directivos a la violeta, más que de vértigo, es de órdago.
Y, como el vértigo y el órdago llevan al pánico, los correos electrónicos iban que volaban, porque, en los estrechos esquemas mentales de los directivos internacionales, todos los parámetros que estaban manejando indicaban que íbamos derechos al desastre. Y aquí entra en acción la labor que nos corresponde a los extranjeros que llevamos algún tiempo por aquí ¿Qué hacemos? Porque nosotros sabemos algo que ellos no saben, y que es tan o más importante que lo que quedó dicho en la entrada anterior de la serie sobre la inexistencia del tiempo futuro en Rusia más allá del cortísimo plazo. Atentos, que viene:
En Rusia, todo termina saliendo bien, por imposible que parezca.
Aquí sale a colación un compañero de trabajo, Daniel Schildträger, con bastante experiencia por estos pagos, pero que, a mi juicio, es demasiado paternalista con los guiris que vienen por aquí a pegarse cabezazos contra la pared tratando, en vano, de imponer sus esquemas mentales. Veamos un ilustrativo intercambio de correos cuando la directiva encargada del asunto lanzó un correo desesperado, como el que hubiera lanzado el capitán del Titanic a sus oficiales si hubiera tenido correo electrónico. Traduzco del inglés:
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De: Schildträger, Daniel
Para: Ernst, Emilia; Burg, Zons; Djugashvili, Anne; Herzog von der Runse, Ludwig
CC: von Buchweizen, Alfor
Asunto: RE: If the numbers are correct, we've got a problem!
Relajaos, que estáis olvidando el axioma número 1: en Rusia todo termina bien, sin importar lo ilógico que pueda parecer... Tyutchev lo dijo hace mucho tiempo.
Qué sobrado... Entre otras cosas, por suponer que más de uno de los destinatarios del correo supiera quién fue Tyutchev. Naturalmente, me vi en la obligación de responder.
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De: von Buchweizen, Alfor
Para: Schildträger, Daniel
Asunto: RE: If the numbers are correct, we've got a problem!
No llevas bastante tiempo por aquí todavía. Te empeñas en hacer entender a los que vienen de fuera cómo suceden las cosas aquí, cuando ya deberías saber que es imposible.
Lo que hay que hacer es seguirles la corriente, hombre.
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De: Schildträger, Daniel
Para: von Buchweizen, Alfor
Asunto: RE: If the numbers are correct, we've got a problem!
Lo he dicho para que no se pongan nerviosos :-), pero probablemente tengas razón...
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De: von Buchweizen, Alfor
Para: Schildträger, Daniel
Asunto: RE: If the numbers are correct, we've got a problem!
Se van a poner nerviosos igual. Y encima van a pensar que eres un inconsciente.
Vemos aquí dos escuelas distintas a la hora de afrontar el problema. Claro que, como los dos sabemos que al final todo va a salir bien, el problema consiste en cómo soportar los nervios de los que no se lo creerán por mucho que se lo digan. Yo soy partidario de seguir trabajando como si tal cosa y de no perder tiempo en enseñar al que no sabe, porque no sirve para mucho: cinco años de Administración y Dirección de Empresas y otros diez años de experiencia en gestión empresarial milimétrica no se curan con un par de semanitas en Rusia. Y estoy por pensar que tampoco con un par de años. Hace falta más. Mi compañero no lo ve así exactamente e insiste en explicar a los directivos extranjeros que, aunque ellos no puedan entenderlo, todo está bajo control. Es otra forma de ver las cosas, y supongo que todo depende del carácter de cada uno.
El caso es que al final todo sale bien, pero, por otra parte, en la entrada anterior habíamos dicho que el corto plazo es el único que existe, por lo que, ¿cómo se conjugan ambas? ¿Qué factor interviene? ¿La Providencia divina? Sí, claro, seguro que sí, pero, ¿no hay algo más?
Si lo hay, lo veremos en la próxima entrada, que hoy se hace tarde.
martes, 14 de diciembre de 2010
Aguafiestas
Los días son cortos. Mucho. Para los que están depres en España porque no hay tanta luz como en verano y porque salen del trabajo de noche (bueno, muchos también salen del trabajo de noche en verano, pero ésa es otra historia), que sepan que en Rusia sólo a partir de las ocho y pico hay cierta claridad, no mucha, y que a las cuatro de la tarde todos los gatos son pardos. Eso cuando sale el sol, porque muchos días, incluso semanas seguidas, todo lo que vemos es un cielo gris plomizo. Uno no sabe muy bien si ha amanecido o no.
Pero no todo son malas noticias, no. Pronto va a llegar el solsticio de invierno y las cosas van a cambiar, ya lo creo que van a cambiar. Los días comenzarán a hacerse largos, cada vez más largos, y ya se nos pondrán las mejillas de color de rosa y nos saldrán hoyuelos junto a los labios de las sonrisitas que nos vamos a echar.
El otro día, por ejemplo, yo estaba particularmente gozoso, a la vista de que la noche eterna tiene los días contados, y quise compartir esta sensación con nuestra mujer de la limpieza, que es la persona de mi trabajo que es más fácil encontrar desocupada.
- Marina, dentro de poco será el 21 de diciembre y los días van a ser largos, qué bien.
- Sí - no parecía contenta.
- Qué bien, ¿no?
- Sí, y luego llegará el 21 de junio y los días volverán a irse acortando y serán cada vez más cortos y será otra de noche todo el día.
Hala, a la porra el gozo y el buen humor.
Pero no todo son malas noticias, no. Pronto va a llegar el solsticio de invierno y las cosas van a cambiar, ya lo creo que van a cambiar. Los días comenzarán a hacerse largos, cada vez más largos, y ya se nos pondrán las mejillas de color de rosa y nos saldrán hoyuelos junto a los labios de las sonrisitas que nos vamos a echar.
El otro día, por ejemplo, yo estaba particularmente gozoso, a la vista de que la noche eterna tiene los días contados, y quise compartir esta sensación con nuestra mujer de la limpieza, que es la persona de mi trabajo que es más fácil encontrar desocupada.
- Marina, dentro de poco será el 21 de diciembre y los días van a ser largos, qué bien.
- Sí - no parecía contenta.
- Qué bien, ¿no?
- Sí, y luego llegará el 21 de junio y los días volverán a irse acortando y serán cada vez más cortos y será otra de noche todo el día.
Hala, a la porra el gozo y el buen humor.
viernes, 10 de diciembre de 2010
El tiempo y el trabajo
El meninfotisme es uno de los elementos posibles para tratar de escribir algo sobre la ética laboral rusa, pero sólo en apariencia. Y, sin embargo, parece verdad que el meninfotisme (bueno, a partir de ahora lo podemos llamar "indiferencia", que no es exactamente lo mismo, pero es más castellano) impregna toda la relación de los rusos con las adversidades, incluso con un punto más que los valencianos.
Un punto más, sí. Los valencianos mostramos nuestra indiferencia mientras, la verdad sea dicha, no nos va mal del todo, aunque nos pudiera ir mejor. Los rusos muestran su indiferencia esencial aun cuando les vaya de pena. Les pasa una catástrofe, los funcionarios les torean, todo el que lleva una gorra puesta les humilla sistemáticamente en su ámbito de poder, y ellos sólo alcanzan a decir "Qué se le va a hacer. Es el destino". Todo esto es tan frecuente que en ruso basta una sola palabra para expresarlo: "Судьба!"
En estas circunstancias, cabe resaltar que el ruso medio es una persona difícil de motivar. Cuando les bastardean y la situación requiere un par de gritos, no hacen nada, y eso que los gritos son la mar de efectivos; cuando están en el trabajo y tienen que llevar a cabo una tarea y tú les dicen que se den prisa... tampoco hacen nada. Meninfotisme e indiferencia en estado avanzadísimo, ríete de los valencianos. Para un observador occidental, acostumbrado a otras maneras de actuar, es totalmente desesperante.
En apariencia, podría pensarse que se trata de vagancia y desidia pura y dura, y es cierto desde nuestro punto de vista. Pero ahora vamos a intentar una operación atrevida, consistente en tratar de colocarse bajo el punto de vista de un ruso, algo que es sumamente complicado, porque el sentido común se rige aquí por parámetros algo diferentes a lo que es habitual en España, y hasta en buena parte del mundo mundial.
Y, así, vamos a empezar por el primer principio general que rige todo el espacio temporal ruso y que reza como sigue:
"En Rusia, existe el cortísimo plazo. Los plazos medio y largo no existen."
Ya sé que esta frase recuerda a cuando Keynes defendía políticas económicas de estímulos monetarios y fiscales a corto plazo, diciendo que "a largo plazo todos estamos muertos." Es posible que el hecho de que Keynes estuviera casado con una rusa tuviera algo que ver con sus teorías económicas cortoplacistas, que luego han sido la base de todas las socialdemocracias que en el mundo han sido.
Pero volvamos a la inexistencia del mundo en Rusia más allá del presente inmediato, porque hay que prestar atención a esto, que es muy importante. Tú le hablas a un ruso de la programación a tres meses vista y, si es buen chico, te mira con cara de seriedad, pero, en realidad, lo hace por no ofenderte. El plazo máximo en que un ruso hace planes de verdad debe andar por los tres días mal contados. Los más previsores llegan hasta la semana. Más allá, no vale la pena ni molestarse. Los extranjeros solemos confundir eso con indiferencia, pero es injusto, precisamente porque Rusia es probablemente el país de los planes estúpidos, los planes quinquenales, los presupuestos a tres años, los planes de construcción a quince años, las frases estúpidas como "Vamos a alcanzar el PIB per cápita de Portugal en diez años" y, eso siempre, Rusia es el país de los planes incumplidos, por lo que, ¿para qué hacer planes, si luego tiramos por donde podemos?
La semana pasada tuvo lugar una actividad muy importante en mi trabajo. Vinieron expertos extranjeros, de los que han pasado por universidades occidentales, saben un huevo de administración y dirección de empresas, y conocen al dedillo la organización y gestión de todo tipo de actividades, pero no tienen ni puñetera idea de Rusia ni de cómo funcionan los rusos que tienen que hacer las cosas. Para llevar a buen término la actividad, además de la ejecutiva principal que vino y que no hablaba ni papa de ruso, había unas cuantas rusas, contratadas localmente, que hablaban inglés bastante bien, cosa no tan común como pueda parecer, y un servidor de ustedes. Nuestro idioma de trabajo era el inglés, salvo cuando yo me dirigía a las chicas y lo hacía en ruso.
En la primera reunión que tuvimos, allá por septiembre, la ejecutiva, que pasaba por ser una autoridad y había llevado a cabo con todo éxito actividades semejantes por distintos países, hizo lo último que debería hacer alguien que supiera como pintan las cosas por aquí. Puso en marcha su powerpoint, y una diapositiva con el elemento más terrorífico e incomprensible hizo su aparición sobre la pared.
Sí, la maldición había llegado. A las rusitas a nuestras órdenes se les pusieron ojos de mujer fatal, sus labios empezaron a temblar en plan parkinsoniano y empezaron a moverse nerviosamente sobre sus sillas. Yo las miraba y me pasaba la mano por la cara tratando de mitigar el choque.
Sí, amigos, aquello era algo a lo que un ruso estándar no está programado para enfrentarse.
Ante nosotros teníamos... un cronograma.
(Continuará)
o, como diría nuestra ejecutiva, to be continued.
Un punto más, sí. Los valencianos mostramos nuestra indiferencia mientras, la verdad sea dicha, no nos va mal del todo, aunque nos pudiera ir mejor. Los rusos muestran su indiferencia esencial aun cuando les vaya de pena. Les pasa una catástrofe, los funcionarios les torean, todo el que lleva una gorra puesta les humilla sistemáticamente en su ámbito de poder, y ellos sólo alcanzan a decir "Qué se le va a hacer. Es el destino". Todo esto es tan frecuente que en ruso basta una sola palabra para expresarlo: "Судьба!"
En estas circunstancias, cabe resaltar que el ruso medio es una persona difícil de motivar. Cuando les bastardean y la situación requiere un par de gritos, no hacen nada, y eso que los gritos son la mar de efectivos; cuando están en el trabajo y tienen que llevar a cabo una tarea y tú les dicen que se den prisa... tampoco hacen nada. Meninfotisme e indiferencia en estado avanzadísimo, ríete de los valencianos. Para un observador occidental, acostumbrado a otras maneras de actuar, es totalmente desesperante.
En apariencia, podría pensarse que se trata de vagancia y desidia pura y dura, y es cierto desde nuestro punto de vista. Pero ahora vamos a intentar una operación atrevida, consistente en tratar de colocarse bajo el punto de vista de un ruso, algo que es sumamente complicado, porque el sentido común se rige aquí por parámetros algo diferentes a lo que es habitual en España, y hasta en buena parte del mundo mundial.
Y, así, vamos a empezar por el primer principio general que rige todo el espacio temporal ruso y que reza como sigue:
"En Rusia, existe el cortísimo plazo. Los plazos medio y largo no existen."
Ya sé que esta frase recuerda a cuando Keynes defendía políticas económicas de estímulos monetarios y fiscales a corto plazo, diciendo que "a largo plazo todos estamos muertos." Es posible que el hecho de que Keynes estuviera casado con una rusa tuviera algo que ver con sus teorías económicas cortoplacistas, que luego han sido la base de todas las socialdemocracias que en el mundo han sido.
Pero volvamos a la inexistencia del mundo en Rusia más allá del presente inmediato, porque hay que prestar atención a esto, que es muy importante. Tú le hablas a un ruso de la programación a tres meses vista y, si es buen chico, te mira con cara de seriedad, pero, en realidad, lo hace por no ofenderte. El plazo máximo en que un ruso hace planes de verdad debe andar por los tres días mal contados. Los más previsores llegan hasta la semana. Más allá, no vale la pena ni molestarse. Los extranjeros solemos confundir eso con indiferencia, pero es injusto, precisamente porque Rusia es probablemente el país de los planes estúpidos, los planes quinquenales, los presupuestos a tres años, los planes de construcción a quince años, las frases estúpidas como "Vamos a alcanzar el PIB per cápita de Portugal en diez años" y, eso siempre, Rusia es el país de los planes incumplidos, por lo que, ¿para qué hacer planes, si luego tiramos por donde podemos?
La semana pasada tuvo lugar una actividad muy importante en mi trabajo. Vinieron expertos extranjeros, de los que han pasado por universidades occidentales, saben un huevo de administración y dirección de empresas, y conocen al dedillo la organización y gestión de todo tipo de actividades, pero no tienen ni puñetera idea de Rusia ni de cómo funcionan los rusos que tienen que hacer las cosas. Para llevar a buen término la actividad, además de la ejecutiva principal que vino y que no hablaba ni papa de ruso, había unas cuantas rusas, contratadas localmente, que hablaban inglés bastante bien, cosa no tan común como pueda parecer, y un servidor de ustedes. Nuestro idioma de trabajo era el inglés, salvo cuando yo me dirigía a las chicas y lo hacía en ruso.
En la primera reunión que tuvimos, allá por septiembre, la ejecutiva, que pasaba por ser una autoridad y había llevado a cabo con todo éxito actividades semejantes por distintos países, hizo lo último que debería hacer alguien que supiera como pintan las cosas por aquí. Puso en marcha su powerpoint, y una diapositiva con el elemento más terrorífico e incomprensible hizo su aparición sobre la pared.
Sí, la maldición había llegado. A las rusitas a nuestras órdenes se les pusieron ojos de mujer fatal, sus labios empezaron a temblar en plan parkinsoniano y empezaron a moverse nerviosamente sobre sus sillas. Yo las miraba y me pasaba la mano por la cara tratando de mitigar el choque.
Sí, amigos, aquello era algo a lo que un ruso estándar no está programado para enfrentarse.
Ante nosotros teníamos... un cronograma.
(Continuará)
o, como diría nuestra ejecutiva, to be continued.
miércoles, 8 de diciembre de 2010
Inmaculada
Voy a dejar para otro rato el continuar elucubrando sobre el meninfotisme ruso, porque hoy es la Inmaculada, y eso es importante. Además de su importancia para toda la Cristiandad (bueno, la católica, que es la más auténtica), es la patrona de España y de los españoles, ahí es nada. De hecho, recuerdo que en España, hace bastantes años, hubo bastante revuelo porque el Gobierno quería abolir la fiesta, o sugerir a la Iglesia que la pasase al 6 de diciembre, para que coincidiera con la Consti y no montar un puente tan largo. La Iglesia dijo que nones y que la Inmaculada Concepción se quedaba el 8 de diciembre. Vemos que el Corpus Chriti ha pasado del jueves al domingo; que la Ascensión también ha pasado al domingo más cercano. Pero la Inmaculada ahí sigue, el 8 de diciembre, pegadita al 6 de diciembre y montando un puente por definición, caiga quien caiga.
Y hacemos bien, qué caramba. En Rusia, obviamente, no es fiesta. Rusia es un país que apenas tiene festivos religiosos. Sólo la Navidad, y eso desde hace relativamente poco. Ni siquiera el lunes de Pascua es fiesta, que ya es delito en un país donde los templos se llenan de bote en bote en la vigilia de Pascua de Resurrección.
Pero, para el Catolicismo, que sigue siendo una religión universal, el régimen de fiestas de guardar es el mismo en España, en Senegal y, por supuesto, en Rusia. Y, como aquí el 8 de diciembre es laborable, pues toca buscarse la vida. Dicen que en España es cada vez más complicado eso de confesarse católico y que la gente te mira raro, como si estuvieras atrasado y esas cosas. Aquí la gente no te mira raro, porque en Moscú puedes hacer cualquier cosa, desde ir con una boina encarnada y pasamontañas verde por la calle como vestirte de lagarterana a quince bajo cero. Nunca te miran raro. Eso sí, lo de celebrar las fiestas de guardar católicas en día laborable, que son todas, duele lo suyo.
Para empezar, porque la iglesia más cercana está a unos treinta y cinco minutos andando de mi casa, y eso que soy un privilegiado. En metro se puede llegar en veinticinco minutos, pero el metro es de nenas. Para seguir, la única misa compatible con mi horario de trabajo es la de las ocho de la mañana, y es en latín. Por continuar, ayer por la noche no paró de nevar, y así seguía esta mañana.
Leches. Ser en Moscú católico, español y devoto de la Inmaculada cuesta lo suyo.
En vista de lo que se avecinaba, ayer me acosté pronto para poder madrugar sin demasiados bostezos. Ya me había dormido, cuando escuché unas voces a mi izquierda, que me parecieron de alguna pesadilla:
- ¡Coge el teléfono! ¡Coge el teléfono! ¡Que va a despertar a los niños!
- ¿Einnn? - balbucí.
Sí, estaba sonando el teléfono, que estaba al lado de mi cabecera. Alargué la mano sin saber muy bien si estaba dormido o no, y me puse el auricular en la oreja:
- Alió?
- ¿Alfor?
- Ehhh... sí, soy yo.
- Hola, soy la tía Polita.
- Ah... qué bien.
- Que os llevo llamando varios días, y nunca consigo que me pase la llamada. Me pasa con mucha gente, y al final ya tuve que preguntar en Telefónica. Y, ¿sabes qué? Me ha dicho Telefónica que eso me pasa cuando llamo a otros operadores que no son Telefónica, pero que la culpa es de los otros operadores.
- Claro... qué van a decir.
- Y como vosotros tenéis otro operador, pues eso. Y el caso es que os quería dar las gracias por (...)
Unos cinco minutos de monólogo después, apenas entrecortado por dos o tres monosílabos que logré aportar, y ni uno más, la cosa seguía.
- Y es buena hora para llamaros, ¿verdad? Las nueve y media todavía está bien por allí.
Me incorporé un poco y eché un ojo al reloj. Las once y treinta y ocho. Hay gente que no aprenderá nunca lo de la diferencia horaria.
- Sí, claro, tía. No hay problema.
- Pues eso, y dile también a Alfina que...
- Le paso el auricular, que la tengo aquí al lado.
La conversación, esta vez ya sin mi participación (aunque tampoco es que antes hubiera participado mucho), siguió unos minutos, hasta que Alfina y la tía Polita pararon de hablar, Alfina me pasó el auricular y yo lo colgué.
Y es que me estaba bien empleado por mariquita y por nena.
Quería celebrar la Inmaculada saltándome la vigilia. Y no, señor, las cosas se hacen bien o no se hacen.
Y hacemos bien, qué caramba. En Rusia, obviamente, no es fiesta. Rusia es un país que apenas tiene festivos religiosos. Sólo la Navidad, y eso desde hace relativamente poco. Ni siquiera el lunes de Pascua es fiesta, que ya es delito en un país donde los templos se llenan de bote en bote en la vigilia de Pascua de Resurrección.
Pero, para el Catolicismo, que sigue siendo una religión universal, el régimen de fiestas de guardar es el mismo en España, en Senegal y, por supuesto, en Rusia. Y, como aquí el 8 de diciembre es laborable, pues toca buscarse la vida. Dicen que en España es cada vez más complicado eso de confesarse católico y que la gente te mira raro, como si estuvieras atrasado y esas cosas. Aquí la gente no te mira raro, porque en Moscú puedes hacer cualquier cosa, desde ir con una boina encarnada y pasamontañas verde por la calle como vestirte de lagarterana a quince bajo cero. Nunca te miran raro. Eso sí, lo de celebrar las fiestas de guardar católicas en día laborable, que son todas, duele lo suyo.
Para empezar, porque la iglesia más cercana está a unos treinta y cinco minutos andando de mi casa, y eso que soy un privilegiado. En metro se puede llegar en veinticinco minutos, pero el metro es de nenas. Para seguir, la única misa compatible con mi horario de trabajo es la de las ocho de la mañana, y es en latín. Por continuar, ayer por la noche no paró de nevar, y así seguía esta mañana.
Leches. Ser en Moscú católico, español y devoto de la Inmaculada cuesta lo suyo.
En vista de lo que se avecinaba, ayer me acosté pronto para poder madrugar sin demasiados bostezos. Ya me había dormido, cuando escuché unas voces a mi izquierda, que me parecieron de alguna pesadilla:
- ¡Coge el teléfono! ¡Coge el teléfono! ¡Que va a despertar a los niños!
- ¿Einnn? - balbucí.
Sí, estaba sonando el teléfono, que estaba al lado de mi cabecera. Alargué la mano sin saber muy bien si estaba dormido o no, y me puse el auricular en la oreja:
- Alió?
- ¿Alfor?
- Ehhh... sí, soy yo.
- Hola, soy la tía Polita.
- Ah... qué bien.
- Que os llevo llamando varios días, y nunca consigo que me pase la llamada. Me pasa con mucha gente, y al final ya tuve que preguntar en Telefónica. Y, ¿sabes qué? Me ha dicho Telefónica que eso me pasa cuando llamo a otros operadores que no son Telefónica, pero que la culpa es de los otros operadores.
- Claro... qué van a decir.
- Y como vosotros tenéis otro operador, pues eso. Y el caso es que os quería dar las gracias por (...)
Unos cinco minutos de monólogo después, apenas entrecortado por dos o tres monosílabos que logré aportar, y ni uno más, la cosa seguía.
- Y es buena hora para llamaros, ¿verdad? Las nueve y media todavía está bien por allí.
Me incorporé un poco y eché un ojo al reloj. Las once y treinta y ocho. Hay gente que no aprenderá nunca lo de la diferencia horaria.
- Sí, claro, tía. No hay problema.
- Pues eso, y dile también a Alfina que...
- Le paso el auricular, que la tengo aquí al lado.
La conversación, esta vez ya sin mi participación (aunque tampoco es que antes hubiera participado mucho), siguió unos minutos, hasta que Alfina y la tía Polita pararon de hablar, Alfina me pasó el auricular y yo lo colgué.
Y es que me estaba bien empleado por mariquita y por nena.
Quería celebrar la Inmaculada saltándome la vigilia. Y no, señor, las cosas se hacen bien o no se hacen.
lunes, 6 de diciembre de 2010
Meninfotisme
Hoy, en España, todo quisqui está de puente hasta el jueves. Aquí, no, porque la Constitución rusa fue aprobada un 12 de diciembre, pero no la tienen tan idolatrada como los políticos españoles, así que ni siquiera es día festivo ni nadie lo echa en falta. Y el 8 de diciembre tampoco es festivo, porque la Inmaculada Concepción es fiesta exclusivamente católica y, de hecho, una de las peleas dogmáticas que hay entre católicos y ortodoxos es precisamente a propósito de la misma. Pero yo, que soy español y, por tanto, más partidario que nadie de la Inmaculada, ya me buscaré la vida para celebrarla como está mandado.
Entretanto, quizá toque alguna reflexión sobre el porqué de que, después de todo, me encuentre bastante a gusto en este país donde me ha tocado ganarme los garbanzos. Sí, ya sé que hay quien piensa que, tal y como escribo, debo estar pasando las de Caín, pero los escritos en que dejo caer esa impresión no son más que exageraciones literarias. En realidad, mi adaptación al medio es notable y eso es una sorpresa incluso para mí. Hasta que, de repente, tras mucho darle vueltas a la cabeza, me he percatado de cuál es la razón, y es que me he dado cuenta de que la gran mayoría de los rusos no son más que unos valencianos mejorados. Me explico.
¿Cuál es el rasgo más acusado de los valencianos? A juzgar por todos los que nos gobiernan, el rasgo más acusado es el meninfotisme, que en castellano es intraducible correctamente, pero que equivale a algo así como pasotismo.
El meninfotisme es la actitud de aquél que pasa de todo con tal de que no le toquen las narices demasiado. Etimológicamente, viene del valenciano me n'in fot, traducible por "me importa un bledo". El valenciano típico, así pues, aguantará lo que le echen con tal de que a él personalmente no lo toquen, y no aspira especialmente a medrar, contentándose con lo que le venga de fuera. Así, podemos ver que Valencia es un lugar donde hemos tenido cosas impensables en otros sitios, como un presidente cartagenero o una alcaldesa que ni había nacido ni residía en la ciudad, y de donde jamás ha salido un político que acabara en un cargo importante del gobierno de España, salvo el cartagenero antedicho y otros de valencianidad mucho más que dudosa. Es más, es una circunscripción electoral trufada de paracaidistas y otros cuneros, donde, cuando llegan las elecciones, los partidos nacionales colocan en puestos de salida a los próceres que no les caben en las candidaturas de Madrid. Al valenciano meninfot le da igual y les sigue votando como si tal cosa. A buenas horas iban los partidos a hacer lo mismo en Cataluña, pongamos por caso.
El caso es que el meninfot tiene un punto de retranca y de resistencia pasiva. Se la meten doblada y él lo sabe, pero, aunque lo permite, no deja de tener su puntito de protesta, como en la foto de abajo.
Uno de imagina al dueño de la bocatería burlándose así de la norma que obligara a rotular en valenciano. Le ha faltado decir "Bocadills de jamó y qués", pero posiblemente lo esté reservando para la versión 2.0.
En Rusia, el meninfotisme, aunque ellos no lo llaman así, existe en una versión exacerbada difícil de comprender para el guiri que intenta mover cosas por aquí. Y con ello volvemos al asunto de la ética laboral que planteaba Javier el otro día y que, desde luego, merece un examen más detallado, pero que llegará otro día, porque, aunque no estoy de puente, ni siquiera de día libre, hoy tengo algo de lío.
Entretanto, quizá toque alguna reflexión sobre el porqué de que, después de todo, me encuentre bastante a gusto en este país donde me ha tocado ganarme los garbanzos. Sí, ya sé que hay quien piensa que, tal y como escribo, debo estar pasando las de Caín, pero los escritos en que dejo caer esa impresión no son más que exageraciones literarias. En realidad, mi adaptación al medio es notable y eso es una sorpresa incluso para mí. Hasta que, de repente, tras mucho darle vueltas a la cabeza, me he percatado de cuál es la razón, y es que me he dado cuenta de que la gran mayoría de los rusos no son más que unos valencianos mejorados. Me explico.
¿Cuál es el rasgo más acusado de los valencianos? A juzgar por todos los que nos gobiernan, el rasgo más acusado es el meninfotisme, que en castellano es intraducible correctamente, pero que equivale a algo así como pasotismo.
El meninfotisme es la actitud de aquél que pasa de todo con tal de que no le toquen las narices demasiado. Etimológicamente, viene del valenciano me n'in fot, traducible por "me importa un bledo". El valenciano típico, así pues, aguantará lo que le echen con tal de que a él personalmente no lo toquen, y no aspira especialmente a medrar, contentándose con lo que le venga de fuera. Así, podemos ver que Valencia es un lugar donde hemos tenido cosas impensables en otros sitios, como un presidente cartagenero o una alcaldesa que ni había nacido ni residía en la ciudad, y de donde jamás ha salido un político que acabara en un cargo importante del gobierno de España, salvo el cartagenero antedicho y otros de valencianidad mucho más que dudosa. Es más, es una circunscripción electoral trufada de paracaidistas y otros cuneros, donde, cuando llegan las elecciones, los partidos nacionales colocan en puestos de salida a los próceres que no les caben en las candidaturas de Madrid. Al valenciano meninfot le da igual y les sigue votando como si tal cosa. A buenas horas iban los partidos a hacer lo mismo en Cataluña, pongamos por caso.
El caso es que el meninfot tiene un punto de retranca y de resistencia pasiva. Se la meten doblada y él lo sabe, pero, aunque lo permite, no deja de tener su puntito de protesta, como en la foto de abajo.
Uno de imagina al dueño de la bocatería burlándose así de la norma que obligara a rotular en valenciano. Le ha faltado decir "Bocadills de jamó y qués", pero posiblemente lo esté reservando para la versión 2.0.
En Rusia, el meninfotisme, aunque ellos no lo llaman así, existe en una versión exacerbada difícil de comprender para el guiri que intenta mover cosas por aquí. Y con ello volvemos al asunto de la ética laboral que planteaba Javier el otro día y que, desde luego, merece un examen más detallado, pero que llegará otro día, porque, aunque no estoy de puente, ni siquiera de día libre, hoy tengo algo de lío.
viernes, 3 de diciembre de 2010
Бахилы
Efectivamente, en los lugares públicos de medio pelo, donde no hay medios más que para ir tirando, cosa que no incluye en ningún caso la contratación de personal de limpieza, hay que hacer algo para que el suelo no tenga más barro que las macetas, y ese algo son las "bajíly".
No es casualidad que haya tenido que ponerlo en ruso, porque, ¿cómo se dice, en español, esa funda repelente de plástico que te toca ponerte en el pie? ¿Fundas de plástico para los pies? Y eso que mi primera relación con ellas fue en España, cuando nació Abi y me dieron unas para acceder al paritorio. Yo las vi y me las puse en la cabeza, aprovechando la gomilla. Creo que el doctor Madueño y la matrona aún se están riendo, y ya han pasado once años.
A partir del 11-S, las bajíly aparecieron por todo el mundo mundial. Hay quien piensa que el asuntillo de las torres gemelas no fue obra de Al Qaeda, sino del gremio de fabricantes de funditas de plásticos, en asociación con la Unión Internacional de Empresas de Seguridad Privada. Desde entonces, o más bien desde un poquito después, cuando pillaron a aquel sarraceno con no sé qué mejunje en los zapatos, nos toca descalzarnos en los controles de los aeropuertos, rezongar lo que no está escrito y pasar el vía crucis necesario para acceder al avión. Y, como te tienes que descalzar, para no enguarrarte las pezuñas con la mugre del suelo, te acabas poniendo las funditas. En los aeropuertos rusos esto está bastante bien organizado, hay asientos para calzarse y descalzarse con cierta comodidad y las funditas son de bastante buena calidad y resisten bien. En cambio, en el aeropuerto más odioso del mundo (Barajas, T-4, creo que es inútil recordarlo), además de que el personal de seguridad parece que tenga a Mourinho como ejemplo de simpatía a seguir, las bajíly están medio escondidas y son un pedazo de plástico finísimo y frágilmente unido que se deshace con sólo tocarlo.
En Rusia, la aparición de las bajíly en cantidades industriales significó la redención para estos lugares públicos de ingresos precarios, entre los que destacan los colegios. Fue estupendo. Los alumnos, ciertamente, se cambian las botas y se ponen el calzado limpio que guardan en sus taquillas, pero los padres que ocasionalmente accedemos al centro educativo por cuestiones como una reunión de padres no tenemos taquillas, así que estamos pillados.
Uno llega, por ejemplo, a esa reunión de padres que se convoca con el ánimo evidente de sablear a los padres de los alumnos para que contribuyan al mantenimiento del colegio y den pasta para agua y papel higiénico, entre otras cosas, y se encuentra con que el segurata le para. Sí, en España, en los colegios, al menos cuando yo iba a clase, había conserje y vale. Aquí hay segurata con vestimenta paramilitar.
- ¿Dónde va usted? (Вы далеко?)
- ¿Yo? A la reunión de padres. (Я? Я иду на собрание)
- ¿Y trae calzado para cambiarse? (А у вас сменная обувь есть?)
- Mmmm... no. (Мммм... нет)
- Pues no se puede. (Нельзя)
- ¿Y qué hago? ¿Me voy a casa? (А что мне делать? Домой?)
- Cómprese unas fundas. (Купите бахилы)
- Bueeeeno (Лаааадно).
Supongo que el precio de coste del plastiquillo no llega a un rublo y seguramente ni a la décima parte de eso. Los seguratas de los colegios los vendían al principio a cinco rublos, pero ya no hay sitio donde no cuesten al menos diez y hasta quince y veinte. Y los hospitales ya hasta tienen máquinas expendedoras que los proporcionan dentro de una capsulilla.
Y luego son incomodísimos. Te los pones antes de que la nieve aferrada a tus botas se haya derretido, y te encuentras con que se derrite dentro de los plásticos, con lo que vas chapoteando por el colegio, aparte de que los fabricante no pensaron en que alguien se los pondría encima de unas botas de montaña del número 43, lo que convierte el acto de envainársela (la bota) en un incordio soberano.
Los que nos vemos sometidos a estas circunstancias, al menos, tenemos un sistema para ahorrarnos el sablazo de los veinte rublos por visita al colegio, y la incomodidad que supone tener que llevar cambio, porque el segurata es peor que los taxistas y no tiene nunca. Y es agarrar un buen puñado en cada visita al aeropuerto. Al aeropuerto ruso, que quede claro, porque en el español no sé qué controles de calidad habrán pasado esos plastiquillos, pero no aguantan ni tres pasos.
No es casualidad que haya tenido que ponerlo en ruso, porque, ¿cómo se dice, en español, esa funda repelente de plástico que te toca ponerte en el pie? ¿Fundas de plástico para los pies? Y eso que mi primera relación con ellas fue en España, cuando nació Abi y me dieron unas para acceder al paritorio. Yo las vi y me las puse en la cabeza, aprovechando la gomilla. Creo que el doctor Madueño y la matrona aún se están riendo, y ya han pasado once años.
A partir del 11-S, las bajíly aparecieron por todo el mundo mundial. Hay quien piensa que el asuntillo de las torres gemelas no fue obra de Al Qaeda, sino del gremio de fabricantes de funditas de plásticos, en asociación con la Unión Internacional de Empresas de Seguridad Privada. Desde entonces, o más bien desde un poquito después, cuando pillaron a aquel sarraceno con no sé qué mejunje en los zapatos, nos toca descalzarnos en los controles de los aeropuertos, rezongar lo que no está escrito y pasar el vía crucis necesario para acceder al avión. Y, como te tienes que descalzar, para no enguarrarte las pezuñas con la mugre del suelo, te acabas poniendo las funditas. En los aeropuertos rusos esto está bastante bien organizado, hay asientos para calzarse y descalzarse con cierta comodidad y las funditas son de bastante buena calidad y resisten bien. En cambio, en el aeropuerto más odioso del mundo (Barajas, T-4, creo que es inútil recordarlo), además de que el personal de seguridad parece que tenga a Mourinho como ejemplo de simpatía a seguir, las bajíly están medio escondidas y son un pedazo de plástico finísimo y frágilmente unido que se deshace con sólo tocarlo.
En Rusia, la aparición de las bajíly en cantidades industriales significó la redención para estos lugares públicos de ingresos precarios, entre los que destacan los colegios. Fue estupendo. Los alumnos, ciertamente, se cambian las botas y se ponen el calzado limpio que guardan en sus taquillas, pero los padres que ocasionalmente accedemos al centro educativo por cuestiones como una reunión de padres no tenemos taquillas, así que estamos pillados.
Uno llega, por ejemplo, a esa reunión de padres que se convoca con el ánimo evidente de sablear a los padres de los alumnos para que contribuyan al mantenimiento del colegio y den pasta para agua y papel higiénico, entre otras cosas, y se encuentra con que el segurata le para. Sí, en España, en los colegios, al menos cuando yo iba a clase, había conserje y vale. Aquí hay segurata con vestimenta paramilitar.
- ¿Dónde va usted? (Вы далеко?)
- ¿Yo? A la reunión de padres. (Я? Я иду на собрание)
- ¿Y trae calzado para cambiarse? (А у вас сменная обувь есть?)
- Mmmm... no. (Мммм... нет)
- Pues no se puede. (Нельзя)
- ¿Y qué hago? ¿Me voy a casa? (А что мне делать? Домой?)
- Cómprese unas fundas. (Купите бахилы)
- Bueeeeno (Лаааадно).
Supongo que el precio de coste del plastiquillo no llega a un rublo y seguramente ni a la décima parte de eso. Los seguratas de los colegios los vendían al principio a cinco rublos, pero ya no hay sitio donde no cuesten al menos diez y hasta quince y veinte. Y los hospitales ya hasta tienen máquinas expendedoras que los proporcionan dentro de una capsulilla.
Y luego son incomodísimos. Te los pones antes de que la nieve aferrada a tus botas se haya derretido, y te encuentras con que se derrite dentro de los plásticos, con lo que vas chapoteando por el colegio, aparte de que los fabricante no pensaron en que alguien se los pondría encima de unas botas de montaña del número 43, lo que convierte el acto de envainársela (la bota) en un incordio soberano.
Los que nos vemos sometidos a estas circunstancias, al menos, tenemos un sistema para ahorrarnos el sablazo de los veinte rublos por visita al colegio, y la incomodidad que supone tener que llevar cambio, porque el segurata es peor que los taxistas y no tiene nunca. Y es agarrar un buen puñado en cada visita al aeropuerto. Al aeropuerto ruso, que quede claro, porque en el español no sé qué controles de calidad habrán pasado esos plastiquillos, pero no aguantan ni tres pasos.
miércoles, 1 de diciembre de 2010
Тапочки
Cuando comienza la temporada del barro, hay que tomar medidas para que éste no mancille los hogares de la gente. Por cierto, ¿cuándo comienza la temporada del barro? Bueno, pues la temporada del barro no comienza ni termina, sino que dura todo el año y, como mucho, se transforma, como la energía. Ya sea porque haya nieve, porque llueva, porque caiga aguanieve o porque el suelo esté polvoriento: en Rusia siempre cae algo del cielo; si no es nieve, lo que sea. Y ese algo se queda pegado al suelo.
El resultado es que los zapatos quedan hechos una pena y hay que y hay que hacer algo para que el suelo de la casa de uno no acabe pareciéndose al de la calle, lo cual es un parecido que debe ser evitado so pena de quedar ante las visitas siguientes como unos guarros. La solución es disponer de un cajón lleno de pantuflas, zapatillas de estar por casa, babuchas o como se quieran llamar, con las que calzar a los visitantes.
La situación en mi casa es más o menos ésa. Aquí recibimos a bastante gente y, además, no hay moqueta ni parqué en buena parte de la casa, sino terrazo puro y duro, que en invierno está frío y bien frío. Por lo que he visto por ahí, la gente hace como nosotros (excepto en lo del terrazo), que sólo tiramos las zapatillas cuando están en irreversible estado de descomposición; cuando la cosa se pone fea y llega el momento de cambiar las zapatillas de uno, las viejas no se tiran, sino que se ponen junto a la entrada para que se las pongan las visitas. Cuando no están presentables ni para eso, aún hay quien sólo tira una zapatilla del par, la más achacosa, y forma pares imposibles de zapatillas desparejadas.
Los visitantes extranjeros novatos alucinan obviamente. Muchos pasan directamente, como lo harían en España, de la entrada al salón y sólo se dan cuenta de que han hecho algo inadecuado cuando ven que otros visitantes, más avezados, han tomado unas "tápochki", pues tal es el nombre que este calzado tiene en ruso, y se han cambiado el calzado sin más ceremonias. Entonces preguntan y flipan cuando se dan cuenta de lo que hay.
En España, directamente, ponerse unas zapatillas que sólo Dios sabe por cuántos pies ha pasado es una cochinada. Y yo, cuando intento poner distancia entre mi presente y mi sentido común, para tratar de acercarme a este último, lo veo clarísimo. Por esa pantufla que me calzo despreocupadamente cuando voy de visita puede haber pasado una legión de hongos. De hecho, hay gente que opta por la solución slomónica que hace compatible la limpieza de los suelos y la confianza en la higiene de los pies, y que no es otra sino llevar de casa tus propias zapatillas y cambiarse. A las mujeres les suele caber en el bolso; pero los hombres no solemos llevar bolso, bolsa ni mochila, al menos yendo de visita, por lo que la cosa puede hacerse incómoda.
En los sitios a los que la gente aspira a que la vean como elegante y exudando glamour ésta es precisamente la solución universal. En los teatros y salas de conciertos, las mujeres llegan con una botas de invierno (eso sí, con tacones), se cambian, y se ponen unos zapatitos de charol (con tacones, claro) para lucir pierna. Los hombres, no. Los hombres no nos cambiamos las botazas que lleguemos de la calle. Vamos, alguno habrá tirando a amariconado, pero el común de los mortales de sexo masculino va dejando un rastro de barrillo durante los primeros minutos de su estancia en un teatro, cine o sala de conciertos. Pero al menos ahí hay alguna persona que se resigna a limpiarlo, pero sólo en aras de la dignidad del arte musical o escénico.
Ah, pero, ¿y en los espacios públicos donde la administración es pobretona y no puede pagar a una persona que elimine las inmundicias del suelo?
La solución es radical. Lo veremos en la próxima entrada.
El resultado es que los zapatos quedan hechos una pena y hay que y hay que hacer algo para que el suelo de la casa de uno no acabe pareciéndose al de la calle, lo cual es un parecido que debe ser evitado so pena de quedar ante las visitas siguientes como unos guarros. La solución es disponer de un cajón lleno de pantuflas, zapatillas de estar por casa, babuchas o como se quieran llamar, con las que calzar a los visitantes.
La situación en mi casa es más o menos ésa. Aquí recibimos a bastante gente y, además, no hay moqueta ni parqué en buena parte de la casa, sino terrazo puro y duro, que en invierno está frío y bien frío. Por lo que he visto por ahí, la gente hace como nosotros (excepto en lo del terrazo), que sólo tiramos las zapatillas cuando están en irreversible estado de descomposición; cuando la cosa se pone fea y llega el momento de cambiar las zapatillas de uno, las viejas no se tiran, sino que se ponen junto a la entrada para que se las pongan las visitas. Cuando no están presentables ni para eso, aún hay quien sólo tira una zapatilla del par, la más achacosa, y forma pares imposibles de zapatillas desparejadas.
Los visitantes extranjeros novatos alucinan obviamente. Muchos pasan directamente, como lo harían en España, de la entrada al salón y sólo se dan cuenta de que han hecho algo inadecuado cuando ven que otros visitantes, más avezados, han tomado unas "tápochki", pues tal es el nombre que este calzado tiene en ruso, y se han cambiado el calzado sin más ceremonias. Entonces preguntan y flipan cuando se dan cuenta de lo que hay.
En España, directamente, ponerse unas zapatillas que sólo Dios sabe por cuántos pies ha pasado es una cochinada. Y yo, cuando intento poner distancia entre mi presente y mi sentido común, para tratar de acercarme a este último, lo veo clarísimo. Por esa pantufla que me calzo despreocupadamente cuando voy de visita puede haber pasado una legión de hongos. De hecho, hay gente que opta por la solución slomónica que hace compatible la limpieza de los suelos y la confianza en la higiene de los pies, y que no es otra sino llevar de casa tus propias zapatillas y cambiarse. A las mujeres les suele caber en el bolso; pero los hombres no solemos llevar bolso, bolsa ni mochila, al menos yendo de visita, por lo que la cosa puede hacerse incómoda.
En los sitios a los que la gente aspira a que la vean como elegante y exudando glamour ésta es precisamente la solución universal. En los teatros y salas de conciertos, las mujeres llegan con una botas de invierno (eso sí, con tacones), se cambian, y se ponen unos zapatitos de charol (con tacones, claro) para lucir pierna. Los hombres, no. Los hombres no nos cambiamos las botazas que lleguemos de la calle. Vamos, alguno habrá tirando a amariconado, pero el común de los mortales de sexo masculino va dejando un rastro de barrillo durante los primeros minutos de su estancia en un teatro, cine o sala de conciertos. Pero al menos ahí hay alguna persona que se resigna a limpiarlo, pero sólo en aras de la dignidad del arte musical o escénico.
Ah, pero, ¿y en los espacios públicos donde la administración es pobretona y no puede pagar a una persona que elimine las inmundicias del suelo?
La solución es radical. Lo veremos en la próxima entrada.