- Papà no sap parlar rus, papà no sap parlar rus, nananana... (Papá no sabe hablar ruso, papá no sabe hablar ruso, nananana...).
Es un problema, ¿eh? Una criaja de nueve años que se ha criado toda su vida en Moscú y piensa que habla mejor ruso que yo, que lo estudio desde hace varios lustros, y se le puede subir a las barbas a su padre ¡A su padre! Que, para más recochineo, soy yo.
¿Debe consentir eso un buen padre? ¡No, no y no! Un padre debe ser un ejemplo de autoridad para su progenie y ser considerado un modelo, al menos, hasta su progenie tenga... digamos, quince años. Hasta entonces, un padre no puede consentir saber menos ruso que sus hijos.
- Abi, mante, ¿i per què dius que jo no sé parlar rus? (Abi, querida, ¿por qué dices que no sé hablar ruso?)
- Perque parles raro, i fas algunes faltes (Porque hablas raro y haces algunas faltas)
- Pero jo sé més paraules que tu (Pero yo sé más palabras que tú).
- No, jo en se més (No, yo sé más).
- ¿Fem la prova? (¿Hacemos la prueba?)
- D'acort (De acuerdo).
- A vore, ¿cóm se diu "got" en rus? (A ver, ¿cómo se dice "vaso" en ruso?)
- Стакан (Stakán).
- Molt bé, molt bé... a vore, ¿i cóm se diu "creïlla"? (Muy bien, muy bien... a ver, ¿cómo se dice "patata"?)
- Картошка (Kartoshka).
- Che, tambe has encertat (Che, también has acertado).
- Perque parle millor que tu (Porque hablo mejor que tú).
- ¿Me deixes un atra oportunitat? (¿Me dejas otra oportunidad?)
- T'en deixe una més (Te dejo una más).
- ¿I cóm se diu... cóm se diu... "legislacio"? (¿Y cómo se dice... cómo se dice... "legislación"?)
- ¿Qué?
- "Legislacio" ("Legislación")
- ¿"Legislacio? Mmmm... no ho sé (¿"Legislación"? Mmmm... no lo sé).
- Se diu "законодательство" (Se dice "zakonodatelsvo").
- Ah...
- Abi.
- ¿Qué?
- Jo sé més paraules que tú, jo sé més paraules que tú, nananana (Sé más palabras que tú, sé más palabras que tú, nananana).
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
viernes, 30 de enero de 2009
miércoles, 28 de enero de 2009
Manifas (II)
Bien, pues, al tajo. La observación de un número razonablemente elevado de manifas en las inmediaciones de mi domicilio me lleva a deducir una serie de reglas.
1. La primera y más importante es que como las manifas son, por definición, concentraciones de personas, el Gobierno tiene una postura contraria a ellas, porque esas concentraciones son bastante imprevisibles y las carga el Diablo. A ver si aún iban a desviarse y arramblar con el Kremlin. A Luis XVI se le escapó de las manos una manifa y a los cuatro años lo guillotinaron. Chungo.
2. Por consiguiente, las autorizaciones para manifestarse deben concederse en lugares desde los que no sea posible acceder al Kremlin a pie. Por ejemplo, Otradnoe, a unos veinte kilómetros, como ya hemos dicho. Ese sitio es bueno, lo malo es que los organizadores de las manifas con unos cabezotas e insisten con machacona actitud en concentrarse en el centro de la ciudad. Che, con lo bonito que es Otradnoe.
3. Es posible conceder autorización para manifestarse más cerca del centro cuando la manifa esté orquestada por el propio Gobierno u organizaciones afines o suficientemente minoritarias o inofensivas. Entonces sí, pero...
4. Pero incluso en esos casos hay que asegurarse de que las cosas no se salgan de madre; si no, luego, todo son líos. El espacio autorizado para manifestarse no debe superar los quinientos metros cuadrados, que se rodean con una valla. Dentro se sitúan los manifestantes, a los que se deja acceder con cuentagotas y tomándoles los datos. Si algún transeúnte quiere tirar cacahuetes a los manifestantes, se le reconvendrá severamente.
5. Muy importante: las fuerzas de seguridad deben tener superioridad numérica sobre los manifestantes. Que se manifiestan cincuenta pacifistas en la plaza Pushkin (es el caso de la foto de la entrada anterior), pues hay que enviar unos doscientos milicianos, antidisturbios o soldados sin graduación para intimidar al grupúsculo.
6. Obviamente, esta superioridad numérica se puede conseguir enviando tropas a tutiplén, pero, si las manifas fueran como las españolas, no habría forma de sacar ventaja numérica. Por tanto, es preciso mantener el número de participantes lo más bajo posible, lo cual no sólo se logra acotando la zona de la manifa con las vallas, sino acordonando la zona, cortando el tráfico si hace falta y, en general, haciendo la vida imposible a quienes intentan pasar a la misma. Haber llegado antes, pringaos.
7. Si gente especialmente díscola pretende incumplir alguna de estas reglas (y los díscolos más conspicuos son los de "La Otra Rusia" y los nacionalistas xenófobos), entonces leña al mono hasta que hablé inglés. Y, si lo aprende, leña hasta que hable chino.
Con lo cual, los habitantes de Moscú nos vemos libres de esa lacra, las manifas, que periódicamente paraliza ciudades pusilánimas y desgraciadas como Madrid. No. Moscú sólo se paraliza todas las mañanas cuando los peces gordos llegan a su puesto de trabajo y la milicia corta el tráfico y las calles por las que van a pasar. Pero al menos no se trata de elementos subversivos y piojosos, sino de próceres que velan por el bien del país. Menos mal que están ellos.
Por cierto que, en Madrid, las autoridades están aprendiendo de las rusas y están aplicando en pequeña escala las normas arriba indicadas, en particular la de dar leña. Curiosamente, no se meten con las manifas donde puede haber disturbios, sino que, supongo que para practicar, se lanzan a dar leches contra las manifas en las que saben que no van a tener respuestas violentas. Es el caso de la foto que ilustra esta entrada. Si queréis ver a la policía española en acción y no os importa pasar un poco de vergüenza al ver cómo las gastan ahí, y no en Rentería o en Hernani, el reportaje completo está aquí.
1. La primera y más importante es que como las manifas son, por definición, concentraciones de personas, el Gobierno tiene una postura contraria a ellas, porque esas concentraciones son bastante imprevisibles y las carga el Diablo. A ver si aún iban a desviarse y arramblar con el Kremlin. A Luis XVI se le escapó de las manos una manifa y a los cuatro años lo guillotinaron. Chungo.
2. Por consiguiente, las autorizaciones para manifestarse deben concederse en lugares desde los que no sea posible acceder al Kremlin a pie. Por ejemplo, Otradnoe, a unos veinte kilómetros, como ya hemos dicho. Ese sitio es bueno, lo malo es que los organizadores de las manifas con unos cabezotas e insisten con machacona actitud en concentrarse en el centro de la ciudad. Che, con lo bonito que es Otradnoe.
3. Es posible conceder autorización para manifestarse más cerca del centro cuando la manifa esté orquestada por el propio Gobierno u organizaciones afines o suficientemente minoritarias o inofensivas. Entonces sí, pero...
4. Pero incluso en esos casos hay que asegurarse de que las cosas no se salgan de madre; si no, luego, todo son líos. El espacio autorizado para manifestarse no debe superar los quinientos metros cuadrados, que se rodean con una valla. Dentro se sitúan los manifestantes, a los que se deja acceder con cuentagotas y tomándoles los datos. Si algún transeúnte quiere tirar cacahuetes a los manifestantes, se le reconvendrá severamente.
5. Muy importante: las fuerzas de seguridad deben tener superioridad numérica sobre los manifestantes. Que se manifiestan cincuenta pacifistas en la plaza Pushkin (es el caso de la foto de la entrada anterior), pues hay que enviar unos doscientos milicianos, antidisturbios o soldados sin graduación para intimidar al grupúsculo.
6. Obviamente, esta superioridad numérica se puede conseguir enviando tropas a tutiplén, pero, si las manifas fueran como las españolas, no habría forma de sacar ventaja numérica. Por tanto, es preciso mantener el número de participantes lo más bajo posible, lo cual no sólo se logra acotando la zona de la manifa con las vallas, sino acordonando la zona, cortando el tráfico si hace falta y, en general, haciendo la vida imposible a quienes intentan pasar a la misma. Haber llegado antes, pringaos.
7. Si gente especialmente díscola pretende incumplir alguna de estas reglas (y los díscolos más conspicuos son los de "La Otra Rusia" y los nacionalistas xenófobos), entonces leña al mono hasta que hablé inglés. Y, si lo aprende, leña hasta que hable chino.
Con lo cual, los habitantes de Moscú nos vemos libres de esa lacra, las manifas, que periódicamente paraliza ciudades pusilánimas y desgraciadas como Madrid. No. Moscú sólo se paraliza todas las mañanas cuando los peces gordos llegan a su puesto de trabajo y la milicia corta el tráfico y las calles por las que van a pasar. Pero al menos no se trata de elementos subversivos y piojosos, sino de próceres que velan por el bien del país. Menos mal que están ellos.
Por cierto que, en Madrid, las autoridades están aprendiendo de las rusas y están aplicando en pequeña escala las normas arriba indicadas, en particular la de dar leña. Curiosamente, no se meten con las manifas donde puede haber disturbios, sino que, supongo que para practicar, se lanzan a dar leches contra las manifas en las que saben que no van a tener respuestas violentas. Es el caso de la foto que ilustra esta entrada. Si queréis ver a la policía española en acción y no os importa pasar un poco de vergüenza al ver cómo las gastan ahí, y no en Rentería o en Hernani, el reportaje completo está aquí.
lunes, 26 de enero de 2009
Manifas (I)
En Moscú se convocan manifas con relativa frecuencia (y hemos estado en ellas, ¿os acordáis? Fue aquí y aquí). En España, por ejemplo, las manifas gordas se suelen convocar en Madrid, que es donde está el centro de decisión y, por tanto, la culpa de todo lo que pasa. Tú convocas tu manifa, juntas a gente, te desgañitas contra el Gobierno, hay algún policía por si acaso y, al día siguiente, El Mundo dice que ha habido un millón de personas y El País que como mucho eran cuarenta mil. O tú eres agricultor o ganadero, convocas tu manifa, metes tus cabras en la Castellana, cortas el tráfico, cabreas al personal madrileño que no puede desplazarse y, después de campar a tus anchas por la ciudad, te vuelves a la dehesa satisfecho de que Madrid se haya dado por enterado de tus problemas.
En Moscú, no.
En Moscú, las manifas contrarias al Gobierno, que son las que tienen gracia, están sumamente mal vistas... por el Gobierno. En España tampoco le gustan, claro, pero se suele aguantar. En Moscú las manifas, si son contra el Gobierno, lo son contra un gobierno extranjero. Por ejemplo, contra el gobierno estadounidense, estonio, georgiano, ucraniano, israelí... contra esos gobiernos sí es lícito manifestarse, cosa que ocurre con cierta frecuencia, pero sin pasarse mucho tampoco. También te puedes manifestar a favor de algo. Por ejemplo, a favor del Gobierno ruso. Eso está mejor visto. O conmemorando una fecha, como el 7 de noviembre, que es el único caso en que dejan chillar un poco, y sólo a los rojos, contra el poder; pero, claro, el poder se lo consiente porque los rojos están un poco provectos, cada año son menos, y lo de chillar se les da cada vez peor, porque a ver quién es el guapo que va con la boca abierta por Moscú un 7 de noviembre. Los rojos se quedan afónicos al tercer berrido.
Pero podría ocurrírsele a alguien, a pesar de todo, leer que en la Constitución rusa se habla del derecho de reunión y de la libertad de expresión, y convocar una manifa contra el Gobierno ¿Qué ocurre entonces?
Pues que debe pedir permiso. Si es en Moscú, lo normal es que quieras manifestarte en el centro, que es donde mola y donde te haces notar. Sin embargo, suele pasar que el permiso para manifestarte en el centro no te lo den y que te sugieran que te manifiestes en Otradnoe, por lo menos, que sólo está a veinte kilómetros del centro. En el caso de esos rebeldillos de poco pelo de "La Otra Rusia", en alguna ocasión se han juntado sin permiso ni nada. Otras organizaciones menos díscolas han obtenido el permiso y se han podido manifestar en un trocito de la plaza Pushkin o de la plaza Triumfalnaya.
¿Qué hace el Gobierno en estos casos? Bueno, teniendo en cuenta que vivo cerca de los puntos favoritos de manifas moscovitas, y aunque no tengo acceso al protocolo de actuación de las autoridades, tras bastantes observaciones he deducido algunos principios generales, los cuales trataré de poner por escrito en la próxima entrada.
En Moscú, no.
En Moscú, las manifas contrarias al Gobierno, que son las que tienen gracia, están sumamente mal vistas... por el Gobierno. En España tampoco le gustan, claro, pero se suele aguantar. En Moscú las manifas, si son contra el Gobierno, lo son contra un gobierno extranjero. Por ejemplo, contra el gobierno estadounidense, estonio, georgiano, ucraniano, israelí... contra esos gobiernos sí es lícito manifestarse, cosa que ocurre con cierta frecuencia, pero sin pasarse mucho tampoco. También te puedes manifestar a favor de algo. Por ejemplo, a favor del Gobierno ruso. Eso está mejor visto. O conmemorando una fecha, como el 7 de noviembre, que es el único caso en que dejan chillar un poco, y sólo a los rojos, contra el poder; pero, claro, el poder se lo consiente porque los rojos están un poco provectos, cada año son menos, y lo de chillar se les da cada vez peor, porque a ver quién es el guapo que va con la boca abierta por Moscú un 7 de noviembre. Los rojos se quedan afónicos al tercer berrido.
Pero podría ocurrírsele a alguien, a pesar de todo, leer que en la Constitución rusa se habla del derecho de reunión y de la libertad de expresión, y convocar una manifa contra el Gobierno ¿Qué ocurre entonces?
Pues que debe pedir permiso. Si es en Moscú, lo normal es que quieras manifestarte en el centro, que es donde mola y donde te haces notar. Sin embargo, suele pasar que el permiso para manifestarte en el centro no te lo den y que te sugieran que te manifiestes en Otradnoe, por lo menos, que sólo está a veinte kilómetros del centro. En el caso de esos rebeldillos de poco pelo de "La Otra Rusia", en alguna ocasión se han juntado sin permiso ni nada. Otras organizaciones menos díscolas han obtenido el permiso y se han podido manifestar en un trocito de la plaza Pushkin o de la plaza Triumfalnaya.
¿Qué hace el Gobierno en estos casos? Bueno, teniendo en cuenta que vivo cerca de los puntos favoritos de manifas moscovitas, y aunque no tengo acceso al protocolo de actuación de las autoridades, tras bastantes observaciones he deducido algunos principios generales, los cuales trataré de poner por escrito en la próxima entrada.
viernes, 23 de enero de 2009
La caída del rublo
Esta entrada va de economía. Hasta ahora, la economía ha aparecido por esta bitácora muy a regañadientes, de refilón y de manera muy superficial. Ha aparecido para mofarme de los economistas y para hablar de divisas cuando se veían ya las orejas al lobo. Entretanto, el lobo no es que haya llegado: es que se está comiendo todo lo que pilla por delante, comenzando por las cada vez más magras reservas de divisas del BCR, otrora orgullo del país.
Y es que voy a tener que reconocerlo: a pesar de haberme mofado de los economistas, yo mismo soy economista y, lo que es seguramente peor, soy un economista converso, porque ni nací ni me crié economista. Y, si he mantenido la economía ausente de esta bitácora era porque se trataba de mi profesión y no creía yo que fuera bueno mezclar lo que me da de comer con este entretenimiento.
Pero, entre que ahora la economía está muy de actualidad y que ya mis quehaceres laborales se han separado de las grandes cifras y las echo de menos, voy a animarme a escribir alguna cosilla, eso sí, sin demasiado rigor técnico, porque ni es cosa de aburrirme yo ni de aburrir al personal.
La evolución más reciente de la economía rusa muestra un batacazo brutal del tipo de cambio del rublo, que en poco más de dos meses ha perdido la cuarta parte de su valor, a pesar de que el Banco Central de Rusia se ha dejado en el camino un porrón de millones defendiendo su cotización. El rublo vuelve a ser lo que había sido prácticamente siempre a lo largo de los últimos veinte años: hablando crudo, una divisa de chichinabo de la que todo quisqui intenta desprenderse cuanto antes para comprar euros, dólares, francos suizos, libras o yenes. Vamos, para no quedarse en pelotas.
¿Por qué ha pasado esto? Pues hay causas objetivas, la principal de las cuales es la tremenda caída del precio del petróleo, que rozó los 150 dólares por barril en verano y ahora supera por poco los 40. Frente a los que defendían que en realidad Rusia no dependía tanto del precio del petróleo, los hechos cantan. En realidad, el petróleo puro y duro es algo así como el 9% del PIB ruso, pero si le añadimos los servicios conexos y sobre todo los bienes y servicios que dependen directa o indirectamente de las petrolera, la actual situación es bestial. Hay quien calcula que, en realidad, el petróleo ronda el 25% del PIB ruso. Y que se te hunda el 25% es durillo.
Pero, frente a las causas objetivas, también las hay subjetivas, y es que la propia población rusa no tiene ninguna confianza en su propia moneda. Como les han guindao dos veces en los últimos veinte años hasta la camisa, el ruso de a pie, y no digamos el ruso potentado, se fía de su Gobierno en esto tanto como un soldado israelí de Bin Laden.
Y, aún así, hasta algo así como octubre, las cosas iban razonablemente bien. Parecía que era imposible lanzar un ataque especulativo contra el rublo, porque tras años de precios elevadísimos del petróleo, las reservas de divisas rusas eran las terceras del mundo. Parecía que el Banco Central no tendría problema alguno en controlar cualquier ataque y en mantener el tipo de cambio al nivel que mejor le pareciera. En octubre estaba tranquilamente a 34-35 rublos por euro y sobrado, que era el nivel de principio de año.
Entonces llegó la famosa intervención del presidente del Banco Central de Rusia, que es un señor normalmente bastante discreto que se llama Sergey Ignatiev y que tenéis en la foto de arriba junto a su colega Trichet, del nuestro conocido BCE. Le preguntaron qué le parecía el tipo de cambio del rublo y él respondió que, en su opinión, se iría deslizando lentamente, sin pasarse, hacia abajo.
Vamos, que el hombre que controla él solito el tipo de cambio del rublo dice que él cree que va a bajar gradualmente. Yo creía que en Primer Curso de Presidente de Banco Central te enseñaban que nunca, nunca, nunca tienes que decir lo que va a pasar con las variables que controlas y que debes desmentir las devaluaciones hasta el mismísimo momento de hacerlas. Pues Ignatiev va y suelta esa perla.
¿Qué pasó después? Pues lo que hubiera pasado en cualquier sitio. Que, al grito de "tonto el último", todo el que tenía ahorrillos o cualquier tipo de activo en rublos se apresuró a cambiarlos a lo que fuera, con lo que la presión sobre el tipo del rublo fue de órdago. El Banco Central, enfrentado a una devaluación de golpe y porrazo muy lejana a la pérdida gradual que había prometido Ignatiev, tragó quina y tuvo que ir poniendo dólares y euros encima de la mesa para defender un tipo cada vez más indefendible, hasta el punto de que la cuarta parte de las reservas exteriores ha volado en un par de meses.
Y ahora, la pregunta definitiva: ¿Ignatiev es tonto del culo y se ha ido de la lengua o bien estaba pensando en algo cuando dijo lo de la devaluación gradual? O bien: ¿a quién ha beneficiado esta sangría de reservas, en lugar de haber devaluado de golpe y de un día para otro sin avisar, como hace todo quisqui?
La respuesta es que probablemente Ignatiev no es tonto del culo. Pero el resultado de sus palabritas y de la defensa gradual del rublo es que ha dado tiempo a los rusos (y, ejem, a algún que otro extranjero) de cambiar sus ahorros en rublos por las reservas de divisas del Banco Central, cosa que no hubiera pasado si de un día para otro el rublo se hubiera devaluado. Es decir, que el Banco Central ha subvencionado a saco paco a los rusos... pero no a todos, sino sólo, y sobre todo, a los más ricachones, que son los que tienen ahorros y que ni de lejos son la mayoría, ni siquiera la mitad, de la población.
Los rusos pobretones, que son la gran mayoría, no sólo no se han visto beneficiados con la medida, sino que les han tomado el pelo una vez más: las reservas de divisas, de las que en parte se podría decir que son dueños, han caído a saco y, debido a la devaluación, gradual o no, las presiones inflacionistas van a dejarles el bolsillo más vacío de lo que pudiera estar de por sí. La inflación del 2008 ha sido del 13,3% y el Gobierno dice que la del 2009 estará por el 12-13%: apuesto lo que quiera cualquier lector a que supera holgadamente el 15%, y que los salarios, en el mejor de los casos, se van a estar quietecitos.
En fin, la diferencia con las tomaduras de pelo de 1993 y de 1998 es que entonces prácticamente todo el mundo se quedó sin blanca, mientras que esta vez el Banco Central ha dado tiempo para que los que tuvieran dinero lo cambien y ahora tengan más todavía, porque se han quedado, además, con un buen tajo de las reservas de divisas.
Toma política social del Gobierno que preside el señor Putin. A todo esto, ¿alguien ha oído a los comunistas o a los de Rusia Justa, que se supone que son de izquierdas, decir algo? Yo no.
Y es que voy a tener que reconocerlo: a pesar de haberme mofado de los economistas, yo mismo soy economista y, lo que es seguramente peor, soy un economista converso, porque ni nací ni me crié economista. Y, si he mantenido la economía ausente de esta bitácora era porque se trataba de mi profesión y no creía yo que fuera bueno mezclar lo que me da de comer con este entretenimiento.
Pero, entre que ahora la economía está muy de actualidad y que ya mis quehaceres laborales se han separado de las grandes cifras y las echo de menos, voy a animarme a escribir alguna cosilla, eso sí, sin demasiado rigor técnico, porque ni es cosa de aburrirme yo ni de aburrir al personal.
La evolución más reciente de la economía rusa muestra un batacazo brutal del tipo de cambio del rublo, que en poco más de dos meses ha perdido la cuarta parte de su valor, a pesar de que el Banco Central de Rusia se ha dejado en el camino un porrón de millones defendiendo su cotización. El rublo vuelve a ser lo que había sido prácticamente siempre a lo largo de los últimos veinte años: hablando crudo, una divisa de chichinabo de la que todo quisqui intenta desprenderse cuanto antes para comprar euros, dólares, francos suizos, libras o yenes. Vamos, para no quedarse en pelotas.
¿Por qué ha pasado esto? Pues hay causas objetivas, la principal de las cuales es la tremenda caída del precio del petróleo, que rozó los 150 dólares por barril en verano y ahora supera por poco los 40. Frente a los que defendían que en realidad Rusia no dependía tanto del precio del petróleo, los hechos cantan. En realidad, el petróleo puro y duro es algo así como el 9% del PIB ruso, pero si le añadimos los servicios conexos y sobre todo los bienes y servicios que dependen directa o indirectamente de las petrolera, la actual situación es bestial. Hay quien calcula que, en realidad, el petróleo ronda el 25% del PIB ruso. Y que se te hunda el 25% es durillo.
Pero, frente a las causas objetivas, también las hay subjetivas, y es que la propia población rusa no tiene ninguna confianza en su propia moneda. Como les han guindao dos veces en los últimos veinte años hasta la camisa, el ruso de a pie, y no digamos el ruso potentado, se fía de su Gobierno en esto tanto como un soldado israelí de Bin Laden.
Y, aún así, hasta algo así como octubre, las cosas iban razonablemente bien. Parecía que era imposible lanzar un ataque especulativo contra el rublo, porque tras años de precios elevadísimos del petróleo, las reservas de divisas rusas eran las terceras del mundo. Parecía que el Banco Central no tendría problema alguno en controlar cualquier ataque y en mantener el tipo de cambio al nivel que mejor le pareciera. En octubre estaba tranquilamente a 34-35 rublos por euro y sobrado, que era el nivel de principio de año.
Entonces llegó la famosa intervención del presidente del Banco Central de Rusia, que es un señor normalmente bastante discreto que se llama Sergey Ignatiev y que tenéis en la foto de arriba junto a su colega Trichet, del nuestro conocido BCE. Le preguntaron qué le parecía el tipo de cambio del rublo y él respondió que, en su opinión, se iría deslizando lentamente, sin pasarse, hacia abajo.
Vamos, que el hombre que controla él solito el tipo de cambio del rublo dice que él cree que va a bajar gradualmente. Yo creía que en Primer Curso de Presidente de Banco Central te enseñaban que nunca, nunca, nunca tienes que decir lo que va a pasar con las variables que controlas y que debes desmentir las devaluaciones hasta el mismísimo momento de hacerlas. Pues Ignatiev va y suelta esa perla.
¿Qué pasó después? Pues lo que hubiera pasado en cualquier sitio. Que, al grito de "tonto el último", todo el que tenía ahorrillos o cualquier tipo de activo en rublos se apresuró a cambiarlos a lo que fuera, con lo que la presión sobre el tipo del rublo fue de órdago. El Banco Central, enfrentado a una devaluación de golpe y porrazo muy lejana a la pérdida gradual que había prometido Ignatiev, tragó quina y tuvo que ir poniendo dólares y euros encima de la mesa para defender un tipo cada vez más indefendible, hasta el punto de que la cuarta parte de las reservas exteriores ha volado en un par de meses.
Y ahora, la pregunta definitiva: ¿Ignatiev es tonto del culo y se ha ido de la lengua o bien estaba pensando en algo cuando dijo lo de la devaluación gradual? O bien: ¿a quién ha beneficiado esta sangría de reservas, en lugar de haber devaluado de golpe y de un día para otro sin avisar, como hace todo quisqui?
La respuesta es que probablemente Ignatiev no es tonto del culo. Pero el resultado de sus palabritas y de la defensa gradual del rublo es que ha dado tiempo a los rusos (y, ejem, a algún que otro extranjero) de cambiar sus ahorros en rublos por las reservas de divisas del Banco Central, cosa que no hubiera pasado si de un día para otro el rublo se hubiera devaluado. Es decir, que el Banco Central ha subvencionado a saco paco a los rusos... pero no a todos, sino sólo, y sobre todo, a los más ricachones, que son los que tienen ahorros y que ni de lejos son la mayoría, ni siquiera la mitad, de la población.
Los rusos pobretones, que son la gran mayoría, no sólo no se han visto beneficiados con la medida, sino que les han tomado el pelo una vez más: las reservas de divisas, de las que en parte se podría decir que son dueños, han caído a saco y, debido a la devaluación, gradual o no, las presiones inflacionistas van a dejarles el bolsillo más vacío de lo que pudiera estar de por sí. La inflación del 2008 ha sido del 13,3% y el Gobierno dice que la del 2009 estará por el 12-13%: apuesto lo que quiera cualquier lector a que supera holgadamente el 15%, y que los salarios, en el mejor de los casos, se van a estar quietecitos.
En fin, la diferencia con las tomaduras de pelo de 1993 y de 1998 es que entonces prácticamente todo el mundo se quedó sin blanca, mientras que esta vez el Banco Central ha dado tiempo para que los que tuvieran dinero lo cambien y ahora tengan más todavía, porque se han quedado, además, con un buen tajo de las reservas de divisas.
Toma política social del Gobierno que preside el señor Putin. A todo esto, ¿alguien ha oído a los comunistas o a los de Rusia Justa, que se supone que son de izquierdas, decir algo? Yo no.
miércoles, 21 de enero de 2009
Operación Reconquista
Las cinco horas que ha costado recuperar la maleta no se las deseo ni a la plantilla del Bayern de Munich. El procedimiento consiste en llegar al aeropuerto, en este caso en vehículo privado, aparcar donde quepa (lo único que funciona bien en este aparcamiento son las maquinitas cobradoras para acceder al mismo; el resto es la jungla) y volver a la cinta de equipajes de donde se supone que debía haber salido en su día la maleta.
Para eso, hay que atravesar el pusto de aduana en sentido contrario al habitual. Detienen al viajero dos probos aduaneros, pulcramente vestidos de verde y con la prestancia que da su responsabilidad de defender el territorio ruso de los pérfidos contrabandistas que infestan Domodiédovo y causan perjuicios incalculables a la economía rusa, hasta el punto de que podrían ser, ellos solos, los causantes de la crisis que, ¡ay!, afecta al país.
- ¿A dónde va usted?
- A recuperar una maleta -y les enseño el parte, la declaración sellada, el talón de equipaje y poco menos que el título de graduado escolar.
- Pase por la otra puerta.
Allí no había nadie y los probos aduaneros estaban rascándose la barriga, pero pasar, lo que es pasar, por allí no se podía, a pesar de que el montón de maletas se veía a menos de diez metros y no había más barrera que los cuerpos de los servidores públicos. Cierto es que rascarse la barriga, en el caso de los aduaneros allí presentes, era una labor que, de llevarse a cabo con la minuciosidad requerida, podría prolongarse mucho tiempo.
Me dirigí a la otra puerta, donde hice algo de cola, claro, y conseguí pasar sin más problemas, con lo que me metí en la oficina donde la antevíspera había hecho los papeles. Casualmente, estaba de turno la misma persona del otro día, "ji-ji-no-podemos-llevarle-la-maleta", que me vio y me reconoció inmediatamente.
- ¿Viene a buscar la maleta?
- Sí- "si le parece, habré venido adrede a charlar contigo, no te joroba".
- Pues vaya a buscarla ahí detrás.
"Detrás" era el espacio que había entre los ventanales de la sala de recogida de equipajes y una fila de sillas atadas entre sí, y donde jamás he visto tanto equipaje amontonado. Había como cien metros cuadrados atestados de maletas, bolsas, esquíes y todo tipo de cosas que la gente factura. "La peraaaaaa, aquí voy a pasar días hasta encontrar mi maleta", pensé. En realidad, no fue tanto. En cosa de diez minutos la localicé y yo ya pensaba que me piraba y punto, pero no, me detuvo una señora rusa gruñona (lo cual no es totalmente redundante, pero a mí me lo ha parecido durante un momento), que me metió en una garita para registrar el hallazgo.
- ¿Y no puedo mirar si falta algo?
- No. Ya lo mirará después ¿Es que no ve que la aduana ha sellado el equipaje?
Miré un poco mejor, y entonces vi unos hilitos blancos que alguien había cosido con aguja en las cremalleras, unidos por un plomo pequeñito. Debía ser cosa del Cuerpo de Costureros del Servicio Federal de Aduanas.
La señora rusa gruñona y yo nos acercamos al puesto aduanero, donde un probo funcionario, quizá algo desganado, se apartó las legañas, vio los papeles e hizo un gesto con la mano.
- Hala, váyase - me dijo la señora-. Si quiere comprobar si está todo, ábrala.
- ¿Y los sellos?
- Pues quítelos.
- ¿Yo?
- Yo no -y se fue.
Hecho esto, contuve mis ganas de estrangular a alguien, pasé por el pasillo verde bajo la mirada de los dos probos aduaneros anteriores, que seguían rascándose la barriga y que, a estas alturas, seguramente ya tendrían las uñas bastante roídas, pagué el aparcamiento y salí de allí, sólo para enfrentarme a la madre de todos los atascos y llegar a casa tres horas después con el repertorio de tacos, insultos y maldiciones absolutamente agotado.
¿Cuál es el objetivo del asunto? Probablemente, en tiempos de crisis, las transacciones internacionales bajan y los aduaneros, cuya retribución se basa en las... ejem, dádivas de los viajeros sospechosos de contrabando, han decidido diversificar sus fuentes de ingresos, porque consta que una... dádiva lo suficientemente generosa sería suficiente para remover todos los impedimientos legales que la Aduana rusa, en estricto cumplimiento de su función, no tiene más remedio que observar. Y, si no, aquí hay un reportaje que, aunque tendencioso y preparado por el odioso panfleto proyanqui imperialista, parece apuntar a que Aeroflot está exenta de dichas incomodidades, sin que necesariamente deba deducirse que la Aduana castiga especialmente a las líneas aéreas extranjeras ni al aeropuerto de Domodiédovo. Claaaaaaro que no.
Eso sí, algo he sacado del asunto: un juego de plomos auténticos del Cuerpo de Costureros Aduaneros, que son ésas cosas con pinta de espermatozoide vago de la foto. Para que luego digan que la Aduana no trabaja. Y, por si cae algo más, he presentado una reclamación a Iberia, porque, aunque ellos se han lavado las manos mejor que un procurador romano del siglo I, lo cierto es que quien perdió la maleta fue ella.
Para eso, hay que atravesar el pusto de aduana en sentido contrario al habitual. Detienen al viajero dos probos aduaneros, pulcramente vestidos de verde y con la prestancia que da su responsabilidad de defender el territorio ruso de los pérfidos contrabandistas que infestan Domodiédovo y causan perjuicios incalculables a la economía rusa, hasta el punto de que podrían ser, ellos solos, los causantes de la crisis que, ¡ay!, afecta al país.
- ¿A dónde va usted?
- A recuperar una maleta -y les enseño el parte, la declaración sellada, el talón de equipaje y poco menos que el título de graduado escolar.
- Pase por la otra puerta.
Allí no había nadie y los probos aduaneros estaban rascándose la barriga, pero pasar, lo que es pasar, por allí no se podía, a pesar de que el montón de maletas se veía a menos de diez metros y no había más barrera que los cuerpos de los servidores públicos. Cierto es que rascarse la barriga, en el caso de los aduaneros allí presentes, era una labor que, de llevarse a cabo con la minuciosidad requerida, podría prolongarse mucho tiempo.
Me dirigí a la otra puerta, donde hice algo de cola, claro, y conseguí pasar sin más problemas, con lo que me metí en la oficina donde la antevíspera había hecho los papeles. Casualmente, estaba de turno la misma persona del otro día, "ji-ji-no-podemos-llevarle-la-maleta", que me vio y me reconoció inmediatamente.
- ¿Viene a buscar la maleta?
- Sí- "si le parece, habré venido adrede a charlar contigo, no te joroba".
- Pues vaya a buscarla ahí detrás.
"Detrás" era el espacio que había entre los ventanales de la sala de recogida de equipajes y una fila de sillas atadas entre sí, y donde jamás he visto tanto equipaje amontonado. Había como cien metros cuadrados atestados de maletas, bolsas, esquíes y todo tipo de cosas que la gente factura. "La peraaaaaa, aquí voy a pasar días hasta encontrar mi maleta", pensé. En realidad, no fue tanto. En cosa de diez minutos la localicé y yo ya pensaba que me piraba y punto, pero no, me detuvo una señora rusa gruñona (lo cual no es totalmente redundante, pero a mí me lo ha parecido durante un momento), que me metió en una garita para registrar el hallazgo.
- ¿Y no puedo mirar si falta algo?
- No. Ya lo mirará después ¿Es que no ve que la aduana ha sellado el equipaje?
Miré un poco mejor, y entonces vi unos hilitos blancos que alguien había cosido con aguja en las cremalleras, unidos por un plomo pequeñito. Debía ser cosa del Cuerpo de Costureros del Servicio Federal de Aduanas.
La señora rusa gruñona y yo nos acercamos al puesto aduanero, donde un probo funcionario, quizá algo desganado, se apartó las legañas, vio los papeles e hizo un gesto con la mano.
- Hala, váyase - me dijo la señora-. Si quiere comprobar si está todo, ábrala.
- ¿Y los sellos?
- Pues quítelos.
- ¿Yo?
- Yo no -y se fue.
Hecho esto, contuve mis ganas de estrangular a alguien, pasé por el pasillo verde bajo la mirada de los dos probos aduaneros anteriores, que seguían rascándose la barriga y que, a estas alturas, seguramente ya tendrían las uñas bastante roídas, pagué el aparcamiento y salí de allí, sólo para enfrentarme a la madre de todos los atascos y llegar a casa tres horas después con el repertorio de tacos, insultos y maldiciones absolutamente agotado.
¿Cuál es el objetivo del asunto? Probablemente, en tiempos de crisis, las transacciones internacionales bajan y los aduaneros, cuya retribución se basa en las... ejem, dádivas de los viajeros sospechosos de contrabando, han decidido diversificar sus fuentes de ingresos, porque consta que una... dádiva lo suficientemente generosa sería suficiente para remover todos los impedimientos legales que la Aduana rusa, en estricto cumplimiento de su función, no tiene más remedio que observar. Y, si no, aquí hay un reportaje que, aunque tendencioso y preparado por el odioso panfleto proyanqui imperialista, parece apuntar a que Aeroflot está exenta de dichas incomodidades, sin que necesariamente deba deducirse que la Aduana castiga especialmente a las líneas aéreas extranjeras ni al aeropuerto de Domodiédovo. Claaaaaaro que no.
Eso sí, algo he sacado del asunto: un juego de plomos auténticos del Cuerpo de Costureros Aduaneros, que son ésas cosas con pinta de espermatozoide vago de la foto. Para que luego digan que la Aduana no trabaja. Y, por si cae algo más, he presentado una reclamación a Iberia, porque, aunque ellos se han lavado las manos mejor que un procurador romano del siglo I, lo cierto es que quien perdió la maleta fue ella.
martes, 20 de enero de 2009
Mal de muchos
Esto publicaba ayer The Moscow Times, el panfleto imperialista y proyanqui, frecuentemente acusado por los rusófilos de tendenciosidad, amarillismo proamericano y de ser esclavo de los intereses antirrusos. Les cedo la palabra.
Airlines Barred From Delivering Lost Bags
19 January 2009
By Natalya Krainova / The Moscow Times
Did your bag go missing en route to Moscow? Don't expect the airline to deliver it to your doorstep.
Passengers are being told that they have to make the trip back to the airport to claim their baggage after authorities abruptly decided to start enforcing a five-year-old regulation that requires passengers to escort their own bags through customs.
The change is already creating headaches for people traveling to Russia, and an air industry expert could not recall another European country that requires passengers to pick up their own bags.
Travelers with missing luggage have typically signed waivers allowing airlines to take the bags through Russian customs once they are found and then deliver them to the owners.
These waivers, however, do not give the airlines the legal right to carry the luggage through customs, said Alexei Fomin, a customs officer at Domodedovo Airport.
"Before, it was just all being done illegally," Fomin told The Moscow Times in an interview.
The authorities are now enforcing a 2003 government regulation that says passengers must clear lost luggage through customs themselves unless they give power of attorney to another person or legal entity, Federal Customs Service spokeswoman Natalya Semikina said.
Airlines that have been delivering lost baggage without power of attorney have been violating the law, Semikina said.
Neither customs officials nor the airlines interviewed for this report could say exactly when the recent enforcement of the law began, offering estimates ranging from late November to last Wednesday.
The airlines, however, insisted they were not informed of the original 2003 law and placed the blame squarely on authorities for lack of enforcement.
Delta Air Lines had previously asked passengers to compose a handwritten note giving permission to the airline to clear the lost bags, which were then delivered at its expense, said Leonid Tarasov, head of Delta's operations in Russian and the CIS.
With the rules now being enforced, however, airlines will be unable to offer such a service because their are no notaries public in the customs control area who could sign off on power of attorney rights, Tarasov said.
"They understand that there is no notary there," Tarasov said. "That's how Russian laws work: It's easier to ban something than to solve a problem."
If customs officials have not been enforcing the law for several years, "it's not the fault of the airlines," said Aage Duenhaupt, Lufthansa's head of corporate communications in Europe. "We always abide by the law."
Lufthansa will compensate passengers for taxi expenses to travel to the airport from the Moscow area to collect lost luggage, Duenhaupt said by telephone from London.
Swiss International Air Lines will do the same for its passengers, said spokeswoman Yulia Fyodorova.
British Airways will "apologize to our customers and pay compensation for their unplanned travel" to the airport, said spokeswoman Victoria Mezhenina.
Delta, however, will not be able to compensate passengers for trips due to the cumbersome tax paperwork that would be involved, Tarasov said.
Not all airlines were aware of the ban of delivering lost baggage. Aeroflot spokeswoman Irina Dannenberg said the airline had been delivering lost luggage up until the New Year and that she was unaware of any changes. She said she could not say whether Aeroflot might compensate passengers who have to retrieve their lost bags.
The changes are catching passengers by surprise. Simone, a German citizen who asked that only her first name be used, said she learned about the new rule from a customs official after standing in a long line at the lost luggage desk at Domodedovo Airport on Jan. 12.
Simone said she spent three hours on the telephone with Lufthansa the next day trying to establish her suitcase's whereabouts and another four hours the following day driving to Domodedovo and back.
"With six years expat experience in Russia … I am able to deal with such situations, but there were many foreigners losing their nerves," she said by e-mail Friday.
In Europe, it is the responsibility of the airline to deliver delayed baggage to the address indicated by the passenger, said Stephanie Lericollais, a spokeswoman for the Association of European Airlines.
She said she had never heard of a system in Europe or the United States in which travelers are required to collect their lost luggage themselves. "It's more comfortable if luggage is delivered home because the airport can be far away," Lericollais said by telephone from Brussels.
Still, there appear to be ways to skirt the new rule, though not necessarily legally.
A Moscow-based businessman said in an interview Friday that one of his employees flew to Moscow from abroad in mid-December and caught a connecting flight to Siberia. The airline lost the employee's luggage, and despite the fact that he was already in Siberia, customs officials demanded that he return to Moscow to claim the baggage, said the businessman, who spoke on condition of anonymity.
"Needless to say, the problem was only solved by the exchange of money," he said.
Ezekiel Pfeifer and Carl Schreck contributed to this report.
lunes, 19 de enero de 2009
2009: Odisea en Domodiédovo
Domodiédovo es uno de los cuatro aeropuertos de Moscú, situado a unos cuarenta kilómetros del centro, lo que, teniendo en cuenta los atascos, puede suponer no menos de dos horas y más frecuentemente tres o cuatro de camino. Es el más moderno y el que acoge los vuelos de Iberia, en cuyo vuelo desde Madrid llegábamos mi familia y yo tras una nochecita toledana. La gente sale con prisa del avión para pasar cuanto antes el primer embudo de un aeropuerto internacional ruso, el control de pasaportes. De esta forma las carreras por los pasillos son moneda corriente.
Suelo participar en ellas con bastante éxito cuando voy solo, pero usando la cintura para colarme entre la gente sin arrollarla. No toda la gente dispone de cintura ni de la sobriedad requerida para este ejercicio, y entre la gente que carece de tales cualidades estaba el troglodita beodo que en la última entrada por poco no se lía a tortas con otro pasajero. El troglodita se puso detrás de Ame, que apenas se había despertado el pobre y caminaba torpemente por el pasillo, le dijo que se apartara y por poco no le empuja.
No es normal que eso se haga a un niño de cinco años, salvo en un caso extremo de salvajismo como el que estábamos padeciendo. Para mi alegría, vi que el tipo llevaba dos enormes bolsas en las manos, con lo que le cogí y le zarandeé un poco para que dejara de abusar. Luego el tipo se metió en la cola más larga y tardó más que nosotros en salir.
La siguiente batalla tuvo lugar en la cinta de equipajes. Tres maletas llegaron sucias, pero enteras; la cuarta, precisamente la que tenía el jamón, no llegó en absoluto.
- Está en Madrid - dijo una encargada con las ganas que tiene alguien que está a las siete de la mañana trabajando -. Rellene esta declaración aduanera.
Lo hice. Después le di mis datos personales y la dirección.
- Su maleta llegará en el vuelo de esta tarde. Le avisaremos para que venga a recogerla.
- ¿Que yo tengo que venir a recogerla? ¡Está de broma! La maleta me la envían ustedes a casa.
- No, ji ji, no podemos.
- ¿Cómo que no pueden?
- No. La aduana no nos deja. Desde hace un mes los pasajeros que hayan perdido una maleta tienen que venir ellos mismos a recuperarla.
Observemos el dato lingüístico. La encargada sutilmente deja caer que la maleta la he perdido yo. La línea aérea y los servicios del aeropuerto bastante harán con acercármela un poquito.
- Oiga, esto no puede ser. Deme ahora mismo el libro de reclamaciones.
- No, nosotros no tenemos.
A pesar del mal tiempo que habíamos tenido en España, se me estaba poniendo la cara de un color que ni un turista podría igualar tras un mes en Canarias.
- ¿Que no tienen?
- No. Vaya a la representante de la compañía aérea.
- ¿Dónde está?
- Fuera, pasada la aduana.
Pues aquí tenemos el dato. Barajas es un caos indecente, pero si le unimos a Barajas una dosis de burocracia aduanera rusa, la mezcla es letal.
La peregrinación por la aduana, por la oficina de ventas de Iberia y por la oficina del aeropuerto fue bastante inútil. El aduanero veía totalmente lógico que tuviera que ir yo a recoger la maleta. La señora de la oficina de ventas me ofreció el libro de reclamaciones mientras se sonreía sarcásticamente, y la chica de Iberia sólo me abrió la puerta tras un par de puñetazos iracundos en la misma. Todos parecían sorprendidos de ver a alguien tan cabreado, en lugar de conformarse con el destino, como hacían los demás, agachar la cabeza y obedecer dando un balido.
Está visto que tres semanas en España es mucho tiempo. A ver si dentro de un par de días me he acostumbrado a la docilidad local y me dejo pisotear...
Suelo participar en ellas con bastante éxito cuando voy solo, pero usando la cintura para colarme entre la gente sin arrollarla. No toda la gente dispone de cintura ni de la sobriedad requerida para este ejercicio, y entre la gente que carece de tales cualidades estaba el troglodita beodo que en la última entrada por poco no se lía a tortas con otro pasajero. El troglodita se puso detrás de Ame, que apenas se había despertado el pobre y caminaba torpemente por el pasillo, le dijo que se apartara y por poco no le empuja.
No es normal que eso se haga a un niño de cinco años, salvo en un caso extremo de salvajismo como el que estábamos padeciendo. Para mi alegría, vi que el tipo llevaba dos enormes bolsas en las manos, con lo que le cogí y le zarandeé un poco para que dejara de abusar. Luego el tipo se metió en la cola más larga y tardó más que nosotros en salir.
La siguiente batalla tuvo lugar en la cinta de equipajes. Tres maletas llegaron sucias, pero enteras; la cuarta, precisamente la que tenía el jamón, no llegó en absoluto.
- Está en Madrid - dijo una encargada con las ganas que tiene alguien que está a las siete de la mañana trabajando -. Rellene esta declaración aduanera.
Lo hice. Después le di mis datos personales y la dirección.
- Su maleta llegará en el vuelo de esta tarde. Le avisaremos para que venga a recogerla.
- ¿Que yo tengo que venir a recogerla? ¡Está de broma! La maleta me la envían ustedes a casa.
- No, ji ji, no podemos.
- ¿Cómo que no pueden?
- No. La aduana no nos deja. Desde hace un mes los pasajeros que hayan perdido una maleta tienen que venir ellos mismos a recuperarla.
Observemos el dato lingüístico. La encargada sutilmente deja caer que la maleta la he perdido yo. La línea aérea y los servicios del aeropuerto bastante harán con acercármela un poquito.
- Oiga, esto no puede ser. Deme ahora mismo el libro de reclamaciones.
- No, nosotros no tenemos.
A pesar del mal tiempo que habíamos tenido en España, se me estaba poniendo la cara de un color que ni un turista podría igualar tras un mes en Canarias.
- ¿Que no tienen?
- No. Vaya a la representante de la compañía aérea.
- ¿Dónde está?
- Fuera, pasada la aduana.
Pues aquí tenemos el dato. Barajas es un caos indecente, pero si le unimos a Barajas una dosis de burocracia aduanera rusa, la mezcla es letal.
La peregrinación por la aduana, por la oficina de ventas de Iberia y por la oficina del aeropuerto fue bastante inútil. El aduanero veía totalmente lógico que tuviera que ir yo a recoger la maleta. La señora de la oficina de ventas me ofreció el libro de reclamaciones mientras se sonreía sarcásticamente, y la chica de Iberia sólo me abrió la puerta tras un par de puñetazos iracundos en la misma. Todos parecían sorprendidos de ver a alguien tan cabreado, en lugar de conformarse con el destino, como hacían los demás, agachar la cabeza y obedecer dando un balido.
Está visto que tres semanas en España es mucho tiempo. A ver si dentro de un par de días me he acostumbrado a la docilidad local y me dejo pisotear...
viernes, 16 de enero de 2009
2008: Odisea en Barajas
Como casi todos sabéis, y muchos seguro que habéis sufrido, la nueva terminal del aeropuerto de Barajas es una preciosidad arquitectónica pensada para dar gusto a la vista y martirizar a los viajeros que pasamos por ella.
El martirio ha llegado a su extremo estas pasadas Navidades, en que un sinnúmero de viajeros ha pasado por lo que se puede calificar perfectamente de viacrucis, con vuelos cancelados, retrasos de días, maletas amontonadas, crisis nerviosas y gritos de sálvese quien pueda.
Mi historia, mucho menos dramática que casi todas de las vividas por tanta pobre gente, pero historia al fin, comienza anteayer, día del vuelo que nos debía llevar a Moscú desde la temida T-4 de Barajas. Como somos cinco pasajeros, tenemos, lógicamente, cinco billetes y la posibilidad de llevar con nosotros 115 kilos de equipaje. Si viajáis con mujeres con cierta frecuencia, sabréis que, si existe esa posibilidad, lo más probable es que tu equipaje acabe pesando unos 150 kilos; como Alfina es una mujer excepcional, no hizo falta demasiado esfuerzo para dejar las cosas en unos 80 kilitos de nada, repartidos en cuatro maletas para no pillarse los dedos con los nuevos límites de peso por maleta.
Con toda esa parafernalia, nos presentamos en los mostradores de facturación de Ibirria... digo, Iberia, para llevarnos la desagradable sorpresa de que estábamos en lista de espera. Uno se pregunta por qué le venden el billete el 1 de octubre para decirle el 14 de enero que igual va y no vuela, pero se ve que las líneas aéreas son así y que encima es legal. Vaya, que te ves con los churumbeles sin saber si vas a dormir en el avión, en tu casa, en Paracuellos del Jarama o en la capilla de la T-4 mascullando maldiciones.
Al llegar a la puerta de embarque más mosqueados que un moro en una charcutería, vimos que, de los viajeros que había en la cola, y el vuelo estaba hasta los topes, cinco eran españoles: nosotros. Todos los demás, pero todos, eran rusos y, la verdad, venían bastante morenos y, algunos, igualmente en lista de espera, también bastante mosqueados.
En estas circunstancias, todas las armas que se puedan usar son pocas. Ame se puso junto a la auxiliar y yo le dije que pusiera cara de pena. Abi y Ro no hacía falta que la pusieran, porque estaban rendidas y se les notaba, pero también las puse donde la auxiliar pudiera verlas. Alfina es una maestra poniendo sonrisitas que inspiran simpatía y yo, que soy el más antipático de la familia, hice un esfuerzo de comedimiento y expuse el caso sin cabrearme.
La cosa salió bien y la auxiliar, pasando del resto de la lista de espera, con quienes sólo se podía comunicar por gestos y con monosílabos en inglés, nos colocó los primeros. Le agradecimos el gesto y pasamos al avión.
No sé si habéis volado con el A-319 que pone Iberia para volar entre Madrid y Moscú. Si medís 1,75 o más, seguro que sabéis a qué me refiero. La reacción de Iberia para paliar el "overbooking" consiste en meter con calzador más asientos en el avión, con lo que el espacio entre filas queda reducido a la mínima expresión y el que termina entrando en su asiento con calzador es el pasajero. A los niños les dio lo mismo, y Alfina tampoco llega a la estatura requerida, pero servidor tenía las piernas en posturas inverosímiles.
Con lo tochos que son los rusos, meterlos ahí es jugársela. Ya se sabe que la concentración excesiva de población es un caldo de cultivo para la violencia y, si no lo creéis, preguntad en la franja de Gaza. Junto a nosotros había una señora que debía llevar años poniéndose morada de blinis con mantequilla, porque tenía lorzas hasta en las orejas. Incomprensiblemente, fue capaz de embutirse en el mínimo espacio que Iberia le había destinado. A eso de mitad de vuelo, un compañero, maromo, o lo que fuera, por cierto que bastante mamado, se puso a charlar con ella. Obviamente, tuvo la deferencia de ir él al asiento de ella, porque, si sale ella, a saber si iba a poder entrar de nuevo. El caso es que el ruso no tenía fácil mantenerse de pie, entre lo contento que iba y la zona de turbulencias que estábamos pasando (¿Os creéis que los rusos corren a sentarse cuando se pasa por una zona de turbulencias? ¡Ja!), y se apoyó en el asiento del pasajero de delante y que estaba en la última fila de clase "business".
Allí dormía una señora que, habiendo pagado un billete de primera, seguramente no esperaba molestias. La señora parecía que lo iba a dejar pasar, pero el maromo seguía moviendo el asiento y el marido de la molestada le dio un manotazo bastante poco amistoso, diciéndole que dejara de incordiar. El neandertal embriagado trató de devolver el manotazo, pero le dio corte pasar a la zona "business" y se conformó con hacer aspavientos desde su lado de la cortinilla, diciendo que ya hablarían en Moscú y dando unos viajes al pobre asiento que parecía que lo iba a partir por la mitad.
Yo, que estaba sentado allí al lado, me puse las manos en la cabeza por si se escapaba algún mandoble, mientras las dos azafatas, bastante alfeñiques ellas, huían pretextando que tenían que encargarse de la tienda a bordo. Por fortuna, el neandertal dejó de proferir amenazas y volvió a su asiento.
Un par de horitas después, llegamos a Moscú, lo que nos da pie para la siguiente entrada, que probablemente tendrá el título "2008: Odisea en Domodiédovo". Sí, hijos, sí, llegar a casa se está poniendo complicado.
El martirio ha llegado a su extremo estas pasadas Navidades, en que un sinnúmero de viajeros ha pasado por lo que se puede calificar perfectamente de viacrucis, con vuelos cancelados, retrasos de días, maletas amontonadas, crisis nerviosas y gritos de sálvese quien pueda.
Mi historia, mucho menos dramática que casi todas de las vividas por tanta pobre gente, pero historia al fin, comienza anteayer, día del vuelo que nos debía llevar a Moscú desde la temida T-4 de Barajas. Como somos cinco pasajeros, tenemos, lógicamente, cinco billetes y la posibilidad de llevar con nosotros 115 kilos de equipaje. Si viajáis con mujeres con cierta frecuencia, sabréis que, si existe esa posibilidad, lo más probable es que tu equipaje acabe pesando unos 150 kilos; como Alfina es una mujer excepcional, no hizo falta demasiado esfuerzo para dejar las cosas en unos 80 kilitos de nada, repartidos en cuatro maletas para no pillarse los dedos con los nuevos límites de peso por maleta.
Con toda esa parafernalia, nos presentamos en los mostradores de facturación de Ibirria... digo, Iberia, para llevarnos la desagradable sorpresa de que estábamos en lista de espera. Uno se pregunta por qué le venden el billete el 1 de octubre para decirle el 14 de enero que igual va y no vuela, pero se ve que las líneas aéreas son así y que encima es legal. Vaya, que te ves con los churumbeles sin saber si vas a dormir en el avión, en tu casa, en Paracuellos del Jarama o en la capilla de la T-4 mascullando maldiciones.
Al llegar a la puerta de embarque más mosqueados que un moro en una charcutería, vimos que, de los viajeros que había en la cola, y el vuelo estaba hasta los topes, cinco eran españoles: nosotros. Todos los demás, pero todos, eran rusos y, la verdad, venían bastante morenos y, algunos, igualmente en lista de espera, también bastante mosqueados.
En estas circunstancias, todas las armas que se puedan usar son pocas. Ame se puso junto a la auxiliar y yo le dije que pusiera cara de pena. Abi y Ro no hacía falta que la pusieran, porque estaban rendidas y se les notaba, pero también las puse donde la auxiliar pudiera verlas. Alfina es una maestra poniendo sonrisitas que inspiran simpatía y yo, que soy el más antipático de la familia, hice un esfuerzo de comedimiento y expuse el caso sin cabrearme.
La cosa salió bien y la auxiliar, pasando del resto de la lista de espera, con quienes sólo se podía comunicar por gestos y con monosílabos en inglés, nos colocó los primeros. Le agradecimos el gesto y pasamos al avión.
No sé si habéis volado con el A-319 que pone Iberia para volar entre Madrid y Moscú. Si medís 1,75 o más, seguro que sabéis a qué me refiero. La reacción de Iberia para paliar el "overbooking" consiste en meter con calzador más asientos en el avión, con lo que el espacio entre filas queda reducido a la mínima expresión y el que termina entrando en su asiento con calzador es el pasajero. A los niños les dio lo mismo, y Alfina tampoco llega a la estatura requerida, pero servidor tenía las piernas en posturas inverosímiles.
Con lo tochos que son los rusos, meterlos ahí es jugársela. Ya se sabe que la concentración excesiva de población es un caldo de cultivo para la violencia y, si no lo creéis, preguntad en la franja de Gaza. Junto a nosotros había una señora que debía llevar años poniéndose morada de blinis con mantequilla, porque tenía lorzas hasta en las orejas. Incomprensiblemente, fue capaz de embutirse en el mínimo espacio que Iberia le había destinado. A eso de mitad de vuelo, un compañero, maromo, o lo que fuera, por cierto que bastante mamado, se puso a charlar con ella. Obviamente, tuvo la deferencia de ir él al asiento de ella, porque, si sale ella, a saber si iba a poder entrar de nuevo. El caso es que el ruso no tenía fácil mantenerse de pie, entre lo contento que iba y la zona de turbulencias que estábamos pasando (¿Os creéis que los rusos corren a sentarse cuando se pasa por una zona de turbulencias? ¡Ja!), y se apoyó en el asiento del pasajero de delante y que estaba en la última fila de clase "business".
Allí dormía una señora que, habiendo pagado un billete de primera, seguramente no esperaba molestias. La señora parecía que lo iba a dejar pasar, pero el maromo seguía moviendo el asiento y el marido de la molestada le dio un manotazo bastante poco amistoso, diciéndole que dejara de incordiar. El neandertal embriagado trató de devolver el manotazo, pero le dio corte pasar a la zona "business" y se conformó con hacer aspavientos desde su lado de la cortinilla, diciendo que ya hablarían en Moscú y dando unos viajes al pobre asiento que parecía que lo iba a partir por la mitad.
Yo, que estaba sentado allí al lado, me puse las manos en la cabeza por si se escapaba algún mandoble, mientras las dos azafatas, bastante alfeñiques ellas, huían pretextando que tenían que encargarse de la tienda a bordo. Por fortuna, el neandertal dejó de proferir amenazas y volvió a su asiento.
Un par de horitas después, llegamos a Moscú, lo que nos da pie para la siguiente entrada, que probablemente tendrá el título "2008: Odisea en Domodiédovo". Sí, hijos, sí, llegar a casa se está poniendo complicado.
lunes, 12 de enero de 2009
El primer día en Madrid (y II)
El grupo de manchegos seguía comentando cosas de su pueblo y de su gente. Y llamaba la atención el contraste con lo que se iban a encontrar poco después, de la sencillez de la vida rural a las complicaciones propias de Madrid. Más les valía, de momento, llevar el bolsillo bien lleno.
En uno de mis primeros viajes, coincidí en una cena con un opositor extremeño que viajaba a Madrid con una frecuencia aproximadamente anual.
- Yo -decía- no sé qué pasa, pero, en cuanto me bajo del autobús, parece como si hubiera aspiradores que te van sacando el dinero de los bolsillos. A la que me doy cuenta, me he gastado tanto en un día en Madrid que en dos semanas en Zafra.
Y tanto. No es que los precios de los productos básicos sean superiores, que no lo son mucho: es que los servicios cuestan un riñón y, de entre los servicios, hay que destacar todo lo referente a movilidad. Y todavía más hay que destacar la raza más depredadora que existe sobre la península, las sanguijuelas más chupópteras que ha parido madre y los buitres más inmisericordes de España: el gremio de taxistas madrileños. Ésos son capaces de dar las vueltas que haga falta con tal de machacar la cartera del visitante. Y, encima, le personan la vida y piensan que le están haciendo un favor.
El tren ya iba llegando a Madrid. El genuino miró por la ventana del tren y lanzó un suspiro.
- Me gusta Madrid - dijo.
- ¡Pero si aún no has llegado y ya dices que te gusta!
- No, hombre, me gusta el movimiento, el bullicio... -la verdad es que por la ventana no se veían más que vías de tren y coches.
- Pues mira, yo no te digo que no me quedaría un par de días, pero más no. Más no me iba a gustar.
- ¿Y tú qué sabes, si tampoco has estado?
- No lo sé, pero sí que lo sé, que el Agustín ya me dijo que él estuvo un par de días y no veía la hora de volverse. Que está bien, pero que cansa.
- ¡El Agustín está tonto! ¡No sé cómo lo cogieron para conducir la camioneta!
- Eso sí. Si no sabe ni hacer la o con un canuto.
- Pero Madrid bien que lo ha pisado.
- Y nosotros también ahora.
Entonces el tren se detuvo. Todos nos levantamos.
- Venga, a ver qué hacemos.
- Pobre gente, seguro que con lo que hemos hablado les hemos dado el viaje.
Ahí no pude menos que sonreír. Bajamos todos, y ellos se agruparon en el andén.
- ¿Qué hacemos?
- Podíamos ir a ver el monumento ése que debe haber a las víctimas del atentado.
Les dejé en alegre conciliábulo al lado del tren. Sin duda sus aventuras en Madrid serían dignas de ser narradas, pero, por mucho que me hubiera gustado quedarme a compartir sus primeros días en Madrid, mis quehaceres me llamaban a otra parte de la ciudad, así que les dirigí una última mirada de ánimo y desaparecí en dirección a la estación de metro. Ellos me pareció que iban a la parada de taxi. Pobres.
En uno de mis primeros viajes, coincidí en una cena con un opositor extremeño que viajaba a Madrid con una frecuencia aproximadamente anual.
- Yo -decía- no sé qué pasa, pero, en cuanto me bajo del autobús, parece como si hubiera aspiradores que te van sacando el dinero de los bolsillos. A la que me doy cuenta, me he gastado tanto en un día en Madrid que en dos semanas en Zafra.
Y tanto. No es que los precios de los productos básicos sean superiores, que no lo son mucho: es que los servicios cuestan un riñón y, de entre los servicios, hay que destacar todo lo referente a movilidad. Y todavía más hay que destacar la raza más depredadora que existe sobre la península, las sanguijuelas más chupópteras que ha parido madre y los buitres más inmisericordes de España: el gremio de taxistas madrileños. Ésos son capaces de dar las vueltas que haga falta con tal de machacar la cartera del visitante. Y, encima, le personan la vida y piensan que le están haciendo un favor.
El tren ya iba llegando a Madrid. El genuino miró por la ventana del tren y lanzó un suspiro.
- Me gusta Madrid - dijo.
- ¡Pero si aún no has llegado y ya dices que te gusta!
- No, hombre, me gusta el movimiento, el bullicio... -la verdad es que por la ventana no se veían más que vías de tren y coches.
- Pues mira, yo no te digo que no me quedaría un par de días, pero más no. Más no me iba a gustar.
- ¿Y tú qué sabes, si tampoco has estado?
- No lo sé, pero sí que lo sé, que el Agustín ya me dijo que él estuvo un par de días y no veía la hora de volverse. Que está bien, pero que cansa.
- ¡El Agustín está tonto! ¡No sé cómo lo cogieron para conducir la camioneta!
- Eso sí. Si no sabe ni hacer la o con un canuto.
- Pero Madrid bien que lo ha pisado.
- Y nosotros también ahora.
Entonces el tren se detuvo. Todos nos levantamos.
- Venga, a ver qué hacemos.
- Pobre gente, seguro que con lo que hemos hablado les hemos dado el viaje.
Ahí no pude menos que sonreír. Bajamos todos, y ellos se agruparon en el andén.
- ¿Qué hacemos?
- Podíamos ir a ver el monumento ése que debe haber a las víctimas del atentado.
Les dejé en alegre conciliábulo al lado del tren. Sin duda sus aventuras en Madrid serían dignas de ser narradas, pero, por mucho que me hubiera gustado quedarme a compartir sus primeros días en Madrid, mis quehaceres me llamaban a otra parte de la ciudad, así que les dirigí una última mirada de ánimo y desaparecí en dirección a la estación de metro. Ellos me pareció que iban a la parada de taxi. Pobres.
viernes, 9 de enero de 2009
El primer día en Madrid (I)
En Albacete subieron al tren cinco jovenzuelos bastante peculiares. Desde luego, lo seguro es que no eran de la propia Albacete, sino probablemente de algún pueblo de la provincia, porque su acento, alargando las últimas v0cales de las palabras, era de la España profunda más genuina. Ocuparon sus asientos armando bastante algarabía, pero no se diría que el ruido que hacían era excesivo. Cuatro de ellos, si no fuera por su acento, hubieran podido pasar desapercibidos, tanto por sus ademanes como por su aspecto físico; pero el quinto era un ejemplar paradigmático del españolito de pueblo; rasgos acusados, ojos vivarachos en unas cuencas pronunciadísimas, aspavientos más que ademanes, y unas cejas... ¡qué cejas! unas cejas que el mismísimo Brezhnev hubiera mirado con envidia, anchas como pocas, pobladas como ninguna y negras como la boina que, si hubiera llevado, le hubieran convertido en el pueblerino por antonomasia.
Me quedé mirándoles con una mezcla de curiosidad y simpatía. Después de todo, yo también nací de pueblo y de vez en cuando retorno, aunque años de urbanita han terminado por desbastarme y hacer de mí un vano remedo de mis orígenes. Pero los orígenes, por ocultos que estén, siempre terminan por salir a la luz, y allí estaba aquel grupo de chavales para hacerlos emerger.
- ¿Y el tren ya va hasta Madrid? -dijo uno.
- Hasta allí va -dijo el genuino, que, por si fuera poco, era el que llevaba la voz cantante.
- Debe ser grande Madrid.
- Ya lo creo. Debe ser mucho mayor que Albacete.
Dios mio. Aquel grupo era la primera vez que iba a visitar Madrid, sin duda para pasar allí el fin de año en alguna verbena y luego Dios diría. Madre mía, la que les esperaba, y eso que los miembros del grupo andarían más cerca de los treinta que de los veinte. Se me hacía extraño que un manchego, con lo cerca que le cae, no se hubiera dejado caer a tales alturas por la villa y (ex)corte. Pero bueno, ya se sabe que nunca es tarde.
Mi primera visita a Madrid fue con el cuarto de siglo ya a cuestas, y no fue por turismo, que aún hoy es algo que tengo pendiente hacer en serio, ni por pasar un par de días de jolgorio, sino por una prosaica entrevista de trabajo. Ése seguiría siendo el motivo de mis siguientes visitas a la capital de España, hasta que, desde hace cosa de una década, mis estancias en la capital han pasado a cambiar de naturaleza. Es lo que tiene casarse con alguien de allí.
- ¿Cuándo llegaremos a Madrid?
- Pues deberíamos tardar cosa de dos horas.
- ¿Tú crees que Madrid será más grande que Valencia? Una vez, ¿te acuerdas?, estuve un día y medio en Valencia, por Fallas.
- Sí, que fuiste a casa de tu prima.
- Y volviste diciendo que aquello era mu grande.
- Y que había mucha gente.
- ¡Anda tú! ¿Y cuánta gente querías que hubiera, si estaban de fiestas?
- Pues en Madrid debe haber más.
Ya lo creo que sí. En Madrid hay mucha más gente que en Valencia. Aquel primer día, a mediados de noviembre, salí de Atocha con la inseguridad propia de quien circula por terreno desconocido y me dirigí hacia el lugar donde iba a tener lugar la entrevista, en plena Castellana. Pase por delante del Museo del Prado, proponiéndome volver con más sosiego para visitarlo; pasé por delante de la Biblioteca Nacional; por delante del entonces edificio de Correos; vi la estatua de Colón en la plaza de su nombre, y a todo iba poniendo tal cara de admiración que debía ser evidente para cualquiera que me viera que era nuevo, y hasta novísimo, por la ciudad. Y que, aunque en atención al motivo de mi viaje iba vestido con traje y corbata, y que había tomado prestado un abrigo de mi padre por si hacía más frío del que un valenciano es capaz de soportar, mis ademanes y mi actitud desmentían mi atuendo y revelaban al pardillo que había debajo.
- ¿Y qué hacemos al llegar?
- No sé. Ya veremos qué se nos ocurre.
- ¡Pues no tenemos tiempo hasta la noche ni na!
En su día, yo llegué a la entrevista de trabajo andando y como unas dos horas antes de que debiera tener lugar. El día era bonito, pero hacía frío y estar sentado dos horas en un banco de la Castellana era algo exagerado. Entrar al edificio tan pronto no era de recibo y yo no sabía muy bien qué hacer, así que me metí en un bar a comer algo, porque se acercaba el mediodía. Como en España en general, y en Madrid en particular, la gente come tarde, el bar estaba bastante vacío. Me atendió un camarero de unos cincuenta años, y yo me senté en una mesa vacía, a cuyo lado había un señor tirando a gordo con el pelo engominado que leía distraído el periódico y a quien el camarero trataba con mucho respeto.
- El otro dia conseguimos las pistolas, señor -le dijo.
- ¿Y son buenas? -dijo el cliente sin apenas mirarle.
- Yo las he estado viendo, y son muy buenas. Se las pasamos a Ciríaco.
- ¿A Ciríaco? ¿Y es de confianza?
- Es de confianza, señor.
- Bueno, pero yo se las hubiera pasado a Juan.
- Claro que si, señor, pero Ciríaco también es bueno. También ése le daba a los rojos como el que más.
- Le haré caso si usted lo dice.
El camarero dejó servido al señor engominado y pasó a servirme a mí, que no estaba muy seguro de dónde me había metido. Creo que comí demasiado deprisa y a la salida tenía un nudo en el estómago. Si hubiera sido rojo, no quiero ni pensarlo.
Entretanto, el tren seguía avanzando por La Mancha y los cinco muchachos seguían hablando animadamente entre ellos, a veces con algún detalle de nervios. Sí, la primera llegada a Madrid tiene ese no sé qué de incertidumbre que luego se recuerda con simpatía, pero que en el momento en que se produce es bastante molesto.
Me quedé mirándoles con una mezcla de curiosidad y simpatía. Después de todo, yo también nací de pueblo y de vez en cuando retorno, aunque años de urbanita han terminado por desbastarme y hacer de mí un vano remedo de mis orígenes. Pero los orígenes, por ocultos que estén, siempre terminan por salir a la luz, y allí estaba aquel grupo de chavales para hacerlos emerger.
- ¿Y el tren ya va hasta Madrid? -dijo uno.
- Hasta allí va -dijo el genuino, que, por si fuera poco, era el que llevaba la voz cantante.
- Debe ser grande Madrid.
- Ya lo creo. Debe ser mucho mayor que Albacete.
Dios mio. Aquel grupo era la primera vez que iba a visitar Madrid, sin duda para pasar allí el fin de año en alguna verbena y luego Dios diría. Madre mía, la que les esperaba, y eso que los miembros del grupo andarían más cerca de los treinta que de los veinte. Se me hacía extraño que un manchego, con lo cerca que le cae, no se hubiera dejado caer a tales alturas por la villa y (ex)corte. Pero bueno, ya se sabe que nunca es tarde.
Mi primera visita a Madrid fue con el cuarto de siglo ya a cuestas, y no fue por turismo, que aún hoy es algo que tengo pendiente hacer en serio, ni por pasar un par de días de jolgorio, sino por una prosaica entrevista de trabajo. Ése seguiría siendo el motivo de mis siguientes visitas a la capital de España, hasta que, desde hace cosa de una década, mis estancias en la capital han pasado a cambiar de naturaleza. Es lo que tiene casarse con alguien de allí.
- ¿Cuándo llegaremos a Madrid?
- Pues deberíamos tardar cosa de dos horas.
- ¿Tú crees que Madrid será más grande que Valencia? Una vez, ¿te acuerdas?, estuve un día y medio en Valencia, por Fallas.
- Sí, que fuiste a casa de tu prima.
- Y volviste diciendo que aquello era mu grande.
- Y que había mucha gente.
- ¡Anda tú! ¿Y cuánta gente querías que hubiera, si estaban de fiestas?
- Pues en Madrid debe haber más.
Ya lo creo que sí. En Madrid hay mucha más gente que en Valencia. Aquel primer día, a mediados de noviembre, salí de Atocha con la inseguridad propia de quien circula por terreno desconocido y me dirigí hacia el lugar donde iba a tener lugar la entrevista, en plena Castellana. Pase por delante del Museo del Prado, proponiéndome volver con más sosiego para visitarlo; pasé por delante de la Biblioteca Nacional; por delante del entonces edificio de Correos; vi la estatua de Colón en la plaza de su nombre, y a todo iba poniendo tal cara de admiración que debía ser evidente para cualquiera que me viera que era nuevo, y hasta novísimo, por la ciudad. Y que, aunque en atención al motivo de mi viaje iba vestido con traje y corbata, y que había tomado prestado un abrigo de mi padre por si hacía más frío del que un valenciano es capaz de soportar, mis ademanes y mi actitud desmentían mi atuendo y revelaban al pardillo que había debajo.
- ¿Y qué hacemos al llegar?
- No sé. Ya veremos qué se nos ocurre.
- ¡Pues no tenemos tiempo hasta la noche ni na!
En su día, yo llegué a la entrevista de trabajo andando y como unas dos horas antes de que debiera tener lugar. El día era bonito, pero hacía frío y estar sentado dos horas en un banco de la Castellana era algo exagerado. Entrar al edificio tan pronto no era de recibo y yo no sabía muy bien qué hacer, así que me metí en un bar a comer algo, porque se acercaba el mediodía. Como en España en general, y en Madrid en particular, la gente come tarde, el bar estaba bastante vacío. Me atendió un camarero de unos cincuenta años, y yo me senté en una mesa vacía, a cuyo lado había un señor tirando a gordo con el pelo engominado que leía distraído el periódico y a quien el camarero trataba con mucho respeto.
- El otro dia conseguimos las pistolas, señor -le dijo.
- ¿Y son buenas? -dijo el cliente sin apenas mirarle.
- Yo las he estado viendo, y son muy buenas. Se las pasamos a Ciríaco.
- ¿A Ciríaco? ¿Y es de confianza?
- Es de confianza, señor.
- Bueno, pero yo se las hubiera pasado a Juan.
- Claro que si, señor, pero Ciríaco también es bueno. También ése le daba a los rojos como el que más.
- Le haré caso si usted lo dice.
El camarero dejó servido al señor engominado y pasó a servirme a mí, que no estaba muy seguro de dónde me había metido. Creo que comí demasiado deprisa y a la salida tenía un nudo en el estómago. Si hubiera sido rojo, no quiero ni pensarlo.
Entretanto, el tren seguía avanzando por La Mancha y los cinco muchachos seguían hablando animadamente entre ellos, a veces con algún detalle de nervios. Sí, la primera llegada a Madrid tiene ese no sé qué de incertidumbre que luego se recuerda con simpatía, pero que en el momento en que se produce es bastante molesto.
lunes, 5 de enero de 2009
Buscando culpables
Tanto moverse de Moscú a Madrid, de Madrid a Valencia, de Valencia a Vitigudino y a Dios sabe cuántos sitios no podía traer nada bueno. No es de extrañar que el más joven de los miembros de la tropa, Ame, acabara sufriendo alguna disfunción de poca importancia, aunque indudablemente inoportuna.
- Papá...
- Sí, Ame.
- N'hi ha un problema, pero no me he fet pis. (Hay un problema, pero no me he hecho pis)
- ¿Un problema? ¿I no t'has fet pis? (¿Un problema? ¿Y no te has hecho pis?)
- No, no, no és aixo. És un problema que té que vore en el pijama. (No, no es eso. Es un problema que tiene que ver con el pijama)
- ¿I qué li ha passat al teu pijama? ¿Segur que no t'has fet pis? ( ¿Y que le ha pasado a tu pijama? ¿Seguro que no te has hecho pis?)
- Noooo... ha passat una cosa molt estranya. (Noooo... ha pasado una cosa muy extraña)
- ¿T'has fet pis o no? (¿Te has hecho pis o no?)
- Voras, esta nit he suat molt i el pijama estava molt banyat. I, curiosament, olia a pis, pero jo no m'havia fet pis. (Verás, esta noche he sudado mucho y el pijama estaba muy mojado. Y, curiosamente, olía a pis, pero yo no me había hecho pis)
- Sí que és curios, sí... ¿i tu qué penses que ha passat? (Sí que es curioso, sí... ¿y tú qué piensas que ha pasado?)
- No sé - y Ame se encogió de hombros con una carita de inocencia y una sonrisita pícara que a su temprana edad ya le han dado muchos triunfos.
- ¿A lo millor Abi s'ha posat per la nit el teu pijama, s'ha fet pis en ell i t'ho ha tornat a posar? (¿A lo mejor Abi se ha puesto por la noche tu pijama, se ha hecho pis en él y te lo ha vuelto a poner?)
- Potser, sí, segurament ha segut aixo. (Puede ser, sí, seguramente ha sido eso)
Este chico tiene madera de político. Si con cinco años recién cumplidos trata de colar trolas como éstas con tanto aplomo, dentro de un par de decenios es capaz de convencer a los españoles de entonces de que la culpa de que los sarracenos gobiernen Al-Ándalus y todos tengamos que llevar chilaba, con el calor que hará por entonces, es de Franco y su guardia mora.
- Papá...
- Sí, Ame.
- N'hi ha un problema, pero no me he fet pis. (Hay un problema, pero no me he hecho pis)
- ¿Un problema? ¿I no t'has fet pis? (¿Un problema? ¿Y no te has hecho pis?)
- No, no, no és aixo. És un problema que té que vore en el pijama. (No, no es eso. Es un problema que tiene que ver con el pijama)
- ¿I qué li ha passat al teu pijama? ¿Segur que no t'has fet pis? ( ¿Y que le ha pasado a tu pijama? ¿Seguro que no te has hecho pis?)
- Noooo... ha passat una cosa molt estranya. (Noooo... ha pasado una cosa muy extraña)
- ¿T'has fet pis o no? (¿Te has hecho pis o no?)
- Voras, esta nit he suat molt i el pijama estava molt banyat. I, curiosament, olia a pis, pero jo no m'havia fet pis. (Verás, esta noche he sudado mucho y el pijama estaba muy mojado. Y, curiosamente, olía a pis, pero yo no me había hecho pis)
- Sí que és curios, sí... ¿i tu qué penses que ha passat? (Sí que es curioso, sí... ¿y tú qué piensas que ha pasado?)
- No sé - y Ame se encogió de hombros con una carita de inocencia y una sonrisita pícara que a su temprana edad ya le han dado muchos triunfos.
- ¿A lo millor Abi s'ha posat per la nit el teu pijama, s'ha fet pis en ell i t'ho ha tornat a posar? (¿A lo mejor Abi se ha puesto por la noche tu pijama, se ha hecho pis en él y te lo ha vuelto a poner?)
- Potser, sí, segurament ha segut aixo. (Puede ser, sí, seguramente ha sido eso)
Este chico tiene madera de político. Si con cinco años recién cumplidos trata de colar trolas como éstas con tanto aplomo, dentro de un par de decenios es capaz de convencer a los españoles de entonces de que la culpa de que los sarracenos gobiernen Al-Ándalus y todos tengamos que llevar chilaba, con el calor que hará por entonces, es de Franco y su guardia mora.
viernes, 2 de enero de 2009
Gimnasia
En Navidades uno vuelve a casa y se encuentra un piso vacío y polvoriento después de varios meses de desuso. Y dentro de unos días viene el resto de la tropa, acostumbrada a unos niveles de limpieza que en éste mi piso valenciano no se alcanzan ni de lejísimos.
Hay que darse ánimos, y nada mejor que leer escritos falangistas de toda la vida. Yo no soy falangista, pero hay que hacerse el ánimo.
Una mujer que tenga que atender a las faenas domésticas con toda regularidad, tiene ocasión de hacer tanta gimnasia como no lo hará nunca, verdaderamente, si trabajase fuera de casa. Solamente la limpieza y abrillantado de los pavimentos constituye un ejemplo eficacísimo.( Revista de la Sección Femenina de FET y de las JONS, marzo de 1961).
Camaradas varones: era verdad. El detestable régimen anterior privilegió a las mujeres con la dedicación exclusiva a las tareas domésticas, que favoreció su agilidad y, a la postre, fue la causante de su mayor esperanza de vida, mientras que a los varones nos excluyó de tal salutífera posibilidad, hundiéndonos en la miseria, molicie y desorden. Menos mal que ha llegado la libertad y los hombres podemos dedicarnos sin desdoro a las gimnásticas labores domésticas, mientras las mujeres se van de compras y se enfangan en el consumismo ¡Ja!
Ahora voy a ver si se me pasan las agujetas. Igual con un par de días como el que he pasado incluso aprendo a hacer el pino.
Hay que darse ánimos, y nada mejor que leer escritos falangistas de toda la vida. Yo no soy falangista, pero hay que hacerse el ánimo.
Una mujer que tenga que atender a las faenas domésticas con toda regularidad, tiene ocasión de hacer tanta gimnasia como no lo hará nunca, verdaderamente, si trabajase fuera de casa. Solamente la limpieza y abrillantado de los pavimentos constituye un ejemplo eficacísimo.( Revista de la Sección Femenina de FET y de las JONS, marzo de 1961).
Camaradas varones: era verdad. El detestable régimen anterior privilegió a las mujeres con la dedicación exclusiva a las tareas domésticas, que favoreció su agilidad y, a la postre, fue la causante de su mayor esperanza de vida, mientras que a los varones nos excluyó de tal salutífera posibilidad, hundiéndonos en la miseria, molicie y desorden. Menos mal que ha llegado la libertad y los hombres podemos dedicarnos sin desdoro a las gimnásticas labores domésticas, mientras las mujeres se van de compras y se enfangan en el consumismo ¡Ja!
Ahora voy a ver si se me pasan las agujetas. Igual con un par de días como el que he pasado incluso aprendo a hacer el pino.