Las cinco horas que ha costado recuperar la maleta no se las deseo ni a la plantilla del Bayern de Munich. El procedimiento consiste en llegar al aeropuerto, en este caso en vehículo privado, aparcar donde quepa (lo único que funciona bien en este aparcamiento son las maquinitas cobradoras para acceder al mismo; el resto es la jungla) y volver a la cinta de equipajes de donde se supone que debía haber salido en su día la maleta.
Para eso, hay que atravesar el pusto de aduana en sentido contrario al habitual. Detienen al viajero dos probos aduaneros, pulcramente vestidos de verde y con la prestancia que da su responsabilidad de defender el territorio ruso de los pérfidos contrabandistas que infestan Domodiédovo y causan perjuicios incalculables a la economía rusa, hasta el punto de que podrían ser, ellos solos, los causantes de la crisis que, ¡ay!, afecta al país.
- ¿A dónde va usted?
- A recuperar una maleta -y les enseño el parte, la declaración sellada, el talón de equipaje y poco menos que el título de graduado escolar.
- Pase por la otra puerta.
Allí no había nadie y los probos aduaneros estaban rascándose la barriga, pero pasar, lo que es pasar, por allí no se podía, a pesar de que el montón de maletas se veía a menos de diez metros y no había más barrera que los cuerpos de los servidores públicos. Cierto es que rascarse la barriga, en el caso de los aduaneros allí presentes, era una labor que, de llevarse a cabo con la minuciosidad requerida, podría prolongarse mucho tiempo.
Me dirigí a la otra puerta, donde hice algo de cola, claro, y conseguí pasar sin más problemas, con lo que me metí en la oficina donde la antevíspera había hecho los papeles. Casualmente, estaba de turno la misma persona del otro día, "ji-ji-no-podemos-llevarle-la-maleta", que me vio y me reconoció inmediatamente.
- ¿Viene a buscar la maleta?
- Sí- "si le parece, habré venido adrede a charlar contigo, no te joroba".
- Pues vaya a buscarla ahí detrás.
"Detrás" era el espacio que había entre los ventanales de la sala de recogida de equipajes y una fila de sillas atadas entre sí, y donde jamás he visto tanto equipaje amontonado. Había como cien metros cuadrados atestados de maletas, bolsas, esquíes y todo tipo de cosas que la gente factura. "La peraaaaaa, aquí voy a pasar días hasta encontrar mi maleta", pensé. En realidad, no fue tanto. En cosa de diez minutos la localicé y yo ya pensaba que me piraba y punto, pero no, me detuvo una señora rusa gruñona (lo cual no es totalmente redundante, pero a mí me lo ha parecido durante un momento), que me metió en una garita para registrar el hallazgo.
- ¿Y no puedo mirar si falta algo?
- No. Ya lo mirará después ¿Es que no ve que la aduana ha sellado el equipaje?
Miré un poco mejor, y entonces vi unos hilitos blancos que alguien había cosido con aguja en las cremalleras, unidos por un plomo pequeñito. Debía ser cosa del Cuerpo de Costureros del Servicio Federal de Aduanas.
La señora rusa gruñona y yo nos acercamos al puesto aduanero, donde un probo funcionario, quizá algo desganado, se apartó las legañas, vio los papeles e hizo un gesto con la mano.
- Hala, váyase - me dijo la señora-. Si quiere comprobar si está todo, ábrala.
- ¿Y los sellos?
- Pues quítelos.
- ¿Yo?
- Yo no -y se fue.
Hecho esto, contuve mis ganas de estrangular a alguien, pasé por el pasillo verde bajo la mirada de los dos probos aduaneros anteriores, que seguían rascándose la barriga y que, a estas alturas, seguramente ya tendrían las uñas bastante roídas, pagué el aparcamiento y salí de allí, sólo para enfrentarme a la madre de todos los atascos y llegar a casa tres horas después con el repertorio de tacos, insultos y maldiciones absolutamente agotado.
¿Cuál es el objetivo del asunto? Probablemente, en tiempos de crisis, las transacciones internacionales bajan y los aduaneros, cuya retribución se basa en las... ejem, dádivas de los viajeros sospechosos de contrabando, han decidido diversificar sus fuentes de ingresos, porque consta que una... dádiva lo suficientemente generosa sería suficiente para remover todos los impedimientos legales que la Aduana rusa, en estricto cumplimiento de su función, no tiene más remedio que observar. Y, si no, aquí hay un reportaje que, aunque tendencioso y preparado por el odioso panfleto proyanqui imperialista, parece apuntar a que Aeroflot está exenta de dichas incomodidades, sin que necesariamente deba deducirse que la Aduana castiga especialmente a las líneas aéreas extranjeras ni al aeropuerto de Domodiédovo. Claaaaaaro que no.
Eso sí, algo he sacado del asunto: un juego de plomos auténticos del Cuerpo de Costureros Aduaneros, que son ésas cosas con pinta de espermatozoide vago de la foto. Para que luego digan que la Aduana no trabaja. Y, por si cae algo más, he presentado una reclamación a Iberia, porque, aunque ellos se han lavado las manos mejor que un procurador romano del siglo I, lo cierto es que quien perdió la maleta fue ella.
Ibericones!
ResponderEliminarTengo miedo que al regresar al pago me suceda lo mismo y lo peor es que sigo camino hacia Angarsk...y me quedare alli hasta mediados de Marzo.
ResponderEliminarAlfor, me metiste mucho miedo!
Aish, Alfito, entonces recuperaste la maleta, perooooo... ¿y el jamón?¿estaba el jamón?¿llegó sano y salvo? porque eso es lo más importante, jejeje...
ResponderEliminarBesitos
Alfred, :D muy bueno.
ResponderEliminarBruno, prepárate, porque la cosa va en serio. Factura sólo lo imprescindible y llévate en el equipaje de mano todo lo que te sea necesario.
Si no, ya te veo de vuelta desde Angarsk, y desde luego no mola.
Esterita, el jamón estaba.