No sé muy bien si Moscú es famosa por sus parques. En España, me consta que no, lo que es una injusticia bastante grande, porque es de lo mejorcito que tiene y, si bien es cierto que, hasta hace bien poco, y aún hoy, muchas de sus zonas verdes estaban hechas una pocilga, no es menos cierto que en los últimos años se aprecia un esfuerzo notable por cuidar el entorno y por limpiar los parques, siempre teniendo en cuenta que el concepto de limpieza en Rusia es bastante distinto al que manejamos normalmente en España.
De los parques moscovitas, Kolomenskoye es el mejor, al menos para mi gusto. Espacioso, variado, limpio y cuidado: lo tiene todo. Tiene parte pulida por jardineros, y parte silvestre; tiene un museo y más de un templo, pero también un poblado, un cementerio y una avenida entera de chiringuitos; linda con avenidas polvorientas, pero también con el río Moscova. Hubo un tiempo en que vivíamos no demasiado lejos de allí y en que íbamos con frecuencia.
- Papá, ¿cuándo iremos a Kolomenskoye?
- Mmm... buena pregunta...
- ¿Hoy?
- Bueno, bien mirado, esta tarde no tenemos mucho que hacer.
- Abi, escucha, ¡esta tarde nos vamos a Kolomenskoye!
- Eh, eh, que yo no he dicho que sí...
- ¡Pero si lo has prometido!
- ¿Yoooo? ¿Que yo he prometido qué?
- Sí... ¡lo has prometido!
"Bueno, después de todo, tampoco había mucho que hacer por la tarde."
- Vale, de acuerdo, esta tarde nos vamos de picnic a Kolomenskoye.
- ¡Bieeeen! ¡Lo preparamos todo nosotras!
- Estoooo... ¿seguro que lo preparáis vosotras?
- Sí, con nuestra bolsa de picnic.
"Anda, la de juguete." Y se pusieron a hacerla.
- Abi, ¿llevamos también el violín y la armónica?
- Bueno, Ro, así podemos tocar allí.
- ¿Y mis muñecas?
- ¿Y mi coche? -preguntó Ame.
- Eh, chicas - intervine-. En una bolsa de picnic, ¿no debería haber algo de comer?
- Aaaaah, algo de comer. Síiiii, casi se nos olvida.
Después de varios intentos y de algunas correcciones, había una bolsa quizá algo sobrecargada, pero decentemente dispuesta, y cuatro personas, tres de ellas niños, paseando tranquilamente por Kolomenskoye.
- No, papá, no lleves tú la mochila. La llevaré yo.
- ¿Seguro?
- Claro, no pesa mucho.
Abi se puso la mochila a la espalda haciendo un visible esfuerzo. A los cinco minutos, si es que llegó a cinco, la pasó a Ro.
- Ro -dije-, ¿me la pongo yo?
- No, no, yo.
Ro se la puso a la espalda con un esfuerzo aún más visible.
- ¿Sabes, papá? Casi que me puedes ayudar.
- Anda, trae.
- ¡Qué bien! Kolomenskoye... Conozco Kolomenskoye como la palma de mi mano.
- ¿Como la palma de tu mano?
- Sí, papá. Oye, papá, yo seré el capitán y vosotros me seguiréis.
El régimen de marcha pasó a ser más disciplinado.
- ¡Soldados, seguidme!
- ¡Sí, señor!
- ¡Alto! Nos sentaremos aquí a merendar.
- ¿Encima de las ortigas? - pregunté.
Decidí tomar el mando y nombrarme teniente, que siempre es una graduación superior a capitán. El capitán y los dos soldados, por fortuna, aceptaron el autonombramiento sin protestar y se sometieron a mi autoridad. Escogí otro lugar para sentarnos, esta vez sin ortigas, y nos pusimos a merendar.
- Papá, ¿qué es una ortiga?
- Bueno, es una planta que, si la tocas, te pica mucho la piel.
- ¿Como la "krapiva"?
- Es que es la "krapiva", en ruso. En castellano y en valenciano es ortiga.
- Ah.
"Hay que enviarlos un par de meses a España YA."
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
lunes, 28 de mayo de 2007
viernes, 25 de mayo de 2007
Animales domésticos
- Papá...
- ¿Qué?
- Sonia y Kesh y sus papás se van a ir una semana a la dacha.
- ¿Ah, sí?
- Sí, y nosotras queremos cuidar a su animalito mientras están fuera. Lo tenemos que traer a casa y darle de comer.
- Pero, Abi, ya sabes que tengo alergia a los bichos. Bueno, menos a las moscas y a las jirafas - ése siempre ha sido el argumento estándar para impedir la entrada de animales en casa. Hasta ahora había funcionado.
- Pero, papáaaaa... es que no es un bicho.
- ¿Ah, no?
- Nooooo... es un cuervecito.
- ¿Un quéeee?
- Un cuervecito. Se llama Karkusha y es muy bonito. Come carne cruda, gusanos de tierra y todo tipo de carroña. Y es pequeñín. Casi no sabe andar todavía, y se lo pueden comer los gatos.
Yo estaba noqueado, y no acerté a responder.
- Es que -siguió Abi- en la dacha de los padres de Kesh y Sonia hay gatos, y se comerían al pobrecito Karkusha.
- Esto, yo...
- ¿Podemos tenerlo unos días, papá? - preguntó entonces Ro toda risueña.
- Bu... bueno...
- ¡Bieeen! ¡Vamos a decírselo a tyotya Natasha! Le debe estar dando de comer ahora.
En fin, con todos ustedes, Karkusha, confortablemente acomodado en su nidito del balcón. Mañana, sábado, sí, sábado, tengo que levantarme a las seis y media de la mañana, para pasárselo a tyotya Natasha y que le dé de comer, porque yo de carroña, carne cruda y gusanos ando un poco escaso, y no es cosa que el pobrecito Karkusha tenga que ayunar.
La única ventaja del horario de comidas de Karkusha es que, aunque me dedique a criar cuervos, lo tendrá difícil para sacarme los ojos, porque a esas horas va a ser casi imposible encontrarlos.
- ¿Qué?
- Sonia y Kesh y sus papás se van a ir una semana a la dacha.
- ¿Ah, sí?
- Sí, y nosotras queremos cuidar a su animalito mientras están fuera. Lo tenemos que traer a casa y darle de comer.
- Pero, Abi, ya sabes que tengo alergia a los bichos. Bueno, menos a las moscas y a las jirafas - ése siempre ha sido el argumento estándar para impedir la entrada de animales en casa. Hasta ahora había funcionado.
- Pero, papáaaaa... es que no es un bicho.
- ¿Ah, no?
- Nooooo... es un cuervecito.
- ¿Un quéeee?
- Un cuervecito. Se llama Karkusha y es muy bonito. Come carne cruda, gusanos de tierra y todo tipo de carroña. Y es pequeñín. Casi no sabe andar todavía, y se lo pueden comer los gatos.
Yo estaba noqueado, y no acerté a responder.
- Es que -siguió Abi- en la dacha de los padres de Kesh y Sonia hay gatos, y se comerían al pobrecito Karkusha.
- Esto, yo...
- ¿Podemos tenerlo unos días, papá? - preguntó entonces Ro toda risueña.
- Bu... bueno...
- ¡Bieeen! ¡Vamos a decírselo a tyotya Natasha! Le debe estar dando de comer ahora.
En fin, con todos ustedes, Karkusha, confortablemente acomodado en su nidito del balcón. Mañana, sábado, sí, sábado, tengo que levantarme a las seis y media de la mañana, para pasárselo a tyotya Natasha y que le dé de comer, porque yo de carroña, carne cruda y gusanos ando un poco escaso, y no es cosa que el pobrecito Karkusha tenga que ayunar.
La única ventaja del horario de comidas de Karkusha es que, aunque me dedique a criar cuervos, lo tendrá difícil para sacarme los ojos, porque a esas horas va a ser casi imposible encontrarlos.
miércoles, 23 de mayo de 2007
Quiénes son esos tipos
Como el fenómeno no parece muy conocido entre los comentaristas, voy a hacer un cambio de estilo para explicar quiénes son los veterocreyentes. Para empezar, está la traducción del nombre (en ruso se llaman "старообрядцы" o "староверы", y en inglés han sido traducidos como "old believers"). "Veterocreyente" es una especie de neologismo que, como traducción, es la que más me gusta de las alternativas posibles, aunque no es la más frecuente en castellano (y no viene de "Bétera", sino del latín "vetus, veteris", que significa "antiguo, viejo").
Pues bien, los veterocreyentes son un grupo de confesiones religiosas que tienen en común su origen, en la oposición a las reformas litúrgicas del patriarca Nikon, en el siglo XVII. El patriarca Nikon, apoyado por el zar Alejo, declaró incorrectos los libros litúrgicos que se usaban en Rusia por aquel entonces y los sustituyó por unos "reformados" según los textos al uso en Grecia. Buena parte de la gente se rebotó a saco, y un monasterio, en las islas Solovki, en el Mar Blanco (más o menos arriba del todo), se declaró en rebeldía abierta y sostuvo un asedio de siete años contra las tropas que el zar envió a someterles, hasta que ya no pudo y los soldados del zar se dedicaron a pasar a cuchillo a los monjes levantiscos que pudieron cazar. Los monjes que se escaparon de la quema propagaron su fe por toda Rusia, principalmente por las tierras del norte y del Volga.
La persecución fue cruel, con períodos más o menos relajados, y no se puede decir que terminó hasta 1905, con la promulgación de la libertad religiosa. Bueno, terminó entonces, para reanudarse en 1917, porque los bolcheviques hacían pocos distingos entre las religiones y no se cortaron en incluir a los veterocreyentes entre sus objetivos.
Los veterocreyentes, hasta bien entrado el siglo XIX, no tuvieron una jerarquía eclesiástica. Para entonces, ya se habían dividido en multitud de confesiones, algunas de ellas bastante curiosas, y bastantes extinguidas en la actualidad, pero todas ellas con un punto teológico muy profundo detrás de una aparente simplicidad. La división más clara es la de aquéllos que tienen sacerdotes (popovtsy) y los que no los tienen (bezpopovtsy); dentro de éstos había gente bastante radical, y consecuente con su radicalidad: unos negaban el matrimonio (claro, como no tenían sacerdotes...), otros se negaban a tener pasaporte, considerándolo un sello del Anticristo (bien mirado, algo de sentido tiene esto); otros iban más lejos y se negaban a tener dinero (para subsistir recurrían al trueque de las cosas que fabricaban); y los que rizaban el rizo eran la secta llamada "netovshina", llamada así a partir de la palabra rusa "net" (como todo el mundo sabe, significa "no"), porque no tenían templos, ni sacramentos, ni curas, ni capillas, ni nada. Otras variantes había cuyos miembros llegaron a quemarse vivos, pero, obviamente, de éstos no quedan.
Se supone que en 1905 los veterocreyentes eran la cuarta parte de la población. Además de por su liturgia particular, se caracterizan por un ascetismo muy riguroso y por una honradez y capacidad de trabajo que se echa mucho de menos en estos tiempos en Rusia. Ah, y por llevar barba, absolutamente obligatoria. Sabiéndolo, Pedro I, que era un tipo religiosamente poco fanático, pero muy práctico, en lugar de perseguir a los veterocreyentes, les obligó a pagar doble impuesto y, además, introdujo un impuesto sobre las barbas, que estos chicos pagaron a tocateja.
Por desgracia, yo no conozco a ninguno, que yo sepa (y, vistas las características que deben adornarlos, no creo que ninguno se me haya pasado). Si los conociera, seguro que les encargaría la reforma del piso, porque, con las joyas que hay por aquí como obreros, manda narices. Lo que pasa es que, siendo honrados, trabajadores y frugales, la mayoría acabaron forrados (casi todos los industriales rusos del siglo XIX eran veterocreyentes) y ya se dedicaron a otra cosa distinta a amontonar ladrillos.
Hoy son pocos, quizá alrededor de un millón, y la mayoría están en las tendencias más cercanas a la Iglesia Ortodoxa Rusa "oficial", habiendo prácticamente desaparecido las tendencias radicales descritas arriba y siendo cada vez más complicado su estilo de vida alejado del mundo. Lo que no pudieron los ejércitos del zar ni los bolcheviques, parece que lo está consiguiendo la sociedad moderna.
Pues bien, los veterocreyentes son un grupo de confesiones religiosas que tienen en común su origen, en la oposición a las reformas litúrgicas del patriarca Nikon, en el siglo XVII. El patriarca Nikon, apoyado por el zar Alejo, declaró incorrectos los libros litúrgicos que se usaban en Rusia por aquel entonces y los sustituyó por unos "reformados" según los textos al uso en Grecia. Buena parte de la gente se rebotó a saco, y un monasterio, en las islas Solovki, en el Mar Blanco (más o menos arriba del todo), se declaró en rebeldía abierta y sostuvo un asedio de siete años contra las tropas que el zar envió a someterles, hasta que ya no pudo y los soldados del zar se dedicaron a pasar a cuchillo a los monjes levantiscos que pudieron cazar. Los monjes que se escaparon de la quema propagaron su fe por toda Rusia, principalmente por las tierras del norte y del Volga.
La persecución fue cruel, con períodos más o menos relajados, y no se puede decir que terminó hasta 1905, con la promulgación de la libertad religiosa. Bueno, terminó entonces, para reanudarse en 1917, porque los bolcheviques hacían pocos distingos entre las religiones y no se cortaron en incluir a los veterocreyentes entre sus objetivos.
Los veterocreyentes, hasta bien entrado el siglo XIX, no tuvieron una jerarquía eclesiástica. Para entonces, ya se habían dividido en multitud de confesiones, algunas de ellas bastante curiosas, y bastantes extinguidas en la actualidad, pero todas ellas con un punto teológico muy profundo detrás de una aparente simplicidad. La división más clara es la de aquéllos que tienen sacerdotes (popovtsy) y los que no los tienen (bezpopovtsy); dentro de éstos había gente bastante radical, y consecuente con su radicalidad: unos negaban el matrimonio (claro, como no tenían sacerdotes...), otros se negaban a tener pasaporte, considerándolo un sello del Anticristo (bien mirado, algo de sentido tiene esto); otros iban más lejos y se negaban a tener dinero (para subsistir recurrían al trueque de las cosas que fabricaban); y los que rizaban el rizo eran la secta llamada "netovshina", llamada así a partir de la palabra rusa "net" (como todo el mundo sabe, significa "no"), porque no tenían templos, ni sacramentos, ni curas, ni capillas, ni nada. Otras variantes había cuyos miembros llegaron a quemarse vivos, pero, obviamente, de éstos no quedan.
Se supone que en 1905 los veterocreyentes eran la cuarta parte de la población. Además de por su liturgia particular, se caracterizan por un ascetismo muy riguroso y por una honradez y capacidad de trabajo que se echa mucho de menos en estos tiempos en Rusia. Ah, y por llevar barba, absolutamente obligatoria. Sabiéndolo, Pedro I, que era un tipo religiosamente poco fanático, pero muy práctico, en lugar de perseguir a los veterocreyentes, les obligó a pagar doble impuesto y, además, introdujo un impuesto sobre las barbas, que estos chicos pagaron a tocateja.
Por desgracia, yo no conozco a ninguno, que yo sepa (y, vistas las características que deben adornarlos, no creo que ninguno se me haya pasado). Si los conociera, seguro que les encargaría la reforma del piso, porque, con las joyas que hay por aquí como obreros, manda narices. Lo que pasa es que, siendo honrados, trabajadores y frugales, la mayoría acabaron forrados (casi todos los industriales rusos del siglo XIX eran veterocreyentes) y ya se dedicaron a otra cosa distinta a amontonar ladrillos.
Hoy son pocos, quizá alrededor de un millón, y la mayoría están en las tendencias más cercanas a la Iglesia Ortodoxa Rusa "oficial", habiendo prácticamente desaparecido las tendencias radicales descritas arriba y siendo cada vez más complicado su estilo de vida alejado del mundo. Lo que no pudieron los ejércitos del zar ni los bolcheviques, parece que lo está consiguiendo la sociedad moderna.
sábado, 19 de mayo de 2007
Veterocreyentes
El coche se detuvo a las afueras de Ivánovo. Piotr Glebovich salió del mismo, seguido de mí mismo.
- Aquí tenemos una iglesia veterocreyente, del siglo XVII. En un principio estaba construida totalmente sin clavos. Más adelante, hubo que repararla, y sustituyeron las cúpulas de madera que se ven allí sujetándolas con clavos.
- Si es veterocreyente la iglesia, supongo que no tiene luz eléctrica.
- Ésta sí.
- ¿Cómo? En Moscú, la catedral de los veterocreyentes, aún hoy, no la tiene. Se alumbran con velas.
- Cuando la iglesia fue reabierta, hace unos años, y se devolvió a los veterocreyentes, resultó que apenas los había. Entonces, los que quedaron se sometieron al obispo de Ivánovo.
- Supongo que la época comunista fue especialmente dura para los veterocreyentes, como para las otras religiones.
- No, en absoluto. Fueron los zares los que persiguieron duramente a los veterocreyentes. Recuerde que algunos llegaron a quemarse a sí mismos como protesta por la persecución. En cambio, los comunistas sólo reprimieron a los sacerdotes que se metían en política. A los demás no los molestaban.
No es eso lo que se lee ni lo que se cuenta de los comunistas, aunque sí de buena parte de los zares, pero no era el momento de discutir con mi guía.
- Si -continuó Piotr Glebovich-. La iglesia veterocreyente va muriendo. Sin embargo, fueron ellos los que levantaron la industria textil de Ivánovo, hace dos siglos. No les permitían tener tierras, ni servir al Estado, así que no les quedaba más remedio que trabajar. Y trabajaban duro. Era algo parecido a los puritanos en Europa. De esta manera llegaron a hacerse grandes fortunas, porque, además, eran muy frugales.
Entramos en el templo. Piotr Glebovich pidió permiso para que su invitado extranjero pudiera pasar sin problemas. La iglesia, toda de madera y alumbrada con lámparas de luz muy débil, estaba atestada de iconos antiguos. Un sacerdote, evidentemente no veterocreyente, sino ortodoxo "estándar" entonaba unos cánticos. Él y una mujer que vendía velas eran los únicos ocupantes del templo al llegar nosotros.
Tras una oración, salimos del templo.
- Nadie sabe -dijo Piotr Glebovich- la edad de esos iconos. Parece que tienen mucho mérito. Los investigadores han intentado estudiarlos y hacerles pruebas, pero la iglesia siempre se ha negado a cederlos.
Giré la cabeza hacia atrás, mirando nuevamente la iglesia. Nada más lejos, en efecto, del espíritu veterocreyente que permitir a unos científicos desmenuzar unos iconos cuya esencia es ser objeto de culto, no la edad que tengan o la materia de que estén construidos.
Mientras avanzábamos hacia el coche, y ya cerca del mismo, añadió Piotr Glebovich.
- Antes hablábamos de los comunistas. Le diré una cosa. En Rusia, hay un veinte por ciento de la población que, pase lo que pase, siempre votará a los comunistas; igual que hay un diez por cien que siempre votará a Zhirinovsky, digan lo que digan de él. Y ahora vamos al coche, voy a llevarle a su hotel.
El coche se alejó de la iglesia veterocreyente, una iglesia que llevaba allí mucho más tiempo que la ciudad y que seguramente había sido construida por gentes que huían de las persecuciones religiosas zaristas y que buscaban un lugar poco frecuentado. Por gentes que, con el tiempo y con su trabajo, fueron haciendo crecer una ciudad que hoy supera el medio millón de habitantes y que fabricaba la mayor parte del textil ruso.
- Aquí tenemos una iglesia veterocreyente, del siglo XVII. En un principio estaba construida totalmente sin clavos. Más adelante, hubo que repararla, y sustituyeron las cúpulas de madera que se ven allí sujetándolas con clavos.
- Si es veterocreyente la iglesia, supongo que no tiene luz eléctrica.
- Ésta sí.
- ¿Cómo? En Moscú, la catedral de los veterocreyentes, aún hoy, no la tiene. Se alumbran con velas.
- Cuando la iglesia fue reabierta, hace unos años, y se devolvió a los veterocreyentes, resultó que apenas los había. Entonces, los que quedaron se sometieron al obispo de Ivánovo.
- Supongo que la época comunista fue especialmente dura para los veterocreyentes, como para las otras religiones.
- No, en absoluto. Fueron los zares los que persiguieron duramente a los veterocreyentes. Recuerde que algunos llegaron a quemarse a sí mismos como protesta por la persecución. En cambio, los comunistas sólo reprimieron a los sacerdotes que se metían en política. A los demás no los molestaban.
No es eso lo que se lee ni lo que se cuenta de los comunistas, aunque sí de buena parte de los zares, pero no era el momento de discutir con mi guía.
- Si -continuó Piotr Glebovich-. La iglesia veterocreyente va muriendo. Sin embargo, fueron ellos los que levantaron la industria textil de Ivánovo, hace dos siglos. No les permitían tener tierras, ni servir al Estado, así que no les quedaba más remedio que trabajar. Y trabajaban duro. Era algo parecido a los puritanos en Europa. De esta manera llegaron a hacerse grandes fortunas, porque, además, eran muy frugales.
Entramos en el templo. Piotr Glebovich pidió permiso para que su invitado extranjero pudiera pasar sin problemas. La iglesia, toda de madera y alumbrada con lámparas de luz muy débil, estaba atestada de iconos antiguos. Un sacerdote, evidentemente no veterocreyente, sino ortodoxo "estándar" entonaba unos cánticos. Él y una mujer que vendía velas eran los únicos ocupantes del templo al llegar nosotros.
Tras una oración, salimos del templo.
- Nadie sabe -dijo Piotr Glebovich- la edad de esos iconos. Parece que tienen mucho mérito. Los investigadores han intentado estudiarlos y hacerles pruebas, pero la iglesia siempre se ha negado a cederlos.
Giré la cabeza hacia atrás, mirando nuevamente la iglesia. Nada más lejos, en efecto, del espíritu veterocreyente que permitir a unos científicos desmenuzar unos iconos cuya esencia es ser objeto de culto, no la edad que tengan o la materia de que estén construidos.
Mientras avanzábamos hacia el coche, y ya cerca del mismo, añadió Piotr Glebovich.
- Antes hablábamos de los comunistas. Le diré una cosa. En Rusia, hay un veinte por ciento de la población que, pase lo que pase, siempre votará a los comunistas; igual que hay un diez por cien que siempre votará a Zhirinovsky, digan lo que digan de él. Y ahora vamos al coche, voy a llevarle a su hotel.
El coche se alejó de la iglesia veterocreyente, una iglesia que llevaba allí mucho más tiempo que la ciudad y que seguramente había sido construida por gentes que huían de las persecuciones religiosas zaristas y que buscaban un lugar poco frecuentado. Por gentes que, con el tiempo y con su trabajo, fueron haciendo crecer una ciudad que hoy supera el medio millón de habitantes y que fabricaba la mayor parte del textil ruso.
miércoles, 16 de mayo de 2007
Urbanismo moscovita
- Venga, señor funcionario municipal moscovita, de verdad no puedo creer que, por esa minucia absurda de que ese edificio inmundo es un palacio del siglo XIX, me va usted a poner problemas para tirarlo abajo y construir un centro de negocios. Pero, hombre, eso de preservar el patrimonio arquitectónico son chorradas de cuatro locos idealistas ¡Qué sabrán ellos! Y no me venga usted con que el edificio es bonito... ¡si está hecho una pena! ¡Si es una pocilga!
- (...)
- Mire, venga, vamos a llegar a un acuerdo. No va usted a creer que mi empresa constructora ha comprado este solar en pleno centro de Moscú para regar las plantas y pintar las paredes de este palacio ruinoso. Nooooooo. No, señor. Nosotros queremos ganar dinero. Y sabremos ser generosos con usted, ya lo creo que sí.
- (...)
- Ay, mire que es usted difícil, señor funcionario municipal. Mire, por dentro el edificio no sirve para nada. Si quiere, como mucho, será bonita la fachada, vamos, pero todo lo más, eh, la fachada y gracias. Venga, aceptamos pulpo como animal de compañía y aceptamos que la fachada esté protegida.
- (...)
- ¿Ve usted como comenzamos a entendernos? Oiga, y el espacio de encima de la fachada, ése no está protegido, ¿verdad? Ni el de alrededor.
- (...)
- Bueno, ¿no le parece usted que, interpretando ampliamente la ley municipal y la declaración de edificio protegido, podemos aprovechar mejor el espacio? Mire, no ya por mí, pero es que esto revitalizaría el barrio. Mire, por cierto, tenemos un piso ahí cerca que le podemos dejar baratito, tan baratito que ¡fíjese! no le costaría nada.
- (...)
- ¡Oh, sí! ¡La fachada la respetaremos! ¿Cuándo dice que quiere las llaves del pisito?
- (...)
- Mire, venga, vamos a llegar a un acuerdo. No va usted a creer que mi empresa constructora ha comprado este solar en pleno centro de Moscú para regar las plantas y pintar las paredes de este palacio ruinoso. Nooooooo. No, señor. Nosotros queremos ganar dinero. Y sabremos ser generosos con usted, ya lo creo que sí.
- (...)
- Ay, mire que es usted difícil, señor funcionario municipal. Mire, por dentro el edificio no sirve para nada. Si quiere, como mucho, será bonita la fachada, vamos, pero todo lo más, eh, la fachada y gracias. Venga, aceptamos pulpo como animal de compañía y aceptamos que la fachada esté protegida.
- (...)
- ¿Ve usted como comenzamos a entendernos? Oiga, y el espacio de encima de la fachada, ése no está protegido, ¿verdad? Ni el de alrededor.
- (...)
- Bueno, ¿no le parece usted que, interpretando ampliamente la ley municipal y la declaración de edificio protegido, podemos aprovechar mejor el espacio? Mire, no ya por mí, pero es que esto revitalizaría el barrio. Mire, por cierto, tenemos un piso ahí cerca que le podemos dejar baratito, tan baratito que ¡fíjese! no le costaría nada.
- (...)
- ¡Oh, sí! ¡La fachada la respetaremos! ¿Cuándo dice que quiere las llaves del pisito?
martes, 15 de mayo de 2007
Modales
Cena familiar en casa de los von Buchweizen. El menor de ellos, Ame von Buchweizen, en una actitud que busca la provocación y el reproche paterno, mastica ostentosamente con la boca abierta mientras mira de reojo a su padre, esperando el momento en que éste pierda la paciencia y diga algo. Los niños pequeños son así.
Ro, que quiere tener una cena tranquila, decide intervenir para calmar los ánimos.
- Ame, mastica con la boca cerrada, que los españoles masticamos con la boca cerrada.
Y a veces nos cuesta mucho aguantarnos la risa. Mucho.
Ro, que quiere tener una cena tranquila, decide intervenir para calmar los ánimos.
- Ame, mastica con la boca cerrada, que los españoles masticamos con la boca cerrada.
Y a veces nos cuesta mucho aguantarnos la risa. Mucho.
domingo, 13 de mayo de 2007
Blancos
En estos días es casi obligatorio escribir algo sobre el día de la victoria. El 9 de mayo en Rusia se celebra la victoria de la Unión Soviética sobre la Alemania nazi; se celebra por todo lo alto, y no es para menos, habida cuenta de que, probablemente, no ha habido en toda la historia una guerra tan mortífera como la que tuvo lugar en el frente este en la Segunda Guerra Mundial.
Nosotros empezamos el día tarde y decidimos hacer una ofrenda de flores a un monumento a los soldados soviéticos que hay dentro de un colegio. Abi, Ro y Ame recogieron flores, las pusieron a los pies del monumento y luego nos pusimos a rezar. Quedó emotivo.
Tanto retraso nos hizo perdernos el desfile comunista, que ya había pasado por la calle. Sólo conseguimos ver el desfile de los blancos, que cerraban toda la marcha, rodeados de OMONes, como se ve arriba.
Siempre me he preguntado qué hacen los blancos manifestándose el 9 de mayo. El Gobierno soviético fue despiadado con ellos, no sólo durante la guerra civil, sino mucho después de terminada la misma, llegando a realizar actos, como el secuestro del general Miller, exiliado en París, que no dicen nada bueno de quienes lo perpetraron. No es extraño que, cuando Alemania invadió la Unión Soviética, destacados blancos, en particular de los regimientos cosacos, se unieran a la Wehrmacht. A ojo, se me ocurren los nombres del general Krasnov, Shkuró y Domanov. Bien es cierto que la organización militar de los blancos, la ROVS, nunca apoyó explicítamente a los nazis, y que el líder blanco más prestigioso, el general Anton Denikin, reconvertido a historiador y residente en París, rechazó tajantemente todas las tentaciones que los nazis le pusieron delante para apoyarles.
De hecho, hoy ha aparecido una noticia en el panfletillo pro-occidental en inglés de Moscú, que no deja de tener su interés. Para leerla, hay que pinchar sobre la imagen.
Tras la marcha blanca, nos dedicamos a aprovechar que las calles del centro seguían cerradas y a contemplar la tradicional carrera de relevos por Sadovoye Koltsó. Dios mío, la próxima vez que corra en una carrera, a ver si me ponen en meta un grupito de chicas actuando, como los de aquí, que ya tengo demasiadas camisetas de carreras.
Nosotros empezamos el día tarde y decidimos hacer una ofrenda de flores a un monumento a los soldados soviéticos que hay dentro de un colegio. Abi, Ro y Ame recogieron flores, las pusieron a los pies del monumento y luego nos pusimos a rezar. Quedó emotivo.
Tanto retraso nos hizo perdernos el desfile comunista, que ya había pasado por la calle. Sólo conseguimos ver el desfile de los blancos, que cerraban toda la marcha, rodeados de OMONes, como se ve arriba.
Siempre me he preguntado qué hacen los blancos manifestándose el 9 de mayo. El Gobierno soviético fue despiadado con ellos, no sólo durante la guerra civil, sino mucho después de terminada la misma, llegando a realizar actos, como el secuestro del general Miller, exiliado en París, que no dicen nada bueno de quienes lo perpetraron. No es extraño que, cuando Alemania invadió la Unión Soviética, destacados blancos, en particular de los regimientos cosacos, se unieran a la Wehrmacht. A ojo, se me ocurren los nombres del general Krasnov, Shkuró y Domanov. Bien es cierto que la organización militar de los blancos, la ROVS, nunca apoyó explicítamente a los nazis, y que el líder blanco más prestigioso, el general Anton Denikin, reconvertido a historiador y residente en París, rechazó tajantemente todas las tentaciones que los nazis le pusieron delante para apoyarles.
De hecho, hoy ha aparecido una noticia en el panfletillo pro-occidental en inglés de Moscú, que no deja de tener su interés. Para leerla, hay que pinchar sobre la imagen.
Tras la marcha blanca, nos dedicamos a aprovechar que las calles del centro seguían cerradas y a contemplar la tradicional carrera de relevos por Sadovoye Koltsó. Dios mío, la próxima vez que corra en una carrera, a ver si me ponen en meta un grupito de chicas actuando, como los de aquí, que ya tengo demasiadas camisetas de carreras.
jueves, 10 de mayo de 2007
Escuchando al líder
El líder de los Nashi, que es el chico bajito con cazadora roja y barba de la foto, se llama Vasily Yakemenko. Para llegar lejos en esto de la dirección política todavía le falta algo de preparación, y yo diría que de convicción, a juzgar por la manifa, pero de imaginación va bien servido, él o sus asesores. Son un rato de originales.
Resultó que nos estábamos manifestando, al parecer, por la libertad de un escolar ruso-estonio que, decían, fue detenido y encarcelado en Estonia con motivo de las algaradas. Yakemenko montó una manifa-clase. Primero había repartido campanitas entre los asistentes, que las hicieron sonar como comenzando la clase. La verdad es que no hacían mucho ruido y quedaban algo patéticas, pero tenían su gracia. A continuación se repartieron papeles para que los asistentes escribieran cartas pidiendo la libertad del muchacho y entregarlas al portero de la Delegación de la Comisión. Al parecer, nadie les explicó a los Nashi que la Comisión se ocupa de otras cosas, pero que lo de encerrar a la peña, o no, es asunto de los Estados miembros.
Después comenzó la manifa-clase. Unos asistentes se pusieron a leer textos poéticos... un latazo del quince. La gente bostezaba y buena parte de los asistentes comenzó a hablar entre sí, lo que, efectivamente, recordaba a una clase de verdad.
Yakemenko tomó la palabra y dijo:
- Ahora tenéis un recreo. Durante el mismo podéis escribir una carta para pedir la libertad de nuestro compañero y luego la entregaremos en esta Delegación de la Unión Europea, para que los burócratas que trabajan dentro sepan que, mientras ellos se ocupan de sus papeles, en su Unión Europea se encarcela a estudiantes y se les encierra en prisiones que nadie sabe dónde están.
La gente se puso a escribir aplicadamente, supongo que en ruso, lo que no favorecerá su petición.
En esto, un chaval, de estatura parecida a la de Yakemenko, se acercó a donde estábamos nosotros, fuera de las vallas, y me preguntó en inglés (se ve que me había oído chotearme en guiri):
- What's that?
Le respondí, en ruso.
- Una manifestacion.
- ¿Y quiénes son?
- Los Nashi, ¿cómo que no lo sabe?
- Soy un periodista. He venido para recoger material y publicarlo.
Yo le echaba no más de dieciséis años. "Será del periódico del instituto", pensé. No le di más importancia y seguí sacando fotos. Entretanto, Yakemenko hizo sonar de nuevo las campanitas (que seguían siendo patéticas) y comenzó la segunda parte de la manifa-clase. El líder se puso a berrear desde su estrado consignas como "El fascismo no pasará" y "¡Estonia! ¡Fascista!", pero ahí se le notó que patinaba. Lo de arengar a las masas, si es que podemos llamar "masas" a los escasos cientos de personas presentes allí, se le iba un poco de las manos.
- ¿Me puede enviar fotos por correo electrónico? - me preguntó el periodista.
- Venga. Escríbalo.
Me lo escribió.
- Las quiero para publicarlas en una bitácora - me dijo.
Vaya... un colega, y el primer bloguero ruso que me echo a la cara. Creo que ahí comencé a percibir la naturaleza de su "periodismo".
- Pues escriba también la dirección de su bitácora, que me gustaría visitarla.
- Pero está en ruso.
- Bueno, no me preocupa mucho eso.
Entretanto, Yakemenko comenzaba a vacilar; se le notaba algo dudoso y falto de eslóganes demócratas y antifascistas que no hubiera repetido hasta la saciedad.
- Se quejan contra el fascismo, y cuando hace unas semanas reprimieron a golpes la marcha de protesta de la oposición, no dijeron nada ¡Eso también es fascismo! -dijo el periodista.
Me quedé admirado. Estaba ante un opositor, jovencito, pero opositor. Yo creía sinceramente que la existencia en Rusia de los opositores, digamos, "democráticos" (ya sé, ya sé que no hay nadie más demócrata que los Nashi, pero de alguna manera hay que entenderse), era una especie de invención de la prensa occidental y que en realidad son cuatro gatos mal contados. Bueno, pues, si es así, parece que estaba ante uno de esos cuatro.
- Es posible, es posible... - dije, tratando, aunque sólo fuera por una vez, de mantener el tacto.
- Me pregunto cuánto les pagan a ésos ¡Si se nota que sólo están ahí por el dinero!
- ¿Usted cree que les pagan?
- Les pagan.
- ¿Y cómo lo sabe? ¿Le han ofrecido dinero a usted?
- A mí no. Pero a compañeros míos sí. Y también pagan a los que han estado acampando frente a la Embajada de Estonia todos estos días.
- Pero esto cuesta mucho dinero. Entre pagar a la gente, y la organización de la manifestación ésta... las banderas, los autobuses, los uniformes, el estrado, el equipo de sonido... aquí hay dinero ¿De dónde lo sacan?
El periodista adolescente sonrió.
- Bueno, hay un partido muy poderoso con contactos, que les da dinero sin límites.
Es evidente que los Nashi no tienen grandes limitaciones presupuestarias y que reciben su dinero del presupuesto público y no de las cuotas de los afiliados, pero mi interlocutor no sabía más que yo. Al menos, el hecho de llevar mercenarios a las manifestaciones explica por qué las chicas son tan poco agraciadas: las guapas tienen cosas mucho mejores que hacer un viernes por la tarde, y es de suponer que disuadirlas de hacerlas salga bastante más caro.
Yakemenko seguía mal que bien arengando a los suyos, que probablemente se hubieran empezado a dispersar, de no ser porque las vallas y la policía les estorbaban. Dijo que estaban recogiendo dinero para la defensa del estudiante detenido y que su abogado decía que le podían caer cinco años por desórdenes públicos.
- Llevamos recogidos ciento cincuenta mil rublos que entregaremos a su familia - dijo en una rueda de prensa improvisada.
Leche. Más de cuatro mil euros, al cambio. Van a poder contratar a Perry Mason, al paso que van.
- Ajjj... - soltó el periodista-. Es en momentos como éste cuando me da vergüenza ser ruso.
- Venga, no hay para tanto, que todos tenemos nuestra cruz... - dije, pensando en España.
- No me parece bien lo que han hecho en Estonia, pero tampoco me parece bien lo que hicieron aquí en Jimki, que fue más o menos lo mismo. Y la reacción de aquí me parece estúpida. Unos tipos que confunden Estonia con Suecia no merecen mi respeto.
- Seguramente esto es algo que viene de mucho tiempo, y lo del monumento no es más que la chispa que prende la hoguera.
- Sí. En todo caso, los estonios podían haberlo hecho de otra manera, al menos explicándolo.
Como la cosa ya se ponía aburrida, Alfina y yo decidimos retirarnos a casa. Le dije al periodista:
- Mitya, cuando llegue a casa le enviaré las fotos, y espero verlas en su blog. Encantado de conocerle.
- Igualmente. Las estaré esperando.
Mientras tanto, Yakemenko seguía su arenga:
- Depositad vuestras cartas en este saco ¡No, no todos a la vez! ¡De uno en uno! Entregaremos el saco al representante de la Comisión Europea y, si no vemos resultados, dentro de quince días volveremos a reunirnos aquí.
Hasta hoy, el escolar detenido sigue entre rejas. En los medios occidentales prácticamente no se cita este caso, pero en los rusos aparece profusamente. No conozco bien por dónde van los tiros, pero parece que el cabreo va para largo.
(Yo pensaba que lo de las cartas era un brillante ejercicio de redacción de la juventud rusa, pero me acabo de enterar que eran copias idénticas imprimidas previamente, y que los Nashi se habían limitado a firmar. Trampa.)
Resultó que nos estábamos manifestando, al parecer, por la libertad de un escolar ruso-estonio que, decían, fue detenido y encarcelado en Estonia con motivo de las algaradas. Yakemenko montó una manifa-clase. Primero había repartido campanitas entre los asistentes, que las hicieron sonar como comenzando la clase. La verdad es que no hacían mucho ruido y quedaban algo patéticas, pero tenían su gracia. A continuación se repartieron papeles para que los asistentes escribieran cartas pidiendo la libertad del muchacho y entregarlas al portero de la Delegación de la Comisión. Al parecer, nadie les explicó a los Nashi que la Comisión se ocupa de otras cosas, pero que lo de encerrar a la peña, o no, es asunto de los Estados miembros.
Después comenzó la manifa-clase. Unos asistentes se pusieron a leer textos poéticos... un latazo del quince. La gente bostezaba y buena parte de los asistentes comenzó a hablar entre sí, lo que, efectivamente, recordaba a una clase de verdad.
Yakemenko tomó la palabra y dijo:
- Ahora tenéis un recreo. Durante el mismo podéis escribir una carta para pedir la libertad de nuestro compañero y luego la entregaremos en esta Delegación de la Unión Europea, para que los burócratas que trabajan dentro sepan que, mientras ellos se ocupan de sus papeles, en su Unión Europea se encarcela a estudiantes y se les encierra en prisiones que nadie sabe dónde están.
La gente se puso a escribir aplicadamente, supongo que en ruso, lo que no favorecerá su petición.
En esto, un chaval, de estatura parecida a la de Yakemenko, se acercó a donde estábamos nosotros, fuera de las vallas, y me preguntó en inglés (se ve que me había oído chotearme en guiri):
- What's that?
Le respondí, en ruso.
- Una manifestacion.
- ¿Y quiénes son?
- Los Nashi, ¿cómo que no lo sabe?
- Soy un periodista. He venido para recoger material y publicarlo.
Yo le echaba no más de dieciséis años. "Será del periódico del instituto", pensé. No le di más importancia y seguí sacando fotos. Entretanto, Yakemenko hizo sonar de nuevo las campanitas (que seguían siendo patéticas) y comenzó la segunda parte de la manifa-clase. El líder se puso a berrear desde su estrado consignas como "El fascismo no pasará" y "¡Estonia! ¡Fascista!", pero ahí se le notó que patinaba. Lo de arengar a las masas, si es que podemos llamar "masas" a los escasos cientos de personas presentes allí, se le iba un poco de las manos.
- ¿Me puede enviar fotos por correo electrónico? - me preguntó el periodista.
- Venga. Escríbalo.
Me lo escribió.
- Las quiero para publicarlas en una bitácora - me dijo.
Vaya... un colega, y el primer bloguero ruso que me echo a la cara. Creo que ahí comencé a percibir la naturaleza de su "periodismo".
- Pues escriba también la dirección de su bitácora, que me gustaría visitarla.
- Pero está en ruso.
- Bueno, no me preocupa mucho eso.
Entretanto, Yakemenko comenzaba a vacilar; se le notaba algo dudoso y falto de eslóganes demócratas y antifascistas que no hubiera repetido hasta la saciedad.
- Se quejan contra el fascismo, y cuando hace unas semanas reprimieron a golpes la marcha de protesta de la oposición, no dijeron nada ¡Eso también es fascismo! -dijo el periodista.
Me quedé admirado. Estaba ante un opositor, jovencito, pero opositor. Yo creía sinceramente que la existencia en Rusia de los opositores, digamos, "democráticos" (ya sé, ya sé que no hay nadie más demócrata que los Nashi, pero de alguna manera hay que entenderse), era una especie de invención de la prensa occidental y que en realidad son cuatro gatos mal contados. Bueno, pues, si es así, parece que estaba ante uno de esos cuatro.
- Es posible, es posible... - dije, tratando, aunque sólo fuera por una vez, de mantener el tacto.
- Me pregunto cuánto les pagan a ésos ¡Si se nota que sólo están ahí por el dinero!
- ¿Usted cree que les pagan?
- Les pagan.
- ¿Y cómo lo sabe? ¿Le han ofrecido dinero a usted?
- A mí no. Pero a compañeros míos sí. Y también pagan a los que han estado acampando frente a la Embajada de Estonia todos estos días.
- Pero esto cuesta mucho dinero. Entre pagar a la gente, y la organización de la manifestación ésta... las banderas, los autobuses, los uniformes, el estrado, el equipo de sonido... aquí hay dinero ¿De dónde lo sacan?
El periodista adolescente sonrió.
- Bueno, hay un partido muy poderoso con contactos, que les da dinero sin límites.
Es evidente que los Nashi no tienen grandes limitaciones presupuestarias y que reciben su dinero del presupuesto público y no de las cuotas de los afiliados, pero mi interlocutor no sabía más que yo. Al menos, el hecho de llevar mercenarios a las manifestaciones explica por qué las chicas son tan poco agraciadas: las guapas tienen cosas mucho mejores que hacer un viernes por la tarde, y es de suponer que disuadirlas de hacerlas salga bastante más caro.
Yakemenko seguía mal que bien arengando a los suyos, que probablemente se hubieran empezado a dispersar, de no ser porque las vallas y la policía les estorbaban. Dijo que estaban recogiendo dinero para la defensa del estudiante detenido y que su abogado decía que le podían caer cinco años por desórdenes públicos.
- Llevamos recogidos ciento cincuenta mil rublos que entregaremos a su familia - dijo en una rueda de prensa improvisada.
Leche. Más de cuatro mil euros, al cambio. Van a poder contratar a Perry Mason, al paso que van.
- Ajjj... - soltó el periodista-. Es en momentos como éste cuando me da vergüenza ser ruso.
- Venga, no hay para tanto, que todos tenemos nuestra cruz... - dije, pensando en España.
- No me parece bien lo que han hecho en Estonia, pero tampoco me parece bien lo que hicieron aquí en Jimki, que fue más o menos lo mismo. Y la reacción de aquí me parece estúpida. Unos tipos que confunden Estonia con Suecia no merecen mi respeto.
- Seguramente esto es algo que viene de mucho tiempo, y lo del monumento no es más que la chispa que prende la hoguera.
- Sí. En todo caso, los estonios podían haberlo hecho de otra manera, al menos explicándolo.
Como la cosa ya se ponía aburrida, Alfina y yo decidimos retirarnos a casa. Le dije al periodista:
- Mitya, cuando llegue a casa le enviaré las fotos, y espero verlas en su blog. Encantado de conocerle.
- Igualmente. Las estaré esperando.
Mientras tanto, Yakemenko seguía su arenga:
- Depositad vuestras cartas en este saco ¡No, no todos a la vez! ¡De uno en uno! Entregaremos el saco al representante de la Comisión Europea y, si no vemos resultados, dentro de quince días volveremos a reunirnos aquí.
Hasta hoy, el escolar detenido sigue entre rejas. En los medios occidentales prácticamente no se cita este caso, pero en los rusos aparece profusamente. No conozco bien por dónde van los tiros, pero parece que el cabreo va para largo.
(Yo pensaba que lo de las cartas era un brillante ejercicio de redacción de la juventud rusa, pero me acabo de enterar que eran copias idénticas imprimidas previamente, y que los Nashi se habían limitado a firmar. Trampa.)
lunes, 7 de mayo de 2007
Hacia la manifa de los Nashi
Alfina y yo nos presentamos en las inmediaciones del lugar en el que los Nashi habían convocado la concentración alrededor de media hora antes de su comienzo. Los Nashi habían aparcado sus autobuses en las inmediaciones y se acercaban a través de la plaza Repin, para acceder a través del puente Luzhkov hasta la sede de la Delegación de la Comisión Europea.
Uno, que ha nacido en España y ha visto manifestaciones de cientos de miles de personas, pensaría que no hay nada más sencillo que unirse a una manifestación. Pues no, señor. Eso es en España. Aquí, no.
Para empezar, la policía había tomado a saco la zona y había establecido un cordón de seguridad disuasorio. Así que nos acercamos al cordón, tratando de colarnos como quien no quiere la cosa, y el policía más próximo nos detuvo:
- ¿A dónde van ustedes?
- Allá, a la parte de allá.
- No se puede.
- ¿Y por qué no?
- Bueno, hay un mitin.
- Pero si sólo quiero ir hacia allá, hacia la zona de la Tretyakov.
- Bueno, puede ir por ese puente de allí.
- No, que ese camino es muy feo.
- Ah... bueno, pues por el puente del otro lado. Ese camino es bonito.
En esto, llegaron dos chicas.
- Oiga, tiene que dejarme pasar, porque soy del servicio de prensa de la organización que ha convocado el mitin.
El policía ni la detuvo, lo que me dio ocasión para seguir dando la tabarra.
- Oiga, ¿por qué esta chica sí pasa y yo no?
El policía se encogió de hombros.
- Pues yo también quiero ir al mitin.
- Noooo... sólo los participantes -dijo el hombre, condescendiente, con una media sonrisa.
- ¿Y no se puede pasar?
- No sé... hable con el sargento.
El sargento estaba allí al lado con cara de pocas ganas de estar haciendo aquello un viernes por la tarde. Nos dijo que no se podía pasar y que lo viéramos todo desde allí. Estuvimos un rato viéndolo, mientras los Nashi, con sus banderas con la cruz de san Andrés blanca en fondo rojo, pasaban el cordón y, poco a poco, iban cruzando el puente de Luzhkov.
Como aquello iba siendo aburrido y mi antifascismo vocacional no menguaba, decidimos tratar de alcanzar la plaza por otro sitio. La verdad es que no fue muy complicado, porque el primer cordón policial resultó muy endeble, a pesar de las apariencias. Pusimos cara de turistas con cámara de fotos y ganas de sacar una foto de la estatua de Repin, y pasamos el cordón sin más problemas.
¿Quería eso decir que ya podíamos pasar y unirnos a los demás demócratas antifascistas que pasaban por allí? No, hijos, no... qué fácil hubiera sido eso. El primer cordón era sólo para cortar el tráfico y disuadir a los menos tozudos.
Lo siguiente era un control policial más serio, con detectores de metales y cacheos. Yo estaba animado a pasarlo (de hecho, no parecía haber mucho problema), pero Alfina era menos partidaria, así que en la votación que siguió me quedé en minoría y hubo que buscar una alternativa. Decidimos seguir el consejo del policía y dar la vuelta por el otro puente.
Durante el camino nos fuimos cruzando con grupillos de Nashi.
- Pero, ¡si son todas feas!
Y era cierto. Con la de chicas guapas que hay en Moscú, y allí se había juntado lo más desfavorecido de la capital.
- Pues los chicos están aceptablemente bien -dijo Alfina.
- Sí, la verdad es que sí. Lo que no sé es qué hacen aquí. Para ligar, debe haber sitios mucho mejores.
Aún así, lo cierto es que había algunas parejas cogidas de la mano; sólo que, en contra de lo habitual, ellas no eran nada atractivas. Supongo que serían simpáticas, porque, si no...
Tras algún rodeo, esquivar otro cordón de policías y caminar procurando poner aspecto de turista despistado, nuestro objetivo se coronó con éxito: aparecimos delante de las vallas de seguridad, a dos metros del lugar desde donde el líder de los Nashi iba a lanzar su arenga demócrata y antifascista. Vamos, que ni pintado. Sólo nos faltaba saber cuál era exactamente el motivo de la manifestación, pero en eso, según nos dimos cuenta enseguida, estábamos en igualdad de condiciones con la mayoría de los manifestantes (que, con tanto control, tampoco podían ser muchos; yo le echo unos quinientos, todo lo más).
En esto, se detuvo la música bakaladera que había estado sonando todo el rato, digo yo que para dar la murga a los pobres que trabajaban en la Delegación de la Comisión, y el líder de los Nashi subió al estrado con ánimo de iniciar el acto.
Pero, como esta entrada ya está quedando exageradamente larga, mejor dejo el desarrollo de la manifa propiamente dicha y de lo que sucedió por allí para la próxima.
Uno, que ha nacido en España y ha visto manifestaciones de cientos de miles de personas, pensaría que no hay nada más sencillo que unirse a una manifestación. Pues no, señor. Eso es en España. Aquí, no.
Para empezar, la policía había tomado a saco la zona y había establecido un cordón de seguridad disuasorio. Así que nos acercamos al cordón, tratando de colarnos como quien no quiere la cosa, y el policía más próximo nos detuvo:
- ¿A dónde van ustedes?
- Allá, a la parte de allá.
- No se puede.
- ¿Y por qué no?
- Bueno, hay un mitin.
- Pero si sólo quiero ir hacia allá, hacia la zona de la Tretyakov.
- Bueno, puede ir por ese puente de allí.
- No, que ese camino es muy feo.
- Ah... bueno, pues por el puente del otro lado. Ese camino es bonito.
En esto, llegaron dos chicas.
- Oiga, tiene que dejarme pasar, porque soy del servicio de prensa de la organización que ha convocado el mitin.
El policía ni la detuvo, lo que me dio ocasión para seguir dando la tabarra.
- Oiga, ¿por qué esta chica sí pasa y yo no?
El policía se encogió de hombros.
- Pues yo también quiero ir al mitin.
- Noooo... sólo los participantes -dijo el hombre, condescendiente, con una media sonrisa.
- ¿Y no se puede pasar?
- No sé... hable con el sargento.
El sargento estaba allí al lado con cara de pocas ganas de estar haciendo aquello un viernes por la tarde. Nos dijo que no se podía pasar y que lo viéramos todo desde allí. Estuvimos un rato viéndolo, mientras los Nashi, con sus banderas con la cruz de san Andrés blanca en fondo rojo, pasaban el cordón y, poco a poco, iban cruzando el puente de Luzhkov.
Como aquello iba siendo aburrido y mi antifascismo vocacional no menguaba, decidimos tratar de alcanzar la plaza por otro sitio. La verdad es que no fue muy complicado, porque el primer cordón policial resultó muy endeble, a pesar de las apariencias. Pusimos cara de turistas con cámara de fotos y ganas de sacar una foto de la estatua de Repin, y pasamos el cordón sin más problemas.
¿Quería eso decir que ya podíamos pasar y unirnos a los demás demócratas antifascistas que pasaban por allí? No, hijos, no... qué fácil hubiera sido eso. El primer cordón era sólo para cortar el tráfico y disuadir a los menos tozudos.
Lo siguiente era un control policial más serio, con detectores de metales y cacheos. Yo estaba animado a pasarlo (de hecho, no parecía haber mucho problema), pero Alfina era menos partidaria, así que en la votación que siguió me quedé en minoría y hubo que buscar una alternativa. Decidimos seguir el consejo del policía y dar la vuelta por el otro puente.
Durante el camino nos fuimos cruzando con grupillos de Nashi.
- Pero, ¡si son todas feas!
Y era cierto. Con la de chicas guapas que hay en Moscú, y allí se había juntado lo más desfavorecido de la capital.
- Pues los chicos están aceptablemente bien -dijo Alfina.
- Sí, la verdad es que sí. Lo que no sé es qué hacen aquí. Para ligar, debe haber sitios mucho mejores.
Aún así, lo cierto es que había algunas parejas cogidas de la mano; sólo que, en contra de lo habitual, ellas no eran nada atractivas. Supongo que serían simpáticas, porque, si no...
Tras algún rodeo, esquivar otro cordón de policías y caminar procurando poner aspecto de turista despistado, nuestro objetivo se coronó con éxito: aparecimos delante de las vallas de seguridad, a dos metros del lugar desde donde el líder de los Nashi iba a lanzar su arenga demócrata y antifascista. Vamos, que ni pintado. Sólo nos faltaba saber cuál era exactamente el motivo de la manifestación, pero en eso, según nos dimos cuenta enseguida, estábamos en igualdad de condiciones con la mayoría de los manifestantes (que, con tanto control, tampoco podían ser muchos; yo le echo unos quinientos, todo lo más).
En esto, se detuvo la música bakaladera que había estado sonando todo el rato, digo yo que para dar la murga a los pobres que trabajaban en la Delegación de la Comisión, y el líder de los Nashi subió al estrado con ánimo de iniciar el acto.
Pero, como esta entrada ya está quedando exageradamente larga, mejor dejo el desarrollo de la manifa propiamente dicha y de lo que sucedió por allí para la próxima.
viernes, 4 de mayo de 2007
Estonia
Estos días, en Rusia, y más concretamente en Moscú, todo el mundo habla de Estonia. Estonia, un país pequeñito que está por ahí al norte y donde viven millón y medio de personas mal contadas, tiene un Gobierno que ha decidido hacer obras en su capital, Tallinn, y cambiar de sitio una estatua que homenajeaba a los soldados soviéticos que sacaron de allí a mamporros a los alemanes, allá por el final de la segunda guerra mundial, y se quedaron a construir en Estonia, velis nolis, el paraíso socialista. Vamos, que el Gobierno decidió que el centro de la ciudad no era buen sitio para el monumento y la han mandado a un cementerio militar; de paso, se han encontrado con una fosa común con los restos de los soldados que se quedaron por allí a criar malvas, y parece que no los han tratado con demasiado respeto. Diríase que el Gobierno estonio mantiene serias discrepancias con el pueblo y Gobierno rusos sobre la condición de "liberadores" de los soldados soviéticos.
En el lejano 1995, visité Estonia unas tres veces en mes y medio. En mi primer viaje, me extrañó que vendían libros de estonio (idioma incomprensible donde los haya) en casi cualquier tienda, incluso en las panaderías; en mi segundo viaje, compré algún manual de estonio e hice un esfuercillo por aprender algo, y en mi tercer viaje ya sabía un par de frases, así que, apenas llegado a Tallinn, me planté delante del hotel que había reservado y le dije al recepcionista con ganas de caer bien y con mi sonrisa más profidén:
- Minu nimi on Alfor von Buchweizen -que significa: "Me llamo Alfor von Buchweizen", y le dije, igualmente en un primitivo estonio preparado para la ocasión (y que ya he olvidado), que venía de Moscú y que había reservado habitación.
El recepcionista se me quedó mirando y me respondió en perfecto ruso:
- ¿Quéeee? No he entendido nada.
Ése fue el final de mis intentos por aprender estonio. Resultó que mi interlocutor no entendía ni jota de estonio, más o menos como la tercera parte de la población, que son rusos de origen, aparecieron por Estonia para quedarse después de 1945, y allí siguen, sin saber estonio ni nada que se les parezca. Los estonios dicen de ellos que, para darles la nacionalidad, deben aprender estonio y aprobar un examen (de ahí la abundancia de manuales); una buena parte de los rusos passan, al igual que habían passado desde que llegaron allí, de aprender lo que consideran una jerigonza incomprensible. Y ahí siguen, discriminados y todo, porque en Estonia se vive mejor que en Rusia, pero mosqueados con la mayoría de la población y muchos sin nacionalidad, ni rusa ni estonia.
Bueno, pues esa tercera parte de la población ha pillado un mosqueo todavía mayor con el traslado de la estatua y de los osarios. El hombre es un animal simbólico y, como símbolo, los monumentos bélicos soviéticos es de lo poquito que les queda a la minoría rusófona de Estonia. El mosqueo ha sido mayor de lo de costumbre, porque ha terminado a mamporro limpio, con los rusos destrozando escaparates y con los policías estonios empleándose a fondo en tareas represivas propias de su profesión y deteniendo y encerrando a diestro y siniestro. De momento, van por un muerto ruso, y quiera Dios que no pasen a mayores.
En la Madre Rusia, puestos a cabrearse, no se quedan atrás. Como la cosa ya estaba calentita, sólo faltaba esto para que los ánimos se pusieran firmes. Parte destacada en la reacción rusa la han tenido, cómo no, los "Nashi", protagonistas de algunas entradas de esta bitácora. Como Estonia pilla algo lejos y está llena de estonios hostiles y, por lo visto, tirando a brutos, los "Nashi" se han concentrado contra la Embajada de Estonia en Moscú, en cuyas inmediaciones hay menos estonios y más rusos, y se han tirado siete días acampando y amenazando con "desmontarla", mientras inundaban Moscú de pasquines que rezaban "Se busca. Embajador del Estado fascista de Estonia", con la foto de la embajadora "maquillada" con un bigotillo alusivo a ya sabemos quién. No olvidemos que los Nashi son un movimiento juvenil democrático y antifascista y que sus enemigos, son, obviamente, fascistas.
Los Nashi consiguieron sacar de quicio a la señora embajadora, que ayer salió de Moscú de vacaciones, después de machacarla día y noche con música disco-tralla durante una semana y de reventarle espectacularmente una rueda de prensa, mientras los cuatro policías enviados por el Gobierno ruso para proteger la Embajada pedían refuerzos (en vano). Eso sí, la preparación en geografía de los Nashi adolece de serios defectos, porque, en un momento de exaltación, la tomaron con el coche del Embajador de Suecia, que pasaba por allí, y le arrancaron la banderita del coche, "haciendo amigos". El Embajador, cuando consiguió salir del lío, se fue derecho al Ministerio de Asuntos Exteriores ruso a montar un pollo. De manera educada, los líderes de los Nashi pidieron disculpas más adelante a la Embajada sueca, pero me da a mí que, el día que pidan un visado para visitar Suecia, se van a enterar de lo que vale un peine.
Como la embajadora estonia se piró, los victoriosos Nashi se han encontrado desocupados y han decidido dirigir sus acciones contra la Delegación en Moscú de la Comisión Europea, donde, al parecer, trabaja un estonio, convocando una manifestación ante sus puertas. Y he aquí que esta tarde me he sentido especialmente demócrata y antifascista y he decidido unirme a la manifestación de los Nashi. Pero eso lo dejo para la próxima entrada, que hoy es tarde.
En el lejano 1995, visité Estonia unas tres veces en mes y medio. En mi primer viaje, me extrañó que vendían libros de estonio (idioma incomprensible donde los haya) en casi cualquier tienda, incluso en las panaderías; en mi segundo viaje, compré algún manual de estonio e hice un esfuercillo por aprender algo, y en mi tercer viaje ya sabía un par de frases, así que, apenas llegado a Tallinn, me planté delante del hotel que había reservado y le dije al recepcionista con ganas de caer bien y con mi sonrisa más profidén:
- Minu nimi on Alfor von Buchweizen -que significa: "Me llamo Alfor von Buchweizen", y le dije, igualmente en un primitivo estonio preparado para la ocasión (y que ya he olvidado), que venía de Moscú y que había reservado habitación.
El recepcionista se me quedó mirando y me respondió en perfecto ruso:
- ¿Quéeee? No he entendido nada.
Ése fue el final de mis intentos por aprender estonio. Resultó que mi interlocutor no entendía ni jota de estonio, más o menos como la tercera parte de la población, que son rusos de origen, aparecieron por Estonia para quedarse después de 1945, y allí siguen, sin saber estonio ni nada que se les parezca. Los estonios dicen de ellos que, para darles la nacionalidad, deben aprender estonio y aprobar un examen (de ahí la abundancia de manuales); una buena parte de los rusos passan, al igual que habían passado desde que llegaron allí, de aprender lo que consideran una jerigonza incomprensible. Y ahí siguen, discriminados y todo, porque en Estonia se vive mejor que en Rusia, pero mosqueados con la mayoría de la población y muchos sin nacionalidad, ni rusa ni estonia.
Bueno, pues esa tercera parte de la población ha pillado un mosqueo todavía mayor con el traslado de la estatua y de los osarios. El hombre es un animal simbólico y, como símbolo, los monumentos bélicos soviéticos es de lo poquito que les queda a la minoría rusófona de Estonia. El mosqueo ha sido mayor de lo de costumbre, porque ha terminado a mamporro limpio, con los rusos destrozando escaparates y con los policías estonios empleándose a fondo en tareas represivas propias de su profesión y deteniendo y encerrando a diestro y siniestro. De momento, van por un muerto ruso, y quiera Dios que no pasen a mayores.
En la Madre Rusia, puestos a cabrearse, no se quedan atrás. Como la cosa ya estaba calentita, sólo faltaba esto para que los ánimos se pusieran firmes. Parte destacada en la reacción rusa la han tenido, cómo no, los "Nashi", protagonistas de algunas entradas de esta bitácora. Como Estonia pilla algo lejos y está llena de estonios hostiles y, por lo visto, tirando a brutos, los "Nashi" se han concentrado contra la Embajada de Estonia en Moscú, en cuyas inmediaciones hay menos estonios y más rusos, y se han tirado siete días acampando y amenazando con "desmontarla", mientras inundaban Moscú de pasquines que rezaban "Se busca. Embajador del Estado fascista de Estonia", con la foto de la embajadora "maquillada" con un bigotillo alusivo a ya sabemos quién. No olvidemos que los Nashi son un movimiento juvenil democrático y antifascista y que sus enemigos, son, obviamente, fascistas.
Los Nashi consiguieron sacar de quicio a la señora embajadora, que ayer salió de Moscú de vacaciones, después de machacarla día y noche con música disco-tralla durante una semana y de reventarle espectacularmente una rueda de prensa, mientras los cuatro policías enviados por el Gobierno ruso para proteger la Embajada pedían refuerzos (en vano). Eso sí, la preparación en geografía de los Nashi adolece de serios defectos, porque, en un momento de exaltación, la tomaron con el coche del Embajador de Suecia, que pasaba por allí, y le arrancaron la banderita del coche, "haciendo amigos". El Embajador, cuando consiguió salir del lío, se fue derecho al Ministerio de Asuntos Exteriores ruso a montar un pollo. De manera educada, los líderes de los Nashi pidieron disculpas más adelante a la Embajada sueca, pero me da a mí que, el día que pidan un visado para visitar Suecia, se van a enterar de lo que vale un peine.
Como la embajadora estonia se piró, los victoriosos Nashi se han encontrado desocupados y han decidido dirigir sus acciones contra la Delegación en Moscú de la Comisión Europea, donde, al parecer, trabaja un estonio, convocando una manifestación ante sus puertas. Y he aquí que esta tarde me he sentido especialmente demócrata y antifascista y he decidido unirme a la manifestación de los Nashi. Pero eso lo dejo para la próxima entrada, que hoy es tarde.
martes, 1 de mayo de 2007
Cumpleaños
Ya, ya sé que muchos lo llaman "cumpleblog", pero yo, purista de mí, a los blogs les llamo bitácoras, y "cumplebitácora", además de inexacto (lo que se cumplen son los años), queda feísimo.
Pues sí. Un año hace que empecé a teclear y, desde entonces, andan por ahí 166 entradas, unos seiscientos comentarios, algo menos de cuatro mil visitas ajenas y bastantes horas dedicadas a esto, y no sólo por mí. A los comentaristas y lectores no sé qué les parecerá, pero a mí me ha servido, además de para aprender un montón de cosas sobre las que escribir, para desentumecer la pluma después de largos años de actividad embotada. Y es que yo, de joven, tenía la pluma tan afilada como la lengua, cosa peligrosa en estos mundos que nos ha tocado vivir. Con el tiempo y unos cuantos bofetones, la lengua se ha ido quedando roma y, salvo algunos irreflexivos latigazos recurrentes, la agudeza que la distinguió antaño ha ido siendo tamizada por la prudencia, para bien de todos y, principalmente, para bien del parlanchín de su dueño.
La pluma, que también se las traía, también quedó domada con el tiempo y se estuvo dedicando exclusivamente a informes áridos e impersonales a más no poder, hasta que llegó la decisión de escribir algo diferente. Y así nació esta bitácora. La cosa comenzó timidilla, se desarrolló una rutina, hubo algún cabreo (el sentido del humor abunda menos de lo que yo quisiera), la cosa ha seguido mal que bien y, en general, algo he aprendido de todo esto, y es que la única forma de estar seguro de que no vas a molestar a nadie es escribir sólo de gente que lleve muerta varios siglos y que no suscite pasiones excesivas hoy día. Y, aun así, vaya usted a saber, uno se va de la pluma, y le sale algún partidario ofendidísimo de los Infantes de la Cerda, del falso Demetrio, de Witiza o de Aníbal Barca.
Y así hasta hoy. Un saludo especial a Esther, que es la que me dio la idea, la comentarista más constante y la que tiene una bitácora más distinta a la mía, al menos de entre las que leo.
A partir de ahora, aparte de que seguramente me tomaré esto con más sosiego, porque otras actividades reclaman mi atención, creo que ha llegado el momento de cambiar un poco alguna cosa de por aquí. En todo caso, a estas alturas, el que haya seguido esto más o menos ya es consciente de que en Rusia suceden con inusitada frecuencia cosas que en España consideramos surrealistas, así que es probable que me dedique en futuras entradas a otros asuntos, o que los trate de otra manera. Ya lo iremos viendo.
Pues sí. Un año hace que empecé a teclear y, desde entonces, andan por ahí 166 entradas, unos seiscientos comentarios, algo menos de cuatro mil visitas ajenas y bastantes horas dedicadas a esto, y no sólo por mí. A los comentaristas y lectores no sé qué les parecerá, pero a mí me ha servido, además de para aprender un montón de cosas sobre las que escribir, para desentumecer la pluma después de largos años de actividad embotada. Y es que yo, de joven, tenía la pluma tan afilada como la lengua, cosa peligrosa en estos mundos que nos ha tocado vivir. Con el tiempo y unos cuantos bofetones, la lengua se ha ido quedando roma y, salvo algunos irreflexivos latigazos recurrentes, la agudeza que la distinguió antaño ha ido siendo tamizada por la prudencia, para bien de todos y, principalmente, para bien del parlanchín de su dueño.
La pluma, que también se las traía, también quedó domada con el tiempo y se estuvo dedicando exclusivamente a informes áridos e impersonales a más no poder, hasta que llegó la decisión de escribir algo diferente. Y así nació esta bitácora. La cosa comenzó timidilla, se desarrolló una rutina, hubo algún cabreo (el sentido del humor abunda menos de lo que yo quisiera), la cosa ha seguido mal que bien y, en general, algo he aprendido de todo esto, y es que la única forma de estar seguro de que no vas a molestar a nadie es escribir sólo de gente que lleve muerta varios siglos y que no suscite pasiones excesivas hoy día. Y, aun así, vaya usted a saber, uno se va de la pluma, y le sale algún partidario ofendidísimo de los Infantes de la Cerda, del falso Demetrio, de Witiza o de Aníbal Barca.
Y así hasta hoy. Un saludo especial a Esther, que es la que me dio la idea, la comentarista más constante y la que tiene una bitácora más distinta a la mía, al menos de entre las que leo.
A partir de ahora, aparte de que seguramente me tomaré esto con más sosiego, porque otras actividades reclaman mi atención, creo que ha llegado el momento de cambiar un poco alguna cosa de por aquí. En todo caso, a estas alturas, el que haya seguido esto más o menos ya es consciente de que en Rusia suceden con inusitada frecuencia cosas que en España consideramos surrealistas, así que es probable que me dedique en futuras entradas a otros asuntos, o que los trate de otra manera. Ya lo iremos viendo.