En Madrid, el oso y el madroño; en Düsseldorf, el ayuntamiento y la estatua del conde Adolfo; en mi pueblo, el bar del tío Garrofa; en Valencia, el Parterre y la estatua ecuestre de Jaime el Conquistador.
Y, en Moscú, el punto de encuentro por excelencia es la plaza Pushkin con la estatua del poeta no menos por excelencia de Rusia. Uno va en cualquier momento, y se encuentra a todo tipo de personajes solitarios sin hacer nada, porque están esperando a alguien, mirando a los transeúntes con la esperanza de que el que se está acercando sea precisamente la persona esperada, y comience una nueva fase en su actividad.
A un lado de la plaza, junto a la estatua, se encuentra la gente que espera, muchas veces sin saber exactamente a quién. Casi cada día tengo que pasar por allí, camino de mi casa, y nunca he visto vacía la plaza; pero tampoco la he visto nunca llena: no es un lugar para quedarse. La gente nunca permanece allí, una vez ha llegado la persona a la que esperan. Así como en otros sitios, incluso en la misma plaza, pero en otro lado, se pueden ver grupos de personas conversando, jugando o bebiendo, allí no. Como si la estatua de Pushkin fuera demasiado imponente, o como si el tiempo de espera fuera demasiado largo, la gente huye de allí en cuanto la espera se termina, ya sea porque ha llegado la cita, o porque no ha llegado y se ve que no va a hacerlo.
No sé cuántos plantones habrá visto el poeta, cuánta gente que se habrá quedado allí mucho más tiempo del que había pensado. O de cuántos encuentros habrá sido testigo, gente que se reúne allí, incluso sin conocerse, para acto seguido marcharse hacia otros horizontes. Nadie, nadie se queda en el punto de encuentro.
El único que sigue siempre allí, con la mirada fija, la cabeza gacha y la mano en el corazón, es Pushkin.
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
lunes, 30 de abril de 2007
sábado, 28 de abril de 2007
Brotando a lo bestia
Hoy la cosa va de plantas, que no protestan nunca. Seguro que habéis visto a mucha gente hacerse lenguas de lo bonita que es la primavera en Rusia, pero lo que estoy aún más seguro que no habéis visto es una prueba científica de lo a la carrera que va creciendo esto. Pues no os preocupéis, que aquí estoy yo para ilustrar la velocidad primaveral en este bendito país. Para eso utilizamos una planta de control, concretamente la que cuida a conciencia mi vecina, tyotya Alla.
Así de cochambrosa estaba la planta el 3 de abril.
El 18 de abril la cosa había mejorado sensiblemente.
El 24 de abril ya la cosa era incluso diríase que frondosa.
Y hace un rato, 28 de abril, esto ya era puro espectáculo.
En fin, me voy a tomar un antihistamínico, porque la primavera será muy bonita, sí, pero yo no la aguanto. Me pican los ojos, moqueo que da asco y... ayayay... ¡atchís!
Que pase pronto esto, Dios mío...
Así de cochambrosa estaba la planta el 3 de abril.
El 18 de abril la cosa había mejorado sensiblemente.
El 24 de abril ya la cosa era incluso diríase que frondosa.
Y hace un rato, 28 de abril, esto ya era puro espectáculo.
En fin, me voy a tomar un antihistamínico, porque la primavera será muy bonita, sí, pero yo no la aguanto. Me pican los ojos, moqueo que da asco y... ayayay... ¡atchís!
Que pase pronto esto, Dios mío...
martes, 24 de abril de 2007
No pasa nada
Las primeras páginas de los periódicos de medio mundo están dedicadas nuevamente a Rusia, porque ayer murió Borís Yeltsin, que fue presidente de Rusia entre 1991 y 1999. Es curioso el temor reverencial que, incluso en sus últimos años, despertaba, hasta el punto de que nadie le trataba de "ex-presidente de Rusia", sino de "primer presidente de Rusia", que, ciertamente, queda mucho más fino.
El personaje tenía a estas alturas mucha menos importancia de la que le atribuye la prensa, y la prueba es que nadie se ha dado por enterado del suceso, ni ha cambiado sus costumbres por el mismo. Y eso me da pie a comentar que, en Moscú, ciudad donde ocurren cosas peligrosas con muchísima frecuencia, la gente corriente ha llegado a un punto de indiferencia que no por envidiable resulta menos curioso.
En 1991, durante el golpe de estado comunista, mientras los tanques iba y venían de aquí para allá, y hasta sonaba algún pepinazo, la gente iba tranquilamente, al menos en apariencia, por entre los tanques para ir a comprar el pan; en 1993, en pleno rifirrafe entre el mencionado Yeltsin y el parlamento, con bombardeo incluido del mismo, la gente cruzaba la calle a pocos metros de los tanques; en 1998, cuando la devaluación bestial del 400%, la gente, en lugar de asaltar los centros de poder y cortar la piel a tiras a los responsables del desastre (y no era el primero), se dedicó a comprar, también tranquilamente, con sus últimos rublos. Y la semana pasada, con la convocatoria de manifestaciones múltiples y detenidos diversos en pleno centro de Moscú, la prensa occidental se ha puesto las botas, pero la verdad es que yo vivo bastante cerca de allí y ni me he enterado, ni he alterado demasiado mis costumbres.
Esos sí, la más gorda que viví sucedió en octubre de 2002, cuando un comando de terroristas suicidas chechenos ocupó el teatro de la calle Dubrovka en plena función, tomó cerca de un millar de rehenes entre actores y espectadores y amenazó con volarlo. Como yo vivía a unos tres o cuatrocientos metros de allí, calle abajo, en caso de explosión no sólo tenía todos los números de enterarme de la mascletà, sino de quedarme sin cristales, o algo peor. La calle fue cortada, los trolebuses se agolpaban en los cables, los OMON tomaron posiciones, el ejército hizo lo propio, los tanques apuntaban al edificio... pero, nosotros, tranquilos, seguimos allí, haciendo vida normal (salvo que aparcar se puso difícil) y a los dueños de la tienda de enfrente ni se les ocurrió cerrar. Antes al contrario, tanto policía y tanto militar garantizaba una clientela estupenda mientras durase el rifirrafe.
En fin, que en Moscú, todas esas cosas que aparecen en las portadas de medio mundo, a la población de a pie nos afectan más bien poco. Si lo comparo con mi 23 de febrero de 1981 en Valencia, en pleno golpe de estado con toque de queda incluido y tanques pasando por delante de mi casa, está claro que los españoles somos gente más prudente: no había ni uno por la calle.
El personaje tenía a estas alturas mucha menos importancia de la que le atribuye la prensa, y la prueba es que nadie se ha dado por enterado del suceso, ni ha cambiado sus costumbres por el mismo. Y eso me da pie a comentar que, en Moscú, ciudad donde ocurren cosas peligrosas con muchísima frecuencia, la gente corriente ha llegado a un punto de indiferencia que no por envidiable resulta menos curioso.
En 1991, durante el golpe de estado comunista, mientras los tanques iba y venían de aquí para allá, y hasta sonaba algún pepinazo, la gente iba tranquilamente, al menos en apariencia, por entre los tanques para ir a comprar el pan; en 1993, en pleno rifirrafe entre el mencionado Yeltsin y el parlamento, con bombardeo incluido del mismo, la gente cruzaba la calle a pocos metros de los tanques; en 1998, cuando la devaluación bestial del 400%, la gente, en lugar de asaltar los centros de poder y cortar la piel a tiras a los responsables del desastre (y no era el primero), se dedicó a comprar, también tranquilamente, con sus últimos rublos. Y la semana pasada, con la convocatoria de manifestaciones múltiples y detenidos diversos en pleno centro de Moscú, la prensa occidental se ha puesto las botas, pero la verdad es que yo vivo bastante cerca de allí y ni me he enterado, ni he alterado demasiado mis costumbres.
Esos sí, la más gorda que viví sucedió en octubre de 2002, cuando un comando de terroristas suicidas chechenos ocupó el teatro de la calle Dubrovka en plena función, tomó cerca de un millar de rehenes entre actores y espectadores y amenazó con volarlo. Como yo vivía a unos tres o cuatrocientos metros de allí, calle abajo, en caso de explosión no sólo tenía todos los números de enterarme de la mascletà, sino de quedarme sin cristales, o algo peor. La calle fue cortada, los trolebuses se agolpaban en los cables, los OMON tomaron posiciones, el ejército hizo lo propio, los tanques apuntaban al edificio... pero, nosotros, tranquilos, seguimos allí, haciendo vida normal (salvo que aparcar se puso difícil) y a los dueños de la tienda de enfrente ni se les ocurrió cerrar. Antes al contrario, tanto policía y tanto militar garantizaba una clientela estupenda mientras durase el rifirrafe.
En fin, que en Moscú, todas esas cosas que aparecen en las portadas de medio mundo, a la población de a pie nos afectan más bien poco. Si lo comparo con mi 23 de febrero de 1981 en Valencia, en pleno golpe de estado con toque de queda incluido y tanques pasando por delante de mi casa, está claro que los españoles somos gente más prudente: no había ni uno por la calle.
domingo, 22 de abril de 2007
Preparando un viaje en coche
Una de las cosas más imprevisibles de Rusia consiste en saber cuánto durará un viaje por carretera. El que consiga averiguarlo con cierta aproximación tiene bien ganado el rango de profeta, y no estará de más preguntarle si obtiene su conocimiento de alguna revelación sobrenatural, magia negra, videncias diversas o simplemente es pura chiripa. Por ejemplo, viajar desde la casa de uno a cualquiera de los aeropuertos de Moscú puede durar entre cuarenta minutos (eso si todo va bien) y cinco horas (si todo va mal). En realidad, puede durar incluso más de cinco horas, pero reconozco que son casos excepcionales. Mi récord personal está en cuatro horas y media, un día en que se conjuraron todos los hados, hubo una nevada copiosísima, camiones tirados en la carretera y hasta una colisión entre un camión y un autobús, cosa que, aunque pueda parecer excepcional, no lo es tanto como pueda creerse. Además de esto, otros clásicos de las carreteras moscovitas son los atascos de fin de semana, tanto de salida (los sábados por la mañana, a partir de las seis y media de la mañana, y no es coña) como de entrada (los domingos durante todo el día y buena parte de la madrugada del lunes).
Pues bien, dentro de un par de días estaré camino de Ivánovo, ciudad provincial situada a unos trescientos kilómetros al nordeste de Moscú. Vamos, más o menos como Zaragoza respecto de Madrid o Valencia. Podría decirse que es el prototipo de ciudad mal comunicada, con tres trenes al día (o más bien a la noche, porque son nocturnos), sin vuelos de pasajeros comerciales (me gustaría ver cómo está ese aeropuerto), y con la única regularidad del servicio de autobuses. Pero, claro, para eso...
Para eso, la opción elegida ha sido ir en coche, y ahora todo son cavilaciones sobre la antelación con que partir, teniendo en cuenta que a la una del mediodía hay que estar allí. Uno, si fuera de Valencia a Zaragoza, lo tendría claro: saliendo hacia las nueve y media se llega bien y sin necesidad de correr, pero aquí las cosas son distintas.
- Que si quedamos para salir a las ocho.
- ¿Y vamos a llegar?
- Deberíamos. Son unos trescientos kilómetros.
- Pues a saber cómo son.
- Bueeeeno, no exageres.
- Pues yo saldría a las seis y media.
- ¿Tan prontooooo?
- Es que, si no, habrá atasco de salida seguro.
Ya veremos cómo queda la cosa. De momento, he recordado con un escalofrío el vídeo de abajo, que mi cuñado tuvo la gentileza de enviarme hace un par de meses. Vale que lo del vídeo es una carretera siberiana, lejos de la parte europea de Rusia... pero, por si acaso, voy a llevar víveres.
Pues bien, dentro de un par de días estaré camino de Ivánovo, ciudad provincial situada a unos trescientos kilómetros al nordeste de Moscú. Vamos, más o menos como Zaragoza respecto de Madrid o Valencia. Podría decirse que es el prototipo de ciudad mal comunicada, con tres trenes al día (o más bien a la noche, porque son nocturnos), sin vuelos de pasajeros comerciales (me gustaría ver cómo está ese aeropuerto), y con la única regularidad del servicio de autobuses. Pero, claro, para eso...
Para eso, la opción elegida ha sido ir en coche, y ahora todo son cavilaciones sobre la antelación con que partir, teniendo en cuenta que a la una del mediodía hay que estar allí. Uno, si fuera de Valencia a Zaragoza, lo tendría claro: saliendo hacia las nueve y media se llega bien y sin necesidad de correr, pero aquí las cosas son distintas.
- Que si quedamos para salir a las ocho.
- ¿Y vamos a llegar?
- Deberíamos. Son unos trescientos kilómetros.
- Pues a saber cómo son.
- Bueeeeno, no exageres.
- Pues yo saldría a las seis y media.
- ¿Tan prontooooo?
- Es que, si no, habrá atasco de salida seguro.
Ya veremos cómo queda la cosa. De momento, he recordado con un escalofrío el vídeo de abajo, que mi cuñado tuvo la gentileza de enviarme hace un par de meses. Vale que lo del vídeo es una carretera siberiana, lejos de la parte europea de Rusia... pero, por si acaso, voy a llevar víveres.
viernes, 20 de abril de 2007
Fanáticos del baloncesto
Los aficionados al baloncesto, pensaba yo, son gente mucho más objetiva y pacífica que los fanáticos futboleros. Eso lo pensaba yo hasta el otro día, en que tuve la desdicha de sentarme al lado de la mujer de la foto en el pabellón del CSKA. La susosdicha me estuvo dando la tabarra todo el partido con los dos globitos ruidosos como ellos solos ¡Qué tía! Uno se hace la imagen de las mujeres rusas como gente con clase, civilizada, a la que responden la mayoría, pero está visto que la occidentalización hace estragos entre las espectadoras.
El partido era importante, vale. CSKA y Maccabi, los dos últimos campeones de Europa, jugando a vida o muerte por un lugar en la final a cuatro. El pabellón de bote en bote, no cabía un alfiler. Pero el CSKA se puede decir que dejó resuelto el partido en el primer cuarto, en que ya se fue en el marcador por veinte puntos, que aún aumentaron en el segundo.
Pues la mujer, dale que te pego. Además, como me oyó hablando en extranjero con mi vecino de asiento, otro español, debió pensar que era aficionado del Maccabi y me miraba con cara de conmiseración. Hay que reconocer que, si hubiera sido realmente del Maccabi, la compasión hubiera sido realmente merecida, porque el baño estaba siendo de impresión.
En el último cuarto, ya prácticamente con los jugadores dejando correr el tiempo y con los del Maccabi con bastantes ganas de que aquello acabara de una vez para irse a la ducha, se me volvió varias veces y no me dijo nada, pero tenía una sonrisa de oreja a oreja. Aún así, yo pienso que debía ser una futbolera que pasaba por allí y consiguió una entrada y los dos puñeteros globos ruidosos. Yo insisto en que la gente del baloncesto tiene más clase.
- Pínchale los globos -me decía mi vecino de asiento.
- Bueno, por lo que queda...
- Pero es que la tía no para.
- Sí, pero, como se los pinche, habrá lío. Que tiene al maromo al lado y la gente se cree que somos del Maccabi.
- ¿Del Maccabi?
- Leche, claro. Si tú estás en España en una cancha de basket y te ves a un grupo de tíos que hablan en una lengua que no entiendes, ¿qué piensas? Pues que son del equipo contrario.
- Ah... - dijo el compañero, que había estado animando al CSKA como un moscovita más- Pues igual sí.
Finalmente acabó el partido, y todos nos levantamos a aplaudir a los jugadores del CSKA, que desde el centro de la pista saludaban a la afición. Nosotros nos levantamos también a aplaudir, mientras mi vecina hacía sonar los globos de m... con sus últimas fuerzas y soltaba un "Ar-mei-tsí Moskvy!" a grito pelado. Hasta yo grité lo mismo.
Salíamos del pabellón entre una multitud de gente, cuando la mujer le dijo a su marido.
- Fíjate si habremos jugado bien, que hasta los israelíes éstos nos aplaudían.
El partido era importante, vale. CSKA y Maccabi, los dos últimos campeones de Europa, jugando a vida o muerte por un lugar en la final a cuatro. El pabellón de bote en bote, no cabía un alfiler. Pero el CSKA se puede decir que dejó resuelto el partido en el primer cuarto, en que ya se fue en el marcador por veinte puntos, que aún aumentaron en el segundo.
Pues la mujer, dale que te pego. Además, como me oyó hablando en extranjero con mi vecino de asiento, otro español, debió pensar que era aficionado del Maccabi y me miraba con cara de conmiseración. Hay que reconocer que, si hubiera sido realmente del Maccabi, la compasión hubiera sido realmente merecida, porque el baño estaba siendo de impresión.
En el último cuarto, ya prácticamente con los jugadores dejando correr el tiempo y con los del Maccabi con bastantes ganas de que aquello acabara de una vez para irse a la ducha, se me volvió varias veces y no me dijo nada, pero tenía una sonrisa de oreja a oreja. Aún así, yo pienso que debía ser una futbolera que pasaba por allí y consiguió una entrada y los dos puñeteros globos ruidosos. Yo insisto en que la gente del baloncesto tiene más clase.
- Pínchale los globos -me decía mi vecino de asiento.
- Bueno, por lo que queda...
- Pero es que la tía no para.
- Sí, pero, como se los pinche, habrá lío. Que tiene al maromo al lado y la gente se cree que somos del Maccabi.
- ¿Del Maccabi?
- Leche, claro. Si tú estás en España en una cancha de basket y te ves a un grupo de tíos que hablan en una lengua que no entiendes, ¿qué piensas? Pues que son del equipo contrario.
- Ah... - dijo el compañero, que había estado animando al CSKA como un moscovita más- Pues igual sí.
Finalmente acabó el partido, y todos nos levantamos a aplaudir a los jugadores del CSKA, que desde el centro de la pista saludaban a la afición. Nosotros nos levantamos también a aplaudir, mientras mi vecina hacía sonar los globos de m... con sus últimas fuerzas y soltaba un "Ar-mei-tsí Moskvy!" a grito pelado. Hasta yo grité lo mismo.
Salíamos del pabellón entre una multitud de gente, cuando la mujer le dijo a su marido.
- Fíjate si habremos jugado bien, que hasta los israelíes éstos nos aplaudían.
martes, 17 de abril de 2007
Derribos frustrados
Habíamos quedado en la anterior entrada en la pretensión de la Unión de Ateos Militantes de derribar la iglesia de la foto, concretamente la iglesia del Profeta Elías, de Yaroslavl. La iglesia llevaba cerrada unos diez años, los ornamentos habían sido confiscados, la plata fundida y los libros litúrgicos desvalijados. Al menos, no fue convertida de momento en almacén o en cárcel, como otras, sino que desempeñaba las funciones de museo de arte antiguo, que es más aseado. Pero los almacenes debían escasear en Yaroslavl por aquella época, así que las autoridades decidieron destinar a almacenes parte de la iglesia (jorobando de paso los frescos, pero eso parece que era lo de menos); entonces, viendo el ambiente propicio, la Unión de Ateos Militantes decidió intervenir más decisivamente.
Como el asunto de las campanas les había salido bien, resolvieron utilizar la misma táctica de recoger firmas entre los obreros fabriles de la ciudad, que, como en la ocasión anterior, se unieron a la protesta de manera unánime. En esta ocasión, habían pasado unos años desde la creación de los "campamentos" para gente díscola, y los obreros -y todos los demás- ya sabían que los díscolos que eran enviados allí tenían tantas posibilidades de volver enteros como un seiscientos de ganar un gran premio de Fórmula 1. Para darle más respetabilidad al asunto, el diario "El Obrero Septentrional" (sin coñas, se llamaba así: Северный Рабочий) publicó un artículo en el que exigía derribar la iglesia para ampliar la plaza donde estaba situada. La plaza, ya de por sí, es bien grande, así que no se explica qué más querían, pero las autoridades decidieron apoyar la moción y realizaron una petición de derribo a sus superiores. La petición no tiene desperdicio, así que me permito traducirla:
"El Consejo Municipal, basándose en las peticiones masivas de la amplia sociedad proletaria de las mayores fábricas, subraya especialmente la necesidad de liberar inmediatamente de la iglesia del Profeta Elías la plaza (central) Sovietskaya de la ciudad, considerando que la mencionada iglesia estorba sobremanera la nueva planificación de la ciudad y se encuentra en una plaza que posee significado administrativo, en la cual, a petición de la sociedad, se planea erigir un monumento a los luchadores de la revolución caídos en la rebelión de los blancos. Hay que decir que la ciudad no dispone de plaza más amplia que la dicha y que la existencia de la iglesia en la plaza Sovietskaya impide realizar en el centro de la ciudad manifestaciones masivas, desfiles, etc. Pedimos apoyo al Consejo Municipal y a la sociedad de la ciudad para eliminar del inventario de iglesias la susodicha, para su derribo, considerando que Yaroslavl es rica en arquitectura religiosa y que, tras el desmontaje de algunas iglesias en el centro de la ciudad y en los arrabales, sigue quedando un número significativo de las mismas."
La barbaridad no salió adelante porque el director del museo de arte antiguo, que, bolchevique o no, le había tomado cariño al edificio (y no me extraña nada) decidió quedarse a vivir en el mismo y se negó a salir mientras pendiera sobre la iglesia la amenaza de derribo. Contra todo pronóstico, las autoridades municipales decidieron no forzar la máquina y no sepultar al señor director del museo bajo los escombros, cosa tanto más sorprendente cuanto que la vida humana, allí y por aquel entonces, valía menos que la de un tutsi en Ruanda.
A finales de los años treinta del siglo pasado, la iglesia volvió a estar de actualidad cuando el secretario general del comité regional del Partido (sí, ese partido, no había otro), decidió que una ciudad como Yaroslavl merecía un museo antirreligioso, y qué mejor lugar que la iglesia del Profeta Elías. Y qué mejor director del museo que uno de los líderes de la Unión de Ateos Militantes, Víktor Mijailovich Kovaliov, que se enorgullecía de haber colaborado en el cierre de cerca de doscientas iglesias, incluyendo el desmontaje de las campanas y su venta como chatarra. El único problema es que de museística sabía poco, pero eso era secundario, así que lo llamó a su despacho.
- Víktor Mijailovich, le voy a dar una buena noticia: vamos a crear un museo antirreligioso en Yaroslavl.
- ¡Pero, camarada secretario general, eso es estupendo! Ya hacía tiempo que lo necesitábamos.
- Sí, y he pensado en usted como director del museo.
Víktor Mijailovich no lo veía claro.
- Camarada secretario general, ¿y no habrá otro? Yo es de que de museos no tengo experiencia. Debo rehusar este honor.
El secretario general no debió quedarse contento.
- ¿Rehusar? Bieeeeen... deje su carné del partido sobre la mesa y lárguese.
Víktor Mijailovich decidió que, después de todo, entre los trabajos forzados en las minas de oro de Kolyma y la dirección del museo antirreligioso de Yaroslavl, quizá la segunda opción fuera muy satisfactoria, así que recapacitó y aceptó "entusiasmado" el encargo.
Finalmente, el antiguo dirigente de la Unión de Ateos Militantes demostró algo de sensibilidad. Frente a las opiniones de sus colaboradores, que sugerían convertir en astillas los iconostasios del siglo XVII, para dar más espacio a la exposición, él siempre se negó a consentir el destrozo. Y, a pesar de que la tendencia del museo no dejaba lugar a dudas sobre su parcialidad, incluso consiguió una pequeña colección de campanas, como parte de la exposición.
Como no hay mal que cien años dure, en 1955 alguien tomó la decisión de restaurar lo que quedaba de la iglesia del Profeta Elías. Había polvo de décadas, los frescos no hacían en absoluto honor a su nombre y los iconos estaban en un estado lamentable, pero la iglesia comenzó a ser visitable en 1960. En 1989, su altar mayor fue consagrado de nuevo, y así hasta hoy, y esperemos que por muchos años.
Como el asunto de las campanas les había salido bien, resolvieron utilizar la misma táctica de recoger firmas entre los obreros fabriles de la ciudad, que, como en la ocasión anterior, se unieron a la protesta de manera unánime. En esta ocasión, habían pasado unos años desde la creación de los "campamentos" para gente díscola, y los obreros -y todos los demás- ya sabían que los díscolos que eran enviados allí tenían tantas posibilidades de volver enteros como un seiscientos de ganar un gran premio de Fórmula 1. Para darle más respetabilidad al asunto, el diario "El Obrero Septentrional" (sin coñas, se llamaba así: Северный Рабочий) publicó un artículo en el que exigía derribar la iglesia para ampliar la plaza donde estaba situada. La plaza, ya de por sí, es bien grande, así que no se explica qué más querían, pero las autoridades decidieron apoyar la moción y realizaron una petición de derribo a sus superiores. La petición no tiene desperdicio, así que me permito traducirla:
"El Consejo Municipal, basándose en las peticiones masivas de la amplia sociedad proletaria de las mayores fábricas, subraya especialmente la necesidad de liberar inmediatamente de la iglesia del Profeta Elías la plaza (central) Sovietskaya de la ciudad, considerando que la mencionada iglesia estorba sobremanera la nueva planificación de la ciudad y se encuentra en una plaza que posee significado administrativo, en la cual, a petición de la sociedad, se planea erigir un monumento a los luchadores de la revolución caídos en la rebelión de los blancos. Hay que decir que la ciudad no dispone de plaza más amplia que la dicha y que la existencia de la iglesia en la plaza Sovietskaya impide realizar en el centro de la ciudad manifestaciones masivas, desfiles, etc. Pedimos apoyo al Consejo Municipal y a la sociedad de la ciudad para eliminar del inventario de iglesias la susodicha, para su derribo, considerando que Yaroslavl es rica en arquitectura religiosa y que, tras el desmontaje de algunas iglesias en el centro de la ciudad y en los arrabales, sigue quedando un número significativo de las mismas."
La barbaridad no salió adelante porque el director del museo de arte antiguo, que, bolchevique o no, le había tomado cariño al edificio (y no me extraña nada) decidió quedarse a vivir en el mismo y se negó a salir mientras pendiera sobre la iglesia la amenaza de derribo. Contra todo pronóstico, las autoridades municipales decidieron no forzar la máquina y no sepultar al señor director del museo bajo los escombros, cosa tanto más sorprendente cuanto que la vida humana, allí y por aquel entonces, valía menos que la de un tutsi en Ruanda.
A finales de los años treinta del siglo pasado, la iglesia volvió a estar de actualidad cuando el secretario general del comité regional del Partido (sí, ese partido, no había otro), decidió que una ciudad como Yaroslavl merecía un museo antirreligioso, y qué mejor lugar que la iglesia del Profeta Elías. Y qué mejor director del museo que uno de los líderes de la Unión de Ateos Militantes, Víktor Mijailovich Kovaliov, que se enorgullecía de haber colaborado en el cierre de cerca de doscientas iglesias, incluyendo el desmontaje de las campanas y su venta como chatarra. El único problema es que de museística sabía poco, pero eso era secundario, así que lo llamó a su despacho.
- Víktor Mijailovich, le voy a dar una buena noticia: vamos a crear un museo antirreligioso en Yaroslavl.
- ¡Pero, camarada secretario general, eso es estupendo! Ya hacía tiempo que lo necesitábamos.
- Sí, y he pensado en usted como director del museo.
Víktor Mijailovich no lo veía claro.
- Camarada secretario general, ¿y no habrá otro? Yo es de que de museos no tengo experiencia. Debo rehusar este honor.
El secretario general no debió quedarse contento.
- ¿Rehusar? Bieeeeen... deje su carné del partido sobre la mesa y lárguese.
Víktor Mijailovich decidió que, después de todo, entre los trabajos forzados en las minas de oro de Kolyma y la dirección del museo antirreligioso de Yaroslavl, quizá la segunda opción fuera muy satisfactoria, así que recapacitó y aceptó "entusiasmado" el encargo.
Finalmente, el antiguo dirigente de la Unión de Ateos Militantes demostró algo de sensibilidad. Frente a las opiniones de sus colaboradores, que sugerían convertir en astillas los iconostasios del siglo XVII, para dar más espacio a la exposición, él siempre se negó a consentir el destrozo. Y, a pesar de que la tendencia del museo no dejaba lugar a dudas sobre su parcialidad, incluso consiguió una pequeña colección de campanas, como parte de la exposición.
Como no hay mal que cien años dure, en 1955 alguien tomó la decisión de restaurar lo que quedaba de la iglesia del Profeta Elías. Había polvo de décadas, los frescos no hacían en absoluto honor a su nombre y los iconos estaban en un estado lamentable, pero la iglesia comenzó a ser visitable en 1960. En 1989, su altar mayor fue consagrado de nuevo, y así hasta hoy, y esperemos que por muchos años.
lunes, 16 de abril de 2007
Más campanas
Visto que las campanas levantan más pasiones de lo que parecía en un principio, voy a continuar con ellas, habida cuenta de la existencia de una corriente campanófoba de importancia. Y es que, efectivamente, puedo comprender que las campanas sean un molesto recuerdo para quienes están de vuelta de todo lo que representan.
La ciudad más emblemática de Rusia, en lo que a campanería se refiere, es Yaroslavl, que está a unos cuatrocientos kilómetros mal contados al norte de Moscú, en la confluencia de los ríos Volga y Kotorosl. Las mejores campanas de Rusia se fundían allí y viajaban a todos los confines del imperio, pero, en esta ocasión, en casa del herrero no había campana de palo, sino que lo mejor de lo mejor se quedaba en casa, en las numerosas iglesias y monasterios de la ciudad, para tañerlas a gusto.
En esto, llegó el año 1917 y lo de las campanas empezó a estar, no ya pasado de moda, sino directamente mal visto por las nuevas autoridades bolcheviques, sumamente beligerantes, sólo que en sentido negativo, en lo tocante a religión. En Yaroslavl se distiguió por su actuación una llamada "Unión de Ateos Militantes", que, de momento, le tomó ojeriza al asunto de las campanas. Pues bien, la susodicha Unión de Ateos Militantes se dedicó con empeño a recoger firmas entre los obreros de Yaroslavl para un manifiesto en el que los firmantes, supuestamente, pedían la supresión de las campanas, porque el ruido "les molestaba en su trabajo". Los obreros firmaron masivamente. Si alguno opuso un principio de resistencia, fue rápidamente convencido de la conveniencia de sentirse molestado por las campanas, o afrontar un viaje a unos campamentos que las autoridades soviéticas estaban organizando unos cuantos centenares de kilómetros al norte, destinados a gente tan levantisca, insurrecta o insolidaria como ellos. Y, claro, presentado el manifiesto a las autoridades, éstas, probablemente con lágrimas en los ojos, no tuvieron más remedio que acceder a las súplicas de los obreros y prohibir radicalmente el uso (y, por tanto, abuso) de las campanas.
Conseguido el primer éxito de hacer callar las campanas de la ciudad más campanuda de Rusia, la Unión de Ateos Militantes, que debía andar algo desficiosa, se dedicó a proponer el derribo, no ya de campanarios, sino de iglesias enteras, directamente. De momento, le echaron el ojo a la iglesia de la foto, la maravillosa Iglesia del Profeta Elías, que, en su ubicación a un lado de la plaza Soviétskaya, estorbaba sobremanera los grandiosos proyectos proletarios que abrigaban las autoridades locales.
Como la foto la hice yo hace año y medio, es evidente que la Unión de Ateos Militantes (gracias a Dios, porque la Iglesia del Profeta Elías es un prodigio) pinchó en esta ocasión en hueso, pero, como se hace tarde, dejo para otro día el tira y afloja que hubo alrededor de ella.
La ciudad más emblemática de Rusia, en lo que a campanería se refiere, es Yaroslavl, que está a unos cuatrocientos kilómetros mal contados al norte de Moscú, en la confluencia de los ríos Volga y Kotorosl. Las mejores campanas de Rusia se fundían allí y viajaban a todos los confines del imperio, pero, en esta ocasión, en casa del herrero no había campana de palo, sino que lo mejor de lo mejor se quedaba en casa, en las numerosas iglesias y monasterios de la ciudad, para tañerlas a gusto.
En esto, llegó el año 1917 y lo de las campanas empezó a estar, no ya pasado de moda, sino directamente mal visto por las nuevas autoridades bolcheviques, sumamente beligerantes, sólo que en sentido negativo, en lo tocante a religión. En Yaroslavl se distiguió por su actuación una llamada "Unión de Ateos Militantes", que, de momento, le tomó ojeriza al asunto de las campanas. Pues bien, la susodicha Unión de Ateos Militantes se dedicó con empeño a recoger firmas entre los obreros de Yaroslavl para un manifiesto en el que los firmantes, supuestamente, pedían la supresión de las campanas, porque el ruido "les molestaba en su trabajo". Los obreros firmaron masivamente. Si alguno opuso un principio de resistencia, fue rápidamente convencido de la conveniencia de sentirse molestado por las campanas, o afrontar un viaje a unos campamentos que las autoridades soviéticas estaban organizando unos cuantos centenares de kilómetros al norte, destinados a gente tan levantisca, insurrecta o insolidaria como ellos. Y, claro, presentado el manifiesto a las autoridades, éstas, probablemente con lágrimas en los ojos, no tuvieron más remedio que acceder a las súplicas de los obreros y prohibir radicalmente el uso (y, por tanto, abuso) de las campanas.
Conseguido el primer éxito de hacer callar las campanas de la ciudad más campanuda de Rusia, la Unión de Ateos Militantes, que debía andar algo desficiosa, se dedicó a proponer el derribo, no ya de campanarios, sino de iglesias enteras, directamente. De momento, le echaron el ojo a la iglesia de la foto, la maravillosa Iglesia del Profeta Elías, que, en su ubicación a un lado de la plaza Soviétskaya, estorbaba sobremanera los grandiosos proyectos proletarios que abrigaban las autoridades locales.
Como la foto la hice yo hace año y medio, es evidente que la Unión de Ateos Militantes (gracias a Dios, porque la Iglesia del Profeta Elías es un prodigio) pinchó en esta ocasión en hueso, pero, como se hace tarde, dejo para otro día el tira y afloja que hubo alrededor de ella.
sábado, 14 de abril de 2007
Campanas
Nuestra estancia en Alemania se iba acercando a su fin, y tocaba despedirse de Herbert y esposa, que tan amablemente nos habían acogido durante la Semana Santa. Se echarán de menos las comidas sanas, la tranquilidad del lugar, las obras pictóricas contempladas, la radicalidad ecológica a ultranza y tantas otras cosas. Y es que, ¿acaso hay algo en Alemania que nos disguste?
- Sí - diría la esposa de Herbert, a quien no ponemos nombre, tanto por la política de anonimato del blog, como porque es tirando a tímida y sospecho que no le acabaría de gustar ser protagonista de algo.
- ¿Y qué es?
- Las campanas. Ahora ya he aprendido que el Viernes Santo y el Sábado de Gloria no hay misa, y por eso nos han dejado en paz, pero los demás días, a las siete de la mañana, están dale que que te pego los del Vinzenzkollegium. A las siete. Y no nos dejan dormir.
- Mmmm... sí que tiene pinta de molesto, sí.
Aunque, para un valenciano, es incluso timbre de honor que le despierten con las campanadas de la iglesia de lo que, traducido del alemán, viene a ser la congregación de San Vicente, puedo entender que el timbre de honor no acaba de compensar las horas de sueño.
Sin embargo, podía ser peor, claro que sí. Y, para el que crea que no, he aquí cómo se saluda el día en el kremlin de Rostov, lo que nos servirá de transición para salir de Alemania y volver a Rusia.
Así que más vale que nos guardemos de criticar a los salesianos que tañen la campana en el Vinzenzkollegium, que no son sino unos angelitos tímidamente susurrantes, al lado de los monjes de Rostov. Ésos sí que dan la campanada.
- Sí - diría la esposa de Herbert, a quien no ponemos nombre, tanto por la política de anonimato del blog, como porque es tirando a tímida y sospecho que no le acabaría de gustar ser protagonista de algo.
- ¿Y qué es?
- Las campanas. Ahora ya he aprendido que el Viernes Santo y el Sábado de Gloria no hay misa, y por eso nos han dejado en paz, pero los demás días, a las siete de la mañana, están dale que que te pego los del Vinzenzkollegium. A las siete. Y no nos dejan dormir.
- Mmmm... sí que tiene pinta de molesto, sí.
Aunque, para un valenciano, es incluso timbre de honor que le despierten con las campanadas de la iglesia de lo que, traducido del alemán, viene a ser la congregación de San Vicente, puedo entender que el timbre de honor no acaba de compensar las horas de sueño.
Sin embargo, podía ser peor, claro que sí. Y, para el que crea que no, he aquí cómo se saluda el día en el kremlin de Rostov, lo que nos servirá de transición para salir de Alemania y volver a Rusia.
Así que más vale que nos guardemos de criticar a los salesianos que tañen la campana en el Vinzenzkollegium, que no son sino unos angelitos tímidamente susurrantes, al lado de los monjes de Rostov. Ésos sí que dan la campanada.
jueves, 12 de abril de 2007
Ruinas
- Ahora vamos a ver las ruinas.
- Ah, pero, ¿hay ruinas en Alemania?
Las hay. Y no es un paisaje industrial devastado, como el que se puede encontrar en algunos lugares de Rusia, sino un edificio religioso que debió ser hermoso, y que, incluso en su estado ruinoso, no muy lejos del centro de la ciudad, sigue siéndolo.
- ¡Hala! ¡Qué pedazo de edificio! ¿Lo están reparando?
- Pues lo estaban reparando, pero se les debió acabar el dinero.
Nos acercamos a la verja. Efectivamente, había un letrero que anunciaba a la empresa que estaba llevando a cabo la reparación, pero allí no había apenas materiales de construcción. Todo parecía parado.
- ¿Y qué son estas ruinas?
- Mmmm... pues no sé.
Vaya, ya había puesto en un aprieto a nuestros anfitriones. Pero Herbert no se dejaba apretar tan fácilmente.
- Vamos a buscar un cartel. Creo que había uno por allí.
- Vamos a darle la vuelta a la ruina, a ver si encontramos lo que es.
Le dimos la vuelta, mientras buscábamos el posible cartel, que, por desgracia, se quedó en posible.
- Pues nos quedaremos sin saber lo que es.
- En todo caso, si está roto, no es culpa de los rusos. A mí no me miréis. Está demasiado cuidado, incluso en ruinas, para que hayan sido los rusos.
Por cierto, más tarde, escudriñando por ahí, he averiguado que es el antiguo convento de las Agustinas y que se menciona por primera vez en 1207, que no está mal como antigüedad. Lo que no he podido saber es cómo se vino abajo el techo, pero seguro que eso se debe a que el comportamiento antisocial y antiecológico del causante del derribo causó hasta tal punto la indignación del pueblo westfaliano que han preferido borrar este incalificable suceso de sus anales. Qué vergüenza.
- Ah, pero, ¿hay ruinas en Alemania?
Las hay. Y no es un paisaje industrial devastado, como el que se puede encontrar en algunos lugares de Rusia, sino un edificio religioso que debió ser hermoso, y que, incluso en su estado ruinoso, no muy lejos del centro de la ciudad, sigue siéndolo.
- ¡Hala! ¡Qué pedazo de edificio! ¿Lo están reparando?
- Pues lo estaban reparando, pero se les debió acabar el dinero.
Nos acercamos a la verja. Efectivamente, había un letrero que anunciaba a la empresa que estaba llevando a cabo la reparación, pero allí no había apenas materiales de construcción. Todo parecía parado.
- ¿Y qué son estas ruinas?
- Mmmm... pues no sé.
Vaya, ya había puesto en un aprieto a nuestros anfitriones. Pero Herbert no se dejaba apretar tan fácilmente.
- Vamos a buscar un cartel. Creo que había uno por allí.
- Vamos a darle la vuelta a la ruina, a ver si encontramos lo que es.
Le dimos la vuelta, mientras buscábamos el posible cartel, que, por desgracia, se quedó en posible.
- Pues nos quedaremos sin saber lo que es.
- En todo caso, si está roto, no es culpa de los rusos. A mí no me miréis. Está demasiado cuidado, incluso en ruinas, para que hayan sido los rusos.
Por cierto, más tarde, escudriñando por ahí, he averiguado que es el antiguo convento de las Agustinas y que se menciona por primera vez en 1207, que no está mal como antigüedad. Lo que no he podido saber es cómo se vino abajo el techo, pero seguro que eso se debe a que el comportamiento antisocial y antiecológico del causante del derribo causó hasta tal punto la indignación del pueblo westfaliano que han preferido borrar este incalificable suceso de sus anales. Qué vergüenza.
martes, 10 de abril de 2007
Tres bicicletas
- ¿Y esto es el ghetto de los rusos?
- Sí, hay gente que dice que no viviría aquí, pero a mí me parece un barrio tranquilo de las afueras.
Era más que eso, pero no era exactamente lo de la foto, que es una iglesia cercana. Era un conjunto de casitas estupendas con jardín y un parque cerca. Uno de nuestros anfitriones, al que llamaremos Herbert (a todos los más o menos alemanes que aparecen en esta bitácora les hemos llamado Herbert, y no es cosa de variar) nos guiaba a Alfina y al autor de estas líneas, todos en bicicleta, por los arrabales de su ciudad, no sé bien si ciudad pequeña o pueblo grande, en plena Westfalia.
- ¡Pero si esto es estupendo!
- Sí, eso digo yo.
- No, no, es que los rusos que viven aquí no han estado en un sitio mejor en Rusia en toda su vida. No hay sitios mejores que éste. Lo único comparable en Moscú son los "compounds" donde viven los extranjeros más ricos y cuyo alquiler va por las nubes.
- Y los demás los miramos con envidia.
- No sé... Pokrovsky, Setún... y yo creo que esto es mejor todavía.
- ¿Sí?
Rusos, lo que es rusos, no eran todos los habitantes del barrio, pero sí que había más de uno y más de dos. Antes de llegar al parque donde acabó el paseo vimos una abuelilla arrugada con delantal y un pañuelo en la cabeza que, indudablemente, no había nacido por allí; y un poco más adelante vimos a un hombre echando un pis frente a unos matorrales. No diré sin lugar a dudas que fuera ruso (la verdad es que podría ser español, aunque éste no lo era), pero apostaría lo que fuera a que, alemán, no era. Y, puesto que estábamos en el ghetto ruso...
Nos paramos en el parque a echarnos por una tirolina y luego dimos la vuelta. Pasamos por una tienda de productos ecológicos (claro) y por la oficina de empleo. La ciudad recibe ingresos federales por los rusos de origen alemán que acoge, y parece que los acoge en cantidades importantes, aunque el destino de muchos sea esa oficina de empleo de su barrio o cursos de idioma más o menos aprovechados.
- Si da ganas de hacerse ruso, para que te den una casa aquí...
Lo único malo son esas bicicletas de piñón fijo con freno de pedal. No entiendo cómo una lacra así persiste en un país materialmente tan avanzado como Alemania.
- ¿Y la gente que opina de que haya tanto ruso?
- Bueno, el profesor de autoescuela dice que no está mal, pero que hablan raro, y eso no lo ve bien.
- Y tanto. Duro con ellos.
- Sí, hay gente que dice que no viviría aquí, pero a mí me parece un barrio tranquilo de las afueras.
Era más que eso, pero no era exactamente lo de la foto, que es una iglesia cercana. Era un conjunto de casitas estupendas con jardín y un parque cerca. Uno de nuestros anfitriones, al que llamaremos Herbert (a todos los más o menos alemanes que aparecen en esta bitácora les hemos llamado Herbert, y no es cosa de variar) nos guiaba a Alfina y al autor de estas líneas, todos en bicicleta, por los arrabales de su ciudad, no sé bien si ciudad pequeña o pueblo grande, en plena Westfalia.
- ¡Pero si esto es estupendo!
- Sí, eso digo yo.
- No, no, es que los rusos que viven aquí no han estado en un sitio mejor en Rusia en toda su vida. No hay sitios mejores que éste. Lo único comparable en Moscú son los "compounds" donde viven los extranjeros más ricos y cuyo alquiler va por las nubes.
- Y los demás los miramos con envidia.
- No sé... Pokrovsky, Setún... y yo creo que esto es mejor todavía.
- ¿Sí?
Rusos, lo que es rusos, no eran todos los habitantes del barrio, pero sí que había más de uno y más de dos. Antes de llegar al parque donde acabó el paseo vimos una abuelilla arrugada con delantal y un pañuelo en la cabeza que, indudablemente, no había nacido por allí; y un poco más adelante vimos a un hombre echando un pis frente a unos matorrales. No diré sin lugar a dudas que fuera ruso (la verdad es que podría ser español, aunque éste no lo era), pero apostaría lo que fuera a que, alemán, no era. Y, puesto que estábamos en el ghetto ruso...
Nos paramos en el parque a echarnos por una tirolina y luego dimos la vuelta. Pasamos por una tienda de productos ecológicos (claro) y por la oficina de empleo. La ciudad recibe ingresos federales por los rusos de origen alemán que acoge, y parece que los acoge en cantidades importantes, aunque el destino de muchos sea esa oficina de empleo de su barrio o cursos de idioma más o menos aprovechados.
- Si da ganas de hacerse ruso, para que te den una casa aquí...
Lo único malo son esas bicicletas de piñón fijo con freno de pedal. No entiendo cómo una lacra así persiste en un país materialmente tan avanzado como Alemania.
- ¿Y la gente que opina de que haya tanto ruso?
- Bueno, el profesor de autoescuela dice que no está mal, pero que hablan raro, y eso no lo ve bien.
- Y tanto. Duro con ellos.
domingo, 8 de abril de 2007
En Alemania
El largo fin de semana ha conducido mis pasos pecadores hacia la Alemania profunda, allí donde pasé parte de mis años en la universidad, visitando a unos amigos. La verdad es que la cosa ha cambiado muchísimo desde entonces; primero, porque ya no soy tan estudiante (sigo siéndolo, pero no a tiempo completo) y se nota; en segundo lugar, porque los precios parece que son los mismos, pero antes estaban en marcos y ahora están en euros: los han doblado; en tercer lugar, porque mi alemán, que ha conocido mejores tiempos, está algo oxidado.
Y en cuarto lugar, porque no es tan sencillo como podría parecer encontrar alemanes en Alemania. Eso era antes.
Llegamos al hotel de Düsseldorf, primera etapa del viaje, nos fuimos derechos a dormir y al día siguiente nos levantamos a desayunar, con ánimo de ver algo de la ciudad y proseguir camino. La señora que atendía el desayuno nos saludó con un educado "Guten Morgen", al que respondimos de la misma manera, antes de servirnos.
En esto, oímos una conversación en ruso justo en el mismo sitio desde el que había procedido el "Guten Morgen" anterior. Como no encontrábamos vasos, aproveché para levantarme y le pregunté a la señora, pero esta vez en ruso, dónde podría encontrarlos. La señora estaba hablando con una chica y, evidentemente, no esperaba que un huésped tan guiri como yo le hablara en ruso. La chica, no menos sorprendida, miró a la señora, que, superado el pasmo, se levantó y nos enseñó, en ruso nativo, dónde encontrarlo todo.
Eso rompió el hielo, así que luego nos permitimos pedir algún favor y confraternizar mejor. Resultó que la señora era rusa, y la chica era georgiana y era su primer día de prácticas en el hotel. Y no eran los únicos, ya que, más adelante, paseando por la Altstadt de Düsseldorf, también se oía ruso literalmente cada dos por tres; entre eso, y los marroquíes, que eran legión, incluso resultaba difícil pensar que estábamos en Alemania, si no fuera porque todo estaba limpio, ordenado, no había papeles por el suelo y había un Döner Kebab en una esquina de cada dos y una tienda de productos biológicos en la esquina que los Döner Kebab dejaban libres.
Y en cuarto lugar, porque no es tan sencillo como podría parecer encontrar alemanes en Alemania. Eso era antes.
Llegamos al hotel de Düsseldorf, primera etapa del viaje, nos fuimos derechos a dormir y al día siguiente nos levantamos a desayunar, con ánimo de ver algo de la ciudad y proseguir camino. La señora que atendía el desayuno nos saludó con un educado "Guten Morgen", al que respondimos de la misma manera, antes de servirnos.
En esto, oímos una conversación en ruso justo en el mismo sitio desde el que había procedido el "Guten Morgen" anterior. Como no encontrábamos vasos, aproveché para levantarme y le pregunté a la señora, pero esta vez en ruso, dónde podría encontrarlos. La señora estaba hablando con una chica y, evidentemente, no esperaba que un huésped tan guiri como yo le hablara en ruso. La chica, no menos sorprendida, miró a la señora, que, superado el pasmo, se levantó y nos enseñó, en ruso nativo, dónde encontrarlo todo.
Eso rompió el hielo, así que luego nos permitimos pedir algún favor y confraternizar mejor. Resultó que la señora era rusa, y la chica era georgiana y era su primer día de prácticas en el hotel. Y no eran los únicos, ya que, más adelante, paseando por la Altstadt de Düsseldorf, también se oía ruso literalmente cada dos por tres; entre eso, y los marroquíes, que eran legión, incluso resultaba difícil pensar que estábamos en Alemania, si no fuera porque todo estaba limpio, ordenado, no había papeles por el suelo y había un Döner Kebab en una esquina de cada dos y una tienda de productos biológicos en la esquina que los Döner Kebab dejaban libres.
martes, 3 de abril de 2007
Roles
Parque, columpios, árboles. Abi, Ro y Ame juguetean con otros niños. A un par de metros a mi derecha, un niño y una niña discuten.
- ¡Déjame en paz! -decía la niña, soltándose.
- No te dejo - responde el niño, agarrándola.
- Venga, déjame.
- No. La mamá ha dicho que tengo que cuidar de ti.
- ¿Cómo que cuidar tú de mí, si tienes dos años menos que yo?
- Lo ha dicho la mamá. Y soy un hombre.
- Anda, déjame en paz.
En esto, la niña advirtió que había un hombre -yo- riéndose con ganas de lo que estaba oyendo. Se me acercó y me dijo:
- No le haga mucho caso. Mi hermano es así, él -y, en un gesto universal, se llevó el dedo índice a la sien y giró la muñeca. Luego se rio también.
Mientras en España se lanzan campañas absurdas contra los juguetes sexistas (estoy seguro de que la idea es de gente que no tiene hijos), en Rusia la diferencia de roles entre varones y hembras está clarísima, al menos para unos, desde edades tempranísimas.
- ¡Déjame en paz! -decía la niña, soltándose.
- No te dejo - responde el niño, agarrándola.
- Venga, déjame.
- No. La mamá ha dicho que tengo que cuidar de ti.
- ¿Cómo que cuidar tú de mí, si tienes dos años menos que yo?
- Lo ha dicho la mamá. Y soy un hombre.
- Anda, déjame en paz.
En esto, la niña advirtió que había un hombre -yo- riéndose con ganas de lo que estaba oyendo. Se me acercó y me dijo:
- No le haga mucho caso. Mi hermano es así, él -y, en un gesto universal, se llevó el dedo índice a la sien y giró la muñeca. Luego se rio también.
Mientras en España se lanzan campañas absurdas contra los juguetes sexistas (estoy seguro de que la idea es de gente que no tiene hijos), en Rusia la diferencia de roles entre varones y hembras está clarísima, al menos para unos, desde edades tempranísimas.
domingo, 1 de abril de 2007
Conversaciones con la vecina
- A mí no me bautizaron.
- ¿No?
- No. Mis padres sí que estaban bautizados, pero estaban en puestos importantes en el partido. Hubiera sido un escándalo que hubieran bautizado a sus hijos. Entonces, decidieron no hacerlo.
- ¿Y los hijos de usted?
- Sí, ellos sí que están bautizados. Los bautizaron mis padres, hace un par de años.
- ¿Sus padres no bautizaron a sus hijos, pero sí a sus nietos?
- Sí. Ya se podía sin problemas. Lo malo es que yo al mayor le quería poner otro nombre, porque el día que le bautizaron era ese santo, y le quería poner el santo del día. Lo malo es que yo no fui al bautismo.
- ¿No fue al bautismo de sus hijos?
- No. Yo no me enteraba y, como no estoy bautizada, me pareció violento. Así que mandé a mis padres con ellos. A la vuelta, les pregunté qué tal. "El pope no ha querido ponerle el nombre que tú querías", me dijo mi padre. "Dijo que, si se llamaba Vitaly, y se iba a seguir llamando Vitaly, no podíamos cambiarle el nombre. Dijo que, cuando llegara el juicio final, el Señor lo llamaría por su nombre de bautismo y, si le poníamos otro al que él no respondiera, Vitaly no sabría que le estaba llamando a él, y no iría."
La vecina dio un suspiro y prosiguió.
- Así que se quedó Vitaly.
- Bueno, tiene sentido.
- Después de todo, no sé cómo me preocupo tanto. En un principio, nuestra religión no era para gentiles. Ahí están esas discusiones de Pedro y Pablo. Fue Pablo quien se dirigió a los no judíos, mientras que Pedro quería difundir el Cristianismo sólo entre judíos. Y Jesús sólo se dirigió a los judíos; nunca a los no judíos.
Ahí ya mi honrilla de catequista no pudo reprimirse más.
- ¿Cómo que no? Sí que se dirigió a no judíos, se me ocurre que por lo menos cuando curó al sirviente del centurión.
- ¿De verdad? - la vecina parecía sorprendida. Hasta aquel entonces, había campado con seguridad, pero no era cuestión de darse por vencida -. Pero la Biblia no lo dice.
- Sí lo dice.
- Yo he leído que no. Quizá sea algo que añadieron después.
- Vamos a comprobarlo.
Me levanté y tomé de un estante una Biblia en ruso que había comprado al poco de llegar. Gracias a Dios, no me costó demasiado encontrar el texto que buscaba.
- ¡Aquí está!
La vecina leyó los primeros versículos del capítulo siete del Evangelio según San Lucas.
- Pues sí - reconoció.
Y se quedó pensando un rato, para acabar mirándome y diciendo:
- Después de todo, ¿cómo vivir sin fe?
La conversación fue pasando a otros derroteros más superficiales. Es por lo menos curioso. La Iglesia en Rusia está en un estado medio ruinoso, se sostiene mal que bien a base de andamios, está rodeada por nubarrones de lo más oscuro, muchos de sus miembros, o de quienes no saben si querrían serlo, no se aclaran en cuestiones básicas y, sin embargo, la cruz sigue brillando en lo alto.
- ¿No?
- No. Mis padres sí que estaban bautizados, pero estaban en puestos importantes en el partido. Hubiera sido un escándalo que hubieran bautizado a sus hijos. Entonces, decidieron no hacerlo.
- ¿Y los hijos de usted?
- Sí, ellos sí que están bautizados. Los bautizaron mis padres, hace un par de años.
- ¿Sus padres no bautizaron a sus hijos, pero sí a sus nietos?
- Sí. Ya se podía sin problemas. Lo malo es que yo al mayor le quería poner otro nombre, porque el día que le bautizaron era ese santo, y le quería poner el santo del día. Lo malo es que yo no fui al bautismo.
- ¿No fue al bautismo de sus hijos?
- No. Yo no me enteraba y, como no estoy bautizada, me pareció violento. Así que mandé a mis padres con ellos. A la vuelta, les pregunté qué tal. "El pope no ha querido ponerle el nombre que tú querías", me dijo mi padre. "Dijo que, si se llamaba Vitaly, y se iba a seguir llamando Vitaly, no podíamos cambiarle el nombre. Dijo que, cuando llegara el juicio final, el Señor lo llamaría por su nombre de bautismo y, si le poníamos otro al que él no respondiera, Vitaly no sabría que le estaba llamando a él, y no iría."
La vecina dio un suspiro y prosiguió.
- Así que se quedó Vitaly.
- Bueno, tiene sentido.
- Después de todo, no sé cómo me preocupo tanto. En un principio, nuestra religión no era para gentiles. Ahí están esas discusiones de Pedro y Pablo. Fue Pablo quien se dirigió a los no judíos, mientras que Pedro quería difundir el Cristianismo sólo entre judíos. Y Jesús sólo se dirigió a los judíos; nunca a los no judíos.
Ahí ya mi honrilla de catequista no pudo reprimirse más.
- ¿Cómo que no? Sí que se dirigió a no judíos, se me ocurre que por lo menos cuando curó al sirviente del centurión.
- ¿De verdad? - la vecina parecía sorprendida. Hasta aquel entonces, había campado con seguridad, pero no era cuestión de darse por vencida -. Pero la Biblia no lo dice.
- Sí lo dice.
- Yo he leído que no. Quizá sea algo que añadieron después.
- Vamos a comprobarlo.
Me levanté y tomé de un estante una Biblia en ruso que había comprado al poco de llegar. Gracias a Dios, no me costó demasiado encontrar el texto que buscaba.
- ¡Aquí está!
La vecina leyó los primeros versículos del capítulo siete del Evangelio según San Lucas.
- Pues sí - reconoció.
Y se quedó pensando un rato, para acabar mirándome y diciendo:
- Después de todo, ¿cómo vivir sin fe?
La conversación fue pasando a otros derroteros más superficiales. Es por lo menos curioso. La Iglesia en Rusia está en un estado medio ruinoso, se sostiene mal que bien a base de andamios, está rodeada por nubarrones de lo más oscuro, muchos de sus miembros, o de quienes no saben si querrían serlo, no se aclaran en cuestiones básicas y, sin embargo, la cruz sigue brillando en lo alto.