Para mi sorpresa, tenían bastante más que en Filigranes, e incluso me hice con un libro de bolsillo para llevar durante los viajes de aquí para allá y leer algo durante los mismos, pero la cosa se me estaba quedando escasita, como también se estaban quedando escasos los tebeos de Suske en Wiske y los de De Kampioenen. Algo más había que conseguir. No todo iba a ser empollarse el diccionario monolingüe (ése, al menos mientras el flamenco sea materia obligatoria en los colegios bruselenses, va a seguir siendo fácil de conseguir en casi cualquier sitio).
En la plaza de Jeu de Balle, justo al lado de la iglesia, hay una librería de viejo a la que llevaba tiempo echándole el ojo, hasta que un día empecé a husmear más en serio entre las cajas de libros que dejaban en la calle, de los de todo a dos euros. Todos los libros, sin excepción, estaban en francés. Finalmente me decidí a entrar y pregunté al librero, un hombre de mediana edad y modales exquisitos, muy a juego con una tienda tan decadente como es una librería de segunda mano, si no tendrían por casualidad libros en flamenco.
El librero negó con la cabeza. Allí todo estaba en francés.
Lamentablemente, el oficio de librero está en una crisis enorme, que se ve venir desde hace bastante tiempo. La gente lee, a pesar de los agoreros que digan lo contrario. Los lectores de esta bitácora, que alguno tiene todavía, obviamente son lectores, pero no necesariamente lo son de libros en papel, que es de lo que se nutre el negocio librero. Si incluso las bitácoras llevan muchísimo tiempo en crisis, arrinconadas por los vídeos de tiktokeros, youtúbers e instagramers, cuánto más los libros en papel.
El librero sólo puede ser un profesional con una vocación enorme, lejos los tiempos en que era un negocio rentable. Por fuerza tienen que ser gente culta, que últimamente se dirige a un nicho de mercado cada vez más reducido, mientras las editoriales buscan canales alternativos de distribución, que muchas vecen incluyen saltarse al librero y vender directamente al cliente por internet, o usar grandes superficies y todo tipo de tiendas enormes, con las que el librero simplemente no puede competir.
Así que las librerías tienen un aire a otra época, pasada y posiblemente muy distinta a la actual, en la que acceder a la cultura no estaba manchado con la exigencia de la inmediatez. En la que teníamos tiempo para sentarnos y pasar, sin prisa, las páginas de un libro. Hoy, ese mismo tiempo lo perdemos lamentablemente yendo de un vídeo a otro, repasando los twits de cualquier indocumentado o leyendo y contestando mensajitos, con frecuencia con los odiosos mensajes de voz. Es posible que se nos deslice más tiempo hoy en internet que otrora leyendo libros. Así nos va.
Yo le había echado el ojo (y la mano) a un librito que había expuesto en el exterior, y que esperaba poder leer y hasta entender en algún momento (en este caso se trataba del "Diario de un cura rural", de Georges Bernanos). Lo pagué y el librero me dio uno de esos marcadores de página que tan bien vienen, y que tan a menudo se pierden.
- Mire, le escribo en el marcador el nombre de una librería en la que podrá encontrar libros en neerlandés. Es una librería que hay en el beaterio de Bruselas, y se llama "Het ivoren aapje".
- Ajá, gracias.
"Het ivoren aapje", es decir, el mono de marfil. Y estaba en el beaterío, que es la traducción al español que algunos damos a la palabra "béguinage". He estado en el beaterío de Gante, en el de Brujas, en el de Malinas, en el de Ámsterdam, en el de Breda... pero no en el de Bruselas.
Estaba llegando el momento de corregir esta lamentable circunstancia, pero eso será en otro momento, porque en éste se me hace tarde para otras cuitas que tengo que solucionar.
Conoces la librería STANDARD BOEKHANDEL? Está en Blvd Anspach, yo compro mis libros de neerlandés allí, por si te sirve
ResponderEliminarNo la conozco, pero tomo nota para mis próximas incursiones ¡Muchas gracias!
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