martes, 19 de octubre de 2021

Austrias ausentes

Felipe II empezó su reinado en Flandes, pero, poco después de terminar la enésima guerra con Francia tras las batallas de San Quintín y de Gravelinas, dejó Flandes para no salir más de la Península Ibérica, e incluso salir lo justito del centro de la misma, hasta el punto de que fue el culpable de que Madrid sea hoy la capital y ese lugar enorme y estresante. Salió ocasionalmente por sus reinos peninsulares, como al de Valencia para visitar a sus monjes jerónimos, o a Aragón, para sofocar la rebelión del Justicia, o a Portugal, con el fin de pasar una temporada en Lisboa y hacer creer a sus nuevos súbditos portugueses que era uno más de ellos  (vale, su madre era portuguesa), pero a Flandes no volvió jamás, ni él, ni ninguno de sus sucesores que compaginaron la condición de reyes de España y de mandamases de las provincias borgoñonas, flamencas y brabanzonas. Y de Bruselas, claro, porque no olvidemos que esto es una serie sobre mandamases de Bruselas.

Las cosas se complicaron muy seriamente. Si, cuando Carlos I llegó a España sin hablar castellano y petado de consejeros flamencos que ocuparon los puestos de más enjundia del reino, los españoles de entonces se enfadaron cosa mala, ahora estaba sucediendo algo similar con los flamencos, que veían cómo los españoles empezaban a estar por todos los sitios, empezando por el hecho, para nada casual, de que los soldados españoles eran la élite del ejército y estaban controlando el cotarro militar. Alguno de los gobernadores insinuó que la presencia del rey calmaría las cosas, porque, para la mentalidad de la época, rebelarse contra tu señor natural era un marrón gordísimo e inconcebible y, de hecho, Guillermo el Taciturno no se avino a abjurar formalmente de su fidelidad a Felipe II sino cuando éste lo declaró proscrito y puso precio a su cabeza, lo cual ya le debió hacer ver que su futuro era bastante negro y no tenía mucho que perder.

 

Se ha dicho numerosas veces que lo que siguió fue una guerra de religión, y efectivamente mucho de eso había, pero no todo. Ya desde Felipe el Bueno y Carlos el Temerario, los duques se las habían ingeniado, como hemos visto, para poner tiesas a las ciudades y limitar sus libertades a base de convencerles de lo bueno que era estar gobernado por la benéfica autoridad del duque. Las ciudades nunca alcanzaron del todo esa convicción, por lo que aprovechaban cualquier resquicio de debilidad del duque, por ejemplo cuando la duquesa María sucedió a su padre Carlos el Temerario, con el fin de negociar limitaciones del poder central al más puro estilo nacionalista vasco o catalán, y volver a su fuero de Cortembergh y todo tipo de fueros y privilegios. Y, con el asunto de la religión, los disturbios protestantes, y con el alejamiento del rey-duque Felipe a sus dominios ibéricos, la ocasión la pintaban calva.

Para ceñirnos a Bruselas, después de un breve período de gobierno de la hermanastra del rey, los siguientes gobernadores generales que iban a cortar el bacalao por allí fueron la flor y nata de la que podríamos llamar administración pública española de la época. El duque de Alba, Fernando Álvarez de Toledo; Luis de Requesens, y finalmente don Juan de Austria, el de Lepanto y las Alpujarras. Bruselas se convirtió en un nido de conspiraciones para hacer salir a los españoles del país, mientras los tercios, tras un período sin gobierno, se quedaron directamente sin sueldo y con la disciplina relativamente relajada, lo que produjo algunas algarabías como la ocupación de Aalst (ya dije que había que volver a Aalst a contarla bien). Poco después, la conspiración se hizo general y las ciudades se aprestaron a expulsar a los soldados españoles, que aguantaban en las ciudadelas como podían. En esto, los amotinados de Aalst, que podían ser unos seiscientos, sabedores de que la guarnición de Amberes estaba en apuros, se dirigieron hacia allí para apoyarles, porque una cosa es ser un amotinado porque no te paguen el sueldo, y otra muy distinta dejar a su suerte a tus compañeros de armas.

 

Tras la muerte de don Juan de Austria, el rey Felipe nombró gobernador general al que probablemente es el mejor general que hayan tenido nunca los tercios, su primo Alejandro Farnesio, duque de Parma, que se había distinguido pocos años antes en una de las palizas más concluyentes que se han dado en la historia militar, la batalla de Gembloux, en que los tercios, que volvían a Bruselas desde Luxemburgo, masacraron al ejército rebelde que se les interpuso.

Desde la llegada de Alejandro Farnesio a la corte de Bruselas, las veleidades de la ciudad terminaron radicalmente. El duque de Parma emprendió una combinación de campaña política y militar y redujo rápidamente a la obediencia a todo el sur de los Países Bajos, incluyendo a la siempre levantisca ciudad de Amberes, tras una brillante acción militar que tengo entendido que se sigue estudiando en las academias militares. Es posible que hubiera terminado con la rebelión si le hubieran dejado concentrarse en sofocarla, pero lo malo de ser un tipo eficiente es que te endiñan todo tipo de marrones, y así le tocó dar apoyo a la Gran Armada de 1588 (ya sabemos que aquello acabó mal), y lanzarse a invadir Francia, en lugar de dar palos a los rebeldes holandeses.

Tras el fallecimiento del duque de Parma, Felipe II espero dos años y pico para nombrar un sucesor, lo que supongo que influyó decisivamente en que recibiera el sobrenombre de "Rey Prudente", pero no sé si no está algo reñido con la eficacia. El agraciado fue su yerno, el archiduque Alberto de Austria, que se había casado con su hija favorita, Isabel Clara Eugenia. Cuando Felipe II falleció, decidió no dejar sus estados de Flandes a su hijo Felipe III, de cuyas cualidades evidentemente no se fiaba gran cosa, sino a su hija y a su yerno, que montaron una corte muy coqueta en Bruselas y se convirtieron en sus mandamases, aunque la verdad es que soberanía e independencia eran cosas distintas, porque los Países Bajos seguían siendo una especie de protectorado de España, de quien dependía tanto la defensa como las relaciones exteriores.

De hecho, al fallecimiento sin hijos del archiduque, Felipe IV recuperó la soberanía completa sobre Flandes (vamos a llamarlo así, como hacen -incorrectamente- los españoles de la época) y, tras una tregua de doce años, la guerra contra los holandeses siguió, ya mezclada con la de los Treinta Años. Los holandeses ya no eran el ejército de principiantes que el duque de Alba y Alejandro Farnesio habían descoyuntado repetidamente, y la cosa derivó hacia un empate en un momento en que sí se puede hablar de guerra de religión, porque los rebeldes calvinistas nunca lograron la simpatía del sur católico, y las zonas católicas en las que se impusieron, como Bolduque, fue por la cercanía a sus propios centros de poder, mientras que los ejércitos de la monarquía jamás tuvieron posibilidades reales de imponerse en la enormidad de frentes en que estaban empeñados, por muchas brillantes victorias que consiguiesen generales como el marqués de Spínola o Gonzalo Fernández de Córdoba.

En todo caso, Bruselas se quedó en el lado de los Países Bajos Españoles, como sede de gobernadores como la infanta Isabel Clara Eugenia, que siguió en Bruselas como gobernadora hasta su fallecimiento en 1633, o el Cardenal-Infante don Fernando, hermano del rey, así como don Juan José de Austria, hijo bastardo de Felipe IV y uno de los principales personajes del reinado de Carlos II. Pero, lo que es los soberanos, si exceptuamos al archiduque Alberto, ninguno de ellos puso el pie en Flandes.

En 1700 falleció Carlos II, durante cuyo reinado lo que había sido Borgoña sufrió pérdidas territoriales importantes a manos de los ejércitos de Luis XIV. Se perdió el Franco-Condado y una serie de fortalezas en lo que era el sur de los Países Bajos, y hoy es el norte de Francia. Y, a la muerte de Carlos II sin descendencia, le tocó el trono a un príncipe que habrá que suponer francés, como Felipe V, pero que era nieto y bisnieto de princesas españolas que se habían casado con Luis XIII y con Luis XIV. Sea como fuere, tampoco Felipe V visitó sus estados flamencos, pero de todas formas le iban a durar poco, porque llegó la guerra, pero eso es asunto de otra entrada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario