martes, 12 de octubre de 2021

Bosques

El buen tiempo que hemos tenido en septiembre, mucho mejor que el de julio, tiene los días contados, así que toca apurar las posibilidades de llevar a cabo actividades al aire libre, cosa para la que, si exceptuamos el detalle de la lluvia, Bélgica es un país idóneo, básicamente porque casi todo está a la mano. Es más, hay una enorme afición al senderismo, que practican personas de edad bastante avanzada, cosa que en muchas partes de España es complicada por la orografía y las pendientes, mientras que, aquí, la orografía es marcadamente horizontal y las pendientes del terreno hay que buscarlas con tesón.

El caso es que hay senderos y rutas marcadas por doquier, pensando en el aficionado dominguero que sale un ratito de su casa a hacer no más de diez kilómetros, deja el coche en un punto y exige un recorrido circular que le lleve exactamente al mismo punto en el que ha aparcado. Quién me iba a decir a mí, con mi pasado, que me iba a convertir en uno de esos domingueros. Pues sí, ha sucedido.

Hace un par de semanas, se vislumbraba un sábado seco y soleado, de ésos que entran muy pocos en un kilo. A toda prisa, porque yo hace tiempo que lo hago todo a toda prisa, busqué un lugar al que pasear y encontré una ruta en un lugar llamado Meldert. Me la descargué, pillé algo de equipo, tampoco mucho, y subí al coche, porque uno de los motivos de estos paseos y visitas turísticas (además del propio solaz y de, como se ve, alimentar la bitácora) consiste en que el coche, que sólo se usa últimamente para hacer la compra, se mueva un poco y se justifique el dineral que cuesta en seguros, impuestos e inspección técnica.

Metí "Meldert" en el navegador del coche, y no tardé demasiado en llegar al lugar, cerca de Aalst (que se queda para otra ocasión). Saqué el recorrido que había descargado, y no entendía nada, porque aquello ni se parecía a lo que veía a mi alrededor.

Tras un ratito de confusión y pesquisas, resultó que había caído en la misma trampa del chino que iba a Tabernes Blanques, y terminó en Tabernes de la Valldigna (ésa es otra historia). Puse Meldert en el navegador, y éste me condujo a Meldert bij Aalst, cuando yo a donde había querido ir era a Meldert bij Hoegaarden, ahí donde la cerveza. Total, que estaba completamente en dirección contraria, y a unos cincuenta kilómetros de mi destino inicial. Incidentalmente, es una distancia muy similar a la que separa Tabernes Blanques de Tabernes de la Valldigna.

Como en Bélgica, y de momento el Flandes Oriental sigue siendo Bélgica, hay más rutas que longanizas, saqué el móvil, le di a la tecla por aquí y por allá, y terminé por encontrar una ruta chula cerca de Meldert bij Aalst, a tres kilómetros de donde estaba, y de unos ocho kilómetros en lugar de los doce inicialmente previstos. O sea, que bien.

Bélgica es un país poco salvaje, hasta el punto de que las rutas de senderismo tienen serios problemas para discurrir por lugares que, en buena medida, son terrenos privados y con actividades económicas en marcha. De esta manera, uno tiene que andar guardando la línea recta para no despistarse y rozar las vallas electrificadas que tiene a los lados, dejando un espacio de medio metro escaso para avanzar. Que el terreno es bonito, y no cabe dudar sobre esto, pero hay que andar con pies de plomo y más vale no haber bebido más que agua, porque no parece el mejor camino para andar haciendo eses por el mismo.

Las actividades económicas son agrícolas y ganaderas. Uno, en su ignorancia, jamás ha tenido Bélgica como una potencia agrícola, pero la verdad es que agricultura hay, y uno se encuentra, a la que sale del dominio urbanita, con unos maizales bastante impresionantes, además de otros cultivos, normalmente herbáceos, de los que no se tienen noticia en España.

Y vacas. Muchas vacas. Bélgica es un país que es todo un vergel, como escribió Tirso de Molina en una de sus comedias (El castigo del penseque), y sigue siéndolo cuatro siglos después de que Tirso se pusiera a escribir. Por cierto que Tirso, hasta donde yo sé, sólo conocía Flandes por los cuadros que debió ver en alguna galería o por los relatos de quienes volvían de allí. Pero, efectivamente, en aquella comedia describía Flandes de esta manera:

CHINCHILLA           
Flandes todo es un vergel.     
DON RODRIGO       
¿Cómo lo sabes?
CHINCHILLA           
Así
se nos vende en nuestra tierra
en lienzos. Allí una sierra;     
un ameno valle aquí,  
y en él dos gamos corriendo  
(que también corren en Flandes        
gamos pequeños y grandes);  
vanle tres galgos siguiendo,   
y al trasponer de una cuesta,  
le atajan dos caballeros,         
mostrando en él sus aceros.   
Luego, con música y fiesta,   
dos damas de cardenillo,       
oyendo el amor sutil  
de un galán de perejil
con un coleto amarillo,          
que asentado en una puente   
(a falta de silla o poyo)          
por donde corre un arroyo     
del orinal de una fuente,        
en servillas se desvela.           
Luego en un jardín están       
tres damas con un galán         
(que tocando una vihuela       
las entretiene despacio),        
porque el sol no las ofenda,   
mientras sacan la merienda   
de un almagrado palacio        
con su puente levadiza,          
seis torres y cien ventanas.    
Acullá danzan pavanas,         
que un flamenco soleniza...   
Por cualquier parte que andes,           
todo es fuente y frescura.       
Esto es Flandes en pintura,    
y por esto no hay más Flandes.          
DON RODRIGO       
No sabes tú lo que va
de lo vivo a lo pintado.          
CHINCHILLA           
A Flandes hemos llegado:     
no nos llores duelos ya. 

Los tiempos han cambiado, y podemos comprobar directamente el paisaje flamenco sin necesidad de que los maestros pintores nos lo vendan como al pícaro Chinchilla. Y así es como podemos acercaros al Kravaalbos y, después de pasar por los caminos estrechos y electrificados que hemos visto arriba, llegar al bosquecillo que aparece en la foto y que la verdad es que está chulísimo.

En resumidas cuentas, que equivocarse de pueblo y acabar en uno totalmente diferente al que uno quería ir no debe ser motivo para agachar la cabeza y volverse a casa con el rabo entre piernas. Eso sí, queda pendiente la visita a Meldert bij Hoegaarden, que no está en Flandes, sino en Brabante, pero estos matices geográficos traían sin cuidado a los dramaturgos españoles del Siglo de Oro, y por supuesto a Tirso, que sitúa la acción de su comedia en Momblán, condado de Overisel (que en vernáculo es Overijssel), cosa que no está ni de lejos en Flandes ni lo ha estado nunca.

Pero eso será en otra ocasión, porque hoy se hace tarde.

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