El siguiente viaje por los Países Bajos nos lleva hacia el norte de Bruselas, en lugar de hacia el oeste. Tomamos la carretera de Amberes, que dejamos a un lado, para cruzar la frontera entre Bélgica y los Países Bajos y, tras algunos kilómetros más, acabar en el siguiente destino: Bolduque.
Bolduque no es un lugar cualquiera, sino una ciudad que se mantuvo históricamente leal a su señor natural, el rey de España, y a la religión católica a lo largo de prácticamente toda la guerra de los ochenta años, y que desmiente categóricamente la consideración de esa guerra como una guerra entre las provincias unidas amantes de sus libertades y los españoles liberticidas. Aquello fue una guerra civil entre dos facciones que surgió por la huida hacia adelante de los Nassau en general, y de Guillermo el Taciturno en particular. Si Guillermo el Taciturno no hubiera tenido finalmente éxito y sus descendientes no estuvieran reinando en los Países Bajos, sin duda alguna no tendría la consideración de héroe nacional que tiene ahora, venerado por todos, sino que sería tenido por el traidor a su señor natural que realmente fue.
Bolduque tiene varios nombres en distintos idiomas. En el neerlandés original es 's Hertogenbosch o, más abreviado, Den Bosch. En francés es Bois-le-Duc, y ya se echa de ver de dónde viene la versión en español. Efectivamente, se trata del 'Bosque del Duque'. Es un terreno muy bajo, pantanoso, situado entre dos ríos y con tierras muy ricas, pero también muy fácilmente inundables.
Bolduque tomó partido por el rey de España, y no fue tomada por los herejes rebeldes hasta 1629. La verdad es que tampoco la trataron demasiado bien. Después del fin de la guerra entre España y las Provincias Unidas en 1648, los católicos, mayoritarios en Bolduque, quedaron como ciudadanos de segunda, y así fue hasta que los revolucionarios franceses tomaron la ciudad y terminaron con las Provincias Unidas, que fueron convertidas en República Batava. Los católicos seguían (y siguen) siendo mayoritarios en Bolduque y, al menos, consiguieron la restitución de la impresionante catedral, cuya fotografía ilustra esta entrada y que los herejes les habían arrebatado para otorgársela a los cuatro gatos calvinistas que había por allí.
Hoy, Bolduque es un sitio majo y muy tranquilo, por cuyo centro da gusto pasear. Destaca uno de los hijos de la ciudad, probablemente su residente más conocido: Hyeronimus van Bosch, más conocido como El Bosco, autor de cuadros como 'El jardín de las delicias' entre otras muchas obras maestras, y pintor favorito de Felipe II.
El Bosco tiene estatua en la plaza principal de la ciudad, y tumba en la catedral de San Juan, un templo enorme que probablemente es de dimensiones más que holgadas para albergar a la supongo que decreciente comunidad católica local. Digo que la supongo decreciente, porque me temo que el número de católicos bolduquenses sigue la pauta de los católicos neerlandeses en general, y los tiempos florecientes quedaron bastante atrás y sólo Dios sabe si volverán, pero los indicios humanos no apuntan en esa dirección.
La verdad sea dicha, la ciudad está llena de referencias al Bosco, pero obras suyas, lo que son suyas, no las hay. Copias, las hay a patadas. El Bosco, con su estilo peculiar, semejante a un tebeo, tuvo un enorme éxito en vida y vendió una enormidad de cuadros, que hoy adornan los museos de las principales ciudades del mundo, pero no de la ciudad en la que residió.
La verdad es que a mí me conmovió ver ondear una bandera española en una calle del centro de Bolduque. Es verdad que, en los tiempos en que Bolduque se enorgullecía de ser parte de la Monarquía Católica, esa bandera no existía y, cuando existió, o poco después de existir, la monarquía que la enarbolaba apenas se podía llamar católica, pero también es cierto que quien la ondea hoy lo hace contra viento y marea, y se arriesga a que lo motejen de todo tipo de insultos. Los que tenemos como nuestra bandera -o como una de las nuestras- a la rojigualda estamos y estaremos siempre bajo sospecha de reaccionarios, y las mentes bienpensantes y políticamente correctas que nos gobiernan nos despreciarán, pero, si nos atrevemos a sacar nuestra bandera, mucho más nos atreveremos a arrostrar el desprecio de aquéllos que no saben de dónde vienen o, si lo saben, prefieren renegar de su origen.
En cualquier caso, Bolduque merece la pena. Merece la pena su ciudadela fortificada, ejemplo de libro de fortificación militar en la Edad Moderna. Merece mucho la pena la catedral de San Juan, sobre la que quizá haya ocasión de volver, y merecería la pena detenerse a conocerla con un poco de sosiego, pero el viaje continúa, el fin de semana avanza, y a pocos kilómetros de Bolduque hay un lugar que está grabado con letras de oro en la historia militar española, y que un español no puede dejar de lado si tiene la ocasión de acercarse.
Nuestro siguiente destino era Empel.
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
sábado, 29 de diciembre de 2018
miércoles, 26 de diciembre de 2018
Amarillo, amarillo es
Me gustaría hacer una pausa en la serie de entradas sobre los distintos viajes a los Países Bajos. Esto puede sonar bastante pretencioso, no lo dudo, sobre todo si se tiene en cuenta lo abandonada que tengo la bitácora, pero lo cierto es que en estos meses que no escribo (y, si no lo hago, es porque no tengo cuándo hacerlo), en Bélgica están pasando cosas. Porque los lectores de esta bitácora, si es que queda alguno con la paciencia suficiente como para sufrir los días, las semanas, y hasta los meses de ayuno, son gente bien informada y sabe del movimiento de los "Chalecos Amarillos", y de cómo París ha sufrido sus iras y el presidente Macron ha claudicado y se ha visto compelido a dar marcha atrás en sus medidas sobre el combustible diésel, que, en apariencia, era el objetivo principal de los manifestantes.
Como París tiene mucha mejor prensa de la que probablemente merece, los medios de comunicación han ignorado lo que pueda haber pasado en otras ciudades europeas. Yo no sé lo que puede haber pasado en buena parte de ellas, pero en Bruselas los "Chalecos Amarillos" han tenido dos fines de semana combativos, en los que se las han tenido tiesas con la policía belga, al concentrarse sin autorización y tratar de marchar, ya hacia el centro, en el primer fin de semana, ya hacia la plaza Schuman, en el segundo. La plaza Schuman no es un sitio cualquiera. Situada sobre la rue de la Loi (Wetstraat para los nacionalistas flamencos), es el epicentro del llamado barrio europeo. Allí están las sedes principales de la Comisión y del Consejo, y una serie de edificios emblemáticos repletos de eurócratas. Manifestarse allí garantiza el seguimiento mediático en toda la Unión Europea.
Tras darse de tortas, el color amarillo volvió a inundar el barrio europeo el fin de semana pasado. Esta vez no se trataba de los chalecos amarillos, sino de los nacionalistas flamencos. Amarillo es el color del escudo de Flandes, ése que ilustra esta entrada, y amarillo es el color del Vlaams Belang, un partido que, como buena parte de los de su cuerda en toda Europa, está subiendo en los sondeos, y no sería de extrañar que le estuviera comiendo el terreno a la Alianza Neoflamenca (NVA), algo más blanditos que los primeros.
Y es que Bélgica, una vez más, se ha quedado sin gobierno. El primer ministro, un liberal francófono (y no sería de extrañar que masoncillo), Charles Michel, aceptó los acuerdos de Marrakech, el Pacto Mundial sobre la Migración, que pretende dar ciertas garantías a los inmigrantes. O migrantes, que yo ya no sé cómo llamar las cosas. Cuando hablamos de inmigración, y no digamos si ésta es irregular, hay partidos que comienzan a picarse y, en este caso, eso le sucedió al que probablemente es hoy el principal partido de Bélgica, la NVA. Son independentistas flamencos, sí, pero tienen un puntito posibilista que les hacía participar en el gobierno federal, hasta que llegó el asuntillo de la inmigración. Por cierto que la NVA también es conocida en España por dar cobijo a los nacionalistas catalanes que se encuentran en Bélgica y con los que tienen tantas cosas en común (y tantas diferencias, pero no sé si se han dado cuenta de eso).
La NVA salió del gobierno, supongo que en parte porque nota el aliento del Vlaams Belang, un partido del que ya hemos escrito alguna vez y que, con todo lo que me disgustan muchos de sus puntos programáticos, al menos no se les pueden negar que hablan clarísimo y que la neolengua políticamente correcta no es su principal vía de comunicación. Ellos son los que han estado tras la manifestación del último fin de semana y ellos son los que han estado protestando contra la inmigración desde que existen. Y eso, por alguna razón, ahora da votos y la gente se disputa ese espacio.
Un servidor, que lleva emigrado prácticamente desde que salió de la universidad, aunque siempre de forma legal, no puede estar de acuerdo con la retórica de muchos de estos partidos, pero tampoco con ciertos resultados que se han dado a fuerza de no respetarnos a nosotros mismos y de aceptar a los musulmanes no tanto por ser musulmanes, sino para debilitar relativamente a los cristianos que tanto molestamos últimamente. En todo caso, algo esta pasando en Europa, y no sé si es París esta vez la protagonista principal, como siempre quiere ser. He leído hace poco a la Alliance Française animando a los chalecos amarillos, y no sé yo si la mayoría de los chalecos amarillos se dejarían animar por los legitimistas franceses de hoy en día. En todo caso, el río en Europa está revuelto, y no faltan pescadores que quieran sacar ganancia.
Como París tiene mucha mejor prensa de la que probablemente merece, los medios de comunicación han ignorado lo que pueda haber pasado en otras ciudades europeas. Yo no sé lo que puede haber pasado en buena parte de ellas, pero en Bruselas los "Chalecos Amarillos" han tenido dos fines de semana combativos, en los que se las han tenido tiesas con la policía belga, al concentrarse sin autorización y tratar de marchar, ya hacia el centro, en el primer fin de semana, ya hacia la plaza Schuman, en el segundo. La plaza Schuman no es un sitio cualquiera. Situada sobre la rue de la Loi (Wetstraat para los nacionalistas flamencos), es el epicentro del llamado barrio europeo. Allí están las sedes principales de la Comisión y del Consejo, y una serie de edificios emblemáticos repletos de eurócratas. Manifestarse allí garantiza el seguimiento mediático en toda la Unión Europea.
Tras darse de tortas, el color amarillo volvió a inundar el barrio europeo el fin de semana pasado. Esta vez no se trataba de los chalecos amarillos, sino de los nacionalistas flamencos. Amarillo es el color del escudo de Flandes, ése que ilustra esta entrada, y amarillo es el color del Vlaams Belang, un partido que, como buena parte de los de su cuerda en toda Europa, está subiendo en los sondeos, y no sería de extrañar que le estuviera comiendo el terreno a la Alianza Neoflamenca (NVA), algo más blanditos que los primeros.
Y es que Bélgica, una vez más, se ha quedado sin gobierno. El primer ministro, un liberal francófono (y no sería de extrañar que masoncillo), Charles Michel, aceptó los acuerdos de Marrakech, el Pacto Mundial sobre la Migración, que pretende dar ciertas garantías a los inmigrantes. O migrantes, que yo ya no sé cómo llamar las cosas. Cuando hablamos de inmigración, y no digamos si ésta es irregular, hay partidos que comienzan a picarse y, en este caso, eso le sucedió al que probablemente es hoy el principal partido de Bélgica, la NVA. Son independentistas flamencos, sí, pero tienen un puntito posibilista que les hacía participar en el gobierno federal, hasta que llegó el asuntillo de la inmigración. Por cierto que la NVA también es conocida en España por dar cobijo a los nacionalistas catalanes que se encuentran en Bélgica y con los que tienen tantas cosas en común (y tantas diferencias, pero no sé si se han dado cuenta de eso).
La NVA salió del gobierno, supongo que en parte porque nota el aliento del Vlaams Belang, un partido del que ya hemos escrito alguna vez y que, con todo lo que me disgustan muchos de sus puntos programáticos, al menos no se les pueden negar que hablan clarísimo y que la neolengua políticamente correcta no es su principal vía de comunicación. Ellos son los que han estado tras la manifestación del último fin de semana y ellos son los que han estado protestando contra la inmigración desde que existen. Y eso, por alguna razón, ahora da votos y la gente se disputa ese espacio.
Un servidor, que lleva emigrado prácticamente desde que salió de la universidad, aunque siempre de forma legal, no puede estar de acuerdo con la retórica de muchos de estos partidos, pero tampoco con ciertos resultados que se han dado a fuerza de no respetarnos a nosotros mismos y de aceptar a los musulmanes no tanto por ser musulmanes, sino para debilitar relativamente a los cristianos que tanto molestamos últimamente. En todo caso, algo esta pasando en Europa, y no sé si es París esta vez la protagonista principal, como siempre quiere ser. He leído hace poco a la Alliance Française animando a los chalecos amarillos, y no sé yo si la mayoría de los chalecos amarillos se dejarían animar por los legitimistas franceses de hoy en día. En todo caso, el río en Europa está revuelto, y no faltan pescadores que quieran sacar ganancia.
lunes, 24 de diciembre de 2018
Feliz Navidad
Este año podrá habido escasez de entradas, pero lo que no puede faltar es la felicitación navideña a los lectores que todavía queden y no hayan huido decepcionados por el ritmo parsimonioso de publicación. Así que, a todos los que quedéis, ¡feliz Navidad!
sábado, 22 de diciembre de 2018
Lila, y el principio del fin
Si lo prometido es deuda, lo que tocaría ahora es un relato de la visita a Lila, Lille en francés, villa que, como tantas otras de la región, formó parte de la Monarquía hispánica en los tiempos en que en la misma no se ponía el sol. En efecto, Lila formó parte de los estados patrimoniales de los Austria desde que la última descendiente de la casa de Borgoña, que dominaba el condado de Flandes, se casó con el emperador Maximiliano, y así fue como pasaron a España, porque el emperador Carlos, que, nunca se repetirá bastante, era de esta zona, no los cedió a su hermano Fernando, sino que los mantuvo entre los dominios que cedió a su hijo Felipe II (V de Borgoña).
Lila, pues, permaneció bajo dominio español hasta 1668. Tras la muerte de Felipe IV (VII de Borgoña), España quedó agotada, y el reino en manos de un niño menor. Es cierto que durante el reinado de Carlos II apenas se perdieron dominios, y que la integridad territorial de la monarquía se conservó en lo básico, pero los pocos territorios que se perdieron lo fueron precisamente en esta zona de Flandes. Luis XIV, que por lo visto no era alguien con quien bromear, invadió los Países Bajos españoles en 1667, en la llamada Guerra de Devolución, y tomó Lila tras un corto asedio de nueve días. Las sucesivas paces de las guerras de Luis XIV trajeron consigo la restitución a España de la mayor parte de las conquistas militares de los franceses, pero no de todas. Una de las que no volvieron nunca más al poder del Rey de España fue Lila.
Del tiempo de dominio español en la ciudad queda el edificio de la bolsa, un lugar curioso, situado en la plaza principal de la ciudad. Cuando aparecimos por allí, en pleno verano, lo hicimos en medio de un bullicioso mercadillo de libros, tebeos de segunda mano, y otros objetos curiosos. El propio edificio merece la pena, y es lástima que no fuera posible visitarlo por dentro. Por lo demás, la ciudad está completamente afrancesada, y de su pertenencia al ducado de Flandes no queda ni el recuerdo, y eso que tiene nombre en flamenco, Rijsel. Únicamente vimos a dos personas en una tienda hablando flamenco entre sí, pero estaba clarísimo que no eran indígenas, sino turistas como nosotros que habían accedido a la ciudad para pasar el día.
Durante la Revolución Francesa, ésa de la que el mundillo oficial francés está tan orgulloso, Lila no lo pasó bien. Los austríacos, desde los Países Bajos, que están a un tiro de piedra, y no digamos de cañón, bombardearon la ciudad a troche y moche, pero Lila no cayó y, de hecho, hay un pedazo de monolito en el centro de la plaza que recuerda esta resistencia. De hecho, Lila tiene el dudosísimo honor de ser la ciudad más asediada de Francia (normalmente por los propios franceses). En cuanto a las guerras mundiales, las pasó generalmente bajo ocupación alemana, hasta que los británicos se asomaron a liberarla cuando los alemanes ya perdían el resuello.
Lila es una ciudad bulliciosa, llena de gente, y donde no es fácil en fin de semana encontrar un lugar para comer, así que tocó pasear mucho, mucho tiempo. Tanto, que con todo el cansancio acumulado, llegó el momento de salir de allí, y yo sugerí a Alfina volver a Bruselas y dar por terminado el periplo de fin de semana, y que Mons, que quizá hubiera sido la siguiente etapa, podría ser el siguiente destino en otra ocasión.
Y volvimos a Bruselas en lugar de seguir hacia Mons. Es posible que eso haya sido el comienzo del fin, pero eso es otra historia, que tocará narrar a su debido tiempo.
Lila, pues, permaneció bajo dominio español hasta 1668. Tras la muerte de Felipe IV (VII de Borgoña), España quedó agotada, y el reino en manos de un niño menor. Es cierto que durante el reinado de Carlos II apenas se perdieron dominios, y que la integridad territorial de la monarquía se conservó en lo básico, pero los pocos territorios que se perdieron lo fueron precisamente en esta zona de Flandes. Luis XIV, que por lo visto no era alguien con quien bromear, invadió los Países Bajos españoles en 1667, en la llamada Guerra de Devolución, y tomó Lila tras un corto asedio de nueve días. Las sucesivas paces de las guerras de Luis XIV trajeron consigo la restitución a España de la mayor parte de las conquistas militares de los franceses, pero no de todas. Una de las que no volvieron nunca más al poder del Rey de España fue Lila.
Del tiempo de dominio español en la ciudad queda el edificio de la bolsa, un lugar curioso, situado en la plaza principal de la ciudad. Cuando aparecimos por allí, en pleno verano, lo hicimos en medio de un bullicioso mercadillo de libros, tebeos de segunda mano, y otros objetos curiosos. El propio edificio merece la pena, y es lástima que no fuera posible visitarlo por dentro. Por lo demás, la ciudad está completamente afrancesada, y de su pertenencia al ducado de Flandes no queda ni el recuerdo, y eso que tiene nombre en flamenco, Rijsel. Únicamente vimos a dos personas en una tienda hablando flamenco entre sí, pero estaba clarísimo que no eran indígenas, sino turistas como nosotros que habían accedido a la ciudad para pasar el día.
Durante la Revolución Francesa, ésa de la que el mundillo oficial francés está tan orgulloso, Lila no lo pasó bien. Los austríacos, desde los Países Bajos, que están a un tiro de piedra, y no digamos de cañón, bombardearon la ciudad a troche y moche, pero Lila no cayó y, de hecho, hay un pedazo de monolito en el centro de la plaza que recuerda esta resistencia. De hecho, Lila tiene el dudosísimo honor de ser la ciudad más asediada de Francia (normalmente por los propios franceses). En cuanto a las guerras mundiales, las pasó generalmente bajo ocupación alemana, hasta que los británicos se asomaron a liberarla cuando los alemanes ya perdían el resuello.
Lila es una ciudad bulliciosa, llena de gente, y donde no es fácil en fin de semana encontrar un lugar para comer, así que tocó pasear mucho, mucho tiempo. Tanto, que con todo el cansancio acumulado, llegó el momento de salir de allí, y yo sugerí a Alfina volver a Bruselas y dar por terminado el periplo de fin de semana, y que Mons, que quizá hubiera sido la siguiente etapa, podría ser el siguiente destino en otra ocasión.
Y volvimos a Bruselas en lugar de seguir hacia Mons. Es posible que eso haya sido el comienzo del fin, pero eso es otra historia, que tocará narrar a su debido tiempo.
lunes, 1 de octubre de 2018
El obispado de Iprés
Iprés era una ciudad razonablemente importante en los albores de la Edad Moderna. En 1561 pasó a ser sede episcopal, y la iglesia de San Martín pasó a ser, por lo tanto, catedral. El obispado duró hasta 1801. En aquella época, Napoleón se había hecho con los Países Bajos y, en virtud del Concordato de 1801, deshizo el obispado y lo fusionó con el obispado de Gante. Hoy no pasa de sede titular, desde 1969, que no es lo mismo ni mucho menos. Por cierto que su obispo titular actual es el auxiliar de Bruselas y Malinas, Jean Kockerols.
Dieciocho obispos tuvo Iprés entre 1561 y 1801. Sus retratos están expuestos en la iglesia de San Miguel, patrón de la ciudad y sede episcopal que fue. De entre ellos, destaca fuertemente uno de ellos, Cornelio Jansenio, obispo entre 1635 y su muerte en 1638. Sin duda alguna, es con mucho el más famoso de los dieciocho.
Jansenio es una de esas personas lo suficientemente importantes para dar su nombre a una herejía en la Iglesia Católica, el jansenismo, de la que hoy no se acuerda casi nadie, pero que en los siglos XVII y XVIII hizo correr ríos de tinta, más que nada porque se ocupaba de un asunto que entonces estaba en el propio núcleo de las guerras de religión. Este asunto es el de la justificación y el de la superación del pecado para salvar nuestra alma. Hoy en día, en este mundo moderno en que nos ha tocado vivir, el pecado es algo sobre lo que pasan a hurtadillas los propios sacerdotes católicos, salvo unos cuantos héroes que no se casan con nadie.
Pero, en los albores de la Edad Moderna, las cosas no eran exactamente así. En aquel tiempo, la humanidad era tremendamente consciente de que el diablo estaba ahí, acechando, empujando a la gente a pecar, y que, por si fuera poco, la naturaleza humana, con su tendencia al mal desde el pecado original, no ayudaba lo más mínimo. Sin embargo, por muy pecadores que seamos, la posibilidad de salvarse existe; de lo contrario, Jesucristo habría venido al mundo y habría padecido lo que tuvo que padecer absolutamente para nada, cosa que uno no espera de Dios. Si Dios hace algo, es por algo.
Entonces, si somos pecadores, pero nos podemos salvar, hay básicamente dos posibilidades: que el hombre tenga en sí mismo la fuerza para superar su tendencia a pecar, o que no la tenga, pero que Dios se la infunda. Es decir, que le dé su gracia.
Como en casi todas las herejías, hay dos posturas radicales, y la postura ortodoxa no es ninguna de las dos. La primera postura radical es la de que el hombre se basta para superar el pecado y salvarse, sin gracia ni gaitas. El primero en predicarla fue Pelagio, un teólogo (vamos a llamarlo así) del siglo V, y por eso esta postura se conoce como pelagianismo. Para demostrar que esta postura es la correcta hay que ser muy optimista, pero además muy, pero que muy, rigorista. Los pelagianos no eran precisamente la alegría de la huerta, cosa lógica, porque, si tu idea es que con tu solo esfuerzo puedes alejarte del pecado, lo menos que puedes hacer es esforzarte. Y ellos lo hacían y, claro, iban todo el santo día con cara de esfuerzo.
El mayor opositor de Pelagio fue un contemporáneo suyo, San Agustín de Hipona, uno de los grandes doctores de la Iglesia, pero el que llevó la oposición a Pelagio hasta la posición diametralmente contraria fue un monje agustino que vivió en el siglo XVI y que atendió en español por Martín Lutero. Lutero era muy pesimista con respecto a la naturaleza humana. Pensaba que el hombre no tenía manera de escapar del pecado. Ciertamente, él debía ser un buen ejemplo de eso, y además parece que tenía el ego muy subido, así que debía considerar imposible que hubiera gentes mejores que él. Si él no podía escapar del pecado, entonces nadie podía hacerlo, y sólo Dios podía llegar a hacerlo posible mediante su gracia. Yendo aún más allá, Lutero negó todo valor a las buenas obras, que ya son ganas de desmotivar al personal, y consideró que sólo mediante la fe se podía obtener la gracia.
El colmo de la oposición a Pelagio llegó con un hereje de la época de Lutero, Juan Calvino, el dictador de Ginebra. Calvino elaboró la teoría de la predestinación, que viene a decir que Dios ya ha decidido quién va a salvarse, y que lo que hagamos nosotros es totalmente indiferente. Normalmente, eso hubiera debido conducir a un desenfreno brutal, porque, si Dios ya ha decidido lo que va a pasar, ¿por qué dedicarse al desfase? Sin embargo, Calvino añadió un elemento interesante: Dios ya ha decidido quién se va a salvar, pero no nos lo ha dicho, y nosotros lo podemos saber únicamente mediante indicios. Si tienes éxito en la vida, es señal de que Dios te ha mirado bien, así que puedes avanzar hacia el futuro ultraterrenal con confianza; en cambio, si eres un mendrugo, se siente, pero le vas a hacer compañía a Pedro Botero. No entiendo cómo una doctrina como ésta pudo colar entre gentes cuyo Dios nació en un pesebre y fue crucificado de mala manera, pero sí, parece que coló.
La consecuencia de esta doctrina en el comportamiento de las gentes fue que todos querían que la gente supiese que Dios les había predestinado para salvarse, así que tenían costumbres morigeradas, frugales y parcas, además de buscar el éxito en la vida. Es curioso, pero los calvinistas, totalmente opuestos a los pelagianos, terminaron siendo tan cenizos y tan avinagrados como ellos.
La respuesta católica está por ahí en medio y se basa en la cooperación entre hombre y Dios. El hombre solo no puede salvarse, porque su naturaleza está demasiado deteriorada; pero Dios, será todo lo omnipotente que queramos, pero tampoco puede salvarnos él solo si nosotros no queremos. Es curioso. El hombre no puede salvarse solo... pero sí puede condenarse solo, y si así lo decide, Dios respeta eso con todo el dolor que se quiera y no toca la libertad de su criatura. Ese Dios no tiene nada que ver con el de Calvino, que ha predestinado milimétricamente a cada uno de nosotros hasta convertirnos en una especie de marionetas. En palabras, muy repetidas, de San Agustín: "Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti." ¿No es bonito, un Dios que coopera contigo?
La orden creada para luchar contra el protestantismo fueron los jesuitas, que crearon un colegio en Lovaina que le empezó a hacer la competencia doctrinal a la Universidad Católica. Los jesuitas, para luchar mejor contra los protestantes, digamos que ponían el acento en las obras humanas. Mientras Lutero venía a decir que las obras no servían para maldita la cosa, los jesuitas decían que de eso nada, y que desde luego servían. Y es posible que alguno diera la impresión de estarse pasando de la raya, porque los debates es lo que tienen. Empiezas discutiendo con uno, y acabas sorprendido de las burradas que dices a fuerza de oponerte.
Los jesuitas, en los Países Bajos españoles, abrieron un centro de estudios teológicos en Lovaina. Nada menos que en Lovaina, sede de la universidad por antonomasia de la zona, con su pulquérrima cátedra de Teología. Los celos entre los jesuitas y los teólogos oficiales de Lovaina llegaron a extremos inusitados, y si no llegaron a las manos en sus controversias es porque, después de todo, eran gente educada y flojucha que no debía tenerlas todas consigo a la hora de sacar los puños a relucir.
Jansenio, que era profesor en Lovaina, se las tuvo con los jesuitas y, a la vez, estuvo bajo sospecha de querer sacar a los Países Bajos de la Monarquía Hispánica, pero logró zafarse de sus acusaciones y, al cumplir los cincuenta años, le tocó el bingo en forma de nombramiento de obispo de Yprés. Allí se dedicó a escribir a troche y moche la obra de su vida, el Augustinus, pero no llegó a verlo publicado, porque a los tres años de llegar a Yprés la palmó. Como el interés de Jansenio era seguir siendo católico, pero oponerse a los jesuitas sin llegar a protestante, le salió un texto no demasiado claro y que cada lector interpretaba como podía. Hay que reconocer que, entretanto, los jesuitas, que en aquellos tiempos hablaban con claridad, han acabado escribiendo frasecitas que cada cual interpreta, y nunca mejor dicho, como Dios le da a entender; ahí tenemos de ejemplo al Papa reinante, que es jesuita, y que a veces no acaba de dejar claro si sube o baja. Y eso sin ser gallego.
Pero ya va siendo hora de alejarnos de Yprés, y vamos a pasar un poco más al sur de los que fueron Países Bajos españoles. Hoy, la ciudad que será próximo destino de este viaje está bajo poder de la República Francesa, sucesora de la monarquía que se apoderó de la ciudad al final del siglo XVII.
Toca, pues, viajar a Lila. Todo será que no tarde dos meses en escribir algo sobre la ciudad...
Dieciocho obispos tuvo Iprés entre 1561 y 1801. Sus retratos están expuestos en la iglesia de San Miguel, patrón de la ciudad y sede episcopal que fue. De entre ellos, destaca fuertemente uno de ellos, Cornelio Jansenio, obispo entre 1635 y su muerte en 1638. Sin duda alguna, es con mucho el más famoso de los dieciocho.
Jansenio es una de esas personas lo suficientemente importantes para dar su nombre a una herejía en la Iglesia Católica, el jansenismo, de la que hoy no se acuerda casi nadie, pero que en los siglos XVII y XVIII hizo correr ríos de tinta, más que nada porque se ocupaba de un asunto que entonces estaba en el propio núcleo de las guerras de religión. Este asunto es el de la justificación y el de la superación del pecado para salvar nuestra alma. Hoy en día, en este mundo moderno en que nos ha tocado vivir, el pecado es algo sobre lo que pasan a hurtadillas los propios sacerdotes católicos, salvo unos cuantos héroes que no se casan con nadie.
Pero, en los albores de la Edad Moderna, las cosas no eran exactamente así. En aquel tiempo, la humanidad era tremendamente consciente de que el diablo estaba ahí, acechando, empujando a la gente a pecar, y que, por si fuera poco, la naturaleza humana, con su tendencia al mal desde el pecado original, no ayudaba lo más mínimo. Sin embargo, por muy pecadores que seamos, la posibilidad de salvarse existe; de lo contrario, Jesucristo habría venido al mundo y habría padecido lo que tuvo que padecer absolutamente para nada, cosa que uno no espera de Dios. Si Dios hace algo, es por algo.
Entonces, si somos pecadores, pero nos podemos salvar, hay básicamente dos posibilidades: que el hombre tenga en sí mismo la fuerza para superar su tendencia a pecar, o que no la tenga, pero que Dios se la infunda. Es decir, que le dé su gracia.
Como en casi todas las herejías, hay dos posturas radicales, y la postura ortodoxa no es ninguna de las dos. La primera postura radical es la de que el hombre se basta para superar el pecado y salvarse, sin gracia ni gaitas. El primero en predicarla fue Pelagio, un teólogo (vamos a llamarlo así) del siglo V, y por eso esta postura se conoce como pelagianismo. Para demostrar que esta postura es la correcta hay que ser muy optimista, pero además muy, pero que muy, rigorista. Los pelagianos no eran precisamente la alegría de la huerta, cosa lógica, porque, si tu idea es que con tu solo esfuerzo puedes alejarte del pecado, lo menos que puedes hacer es esforzarte. Y ellos lo hacían y, claro, iban todo el santo día con cara de esfuerzo.
El mayor opositor de Pelagio fue un contemporáneo suyo, San Agustín de Hipona, uno de los grandes doctores de la Iglesia, pero el que llevó la oposición a Pelagio hasta la posición diametralmente contraria fue un monje agustino que vivió en el siglo XVI y que atendió en español por Martín Lutero. Lutero era muy pesimista con respecto a la naturaleza humana. Pensaba que el hombre no tenía manera de escapar del pecado. Ciertamente, él debía ser un buen ejemplo de eso, y además parece que tenía el ego muy subido, así que debía considerar imposible que hubiera gentes mejores que él. Si él no podía escapar del pecado, entonces nadie podía hacerlo, y sólo Dios podía llegar a hacerlo posible mediante su gracia. Yendo aún más allá, Lutero negó todo valor a las buenas obras, que ya son ganas de desmotivar al personal, y consideró que sólo mediante la fe se podía obtener la gracia.
El colmo de la oposición a Pelagio llegó con un hereje de la época de Lutero, Juan Calvino, el dictador de Ginebra. Calvino elaboró la teoría de la predestinación, que viene a decir que Dios ya ha decidido quién va a salvarse, y que lo que hagamos nosotros es totalmente indiferente. Normalmente, eso hubiera debido conducir a un desenfreno brutal, porque, si Dios ya ha decidido lo que va a pasar, ¿por qué dedicarse al desfase? Sin embargo, Calvino añadió un elemento interesante: Dios ya ha decidido quién se va a salvar, pero no nos lo ha dicho, y nosotros lo podemos saber únicamente mediante indicios. Si tienes éxito en la vida, es señal de que Dios te ha mirado bien, así que puedes avanzar hacia el futuro ultraterrenal con confianza; en cambio, si eres un mendrugo, se siente, pero le vas a hacer compañía a Pedro Botero. No entiendo cómo una doctrina como ésta pudo colar entre gentes cuyo Dios nació en un pesebre y fue crucificado de mala manera, pero sí, parece que coló.
La consecuencia de esta doctrina en el comportamiento de las gentes fue que todos querían que la gente supiese que Dios les había predestinado para salvarse, así que tenían costumbres morigeradas, frugales y parcas, además de buscar el éxito en la vida. Es curioso, pero los calvinistas, totalmente opuestos a los pelagianos, terminaron siendo tan cenizos y tan avinagrados como ellos.
La respuesta católica está por ahí en medio y se basa en la cooperación entre hombre y Dios. El hombre solo no puede salvarse, porque su naturaleza está demasiado deteriorada; pero Dios, será todo lo omnipotente que queramos, pero tampoco puede salvarnos él solo si nosotros no queremos. Es curioso. El hombre no puede salvarse solo... pero sí puede condenarse solo, y si así lo decide, Dios respeta eso con todo el dolor que se quiera y no toca la libertad de su criatura. Ese Dios no tiene nada que ver con el de Calvino, que ha predestinado milimétricamente a cada uno de nosotros hasta convertirnos en una especie de marionetas. En palabras, muy repetidas, de San Agustín: "Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti." ¿No es bonito, un Dios que coopera contigo?
La orden creada para luchar contra el protestantismo fueron los jesuitas, que crearon un colegio en Lovaina que le empezó a hacer la competencia doctrinal a la Universidad Católica. Los jesuitas, para luchar mejor contra los protestantes, digamos que ponían el acento en las obras humanas. Mientras Lutero venía a decir que las obras no servían para maldita la cosa, los jesuitas decían que de eso nada, y que desde luego servían. Y es posible que alguno diera la impresión de estarse pasando de la raya, porque los debates es lo que tienen. Empiezas discutiendo con uno, y acabas sorprendido de las burradas que dices a fuerza de oponerte.
Los jesuitas, en los Países Bajos españoles, abrieron un centro de estudios teológicos en Lovaina. Nada menos que en Lovaina, sede de la universidad por antonomasia de la zona, con su pulquérrima cátedra de Teología. Los celos entre los jesuitas y los teólogos oficiales de Lovaina llegaron a extremos inusitados, y si no llegaron a las manos en sus controversias es porque, después de todo, eran gente educada y flojucha que no debía tenerlas todas consigo a la hora de sacar los puños a relucir.
Jansenio, que era profesor en Lovaina, se las tuvo con los jesuitas y, a la vez, estuvo bajo sospecha de querer sacar a los Países Bajos de la Monarquía Hispánica, pero logró zafarse de sus acusaciones y, al cumplir los cincuenta años, le tocó el bingo en forma de nombramiento de obispo de Yprés. Allí se dedicó a escribir a troche y moche la obra de su vida, el Augustinus, pero no llegó a verlo publicado, porque a los tres años de llegar a Yprés la palmó. Como el interés de Jansenio era seguir siendo católico, pero oponerse a los jesuitas sin llegar a protestante, le salió un texto no demasiado claro y que cada lector interpretaba como podía. Hay que reconocer que, entretanto, los jesuitas, que en aquellos tiempos hablaban con claridad, han acabado escribiendo frasecitas que cada cual interpreta, y nunca mejor dicho, como Dios le da a entender; ahí tenemos de ejemplo al Papa reinante, que es jesuita, y que a veces no acaba de dejar claro si sube o baja. Y eso sin ser gallego.
Pero ya va siendo hora de alejarnos de Yprés, y vamos a pasar un poco más al sur de los que fueron Países Bajos españoles. Hoy, la ciudad que será próximo destino de este viaje está bajo poder de la República Francesa, sucesora de la monarquía que se apoderó de la ciudad al final del siglo XVII.
Toca, pues, viajar a Lila. Todo será que no tarde dos meses en escribir algo sobre la ciudad...
martes, 24 de julio de 2018
Iperita
Vamos a comenzar esta sección con una visita a la ciudad de Yprés, una ciudad medieval completamente falsa, porque en realidad la totalidad de sus edificios fueron construidos en la década de 1920, eso sí, de acuerdo con lo que había sido la ciudad con anterioridad.
El nombre de la entrada tiene relación con el gas mostaza, una de las primeras armas de destrucción masiva, que los alemanes utilizaron en Yprés durante la Primera Guerra Mundial, y que por eso acabó llamándose iperita, un nombre tan macabro como una buena parte de la ciudad. La ciudad fue completamente destruida durante la Primera Guerra Mundial. Los alemanes rodearon la ciudad de trincheras prácticamente a lo largo de cuatro años, entre finales de 1914 y septiembre de 1918. Cinco batallas de gran envergadura se desarrollaron en sus alrededores, obviamente precedidas del correspondiente apoyo artillero.
En la primera, los aliados desalojaron a los alemanes, que por un corto espacio de tiempo se habían adueñado de la población. La segunda fue un intento alemán, fracasado, de hacerse con la ciudad, y se hizo famosa por ser la batalla en la que se dio uso militar al gas venenoso por primera vez. La tercera, entre junio y noviembre de 1917, fue un ataque aliado con el objetivo de aislar las bases submarinas alemanas por tierra. Salvo la conquista de una posición, que los alemanes reconquistaron pocos meses después, fue un fracaso que, además, causó más de medio millón de bajas.
La cuarta batalla de Ypres, a comienzos de 1918, fue un ataque alemán igualmente infructuoso, que se canceló con el fin de concentrar esfuerzos para la última ofensiva alemana contra París. Y la quinta, finalmente, fue una batalla librada en el contexto de la ofensiva aliada de los cien días, que, esta vez sí, tuvo éxito y terminó con la capitulación del Imperio Alemán.
Literalmente, no quedó piedra sobre piedra, como se ve en la foto, tomada en agosto de 1918, justo antes de la quinta batalla, la que finalmente alejaría el frente de la ciudad. Los habitantes, que habían sido evacuados a la fuerza, si no habían puesto antes pies en polvorosa, comenzaron a llegar tras el armisticio, pero lo de recuperar sus casas llevó tiempo. Primero les alojaron en casas de madera provisionales. Luego, llegó el debate si convenía reconstruir la ciudad o no. Alguien tan relevante como Winston Churchill sugirió no reconstruirla y dejarla en el estado en que había quedado, como un monumento a los horrores de la guerra. Una especie de Belchite, vamos. La segunda opción hubiera sido la opción Róterdam: construir en plan más moderno. Los habitantes se negaron a tal cosa también y decidieron reconstruir la ciudad exactamente (bueno, o casi) como había sido en su tiempo.
Ha sido un éxito. Han tardado años, y ciertamente el dinero para la reconstrucción, en buena parte, vino de las reparaciones alemanas, lo cual fue de lo más lógico en este caso, porque el que rompe, paga.
En la foto, además, aparece la plaza mayor de la ciudad, con el edificio que alberga el museo, impresionante, sobre la Primera Guerra Mundial en la zona. Para no perdérselo de ninguna manera. A uno se le hace un nudo en la garganta al darse cuenta del despropósito que se estaba montando, y hasta qué punto aquello no valió la pena en absoluto. En este año en que se cumple el centenario del fin de la gran guerra, no es mala cosa darse cuenta de que ciertas cosas no deberían producirse bajo ningún concepto. Cerca de un millón de personas, que se dice pronto, causaron baja defendiendo o atacando unas trincheras anegadas donde, como mucho, sólo las ratas podían sentirse a gusto.
Aparte de una ciudad renacida, Ypres es un inmenso cementerio militar. Al pasar por allí, había un número bastante abundante de turistas, casi todos ellos anglófonos, y algún grupo escolar. El monumento de la foto es la puerta de Menen, donde hay una lista enormes de nombres grabados sobre la piedra, que se corresponden con los caídos cuyos cuerpos no fueron encontrados. Hay como para tragar mucha saliva cuando uno piensa qué puede haber pasado con ellos, destrozados por la metralla, comidos por los lobos o abandonados en tierra de nadie entre trincheras, porque a ver quién era el guapo que salía a recogerlos. Y forman una lista que cubre completamente el monumento. Porque los cuerpos que sí se encontraron y no fueron repatriados están en los cementerios militares, también impresionantes, y que son lugar de peregrinación de todo tipo de visitantes, quizá muchos de ellos militares o sus descendientes.
Ypres, pues, una vez reconstruida, se ha convertido en un memorial dedicado a la Gran Guerra y a lo absurdo del nacionalismo belicoso, algo que, en los tiempos que corren, parece conveniente recordar.
Pero Ypres no sólo es Primera Guerra Mundial. Tiene un pasado anterior, aunque la guerra lo arrancara de la faz de la tierra. Hay un museo histórico, que no pude ver esta vez por falta de tiempo, y que queda para otra ocasión (y, Dios mediante, la habrá), y también hay una catedral, porque, en su día, Ypres llegó a ser sede episcopal.
Hacia la catedral toca encaminar nuestros pasos, pero de las impresiones de la misma tocará escribir en otro momento, porque hoy ya es tarde.
El nombre de la entrada tiene relación con el gas mostaza, una de las primeras armas de destrucción masiva, que los alemanes utilizaron en Yprés durante la Primera Guerra Mundial, y que por eso acabó llamándose iperita, un nombre tan macabro como una buena parte de la ciudad. La ciudad fue completamente destruida durante la Primera Guerra Mundial. Los alemanes rodearon la ciudad de trincheras prácticamente a lo largo de cuatro años, entre finales de 1914 y septiembre de 1918. Cinco batallas de gran envergadura se desarrollaron en sus alrededores, obviamente precedidas del correspondiente apoyo artillero.
En la primera, los aliados desalojaron a los alemanes, que por un corto espacio de tiempo se habían adueñado de la población. La segunda fue un intento alemán, fracasado, de hacerse con la ciudad, y se hizo famosa por ser la batalla en la que se dio uso militar al gas venenoso por primera vez. La tercera, entre junio y noviembre de 1917, fue un ataque aliado con el objetivo de aislar las bases submarinas alemanas por tierra. Salvo la conquista de una posición, que los alemanes reconquistaron pocos meses después, fue un fracaso que, además, causó más de medio millón de bajas.
La cuarta batalla de Ypres, a comienzos de 1918, fue un ataque alemán igualmente infructuoso, que se canceló con el fin de concentrar esfuerzos para la última ofensiva alemana contra París. Y la quinta, finalmente, fue una batalla librada en el contexto de la ofensiva aliada de los cien días, que, esta vez sí, tuvo éxito y terminó con la capitulación del Imperio Alemán.
Literalmente, no quedó piedra sobre piedra, como se ve en la foto, tomada en agosto de 1918, justo antes de la quinta batalla, la que finalmente alejaría el frente de la ciudad. Los habitantes, que habían sido evacuados a la fuerza, si no habían puesto antes pies en polvorosa, comenzaron a llegar tras el armisticio, pero lo de recuperar sus casas llevó tiempo. Primero les alojaron en casas de madera provisionales. Luego, llegó el debate si convenía reconstruir la ciudad o no. Alguien tan relevante como Winston Churchill sugirió no reconstruirla y dejarla en el estado en que había quedado, como un monumento a los horrores de la guerra. Una especie de Belchite, vamos. La segunda opción hubiera sido la opción Róterdam: construir en plan más moderno. Los habitantes se negaron a tal cosa también y decidieron reconstruir la ciudad exactamente (bueno, o casi) como había sido en su tiempo.
Ha sido un éxito. Han tardado años, y ciertamente el dinero para la reconstrucción, en buena parte, vino de las reparaciones alemanas, lo cual fue de lo más lógico en este caso, porque el que rompe, paga.
En la foto, además, aparece la plaza mayor de la ciudad, con el edificio que alberga el museo, impresionante, sobre la Primera Guerra Mundial en la zona. Para no perdérselo de ninguna manera. A uno se le hace un nudo en la garganta al darse cuenta del despropósito que se estaba montando, y hasta qué punto aquello no valió la pena en absoluto. En este año en que se cumple el centenario del fin de la gran guerra, no es mala cosa darse cuenta de que ciertas cosas no deberían producirse bajo ningún concepto. Cerca de un millón de personas, que se dice pronto, causaron baja defendiendo o atacando unas trincheras anegadas donde, como mucho, sólo las ratas podían sentirse a gusto.
Aparte de una ciudad renacida, Ypres es un inmenso cementerio militar. Al pasar por allí, había un número bastante abundante de turistas, casi todos ellos anglófonos, y algún grupo escolar. El monumento de la foto es la puerta de Menen, donde hay una lista enormes de nombres grabados sobre la piedra, que se corresponden con los caídos cuyos cuerpos no fueron encontrados. Hay como para tragar mucha saliva cuando uno piensa qué puede haber pasado con ellos, destrozados por la metralla, comidos por los lobos o abandonados en tierra de nadie entre trincheras, porque a ver quién era el guapo que salía a recogerlos. Y forman una lista que cubre completamente el monumento. Porque los cuerpos que sí se encontraron y no fueron repatriados están en los cementerios militares, también impresionantes, y que son lugar de peregrinación de todo tipo de visitantes, quizá muchos de ellos militares o sus descendientes.
Ypres, pues, una vez reconstruida, se ha convertido en un memorial dedicado a la Gran Guerra y a lo absurdo del nacionalismo belicoso, algo que, en los tiempos que corren, parece conveniente recordar.
Pero Ypres no sólo es Primera Guerra Mundial. Tiene un pasado anterior, aunque la guerra lo arrancara de la faz de la tierra. Hay un museo histórico, que no pude ver esta vez por falta de tiempo, y que queda para otra ocasión (y, Dios mediante, la habrá), y también hay una catedral, porque, en su día, Ypres llegó a ser sede episcopal.
Hacia la catedral toca encaminar nuestros pasos, pero de las impresiones de la misma tocará escribir en otro momento, porque hoy ya es tarde.
viernes, 20 de julio de 2018
Viajes por los Países Bajos
Si, en los primeros tiempos de esta bitácora, había una sección llamada "Viajes por la ex-URSS", lo lógico es abrir ahora, una que recoja los viajes que vaya haciendo por esta región de Europa. Vale. Técnicamente, los Países Bajos son hoy lo que en España conocemos, bastante impropiamente, como Holanda, pero hay mucho más ¿Por qué Bélgica o Luxemburgo no van a ser 'Países Bajos'? Formaron parte del Reino de los Países Bajos entre 1815 y 1830 (Luxemburgo, incluso, un poco más) y, si se separaron, fue por un quítame allá una revolución o, en el caso de Luxemburgo, porque las leyes sucesorias tienen su importancia, y la Unión Europea no las había armonizado en el siglo XIX, ni ahora.
"Viajes por la ex-URSS" fue una sección que me encantaba escribir, a lo que se añadía que pocos españoles habían escrito sobre los sitios a los que yo me desplazaba, lo cual me daba incluso la impresión de estar hollando terreno inexplorado. Aquí, claro, las cosas son diferentes. Los españoles no es que hayamos pasado por aquí, es que en su tiempo éramos los amos del cotarro, hasta el punto de que buena parte de las ciudades de por aquí tienen nombre españolizado y español, cuando la pronunciación del lugar en neerlandés se le atragantaba a las cuerdas vocales de los españoles de entonces. No tiene mucho sentido españolizar Breda, que cualquier español pronuncia sin esfuerzo, pero, claro, cuando la ciudad se llama 's Hertogenbosch, la cosa cambia. Bastante es que te estés dejando la piel para poner el mundo a los pies del Rey de España, como para que encima te toque aprenderte los nombres de las ciudades en esa jerigonza incalificable.
Total, que 's Hertogenbosch pasa a ser Bolduque, del francés Bois-le-Duc, que es la traducción literal del nombre neerlandés. Vlissingen pasa a ser Flesinga, que dónde vamos a parar y, por ejemplo, la capital de Zelanda, Middelburg, pasa a ser Medialburgo, que podría estar perfectamente en Castilla la Vieja.
Y así casi todas. Las que no han sido españolizadas es porque nuestros antepasados consideraron que ni siquiera merecían la pena, lo cual más bien redunda en desdoro de las ciudades en cuestión.
En el mapa aparece la situación de los Países Bajos, todos, en 1572, justo antes de que la situación se torciera definitivamente. Ya se ve que son mucho más que los Países Bajos actuales, y que hasta entran en el actual Norte de Francia, con lugares como Valencijn, que hoy es la ciudad francesa de Valenciennes y que los españoles de entonces llamaron Valenciana, muy gallardamente. La otra ciudad que llama la atención es Rijsel, que a ojo no nos suena de nada, pero que se trata de Lila (Lille, en francés).
En fin, que éste va a ser el teatro de operaciones de esta sección, pero que habrá que esperar a otro momento a comenzar, porque, Dios mío, no son horas.
"Viajes por la ex-URSS" fue una sección que me encantaba escribir, a lo que se añadía que pocos españoles habían escrito sobre los sitios a los que yo me desplazaba, lo cual me daba incluso la impresión de estar hollando terreno inexplorado. Aquí, claro, las cosas son diferentes. Los españoles no es que hayamos pasado por aquí, es que en su tiempo éramos los amos del cotarro, hasta el punto de que buena parte de las ciudades de por aquí tienen nombre españolizado y español, cuando la pronunciación del lugar en neerlandés se le atragantaba a las cuerdas vocales de los españoles de entonces. No tiene mucho sentido españolizar Breda, que cualquier español pronuncia sin esfuerzo, pero, claro, cuando la ciudad se llama 's Hertogenbosch, la cosa cambia. Bastante es que te estés dejando la piel para poner el mundo a los pies del Rey de España, como para que encima te toque aprenderte los nombres de las ciudades en esa jerigonza incalificable.
Total, que 's Hertogenbosch pasa a ser Bolduque, del francés Bois-le-Duc, que es la traducción literal del nombre neerlandés. Vlissingen pasa a ser Flesinga, que dónde vamos a parar y, por ejemplo, la capital de Zelanda, Middelburg, pasa a ser Medialburgo, que podría estar perfectamente en Castilla la Vieja.
Y así casi todas. Las que no han sido españolizadas es porque nuestros antepasados consideraron que ni siquiera merecían la pena, lo cual más bien redunda en desdoro de las ciudades en cuestión.
En el mapa aparece la situación de los Países Bajos, todos, en 1572, justo antes de que la situación se torciera definitivamente. Ya se ve que son mucho más que los Países Bajos actuales, y que hasta entran en el actual Norte de Francia, con lugares como Valencijn, que hoy es la ciudad francesa de Valenciennes y que los españoles de entonces llamaron Valenciana, muy gallardamente. La otra ciudad que llama la atención es Rijsel, que a ojo no nos suena de nada, pero que se trata de Lila (Lille, en francés).
En fin, que éste va a ser el teatro de operaciones de esta sección, pero que habrá que esperar a otro momento a comenzar, porque, Dios mío, no son horas.
miércoles, 18 de julio de 2018
Revisando la barra de la derecha
Un día u otro tenía que ser.
Y parece que va a ser éste.
Después de pasar el mal trago de enterarme del fallecimiento de Miguel, era inevitable darse un garbeo por la barra de la derecha para evaluar el estado de salud de la rusosfera en castellano y, llegado el caso, para podar lo que ya no tuviera sentido mantener. Digamos que es una especie de ¿qué fue de...?, eso que sale con relativa frecuencia en los medios escritos para despertar la nostalgia de los lectores mayores, es decir, de los que todavía leen algo, porque los más jóvenes, lo de interpretar letras colocadas de forma consecutiva, como que lo aprecian poco.
¿Qué fue de "Soviet Russia"?
Soviet Russia fue, en su día, una notable sorpresa en la rusosfera. A su frente estaba Xavi, un catalán que, por esas cosas que pasan en la vida y que me contó con cierto detalle las veces que nos vimos en Moscú, acabó viviendo nada menos que en Omsk, desde donde se hizo un nombre en el panorama blogosférico en español. Su gran momento de gloria llegó con el 15-M, cuando se convirtió en una estrella mediática. El problema es que ya entonces las actualizaciones de su bitácora eran muy esporádicas, y de hecho ya no volvió a haberlas. Xavi consiguió montar una empresa farmacéutica y, cuando le perdí la pista (aunque sigue de contacto mío en LinkedIn), la estaba levantando a base de bien. Se mudó a Moscú, lo cual le facilitó las cosas, pero, claro, perdió el encanto de Omsk. Espero que le vaya estupendamente y que su vida personal le sonría (la laboral parece que lo hace),pero voy a proceder a tachar su bitácora de la barra de la derecha, porque es pinchar en cualquier enlace de "Soviet Russia", y te sale cualquier porquería.
Curiosidades de Rusia y otros lugares
Lo llevaba Albert, creo recordar, que escribió también bastantes comentarios chispeantes por aquí. Supongo que un buen día eliminó su bitácora y hasta ahí llegamos. Digo yo que alguien ocuparía su dominio, porque si miro a la barra derecha, antes de hacer fenecer el enlace, veo un texto que he conseguido identificar como indonesio, con un tipo con un huevo frito sobre la cara, y que dice: Telur sumber protein terbaik sekaligus termurah. Namun, masih banyakyang perlu Anda ketahui lebih jauh tentang telur. Rasanya tak ada orang yang tak kenal.... Lo he conseguido traducir al castellano y reza lo siguiente: Los huevos son la mejor fuente de proteína a la vez más barata. Sin embargo, todavía hay mucho más que debes saber sobre los huevos. Parece que nadie sabe....
Me parece muy bien, pero no seré yo quien mantenga más años ocupando espacio una bitácora tan poco relacionada con lo que la mía es o ha sido.
Ekinoterimburgo
Para mi sorpresa, después de seis años sin actualización alguna, la bitácora de Kinomendi sigue funcionando y los enlaces llevan a donde solían. Kino llegó a Moscú a trabajar en la sección de un tipo bastante difícil de calificar y a quien todos los lectores de esta bitácora conocen bien, porque es el autor de la misma. Nos llevamos muy bien hasta que le llegó el momento de partir. Más adelante se fue a trabajar a Ekaterimburgo (donde lo visitamos, claro), y estuvo allí varios años, hasta que el proyecto en el que trabajaba terminó, pero no su estancia en Rusia, porque saltó a formar parte de la pequeña colonia española que se terminó formando en Kaluga. Si no me equivoco, sigue por allí, pero desde luego ocupado en menesteres diferentes a actualizar su bitácora.
Desde mis gafas
La bitácora de César lleva en estado de hibernación desde agosto de 2014. Desde entonces ha llovido muchísimo, incluso en Almería, aunque las últimas entradas parecen de rabiosa actualidad. César tenía una bitácora muy popular en la rusosfera en castellano, y siempre tuvo una actitud cordial hacia el que esto escribe, que le correspondió lo mejor que supo. Da la impresión de que no tiene ninguna intención de volver a escribir, y en todo caso yo le he perdido la pista completamente, así que creo que su bitácora va a ir incluida en la limpia que estoy preparando.
Sacerdotes en Rusia
También sigue funcionando. Nunca fue muy prolífico, la verdad, salvo en los comienzos de 2006. Al año siguiente el número de entradas anuales se redujo considerablemente y ya siguió en un estado más o menos comatoso hasta el silencio de los últimos cinco años. Uno es muy creyente, y la Iglesia Católica en Rusia le parece una aventura encantadora, y Soloviov es un tipo de lo más interesante, pero todo tiene un límite, y cinco años sin escribir ni una línea lo han sobrepasado.
Vamos a dejar la purga aquí. El resto de las bitácoras está en un estadio más o menos renqueante, pero sus autores se han tomado la molestia de escribir algo durante el último año, así que les daremos un voto de confianza. Y un voto mucho más grande se lo daremos a la esposa de Miguel, el autor de Rusadas y que, tras varios meses de silencio, se ha arrancado con la tarea de continuar el legado de Miguel. Mucho ánimo y, sobre todo, mucha calma y atención a no hacer nada una vez se haya hecho tarde.
Como ahora mismo, por ejemplo. Así que corto por hoy, a la espera de seguir pensando qué hacer, porque, diantre, si he dado de baja unas cuantas bitácoras, no estaría de más dar de alta algunas otras.
Y parece que va a ser éste.
Después de pasar el mal trago de enterarme del fallecimiento de Miguel, era inevitable darse un garbeo por la barra de la derecha para evaluar el estado de salud de la rusosfera en castellano y, llegado el caso, para podar lo que ya no tuviera sentido mantener. Digamos que es una especie de ¿qué fue de...?, eso que sale con relativa frecuencia en los medios escritos para despertar la nostalgia de los lectores mayores, es decir, de los que todavía leen algo, porque los más jóvenes, lo de interpretar letras colocadas de forma consecutiva, como que lo aprecian poco.
¿Qué fue de "Soviet Russia"?
Soviet Russia fue, en su día, una notable sorpresa en la rusosfera. A su frente estaba Xavi, un catalán que, por esas cosas que pasan en la vida y que me contó con cierto detalle las veces que nos vimos en Moscú, acabó viviendo nada menos que en Omsk, desde donde se hizo un nombre en el panorama blogosférico en español. Su gran momento de gloria llegó con el 15-M, cuando se convirtió en una estrella mediática. El problema es que ya entonces las actualizaciones de su bitácora eran muy esporádicas, y de hecho ya no volvió a haberlas. Xavi consiguió montar una empresa farmacéutica y, cuando le perdí la pista (aunque sigue de contacto mío en LinkedIn), la estaba levantando a base de bien. Se mudó a Moscú, lo cual le facilitó las cosas, pero, claro, perdió el encanto de Omsk. Espero que le vaya estupendamente y que su vida personal le sonría (la laboral parece que lo hace),pero voy a proceder a tachar su bitácora de la barra de la derecha, porque es pinchar en cualquier enlace de "Soviet Russia", y te sale cualquier porquería.
Curiosidades de Rusia y otros lugares
Lo llevaba Albert, creo recordar, que escribió también bastantes comentarios chispeantes por aquí. Supongo que un buen día eliminó su bitácora y hasta ahí llegamos. Digo yo que alguien ocuparía su dominio, porque si miro a la barra derecha, antes de hacer fenecer el enlace, veo un texto que he conseguido identificar como indonesio, con un tipo con un huevo frito sobre la cara, y que dice: Telur sumber protein terbaik sekaligus termurah. Namun, masih banyakyang perlu Anda ketahui lebih jauh tentang telur. Rasanya tak ada orang yang tak kenal.... Lo he conseguido traducir al castellano y reza lo siguiente: Los huevos son la mejor fuente de proteína a la vez más barata. Sin embargo, todavía hay mucho más que debes saber sobre los huevos. Parece que nadie sabe....
Me parece muy bien, pero no seré yo quien mantenga más años ocupando espacio una bitácora tan poco relacionada con lo que la mía es o ha sido.
Ekinoterimburgo
Para mi sorpresa, después de seis años sin actualización alguna, la bitácora de Kinomendi sigue funcionando y los enlaces llevan a donde solían. Kino llegó a Moscú a trabajar en la sección de un tipo bastante difícil de calificar y a quien todos los lectores de esta bitácora conocen bien, porque es el autor de la misma. Nos llevamos muy bien hasta que le llegó el momento de partir. Más adelante se fue a trabajar a Ekaterimburgo (donde lo visitamos, claro), y estuvo allí varios años, hasta que el proyecto en el que trabajaba terminó, pero no su estancia en Rusia, porque saltó a formar parte de la pequeña colonia española que se terminó formando en Kaluga. Si no me equivoco, sigue por allí, pero desde luego ocupado en menesteres diferentes a actualizar su bitácora.
Desde mis gafas
La bitácora de César lleva en estado de hibernación desde agosto de 2014. Desde entonces ha llovido muchísimo, incluso en Almería, aunque las últimas entradas parecen de rabiosa actualidad. César tenía una bitácora muy popular en la rusosfera en castellano, y siempre tuvo una actitud cordial hacia el que esto escribe, que le correspondió lo mejor que supo. Da la impresión de que no tiene ninguna intención de volver a escribir, y en todo caso yo le he perdido la pista completamente, así que creo que su bitácora va a ir incluida en la limpia que estoy preparando.
Sacerdotes en Rusia
También sigue funcionando. Nunca fue muy prolífico, la verdad, salvo en los comienzos de 2006. Al año siguiente el número de entradas anuales se redujo considerablemente y ya siguió en un estado más o menos comatoso hasta el silencio de los últimos cinco años. Uno es muy creyente, y la Iglesia Católica en Rusia le parece una aventura encantadora, y Soloviov es un tipo de lo más interesante, pero todo tiene un límite, y cinco años sin escribir ni una línea lo han sobrepasado.
Vamos a dejar la purga aquí. El resto de las bitácoras está en un estadio más o menos renqueante, pero sus autores se han tomado la molestia de escribir algo durante el último año, así que les daremos un voto de confianza. Y un voto mucho más grande se lo daremos a la esposa de Miguel, el autor de Rusadas y que, tras varios meses de silencio, se ha arrancado con la tarea de continuar el legado de Miguel. Mucho ánimo y, sobre todo, mucha calma y atención a no hacer nada una vez se haya hecho tarde.
Como ahora mismo, por ejemplo. Así que corto por hoy, a la espera de seguir pensando qué hacer, porque, diantre, si he dado de baja unas cuantas bitácoras, no estaría de más dar de alta algunas otras.
lunes, 9 de julio de 2018
El mejor de la barra de la derecha
El poco tiempo de que dispongo para conservar mínimamente viva la bitácora ha tenido como efecto que haya descuidado bastantes tareas que deberían formar parte del mantenimiento más elemental de la misma. Una de ellas consiste en echar un vistazo a los enlaces que yo mismo propongo en la barra de la derecha. Todos ellos hacen referencia a bitácoras que seguía cuando estaba en Moscú y tenía suficiente tiempo (o ilusión, vaya usted a saber) como para echar un ojo a la actualidad de la rusosfera. Al llegar a Bélgica, durante los primeros meses, seguía con un ojo y un pie en Rusia, así que no dejaba de seguir lo que pasaba por allá, y la barra derecha tenía una utilidad incluso personal.
Con el tiempo, sin embargo, la temática de la barra derecha se ha quedado disociada de la evolución de la bitácora. Qué le vamos a hacer. Le sigo teniendo mucho cariño a Rusia, porque, ya se sabe, una vez que sale uno del país, y sólo entonces, es cuando puede convertirse en rusófilo, pero el cariño no paga las facturas, y al fin y al cabo donde me gano las lentejas es en Bélgica.
Sin embargo, finalmente, y aprovechando que en julio Bélgica se para hasta tal punto que ni siquiera hay disturbios con las victorias de su selección en el Mundial de fútbol, he podido escribir alguna entrada y echar un vistazo a la barra de la derecha.
Me llamó la atención, en un primer momento, el hecho de que la bitácora de Rusadas llevara tiempo sin actualizarse. Miguel, el autor de la misma, siempre había sido un bloguero indomable, de los de entrada prácticamente diaria. Entré un poco mosqueado en la última entrada, del 31 de marzo de 2018, y me llevé el mazazo al leer el mensaje, escrito por su viuda, de que Miguel había fallecido en abril.
Inevitablemente, he tenido que recordar la entrada de esta bitácora en que Miguel fue el protagonista absoluto, cuando, allá por febrero de 2012, decidió borrar su bitácora entera, dando un susto a todos sus seguidores. Volvió al cabo de muy poco tiempo, y no puedo evitar pensar si, en aquel entonces, la reacción que tuvo no sería causada por alguna mala noticia sobre su salud, que ha terminado por fallarle. Nunca dijo nada a quienes le seguíamos, salvo en el último párrafo de su última entrada.
Miguel, además de un autor excelente, con unas entradas muy cuidadas y documentadas de manera exhaustiva, tenía algo más importante todavía. En un tiempo en el que cualquiera con acceso a un teclado se cree el rey del mambo, él era tan amable en sus comentarios como lo era con sus entradas. Escribió muchos comentarios en esta bitácora, y todos ellos fueron comedidos y atinados. Incluso quizá tuvimos la ocasión de haber compartido una cerveza, aunque, eso sí, sin ponernos de acuerdo sobre la cerveza de qué zona es la mejor. Ahora lamento mucho no haber hecho algo por seguirle la corriente y haber buscado la forma de quedar, porque Miguel debía ser de esas personas con cuya sola proximidad ya aprendes algo.
De momento, nos queda su bitácora, pero a los que lo apreciamos siempre nos quedará, igualmente, su recuerdo. Entretanto, espero que haya encontrado la paz y que Dios lo tenga en su gloria.
Y, para llegar hasta allí, nunca es tarde.
Con el tiempo, sin embargo, la temática de la barra derecha se ha quedado disociada de la evolución de la bitácora. Qué le vamos a hacer. Le sigo teniendo mucho cariño a Rusia, porque, ya se sabe, una vez que sale uno del país, y sólo entonces, es cuando puede convertirse en rusófilo, pero el cariño no paga las facturas, y al fin y al cabo donde me gano las lentejas es en Bélgica.
Sin embargo, finalmente, y aprovechando que en julio Bélgica se para hasta tal punto que ni siquiera hay disturbios con las victorias de su selección en el Mundial de fútbol, he podido escribir alguna entrada y echar un vistazo a la barra de la derecha.
Me llamó la atención, en un primer momento, el hecho de que la bitácora de Rusadas llevara tiempo sin actualizarse. Miguel, el autor de la misma, siempre había sido un bloguero indomable, de los de entrada prácticamente diaria. Entré un poco mosqueado en la última entrada, del 31 de marzo de 2018, y me llevé el mazazo al leer el mensaje, escrito por su viuda, de que Miguel había fallecido en abril.
Inevitablemente, he tenido que recordar la entrada de esta bitácora en que Miguel fue el protagonista absoluto, cuando, allá por febrero de 2012, decidió borrar su bitácora entera, dando un susto a todos sus seguidores. Volvió al cabo de muy poco tiempo, y no puedo evitar pensar si, en aquel entonces, la reacción que tuvo no sería causada por alguna mala noticia sobre su salud, que ha terminado por fallarle. Nunca dijo nada a quienes le seguíamos, salvo en el último párrafo de su última entrada.
Miguel, además de un autor excelente, con unas entradas muy cuidadas y documentadas de manera exhaustiva, tenía algo más importante todavía. En un tiempo en el que cualquiera con acceso a un teclado se cree el rey del mambo, él era tan amable en sus comentarios como lo era con sus entradas. Escribió muchos comentarios en esta bitácora, y todos ellos fueron comedidos y atinados. Incluso quizá tuvimos la ocasión de haber compartido una cerveza, aunque, eso sí, sin ponernos de acuerdo sobre la cerveza de qué zona es la mejor. Ahora lamento mucho no haber hecho algo por seguirle la corriente y haber buscado la forma de quedar, porque Miguel debía ser de esas personas con cuya sola proximidad ya aprendes algo.
De momento, nos queda su bitácora, pero a los que lo apreciamos siempre nos quedará, igualmente, su recuerdo. Entretanto, espero que haya encontrado la paz y que Dios lo tenga en su gloria.
Y, para llegar hasta allí, nunca es tarde.
martes, 3 de julio de 2018
Presión
La presión continúa. Al mismo tiempo que el puñetero recibo del impuesto equivalente al IBI belga, que es una clavada de aquí te espero, ha aparecido en el buzón no un pasquin partidista, sino una sibilina carta de la misma administración que me fríe a impuestos.
Señora, señor, (traduzco del francés, que mi flamenco aún no llega a tanto. En francés no son muy mirados con los encabezados de las cartas)
Es usted ciudadano de la Unión Europea y vive en un municipio de Bruselas, por lo que puede votar el 14 de octubre en las elecciones municipales. (Ya me han descubierto)
En Bruselas, los europeos representan más de un elector potencial de cuatro. Por eso es importante escuchar su voz.
Las decisiones del municipio tienen un impacto directo sobre su vida cotidiana: la gestión de las obras públicas, los colegios municipales, los parques, las basuras...(Las basuras...)
Por medio de su voto, usted participa en el futuro de su municipio, usted influye sobre el modo en que será gestionado. Así, votando, elige usted a las personas que le representarán en el consejo municipal durante los seis próximos años. Los ciudadanos europeos también pueden presentarse como candidatos a a las elecciones municipales.
Para poder votar, debe usted simplemente completar el formulario anexo de solicitud de inscripción en la lista de electores. El formulario debe ser enviado por correo postal (con el sobre adjunto, que ya lleva escrita la dirección) o entregado personalmente al negociado de población de su municipio. Le fecha límite para la entrega del formulario es el 31 de julio de 2018.
Participando en las elecciones municipales, no pierde usted ni el derecho a voto en su país de origen, ni su derecho de voto en las elecciones europeas.
En cuanto esté usted inscrito, el voto será obligatorio, debe usted ir a votar el 14 de octubre. Sin embargo, podrá usted darse de baja de la lista si cambia de opinión, excepto entre el 1 de agosto y el 14 de octubre de 2018. Para ello, no tiene más que enviar una carta firmada a su municipio manifestando su deseo de darse de baja.(Nótese la facilidad para darse de baja. Me pregunto cuánta gente votaría si el voto no fuera obligatorio)
¿Quiere usted votar, pero no estará usted presente el 14 de octubre?
No hay problema, puede usted otorgar un poder a una persona de confianza para que vote en lugar de usted. Deben ustedes rellenar y firmar juntos el formulario de apoderamiento y adjuntar los documentos que justifiquen su imposibilidad de votar en persona el 14 de octubre.
¿Votó usted en las elecciones municipales de 2012?
Entonces está usted inscrito automáticamente para las elecciones municipales de 2018, y usted no debe volver a enviar el formulario de solicitud de inscripción. Así pues, no debe usted hacer nada.
Si busca usted más informacón, puede usted consultar el sitio www.elections2018.brussels o contactar su municipio.
Tenga la seguridad, señora, señor, de mi consideración distinguida.(Todo lo que son de secos con el encabezado, lo son de redichos con las despedidas)
(firma)
Me lo voy a pensar. Y lo voy a pensar mirando la factura de casi tres mil euros que me han enviado para pagar el equivalente al IBI. Y eso que en el gobierno municipal y regional están los liberales, que se supone que quieren un estado pequeño y e impuestos bajos. El día que manden los comunistas, no quiero ni pensarlo.
Señora, señor, (traduzco del francés, que mi flamenco aún no llega a tanto. En francés no son muy mirados con los encabezados de las cartas)
Es usted ciudadano de la Unión Europea y vive en un municipio de Bruselas, por lo que puede votar el 14 de octubre en las elecciones municipales. (Ya me han descubierto)
En Bruselas, los europeos representan más de un elector potencial de cuatro. Por eso es importante escuchar su voz.
Las decisiones del municipio tienen un impacto directo sobre su vida cotidiana: la gestión de las obras públicas, los colegios municipales, los parques, las basuras...(Las basuras...)
Por medio de su voto, usted participa en el futuro de su municipio, usted influye sobre el modo en que será gestionado. Así, votando, elige usted a las personas que le representarán en el consejo municipal durante los seis próximos años. Los ciudadanos europeos también pueden presentarse como candidatos a a las elecciones municipales.
Para poder votar, debe usted simplemente completar el formulario anexo de solicitud de inscripción en la lista de electores. El formulario debe ser enviado por correo postal (con el sobre adjunto, que ya lleva escrita la dirección) o entregado personalmente al negociado de población de su municipio. Le fecha límite para la entrega del formulario es el 31 de julio de 2018.
Participando en las elecciones municipales, no pierde usted ni el derecho a voto en su país de origen, ni su derecho de voto en las elecciones europeas.
En cuanto esté usted inscrito, el voto será obligatorio, debe usted ir a votar el 14 de octubre. Sin embargo, podrá usted darse de baja de la lista si cambia de opinión, excepto entre el 1 de agosto y el 14 de octubre de 2018. Para ello, no tiene más que enviar una carta firmada a su municipio manifestando su deseo de darse de baja.(Nótese la facilidad para darse de baja. Me pregunto cuánta gente votaría si el voto no fuera obligatorio)
¿Quiere usted votar, pero no estará usted presente el 14 de octubre?
No hay problema, puede usted otorgar un poder a una persona de confianza para que vote en lugar de usted. Deben ustedes rellenar y firmar juntos el formulario de apoderamiento y adjuntar los documentos que justifiquen su imposibilidad de votar en persona el 14 de octubre.
¿Votó usted en las elecciones municipales de 2012?
Entonces está usted inscrito automáticamente para las elecciones municipales de 2018, y usted no debe volver a enviar el formulario de solicitud de inscripción. Así pues, no debe usted hacer nada.
Si busca usted más informacón, puede usted consultar el sitio www.elections2018.brussels o contactar su municipio.
Tenga la seguridad, señora, señor, de mi consideración distinguida.(Todo lo que son de secos con el encabezado, lo son de redichos con las despedidas)
(firma)
Me lo voy a pensar. Y lo voy a pensar mirando la factura de casi tres mil euros que me han enviado para pagar el equivalente al IBI. Y eso que en el gobierno municipal y regional están los liberales, que se supone que quieren un estado pequeño y e impuestos bajos. El día que manden los comunistas, no quiero ni pensarlo.
viernes, 29 de junio de 2018
El Kazakhgate
Este municipio de ochenta mil habitantes mal contados se vio sacudido el año pasado por la dimisión de su alcalde, Armand De Decker. Para sucerderle, dieron un paso al frente dos candidatos, Marc Cools y Boris Dilliès, que fue quien se llevó el gato al agua. Es bastante evidente que eso no le gustó ni un poquito al otro candidato, y la prueba es que lo tenemos ahí, repartiendo pasquines por los buzones y tratando de hacerse un hueco en el espacio político de Uccle, a costa, se supone, de su anterior partido.
Ideológicamente, yo diría que las diferencias entre el MR y la lista de Marc Cools son totalmente inexistentes. Uno entra en la página web de Marc Cools y lo primero que dice es que es liberal. Tengo el tufillo de que, cuando uno se define así de buenas a primeras, es porque la masonería sigue siendo una sociedad secreta y sus miembros tratan de ocultar su pertenencia, y se limitan en cambio en alardear de liberalismo.
Más aún. Uno sigue escudriñando entre los candidatos de su lista, y hay reconocer que Marc Cools ha intentado meter cuotas de todo tipo. Sin embargo, llama poderosamente la atención su número dos, que se apellida Lederman y que trabaja en el servicio social judío. Uno tiene la vaga impresión de que la candidatura de Uccle en Avant tiene mucho de conspiración judeomasónica.
La tal Lederman, además, es francesa, y es que resulta que en Uccle viven un porrón de franceses. Los franceses, con eso de que hablan francés y tal, pasan completamente desapercibidos en Uccle, pero ya lo creo que existen, hasta el punto de que por ahí cerca está el Liceo Francés. He leído que son unos diez mil, lo que querría decir que uno de cada ocho habitantes de este municipio son franceses, de manera que no es extraño que las diferentes candidaturas quieran tener su cuota de franceses fetén, para asegurarse que los franceses de por aquí tienen un incentivo para votarles.
Así pues, la candidatura del MR, el partido hegemónico de por aquí, sufrió la baja de su cabeza de lista y alcalde de Uccle. Sucedió eso a causa del "kazakhgate", un asunto no muy limpio que se refiere, por una parte, a la adquisición de la nacionalidad belga por parte de Fattoj Shodíev (el tipo de la foto, sí), que hoy es belga, sí, pero que nació soviético y pasó a ser kazajo cuando ser soviético se convirtió en imposible por falta de país. Por otra parte, el asunto se refiere a la tramitación de una ley sobre transacciones jurisdiccionales en materia penal que permitió a Shodíev, cliente de De Decker, de escaparse de una condena penal, cosa por la que, evidentemente, a nadie le hace gracia pasar. De Decker, además de presidente del Senado belga y alcalde de Uccle, parece que ejercía de abogado, lo cual ya nos indica que lo de las incompatibilidades no es una prioridad en Bélgica. Él niega, hasta donde he podido descubrir, cualquier implicación en el ajo, pero de momento ha dimitido y, como hemos visto, ha desatado las rencillas del candidato a la alcaldía que no la pudo obtener.
No creo que me merezca la pena votar por Marc Cools. Aparte de que alguien que se presenta a las elecciones por puro despecho no da muy buena espina, lo cierto es que no tiene pinta de haber cambiado un poquito su posición política, por mucho que ahora vuele solo y no esté sujeto a la disciplina de partido alguno. Yo no es que sea muy fan de Franco, la verdad sea dicha, pero realmente la candidatura de nuestro disidente es demasiado masónica y judía para como atraerme lo más mínimo.
Será cosa de buscar otro candidato. A ver si sale alguno que abogue por poner carriles bici por doquier y por limitar la tenencia de automóviles a aquéllos que dispongan de una plaza de garaje.
I wanna Grezzi...
Ideológicamente, yo diría que las diferencias entre el MR y la lista de Marc Cools son totalmente inexistentes. Uno entra en la página web de Marc Cools y lo primero que dice es que es liberal. Tengo el tufillo de que, cuando uno se define así de buenas a primeras, es porque la masonería sigue siendo una sociedad secreta y sus miembros tratan de ocultar su pertenencia, y se limitan en cambio en alardear de liberalismo.
Más aún. Uno sigue escudriñando entre los candidatos de su lista, y hay reconocer que Marc Cools ha intentado meter cuotas de todo tipo. Sin embargo, llama poderosamente la atención su número dos, que se apellida Lederman y que trabaja en el servicio social judío. Uno tiene la vaga impresión de que la candidatura de Uccle en Avant tiene mucho de conspiración judeomasónica.
La tal Lederman, además, es francesa, y es que resulta que en Uccle viven un porrón de franceses. Los franceses, con eso de que hablan francés y tal, pasan completamente desapercibidos en Uccle, pero ya lo creo que existen, hasta el punto de que por ahí cerca está el Liceo Francés. He leído que son unos diez mil, lo que querría decir que uno de cada ocho habitantes de este municipio son franceses, de manera que no es extraño que las diferentes candidaturas quieran tener su cuota de franceses fetén, para asegurarse que los franceses de por aquí tienen un incentivo para votarles.
Así pues, la candidatura del MR, el partido hegemónico de por aquí, sufrió la baja de su cabeza de lista y alcalde de Uccle. Sucedió eso a causa del "kazakhgate", un asunto no muy limpio que se refiere, por una parte, a la adquisición de la nacionalidad belga por parte de Fattoj Shodíev (el tipo de la foto, sí), que hoy es belga, sí, pero que nació soviético y pasó a ser kazajo cuando ser soviético se convirtió en imposible por falta de país. Por otra parte, el asunto se refiere a la tramitación de una ley sobre transacciones jurisdiccionales en materia penal que permitió a Shodíev, cliente de De Decker, de escaparse de una condena penal, cosa por la que, evidentemente, a nadie le hace gracia pasar. De Decker, además de presidente del Senado belga y alcalde de Uccle, parece que ejercía de abogado, lo cual ya nos indica que lo de las incompatibilidades no es una prioridad en Bélgica. Él niega, hasta donde he podido descubrir, cualquier implicación en el ajo, pero de momento ha dimitido y, como hemos visto, ha desatado las rencillas del candidato a la alcaldía que no la pudo obtener.
No creo que me merezca la pena votar por Marc Cools. Aparte de que alguien que se presenta a las elecciones por puro despecho no da muy buena espina, lo cierto es que no tiene pinta de haber cambiado un poquito su posición política, por mucho que ahora vuele solo y no esté sujeto a la disciplina de partido alguno. Yo no es que sea muy fan de Franco, la verdad sea dicha, pero realmente la candidatura de nuestro disidente es demasiado masónica y judía para como atraerme lo más mínimo.
Será cosa de buscar otro candidato. A ver si sale alguno que abogue por poner carriles bici por doquier y por limitar la tenencia de automóviles a aquéllos que dispongan de una plaza de garaje.
I wanna Grezzi...
domingo, 24 de junio de 2018
El candidato
En la última entrada me había quedado con la mosca tras la oreja, porque una cosa es que te inviten a participar en la fiesta de la democracia, y otra muy distinta que, si no participas, te den un capón. Es verdad que el capón no es enorme. A los ocho días de las elecciones, se supone que el fiscal forma la lista de los electores que no han votado sin razón válida. Si estás en ella, te pueden llamar de un tribunal de policía, que te clava una multa de entre treinta a sesenta euros. Según otras versiones son entre cuarenta y ochenta. No es el fin del mundo, pero prefiero tenerlos en mi bolsillo, oye.
Ahora bien, he aquí que, entre las toneladas de propaganda que pasan por mi buzón de camino a la basura, un candidato madrugador ha tenido a bien depositar su pasquín, digo yo que para despertar mis simpatías hacia él. Su nombre es Marc Cools, su fotografía ilustra esta entrada, y su lista se llama "Uccle en avant", que no parece muy difícil de comprender para alguien cuya lengua nativa es el valenciano.
A ojo, la propuesta parece atractiva, tú. Una lista ciudadana, independiente de los partidos políticos. A un tipo como yo mismo, al que los partidos políticos le producen cierta inquina, y a quien esa inquina se le incrementa aún más cuando se presentan a las elecciones municipales, no puede menos que gustarle esa idea de hacer una lista que no tiene nada que ver con los partidos políticos.
Luego, claro, vienen los resquemores. Uno ve la foto del candidato, con sus ojos entornados, el traje impecable, el rostro cubierto por esa barba canosa, esa medio sonrisa... ¿será mi tipo? ¿De dónde saca, p'a tanto como destaca?
He de reconocer que, hasta el día de hoy, la vida municipal de la comuna a la que he venido a parar no me ha interesado demasiado. Las elecciones son siempre cada seis años el segundo domingo del mes de octubre, de modo que las anteriores habían sido en octubre de 2012, fecha en la que estaba aún en Moscú, en Bélgica sólo tenía la mente puesta, y ni siquiera sabía que existiera un municipio llamado Uccle. Bueno, pues ha llegado el momento de cambiar eso.
Unas cuantas pesquisas, no muy complicadas, han dado como resultado enterarme de que en Uccle manda el Movimiento Reformador, que dispone de 21 concejalías de las 41 totales. Lo primero que llama la atención es que haya cuarenta y una concejalías para un municipio de ochenta mil habitantes ¿Hacen falta tantas? Valencia, que multiplica por diez la población de Uccle, creo que tiene treinta y tres concejales.
Lo segundo que llama la atención es que los otros veinte concejales andan bastante desperdigados entre las otras cuatro listas que se presentaron en 2012 ¿Sólo cuatro? Pues sí: en segundo lugar quedaron los Verdes (siete), seguidos por los socialistas (cinco), y luego por el FDF (otros cinco), que ahora se llama DéFI, me parece, y que es un grupo parecido al Movimiento Reformador, pero que hace hincapié en en que Bruselas, y si se puede los alrededores, se pueda hablar francés sin problemas ni flamencadas. En último lugar quedaron los demócrata cristianos (tres).
Lo tercero que llama la atención es que el candidato de la foto, el señor Cools, era el número tres de la lista del Movimiento Reformador ¿Qué pasa? ¿Se ha convertido? ¿Se ha enfadado?
Y lo último que llama la atención a primera vista es que el último de la lista del Movimiento Reformador es su jefe, Didier Reynders, que resulta que es concejal de Uccle (porque sí, salió elegido). Todavía tengo que entender cómo se eligen los concejales, porque es evidente que no siguen el orden de la lista.
Pero hoy se hace tarde, así que seguiré mañana indagando sobre las razones de que el señor Cools haya roto con su partido. De paso, intentaré enterarme de qué pasa aquí, porque las listas electorales belgas parecen cerradas, pero no bloqueadas.
Entretanto, yo no sé qué pasa con las fotos de los candidatos, pero no me dan ganas de votar por ninguno.
Ahora bien, he aquí que, entre las toneladas de propaganda que pasan por mi buzón de camino a la basura, un candidato madrugador ha tenido a bien depositar su pasquín, digo yo que para despertar mis simpatías hacia él. Su nombre es Marc Cools, su fotografía ilustra esta entrada, y su lista se llama "Uccle en avant", que no parece muy difícil de comprender para alguien cuya lengua nativa es el valenciano.
A ojo, la propuesta parece atractiva, tú. Una lista ciudadana, independiente de los partidos políticos. A un tipo como yo mismo, al que los partidos políticos le producen cierta inquina, y a quien esa inquina se le incrementa aún más cuando se presentan a las elecciones municipales, no puede menos que gustarle esa idea de hacer una lista que no tiene nada que ver con los partidos políticos.
Luego, claro, vienen los resquemores. Uno ve la foto del candidato, con sus ojos entornados, el traje impecable, el rostro cubierto por esa barba canosa, esa medio sonrisa... ¿será mi tipo? ¿De dónde saca, p'a tanto como destaca?
He de reconocer que, hasta el día de hoy, la vida municipal de la comuna a la que he venido a parar no me ha interesado demasiado. Las elecciones son siempre cada seis años el segundo domingo del mes de octubre, de modo que las anteriores habían sido en octubre de 2012, fecha en la que estaba aún en Moscú, en Bélgica sólo tenía la mente puesta, y ni siquiera sabía que existiera un municipio llamado Uccle. Bueno, pues ha llegado el momento de cambiar eso.
Unas cuantas pesquisas, no muy complicadas, han dado como resultado enterarme de que en Uccle manda el Movimiento Reformador, que dispone de 21 concejalías de las 41 totales. Lo primero que llama la atención es que haya cuarenta y una concejalías para un municipio de ochenta mil habitantes ¿Hacen falta tantas? Valencia, que multiplica por diez la población de Uccle, creo que tiene treinta y tres concejales.
Lo segundo que llama la atención es que los otros veinte concejales andan bastante desperdigados entre las otras cuatro listas que se presentaron en 2012 ¿Sólo cuatro? Pues sí: en segundo lugar quedaron los Verdes (siete), seguidos por los socialistas (cinco), y luego por el FDF (otros cinco), que ahora se llama DéFI, me parece, y que es un grupo parecido al Movimiento Reformador, pero que hace hincapié en en que Bruselas, y si se puede los alrededores, se pueda hablar francés sin problemas ni flamencadas. En último lugar quedaron los demócrata cristianos (tres).
Lo tercero que llama la atención es que el candidato de la foto, el señor Cools, era el número tres de la lista del Movimiento Reformador ¿Qué pasa? ¿Se ha convertido? ¿Se ha enfadado?
Y lo último que llama la atención a primera vista es que el último de la lista del Movimiento Reformador es su jefe, Didier Reynders, que resulta que es concejal de Uccle (porque sí, salió elegido). Todavía tengo que entender cómo se eligen los concejales, porque es evidente que no siguen el orden de la lista.
Pero hoy se hace tarde, así que seguiré mañana indagando sobre las razones de que el señor Cools haya roto con su partido. De paso, intentaré enterarme de qué pasa aquí, porque las listas electorales belgas parecen cerradas, pero no bloqueadas.
Entretanto, yo no sé qué pasa con las fotos de los candidatos, pero no me dan ganas de votar por ninguno.
jueves, 7 de junio de 2018
Inscribirse o no inscribirse, ésa es la cuestión
En primer lugar, y después de algunas semanas de ausencia, no quisiera dejar pasar por alto la noticia de la definitiva terminación de toda puerta de entrada de mi casa, garaje incluido. El Señor ha escuchado finalmente nuestras plegarias, y nos ha armado de la paciencia suficiente como para aguantar los desplantes del señor Puertinkx. Otra posibilidad es que haya movido al señor Puertinkx a acabar su tarea en menos de año y medio, pero me resulta difícil reconocer ningún milagro en ello.
Sea como fuere, ese episodio, si nada se tuerce, pertenece al pasado. Al presente pertenece el leve accidente de coche que tuvo lugar a principios de mes y que tiene a nuestro coche (el Topomóvil o кротомобиль, según en que lengua nos refiramos a él) en el taller desde hace casi un mes, total por un faro roto y cuatro desperfectos en la carrocería. Un mes. Se supone que lo voy a recoger mañana, pero yo no termino de creérmelo y, como Santo Tomás motorizado, no lo daré por cierto hasta que esté montado en el coche y conduciéndolo.
Y es que la burocracia belga del sector privado es pesada e insoportable. Y la del sector público ni me quiero imaginar cómo es. Hasta la fecha, me he alejado de la misma como de un nublado, y me he limitado a una interacción mínima con los servicios de mi municipio, para cuestiones como el pago de los distintos impuestos con los que Uccle, y la región de Bruselas en general, fríe a sus habitantes, o las multas con las que nos premian cada vez que aparcamos donde no estaba permitido, o alguna licencia que no hay más remedio que conseguir. En general, tratar de pasar desapercibido ante los poderes públicos es algo sumamente recomendable. Vamos, si no te ven, no te cascan demasiado.
Pero he aquí que próximamente hay elecciones municipales. El municipio me fríe, efectivamente, a impuestos, y por mi cabeza rondan cosas como el no taxation without representation, que me hacen pensar si no merecería la pena hacerme pasar por un probo ciudadano local y contribuir, con mi voto, a la gran fiesta de la democracia, mientras pongo mi mano en el pecho y manifiesto mi resolución de ser fiel al municipio y de dar por él mi última gota de sangre si menester fuere.
Sin embargo, hay algunas cosas que me tiran para atrás. La primera es que estoy completamente pez en política local y que no sé si quienes se presentan son rojos, verdes, azules o grises, o si desempeñana bien su función o ni fu ni fa. Para votar a cualquier cretino, pues no voto, voto nulo o lo hago en blanco. Igualito que en España.
Lo malo es que ahí llega la segunda cosa que me tira para atrás.
En Bélgica, la democracia no es una opción, sino una obligación. Tú no puedes decir por las buenas que todos los candidatos son una banda de merluzos, que les va a votar Rita, y que te quedas en casa como protesta, y allá se las compongan los politicastros con sus elecciones. No. En Bélgica, votar es obligatorio. A un español eso le suena rarísimo, porque ni con Franco el voto ha sido obligatorio en España (antes de se me eche nadie al cuello, con Franco hubo dos referendos, dos elecciones a procuradores por el tercio familiar y ocho elecciones municipales), así que uno se siente algo oprimido por aquí. Ahora me debato, como el grupo de electores típicamente belgas de la foto, entre inscribirme o no en el censo electoral municipal y, en caso positivo, saber que el fin de semana que toque tengo que estar a pie de urna, dándolo todo con carácter y temperamento, o arrostrar las consecuencia de mi comportamiento incívico.
Cuáles son esas conecuencias, lo dejo para la próxima entrada, dentro de poco, si Dios quiere, porque el plazo para inscribirse como elector termina con el mes de julio.
Sea como fuere, ese episodio, si nada se tuerce, pertenece al pasado. Al presente pertenece el leve accidente de coche que tuvo lugar a principios de mes y que tiene a nuestro coche (el Topomóvil o кротомобиль, según en que lengua nos refiramos a él) en el taller desde hace casi un mes, total por un faro roto y cuatro desperfectos en la carrocería. Un mes. Se supone que lo voy a recoger mañana, pero yo no termino de creérmelo y, como Santo Tomás motorizado, no lo daré por cierto hasta que esté montado en el coche y conduciéndolo.
Y es que la burocracia belga del sector privado es pesada e insoportable. Y la del sector público ni me quiero imaginar cómo es. Hasta la fecha, me he alejado de la misma como de un nublado, y me he limitado a una interacción mínima con los servicios de mi municipio, para cuestiones como el pago de los distintos impuestos con los que Uccle, y la región de Bruselas en general, fríe a sus habitantes, o las multas con las que nos premian cada vez que aparcamos donde no estaba permitido, o alguna licencia que no hay más remedio que conseguir. En general, tratar de pasar desapercibido ante los poderes públicos es algo sumamente recomendable. Vamos, si no te ven, no te cascan demasiado.
Pero he aquí que próximamente hay elecciones municipales. El municipio me fríe, efectivamente, a impuestos, y por mi cabeza rondan cosas como el no taxation without representation, que me hacen pensar si no merecería la pena hacerme pasar por un probo ciudadano local y contribuir, con mi voto, a la gran fiesta de la democracia, mientras pongo mi mano en el pecho y manifiesto mi resolución de ser fiel al municipio y de dar por él mi última gota de sangre si menester fuere.
Sin embargo, hay algunas cosas que me tiran para atrás. La primera es que estoy completamente pez en política local y que no sé si quienes se presentan son rojos, verdes, azules o grises, o si desempeñana bien su función o ni fu ni fa. Para votar a cualquier cretino, pues no voto, voto nulo o lo hago en blanco. Igualito que en España.
Lo malo es que ahí llega la segunda cosa que me tira para atrás.
En Bélgica, la democracia no es una opción, sino una obligación. Tú no puedes decir por las buenas que todos los candidatos son una banda de merluzos, que les va a votar Rita, y que te quedas en casa como protesta, y allá se las compongan los politicastros con sus elecciones. No. En Bélgica, votar es obligatorio. A un español eso le suena rarísimo, porque ni con Franco el voto ha sido obligatorio en España (antes de se me eche nadie al cuello, con Franco hubo dos referendos, dos elecciones a procuradores por el tercio familiar y ocho elecciones municipales), así que uno se siente algo oprimido por aquí. Ahora me debato, como el grupo de electores típicamente belgas de la foto, entre inscribirme o no en el censo electoral municipal y, en caso positivo, saber que el fin de semana que toque tengo que estar a pie de urna, dándolo todo con carácter y temperamento, o arrostrar las consecuencia de mi comportamiento incívico.
Cuáles son esas conecuencias, lo dejo para la próxima entrada, dentro de poco, si Dios quiere, porque el plazo para inscribirse como elector termina con el mes de julio.
sábado, 19 de mayo de 2018
La decadencia de doña Margarita
Vuelto ya de la missa d'infants, de la que igual me da por escribir en otra ocasión, voy a hacer algo que últimamente era bastante desusado en esta bitácora: voy a terminar una serie, la de doña Margarita.
Doña Margarita, con los años, con los lustros, y hasta con las décadas, va perdiendo fatalmente el respeto de sus convecinos. Creo que el primer aldabonazo se lo dio el vecino del cuarto en una reunión de la comunidad, una de las pocas a las que pude asistir.
El administrador, tratados que fueron los asuntos del orden del día, pasó al punto de ruegos y preguntas, y doña Margarita tomó la palabra con ánimo de no soltarla hasta exprimirla como un limón.
- En el deslunado (que es como en Valencia llamamos a lo que en otros sitios es el patio de luces) me cae todo tipo de porquerías. Hay vecinos que son unos guarros, y que me tiran hasta las uñas ¿Quién hace eso?
Obviamente, nadie dijo nada. El vecino del quinto derecha se puso a hablar de su equipo de radioaficionado, y hubo un pequeño debate sobre si la antena exterior de la terraza molestaba a alguien o no. Doña Margarita se debió sentir ninguneada, y hasta ahí podíamos llegar ¡Ningunear a doña Margarita!
- ¿Y de las uñas qué? ¿Quién tira las uñas por el deslunado? - insistió, recuperando el uso de la palabra más de fuerza que de grado.
El vecino del quinto, el de la antena, que tiene bastante buen sentido, intervino.
- Mire, Margarita, quien sea que haya tirado las uñas a su patio no es probable que lo diga aquí, pero, si está presente, esté segura de que se ha enterado de que le molesta y de que no lo volverá a hacer.
Y, dicho esto, siguió la conversación sobre la antena de radioaficionado. Doña Margarita, enojada, dijo subiendo el tono de voz.
- ¿Y quién arregla lo de las uñas?
Aquí intervino el vecino del tercero, un jubilado faltón de uñas amarillas por el tabaco y respiración ruidosa, por la misma razón.
- Mire, yo creo que usted debería recoger las uñas de su patio, y luego las llevaremos a hacer un análisis de ADN para saber quién ha sido y depurar responsabilidades.
- ¡Se me falta al respeto! ¡Yo me voy de aquí!
Y, uniendo la acción a la palabra, subió muy digna las escaleras hasta su primer piso y desapareció de la reunión, para alivio de quienes seguíamos allí.
El segundo hito en la decadencia de doña Margarita fue la pérdida de su feudo de aparcamiento. Ya en la entrada anterior vimos cómo lo ocupé temerariamente, lo que me enajenó las simpatías de mi némesis. Y, lo que es peor para ella, bastó que los demás vecinos vieran que la chatarra de doña Margarita estaba en otro sitio, para que también ellos se animaran a ocupar el sitio. De hecho, últimamente he visto en el sitio de la discordia más bien el coche de Castillo, un jubilado que en tiempos era un buen jugador de ajedrez y que a la vejez ocupa durante días enteros la plaza que nadie pensó que tocara a otro coche que la antigualla veloz de doña Margarita.
Últimamente, doña Margarita, como ya vimos, ha encontrado la motivación de guardar las esencias del nuevo patio, pero lo hace hasta extremos ridículos. En la penúltima entrada vimos cómo me acusaba de rayar el ascensor con la bicicleta. Y, en efecto, un par de días después me vio salir del ascensor con el bulto misterioso, y me tomó por banda.
- ¡Ha rayado las puertas del ascensor!
- Que no.
- Sí. Con la bicicleta.
- ¿Dónde están las rayas?
- ¿Dónde, dice? Aquí.
Y doña Margarita señaló una zona situada a metro y medio del suelo, es decir, a más altura que la suya propia, donde con pena y trabajo se podía argumentar que había unas muescas.
- Eso no lo he hecho yo.
- ¿Pues quién?
- Ni idea. Pero, para hacer yo eso con la bicicleta, tengo que sostenerla en el aire y forzar un giro. Como si no tuviera yo nada que hacer...
- Pues ha sido usted. Con la bicicleta.
En éstas estábamos cuando pasó un vecino, me miró sonriente y juntó las manos elevando su vista al cielo. Me sentí aliviado.
Uno nunca está seguro de cuándo tendrá lugar el siguiente agarrón de doña Margarita. De momento, voy a estar unos meses ausente de Valencia, lo que me asegura un tiempo de asueto vecinal, pero tengo la intención de pasar por aquí en agosto, y no dudó que entonces será el momento de continuar la saga.
Pero eso será entonces. Ahora no. Ahora, se ha hecho tardísimo.
Doña Margarita, con los años, con los lustros, y hasta con las décadas, va perdiendo fatalmente el respeto de sus convecinos. Creo que el primer aldabonazo se lo dio el vecino del cuarto en una reunión de la comunidad, una de las pocas a las que pude asistir.
El administrador, tratados que fueron los asuntos del orden del día, pasó al punto de ruegos y preguntas, y doña Margarita tomó la palabra con ánimo de no soltarla hasta exprimirla como un limón.
- En el deslunado (que es como en Valencia llamamos a lo que en otros sitios es el patio de luces) me cae todo tipo de porquerías. Hay vecinos que son unos guarros, y que me tiran hasta las uñas ¿Quién hace eso?
Obviamente, nadie dijo nada. El vecino del quinto derecha se puso a hablar de su equipo de radioaficionado, y hubo un pequeño debate sobre si la antena exterior de la terraza molestaba a alguien o no. Doña Margarita se debió sentir ninguneada, y hasta ahí podíamos llegar ¡Ningunear a doña Margarita!
- ¿Y de las uñas qué? ¿Quién tira las uñas por el deslunado? - insistió, recuperando el uso de la palabra más de fuerza que de grado.
El vecino del quinto, el de la antena, que tiene bastante buen sentido, intervino.
- Mire, Margarita, quien sea que haya tirado las uñas a su patio no es probable que lo diga aquí, pero, si está presente, esté segura de que se ha enterado de que le molesta y de que no lo volverá a hacer.
Y, dicho esto, siguió la conversación sobre la antena de radioaficionado. Doña Margarita, enojada, dijo subiendo el tono de voz.
- ¿Y quién arregla lo de las uñas?
Aquí intervino el vecino del tercero, un jubilado faltón de uñas amarillas por el tabaco y respiración ruidosa, por la misma razón.
- Mire, yo creo que usted debería recoger las uñas de su patio, y luego las llevaremos a hacer un análisis de ADN para saber quién ha sido y depurar responsabilidades.
- ¡Se me falta al respeto! ¡Yo me voy de aquí!
Y, uniendo la acción a la palabra, subió muy digna las escaleras hasta su primer piso y desapareció de la reunión, para alivio de quienes seguíamos allí.
El segundo hito en la decadencia de doña Margarita fue la pérdida de su feudo de aparcamiento. Ya en la entrada anterior vimos cómo lo ocupé temerariamente, lo que me enajenó las simpatías de mi némesis. Y, lo que es peor para ella, bastó que los demás vecinos vieran que la chatarra de doña Margarita estaba en otro sitio, para que también ellos se animaran a ocupar el sitio. De hecho, últimamente he visto en el sitio de la discordia más bien el coche de Castillo, un jubilado que en tiempos era un buen jugador de ajedrez y que a la vejez ocupa durante días enteros la plaza que nadie pensó que tocara a otro coche que la antigualla veloz de doña Margarita.
Últimamente, doña Margarita, como ya vimos, ha encontrado la motivación de guardar las esencias del nuevo patio, pero lo hace hasta extremos ridículos. En la penúltima entrada vimos cómo me acusaba de rayar el ascensor con la bicicleta. Y, en efecto, un par de días después me vio salir del ascensor con el bulto misterioso, y me tomó por banda.
- ¡Ha rayado las puertas del ascensor!
- Que no.
- Sí. Con la bicicleta.
- ¿Dónde están las rayas?
- ¿Dónde, dice? Aquí.
Y doña Margarita señaló una zona situada a metro y medio del suelo, es decir, a más altura que la suya propia, donde con pena y trabajo se podía argumentar que había unas muescas.
- Eso no lo he hecho yo.
- ¿Pues quién?
- Ni idea. Pero, para hacer yo eso con la bicicleta, tengo que sostenerla en el aire y forzar un giro. Como si no tuviera yo nada que hacer...
- Pues ha sido usted. Con la bicicleta.
En éstas estábamos cuando pasó un vecino, me miró sonriente y juntó las manos elevando su vista al cielo. Me sentí aliviado.
Uno nunca está seguro de cuándo tendrá lugar el siguiente agarrón de doña Margarita. De momento, voy a estar unos meses ausente de Valencia, lo que me asegura un tiempo de asueto vecinal, pero tengo la intención de pasar por aquí en agosto, y no dudó que entonces será el momento de continuar la saga.
Pero eso será entonces. Ahora no. Ahora, se ha hecho tardísimo.
martes, 15 de mayo de 2018
Overbooking
Al final me ha tenido que tocar a mí. Mira que me he conseguido librar durante todos estos años en que he sido carne de aeropuertos, pero finalmente he caído en la trampa del overbooking. Vamos, que Vueling ha tenido a bien retrasar mi retorno al trabajo un día, mandarme a un hotel ¡en Valencia! y privarme de un día de vacaciones. Maldita sea su estampa.
No estaba solo, pero sí era el único español de los ocho afectados por la claramente mejorable política de ventas de Vueling. Los demás eran flamencos con conocimientos de español muy básicos, y que despotricaban entre ellos a base de bien de la compañía, de España, de Valencia y de todo lo que se movía, sin saber que yo capto más flamenco del que parece. Aun así, mi conocimiento del aeropuerto y del idioma local me llevó a ponerme delante de la cola, lo cual cabreó a mis compañeros de infortunio más de lo que ya de por sí estaban.
Hay compañías aéreas de trato solícito, que se deshacen en agasajos hacia el pasajero afectado por la desgracia que ellos han provocado, y que, de propia iniciativa, le hacen saber sus derechos y les dan espontáneamente las compensaciones a que tienen derecho. Vueling NO es una de esas compañías. Bien al contrario, el personal encargado de solucionar el entuerto trata de escurrir el bulto a la que puede, y el pasajero deberá ingeniárselas él mismo para salir del atolladero, e insistir muy seriamente ante el personal para que le den las compensaciones de rigor.
En este caso, me colocaron en el vuelo del día siguiente. Les obligué a confesar que la compensación establecida para conmigo era de doscientos cincuenta euros, que me recomendaron reclamar por internet, diciendo que tardarían entre siete y diez días en tramitarla (eso está por verse), y me enviaron en taxi a un hotel, además, no muy lejos de mi piso. Entre abrir el piso de nuevo por una noche y afrontar un posible encuentro con doña Margarita, y meterme en un hotel, preferí lo segundo.
Los derechos del pasajero vienen recogidos por un reglamento europeo de 2004. La verdad es que ha llovido bastante desde entonces, y se nota en uno de los derechos que tenemos: tenemos derecho a efectuar dos llamadas, o enviar dos faxes, o dos correos electrónicos.
Claro, en el lejano 2004, todo eso tenía sentido. En 2018, la itinerancia dentro de la Unión Europea es inexistente, las llamadas son baratas, y todo el mundo tiene tarifa de datos en su teléfono móvil, con lo que puede enviar correos electrónicos, o mensajitos por redes sociales anunciando su desgracia. De la posibilidad de enviar dos faxes será mejor que no comente nada. Lo miro, y me parece equivalente a que me ofrecieran enviar por mensajero un pedrusco grabado con un punzón de sílex.
En resumidas cuentas, que estoy convencido de que nadie pide ese derecho hoy en día, lo cual me da la posibilidad, al menos, de mitigar mi cabreo haciendo sudar un poco al personal de la compañía. Aclarados los demás aspectos, me puse en plan zumbón.
- Oiga, aquí pone que tengo derecho a efectuar dos llamadas telefónicas.
- Sí, sí, lo pone,
- ¿Y me puede usted decir cómo se instrumenta ese derecho?
- Ah, no sé...
- Pues tendrá que saber, ¿no? Si lo pone ahí...
El empleado de Vueling se rascó la cabeza. Como yo suponía, no debe enfrentarse a menudo con ese tipo de peticiones.
- Es que con el teléfono que yo tengo, que yo se lo dejaría, ¿eh?, no se pueden efectuar llamadas externas.
- Pues entonces, ¿qué solución tengo para las llamadas que tengo derecho a hacer?
Claro, entretanto, la familia ya sabía, a base de mensajitos, que la compañía aérea me había fallado, por lo que no había ningún motivo urgente para la llamada, amén de que lo más sencillo era pillar el móvil y llamar allí mismo, pero el objetivo de la maniobra era hacer pasar un trago a los empleados de tierra.
- No sé...
- Pues tendrá que saber. Luego, todo son procedimientos de reclamaciones incoados a diestro y siniestro, con nombres y apellidos y esas cosas.
Mi aspecto externo no daba la impresión de ser de nivel alto, pero me estaba dirigiendo al empleado en mi mejor jerga jurídica. Creo que el chaval debió entender que le convenía buscar una solución.
- Aquí los compañeros de la compañía que le va a buscar el hotel, Groundforce, le deberían ayudar.
- Más les vale que así sea.
Pasé a la ventanilla de al lado, y detrás de mí, unos minutos después, pasaron, uno tras otro, los flamencos cabreados. La señora de la ventanilla me dio la tarjeta de embarque para el vuelo del día siguiente, así como los bonos del hotel y de los taxis.
- Ah, su compañero me ha dicho que usted me va a facilitar la posibilidad de efectuar las dos llamadas a que tengo derecho.
Lo dije lentamente. Muy lentamente. La señora tragó saliva.
- ¿Y lo quiere ahora?
- ¿Por qué no?
- Tome este teléfono. Con 00 sale al exterior. Luego, para el extranjero, ha de pulsar de nuevo 00. Yo voy a por el taxi.
Marqué el móvil de Alfina, pero ni pum. Cuando volvió la señora, muy lentamente, le dije.
- Me parece que este teléfono no me permite llamar al número con el que tengo interés en comunicar.
- ¿Quiere que le ayude? Dígame el teléfono.
Se lo dije, pero, claro, sus dedos eran tan poco mágicos como los míos.
- Parece que no da línea.
- Usted comprenderá que me estoy comenzando a enojar, ¿no? -dije, nuevamente, muy lentamente.
La señora comenzó a preguntar a todo bicho viviente que aparecía por allí. Ni pum.
- ¿Sabe? ¡Puede llamar desde el hotel!
- No lo dudo. Ahora bien, ¿quién va a pagar eso?
- Ah, no sé...
- ¿Le parecería a usted correcto que lo pagase yo? Porque a mí esa posibilidad no me convence en absoluto - es ya obvio, pero sí, lo dije muy lentamente.
La señora se dio la vuelta, se retiró unos metros, habló con sus compañeras y dijo finalmente.
- He puesto un correo al hotel. Le dejarán hacer dos llamadas desde allí.
- ¿Así que no podré llamar hasta llegar al hotel? No me acaba de parecer bien. Aún estoy aquí.
- Enseguida llamo al taxi ¿Le importa compartirlo con esta señora?
'Esta señora' era una de las flamencas, y la dependiente la estaba intentando atender al mismo tiempo que a mí.
- A mí no me importa.
Jo, encima iba a quedar bien. Porque eché un ojo a la flamenca, y a mi humilde persona, y me quedó claro que a mí podía no importarme, pero anda que a la flamenca... la dependienta se lo explicó, para encontrarse con un exabrupto de la flamenca.
- I'm not the partner of this person! I want a taxi for me alone!
Desde luego, no parecía el comienzo de una bonita amistad. Ya habíamos quedado en que los flamencos son lo peor, y ellos no hacen sino corroborarlo.
En fin, que llegué al hotel en taxi, cogí el teléfono y me tiré media hora hablando con Alfina. Espero que a Vueling le cobren cada minuto de conversación a precio de oro fino, y que al figura que se dedica sistemáticamente a vender billetes por encima de su capacidad le entren picores rabiosos en el centro de la espalda, allí donde no llega uno a rascarse, al menos una hora por cada pasajero que ha dejado en tierra.
No estaba solo, pero sí era el único español de los ocho afectados por la claramente mejorable política de ventas de Vueling. Los demás eran flamencos con conocimientos de español muy básicos, y que despotricaban entre ellos a base de bien de la compañía, de España, de Valencia y de todo lo que se movía, sin saber que yo capto más flamenco del que parece. Aun así, mi conocimiento del aeropuerto y del idioma local me llevó a ponerme delante de la cola, lo cual cabreó a mis compañeros de infortunio más de lo que ya de por sí estaban.
Hay compañías aéreas de trato solícito, que se deshacen en agasajos hacia el pasajero afectado por la desgracia que ellos han provocado, y que, de propia iniciativa, le hacen saber sus derechos y les dan espontáneamente las compensaciones a que tienen derecho. Vueling NO es una de esas compañías. Bien al contrario, el personal encargado de solucionar el entuerto trata de escurrir el bulto a la que puede, y el pasajero deberá ingeniárselas él mismo para salir del atolladero, e insistir muy seriamente ante el personal para que le den las compensaciones de rigor.
En este caso, me colocaron en el vuelo del día siguiente. Les obligué a confesar que la compensación establecida para conmigo era de doscientos cincuenta euros, que me recomendaron reclamar por internet, diciendo que tardarían entre siete y diez días en tramitarla (eso está por verse), y me enviaron en taxi a un hotel, además, no muy lejos de mi piso. Entre abrir el piso de nuevo por una noche y afrontar un posible encuentro con doña Margarita, y meterme en un hotel, preferí lo segundo.
Los derechos del pasajero vienen recogidos por un reglamento europeo de 2004. La verdad es que ha llovido bastante desde entonces, y se nota en uno de los derechos que tenemos: tenemos derecho a efectuar dos llamadas, o enviar dos faxes, o dos correos electrónicos.
Claro, en el lejano 2004, todo eso tenía sentido. En 2018, la itinerancia dentro de la Unión Europea es inexistente, las llamadas son baratas, y todo el mundo tiene tarifa de datos en su teléfono móvil, con lo que puede enviar correos electrónicos, o mensajitos por redes sociales anunciando su desgracia. De la posibilidad de enviar dos faxes será mejor que no comente nada. Lo miro, y me parece equivalente a que me ofrecieran enviar por mensajero un pedrusco grabado con un punzón de sílex.
En resumidas cuentas, que estoy convencido de que nadie pide ese derecho hoy en día, lo cual me da la posibilidad, al menos, de mitigar mi cabreo haciendo sudar un poco al personal de la compañía. Aclarados los demás aspectos, me puse en plan zumbón.
- Oiga, aquí pone que tengo derecho a efectuar dos llamadas telefónicas.
- Sí, sí, lo pone,
- ¿Y me puede usted decir cómo se instrumenta ese derecho?
- Ah, no sé...
- Pues tendrá que saber, ¿no? Si lo pone ahí...
El empleado de Vueling se rascó la cabeza. Como yo suponía, no debe enfrentarse a menudo con ese tipo de peticiones.
- Es que con el teléfono que yo tengo, que yo se lo dejaría, ¿eh?, no se pueden efectuar llamadas externas.
- Pues entonces, ¿qué solución tengo para las llamadas que tengo derecho a hacer?
Claro, entretanto, la familia ya sabía, a base de mensajitos, que la compañía aérea me había fallado, por lo que no había ningún motivo urgente para la llamada, amén de que lo más sencillo era pillar el móvil y llamar allí mismo, pero el objetivo de la maniobra era hacer pasar un trago a los empleados de tierra.
- No sé...
- Pues tendrá que saber. Luego, todo son procedimientos de reclamaciones incoados a diestro y siniestro, con nombres y apellidos y esas cosas.
Mi aspecto externo no daba la impresión de ser de nivel alto, pero me estaba dirigiendo al empleado en mi mejor jerga jurídica. Creo que el chaval debió entender que le convenía buscar una solución.
- Aquí los compañeros de la compañía que le va a buscar el hotel, Groundforce, le deberían ayudar.
- Más les vale que así sea.
Pasé a la ventanilla de al lado, y detrás de mí, unos minutos después, pasaron, uno tras otro, los flamencos cabreados. La señora de la ventanilla me dio la tarjeta de embarque para el vuelo del día siguiente, así como los bonos del hotel y de los taxis.
- Ah, su compañero me ha dicho que usted me va a facilitar la posibilidad de efectuar las dos llamadas a que tengo derecho.
Lo dije lentamente. Muy lentamente. La señora tragó saliva.
- ¿Y lo quiere ahora?
- ¿Por qué no?
- Tome este teléfono. Con 00 sale al exterior. Luego, para el extranjero, ha de pulsar de nuevo 00. Yo voy a por el taxi.
Marqué el móvil de Alfina, pero ni pum. Cuando volvió la señora, muy lentamente, le dije.
- Me parece que este teléfono no me permite llamar al número con el que tengo interés en comunicar.
- ¿Quiere que le ayude? Dígame el teléfono.
Se lo dije, pero, claro, sus dedos eran tan poco mágicos como los míos.
- Parece que no da línea.
- Usted comprenderá que me estoy comenzando a enojar, ¿no? -dije, nuevamente, muy lentamente.
La señora comenzó a preguntar a todo bicho viviente que aparecía por allí. Ni pum.
- ¿Sabe? ¡Puede llamar desde el hotel!
- No lo dudo. Ahora bien, ¿quién va a pagar eso?
- Ah, no sé...
- ¿Le parecería a usted correcto que lo pagase yo? Porque a mí esa posibilidad no me convence en absoluto - es ya obvio, pero sí, lo dije muy lentamente.
La señora se dio la vuelta, se retiró unos metros, habló con sus compañeras y dijo finalmente.
- He puesto un correo al hotel. Le dejarán hacer dos llamadas desde allí.
- ¿Así que no podré llamar hasta llegar al hotel? No me acaba de parecer bien. Aún estoy aquí.
- Enseguida llamo al taxi ¿Le importa compartirlo con esta señora?
'Esta señora' era una de las flamencas, y la dependiente la estaba intentando atender al mismo tiempo que a mí.
- A mí no me importa.
Jo, encima iba a quedar bien. Porque eché un ojo a la flamenca, y a mi humilde persona, y me quedó claro que a mí podía no importarme, pero anda que a la flamenca... la dependienta se lo explicó, para encontrarse con un exabrupto de la flamenca.
- I'm not the partner of this person! I want a taxi for me alone!
Desde luego, no parecía el comienzo de una bonita amistad. Ya habíamos quedado en que los flamencos son lo peor, y ellos no hacen sino corroborarlo.
En fin, que llegué al hotel en taxi, cogí el teléfono y me tiré media hora hablando con Alfina. Espero que a Vueling le cobren cada minuto de conversación a precio de oro fino, y que al figura que se dedica sistemáticamente a vender billetes por encima de su capacidad le entren picores rabiosos en el centro de la espalda, allí donde no llega uno a rascarse, al menos una hora por cada pasajero que ha dejado en tierra.
sábado, 12 de mayo de 2018
El nuevo ataque de doña Margarita
Estar en Valencia unos días no es una actividad exenta de peligros. Podría parecer que, en el mítico Levante feliz, disfrutamos de una vida plácida y que atamos los perros con longanizas, y que no en vano lo mejorcito (y lo peorcito, me temo) de la población europea jubilada escoge nuestras tierras para su solaz y retiro, pero eso no deja de ser un mito. Agradable, quizá, pero finalmente un mito.
Personalmente, el peligro mayor que me acecha en cada viaje a Valencia es doña Margarita, la vecina del primero. Ya ha sido protagonista de esta bitácora en alguna otra ocasión, y no dudo de que seguirá siéndolo, porque su figura encaja perfectamente en el papel de némesis del héroe, suponiendo (y seamos generosos, por favor) que el héroe de esta bitácora sea yo.
Doña Margarita, con esa ortografía que Dios le ha dado, y que es más reveladora que una huella digital, tiene la costumbre de fijar papelitos en el ascensor de la finca para llamar la atención de los vecinos sobre asuntos que le desagradan. En estos meses, su actividad se ha incrementado. Durante el verano pasado, tuvimos obras en el patio para hacerlo accesible y eliminar obstáculos arquitectónicos (escaleras y escalones, en cristiano). De paso, se cambió la puerta de entrada, que se abría con una patada (me recuerda algo) y que era el hazmerreír de la chiquillería del barrio, que se colaba en el patio sin el menor escrúpulo; también se ha alicatado todo el portal, que ahora es luminoso, brillante y digno del vecindario que lo habita. También las puertas del ascensor han sido cambiadas, aunque el mismo ascensor no se ha tocado y sigue siendo el cajón estrecho en que sólo caben cuatro personas si no han desayunado demasiado. Pero bueno, se trata de una finca de vecinos jubilados que miran mucho la peseta, porque no tienen los posibles que otros vecinos más pudientes. En suma, que ha quedado muy bien.
Tanta luz en el patio ha debido deslumbrar a doña Margarita, por si no teníamos bastante con su actitud habitual. Doña Margarita, yo diría que con buen criterio estratégico, pero muy mala pata táctica, ha tomado sobre sí la pesada tarea de mantener el patio en el estado en que quedó el día en que el ufano constructor entregó la obra. Un ejemplo es el cartel que ilustra esta entrada, en el que alguien que firma como 'la Administradora', pero que todos sabemos quién es, afea su conducta a quienquiera que haya sido el autor de las rayas que, lamentablemente, figuran ahora sobre la superficie de las puertas de ascensor.
Sin discutir la razón que efectivamente asiste a doña Margarita, porque hay que ser mala persona para coger unas llaves o un cuchillo y llenar de muescas las puertas metálicas del ascensor, lo primero que me vino a la cabeza es que doña Margarita no es la administradora. La administradora, a quien tuve el gusto de conocer con motivo de las obras, porque ese período me tocó pasarlo en Valencia convaleciente de un disgustillo de salud felizmente superado, es un mujer menuda y delgada, de trato agradable, que temo que terminará cobrándonos más honorarios que a las otras comunidades de vecinos que administra, a causa del factor doña Margarita.
Doña Margarita y yo no hemos tenido mucho trato, supongo que por fortuna para mí. Ella perpetraba sus soflamas en las sucesivas juntas de vecinos, y yo, salvo dos, me las he saltado todas en los ya casi veinte años que soy uno de los copropietarios de la finca. A todo esto, hay que saber que, en la finca, además de las viviendas, hay un garaje, con tantas plazas como propietarios, pero en el que cada cual aparca en la plaza que pilla libre. Y, obviamente, hay plazas mejores y peores.
Doña Margarita conduce, o conducía, un venerable Citroën blanco de edad, por las trazas, rayana en los treinta años, que aparcaba en la mejor plaza de todo el garaje, de donde se sale sin la menor maniobra. He aquí que un día, yo, entrando con un coche que me habían prestado, veo que la susodicha plaza estaba vacía y, ni corto ni perezoso me metí en ella, aplicando la ley que me permitía ocuparla, e ignorando la costumbre que prescribía que la plaza de doña Margarita no se tocaba.
Nunca lo hubiera hecho.
Doña Margarita no dijo nada al volver con su coche, pero frunció el ceño, y supongo que, lo que es peor, tuvo que hacer maniobra para aparcar. Desde entonces, tengo la ligera impresión de que me ha tomado ojeriza, pero, debido a mis frecuentes ausencias, no ha tenido demasiada ocasión de sabotear mis estancia en la ciudad que me vio nacer, hasta que entre el verano y el otoño pasados estuve en ella algunos días más que de costumbre.
Acabada la obra, los escalones desaparecieron del portal, y yo comencé a sacar la bicicleta por la puerta de la calle, en lugar de hacerlo por el garaje de la finca. Meto la bicicleta (sí, el bulto misterioso) en el ascensor, y de ahí a la calle a patrullar Valencia. Todo iba bien hasta que un día me topé con doña Margarita, que estaba cotorreando con una vecina en el brillante y fulgurante portal.
- Que va a rayar las puertas de ascensor con la bicicleta.
- ¿Yo? ¡Si cabe perfectamente!
- Las va a rayar. Yo no entiendo por qué no sale por el garaje, como hacía antes.
- Pero si las puertas del ascensor son las mismas, en la planta baja o en el garaje.
Y así era. Las puertas interiores del ascensor viajan con él, y sólo la exterior es distinta en casa planta. Pero los meros hechos no iban a acabar con la argumentación de doña Margarita, a santo de qué.
- Las va a rayar.
- Observe cómo cabe perfectamente sin tocar nada. Mire, mire...
- ¡Yo no tengo que mirar nada! Usted va a rayar las puertas, que nos han costado mucho dinero.
- Pues no lo mire. En fin, me tengo que ir. Hasta luego.
Doña Margarita terminó la conversación con una especie de bufido.
Cuando volví a casa, hice el camino inverso, y desde la puerta de entrada entré con la bicicleta hasta el ascensor. Y, sorpresa, me encontré con una notita, pegada en el cristal del ascensor, que rezaba como sigue:
'An rallado la puertas del acensor con las bicicletas las puertas nuebas!'
Por mucho que busqué, no encontré ninguna raya digna de mención. Pero se me estaba haciendo tarde, y subí raudo a mi casa.
Y, por cierto, mañana temprano quiero ir a la missa d'infants, y también se me está haciendo tarde, así que continuaré el relato de mis cuitas con doña Margarita en otra ocasión más propicia.
Personalmente, el peligro mayor que me acecha en cada viaje a Valencia es doña Margarita, la vecina del primero. Ya ha sido protagonista de esta bitácora en alguna otra ocasión, y no dudo de que seguirá siéndolo, porque su figura encaja perfectamente en el papel de némesis del héroe, suponiendo (y seamos generosos, por favor) que el héroe de esta bitácora sea yo.
Doña Margarita, con esa ortografía que Dios le ha dado, y que es más reveladora que una huella digital, tiene la costumbre de fijar papelitos en el ascensor de la finca para llamar la atención de los vecinos sobre asuntos que le desagradan. En estos meses, su actividad se ha incrementado. Durante el verano pasado, tuvimos obras en el patio para hacerlo accesible y eliminar obstáculos arquitectónicos (escaleras y escalones, en cristiano). De paso, se cambió la puerta de entrada, que se abría con una patada (me recuerda algo) y que era el hazmerreír de la chiquillería del barrio, que se colaba en el patio sin el menor escrúpulo; también se ha alicatado todo el portal, que ahora es luminoso, brillante y digno del vecindario que lo habita. También las puertas del ascensor han sido cambiadas, aunque el mismo ascensor no se ha tocado y sigue siendo el cajón estrecho en que sólo caben cuatro personas si no han desayunado demasiado. Pero bueno, se trata de una finca de vecinos jubilados que miran mucho la peseta, porque no tienen los posibles que otros vecinos más pudientes. En suma, que ha quedado muy bien.
Tanta luz en el patio ha debido deslumbrar a doña Margarita, por si no teníamos bastante con su actitud habitual. Doña Margarita, yo diría que con buen criterio estratégico, pero muy mala pata táctica, ha tomado sobre sí la pesada tarea de mantener el patio en el estado en que quedó el día en que el ufano constructor entregó la obra. Un ejemplo es el cartel que ilustra esta entrada, en el que alguien que firma como 'la Administradora', pero que todos sabemos quién es, afea su conducta a quienquiera que haya sido el autor de las rayas que, lamentablemente, figuran ahora sobre la superficie de las puertas de ascensor.
Sin discutir la razón que efectivamente asiste a doña Margarita, porque hay que ser mala persona para coger unas llaves o un cuchillo y llenar de muescas las puertas metálicas del ascensor, lo primero que me vino a la cabeza es que doña Margarita no es la administradora. La administradora, a quien tuve el gusto de conocer con motivo de las obras, porque ese período me tocó pasarlo en Valencia convaleciente de un disgustillo de salud felizmente superado, es un mujer menuda y delgada, de trato agradable, que temo que terminará cobrándonos más honorarios que a las otras comunidades de vecinos que administra, a causa del factor doña Margarita.
Doña Margarita y yo no hemos tenido mucho trato, supongo que por fortuna para mí. Ella perpetraba sus soflamas en las sucesivas juntas de vecinos, y yo, salvo dos, me las he saltado todas en los ya casi veinte años que soy uno de los copropietarios de la finca. A todo esto, hay que saber que, en la finca, además de las viviendas, hay un garaje, con tantas plazas como propietarios, pero en el que cada cual aparca en la plaza que pilla libre. Y, obviamente, hay plazas mejores y peores.
Doña Margarita conduce, o conducía, un venerable Citroën blanco de edad, por las trazas, rayana en los treinta años, que aparcaba en la mejor plaza de todo el garaje, de donde se sale sin la menor maniobra. He aquí que un día, yo, entrando con un coche que me habían prestado, veo que la susodicha plaza estaba vacía y, ni corto ni perezoso me metí en ella, aplicando la ley que me permitía ocuparla, e ignorando la costumbre que prescribía que la plaza de doña Margarita no se tocaba.
Nunca lo hubiera hecho.
Doña Margarita no dijo nada al volver con su coche, pero frunció el ceño, y supongo que, lo que es peor, tuvo que hacer maniobra para aparcar. Desde entonces, tengo la ligera impresión de que me ha tomado ojeriza, pero, debido a mis frecuentes ausencias, no ha tenido demasiada ocasión de sabotear mis estancia en la ciudad que me vio nacer, hasta que entre el verano y el otoño pasados estuve en ella algunos días más que de costumbre.
Acabada la obra, los escalones desaparecieron del portal, y yo comencé a sacar la bicicleta por la puerta de la calle, en lugar de hacerlo por el garaje de la finca. Meto la bicicleta (sí, el bulto misterioso) en el ascensor, y de ahí a la calle a patrullar Valencia. Todo iba bien hasta que un día me topé con doña Margarita, que estaba cotorreando con una vecina en el brillante y fulgurante portal.
- Que va a rayar las puertas de ascensor con la bicicleta.
- ¿Yo? ¡Si cabe perfectamente!
- Las va a rayar. Yo no entiendo por qué no sale por el garaje, como hacía antes.
- Pero si las puertas del ascensor son las mismas, en la planta baja o en el garaje.
Y así era. Las puertas interiores del ascensor viajan con él, y sólo la exterior es distinta en casa planta. Pero los meros hechos no iban a acabar con la argumentación de doña Margarita, a santo de qué.
- Las va a rayar.
- Observe cómo cabe perfectamente sin tocar nada. Mire, mire...
- ¡Yo no tengo que mirar nada! Usted va a rayar las puertas, que nos han costado mucho dinero.
- Pues no lo mire. En fin, me tengo que ir. Hasta luego.
Doña Margarita terminó la conversación con una especie de bufido.
Cuando volví a casa, hice el camino inverso, y desde la puerta de entrada entré con la bicicleta hasta el ascensor. Y, sorpresa, me encontré con una notita, pegada en el cristal del ascensor, que rezaba como sigue:
'An rallado la puertas del acensor con las bicicletas las puertas nuebas!'
Por mucho que busqué, no encontré ninguna raya digna de mención. Pero se me estaba haciendo tarde, y subí raudo a mi casa.
Y, por cierto, mañana temprano quiero ir a la missa d'infants, y también se me está haciendo tarde, así que continuaré el relato de mis cuitas con doña Margarita en otra ocasión más propicia.
miércoles, 9 de mayo de 2018
Nuevas aventuras de la puerta
He de confesar que uno de los motivos que me han tenido ausente de estas pantallas ha sido la puerta del garaje. Bueno, en realidad no es ya la puerta del garaje, sino la puerta de entrada. La puerta del garaje lleva en buen funcionamiento desde hace más de un año, y la empresa que nos la instaló nos dejó tan buena impresión que les preguntamos si también se dedicaban a las puertas de entrada, y nos respondieron que no, pero que tenían contactos y nos instalarían una. Entusiasmados con el buen trabajo que nos habían hecho con la puerta del garaje, después del fiasco de la otra empresa, decidimos confiarles, también, la puerta de entrada, y ello se reveló como un error, y un error gordo.
A cada momento surgían retrasos e impedimentos. Primero el plazo de entrega de sus proveedores holandeses, luego encontrar un hueco para instalarla, pero al final lo tuvimos y nos vimos dueños de una hermosa puerta, pero con algún defectillo. Así que más adelante tocaba sustituir el pomo, porque el que habían puesto hacía difícil abrir con la llave, y, para colmo de males, al llegar los fríos resultó que la puerta los aguantaba fatal, y no había forma de que se cerrase, como no fuese usando la llave. Y, a todo esto, nos dimos cuenta de que el mecanismo de apertura automática con videoportero que teníamos en la anterior puerta y que era el orgullo del electricista que nos lo instaló, había dejado de abrir la puerta. Eso no era muy grave, vale, porque, total, si la cerrábamos con llave, no hay mecanismo de apertura automática que pueda con eso. Pero, bueno, el video sí funcionaba, así que al menos podíamos saber, sin necesidad de asomarnos con indiscreción a la ventana de la cocina, si quien venía era amigo, enemigo o simplemente peñazo o Testigo de Jehová.
Yo, entretanto, iba escribiendo más y más entradas sobre esta saga, sin haber llegado a su final y sin saber si éste iba a producirse o sería uno de esos procesos inacabados que perduran en el tiempo, no sé, como la construcción de la Sagrada Familia o el Palacio de los Sóviets (o el Palacio de Justicia belga, si nos ponemos en plan local, pero de eso ya escribiré en otro momento, ahora que estoy enrachado). Llegado Año Nuevo, me propuse que mi siguiente entrada en la bitácora sería aquélla en que anunciaría que el señor Puertinx había terminado de prestar sus servicios, y que ya teníamos una puerta puturrudefuá y chiripitifláutica. Y que cerrara, que también es importante en una puerta.
Mis sucesivas comunicaciones con el señor Puertinx no fueron un éxito, la verdad. Yo no dejaba de apremiarle, por tierra, mar y aire, o más bien por teléfono y por correo electrónico. Finalmente, un buen día me dijo que el proveedor holandés le había dicho que ya tenía el nuevo pomo, y que se pasaría el viernes por la tarde a finalizar el trabajo. Eso fue a principios de marzo, no vayamos a creer.
Con lágrimas en los ojos, o casi, anuncié la buena nueva a la familia y empecé a escribir la entrada que significaría el fin de la serie y mi reencuentro con la actividad bitacoril.
El viernes por la mañana, sin embargo, Puertinx me llamó.
- Que no puedo pasar hoy, porque mi proveedor, el holandés, ha traído la pieza en U, no la pieza en D que había pedido usted.
Mis manos comenzaron a temblar. Hablé con Alfina y, cómo estaríamos de hartos, que Alfina vino a decir que estaba de acuerdo en que la instalara de una vez, así fuera en U, en D, o como si fuera en Ñ.
- Da igual. Instale la que haya traído.
Puertinx vaciló un poco.
- Es que ya he encargado la otra.
- Da igual. Anule el pedido. Nos quedamos con lo que hay.
Puertinx volvió a vacilar.
- Es que de todas formas no es la medida correcta.
Me quedó claro que, por las razones que fuera, una parte del purgatorio que me deba corresponder cuando pase a mejor vida, alejado de los proveedores belgas, tengo el privilegio de expiarlo en este mundo, espero que a cuenta de lo que me toque en ultratumba. Eso sí, decidí que no estaba dispuesto a exasperarme lo más mínimo con este tema.
- Avíseme cuando esté. Pero venga al menos a reparar la puerta, y que se cierre correctamente. O que se cierre, al menos.
- Claro, claro... A ver cuándo me puedo pasar.
Y me puse a esperar. Pasaron días. Pasaron semanas. Pasó un mes, y Puertinx sin venir ni dar señales de vida. Llegó la Pascua, y tururú. Ya decidí reanudar la bitácora, aunque fuera un poco, porque estaba acercándose el aniversario de la misma, y eso siempre trae consigo, incluso en años tan malos como éste, una entrada especial.
Finalmente, ha bastado irme unos días de Bélgica -estoy en la Valencia de mis entretelas-, para que el señor Puertinx, sin avisar ni encomendarse a Dios ni al diablo, se presente e instale el pomo. Menos mal que Ame estaba en casa. A ver: no dudo de que un instalador de puertas debe saber cómo abrir una, incluso en ausencia de los dueños, pero reconozcamos que hubiera quedado feo.
Al llamar a la familia, se apresurarme a darme la buena nueva.
- ¡Papá! ¡Ya está la puerta arreglada! ¡Y cierra y todo!
- ¿Y también funciona el mecanismo de apertura automática? - repuse.
- Ah, no sé, vamos a comprobarlo ¡Ro! ¡Baja a ver si la puerta se abre, que yo le doy al botón! - Ame estaba en plan ejecutivo.
- ...
- No, papá, no funciona.
Ya decía yo que no podía ser verdad tanta belleza.
***
En fin. Que yo esperaba limitarme a una sola entrada más sobre la puerta, pero está visto que mi purgatorio sobre la tierra tiene visos de prolongarse algo más. Seguiremos informando sobre la eficacia belga en el sector de los servicios.
A cada momento surgían retrasos e impedimentos. Primero el plazo de entrega de sus proveedores holandeses, luego encontrar un hueco para instalarla, pero al final lo tuvimos y nos vimos dueños de una hermosa puerta, pero con algún defectillo. Así que más adelante tocaba sustituir el pomo, porque el que habían puesto hacía difícil abrir con la llave, y, para colmo de males, al llegar los fríos resultó que la puerta los aguantaba fatal, y no había forma de que se cerrase, como no fuese usando la llave. Y, a todo esto, nos dimos cuenta de que el mecanismo de apertura automática con videoportero que teníamos en la anterior puerta y que era el orgullo del electricista que nos lo instaló, había dejado de abrir la puerta. Eso no era muy grave, vale, porque, total, si la cerrábamos con llave, no hay mecanismo de apertura automática que pueda con eso. Pero, bueno, el video sí funcionaba, así que al menos podíamos saber, sin necesidad de asomarnos con indiscreción a la ventana de la cocina, si quien venía era amigo, enemigo o simplemente peñazo o Testigo de Jehová.
Yo, entretanto, iba escribiendo más y más entradas sobre esta saga, sin haber llegado a su final y sin saber si éste iba a producirse o sería uno de esos procesos inacabados que perduran en el tiempo, no sé, como la construcción de la Sagrada Familia o el Palacio de los Sóviets (o el Palacio de Justicia belga, si nos ponemos en plan local, pero de eso ya escribiré en otro momento, ahora que estoy enrachado). Llegado Año Nuevo, me propuse que mi siguiente entrada en la bitácora sería aquélla en que anunciaría que el señor Puertinx había terminado de prestar sus servicios, y que ya teníamos una puerta puturrudefuá y chiripitifláutica. Y que cerrara, que también es importante en una puerta.
Mis sucesivas comunicaciones con el señor Puertinx no fueron un éxito, la verdad. Yo no dejaba de apremiarle, por tierra, mar y aire, o más bien por teléfono y por correo electrónico. Finalmente, un buen día me dijo que el proveedor holandés le había dicho que ya tenía el nuevo pomo, y que se pasaría el viernes por la tarde a finalizar el trabajo. Eso fue a principios de marzo, no vayamos a creer.
Con lágrimas en los ojos, o casi, anuncié la buena nueva a la familia y empecé a escribir la entrada que significaría el fin de la serie y mi reencuentro con la actividad bitacoril.
El viernes por la mañana, sin embargo, Puertinx me llamó.
- Que no puedo pasar hoy, porque mi proveedor, el holandés, ha traído la pieza en U, no la pieza en D que había pedido usted.
Mis manos comenzaron a temblar. Hablé con Alfina y, cómo estaríamos de hartos, que Alfina vino a decir que estaba de acuerdo en que la instalara de una vez, así fuera en U, en D, o como si fuera en Ñ.
- Da igual. Instale la que haya traído.
Puertinx vaciló un poco.
- Es que ya he encargado la otra.
- Da igual. Anule el pedido. Nos quedamos con lo que hay.
Puertinx volvió a vacilar.
- Es que de todas formas no es la medida correcta.
Me quedó claro que, por las razones que fuera, una parte del purgatorio que me deba corresponder cuando pase a mejor vida, alejado de los proveedores belgas, tengo el privilegio de expiarlo en este mundo, espero que a cuenta de lo que me toque en ultratumba. Eso sí, decidí que no estaba dispuesto a exasperarme lo más mínimo con este tema.
- Avíseme cuando esté. Pero venga al menos a reparar la puerta, y que se cierre correctamente. O que se cierre, al menos.
- Claro, claro... A ver cuándo me puedo pasar.
Y me puse a esperar. Pasaron días. Pasaron semanas. Pasó un mes, y Puertinx sin venir ni dar señales de vida. Llegó la Pascua, y tururú. Ya decidí reanudar la bitácora, aunque fuera un poco, porque estaba acercándose el aniversario de la misma, y eso siempre trae consigo, incluso en años tan malos como éste, una entrada especial.
Finalmente, ha bastado irme unos días de Bélgica -estoy en la Valencia de mis entretelas-, para que el señor Puertinx, sin avisar ni encomendarse a Dios ni al diablo, se presente e instale el pomo. Menos mal que Ame estaba en casa. A ver: no dudo de que un instalador de puertas debe saber cómo abrir una, incluso en ausencia de los dueños, pero reconozcamos que hubiera quedado feo.
Al llamar a la familia, se apresurarme a darme la buena nueva.
- ¡Papá! ¡Ya está la puerta arreglada! ¡Y cierra y todo!
- ¿Y también funciona el mecanismo de apertura automática? - repuse.
- Ah, no sé, vamos a comprobarlo ¡Ro! ¡Baja a ver si la puerta se abre, que yo le doy al botón! - Ame estaba en plan ejecutivo.
- ...
- No, papá, no funciona.
Ya decía yo que no podía ser verdad tanta belleza.
***
En fin. Que yo esperaba limitarme a una sola entrada más sobre la puerta, pero está visto que mi purgatorio sobre la tierra tiene visos de prolongarse algo más. Seguiremos informando sobre la eficacia belga en el sector de los servicios.
lunes, 7 de mayo de 2018
Obras son amores
Cualquier capital europea está sometida a la posibilidad de que sus calles se corten y sus zanjas se abran. Uno recuerda aquella canción de Barón Rojo, 'Son como hormigas', en la que la letrista se quejaba de lo siguiente:
Son ya las ocho
el ruido en la calle es infernal
perforan la acera
por cuarta vez o por quinta ya.
Son como hormigas
que buscan comida sin parar.
Eso era en Madrid, supongo, que es donde vivían los componentes de Barón Rojo (y su letrista). En Valencia no estamos mucho mejor que en Madrid, y uno se pregunta si un poquito de coordinación entre los del alcantarillado, la luz y el agua no resultaría posible. Pero, al menos, en Madrid y en Valencia hay un solo ayuntamiento y se supone que su mano izquierda sabe lo que hace la derecha.
Aquí, no.
En Bruselas hay veinte municipios y veinte ayuntamientos distintos, y son muy celosos de sus competencias, además de que hay alguno que se lleva a matar con el vecino. Uno mira las competencias de los municipios belgas, y ve cosas tan raras como la tramitación de las peticiones de nacionalidad, que es algo que en España nadie se plantea que no lleve el Gobierno central. Pues no digamos las obras públicas, los asfaltados de calles y los agujeros diversos que se pueden hacer en las aceras y en las calzadas.
El ejemplo paradigmático es el Chaussée de Vleurgat, y más concretamente el tramo entre la avenida Louise y la plaza Flagey. El segundo ejemplo paradigmático es, al otro lado de la plaza Flagey, la avenida Malibran, que termina en la plaza Blyckaerts. Cinco años llevo pasando por ellas prácticamente a diario, y no hay día en que las haya visto totalmente desprovistas de obstáculos. Como decía Danny De Vito cuando le preguntaron qué le parecía Madrid, 'cuando la terminen quedará muy bien'.
Al menos, uno espera cierta calidad, que compense la parsimonia con que se lo toman. Ni eso. La avenida Malibran pasó meses con un carril (y sólo hay dos) cortado por un socavón espontáneo que se había abierto por pura y dura inutilidad del último que metió asfalto por allí. Se supone que es la ladera de un cerro cuya cima sería la plaza Blyckaerts. Que alguien me diga cómo puede a alguien hundírsele el asfalto, y quién es el figura a quien achacar los cientos de horas perdidos en atascos. A todo esto, el municipio (Ixelles, me temo) se limitó a poner vallas alrededor del socavón. Prefiero no saber los trámites que había que hacer antes de ponerse manos a la obra, pero me consta que se pasaron semanas enteras mano sobre mano.
Uccle, que es nuestro municipio, parecía una excepción al desorden, pero eso era hasta el mes pasado. Desde el actual, parece que el frenesí reformador ha llegado hasta nosotros: han cortado la que seguramente es la arteria principal del municipio, la avenida De Fre, y al mismo tiempo han hecho una especie de desaguisado en la avenida Stalle, que es la salida natural de Uccle hacia el resto del mundo; mientras tanto, han desviado parte del tráfico por la calle Edith Cavell... donde también hay obras y un estrechamiento de la calzada, ya de por sí estrecha. Para colmo de males, la otra salida de Uccle, la avenida del General Jacques, lleva más de un año con unas obras endémicas que llevan un retraso tan colosal que sólo resiste la comparación con las pirámides de Egipto. Si Uccle ya era una comuna con comunicaciones difíciles, ahora ya hay que proponérselo muy seriamente para entrar o salir de allí. Yo, en bicicleta, todavía me apaño razonablemente bien, y mejor me apañaría si los conductores belgas, en lugar de protestar ante sus autoridades por semejantes desmanes, cosa que ya tardan en hacer, no se limitaran a ponerse muy nerviosos y a aprovechar cada centímetro libre de que disponen, que es, precisamente, el espacio por donde en general discurrimos los ciclistas.
Uno pensaría ¿y por qué no hacen las obras durante las vacaciones escolares, por ejemplo en julio y agosto, para reducir los problemas de tránsito?
Bueno, pues no hemos topado con la Iglesia, pero sí con el mes de julio, que es infinitamente más intransigente. No sé exactamente por qué ley o convenio, pero el mes de julio no se toca, y todo lo que se ha tocado debe parar. Tiene gracia que, en un país tan lluvioso como Bélgica, se paren las obras en el mes más adecuado para llevarlas a cabo, con días largos, tiempo generalmente seco y temperaturas moderadas. Precisamente por eso los obreros de la construcción se toman sus vacaciones por unanimidad, y ay de quién ose insinuar que podrían dejar trabajar a quien quisiera hacerlo.
En fin, que no quiero ni siquiera saber qué cantaría Barón Rojo si le tocara vivir en la Bruselas del siglo XXI. Lo que es seguro es que iban a echar de menos el ruido infernal de su calle de Madrid, por mucho que perforaran la acera por cuarta o por quinta vez. Eso no es nada.
¿Cuándo
los gobernantes
funcionaran de un modo racional?
Ellos
que se pasaron
media vida en la universidad.
Eso me pregunto yo.
Son ya las ocho
el ruido en la calle es infernal
perforan la acera
por cuarta vez o por quinta ya.
Son como hormigas
que buscan comida sin parar.
Eso era en Madrid, supongo, que es donde vivían los componentes de Barón Rojo (y su letrista). En Valencia no estamos mucho mejor que en Madrid, y uno se pregunta si un poquito de coordinación entre los del alcantarillado, la luz y el agua no resultaría posible. Pero, al menos, en Madrid y en Valencia hay un solo ayuntamiento y se supone que su mano izquierda sabe lo que hace la derecha.
Aquí, no.
En Bruselas hay veinte municipios y veinte ayuntamientos distintos, y son muy celosos de sus competencias, además de que hay alguno que se lleva a matar con el vecino. Uno mira las competencias de los municipios belgas, y ve cosas tan raras como la tramitación de las peticiones de nacionalidad, que es algo que en España nadie se plantea que no lleve el Gobierno central. Pues no digamos las obras públicas, los asfaltados de calles y los agujeros diversos que se pueden hacer en las aceras y en las calzadas.
El ejemplo paradigmático es el Chaussée de Vleurgat, y más concretamente el tramo entre la avenida Louise y la plaza Flagey. El segundo ejemplo paradigmático es, al otro lado de la plaza Flagey, la avenida Malibran, que termina en la plaza Blyckaerts. Cinco años llevo pasando por ellas prácticamente a diario, y no hay día en que las haya visto totalmente desprovistas de obstáculos. Como decía Danny De Vito cuando le preguntaron qué le parecía Madrid, 'cuando la terminen quedará muy bien'.
Al menos, uno espera cierta calidad, que compense la parsimonia con que se lo toman. Ni eso. La avenida Malibran pasó meses con un carril (y sólo hay dos) cortado por un socavón espontáneo que se había abierto por pura y dura inutilidad del último que metió asfalto por allí. Se supone que es la ladera de un cerro cuya cima sería la plaza Blyckaerts. Que alguien me diga cómo puede a alguien hundírsele el asfalto, y quién es el figura a quien achacar los cientos de horas perdidos en atascos. A todo esto, el municipio (Ixelles, me temo) se limitó a poner vallas alrededor del socavón. Prefiero no saber los trámites que había que hacer antes de ponerse manos a la obra, pero me consta que se pasaron semanas enteras mano sobre mano.
Uccle, que es nuestro municipio, parecía una excepción al desorden, pero eso era hasta el mes pasado. Desde el actual, parece que el frenesí reformador ha llegado hasta nosotros: han cortado la que seguramente es la arteria principal del municipio, la avenida De Fre, y al mismo tiempo han hecho una especie de desaguisado en la avenida Stalle, que es la salida natural de Uccle hacia el resto del mundo; mientras tanto, han desviado parte del tráfico por la calle Edith Cavell... donde también hay obras y un estrechamiento de la calzada, ya de por sí estrecha. Para colmo de males, la otra salida de Uccle, la avenida del General Jacques, lleva más de un año con unas obras endémicas que llevan un retraso tan colosal que sólo resiste la comparación con las pirámides de Egipto. Si Uccle ya era una comuna con comunicaciones difíciles, ahora ya hay que proponérselo muy seriamente para entrar o salir de allí. Yo, en bicicleta, todavía me apaño razonablemente bien, y mejor me apañaría si los conductores belgas, en lugar de protestar ante sus autoridades por semejantes desmanes, cosa que ya tardan en hacer, no se limitaran a ponerse muy nerviosos y a aprovechar cada centímetro libre de que disponen, que es, precisamente, el espacio por donde en general discurrimos los ciclistas.
Uno pensaría ¿y por qué no hacen las obras durante las vacaciones escolares, por ejemplo en julio y agosto, para reducir los problemas de tránsito?
Bueno, pues no hemos topado con la Iglesia, pero sí con el mes de julio, que es infinitamente más intransigente. No sé exactamente por qué ley o convenio, pero el mes de julio no se toca, y todo lo que se ha tocado debe parar. Tiene gracia que, en un país tan lluvioso como Bélgica, se paren las obras en el mes más adecuado para llevarlas a cabo, con días largos, tiempo generalmente seco y temperaturas moderadas. Precisamente por eso los obreros de la construcción se toman sus vacaciones por unanimidad, y ay de quién ose insinuar que podrían dejar trabajar a quien quisiera hacerlo.
En fin, que no quiero ni siquiera saber qué cantaría Barón Rojo si le tocara vivir en la Bruselas del siglo XXI. Lo que es seguro es que iban a echar de menos el ruido infernal de su calle de Madrid, por mucho que perforaran la acera por cuarta o por quinta vez. Eso no es nada.
¿Cuándo
los gobernantes
funcionaran de un modo racional?
Ellos
que se pasaron
media vida en la universidad.
Eso me pregunto yo.