Es un poco difícil referirse a los nacionalismos con imparcialidad. Para bien o para mal, estamos rodeados de nacionalistas en muchos sitios. Apenas consuela el hecho de que Bruselas no sea uno de ellos, porque, como ya he dejado escrito alguna vez, basta con poner el pie fuera de los límites de Bruselas, para que el francés desaparezca como por ensalmo y más te valga, si tus cuatro palabras de flamenco no son suficientes, hablar inglés o arriesgarte a ganarte la inquina de tus interlocutores.
Maybe Kandalaksha hablaba de la marca España, como ejemplo de medida nacionalista. Los que hemos estado vinculados en mayor o menor medida a las elucubraciones previas a la gestación de 'marca España', sabemos que tiene muy poco que ver con un supuesto nacionalismo español. En realidad, tiene un sentido puramente comercial, para exportar más y para atraer turistas y así vender servicios a los guiris; otra cosa es que el gobierno español tenga que mejorar bastante su acción exterior y decidir de una vez por todas si las competencias de promoción exterior las van a tener en Asuntos Exteriores, en Economía o en Industria. Y, de paso, ser un poco serios y no cambiar de idea con cada crisis de gobierno.
Como lo de la seriedad parece vedado y, en cambio, el cainismo español no entiende de treguas, no es ya que se peleen los distintos partidos políticos, cosa que sería normal, sino que ya lo hacen los mismos prebostes del mismo partido (los peperos en este caso), azuzados por los cargos técnicos a sus órdenes, y así tenemos a los de Asuntos Exteriores, con su ministro al frente, gritando ¡marca España! allí donde van, cuando las competencias en acción comercial exterior las tienen los de Comercio, que ahora está dentro de Industria, pero que en los últimos lustros ha ido saltando por los distintos ministerios ¿Es eso serio? Ni un poquito ¿Es nacionalismo español? Tampoco.
En realidad, 'marca España' es la enésima intentona de mejorar lo que los que nos consideramos profesionales del comercio internacional llamamos 'imagen-país'. Lo particular del asunto es que la iniciativa la llevan los de Asuntos Exteriores, que pueden ser considerados expertos en bastantes cosas, pero el comercio internacional no parece una de ellas, aunque ellos, seguro, piensan de otra manera. Hasta ahora, los intentos iban por otro lado, como el Foro de Marcas Renombradas Españolas y la ingente (y posiblemente mejorable) labor de los chicos de Comercio Exterior, a quienes se les supone bastante más mano en estos asuntos.
Y, ahora, volvamos al asuntillo de los nacionalismos, que tan de moda está. Los tiempos presentes han asistido al derrumbe estrepitoso de la famosa frase de Pío Baroja, ese liberalote descreído y escritor exasperantemente omnisciente: "El carlismo se cura leyendo y el nacionalismo viajando." Lo primero nunca fue cierto, y menos ahora: todos los carlistas que conozco, y son unos cuantos, posiblemente han leído más que el propio Pío Baroja, y siguen sin curarse. Y lo segundo quizá fuera cierto en algún momento, pero hoy tenemos Bruselas, gracias a las 'low cost', repleta de catalanes y vascos, y no todos ellos responden que son españoles cuando se les pregunta de dónde son.
Esto no fue siempre así. En mi última entrada le echaba la culpa a la soberanía popular de este despropósito. Y, efectivamente, en el Antiguo Régimen no sé yo que hubiera nacionalistas; difícilmente, puesto que tampoco había naciones, y la gente pasaba de un país a otro y se naturalizaba como si tal cosa. El Príncipe de Condé, un militar francés que había derrotado a los españoles en Rocroy y Lens (y entonces la infantería española pasaba aún por prácticamente invencible), cayó en desgracia de Luis XIV, y de su ministro Mazarino, por un quítame acá esa insurrección, y se pasó tranquilamente a los españoles. Felipe IV no sólo no lo castigó ni un poquito, sino que lo puso al frente de sus propios ejércitos... contra los franceses. Ningún problema: Condé se desempeñó brillantemente y tomó parte activa en las últimas grandes campañas victoriosas de los tercios de Flandes, como las de 1652, y en su última gran victoria, la de Valenciennes en 1656, siempre contra su señor natural. Luego, tras la paz, y apaciguado el rey francés, volvió a Francia y, en las guerras posteriores, tomó las armas contra los españoles nuevamente. En todo este tejemaneje no hay ni el más pequeño hálito de nacionalismo.
La soberanía popular, ese concepto revolucionario francés, vino a jorobar la situación. De repente, la soberanía dejaba de venir de Dios, que la depositaba en el rey, sino que venía... oh, no, de abajo, del pueblo ¿Y qué es el pueblo? Los revolucionarios liberales abrieron la caja de Pandora, y así seguimos hasta hoy, con los políticos llenándose la boca de que el pueblo es soberano, mientras el pueblo se lo ha creído y, claro, eso de 'pueblo' es un concepto flexible. El pueblo ucraniano es soberano, sí, pero el pueblo crimeano también; y el pueblo español es soberano, pero también el vasco. A todo esto, lo de 'pueblo vasco' tiene algo de entelequia, porque lo suyo era el pueblo vizcaíno, o el alavés, o el guipuzcoano, y no paso la muga para no liarla más; pero es que, dentro del vizcaíno, las Encartaciones no son lo mismo que el Duranguesado, y todas tienen su pueblo.
En fin, que el que sacó a la luz el bonito, pero peligrosísimo concepto de soberanía popular no hizo ningún favor a la paz. El pueblo, además de flexible, es sumamente manipulable. Lo fácil para el gobernante con problemas es buscar un enemigo, y mejor si es exterior, y problemas resueltos.
Sobre lo que está pasando ahora en Ucrania no tengo mucha idea. La impresión que me estoy llevando es que Ucrania, tal y como ha quedado configurada, es un país que hace mucho tiempo que no tenía remedio bueno. De momento, parece evidente que aquí hay una parte del país que tiene cuentas pendientes contra la otra, y eso incluye la cuestión del idioma. Recuerdo, cuando estudiaba ruso todavía en tiempos de la Unión Soviética, cómo mis profesoras me decían y repetían que el ruso no era la única lengua que se hablaba en la URSS, sino que había por lo menos doscientas más, y que todas estaban protegidas y que, aunque costaba mucho dinero, era una riqueza incalculable y que se daban cursos de todas en la universidad, y que la amistad de los pueblos y blablablá.
Cuando la amistad de los pueblos, y la URSS en general, se fue a hacer gárgaras, ya se ha visto que había pueblos que valoraban en poco la amistad que el generoso pueblo ruso les ofrecía aumentándoles las minorías rusófonas que tenían en casa. Las repúblicas bálticas son el ejemplo de libro, pero es que en las repúblicas bálticas el nivel de vida es bastante más elevado que en Rusia (no, Moscú no es Rusia, al menos a estos efectos), así que los apátridas que hay por allí se callan, porque no les va nada mal como apátridas.
En cambio, el nivel de vida en Ucrania no me pareció, cuando anduve por allí, que fuera como para tirar cohetes. De hecho, sospecho que era peor que en Rusia, así que los rusos que allí se sienten como tales tienen un estímulo importante para 'volver a casa', y no digamos si la otra parte del país les mete el ucraniano como oficial, para compensar los decenios, y hasta los siglos, de preterición lingüística, y se montan un estado unitario, y cuando pierden las elecciones, porque son menos, se enfurruñan y derrocan al presidente que, se mire como se mire, es más parecido a alguien democráticamente elegido que lo que hay ahora en Kíev. A no ser que decidamos que la democracia sólo es aceptable cuando se elige a alguien que no nos caiga especialmente mal.
El berenjenal que se ha montado no tiene buen arreglo. Por el bien de todos, espero que la cosa concluya sin demasiados muertos y sin cambios de fronteras demasiado bruscos, más que los que ya son, o eso parece, irreversibles.
De momento, a los padres que miramos la peseta sólo nos queda aprovechar la coyuntura para sacar partido de la situación, como el sábado pasado, que pasamos por Ikea Anderlecht y me encontré a Abi embelesada delante de un póster que representaba un mapa mundi enorme. Ciento veinte euros de trasto enorme, Dios mío.
- ¡Lo quiero, lo quiero, lo quiero! ¡Me lo tienes que comprar! ¡Me gusta mucho!
Yo miré de reojo el precio, tragué saliva, y dije:
- Uf, no sé si te conviene, me parece que está atrasado. Fíjate que ahí aparece Crimea como parte de Ucrania.
- Ah... pues así no me gusta.
Luego dirán que Putin es un sátrapa agresivo, y tal y tal, pero anda que no me vino bien el sábado.
(Y hasta aquí. Que ya toca volver a Bélgica y a su portentosa burocracia)
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
martes, 29 de abril de 2014
jueves, 24 de abril de 2014
Ucrania, Rusia y la soberanía popular
El comentario de Fernando es bastante pertinente, creo. Por una parte, la Unión Europea como pagana de absolutamente todo lo que pase en Ucrania; por otra, Rusia y los Estados Unidos dándose de capones. Es cierto que eso es bastante básico, pero tiene que ver lo suyo con la realidad.
Yo deseo que las cosas se calmen un poco, antes de que lleguen a un punto de no retorno, y eso puede ocurrir poco más o menos en cualquier momento. En cuanto a alguien se le pase la mano, habrá lío, y mucho lío.
Una desventaja de los gobiernos modernos es que dependen mucho del apoyo popular, un apoyo que, de por sí, es bastante veleta y manipulable. Eso no pasaba en los buenos viejos tiempos del Antiguo Régimen más que en circunstancias excepcionales. Carlos II, por ejemplo, era un tipo raquítico, apocado, escuchimizado, se pasó todo su reinado perdiendo guerras contra Luis XIV y, sin embargo, se mantuvo tranquilamente en su trono hasta el fin de sus días, y no sólo eso, sino que sus súbditos se le mantuvieron notablemente fieles, como cuando Luis XIV atacó Nápoles y Sicilia contando con un alzamiento popular contra la Monarquía Hispánica, y se encontró con que los napolitanos y sicilianos querían realmente a Carlos II, un rey que sólo habían visto en pintura. Y no es que la pintura le favoreciera mucho. Felipe II tuvo el sonoro fracasó de la Armada Invencible, que, si hubiera sucedido hoy, no quiero ni pensarlo, y sin embargo entonces no tuvo ni que cambiar de ministro. Vamos, que, en aquel entonces, los gobernantes derivaban su legitimidad del derecho divino, y eso daba gobiernos notablemente estables que hacían de su capa un sayo, y aquí paz y después gloria.
Hoy, no.
Hoy, los gobiernos dependen del apoyo popular, las oposiciones que en el mundo son se han hecho muy eficaces a la hora de manipular al personal, y a la que menos te lo esperas te montan un pitote que te vas a enterar. Desde que Luis XVI fuera guillotinado, los gobernantes tienen un puntito de acojone bastante evidente, y no digamos desde lo de Nicolás II.
Pero es que, además, en Rusia, el oficio de gobernante es peligrosísimo. El porcentaje de monarcas que han sido apiolados es desusadamente alto, aunque casi todos lo fueran por intrigas palatinas, no por rebeliones populares a gran escala. Eso hace que, incluso gobernantes con una base de poder tan estable como Putin, tengan necesidad de seguir subiéndose al carro de lo que es popular y guay, para evitar que le sieguen la hierba bajo los pies.
Yo creo sinceramente que Putin se quedaba con Crimea tranquilamente, y hasta aquí hemos llegado. Pero, como los de Kíev se pasen demasiado dando caña a los rusófonos del Donbass, no va a tener más remedio que intervenir, porque, ¿a santo de qué, si no, se las podrá dar de protector de la "rusidad"? Malamente... Y lo que da votos y apoyo popular en Rusia es, precisamente, ser nacionalista, por eso lo son prácticamente todos.
¿Y los de Kíev? ¿Van a negociar a gusto con los del Donbass, para darles la autonomía que piden? Pues no creo. Después de todo, las elecciones allí son dentro de cuatro días, están poco menos que en campaña electoral, y a ver quién es el guapo que se presenta a las mismas, no ya sin Crimea, que eso ya se da por hecho, sino habiendo cedido ante los chicos del Donbass. Eso no da votos. Lo que da votos es ser nacionalista, y por eso tenemos a los chicos del Sector de Derechas, que sólo es una forma de traducir esa expresión, pero no la única, y a todo el mundo dándoselas de más ucraniano que nadie.
Cuando se juntan dos nacionalistas sobre el mismo centímetro cuadrado, la cosa tiene todos los visos de acabar complicándose, y aquí estamos en ello. Ambos gobernantes tienen que salirse con la suya por mera supervivencia, porque, si no, a saber qué sucede. Yo estoy seguro de que si, en agosto de 1914, los austrohúngaros hubieran sabido en qué se estaban metiendo, hubieran manejado el asesinato del archiduque Francisco Fernando de otra manera; como no lo sabían, se pusieron a retarse con los serbios a ver quién la tenía más larga, y pasó lo que pasó. No son los tiempos de Felipe IV, que pudo permitirse perder Portugal y, así y todo, ha pasado a la historia con el sobrenombre de "el Grande" y murió en su cama con la corona puesta. Son más bien los tiempos de Gorbachov, que, al perder la guerra fría, se llevó una patada bien fuerte en el trasero y, cuando muera, será más llorado en el extranjero que en casa.
Yo deseo que las cosas se calmen un poco, antes de que lleguen a un punto de no retorno, y eso puede ocurrir poco más o menos en cualquier momento. En cuanto a alguien se le pase la mano, habrá lío, y mucho lío.
Una desventaja de los gobiernos modernos es que dependen mucho del apoyo popular, un apoyo que, de por sí, es bastante veleta y manipulable. Eso no pasaba en los buenos viejos tiempos del Antiguo Régimen más que en circunstancias excepcionales. Carlos II, por ejemplo, era un tipo raquítico, apocado, escuchimizado, se pasó todo su reinado perdiendo guerras contra Luis XIV y, sin embargo, se mantuvo tranquilamente en su trono hasta el fin de sus días, y no sólo eso, sino que sus súbditos se le mantuvieron notablemente fieles, como cuando Luis XIV atacó Nápoles y Sicilia contando con un alzamiento popular contra la Monarquía Hispánica, y se encontró con que los napolitanos y sicilianos querían realmente a Carlos II, un rey que sólo habían visto en pintura. Y no es que la pintura le favoreciera mucho. Felipe II tuvo el sonoro fracasó de la Armada Invencible, que, si hubiera sucedido hoy, no quiero ni pensarlo, y sin embargo entonces no tuvo ni que cambiar de ministro. Vamos, que, en aquel entonces, los gobernantes derivaban su legitimidad del derecho divino, y eso daba gobiernos notablemente estables que hacían de su capa un sayo, y aquí paz y después gloria.
Hoy, no.
Hoy, los gobiernos dependen del apoyo popular, las oposiciones que en el mundo son se han hecho muy eficaces a la hora de manipular al personal, y a la que menos te lo esperas te montan un pitote que te vas a enterar. Desde que Luis XVI fuera guillotinado, los gobernantes tienen un puntito de acojone bastante evidente, y no digamos desde lo de Nicolás II.
Pero es que, además, en Rusia, el oficio de gobernante es peligrosísimo. El porcentaje de monarcas que han sido apiolados es desusadamente alto, aunque casi todos lo fueran por intrigas palatinas, no por rebeliones populares a gran escala. Eso hace que, incluso gobernantes con una base de poder tan estable como Putin, tengan necesidad de seguir subiéndose al carro de lo que es popular y guay, para evitar que le sieguen la hierba bajo los pies.
Yo creo sinceramente que Putin se quedaba con Crimea tranquilamente, y hasta aquí hemos llegado. Pero, como los de Kíev se pasen demasiado dando caña a los rusófonos del Donbass, no va a tener más remedio que intervenir, porque, ¿a santo de qué, si no, se las podrá dar de protector de la "rusidad"? Malamente... Y lo que da votos y apoyo popular en Rusia es, precisamente, ser nacionalista, por eso lo son prácticamente todos.
¿Y los de Kíev? ¿Van a negociar a gusto con los del Donbass, para darles la autonomía que piden? Pues no creo. Después de todo, las elecciones allí son dentro de cuatro días, están poco menos que en campaña electoral, y a ver quién es el guapo que se presenta a las mismas, no ya sin Crimea, que eso ya se da por hecho, sino habiendo cedido ante los chicos del Donbass. Eso no da votos. Lo que da votos es ser nacionalista, y por eso tenemos a los chicos del Sector de Derechas, que sólo es una forma de traducir esa expresión, pero no la única, y a todo el mundo dándoselas de más ucraniano que nadie.
Cuando se juntan dos nacionalistas sobre el mismo centímetro cuadrado, la cosa tiene todos los visos de acabar complicándose, y aquí estamos en ello. Ambos gobernantes tienen que salirse con la suya por mera supervivencia, porque, si no, a saber qué sucede. Yo estoy seguro de que si, en agosto de 1914, los austrohúngaros hubieran sabido en qué se estaban metiendo, hubieran manejado el asesinato del archiduque Francisco Fernando de otra manera; como no lo sabían, se pusieron a retarse con los serbios a ver quién la tenía más larga, y pasó lo que pasó. No son los tiempos de Felipe IV, que pudo permitirse perder Portugal y, así y todo, ha pasado a la historia con el sobrenombre de "el Grande" y murió en su cama con la corona puesta. Son más bien los tiempos de Gorbachov, que, al perder la guerra fría, se llevó una patada bien fuerte en el trasero y, cuando muera, será más llorado en el extranjero que en casa.
viernes, 11 de abril de 2014
Más sobre Crimea
Vaya cachondeo que se lleva la gente con lo de Crimea. Y más vale que sea cachondeo, porque, el día que todos nos pongamos serios, seguro que la guerra está a punto de estallar. Mientras haya gente a la que le dé la risa, aún hay esperanza.
La cosa ha ido rápida, pero ha sido poco sangrienta. "El País", un periódico español cuyos redactores se caracterizan por un adorable maniqueísmo y porque, en su concepción del mundo, Putin (y las iglesias católica y ortodoxa, por este orden) es el culpable de todos los males, sólo sabe publicar artículos serios. El otro periódico progresista y comecuras español, que es "El Mundo", por lo menos no tiene tan necesariamente claro que Putin tenga rabo y cuernos y publica cosas más graciosas. Ésta, en mi opinión, se lleva la palma.
¿Y las sanciones? Occidente ha reaccionado con indignación y ha prohibido entrar en su territorio a gente como el jefe de los ferrocarriles rusos. Probablemente esperan que eso haga descarrilar próximamente la economía rusa.
Menos mal que la reacción de los honrados comerciantes rusos no se ha hecho esperar. Eso sí, tiran más alto.
Traducción: SANCIONES. El presidente de los EEUU Barack Obama queda privado del derecho a entrar en la tienda "Myod". Firmado: La dirección de la tienda "Myod".
Por cierto, la tienda existe, y la miel que venden debe estar buenísima. Obama se lo pierde, el pobre.
En la familia, como ya dije en su día, la generación más joven está radicalmente a favor de la anexión de Crimea, y de Ucrania entera, si se produjera. Eso les genera la incomprensión del resto de su políticamente correcto colegio, donde hay, además de españoles, gente de muchos sitios, incluida una línea educativa en polaco a la que asisten, en buena lógica, polacos. Los polacos no son muy amigos de los rusos. Les acusan de minucias como haberse repartido su país tres veces, una agresión por la espalda, alguna que otra represión, la colectivización del siglo XX, unas cuantas guerras a lo largo de varios siglos, genocidios diversos... y claro, hay quien se queda resentido y apoya a cualquiera que se oponga a Rusia. Lo que pasa es que Abi y Ro, sobre todo ésta, después de coser a preguntas a su padre en cenas sucesivas, se conocen la historia de la región poco menos que de pe a pa y tienen algumentos para todo, y desde luego para dar sopas con ondas a los polacos que se les opongan.
Por lo demás, el otro día me encontré con una lobista ucraniana, jovencita ella y no mal parecida (esto último debe ser fundamental en todo lobista que pretenda conseguir algo), que se presentó en una comida donde otras quince personas hablábamos en ruso y donde, por tanto, podía suponerse que la anexión podría encontrar alguna simpatía. La chica, profesional ella, comenzó a poner a Rusia a los pies de los caballos, acusándole de todo lo malo que les ha pasado, como si Yulia Tymoschenko fuera una ninfa inocente que jamás ha hecho negocios ilegales. A mí, que no suelo hablar de política, y desde luego menos aún en las comidas pretendidamente relajadas, me pareció desagradable y fuera de lugar, pero los lobistas me temo que son así y no consiguen ver que, además de su postura, hay gente en otro campo.
A todo esto, yo no sé qué piensan los ucranianos de todo esto, pero a mí lo que me parece es que, si esperan que la Unión Europea o los Estados Unidos les saquen las castañas del fuego, van aviados. A Estados Unidos lo único que les interesa son sus inversores, sobre todo en el potencialmente impresionante sector agrícola ucraniano, y tenían bastante interés en derrocar a un gobierno que, con todos sus incontables defectos, jamás hubiera privatizado la tierra, y sustituirlo por otro que no va a tener más remedio que vender el país al mejor postor, tal y como está de desesperado. A Rusia lo que le interesaba era Sebastopol y su base naval. Ya la tiene, sin arrendamientos ni leches, y yo diría que lo que está pasando a continuación en otras regiones no es que le venga mal del todo, pero no es de su interés prioritario, aunque claro, si a bodas me convidan...
Creo que todavía nos divertiremos bastante con este asunto. E, insisto, más nos vale, porque en cuanto nos pongamos serios, la guerra (la de verdad) es inevitable.
La cosa ha ido rápida, pero ha sido poco sangrienta. "El País", un periódico español cuyos redactores se caracterizan por un adorable maniqueísmo y porque, en su concepción del mundo, Putin (y las iglesias católica y ortodoxa, por este orden) es el culpable de todos los males, sólo sabe publicar artículos serios. El otro periódico progresista y comecuras español, que es "El Mundo", por lo menos no tiene tan necesariamente claro que Putin tenga rabo y cuernos y publica cosas más graciosas. Ésta, en mi opinión, se lleva la palma.
¿Y las sanciones? Occidente ha reaccionado con indignación y ha prohibido entrar en su territorio a gente como el jefe de los ferrocarriles rusos. Probablemente esperan que eso haga descarrilar próximamente la economía rusa.
Menos mal que la reacción de los honrados comerciantes rusos no se ha hecho esperar. Eso sí, tiran más alto.
Traducción: SANCIONES. El presidente de los EEUU Barack Obama queda privado del derecho a entrar en la tienda "Myod". Firmado: La dirección de la tienda "Myod".
Por cierto, la tienda existe, y la miel que venden debe estar buenísima. Obama se lo pierde, el pobre.
En la familia, como ya dije en su día, la generación más joven está radicalmente a favor de la anexión de Crimea, y de Ucrania entera, si se produjera. Eso les genera la incomprensión del resto de su políticamente correcto colegio, donde hay, además de españoles, gente de muchos sitios, incluida una línea educativa en polaco a la que asisten, en buena lógica, polacos. Los polacos no son muy amigos de los rusos. Les acusan de minucias como haberse repartido su país tres veces, una agresión por la espalda, alguna que otra represión, la colectivización del siglo XX, unas cuantas guerras a lo largo de varios siglos, genocidios diversos... y claro, hay quien se queda resentido y apoya a cualquiera que se oponga a Rusia. Lo que pasa es que Abi y Ro, sobre todo ésta, después de coser a preguntas a su padre en cenas sucesivas, se conocen la historia de la región poco menos que de pe a pa y tienen algumentos para todo, y desde luego para dar sopas con ondas a los polacos que se les opongan.
Por lo demás, el otro día me encontré con una lobista ucraniana, jovencita ella y no mal parecida (esto último debe ser fundamental en todo lobista que pretenda conseguir algo), que se presentó en una comida donde otras quince personas hablábamos en ruso y donde, por tanto, podía suponerse que la anexión podría encontrar alguna simpatía. La chica, profesional ella, comenzó a poner a Rusia a los pies de los caballos, acusándole de todo lo malo que les ha pasado, como si Yulia Tymoschenko fuera una ninfa inocente que jamás ha hecho negocios ilegales. A mí, que no suelo hablar de política, y desde luego menos aún en las comidas pretendidamente relajadas, me pareció desagradable y fuera de lugar, pero los lobistas me temo que son así y no consiguen ver que, además de su postura, hay gente en otro campo.
A todo esto, yo no sé qué piensan los ucranianos de todo esto, pero a mí lo que me parece es que, si esperan que la Unión Europea o los Estados Unidos les saquen las castañas del fuego, van aviados. A Estados Unidos lo único que les interesa son sus inversores, sobre todo en el potencialmente impresionante sector agrícola ucraniano, y tenían bastante interés en derrocar a un gobierno que, con todos sus incontables defectos, jamás hubiera privatizado la tierra, y sustituirlo por otro que no va a tener más remedio que vender el país al mejor postor, tal y como está de desesperado. A Rusia lo que le interesaba era Sebastopol y su base naval. Ya la tiene, sin arrendamientos ni leches, y yo diría que lo que está pasando a continuación en otras regiones no es que le venga mal del todo, pero no es de su interés prioritario, aunque claro, si a bodas me convidan...
Creo que todavía nos divertiremos bastante con este asunto. E, insisto, más nos vale, porque en cuanto nos pongamos serios, la guerra (la de verdad) es inevitable.
lunes, 7 de abril de 2014
El número nacional (I)
(Sí, ya sé que tocaría seguir escribiendo sobre Crimea, pero lo dejo para la próxima. Eso sí, no me olvido)
Cuando uno llega a Bélgica y se establece para trabajar aquí, tiene tres meses para inscribirse en el municipio (que llamaremos comuna, como hacen ellos, y ciertamente no merece otra denominación) y conseguir una flamante tarjeta de identidad. Pero las autoridades belgas, muy cucas ellas, hacen algo más, y es asignar al inmigrante legal que ingresa en su territorio un número de registro. Este número de registro se llama "número de registro nacional", así, sin calentarse demasiado la cabeza.
Uno pensaría que lo lógico es que este rimbombante número de registro nacional fuera puesto en conocimento del ciudadano al que se relaciona con el mismo. Parece razonable incluirlo como uno de los datos que aparecen en esa tarjeta de identidad de que el ciudadano extranjero ha debido proveerse, tanto más cuanto que, al fin y a la postre, algunas veces el número de marras es necesario para el administrado. Pero no. El número ése no se notifica al administrado, ni se le escribe en la tarjeta de identidad, ni nada de nada.
Uno de los momentos en que hace falta el número es cuando te compras un coche. Para pedir la matriculación del mismo, uno debe meter en el formulario el número de registro nacional.
- ¿Y de dónde lo saco? En mi tarjeta de identidad no viene.
- Ah, ése lo tienen en la comuna. Diríjase a ella para que se lo den.
Fui a la página web de la comuna, con su flamante directorio telefónico, encontré el número que supuse que correspondería con el departamento donde podrían tener esta información, llamé, y efectivamente era allí. Le expliqué el caso al señor que me atendió.
- Ah, sí, ya sé que no se lo ponen en su tarjeta de identidad. Bueno, tampoco les hace falta muchas veces. Se lo busco enseguida ¿Cuál es su fecha de nacimiento?
- 31 de abril de 1948.
- ¿Y se llama usted...?
- Alfor von Buchweizen.
- A veer... Alföooor... von Bichwieseng... ¿vive usted en la rue de l'Omelette de Pommes de Terre, número 22?
- Ahí mismo. Allí pone Aardappelomeletstraat, pero, si usted lo dice...
- Vale, ¿tiene usted un papel y lápiz a mano?
- Sí.
- Pues le dicto el número. Atento.
Como todo había sido tan fácil, anoté el número directamente sobre el formulario y, como tenía tanta prisa, lo entregué directamente sin anotarlo en lugar alguno por si me volvía a hacer falta.
Craso error.
Otro de los momentos en que hay que echar mano del número de registro nacional es cuando pides una exención de un impuesto. Y, cuando tienes tres hijos, te descuentan una parte de lo que en España sería el IBI, así que, provisto del formulario, me puse a rellenarlo, y vi que tenía que aportar el número de registro nacional de marras. Vaya marrón. Pero bueno, tampoco tanto, porque la otra vez fue muy fácil de conseguir, así que repetí el procedimiento, busque en el directorio telefónico de la comuna, encontré el mismo teléfono de la otra vez, y me encontré con un funcionario que me atendió y que creo que no era el mismo de la otra vez.
- Pues resulta que soy Alfor von Buchweizen, que vivo en su comuna, y tengo que rellenar un formulario, en el que me piden el número de registro nacional. Y parece que lo tienen ustedes. Al menos, otra vez se lo pedí y me lo dieron.
- ¿El número de registro nacional?
- Ése. Sí.
- Bueno, es información personal. Comprenda que no se lo pueda dar por teléfono, lo tendrá que pedir por correo electrónico, por lo menos, aunque lo más fácil sería que se pasara por aquí y lo solicitara personalmente.
- ¿No me lo pueden dar por teléfono, ahora mismo?
- No, no, eso es imposible.
- Bueno, pues les envío ahora mismo un correo electrónico ¿Cuándo creen que me podrán contestar?
- Bueeeeno, si lo envía ahora mismo, yo creo que para mañana por la tarde ya lo debería tener.
- Ah, vale, entonces está bien.
Les envié el correo electrónico, en la confianza de que la eficaz autoridad comunal de Uccle resolvería sin problema alguno mis cuitas.
Ay, alma de cántaro...
Cuando uno llega a Bélgica y se establece para trabajar aquí, tiene tres meses para inscribirse en el municipio (que llamaremos comuna, como hacen ellos, y ciertamente no merece otra denominación) y conseguir una flamante tarjeta de identidad. Pero las autoridades belgas, muy cucas ellas, hacen algo más, y es asignar al inmigrante legal que ingresa en su territorio un número de registro. Este número de registro se llama "número de registro nacional", así, sin calentarse demasiado la cabeza.
Uno pensaría que lo lógico es que este rimbombante número de registro nacional fuera puesto en conocimento del ciudadano al que se relaciona con el mismo. Parece razonable incluirlo como uno de los datos que aparecen en esa tarjeta de identidad de que el ciudadano extranjero ha debido proveerse, tanto más cuanto que, al fin y a la postre, algunas veces el número de marras es necesario para el administrado. Pero no. El número ése no se notifica al administrado, ni se le escribe en la tarjeta de identidad, ni nada de nada.
Uno de los momentos en que hace falta el número es cuando te compras un coche. Para pedir la matriculación del mismo, uno debe meter en el formulario el número de registro nacional.
- ¿Y de dónde lo saco? En mi tarjeta de identidad no viene.
- Ah, ése lo tienen en la comuna. Diríjase a ella para que se lo den.
Fui a la página web de la comuna, con su flamante directorio telefónico, encontré el número que supuse que correspondería con el departamento donde podrían tener esta información, llamé, y efectivamente era allí. Le expliqué el caso al señor que me atendió.
- Ah, sí, ya sé que no se lo ponen en su tarjeta de identidad. Bueno, tampoco les hace falta muchas veces. Se lo busco enseguida ¿Cuál es su fecha de nacimiento?
- 31 de abril de 1948.
- ¿Y se llama usted...?
- Alfor von Buchweizen.
- A veer... Alföooor... von Bichwieseng... ¿vive usted en la rue de l'Omelette de Pommes de Terre, número 22?
- Ahí mismo. Allí pone Aardappelomeletstraat, pero, si usted lo dice...
- Vale, ¿tiene usted un papel y lápiz a mano?
- Sí.
- Pues le dicto el número. Atento.
Como todo había sido tan fácil, anoté el número directamente sobre el formulario y, como tenía tanta prisa, lo entregué directamente sin anotarlo en lugar alguno por si me volvía a hacer falta.
Craso error.
Otro de los momentos en que hay que echar mano del número de registro nacional es cuando pides una exención de un impuesto. Y, cuando tienes tres hijos, te descuentan una parte de lo que en España sería el IBI, así que, provisto del formulario, me puse a rellenarlo, y vi que tenía que aportar el número de registro nacional de marras. Vaya marrón. Pero bueno, tampoco tanto, porque la otra vez fue muy fácil de conseguir, así que repetí el procedimiento, busque en el directorio telefónico de la comuna, encontré el mismo teléfono de la otra vez, y me encontré con un funcionario que me atendió y que creo que no era el mismo de la otra vez.
- Pues resulta que soy Alfor von Buchweizen, que vivo en su comuna, y tengo que rellenar un formulario, en el que me piden el número de registro nacional. Y parece que lo tienen ustedes. Al menos, otra vez se lo pedí y me lo dieron.
- ¿El número de registro nacional?
- Ése. Sí.
- Bueno, es información personal. Comprenda que no se lo pueda dar por teléfono, lo tendrá que pedir por correo electrónico, por lo menos, aunque lo más fácil sería que se pasara por aquí y lo solicitara personalmente.
- ¿No me lo pueden dar por teléfono, ahora mismo?
- No, no, eso es imposible.
- Bueno, pues les envío ahora mismo un correo electrónico ¿Cuándo creen que me podrán contestar?
- Bueeeeno, si lo envía ahora mismo, yo creo que para mañana por la tarde ya lo debería tener.
- Ah, vale, entonces está bien.
Les envié el correo electrónico, en la confianza de que la eficaz autoridad comunal de Uccle resolvería sin problema alguno mis cuitas.
Ay, alma de cántaro...
viernes, 4 de abril de 2014
Mis problemas con el municipio (I)
Como ha debido quedar claro en las entradas anteriores, soy residente no exactamente en Bruselas, sino en Uccle, que forma parte de la región de Bruselas, pero no es Bruselas. No sé si me explico.
La organización territorial belga no es muy complicada. Hay tres regiones: Valonia, donde no quieren saber nada del flamenco ni de Flandes; Flandes, donde no quieren saber nada de Valonia ni del francés; y Bruselas, que es un monstruo especial donde ambas lenguas son oficiales, aunque geográficamente se encuentra más bien en Flandes.
Bruselas es una región compuesta por unos veinte municipios, que, a diferencia de los municipios españoles a los que estamos acostumbrados, sólo tienen casco urbano, nada de término, digamos, rural. Obviamente, no hay separación alguna entre ellos: acaba el casco urbano de uno, e inmediatamente, sin solución de continuidad, comienza el otro. Y claro, uno se queda con impresión de que Bruselas es una ciudad bastante grande poblada por el millón largo de habitantes que componen la población de los diecinueve municipios de la región.
El municipio más importante de la región se llama, también, Bruselas, ocupa más o menos el centro de Bruselas-región, con algunas "pedanías" algo excéntricas, y es el más poblado con su más o menos cuarto de millón de habitantes. Así que, según se mire, Bruselas es una ciudad medianeja con su término municipal estricto, o una urbe de población considerable, si tomamos toda la región y el hecho de que, aunque administrativamente sean municipios diferentes (y cada cual tiene su "centro urbano"), en realidad no deja de ser una enorme masa urbana.
Los primeros meses, en tanto esperaba al resto de la familia, estuve viviendo en Bruselas "strictu sensu". Al llegar toda la tropa, nos mudamos a Uccle, que, la verdad, no deja de ser un pueblo. Uno puede pensar que no debería haber mucha diferencia entre ciudad y pueblo en una conurbación semejante, y los primeros dos meses, viviendo en una zona residencial, tampoco es que lo notara demasiado, hasta que llegó el momento fatal de hacer trámites con la administración municipal y, por tanto, de dirigirme a la "maison communale", o sea, lo que en francés de Francia se llama "hôtel de ville", en valenciano "casa de la vila", y en castellano "ayuntamiento" o, si te pones muy fino, "casa consistorial". Ahí ya empecé a notar que efectivamente en Bruselas-región hay distintas ciudades, cada una de ellas con su centro histórico, con su iglesia principal, con su ayuntamiento y con unas cuantas calles estrechas que le dan su personalidad y que no tienen mucho que ver con los sucesivos ensanches que han terminado por comerse el terreno que hubo en su día entre los diferentes municipios y por crear la masa informe que es, hoy, la región de Bruselas.
Esta multiplicidad de administraciones y de abnegados funcionarios al servicio del administrado debería redundar en una enorme satisfacción del mismo y en un servicio sin mácula, nulos retrasos y exactitud minuciosa. Mi experiencia, sin embargo, va más por otro camino. A lo largo de las próximas entradas voy a intentar relatarla, en el convencimiento de que todos los funcionarios que trabajan en Uccle no sólo han leído a Kafka, sino que "El castillo" es su manual de procedimiento.
La organización territorial belga no es muy complicada. Hay tres regiones: Valonia, donde no quieren saber nada del flamenco ni de Flandes; Flandes, donde no quieren saber nada de Valonia ni del francés; y Bruselas, que es un monstruo especial donde ambas lenguas son oficiales, aunque geográficamente se encuentra más bien en Flandes.
Bruselas es una región compuesta por unos veinte municipios, que, a diferencia de los municipios españoles a los que estamos acostumbrados, sólo tienen casco urbano, nada de término, digamos, rural. Obviamente, no hay separación alguna entre ellos: acaba el casco urbano de uno, e inmediatamente, sin solución de continuidad, comienza el otro. Y claro, uno se queda con impresión de que Bruselas es una ciudad bastante grande poblada por el millón largo de habitantes que componen la población de los diecinueve municipios de la región.
El municipio más importante de la región se llama, también, Bruselas, ocupa más o menos el centro de Bruselas-región, con algunas "pedanías" algo excéntricas, y es el más poblado con su más o menos cuarto de millón de habitantes. Así que, según se mire, Bruselas es una ciudad medianeja con su término municipal estricto, o una urbe de población considerable, si tomamos toda la región y el hecho de que, aunque administrativamente sean municipios diferentes (y cada cual tiene su "centro urbano"), en realidad no deja de ser una enorme masa urbana.
Los primeros meses, en tanto esperaba al resto de la familia, estuve viviendo en Bruselas "strictu sensu". Al llegar toda la tropa, nos mudamos a Uccle, que, la verdad, no deja de ser un pueblo. Uno puede pensar que no debería haber mucha diferencia entre ciudad y pueblo en una conurbación semejante, y los primeros dos meses, viviendo en una zona residencial, tampoco es que lo notara demasiado, hasta que llegó el momento fatal de hacer trámites con la administración municipal y, por tanto, de dirigirme a la "maison communale", o sea, lo que en francés de Francia se llama "hôtel de ville", en valenciano "casa de la vila", y en castellano "ayuntamiento" o, si te pones muy fino, "casa consistorial". Ahí ya empecé a notar que efectivamente en Bruselas-región hay distintas ciudades, cada una de ellas con su centro histórico, con su iglesia principal, con su ayuntamiento y con unas cuantas calles estrechas que le dan su personalidad y que no tienen mucho que ver con los sucesivos ensanches que han terminado por comerse el terreno que hubo en su día entre los diferentes municipios y por crear la masa informe que es, hoy, la región de Bruselas.
Esta multiplicidad de administraciones y de abnegados funcionarios al servicio del administrado debería redundar en una enorme satisfacción del mismo y en un servicio sin mácula, nulos retrasos y exactitud minuciosa. Mi experiencia, sin embargo, va más por otro camino. A lo largo de las próximas entradas voy a intentar relatarla, en el convencimiento de que todos los funcionarios que trabajan en Uccle no sólo han leído a Kafka, sino que "El castillo" es su manual de procedimiento.
miércoles, 2 de abril de 2014
¿De dónde era Jruschov?
En la última entrada sobre Crimea, Inmi hace un comentario que me llama a una reflexión un poco más en profundidad sobre los orígenes de la persona que, en cierta medida, ha causado todo el pandemonium que se está montando en Ucrania, es decir, del antiguo secretario general del PCUS Nikita Jruschov.
Inmi dice, y dice bien, que Jruschov procedía de Kursk, y que, puesto que Kursk era (y sigue siendo) Rusia, entonces Jruschov es ruso.
Incluso podemos añadir algún dato más, que además es bastante relevante en la mentalidad eslava, y es que Jruschov era, además, étnicamente ruso. En España (menos en una parte muy concreta que quedó por romanizar suficientemente), eso de las etnias nos suena a chino, porque lo nuestro ha ido mezclarnos con todo quisqui que estuviera por la tarea, pero, al este del Rin y del Danubio, eso de la raza tiene su importancia.
Sin embargo, yo creo que Jruschov se puede considerar más ucraniano de lo que parece. De momento, es verdad que nació en la región de Kursk, en una aldea pegada al gobierno de Malorossiya (Ucrania, en lenguaje zarista), aunque del otro lado de la frontera, pero el hombre realmente se fue con catorce años a trabajar al Donbass (que sí es Ucrania, aunque, al paso que vamos, ya veremos por cuánto tiempo), que es donde había trabajo, y allí fue donde hizo su vida, donde ingreso en el Partido, donde luego fue secretario general del Partido comunista Ucraniano, donde purgó a casi todo bicho viviente, y de donde luego ya pasó a Moscú a desempeñar más altos destinos. Desde el punto de vista de los jerifaltes soviéticos de entonces, Jruschov era el secretario general del Partido comunista Ucraniano y, por tanto, ucraniano él mismo.
Desde el punto de vista de los ucranianos, evidentemente Jruschov es una de esas personas de las que es difícil estar demasiado orgulloso. Es el responsable directo de varias decenas de miles de asesinatos, muchos de ellos cerca de Moscú, cuando desempeñó un cargo de responsabilidad allí, que "ejecutó" con celo bastante concienzudo, y no pocos en Ucrania, cuando llegó a tal punto la velocidad de desaparición física de miembros del comité central del Partido, que los nombramientos no conseguían mantener semejante ritmo y se llegó al caso de no haber "quórum" suficiente para reunirse. En este sentido, el de ser una persona de la que nadie quiere ser compatriota, me recuerda a cierto general polaco (o no) que fue protagonista de un par de entradas (aquí y aquí).
Pero los hechos son tozudos. Decía Jordi Pujol, ex-presidente catalán, para justificar su campaña de propaganda "Sóm 6 millons", que "catalán es todo aquél que vive y trabaja en Cataluña". Siguiendo ese criterio, habrá que concluir que Jruschov, al menos en buena parte de su vida, sólo podía ser ucraniano, frente a un concepto que fija tu identidad irrevocablemente al lugar en el que hubieras nacido o, como mucho, al de origen de tus padres.
Y yo incluso diría que tiene más mérito elegir ser algo que serlo por no poder ser otra cosa ¿Qué era Carlos I de España y V de Alemania? Nació en Gante, su padre era alemán, a su madre casi ni la vio, y su lengua materna era el francés; sin embargo, eligió ser español, apredió español tarde, pero muy bien, y vino a morir y ser enterrado a España. Y en este caso es un orgullo.
Claro que el problema es que de esta manera también te salen compatriotas menos deseables. Desde el criterio del origen, Eduardo Zaplana sólo podría ser murciano cartagenero, pero todo el mundo piensa que es valenciano, porque primero fue alcalde de Benidorm y luego presidente valenciano, así que sólo puede ser valenciano, aunque no hable el valenciano, sino más bien lo destroce cuando se atreve a usarlo, y encima sea socio del Real Madrid. Qué le vamos a hacer.
Me temo, Inmi, que con Jruschov pasa lo mismo. Qué le vamos a hacer. :-)
Inmi dice, y dice bien, que Jruschov procedía de Kursk, y que, puesto que Kursk era (y sigue siendo) Rusia, entonces Jruschov es ruso.
Incluso podemos añadir algún dato más, que además es bastante relevante en la mentalidad eslava, y es que Jruschov era, además, étnicamente ruso. En España (menos en una parte muy concreta que quedó por romanizar suficientemente), eso de las etnias nos suena a chino, porque lo nuestro ha ido mezclarnos con todo quisqui que estuviera por la tarea, pero, al este del Rin y del Danubio, eso de la raza tiene su importancia.
Sin embargo, yo creo que Jruschov se puede considerar más ucraniano de lo que parece. De momento, es verdad que nació en la región de Kursk, en una aldea pegada al gobierno de Malorossiya (Ucrania, en lenguaje zarista), aunque del otro lado de la frontera, pero el hombre realmente se fue con catorce años a trabajar al Donbass (que sí es Ucrania, aunque, al paso que vamos, ya veremos por cuánto tiempo), que es donde había trabajo, y allí fue donde hizo su vida, donde ingreso en el Partido, donde luego fue secretario general del Partido comunista Ucraniano, donde purgó a casi todo bicho viviente, y de donde luego ya pasó a Moscú a desempeñar más altos destinos. Desde el punto de vista de los jerifaltes soviéticos de entonces, Jruschov era el secretario general del Partido comunista Ucraniano y, por tanto, ucraniano él mismo.
Desde el punto de vista de los ucranianos, evidentemente Jruschov es una de esas personas de las que es difícil estar demasiado orgulloso. Es el responsable directo de varias decenas de miles de asesinatos, muchos de ellos cerca de Moscú, cuando desempeñó un cargo de responsabilidad allí, que "ejecutó" con celo bastante concienzudo, y no pocos en Ucrania, cuando llegó a tal punto la velocidad de desaparición física de miembros del comité central del Partido, que los nombramientos no conseguían mantener semejante ritmo y se llegó al caso de no haber "quórum" suficiente para reunirse. En este sentido, el de ser una persona de la que nadie quiere ser compatriota, me recuerda a cierto general polaco (o no) que fue protagonista de un par de entradas (aquí y aquí).
Pero los hechos son tozudos. Decía Jordi Pujol, ex-presidente catalán, para justificar su campaña de propaganda "Sóm 6 millons", que "catalán es todo aquél que vive y trabaja en Cataluña". Siguiendo ese criterio, habrá que concluir que Jruschov, al menos en buena parte de su vida, sólo podía ser ucraniano, frente a un concepto que fija tu identidad irrevocablemente al lugar en el que hubieras nacido o, como mucho, al de origen de tus padres.
Y yo incluso diría que tiene más mérito elegir ser algo que serlo por no poder ser otra cosa ¿Qué era Carlos I de España y V de Alemania? Nació en Gante, su padre era alemán, a su madre casi ni la vio, y su lengua materna era el francés; sin embargo, eligió ser español, apredió español tarde, pero muy bien, y vino a morir y ser enterrado a España. Y en este caso es un orgullo.
Claro que el problema es que de esta manera también te salen compatriotas menos deseables. Desde el criterio del origen, Eduardo Zaplana sólo podría ser murciano cartagenero, pero todo el mundo piensa que es valenciano, porque primero fue alcalde de Benidorm y luego presidente valenciano, así que sólo puede ser valenciano, aunque no hable el valenciano, sino más bien lo destroce cuando se atreve a usarlo, y encima sea socio del Real Madrid. Qué le vamos a hacer.
Me temo, Inmi, que con Jruschov pasa lo mismo. Qué le vamos a hacer. :-)