lunes, 31 de marzo de 2014

Contaminación

Con eso del invierno tan benigno que hemos tenido, y como ha llovido muy poco, dicen que los niveles de contaminación están por las nubes en Europa Occidental. En París han implantado, por lo que dicen, un sistema por el que ruedan en días alternos los coches con matrícula par o impar, y en Bruselas, aquí mismito, se lo están pensando, porque aquí también la contaminación parece que está desbocada.

A todo esto, nos hemos hecho con un medidor bastante correcto: el coche.

En dos meses y pico que lo tenemos, aparcado en la calle, es verdad que ha pillado algo de polvo, pero, en general, está impecable.

En cambio, en Moscú, el coche lo teníamos en un garaje bien resguardado. Si lo dejábamos aparcado a la intemperie, no ya dos meses, sino dos días, pillaba un dedo de polvo, o lo que fuera que acabara posándose sobre la carrocería, y había que lavarlo cada dos por tres.

Sin embargo, en todo el tiempo que pasamos allí, jamás oí que los niveles de contaminación pasaran de un nivel ni medio preocupante. Jamás.

Bueno, una vez. En dos entradas. El resto del tiempo, todo iba bien.

miércoles, 26 de marzo de 2014

Policías

La policía, en Bélgica, es un elemento presente casi en cualquier sitio. Con tanta cumbre y tanto jerifalte de todo el mundo pasando por aquí cada dos por tres, es natural que sea un cuerpo necesario y tampoco es extraño que las autoridades quieran atar corto a los presuntos maleantes que vivimos por aquí y que a saber qué aviesas intenciones tenemos. Vamos, eso es lo que opinan los cuerpos de seguridad de cualquier sitio, sean de Bruselas, Moscú o Matalascañas.

En Moscú, cuando un policía se te dirigía, era señal inequívoca de que tenías un problema. Un policía en Moscú, con todas las excepciones que se quiera (alguna habrá, digo yo), es un ser corrupto cuyas intenciones para con el administrado son, como poco, la de hacerle pasar un mal rato para que, ante la perspectiva de lo que le amenaza, el administrado en cuestión haga gala de generosidad y todos queden contentos. En estas circunstancias, un policía en Moscú se concentra allí donde puede sacar pasta, que es en la calle, y no se mete a hacer visitas a los ciudadanos. Si lo hiciera, iba a provocar más de un infarto.

En Bruselas, no.

En Bruselas, los policías parece que se creen que no son una casta temida, sino unos más de la población, con funciones de guardar el orden y ser amiguetes de los ciudadanos. Vamos, lo que siempre habían sido las funciones de policía, pero que, cuando uno está habituado a policías como los de Moscú, como que espera gente hosca y hostil.

Recién mudados a nuestra casa, y no habrían pasado ni tres días desde entonces, un pacífico viernes por la tarde, estaba yo en casa abriendo cajas y sacando cachivaches, cuando sonó el timbre. Con tan poco tiempo por allí, no sabíamos quién podría ser. Acaso el vecino, que quería saludar y conocernos.

No estaba solo. Alfina estaba en el trabajo, pero Abi, Ro y Ame estaban allí vagueando por el salón. Ame, muy solícito, se dispuso a ver quién era, y miró por la ventana.

- ¡¡¡Papá!!!
- ¿Qué pasa?
- ¡Hay un coche de policía aparcado delante de casa, y un policía está llamando a la puerta!

Abi y Ro, que estaban tiradas en el sofá, se levantaron para evitar líos y se fueron corriendo a su habitación.

- ¿Un policía?
- ¡¡¡Sí!!! ¿Qué nos va a pasar?

El pobre niño estaba realmente asustado.

- No sé. Vamos a abrir la puerta.

Ame no quiso saber qué podía querer un policía, y se puso detrás de mí, por si acaso. Yo abrí la puerta, y me encontré con un señor de mediana edad, de aspecto formido, alto y con el mejor debía ser que no midiera mis fuerzas. Lejos, muy lejos, de los tripones sebosos que componen el común de la policía (antes milicia) de Moscú, que evidentemente no pasan hambre ni sed ni privación alguna.

- Buenas tardes - me dijo muy amable - ¿El señor von Buchweizen?
- Sí, soy yo.

Ame se apretó contra mi espalda. Poco menos que podía oír cómo le latía el corazón.

- Soy el policía del barrio. Ya veo que ha puesto su nombre en el timbre de la puerta.
- Ah, si, acabamos de mudarnos.
- He venido a presentarme y tengo que hacerle algunas preguntas.
- Pase, pase, pero disculpe el aspecto de la casa. Aún estamos abriendo cajas.

El policía pasó al interior. Ame, por si acaso, se fue a su habitación.

- He venido a comprobar los datos de su inscripción en el municipio. En Uccle, hay veintinueve distritos, y yo soy el policía encargado del suyo. Tengo otros veintiocho compañeros, y cada uno se encarga de un barrio.
- Anda...
- Y me llamo Johnny Van Cauter - y me alargó un papel impreso -. Éste soy yo - su foto estaba en la primera página - y éste es mi número de teléfono móvil, por si sucede algo. Es un barrio muy tranquilo, pero puede llamar cuando tenga algún problema.
- Gracias.

Como toda la conversación estaba siendo en francés, los niños no podían saber lo que estaba pasando y seguían pensando que yo había cometido algún delito gordo y que igual me llevaban a la cárcel. Desde luego, si un policía en Moscú llega a llamar a mi puerta, igual el que hubiera salido corriendo a la habitación hubiera sido yo.

El señor Van Cauter sacó un formulario, me preguntó por quiénes vivían en la casa, por quiénes eran los dueños, desde cuándo vivíamos allí, se ofreció para lo que fuera, nos dijo que había cuatro o cinco españoles más en el barrio (aún no los hemos visto), y se despidió muy amablemente.

Sólo entonces, los niños asomaron por la puerta y se atrevieron a preguntar qué quería el policía y si yo estaba bien.

A veces me pregunto si no han pasado demasiado tiempo en Rusia...

miércoles, 19 de marzo de 2014

Crimea

Estos días, todo rusófilo tiene que estar viviendo una situación bastante esquizofrénica con el embrollo éste que se está montado en Crimea. Como ya quedó dicho, y con todas las excepciones que se quiera, que tampoco son tantas, los rusófilos no viven en Rusia, lo cual, ahora que lo pienso, me permitiría entrar en la categoría, que hasta el momento me estaba vedada. Además, los rusófilos, en su inmensa mayoría, son de izquierdas. Eso ya quedó razonablemente claro en su día.

Con el asuntillo de Crimea, lo que está pasando es simplemente mareante. Leyendo la prensa occidental, uno no sabe muy bien con qué carta quedarse, porque hay opiniones para todos los gustos. A diferencia de la última vez que Rusia sacó los tanques, en agosto de 2008, cuando ocupó Osetia del Sur y Abjasia, esta vez la prensa parece mucho mejor documentada y no se queda en lo que ha pasado en los ultimos tres meses, sino que echa un ojillo a la historia más o menos reciente. Y así, todos sabemos que Crimea, si nos ponemos chulos, la puede reclamar media docena de países, incluyendo a Grecia, Turquía, la propia Ucrania, Rusia mismamente y, si nos ponemos irredentistas, también la podrían reclamar Polonia, Bielorrusia y, ya puestos a desbarrar, hasta Lituania o Italia misma.

Una cosa buena es que, entretanto, todo el mundo sabe que Crimea pertenece (bueno, pertenecía) a Ucrania por un capricho de Nikita Jrushiov, ucraniano él mismo, que en 1954, al cumplirse el tricentenario de la anexión de Ucrania Oriental a Rusia (la occidental es otra cosa), decidió celebrarlo haciendo un regalito de Rusia a Ucrania: Crimea ¿Había pertenecido alguna vez Crimea a Ucrania? Jamás de los jamases. Crimea fue conquistada para Rusia por Catalina II hacia el final del siglo XVIII y, si en San Petersburgo existe un palacio de Táurida y unos jardines de Táurida, es precisamente para conmemorar este hecho, porque, y esto parece menos documentado en prensa, la Táuride es Crimea en idioma clásico.

Antes de eso, y desde cosa del siglo XV, Crimea era básicamente un nido de bandoleros bastante poco recomendables, porque tal cosa era el Janato de Crimea, uno de los estados escindidos de la Horda de Oro, liderado por unos tártaros bastante levantiscos (en Rusia, tártaro es cualquier cosa que venga de un país pagano y nos haya jorobado en la Edad Media: caben mongoles, persas, tártaros propiamente dichos y otros pueblos raros) que se pasaron varios siglos hostigando a los rusos, que estaban bastante hartitos de la situación. El Janato de Crimea era nominalmente vasallo del la Sublime Puerta, pero el sultán no creo que se lo creyera demasiado. Para encontrar algo parecido a un ucraniano en Crimea hay que remontarse al siglo X, y ese ucraniano lo es con muchas comillas y es nada menos que San Vladimiro, que se convirtió al cristianismo allí mismo, en un episodio que creo haber repetido en alguna ocasión tal y como lo relatan los cronicones medievales rusos y que es para desternillarse de risa.

En resumidas cuentas, no es ninguna novedad que Crimea sea un lugar disputado, por el que ha habido tortas desde hace milenios, y que no acaba de situarse en ningún país sin que otro levante la mano y diga que a él también le gusta.

Digo yo, entonces, que un rusófilo izquierdista de pata negra debe estar confuso con el jaleo que se está montando, porque, visto de una manera, lo que pasa es que una potencia indudablemente imperialista, con una importante base militar en el territorio, ha enviado a un mogollón de soldados so pretexto de proteger a una parte de la población, y en cuestión de días las autoridades títeres que se han impuesto han convocado un referéndum, que han ganado por una goleada sonrojante, y la potencia ocupante ha aceptado de mil amores la solicitud de adhesión de la región ocupada. Hasta aquí, la descripción de lo sucedido supera lo que pasó en Irak, porque, hasta el día de hoy, Irak sigue teniendo las mismas fronteras que antes y no se lo ha tragado nadie. Vamos, que el izquierdista debería rugir contra el imperialismo rampante de la potencia ocupante, y proteger el derecho del país más pequeño.

Sin embargo, resulta que los Estados Unidos y la Unión Europea se oponen al asunto. Más los primeros, encima, y resulta que, para un rusófilo izquierdista fetén, todo lo que hagan los Estados Unidos es malo por definición, aunque lo haga Obama. Por tanto, tocaría apoyar a la potencia invasora, por muy imperialista que sea. Y, además, aunque sea muy de derechas, porque en algún sitio ya he dejado dicho que todos los partidos políticos rusos con cierta representación, pero todos, en cualquier lugar de occidente serían considerados de extrema derecha, incluidos los comunistas.

Me he tomado la molestia de indagar un poco por los medios de izquierdas (suelo preferir "Público"), y la verdad es que lo que he visto allí es bastante confuso. Frente a la habitual división en muy buenos y muy malos, que deja las cosas clarísimas, en este tema encuentro comentarios confusos y para todos los gustos, desde el rusófilo izquierdoso al que le puede más su parte rusófila, y aplaude la anexión, hasta el izquierdista que no perdona a Putin sus posturitas supuestamente homófobas, y está en contra de ese régimen fascista, pasando por el independentista catalán que aprovecha el referéndum para trazar paralelismos y asegurar que la libertad de Cataluña está más cercana. Un lío, vamos. Supongo que a los izquierdistas les desorienta mucho que la Iglesia no haya dicho ni mu en este asunto y, por tanto, no puedan echarle la culpa ni sostener la opinión contraria, sea la que sea.

Para colmo, los chicos que están ahora en el poder en Kíev tampoco es que sean mucho de izquierdas, y hasta he oído a algún tipo con vestidura paramilitar, en las cuatro palabras de ucraniano que más o menos pillo, que tira para atrás de nacionalista violento, muuuuy de extrema derecha. Parece mentira que todos estos chicos, hace tan poco como treinta años, estuvieran cantando loas al internacionalismo y a la hermandad de los pueblos. Toma internacionalismo y toma hermandad.

A todo esto, mucho burlarme de los rusófilos de izquierdas, pero quizá debería escribir cómo se toma esta situación la quinta columna rusófila que tengo en casa y, en particular, nuetra putinista de cabecera, Ro.

Pero eso lo dejo para la próxima entrada, porque hoy se hace tarde.

viernes, 14 de marzo de 2014

Liturgia comparada: Galia Belgica (III)

Después de las dos experiencias en Bruselas, referidas anteriormente, con las misas en español, decidí aparcarlas por un tiempo y oír misa en francés, con la esperanza de que lo que había vivido hasta entonces fuera un fenómeno circunscrito a los restos de la teología de la liberación "latinoamericana" que debían estar replegándose y habían escogido Bruselas para esconderse a la espera de dar su próximo golpe. Como lo más normal era empezar por lo más próximo, comencé a asistir a la iglesia más cercana a mi casa, una parroquia muy cercana a la Grand Place en una iglesia antigua, pequeña y muy agradable a la vista.

Por mi parte, yo he asistido a misa en muchos sitios y he visto cosas muy diferentes, así que mi capacidad de sorpresa es bastante limitada. Sin embargo, el año pasado conté con la visita de Juan y Pedro, que no han ido a misa más allá de España y, por consiguiente, conservan toda su capacidad de sorpresa, además que de francés no entienden de la misa la media y, en este caso concreto, ni siquiera eso. Un buen domingo por la tarde, pues señor, nos plantamos en el templo.

La feligresía era escasa. Durante los varios meses que me pude considerar feligrés de esa parroquia, asistí a misas en diferentes horarios y ya me pude dar cuenta de parte del percal. En las misas de los domingos por la mañana, ocasionalmente se veía algún turista y hasta algún mochilero, que no pasan por ser gente especialmente devota, pero claro, habrá de todo, y hay que decir que, para ser turista, la localización del templo era inmejorable. Sin embargo, los feligreses pata negra eran un poco peculiares. Así como en España uno ve una mayoría de ancianos vestidos de ancianos, es decir, señoras razonablemente bien vestidas y señores de traje con aspecto de los jubilados que son, en Bruselas parece que eso es un poco diferente. Había señoras, sí, de pelo cano y corto, pero iban vestidas con pantalones y, en algunos casos, debo confesar que no tenía yo muy claro si eran hombres o mujeres.

Y había un coro. En otras ocasiones pude comprobar que una de las misas era amenizada por los jóvenes, pero, el día que más, eran cuatro, lo cual ya justifica utilizar el plural, ciertamente. La verdad es que tocaban bien y cantaban mejor, pero muchos no eran. Por lo demás, el coro eran las cuatro primeras filas, de gente no tan joven, sino más bien talludita, que no cantaban mal del todo, pero lo contrario también les pillaba lejos. Había una mujer que los dirigía y que, revestida con un alba, se colocaba junto al ambón para hacerles signos. Raro, raro...

A decir verdad, el resto era razonablemente digno, visto lo visto. Los sacerdotes estaban bien formados y no decían ninguna barbaridad como la de sus colegas latinos que atendían a la desatendidas comunidad hispanohablante (¿o será ya latinohablante?), sino que explicaban las cosas bien. Vale.

Llegó la hora de la consagración y allí, como de costumbre, apenas se arrodilló nadie, pero esta vez hubo un par de excepciones. Dos negras que oían misa con más devoción que la mayoría de los indígenas dieron la vuelta a la silla sobre la que se habían estado sentando, que ya digo que era muy baja, y se arrodillaron sobre el asiento. Con lo cual ya entendí por qué las sillas eran tan bajas: para que la gente se arrodillara (cuando la gente, todavía, se arrodillaba). En los tiempos que corren, y visto que ciertos preceptos han caído en desuso, el día menos pensado las reemplazarán por sillas más cómodas, quizá compradas en Ikea. Total, al paso que vamos, es posible que no falte mucho para jubilar la mayor parte de las sillas, sin que eso signifique, lamentablemente, que haya gente que se quede de pie.

Y sí que llama la atención que, de los fieles y de los sacerdotes, bastantes son del Congo, y además suelen ser de los más devotos. Dicen que los belgas hicieron bastantes burradas por allí, pero alguna cosa buena sí que debieron hacer igualmente.

Lo de la comunión ya era otra cosa: ni por ésas. Comunión bajo las dos especies, en la mano, y el propio comulgante que entinte, a riesgo de que pase cualquier desgracia. Rebelión frente a Roma, o acaso hay alguna instrucción o bula de la que yo no me he enterado, porque esto ya pasa de castaño oscuro.

Juan y Pedro, que no pillaban una ni media, decidieron hacer lo que hacía todo el mundo, o al menos la mayoría de la gente, con lo cual no se arrodillaron en la consagración y no comulgaron, supongo que por si acaso. A la salida, dejamos pasar a la gente, según costumbre, y Juan y Pedro vieron que el sacerdote no se iba hacia la sacristía, como hubiera hecho cualquier sacerdote en España, sino que se iba hacia la puerta de salida.

- ¿A dónde va?

- Ah, ahora veréis.

Y el sacerdote se plantó junto a la salida e iba dando la mano a todos los que iban saliendo del templo, y también a nosotros, por supuesto.

- ¿Esto es normal? - me preguntaron mis amigos.

- Lo hacen todos.

Y no me parece mal. Dicen los historiadores de la Iglesia que el Concilio de Trento alejó a los sacerdotes de los seglares y que les hizo más distantes, como de un nivel diferente; puede que tal fuera el resultado, pero no creo que fuera la intención, así que, si los sacerdotes se acercan a su rebaño y les saludan uno a uno, buena cosa es. También lo he visto en Francia y en Alemania, pero no en España, y no creo que fuera mala cosa introducir esa costumbre.

Pero otras cosas no. Porque la experiencia litúrgica que estoy teniendo en Bélgica está siendo muy decepcionante, y lo peor es que los resultados son más que visibles y deberían hacer recapacitar a quienes han trivializado la liturgia hasta extremos tan terrenales que resulta difícil adivinar a Dios entre actitudes tan poco próximas a lo sagrado. Las iglesias están más vacías que llenas, y eso que se ha reducido el número de misas, y aun los fieles que continúan yendo a misa lo hacen, en más de una ocasión, con actitudes no muy devotas.

Sobre la iglesia en Bélgica ya escribí en una ocasión, y seguramente seguiré haciéndolo. Me queda claro que no ha llegado a su punto más bajo y que costará muchísimo enderezarla, así se empezara ahora mismo con la tarea, para lo cual tendría que sacudirse de inmediato los complejos que tiene.

En cuanto a Juan, Pedro y un servidor, dirigimos nuestros pasos pecadores a un lugar que resultó ser, posiblemente, más pecador que nosotros, pero ésa es otra historia, y ya se contó en su día.

domingo, 9 de marzo de 2014

8 de marzo

Como casi todos los lectores de esta bitácora saben, uno de los principales motivos, si no el principal, de largarme de Rusia fue no tener que aguantar el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, que en Rusia es un fenomenal derroche de hipocresía mezclada con unas cantidades de almíbar endulzado que, francamente, no puedo aguantar.

Para mi desgracia, en estos tiempos de corrección política y de locura colectiva, la susodicha celebración, que debería estar proscrita en los países civilizados, ya campa por sus respetos incluso fuera de la antigua URSS. Todavía no es festivo, a Dios gracias, pero se las trae y amenaza con alcanzar los niveles de hipocresía y almíbar que ya se han alcanzado en Rusia. Y Bélgica, por lo que parece, que es precisamente sede de miríadas de organizaciones internacionales políticamente correctas, es uno de los países donde las cosas se están poniendo peor. Y, a todo esto, ya la fiesta comienza a perder su significado: se supone que era el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. ¿Trabajadora? ¡Quia! Esto va a acabar siendo el Día de la Ideología de Género, y a no tardar. Y los relamidos que aparecen este día ya empiezan a hablar y no parar de lo mal que lo pasan las mujeres, del maltrato y de qué injusta es la vida. La leche en bote ¿No iba esto de eliminar la discriminación laboral?

El maltrato está mal, y punto. Al que maltrate, se le castiga con las leyes en vigor, que, hasta donde yo sé, nunca han permitido el maltrato, y con eso ya deberían ir las cosas encauzadas. Pero toda la peña se dedica a dar el coñazo con el asunto éste, hoy, ayer, y mañana seguirán. Que si Año Europeo del Maltrato y que si una de cada tres mujeres europeas han sido maltratadas a lo largo de su vida ¿Sólo? Pocas me parecen y seguro que, si lo piensan bien, hay bastantes más. Si nos ponemos así, los hombres lo pasamos peor, y yo mismo he sido maltratado y víctima de un par de palizas sin venir a cuento, al cruzarme con quien no debía a una hora poco recomendable; mi caso es bastante común, así que el hecho de que haya dos tercios de mujeres que no hayan sido maltratadas me parece un logro que, al paso que vamos, se va a desperdiciar. Recontra, es que hasta el cura, en la misa de hoy, ha dicho que "precisamente en el día de hoy" había que orar por las mujeres maltratadas ¿Y los demás días no?

Al menos, lo de las flores en Bélgica todavía no es una obligación. Comienzan a verse, pero no es algo masivo, aunque claramente vamos a peor.

En fin, lo mejor del día de hoy, 9 de marzo, es que todavía queda un año para que el sistema monte la siguiente movida ochomarzosa. Vamos a celebrar, hoy, que el 8 de marzo ya pasó.

martes, 4 de marzo de 2014

El cochecito (y II)

Viene de aquí.

Finalmente, el día indicado Alfina y yo fuimos al concesionario monopolista del fabricante de coches alemán que atiende por dos de las últimas letras del alfabeto, con la placa debajo del brazo. Ni nos recibió la rubia, ni el tipo de la otra vez, sino un tercero, que nos recibió con una sonrisa de oreja a oreja.

- ¡Les felicito! ¡Qué gran coche acaban de compran! ¡Qué maravilla! Bueno, antes de entregárselo vamos a arreglar algunas cosillas ¿Ven esto? - y nos enseñó una cartera negra con un libraco dentro - Son las instrucciones del vehículo. Metan aquí el permiso de circulación, y ya saben que una parte la deben dejar en casa, y la otra va dentro del coche. Ya saben, por si los ladrones...

El tipo se tiró no menos de diez minutos hablando de cosas del coche entrecaladas entre felicitaciones por nuestra buena fortuna por habernos hecho con un coche semejante y, visto lo que cuesta conseguir un coche, semejante o no, en Bélgica, y los más de tres meses que habían pasado desde que lo encargamos, ya merecíamos la felicitación, ya. Así y todo, me pareció demasiado relamido. A mí es que los comerciales tan artificialmente obsequiosos acaban por parecerme de poca confianza.

Después de seguir encomiando nuestra buena estrella un buen rato, y de explicarnos cosas de un interés relativo, incluyendo algún pinito en castellano, el comercial dijo:

- ¿Tienen alguna pregunta?

- Hombre, sí, que nos mandaron la placa de matrícula por correo, y sólo había una ¿Eso es normal?

- Ah, sí, lo hacen porque sólo una es la oficial ¿No tienen la otra?

- Pues no - "si te parece, voy a comprar una plancha de chapa y un martillo, a ver si le saco forma".

- No importa. Les vamos a hacer la segunda, y se lo haremos gratis, pero no lo vayan diciendo por ahí, que luego los demás clientes se enteran, comienzan a pedirnos placas y tenemos problemas con el jefe - y guiñó el ojo. Bueno, por lo menos intentaba tener gracia. Lo intentaba.

Luego sacó las llaves, nos las dio, y salimos de su pecera para pararnos delante de un coche tapado con una enorme tela. Delante de él, había un cartelito que rezaba: "Congratulations, Monsieur Von Buchweizen!!.

- Ahí lo tienen.

Y arrebató teatralmente la tela de un tirón. Tachán, tachán... ahí estaba el coche de marras, color gris topo. Hubiéramos elegido negro, pero, como lo queríamos "rápido", elegimos el que se supone que tenían en almacén, de manera que sólo tardaron cosa de tres meses en tenerlo. Voy empezando a creer que los belgas son los mejicanos de Europa: amabilísimos, sí, pero la palabra "ahorita" quiere decir otra cosa diferente a la que estamos acostumbrados.

El tipo, sin dejar de felicitarnos, nos dijo lo bien que iba todo, comenzó a trastear por el coche y nos explicó todo lo básico, y menos mal, porque el libro de instrucciones, que aún no he abierto, no sé si es para sólo para mí, o para todo el barrio. En fin, las cosas básicas tampoco eran tan complicada. Luego nos llevó a la zona de revisiones, donde otros tipos, tan relamidos como él, o quizá hasta más, se pusieron a nuestra disposición para todo lo que quisiéramos preguntar sobre revisiones técnicas y otras zarandajas.

Y ya nos fuimos con el trasto, y lo primero que hicimos, claro, fue echarle combustible, porque el depósito agonizaba. Justo al lado del concesionario había una gasolinera, con unos precios bastante superiores a cualquier otra, pero cualquiera se arriesgaba a ir mucho más lejos.

Ya en casa, lo aparcamos delante de la puerta, cosa que no ha vuelto a suceder siempre, por desgracia. Abi, Ame y Ro se acercaron entusiasmados.

- ¡Ya está! ¡Ya está!

- Síiiiiii...

- ¿Y cuál es?

- Ése que está aparcado ahí enfrente.

- Huy, parece un topo.

- Lo llamaremos el topomóvil.

- ¿Y en ruso?

- Krotomobil (Кротомобиль).

Bueno, pues ya no tenemos que ir mendigando coches al tipo del alquiler. Eso sí, el color no es nuestro favorito, pero bueno, si no te gusta, GéDeTe.