La policía, en Bélgica, es un elemento presente casi en cualquier sitio. Con tanta cumbre y tanto jerifalte de todo el mundo pasando por aquí cada dos por tres, es natural que sea un cuerpo necesario y tampoco es extraño que las autoridades quieran atar corto a los presuntos maleantes que vivimos por aquí y que a saber qué aviesas intenciones tenemos. Vamos, eso es lo que opinan los cuerpos de seguridad de cualquier sitio, sean de Bruselas, Moscú o Matalascañas.
En Moscú, cuando un policía se te dirigía, era señal inequívoca de que tenías un problema. Un policía en Moscú, con todas las excepciones que se quiera (alguna habrá, digo yo), es un ser corrupto cuyas intenciones para con el administrado son, como poco, la de hacerle pasar un mal rato para que, ante la perspectiva de lo que le amenaza, el administrado en cuestión haga gala de generosidad y todos queden contentos. En estas circunstancias, un policía en Moscú se concentra allí donde puede sacar pasta, que es en la calle, y no se mete a hacer visitas a los ciudadanos. Si lo hiciera, iba a provocar más de un infarto.
En Bruselas, no.
En Bruselas, los policías parece que se creen que no son una casta temida, sino unos más de la población, con funciones de guardar el orden y ser amiguetes de los ciudadanos. Vamos, lo que siempre habían sido las funciones de policía, pero que, cuando uno está habituado a policías como los de Moscú, como que espera gente hosca y hostil.
Recién mudados a nuestra casa, y no habrían pasado ni tres días desde entonces, un pacífico viernes por la tarde, estaba yo en casa abriendo cajas y sacando cachivaches, cuando sonó el timbre. Con tan poco tiempo por allí, no sabíamos quién podría ser. Acaso el vecino, que quería saludar y conocernos.
No estaba solo. Alfina estaba en el trabajo, pero Abi, Ro y Ame estaban allí vagueando por el salón. Ame, muy solícito, se dispuso a ver quién era, y miró por la ventana.
- ¡¡¡Papá!!!
- ¿Qué pasa?
- ¡Hay un coche de policía aparcado delante de casa, y un policía está llamando a la puerta!
Abi y Ro, que estaban tiradas en el sofá, se levantaron para evitar líos y se fueron corriendo a su habitación.
- ¿Un policía?
- ¡¡¡Sí!!! ¿Qué nos va a pasar?
El pobre niño estaba realmente asustado.
- No sé. Vamos a abrir la puerta.
Ame no quiso saber qué podía querer un policía, y se puso detrás de mí, por si acaso. Yo abrí la puerta, y me encontré con un señor de mediana edad, de aspecto formido, alto y con el mejor debía ser que no midiera mis fuerzas. Lejos, muy lejos, de los tripones sebosos que componen el común de la policía (antes milicia) de Moscú, que evidentemente no pasan hambre ni sed ni privación alguna.
- Buenas tardes - me dijo muy amable - ¿El señor von Buchweizen?
- Sí, soy yo.
Ame se apretó contra mi espalda. Poco menos que podía oír cómo le latía el corazón.
- Soy el policía del barrio. Ya veo que ha puesto su nombre en el timbre de la puerta.
- Ah, si, acabamos de mudarnos.
- He venido a presentarme y tengo que hacerle algunas preguntas.
- Pase, pase, pero disculpe el aspecto de la casa. Aún estamos abriendo cajas.
El policía pasó al interior. Ame, por si acaso, se fue a su habitación.
- He venido a comprobar los datos de su inscripción en el municipio. En Uccle, hay veintinueve distritos, y yo soy el policía encargado del suyo. Tengo otros veintiocho compañeros, y cada uno se encarga de un barrio.
- Anda...
- Y me llamo Johnny Van Cauter - y me alargó un papel impreso -. Éste soy yo - su foto estaba en la primera página - y éste es mi número de teléfono móvil, por si sucede algo. Es un barrio muy tranquilo, pero puede llamar cuando tenga algún problema.
- Gracias.
Como toda la conversación estaba siendo en francés, los niños no podían saber lo que estaba pasando y seguían pensando que yo había cometido algún delito gordo y que igual me llevaban a la cárcel. Desde luego, si un policía en Moscú llega a llamar a mi puerta, igual el que hubiera salido corriendo a la habitación hubiera sido yo.
El señor Van Cauter sacó un formulario, me preguntó por quiénes vivían en la casa, por quiénes eran los dueños, desde cuándo vivíamos allí, se ofreció para lo que fuera, nos dijo que había cuatro o cinco españoles más en el barrio (aún no los hemos visto), y se despidió muy amablemente.
Sólo entonces, los niños asomaron por la puerta y se atrevieron a preguntar qué quería el policía y si yo estaba bien.
A veces me pregunto si no han pasado demasiado tiempo en Rusia...
Puede ser que hayan pasado mucho tiempo en Rusia, pero dado que la conversación fue en frances y que su prole no se ha enterado de las bondades de la policía Belga, aprovechando que van camino de la adolescencia quizá pueda Vd. sacar partido a ese temor...
ResponderEliminarBabunita, ¡cierto! Al Hombre del Saco ya no le tienen el menor miedo, pero al policía lo han visto en persona (y qué persona).
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