En la Edad Media, los seguros agrarios no existían (hoy sí, pero no conozco a muchos agricultores que hagan uso de ellos). Cuando había una mala cosecha, los campesinos se veían obligados a pedir prestado y, si las malas cosechas se repetían, el campesino acababa por verse obligado a vender sus tierras y a trabajar para el señor. Y, si las cosas venían mal dadas, pues se quedaba adscrito a la tierra y no se le llamaba esclavo, que quedaba feo, pero sí siervo, que parece mucho más fino.
El problema de hoy es básicamente el mismo de la Edad Media, pero más grave, porque, así como en tiempos pasados nadie dudaba de que las deudas no molaban y convenían evitarlas, hoy nos machacan con que eso de ahorrar para conseguir tus deseos no mola, que hay que tenerlo todo ya, y que mira tu vecino lo bien que vive. La Economía lo avala todo eso con números, pero esos números no reflejan que lo que estás vendiendo a cambio de satisfacer esos deseos que te han convencido que tienes no es una cantidad tal de dinero, sino tu libertad, igualito igualito que el siervo medieval. La gente ha vendido su libertad por tener un piso con treinta metros cuadrados más de lo que podían permitirse, o, ya a lo grande, un país entero, el nuestro, ha perdido su libertad por, pongamos por caso, construir una autovía que llega hasta sitios en los que no vive casi nadie, y que no se me ofendan los habitanes de la zona. O por hacer unas aceras pistonudas a base de plan-E cuando ya no había con qué pagarlas.
Y es que la Macroeconomía, cuando su único objetivo es ir empujando el PIB hacia arriba, acaba siendo una huida hacia adelante, que consigue retrasar el desastre, pero que no lo va a evitar a largo plazo.
Y la deuda, sí, ésa que la Economía saluda como forma de financiación más barata, termina por acabar con la libertad, y una persona sin libertad no es una persona. Tanto que se habla de la prima de riesgo y esas zarandajas incomprensibles para el ciudadano medio, nos estaríamos riendo de todo esto si no tuviéramos deudas, como se ríen los rusos y los noruegos o los estonios. Tendríamos otras preocupaciones, y seguramente muy gordas, pero al menos dependeríamos más de nosotros que ahora mismo.
Esta manera he leído que ayer estuvieron debatiendo el cardenal Cañizares y el ex-presidente Zapatero, que por cierto en lo de hacer crecer la deuda pública es de lo más experto que hay en España. El cardenal resulta que ha dicho que el economicismo extremo está dispuesto a devorar al hombre. El cardenal es un señor bajito que parece poca cosa, es una orador muy mejorable y tiene una voz muy poco atractiva, pero esa frase que ha dicho es exactamente el meollo de la cuestión: la responsabilidad de la crisis no es tanto de la prima de riesgo, ni de los mercados, ni siquiera de Zapatero. Es por haber puesto la Economía y los valores económicos por encima de todas las cosas y de habernos transformados de personas que deberíamos ser en homines oeconomici que nos comportamos como nos dicen que tenemos que comportarnos, y encima nos dicen que tener eso o aquello nos dará más libertad. Ya.
Salir de esto no va a ser sencillo. Da de comer a mucha gente que no está dispuesta a tener demasiados hombres libres cerca. Por ejemplo, aún recuerdo cuando, tras estar ahorrando como un condenado, me compré un piso que podía pagar, no uno tres veces más grande. Pasé por mi caja de ahorros (hoy fusionada, nacionalizada y difunta de hecho) para comprar un cheque y pagar con él, y aún me estuvieron ofreciendo una hipoteca, a sabiendas de que no me hacía falta y explicándome las desgravaciones fiscales de las que me podría beneficiar. Porque ésa es otra: en España, por si había dudas, era más beneficioso fiscalmente comprar hipotecándose hasta las orejas que pagar a tocateja con lo que hubieras estado ahorrando los diez años anteriores.
Pero, como la Economía es así y tiende a huir hacia adelante, tenemos ejemplos como el doctor de hace dos entradas, que ve que el modelo liberal (tiene guasa que se llame "liberal") se agota y quiere extender a todo el mundo el esquema que nos ha esclavizado a los españoles, para que los pobres, además de serlo, tengan deudas, que ya se sabe que es la forma más barata de financiarse.
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
viernes, 29 de junio de 2012
jueves, 28 de junio de 2012
El precio de la libertad (II)
La Economía es una ciencia social que ha hecho todo lo posible para parecerse a las ciencias exactas, lo que ha logrado con un aparato matemático muy interesante (y que nos costó mucho aprobar a los que veníamos de letras), y dando como hechos una serie de axiomas que no necesariamente son verdad. Hay muchos, pero, de entre todo lo que he estudiado en la carrera, destacaría tres cosas:
El primero es que el objetivo de los individuos es consumir, y que el individuo consume porque le gusta. El individuo, en Economía, no tiene otro objetivo que consumir. El ocio, es verdad, también interviene como algo positivo.
El segundo es que, siendo el consumo el principal componente del PIB, y siendo el objetivo de las políticas macroeconómicas el crecimiento del PIB de manera incesante, se deduce que las políticas económicas deben fomentar el consumo, no el ahorro. Es más, el ahorro, que el sentido común nos dice que es algo loable, puede conducir al colapso en la bien conocida paradoja de la austeridad.
El problema es que el crecimiento eterno del PIB en un mundo de recursos finitos no es posible, salvo que seamos unos optimistas tecnológicos incurables. Nuestros recursos propios se acaban y perdemos nuestra capacidad de consumo y de empujar el PIB hacia arriba. Y entonces llega una tercera enseñanza, que viene no tanto del mundo de la Economía, como de la Adminstración de Empresas, en concreto de la financiación de inversiones:
Esa enseñanza consiste en que la financiación más barata es la que se obtiene con recursos ajenos, es decir, con créditos, mientras que las financiación con ampliación de capital o con reinversión de beneficios son en cada caso más caras. Matemática y monetariamente es indudable que es así, y sólo indirectamente la teoría de financiación de inversiones lanza una advertencia, llamada "apalancamiento", que lleva un riesgo en caso de variación del tipo de interés, pero, ojo, esa variación no tiene por qué ser negativa. Si es positiva, el inversor obtendrá un beneficio mayor cuanto más apalancado esté, o sea, cuanto más dinero haya pedido prestado. Y como el obetivo de la empresa es maximizar el beneficio...
Ahora, las conclusiones. Bueno, luego.
El primero es que el objetivo de los individuos es consumir, y que el individuo consume porque le gusta. El individuo, en Economía, no tiene otro objetivo que consumir. El ocio, es verdad, también interviene como algo positivo.
El segundo es que, siendo el consumo el principal componente del PIB, y siendo el objetivo de las políticas macroeconómicas el crecimiento del PIB de manera incesante, se deduce que las políticas económicas deben fomentar el consumo, no el ahorro. Es más, el ahorro, que el sentido común nos dice que es algo loable, puede conducir al colapso en la bien conocida paradoja de la austeridad.
El problema es que el crecimiento eterno del PIB en un mundo de recursos finitos no es posible, salvo que seamos unos optimistas tecnológicos incurables. Nuestros recursos propios se acaban y perdemos nuestra capacidad de consumo y de empujar el PIB hacia arriba. Y entonces llega una tercera enseñanza, que viene no tanto del mundo de la Economía, como de la Adminstración de Empresas, en concreto de la financiación de inversiones:
Esa enseñanza consiste en que la financiación más barata es la que se obtiene con recursos ajenos, es decir, con créditos, mientras que las financiación con ampliación de capital o con reinversión de beneficios son en cada caso más caras. Matemática y monetariamente es indudable que es así, y sólo indirectamente la teoría de financiación de inversiones lanza una advertencia, llamada "apalancamiento", que lleva un riesgo en caso de variación del tipo de interés, pero, ojo, esa variación no tiene por qué ser negativa. Si es positiva, el inversor obtendrá un beneficio mayor cuanto más apalancado esté, o sea, cuanto más dinero haya pedido prestado. Y como el obetivo de la empresa es maximizar el beneficio...
Ahora, las conclusiones. Bueno, luego.
lunes, 25 de junio de 2012
El precio de la libertad
Por razones de trabajo, pero en una conversación no directamente relacionada con el mismo, he tenido la ocasión de entrevistarme hace un par de horas con un economista español de paso por Moscú. El tal economista es del palo académico, pródigo en anglicismos, doctorado desde hace poco y, según palabras propias, desde hace siete años venía pronosticando la crisis y, al no hacerle caso nadie, se dedicó a buscar formas de salir de ella. En el siglo XVII diríamos que era un arbitrista.
Lo de que estuvo profetizando la crisis desde hace siete años es algo que nos podemos creer o no del todo. Yo, por muy economista en que me haya convertido, tiendo a tender un poco el gesto cuando oigo las palabras "ya lo decía yo", porque me suena de otras veces.
El arbitrio, o solución, que propone el doctor en Economía, o en Administración de Empresas, que eso no me ha quedado claro, consiste en reparar en que, de los 7.000 millones de habitantes que tiene el planeta, 5.000, que no está nada mal, ganan tan poco que las empresas no los han considerado hasta ahora como posibles clientes. Enlazando con los planes de microcréditos que de vez en cuando se ven por ahí, nuestro economista propone lo que llama "consumo compartido", porque entiende que, aunque individualmente esas personas no tienen capacidad de compra, en conjunto ("agregadamente" es el término técnico) sí que la tienen, lo cual ofrece un amplio campo a la expansión internacional de las empresas, a la vez que se termina con la pobreza en el mundo. El ejemplo que puso, aunque advirtiendo de que era algo burdo, consistía en un teléfono móvil, que podría ser compartido por varias personas, pagándose por el uso efectivo del mismo.
Oía hablar yo a este buen señor, sumamente pagado de sus ideas, y recordé un comentario que hizo Arkadi en una entrada.
Sobre la crisis se ha escrito un mundo, y lo que nos queda por leer. Ya sabemos todo lo que hay que saber sobre derivados financieros, burbujas inmobiliarias, sectores públicos hipertrofiados, estados de bienestar que no nos podemos permitir, deuda pública, deuda externa, políticos corruptos, cajas de ahorros politizadas, bonus insultantes, hipotecas impagables y todo tipo de zarandajas económicas. Hemos aprendido Economía en dos tardes, como Zapatero, y cada día sabemos más. Se dice, y con razón, que en cada hogar español hay un seleccionador nacional de fútbol; ahora, además, hay por lo menos un par de macroeconomistas, con la salvedad de que, así como cualquier se pondría mañana a decirle a la selección española de fútbol cómo tiene que jugar (se ve que no han hecho nada de importancia últimamente por falta de un buen entrenador), lo de dirigir la economía de un país asusta a más de uno. No es casualidad que los economistas nos hayamos preocupado de que nuestra ciencia esté en el arcano de los misterios y sea poco accesible al público en general, igual que hacemos los abogados. Se trata de protegerse del vulgo.
Si vamos un poco más allá, los más valientes dicen que lo que pasa es que tenemos una crisis de valores. Sin ir más lejos, el economista de esta mañana lo ha dicho con una adorable cara de convicción; eso sí: me ha sido imposible, hasta ahora, que alguien concrete algo y diga qué valores son ésos que están en crisis. En la tarjeta de visita del doctorado de esta mañana figuraba el nombre de la Universidad de Navarra, que, como es bien sabido, es de Opus Dei y se la supone católica hasta las trancas, pero tengo la triste impresión de que a la catolicidad le dan con la puerta en las narices en las facultades de Economía y de las escuelas de negocios, por muy católica que sea la universidad.
El caso es que la reacción a la crisis ha sido curiosa. La Economía ha pasado a la primera página de toda la prensa; la persona más importante (al menos, la más conocida) de todos los gobiernos es su ministro de Economía, y más de un presidente del Gobierno es directamente economista profesional sin experiencia política, como saben perfectamente en Italia. Para ser "una crisis de valores" no está mal: la respuesta no es escudriñar cuáles son esos valores que están en crisis, sino dar todos el poder a los economistas y no pensar en otra cosa... que en la Economía.
Congruente no es. Porque uno se pregunta si esos valores que están en crisis no son mucho más básicos y si no hay que cuestionarse los mismos principios que están detrás de todo, pero a eso no se atreve nadie.
Bueno, pues habrá que intentarlo... pero a la próxima, que es mucho de golpe.
Lo de que estuvo profetizando la crisis desde hace siete años es algo que nos podemos creer o no del todo. Yo, por muy economista en que me haya convertido, tiendo a tender un poco el gesto cuando oigo las palabras "ya lo decía yo", porque me suena de otras veces.
El arbitrio, o solución, que propone el doctor en Economía, o en Administración de Empresas, que eso no me ha quedado claro, consiste en reparar en que, de los 7.000 millones de habitantes que tiene el planeta, 5.000, que no está nada mal, ganan tan poco que las empresas no los han considerado hasta ahora como posibles clientes. Enlazando con los planes de microcréditos que de vez en cuando se ven por ahí, nuestro economista propone lo que llama "consumo compartido", porque entiende que, aunque individualmente esas personas no tienen capacidad de compra, en conjunto ("agregadamente" es el término técnico) sí que la tienen, lo cual ofrece un amplio campo a la expansión internacional de las empresas, a la vez que se termina con la pobreza en el mundo. El ejemplo que puso, aunque advirtiendo de que era algo burdo, consistía en un teléfono móvil, que podría ser compartido por varias personas, pagándose por el uso efectivo del mismo.
Oía hablar yo a este buen señor, sumamente pagado de sus ideas, y recordé un comentario que hizo Arkadi en una entrada.
Sobre la crisis se ha escrito un mundo, y lo que nos queda por leer. Ya sabemos todo lo que hay que saber sobre derivados financieros, burbujas inmobiliarias, sectores públicos hipertrofiados, estados de bienestar que no nos podemos permitir, deuda pública, deuda externa, políticos corruptos, cajas de ahorros politizadas, bonus insultantes, hipotecas impagables y todo tipo de zarandajas económicas. Hemos aprendido Economía en dos tardes, como Zapatero, y cada día sabemos más. Se dice, y con razón, que en cada hogar español hay un seleccionador nacional de fútbol; ahora, además, hay por lo menos un par de macroeconomistas, con la salvedad de que, así como cualquier se pondría mañana a decirle a la selección española de fútbol cómo tiene que jugar (se ve que no han hecho nada de importancia últimamente por falta de un buen entrenador), lo de dirigir la economía de un país asusta a más de uno. No es casualidad que los economistas nos hayamos preocupado de que nuestra ciencia esté en el arcano de los misterios y sea poco accesible al público en general, igual que hacemos los abogados. Se trata de protegerse del vulgo.
Si vamos un poco más allá, los más valientes dicen que lo que pasa es que tenemos una crisis de valores. Sin ir más lejos, el economista de esta mañana lo ha dicho con una adorable cara de convicción; eso sí: me ha sido imposible, hasta ahora, que alguien concrete algo y diga qué valores son ésos que están en crisis. En la tarjeta de visita del doctorado de esta mañana figuraba el nombre de la Universidad de Navarra, que, como es bien sabido, es de Opus Dei y se la supone católica hasta las trancas, pero tengo la triste impresión de que a la catolicidad le dan con la puerta en las narices en las facultades de Economía y de las escuelas de negocios, por muy católica que sea la universidad.
El caso es que la reacción a la crisis ha sido curiosa. La Economía ha pasado a la primera página de toda la prensa; la persona más importante (al menos, la más conocida) de todos los gobiernos es su ministro de Economía, y más de un presidente del Gobierno es directamente economista profesional sin experiencia política, como saben perfectamente en Italia. Para ser "una crisis de valores" no está mal: la respuesta no es escudriñar cuáles son esos valores que están en crisis, sino dar todos el poder a los economistas y no pensar en otra cosa... que en la Economía.
Congruente no es. Porque uno se pregunta si esos valores que están en crisis no son mucho más básicos y si no hay que cuestionarse los mismos principios que están detrás de todo, pero a eso no se atreve nadie.
Bueno, pues habrá que intentarlo... pero a la próxima, que es mucho de golpe.
viernes, 22 de junio de 2012
Soldadescas
En España, el servicio militar fue abolido en 2001 por Chema Aznar. Nunca fue una cosa que tuviera una buena acogida en España; en el mejor de los casos, un engorro, sobre todo para quienes por su nacimiento o posibles se veían llamados a más altos destinos y no estaban por la tarea de perder una porción de tiempo de sus vidas en vegetar en un cuartel a merced de los mandos.
El servicio militar, consecuencia de la concepción de la Patria en armas para vencer al pérfido extranjero, es una invención liberal, establecida por la Revolución Francesa y copiada por los revolucionarios españoles cuando llegaron definitivamente al poder a la muerte de Fernando VII. Desde entonces hasta 2001 ha ido permaneciendo con mayor o menor fortuna, pero lo que no cambió fue la existencia de enchufados y de gentes que eran más iguales que otros. Yo hice una mili muy "intensiva", pero en el poco tiempo que estuve en el cuartel me dio tiempo a ver cómo trataban a unos y a otros, dependiendo de quiénes fueran tus familiares.
Como las finanzas públicas de España, durante todo el siglo XIX, estuvieron en una situación incluso peor que la actual (sí, sí, de verdad, ha habido tiempos peores), el Estado decidió establecer un bonito sistema de recaudar fondos: la redención en metálico. Venía a consistir el sistema en, a cambio de no hacer la mili, pagar una cantidad, por cierto bastante grande: 1.500 pesetas de 1912, en el momento de su supresión, que era un pastón que, a ojo, calculo que hoy no bajaría de ocho mil euros. El resultado era que todo el que podía permitírselo pasaba del ejército y pagaba, y que quienes acababan con sentar plaza de soldado eran los más pobres. Y el siglo XIX español, entre 1834 y ese 1912, entre las guerras carlistas, la cantonal, las de Cuba y Filipinas y las de África, tuvo poco de pacífico y la estancia en el ejército era cosa arriesgada.
El sistema, efectivamente, era odioso en general, y para las clases bajas en particular. En 1912 se limitó mucho el sistema de redención, que pasó a ser de soldados de cuota (que sí hacían un servicio militar más llevadero), y creo que en 1940 se abolió totalmente. A partir de ahí, las desigualdades en el ejército español seguirían existiendo, claro, pero ya eran enchufes, contra los que no podría luchar ni el mismo Catón así resucitara sólo para ello.
En Rusia, heredera de la Unión Soviética, las cosas están siguiendo, curiosamente, una evolución totalmente al revés de la española: van del enchufe a la redención en metálico, y quién sabe si a este paso acabarán invadiendo Flandes con tercios de voluntarios. Por una parte, el servicio militar es obligatorio; por otra, todo el mundo trata de escaquearse, y eso se consigue pagando. Conozco a más de uno y más de dos que se han escabullido de la mili mediante una generosa contribución, que no voy a calificar, a las necesidades del Voenkomat (que es lo que en España llamamos -llamábamos- centro de reclutamiento o caja de reclutas).
Del enchufe, pues, se había pasado a una redención en metálico informal, pero el resultado es el mismo: en el ejército ruso militan las clases bajas. Y militar en el ejército ruso es peligroso. Aparte del detallejo del Caúcaso Septentrional y que por allí hay muertos poco menos que a diario, a uno le puede tocar en sitios no muy agradables, como una base polar, además de que el propio ejército debe ser un sitio que da cobijo a gente con poca sal en la mollera, que compensa con un exceso de desequilibrio mental. Pero me temo que eso es parecido en demasiados ejércitos de reemplazo.
El gobierno ruso ha decidido una cosa bastante lógica: ya que, de hecho, tenemos redención en metálico, y quien se la lleva es la gente sin escrúpulos que tiene poder de decisión, vamos a ponerla de derecho. Y así parece que va ser, al menos a juzgar por las declaraciones de los diputados que están en ello. Veamos:
El diputado de la Duma Dmitri Sablin, del grupo parlamentario de Rusia Unida, ha declarado que el proyecto de ley que están debatiendo los parlamentarios, sobre la introducción de un impuesto mensual a los ciudadanos que no militen en el ejército, no debe ser confundido con la legalización de la redención en metálico. El servicio tras el llamamiento a filas seguirá siendo un deber constitucional de los ciudadanos, y no tendrán la elección de ir al ejército o pagar, subrayó el diputado.
Cuando lo van desmintiendo y se les llena la boca de "deber constitucional", es que falta poco para la redención en metálico y, tal y como estamos en Rusia, casi que es mejor así. En lugar de pagar a un oficial corrupto para que libre a su hijo de la mili, los rusos pagarán al Estado. No es que en el Estado no haya corrupción a saco, pero al menos queda alguna esperanza de que parte del dinero vaya destinado a hacer algo útil, como asfaltar la Tverskaya todos los años, aunque el asfalto esté perfecto.
El servicio militar, consecuencia de la concepción de la Patria en armas para vencer al pérfido extranjero, es una invención liberal, establecida por la Revolución Francesa y copiada por los revolucionarios españoles cuando llegaron definitivamente al poder a la muerte de Fernando VII. Desde entonces hasta 2001 ha ido permaneciendo con mayor o menor fortuna, pero lo que no cambió fue la existencia de enchufados y de gentes que eran más iguales que otros. Yo hice una mili muy "intensiva", pero en el poco tiempo que estuve en el cuartel me dio tiempo a ver cómo trataban a unos y a otros, dependiendo de quiénes fueran tus familiares.
Como las finanzas públicas de España, durante todo el siglo XIX, estuvieron en una situación incluso peor que la actual (sí, sí, de verdad, ha habido tiempos peores), el Estado decidió establecer un bonito sistema de recaudar fondos: la redención en metálico. Venía a consistir el sistema en, a cambio de no hacer la mili, pagar una cantidad, por cierto bastante grande: 1.500 pesetas de 1912, en el momento de su supresión, que era un pastón que, a ojo, calculo que hoy no bajaría de ocho mil euros. El resultado era que todo el que podía permitírselo pasaba del ejército y pagaba, y que quienes acababan con sentar plaza de soldado eran los más pobres. Y el siglo XIX español, entre 1834 y ese 1912, entre las guerras carlistas, la cantonal, las de Cuba y Filipinas y las de África, tuvo poco de pacífico y la estancia en el ejército era cosa arriesgada.
El sistema, efectivamente, era odioso en general, y para las clases bajas en particular. En 1912 se limitó mucho el sistema de redención, que pasó a ser de soldados de cuota (que sí hacían un servicio militar más llevadero), y creo que en 1940 se abolió totalmente. A partir de ahí, las desigualdades en el ejército español seguirían existiendo, claro, pero ya eran enchufes, contra los que no podría luchar ni el mismo Catón así resucitara sólo para ello.
En Rusia, heredera de la Unión Soviética, las cosas están siguiendo, curiosamente, una evolución totalmente al revés de la española: van del enchufe a la redención en metálico, y quién sabe si a este paso acabarán invadiendo Flandes con tercios de voluntarios. Por una parte, el servicio militar es obligatorio; por otra, todo el mundo trata de escaquearse, y eso se consigue pagando. Conozco a más de uno y más de dos que se han escabullido de la mili mediante una generosa contribución, que no voy a calificar, a las necesidades del Voenkomat (que es lo que en España llamamos -llamábamos- centro de reclutamiento o caja de reclutas).
Del enchufe, pues, se había pasado a una redención en metálico informal, pero el resultado es el mismo: en el ejército ruso militan las clases bajas. Y militar en el ejército ruso es peligroso. Aparte del detallejo del Caúcaso Septentrional y que por allí hay muertos poco menos que a diario, a uno le puede tocar en sitios no muy agradables, como una base polar, además de que el propio ejército debe ser un sitio que da cobijo a gente con poca sal en la mollera, que compensa con un exceso de desequilibrio mental. Pero me temo que eso es parecido en demasiados ejércitos de reemplazo.
El gobierno ruso ha decidido una cosa bastante lógica: ya que, de hecho, tenemos redención en metálico, y quien se la lleva es la gente sin escrúpulos que tiene poder de decisión, vamos a ponerla de derecho. Y así parece que va ser, al menos a juzgar por las declaraciones de los diputados que están en ello. Veamos:
El diputado de la Duma Dmitri Sablin, del grupo parlamentario de Rusia Unida, ha declarado que el proyecto de ley que están debatiendo los parlamentarios, sobre la introducción de un impuesto mensual a los ciudadanos que no militen en el ejército, no debe ser confundido con la legalización de la redención en metálico. El servicio tras el llamamiento a filas seguirá siendo un deber constitucional de los ciudadanos, y no tendrán la elección de ir al ejército o pagar, subrayó el diputado.
Cuando lo van desmintiendo y se les llena la boca de "deber constitucional", es que falta poco para la redención en metálico y, tal y como estamos en Rusia, casi que es mejor así. En lugar de pagar a un oficial corrupto para que libre a su hijo de la mili, los rusos pagarán al Estado. No es que en el Estado no haya corrupción a saco, pero al menos queda alguna esperanza de que parte del dinero vaya destinado a hacer algo útil, como asfaltar la Tverskaya todos los años, aunque el asfalto esté perfecto.
martes, 19 de junio de 2012
El misterioso billete de tren ruso
En España, el ejemplo paradigmático de documento incomprensible es (o era) el recibo de la luz, con sus cifras que nadie sabe de dónde salen, los impuestos que nadie sabe qué base tienen, y todo tipo de arcanos incomprensibles para el pagador.
En Rusia, hay documentos incomprensibles para aburrir, pero el recibo de la luz no es uno de ellos. De hecho, el recibo es tan sencillo que, durante mucho tiempo, era un formulario que rellenabas tú mismo con lo que veías en tu contador, lo multiplicabas por lo que costaba el kilovatio, y con eso ibas al banco a pagar. En realidad, lo difícil no era la parte del recibo, sino la parte de ir al banco a pagar, pero ésa es otra historia.
Como documento incomprensible, tomemos uno que todo quisqui que haya pasado por Rusia de manera más o menos autónoma ha tenido en sus manos: el billete de tren de largo recorrido. Recuerdo la primera vez que tuve uno en mis manos, allá por el lejano 1994, y me entraban mareos al intentar descifrarlo, en lugar de tomar ejemplo de mis compañeros de viaje, fueran rusos o extranjeros, que ni se planteaban la utilidad de una actividad como ésa.
Bueno, pues, para evitar dolores de cabeza a aquéllos que, como yo en 1994, deseen conocer la razón última que hay detrás de todas las cosas, he aquí lo que todo avezado viajero de tren ha estado esperando a lo largo de todos estos años: un billete de tren descifrado. O casi, porque hay cosas que aún no sé a santo de qué vienen. Pinchen en la imagen para hacerla más grande.
En ruso asusta, claro, pero, cuando está traducido al castellano, la magia del asunto se pierde bastante. Está el número de tren, la fecha de salida y la de llegada, que pueden perfectamente ser distintas, porque Rusia es muy grande, el asiento (o cama, en su caso) que te han dado, y algunas particularidades.
Una de ellas es el desglose del precio. En general, en Rusia el desglose del precio de cualquier cosa es la repera. En España, como mucho, te dicen "materiales, tanto; mano de obra, tanto", y va que arde, ni tú exiges más.
Aquí, no.
Aquí los desgloses son la leche. Recuerdo una obra que tuvimos que pagar en un apartamento que ocupamos en su día. El jefe de obra presupuestaba, no las horas de trabajo, sino casi que los minutos. Y en el apartado de "materiales" ponía los precios de cada clavo y lo que costaba clavarlo, y el margen que se llevaba. Sí, señor, el margen. Y el otro día, que estuve en el dentista, la factura era larguísima e incluía un apartado de "120 rublos por las indicaciones para usar la ortodoncia". La repera. Que no se entere mi dentista española...
Pues el billete de tren es algo parecido. En España, te ponen el precio final y, si lo has comprado en taquilla, tienes que pagar algo, creo que no llega a dos euros, por la gestión. Vale. En Rusia, van por separado el precio del billete (1335,9 rublos, en este caso) y el de la "platzkarta", palabra alemana rusificada que ha vivido su vida propia tras nacionalizarse y que vagamente podemos traducir como "asiento" y que aquí asciende a 2179,7 rublos. Luego, unas cuantas líneas más abajo, tenemos el precio del billete total, que es de 3517,9 rublos. Esa cifra es la suma de las dos cantidades anteriores y 2,3 rublos, que son el seguro. Sí, sí, 2,3 rublos son unos 7 céntimos de euro y el seguro cuesta eso. Por ese precio, me temo que las coberturas serán más bien modestas.
Fuera de eso, hay algunos códigos raros que debo confesar que no sé bien qué son, y en la última línea unas advertencias finales:
"El horario de salida y el de llegada es el de Moscú". En un país con nueve husos horarios, no es ninguna tontería; como estándar han tomado el huso moscovita que, al fin y a la postre, es donde está la red ferroviaria más densa. Y en Siberia que se aguanten. Más de un español confiado ha perdido trenes en la quinta porra por no saber este pequeño detalle, así que ojo.
"Está prohibido fumar". Y menos mal, porque no siempre fue así y, con lo que fuman los rusos, había vagones en los que tenías que cortar la nube de humo con un cuchillo para poder pasar.
"Control de equipajes previo". Pero sólo es ciertos trenes como éste, que es el orgullo del ferrocarril ruso (aunque el tren es alemán) y donde ya ha habido algún intento de atentado. Normalmente no hay ningún control de equipajes y puedes pasar al vagón sin ningún problema.
Pues hala, éste es el misterio (casi) resuelto del famoso billete de tren ruso. Ahora sólo falta montarse al tren y vivir aventuras, porque, otra cosa no, pero en los trenes rusos pasa absolutamente de todo, ¿a que sí?
En Rusia, hay documentos incomprensibles para aburrir, pero el recibo de la luz no es uno de ellos. De hecho, el recibo es tan sencillo que, durante mucho tiempo, era un formulario que rellenabas tú mismo con lo que veías en tu contador, lo multiplicabas por lo que costaba el kilovatio, y con eso ibas al banco a pagar. En realidad, lo difícil no era la parte del recibo, sino la parte de ir al banco a pagar, pero ésa es otra historia.
Como documento incomprensible, tomemos uno que todo quisqui que haya pasado por Rusia de manera más o menos autónoma ha tenido en sus manos: el billete de tren de largo recorrido. Recuerdo la primera vez que tuve uno en mis manos, allá por el lejano 1994, y me entraban mareos al intentar descifrarlo, en lugar de tomar ejemplo de mis compañeros de viaje, fueran rusos o extranjeros, que ni se planteaban la utilidad de una actividad como ésa.
Bueno, pues, para evitar dolores de cabeza a aquéllos que, como yo en 1994, deseen conocer la razón última que hay detrás de todas las cosas, he aquí lo que todo avezado viajero de tren ha estado esperando a lo largo de todos estos años: un billete de tren descifrado. O casi, porque hay cosas que aún no sé a santo de qué vienen. Pinchen en la imagen para hacerla más grande.
En ruso asusta, claro, pero, cuando está traducido al castellano, la magia del asunto se pierde bastante. Está el número de tren, la fecha de salida y la de llegada, que pueden perfectamente ser distintas, porque Rusia es muy grande, el asiento (o cama, en su caso) que te han dado, y algunas particularidades.
Una de ellas es el desglose del precio. En general, en Rusia el desglose del precio de cualquier cosa es la repera. En España, como mucho, te dicen "materiales, tanto; mano de obra, tanto", y va que arde, ni tú exiges más.
Aquí, no.
Aquí los desgloses son la leche. Recuerdo una obra que tuvimos que pagar en un apartamento que ocupamos en su día. El jefe de obra presupuestaba, no las horas de trabajo, sino casi que los minutos. Y en el apartado de "materiales" ponía los precios de cada clavo y lo que costaba clavarlo, y el margen que se llevaba. Sí, señor, el margen. Y el otro día, que estuve en el dentista, la factura era larguísima e incluía un apartado de "120 rublos por las indicaciones para usar la ortodoncia". La repera. Que no se entere mi dentista española...
Pues el billete de tren es algo parecido. En España, te ponen el precio final y, si lo has comprado en taquilla, tienes que pagar algo, creo que no llega a dos euros, por la gestión. Vale. En Rusia, van por separado el precio del billete (1335,9 rublos, en este caso) y el de la "platzkarta", palabra alemana rusificada que ha vivido su vida propia tras nacionalizarse y que vagamente podemos traducir como "asiento" y que aquí asciende a 2179,7 rublos. Luego, unas cuantas líneas más abajo, tenemos el precio del billete total, que es de 3517,9 rublos. Esa cifra es la suma de las dos cantidades anteriores y 2,3 rublos, que son el seguro. Sí, sí, 2,3 rublos son unos 7 céntimos de euro y el seguro cuesta eso. Por ese precio, me temo que las coberturas serán más bien modestas.
Fuera de eso, hay algunos códigos raros que debo confesar que no sé bien qué son, y en la última línea unas advertencias finales:
"El horario de salida y el de llegada es el de Moscú". En un país con nueve husos horarios, no es ninguna tontería; como estándar han tomado el huso moscovita que, al fin y a la postre, es donde está la red ferroviaria más densa. Y en Siberia que se aguanten. Más de un español confiado ha perdido trenes en la quinta porra por no saber este pequeño detalle, así que ojo.
"Está prohibido fumar". Y menos mal, porque no siempre fue así y, con lo que fuman los rusos, había vagones en los que tenías que cortar la nube de humo con un cuchillo para poder pasar.
"Control de equipajes previo". Pero sólo es ciertos trenes como éste, que es el orgullo del ferrocarril ruso (aunque el tren es alemán) y donde ya ha habido algún intento de atentado. Normalmente no hay ningún control de equipajes y puedes pasar al vagón sin ningún problema.
Pues hala, éste es el misterio (casi) resuelto del famoso billete de tren ruso. Ahora sólo falta montarse al tren y vivir aventuras, porque, otra cosa no, pero en los trenes rusos pasa absolutamente de todo, ¿a que sí?
viernes, 15 de junio de 2012
Paradas técnicas
Vamos a la estación de tren a comprar billetes.
Estar cara al público en Rusia (y no digamos en Moscú) debe ser una experiencia bastante estresante, siquiera sea porque el público es muy abundante y no se acaba nunca. Estar, además, vendiendo billetes de tren en una ventanilla debe ser el peor de los mundos, con tanta gente que no sabe distinguir la mano izquierda de la derecha y a la que hay que vender cosas, a veces, bastante complicadas para sus entendederas. Si a eso añadimos turnos con un día de descanso, sí, pero más largos que un día sin pan, tenemos todos los ingredientes para una persona avinagrada y desagradable.
La foto que ilustra está imagen está tomada en la estación de Leningrado, en Moscú, seguramente la más importante del país. La taquilla está abierta las veinticuatro horas del día y las vendedoras de billetes (digo "vendedoras", porque todas son mujeres, hasta donde he llegado a ver) hacen turnos de doce horas, con relevos a las siete y media de la mañana y a las siete y media de la tarde. Doce horas, doce, de vender billetes sin parar en una garita de tres metros cuadrados. El mito de Sísifo, por lo menos, es al aire libre.
Ciertamente, hay pausas, las que pone el cartel: una hora para comer, a la una de la tarde y a las tres... de la madrugada, y algunas, llamadas, "paradas técnicas".
Las "paradas técnicas" son sagradas y las vendedoras son implacables. La que nos tocó, hay que reconocer que sin mucha cola, era de la antigua usanza soviética. Una mujer entrada en años, con una cabellera cardada con más volumen que las obras completas de Dostoyevsky, y tintada de gena hasta posiblemene terminar con las reservas de la peluquería. Como nos conocemos el percal, anotamos cuidadosamente lo que queríamos en un papel, para no ir dando berridos a través del cristal, y preparamos las copias de los pasaportes. Sí, por una razón misteriosa, los billetes de tren en Rusia, salvo los de cercanías, siguen siendo nominativos.
Antes de nosotros iba una chica algo asustada, que hablaba en inglés, y no en ruso, y que llevaba un papel en la mano, que es la prueba (además del testimonio de Fausto) de que es posible conseguir billetes de tren rusos por Internet. Eso sí, luego de todas formas tienes que pasar por caja a que te den el de verdad, con lo que la utilidad del invento pierde algo.
Nos tocó el turno a nosotros.
- ¿Y los pasaportes?
- Tenemos una copia.
- A ver.
Se la pasamos.
- No se entiende nada.
- Es que está en español.
- ¿Y qué hago?
- Ahora se lo escribo en ruso.
Le podía haber escrito que viajaban Zapatero, Rajoy, Juanca de Borbón y el Sursum Corda, con tal de que lo hiciera en ruso, y me hubiera emitido billetes a su nombre, pero puse los nombres de verdad para evitar líos.
- Vale, pero, ¡huy! Son las once. No me va a dar tiempo a emitirlos todos antes de mi parada técnica.
Uno podría suponer que, total, para no dar la murga al personal, podía acabar con el cliente de la ventanilla y prolongar un poco más la parada después. Eso sería lo normal, pero estamos en Moscú.
- Bueno, pues nos esperaremos.
- Les voy a hacer los de ida, que sí que me da tiempo, y después de la parada les haré los de vuelta.
Aceptamos con resignación. La señora empezó a teclear a diestro y siniestro y a imprimir billetes. El billete de tren ruso consta de dos partes: una se la queda la vendedora y la otra se la lleva el pasajero, para que el revisor se la rompa al acceder al tren. En nuestro caso, y en pleno siglo XXI, la vendedora iba cortando la parte que le correspondía a ella y ensartaba los billetes en una aguja para coserlos. A veces me pregunto para qué ha puesto la compañía de ferrocarriles ordenadores en las taquillas, habiendo aguja e hilo.
A las once y diez, y ni un segundo más, la señora se levantó y salió del cubículo. No sé lo que hace esta gente durante la rimbombante "parada técnica": supongo que servirse un té, eso seguro, y visitar el servicio.
A las once y veinte (bueno, quizá un pelín más tarde) apareció de nuevo.
- Ahora voy a hacerles los biletes de vuelta.
Iba a decir que eso fue coser y cantar, pero, auqnue sí que cosió, lo que es cantar se quedó apartado. En todo caso, en poco tiempo tuvimos los billetes.
Ya sólo quedaba el viaje.
Estar cara al público en Rusia (y no digamos en Moscú) debe ser una experiencia bastante estresante, siquiera sea porque el público es muy abundante y no se acaba nunca. Estar, además, vendiendo billetes de tren en una ventanilla debe ser el peor de los mundos, con tanta gente que no sabe distinguir la mano izquierda de la derecha y a la que hay que vender cosas, a veces, bastante complicadas para sus entendederas. Si a eso añadimos turnos con un día de descanso, sí, pero más largos que un día sin pan, tenemos todos los ingredientes para una persona avinagrada y desagradable.
La foto que ilustra está imagen está tomada en la estación de Leningrado, en Moscú, seguramente la más importante del país. La taquilla está abierta las veinticuatro horas del día y las vendedoras de billetes (digo "vendedoras", porque todas son mujeres, hasta donde he llegado a ver) hacen turnos de doce horas, con relevos a las siete y media de la mañana y a las siete y media de la tarde. Doce horas, doce, de vender billetes sin parar en una garita de tres metros cuadrados. El mito de Sísifo, por lo menos, es al aire libre.
Ciertamente, hay pausas, las que pone el cartel: una hora para comer, a la una de la tarde y a las tres... de la madrugada, y algunas, llamadas, "paradas técnicas".
Las "paradas técnicas" son sagradas y las vendedoras son implacables. La que nos tocó, hay que reconocer que sin mucha cola, era de la antigua usanza soviética. Una mujer entrada en años, con una cabellera cardada con más volumen que las obras completas de Dostoyevsky, y tintada de gena hasta posiblemene terminar con las reservas de la peluquería. Como nos conocemos el percal, anotamos cuidadosamente lo que queríamos en un papel, para no ir dando berridos a través del cristal, y preparamos las copias de los pasaportes. Sí, por una razón misteriosa, los billetes de tren en Rusia, salvo los de cercanías, siguen siendo nominativos.
Antes de nosotros iba una chica algo asustada, que hablaba en inglés, y no en ruso, y que llevaba un papel en la mano, que es la prueba (además del testimonio de Fausto) de que es posible conseguir billetes de tren rusos por Internet. Eso sí, luego de todas formas tienes que pasar por caja a que te den el de verdad, con lo que la utilidad del invento pierde algo.
Nos tocó el turno a nosotros.
- ¿Y los pasaportes?
- Tenemos una copia.
- A ver.
Se la pasamos.
- No se entiende nada.
- Es que está en español.
- ¿Y qué hago?
- Ahora se lo escribo en ruso.
Le podía haber escrito que viajaban Zapatero, Rajoy, Juanca de Borbón y el Sursum Corda, con tal de que lo hiciera en ruso, y me hubiera emitido billetes a su nombre, pero puse los nombres de verdad para evitar líos.
- Vale, pero, ¡huy! Son las once. No me va a dar tiempo a emitirlos todos antes de mi parada técnica.
Uno podría suponer que, total, para no dar la murga al personal, podía acabar con el cliente de la ventanilla y prolongar un poco más la parada después. Eso sería lo normal, pero estamos en Moscú.
- Bueno, pues nos esperaremos.
- Les voy a hacer los de ida, que sí que me da tiempo, y después de la parada les haré los de vuelta.
Aceptamos con resignación. La señora empezó a teclear a diestro y siniestro y a imprimir billetes. El billete de tren ruso consta de dos partes: una se la queda la vendedora y la otra se la lleva el pasajero, para que el revisor se la rompa al acceder al tren. En nuestro caso, y en pleno siglo XXI, la vendedora iba cortando la parte que le correspondía a ella y ensartaba los billetes en una aguja para coserlos. A veces me pregunto para qué ha puesto la compañía de ferrocarriles ordenadores en las taquillas, habiendo aguja e hilo.
A las once y diez, y ni un segundo más, la señora se levantó y salió del cubículo. No sé lo que hace esta gente durante la rimbombante "parada técnica": supongo que servirse un té, eso seguro, y visitar el servicio.
A las once y veinte (bueno, quizá un pelín más tarde) apareció de nuevo.
- Ahora voy a hacerles los biletes de vuelta.
Iba a decir que eso fue coser y cantar, pero, auqnue sí que cosió, lo que es cantar se quedó apartado. En todo caso, en poco tiempo tuvimos los billetes.
Ya sólo quedaba el viaje.
martes, 12 de junio de 2012
Hoy es fiesta, sí, señor
A los rusos les encanta felicitar a la gente por cualquier cosa. Es, por ejemplo, el 23 de febrero, Día del Defensor de la Patria, y tienes que ir por la calle soltando a todo quisqui:
- С праздником вас! (¡Feliz fiesta!)
Y te responden:
- Спасибо! (Gracias)
Gracias, sí, pero con algo de retintín, como que "hoy es mi fiesta, y no la tuya".
Y ¿qué diríamos del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora? Pues que hay que felicitar por obligación a toda mujer que nos encontremos, y no sólo felicitar, sino lanzar una retahila de admiraciones.
¿Y el Día de la Victoria? Ah, amigo, el Día de la Victoria es aún más especial y hay felicitar a diestro y siniestro. El Día de la Victoria es algo así como la nobleza hereditaria, en que los nietos tienen los títulos que ganaron sus antepasados, y ¡ay de quien se los discuta!
Los extranjeros, y en particular los españoles, llevamos en esto las de perder. Primero porque corremos el riesgo de quedar fatal si no vamos felicitando por ahí a todo el mundo, aunque ni nos vaya ni nos venga la cosa. Además, no podemos contar con que nos correspondan. Nadie sabe aquí, pongamos por caso, que el 12 de octubre es fiesta, ni nos felicita nadie por el Descubrimiento de América. Y, si me felicitaran, me parecería rarísimo ¿A santo de qué felicitarme a mí por algo que tuvo lugar en tiempos de mis antepasados más remotos, que, además, probablemente no tuvieron nada que ver con el asunto?
Bueno, pues hay un día en que los españoles podemos vengarnos un poquito de tanta fiesta y de tanta vanagloria sin motivo. Y ese día es hoy, 12 de junio, que es fiesta.
Hoy sales a la calle y dices: Voy a provocar, leches, que llevo todo el año aguantándome. Y te cruzas con un conocido y le sueltas:
- С праздником вас! (¡Feliz fiesta!)
Pero no como de costumbre, no, sino con toda la alegría que puedas. Y el otro te mira extrañado y dice:
- Какой праздник? (¿Qué fiesta?)
- Сегодняшний! День России же! (¡La de hoy! ¡Es el Día de Rusia!)
Y te mira, como diciendo: "Ah, bueno, vale..." y sigue su camino medio amargado, por habérselo recordado. Y tú te sigues cruzando con gente y felicitándoles y jorobándoles la mañana.
El 12 de junio de 1990 Rusia declaró su soberanía respecto de la Unión Soviética, que duró sólo unos cuantos telediarios más.
Eso es lo que celebramos hoy. Pues nada, voy a la calle a felicitar a unos cuantos más.
- С праздником вас! (¡Feliz fiesta!)
Y te responden:
- Спасибо! (Gracias)
Gracias, sí, pero con algo de retintín, como que "hoy es mi fiesta, y no la tuya".
Y ¿qué diríamos del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora? Pues que hay que felicitar por obligación a toda mujer que nos encontremos, y no sólo felicitar, sino lanzar una retahila de admiraciones.
¿Y el Día de la Victoria? Ah, amigo, el Día de la Victoria es aún más especial y hay felicitar a diestro y siniestro. El Día de la Victoria es algo así como la nobleza hereditaria, en que los nietos tienen los títulos que ganaron sus antepasados, y ¡ay de quien se los discuta!
Los extranjeros, y en particular los españoles, llevamos en esto las de perder. Primero porque corremos el riesgo de quedar fatal si no vamos felicitando por ahí a todo el mundo, aunque ni nos vaya ni nos venga la cosa. Además, no podemos contar con que nos correspondan. Nadie sabe aquí, pongamos por caso, que el 12 de octubre es fiesta, ni nos felicita nadie por el Descubrimiento de América. Y, si me felicitaran, me parecería rarísimo ¿A santo de qué felicitarme a mí por algo que tuvo lugar en tiempos de mis antepasados más remotos, que, además, probablemente no tuvieron nada que ver con el asunto?
Bueno, pues hay un día en que los españoles podemos vengarnos un poquito de tanta fiesta y de tanta vanagloria sin motivo. Y ese día es hoy, 12 de junio, que es fiesta.
Hoy sales a la calle y dices: Voy a provocar, leches, que llevo todo el año aguantándome. Y te cruzas con un conocido y le sueltas:
- С праздником вас! (¡Feliz fiesta!)
Pero no como de costumbre, no, sino con toda la alegría que puedas. Y el otro te mira extrañado y dice:
- Какой праздник? (¿Qué fiesta?)
- Сегодняшний! День России же! (¡La de hoy! ¡Es el Día de Rusia!)
Y te mira, como diciendo: "Ah, bueno, vale..." y sigue su camino medio amargado, por habérselo recordado. Y tú te sigues cruzando con gente y felicitándoles y jorobándoles la mañana.
El 12 de junio de 1990 Rusia declaró su soberanía respecto de la Unión Soviética, que duró sólo unos cuantos telediarios más.
Eso es lo que celebramos hoy. Pues nada, voy a la calle a felicitar a unos cuantos más.
lunes, 11 de junio de 2012
Billetes de tren
Una de las cosas más soviéticas que se pueden seguir haciendo en Rusia, para nostálgicos diversos, es comprar un billete de tren. Si son varios, la nostalgia se acrecienta considerablemente.
Antes también era nostálgico comprar billetes de avión, lo cual era un ejercicio inigualable para la paciencia, como ya vimos en otra ocasión; pero, entretanto, Internet ha matado las compras de billetes de avión, a Dios gracias. Dentro de poco ocurrirá lo mismo con las compras de billetes de tren, así que nos queda poco tiempo para aprovechar la oportunidad de retroceder treinta años en el tiempo, sin necesidad de neutrinos más rápidos que la luz.
En teoría, es posible ya comprar billetes de RZhD por internet, pero eso es en teoría. La práctica va por otros derroteros, la plataforma de compra se cuelga más que un chorizo tras la matanza y así, tras un ejercicio de paciencia infinita (bueno, vale, finita), tuvimos que reconocer que la única solución para tener los billetes en la mano a su debido tiempo era pasar por caja. De todas formas, y a juzgar por lo que dice la plataforma, igualmente hay que hacerlo aunque los reserves y pagues por internet, así que poco ganamos con las nuevas tecnologías. Llegará, seguro, un momento en que sólo iremos a la estación a tomar el tren, pero no sé si seré yo quien lo vea.
Alfina y yo llegamos a la quintaesencia de la institución ferroviaria rusa, al culmen del ferrocarril nacional; en una palabra, a la estación de Leningrado, en Moscú, que no ha cambiado de nombre con la ciudad a la que se dirigen sus trenes. Allí, en la plaza de las tres estaciones, o Komsomolskaya, todavía es posible volver a tiempos pretéritos.
La verdad es que, en mis primeras incursiones por allí, hace ya un buen porrón de años, en las cajas había unas colas indecentes, olía a arenque podrido y por doquier había gente que te intentaba vender billetes, los que fueran, sin hacer cola. Eso, justo es decirlo, ha cambiado. No ha llegado a las colas inteligentes que podemos ver en Chamartín o en la Estación del Norte, o mismamente en Aeroflot, pero uno puede ir por allí sin despedirse de la familia, por si acaso.
El sitio ahora está limpio, todo está bastante claro y no asusta al visitante, pero... sigue conservando algunas particularidades chocante para la mentalidad española, aunque lleve un saco de años por aquí. Y sobre esas particularidad es sobre lo que va a versar la siguiente entrada.
Antes también era nostálgico comprar billetes de avión, lo cual era un ejercicio inigualable para la paciencia, como ya vimos en otra ocasión; pero, entretanto, Internet ha matado las compras de billetes de avión, a Dios gracias. Dentro de poco ocurrirá lo mismo con las compras de billetes de tren, así que nos queda poco tiempo para aprovechar la oportunidad de retroceder treinta años en el tiempo, sin necesidad de neutrinos más rápidos que la luz.
En teoría, es posible ya comprar billetes de RZhD por internet, pero eso es en teoría. La práctica va por otros derroteros, la plataforma de compra se cuelga más que un chorizo tras la matanza y así, tras un ejercicio de paciencia infinita (bueno, vale, finita), tuvimos que reconocer que la única solución para tener los billetes en la mano a su debido tiempo era pasar por caja. De todas formas, y a juzgar por lo que dice la plataforma, igualmente hay que hacerlo aunque los reserves y pagues por internet, así que poco ganamos con las nuevas tecnologías. Llegará, seguro, un momento en que sólo iremos a la estación a tomar el tren, pero no sé si seré yo quien lo vea.
Alfina y yo llegamos a la quintaesencia de la institución ferroviaria rusa, al culmen del ferrocarril nacional; en una palabra, a la estación de Leningrado, en Moscú, que no ha cambiado de nombre con la ciudad a la que se dirigen sus trenes. Allí, en la plaza de las tres estaciones, o Komsomolskaya, todavía es posible volver a tiempos pretéritos.
La verdad es que, en mis primeras incursiones por allí, hace ya un buen porrón de años, en las cajas había unas colas indecentes, olía a arenque podrido y por doquier había gente que te intentaba vender billetes, los que fueran, sin hacer cola. Eso, justo es decirlo, ha cambiado. No ha llegado a las colas inteligentes que podemos ver en Chamartín o en la Estación del Norte, o mismamente en Aeroflot, pero uno puede ir por allí sin despedirse de la familia, por si acaso.
El sitio ahora está limpio, todo está bastante claro y no asusta al visitante, pero... sigue conservando algunas particularidades chocante para la mentalidad española, aunque lleve un saco de años por aquí. Y sobre esas particularidad es sobre lo que va a versar la siguiente entrada.
viernes, 8 de junio de 2012
Altibajos
Rusia es un país que se distingue por los altibajos que tiene. Y eso resulta raro, porque, después de todo, tiene un sistema político que se distingue por su estabilidad: a nadie se le ocurre que el partido del gobierno pueda perder unas elecciones. De hecho, creo que Rusia Unida lleva ganando todas las elecciones desde que existe, si exceptuamos las municipales en un par de ciudadas rusas que, con todos los respetos, son segundonas, aunque la prensa occidental las ha magnificado poco menos que como el principio del fin de la hegemonía del partido del poder. Es como si el PP, pongamos por caso, dominara en todas las capitales de provincia españolas, menos en Jaén, y su derrota en Jaén se interpretara como una fractura del régimen imperante. Anda ya.
Pues, a pesar de esa estabilidad política envidiable (o no, yo qué sé), Rusia tiene altibajos a saco. Como la temperatura, que a finales de abril subió hasta el punto de que salimos a la calle en camiseta, para recuperar precipitadamente el pijama de invierno pocos días después, cuando bajó hasta cerca del punto de congelación, y volver a quitárnoslo poco después de ello. Vamos, que me paso el día en el armario, como los homosexuales reprimidos, y nunca acabo de guardar la ropa de invierno.
Pero, donde la estabilidad clama al cielo, es en la economía. Ahí los bandazos son la repera. El sentido común diría que el rublo debe ganar valor, porque la balanza de pagos rusa está más desequilibrada que Hannibal Lecter, a pesar de las recurrentes salidas de capitales, y las reservas de divisas rusas directamente no saben dónde meterlas. De hecho, estaba ganando valor... cuando de repente, ¡hop!, el precio del barril de petróleo cae un poquito, justo por debajo de los cien dólares, y en dos días el rublo pierde un cinco por cien, que ya es perder, y todo el mundo (sí, yo también) comienza a pensar que Rusia está a punto de pegarse un batacazo y que sus perspectivas son más negras que las uñas de un tayiko.
Obviamente, con las reservas del Banco de Rusia, atacar al rublo es perder el tiempo. Bastó que el ex-presidente y actual primer ministro Medvedev convocara una reunión para que el rublo recuperara rápidamente la mayor parte de las pérdidas anteriores. Como siempre, la actitud de los bancos centrales es el mayor arcano macroeconómico de los tiempos modernos.
Lo cierto es que a Rusia le estaba sentando fatal las ganancias del rublo. Más que a Rusia, a los productores rusos, que pierden competitividad a espuertas, y no que estén muy sobrada de ella como no sea por el precio; no es de extrañar que, con independencia del precio del petróleo, el Banco Cental haya abierto la espita un poco esperando que tirar para abajo el tipo de cambio no vaya a hacer crecer demasiado la inflación, que la verdad es que da gusto verla por debajo del 5%, cuando los más viejos del lugar recordamos tasas del 400%.
Si eso no son altibajos...
Y eso sin necesidad de hablar de las mujeres.
Pues, a pesar de esa estabilidad política envidiable (o no, yo qué sé), Rusia tiene altibajos a saco. Como la temperatura, que a finales de abril subió hasta el punto de que salimos a la calle en camiseta, para recuperar precipitadamente el pijama de invierno pocos días después, cuando bajó hasta cerca del punto de congelación, y volver a quitárnoslo poco después de ello. Vamos, que me paso el día en el armario, como los homosexuales reprimidos, y nunca acabo de guardar la ropa de invierno.
Pero, donde la estabilidad clama al cielo, es en la economía. Ahí los bandazos son la repera. El sentido común diría que el rublo debe ganar valor, porque la balanza de pagos rusa está más desequilibrada que Hannibal Lecter, a pesar de las recurrentes salidas de capitales, y las reservas de divisas rusas directamente no saben dónde meterlas. De hecho, estaba ganando valor... cuando de repente, ¡hop!, el precio del barril de petróleo cae un poquito, justo por debajo de los cien dólares, y en dos días el rublo pierde un cinco por cien, que ya es perder, y todo el mundo (sí, yo también) comienza a pensar que Rusia está a punto de pegarse un batacazo y que sus perspectivas son más negras que las uñas de un tayiko.
Obviamente, con las reservas del Banco de Rusia, atacar al rublo es perder el tiempo. Bastó que el ex-presidente y actual primer ministro Medvedev convocara una reunión para que el rublo recuperara rápidamente la mayor parte de las pérdidas anteriores. Como siempre, la actitud de los bancos centrales es el mayor arcano macroeconómico de los tiempos modernos.
Lo cierto es que a Rusia le estaba sentando fatal las ganancias del rublo. Más que a Rusia, a los productores rusos, que pierden competitividad a espuertas, y no que estén muy sobrada de ella como no sea por el precio; no es de extrañar que, con independencia del precio del petróleo, el Banco Cental haya abierto la espita un poco esperando que tirar para abajo el tipo de cambio no vaya a hacer crecer demasiado la inflación, que la verdad es que da gusto verla por debajo del 5%, cuando los más viejos del lugar recordamos tasas del 400%.
Si eso no son altibajos...
Y eso sin necesidad de hablar de las mujeres.
miércoles, 6 de junio de 2012
Educación para la Ciudadanía (II)
Aproximadamente dos años después de los sucesos de la entrada anterior, y tras un año de pausa, la asignatura de Educación para la Ciudadanía ha vuelto a aparecer en nuestras vidas. Esta vez la alumna ha sido Ro, y eso ya es una diferencia.
Creo que ya lo he mencionado varias veces, pero lo repito, por si acaso: Ro es partidaria acérrima de Putin, cosa muy razonable en su caso. Ella no tiene problemas, su infancia está pasando de manera aceptablemente feliz, en la Moscú de sus amores, y aquí quien manda es Putin, por lo que lo lógico es que el nuevo (y antiguo) presidente tenga su parte de responsabilidad en lo bien que van las cosas.
Cuando llegó la asignatura (que parecía que la hubiera estado esperando), Ro se me dirigió con su habitual dedo acusador.
- ¡Ésta es la asignatura que le dictaste a Abi! ¡A mí me la tienes que dictar también!
- Claro.
- ¡Y no vamos a comprar el libro!
- Sí, sí, no faltaría más.
- ¡Y si suspendo no pasa nada!
- Nada en absoluto.
Pero luego las cosas cambiaron un poquito. Así como a Abi la política no le interesa lo más mínimo, Ro está hecha de otra pasta y, cuando vio las preguntas, descubrió que tenía respuesta para casi todo, sin libro ni nada. Bueno, para algunas puede que le hiciera falta algo de ayuda (la aprobación de la Constitución, y esas zarandajas), pero eran las menos. Lo de levantarse para ceder el asiento a los mayores, y que comportarse con solidaridad es mejor que hacerlo sin ella son cosas que no le vienen de nuevas (al menos en teoría, porque la práctica es otra cosa), y me asombra que haya que enseñarlas en el colegio, en España. Tal vez las cosas estén mucho peor de lo que ya de por sí parece,
En esto, llegó la pregunta del millón, la pildorilla que siempre viene.
"Escribe tres aspectos positivos de vivir en una sociedad democrática".
La respuesta fue:
Yo vivo en Rusia, que no es una sociedad democrática, y se vive mejor que en España: casi todos tienen trabajo, hay bastante bienestar y no hay huelgas.
Yo supongo que este tipo de respuestas, aparte de la risa que me entró al leerla, tiene que descolocar lo suyo a un maestro de escuela al que le han congelado el sueldo (después de rebajárselo un 5% el año anterior), que está convocado a huelgas prácticamente todos los meses y que con total seguridad tiene en el paro a más familiares y conocidos de los que le gustaría. Pero el hombre no deja de ser un docente de Educación para la Ciudadanía y no puede dejar que se tambalee su fe en la democracía así como así.
Como la profesora de dos años antes, no tacho nada de lo escrito por Ro, sino que añadió: "Aunque consideres que es mejor, supongo que serás capaz de escribir tres aspectos positivos de una democracia. P. ej. Libertad de expresión".
Podríamos seguir la discusión, claro, porque ¿como que no hay libertad de expresión en Rusia?, pero nadie me creería, y menos un profesor de la asignatura políticamente correcta por antonomasia, que es, precisamente, EpC.
Para ser justos, Ro sacó un notable alto, y no creo que se pueda achacar únicamente a esta respuesta. Hay que reconocer que, en esta asignatura y en todas las demás, "ayudar" no se escribe con elle.
En ésta, además de una falta de ortografía clamorosa, puede hacernos perder la fe en la democracia.
Creo que ya lo he mencionado varias veces, pero lo repito, por si acaso: Ro es partidaria acérrima de Putin, cosa muy razonable en su caso. Ella no tiene problemas, su infancia está pasando de manera aceptablemente feliz, en la Moscú de sus amores, y aquí quien manda es Putin, por lo que lo lógico es que el nuevo (y antiguo) presidente tenga su parte de responsabilidad en lo bien que van las cosas.
Cuando llegó la asignatura (que parecía que la hubiera estado esperando), Ro se me dirigió con su habitual dedo acusador.
- ¡Ésta es la asignatura que le dictaste a Abi! ¡A mí me la tienes que dictar también!
- Claro.
- ¡Y no vamos a comprar el libro!
- Sí, sí, no faltaría más.
- ¡Y si suspendo no pasa nada!
- Nada en absoluto.
Pero luego las cosas cambiaron un poquito. Así como a Abi la política no le interesa lo más mínimo, Ro está hecha de otra pasta y, cuando vio las preguntas, descubrió que tenía respuesta para casi todo, sin libro ni nada. Bueno, para algunas puede que le hiciera falta algo de ayuda (la aprobación de la Constitución, y esas zarandajas), pero eran las menos. Lo de levantarse para ceder el asiento a los mayores, y que comportarse con solidaridad es mejor que hacerlo sin ella son cosas que no le vienen de nuevas (al menos en teoría, porque la práctica es otra cosa), y me asombra que haya que enseñarlas en el colegio, en España. Tal vez las cosas estén mucho peor de lo que ya de por sí parece,
En esto, llegó la pregunta del millón, la pildorilla que siempre viene.
"Escribe tres aspectos positivos de vivir en una sociedad democrática".
La respuesta fue:
Yo vivo en Rusia, que no es una sociedad democrática, y se vive mejor que en España: casi todos tienen trabajo, hay bastante bienestar y no hay huelgas.
Yo supongo que este tipo de respuestas, aparte de la risa que me entró al leerla, tiene que descolocar lo suyo a un maestro de escuela al que le han congelado el sueldo (después de rebajárselo un 5% el año anterior), que está convocado a huelgas prácticamente todos los meses y que con total seguridad tiene en el paro a más familiares y conocidos de los que le gustaría. Pero el hombre no deja de ser un docente de Educación para la Ciudadanía y no puede dejar que se tambalee su fe en la democracía así como así.
Como la profesora de dos años antes, no tacho nada de lo escrito por Ro, sino que añadió: "Aunque consideres que es mejor, supongo que serás capaz de escribir tres aspectos positivos de una democracia. P. ej. Libertad de expresión".
Podríamos seguir la discusión, claro, porque ¿como que no hay libertad de expresión en Rusia?, pero nadie me creería, y menos un profesor de la asignatura políticamente correcta por antonomasia, que es, precisamente, EpC.
Para ser justos, Ro sacó un notable alto, y no creo que se pueda achacar únicamente a esta respuesta. Hay que reconocer que, en esta asignatura y en todas las demás, "ayudar" no se escribe con elle.
En ésta, además de una falta de ortografía clamorosa, puede hacernos perder la fe en la democracia.
lunes, 4 de junio de 2012
Educación para la Ciudadanía (I)
En la educación de los niños españoles, en particular de los que están en el extranjero, la asignatura de Educación para la Ciudadanía es un inconveniente que les podría quitar bastante del escaso tiempo disponible, y no digamos si los padres de esos son de ideología poco compatible con bastantes de los principios que subyacen al programa de la misma. Sí, es mi caso.
En España, muchos padres han optado por plantar cara a la asignatura por las bravas y objetar a la misma, con suerte variada. Yo, que en el fondo estoy de acuerdo con ellos y que posiblemente me hubiera unido a ese grupo de estar en España, tengo el inconveniente de residir en el extranjero, aunque mis hijos estén escolarizados también en España, por muy a distancia que sea, y de que el centro escolar no depende directamente de ninguna comunidad autónoma, sino directamente del Ministerio de Educación (o como se haya ido llamando a lo largo de todos estos años), de quien no puedo esperar simpatías objetoras en absoluto.
Educación para la Ciudadanía es una asignatura que trata de meter en las cabezas de los niños de once años en adelante cosas que presenta como verdades indiscutibles y que, en realidad, están más que sujetas a discusión. Una de ellas es el positivismo jurídico. Obviamente no lo llama así, ni lo presenta en toda su crudeza, pero lo va sacando aquí y allá, y muy especialmente cuando presenta el tema de los derechos humanos y de los derechos del niño. Para los que somos juristas, y además iusnaturalistas, cosas como ésas son difíciles de soportar. Hay más, claro. Los que somos católicos tenemos una explicación de las cosas que la asignatura omite por completo... dando otra en su lugar.
El problema se me planteó cuando Abi llegó a quinto de Primaria, y la asignatura apareció.
¿Objetar? Pfff. Teniendo en cuenta que el profesor de mis hijos soy yo mismo, las posibilidades de manipulación externa son totalmente nulas. A mis hijos sólo los manipulan sus padres, como debe ser.
- Abi.
- ¿Qué?
- Tienes una nueva asignatura este año. Se llama "Educación para la Ciudadanía".
- ¿Qué?
- "Educación para la Ciudadanía".
- ¿Y eso qué es?
- Es una nueva asignatura que han puesto en España para enseñaros cosas con muchas de las cuales no estoy de acuerdo.
- Ah...
- ¿Sabes lo que vamos a hacer?
- ¿Qué?
- No vamos a comprar el libro.
- ¿Y cómo voy a estudiarla?
- No la vas a estudiar.
- Ah... qué bien.
Ya sabía yo que esta parte de la conversación no iba a ser problemática. Además, uno se ahorra los quince euros del libro.
- Eso sí -continué-, aunque no tienes examen final, tienes que enviar unos trabajos.
- ¿Y cómo los voy a hacer, sin libro?
- ¿Qué te parece si te los dicto yo?
- Bien.
Toma, claro.
- ¿Y si no me lo sé y suspendo?
- Te daré un premio.
- ¿De verdad?
- En esta asignatura, sí.
- Me va a gustar mucho esta asignatura ¿Las demás son igual?
- No. Las demás siguen como siempre.
- Vaya.
Comenzaron a llegar los trabajos. La verdad es que la asignatura es traidorcilla: el 90% de su contenido es urbanidad, buenos modales y cosas con las que cualquiera que tenga sentido común va a estar de acuerdo. Y el 10% restante es donde te meten las pildorillas manipuladoras, escondidas en un bonito bosque. Hay que reconocerle el mérito a quien ha ideado la asignatura, porque el tío se lo ha currado un huevo.
- Abi, vamos a hacer "Educación para la Ciudadanía" - le dije un buen día.
- Vale ¿Me lo dictas?
- Claro, como habíamos quedado. Pero no hagas faltas de ortografía, que eso sigue estando mal.
La mayoría de las preguntas no eran muy polémicas: cuándo fue aprobada la Constitución, qué es la Constitución, cómo hay que portarse con los otros y algunas otras por el estilo. Incluso los que hicimos encaje de bolillos para no tener que jurar la Constitución cuando entramos en el Colegio de Abogados no estamos en contra de que la gente, incluyendo a nuestros hijos, sepa qué es y cuándo fue aprobada.
Pero había una pregunta puñetera: ¿Tienen la misma dignidad un príncipe y un mendigo? ¿Por qué?
- ¿Por qué, papá?
- Abi, un príncipe y un mendigo tienen la misma dignidad, porque los dos son hijos de Dios.
Evidentemente, ésa no era la respuesta que esperaba ver escrita el profesorado de la asignatura, que debió quedarse bastante descolocado al verla. A los pocos días llegó la corrección; la profesora, sin tachar nada, añadió una notita "... y porque los dos tienen los mismos derechos humanos."
Al final, he de reconocer que la asignatura me ha gustado. Por una parte, tienes oportunidad de explicar a tus hijos tu postura confrontándola con la postura contraria, representada por las correcciones del profesor, lo cual es mucho más didáctico, y más desde Rusia, donde los niños no leen la prensa española y no saben lo que se cuece por las Españas. Porque, sí, la corrección de la profesora sobre los derechos humanos tiene una cucharadita de positivismo, aunque quizá la propia profesora no lo sepa.
En segundo lugar, porque así les puedo poner unas puyitas a algunos profesores, como cuando tenía quince años. Y es que algunos no hemos cambiado tanto. Aunque, para puya, la que acabamos de meter entre Ro y yo. Pero ésa la dejo para la siguiente entrada.
A todo esto, a final del curso a Abi le pusieron un sobresaliente.
No sabía si pillar un cabreo o qué.
En España, muchos padres han optado por plantar cara a la asignatura por las bravas y objetar a la misma, con suerte variada. Yo, que en el fondo estoy de acuerdo con ellos y que posiblemente me hubiera unido a ese grupo de estar en España, tengo el inconveniente de residir en el extranjero, aunque mis hijos estén escolarizados también en España, por muy a distancia que sea, y de que el centro escolar no depende directamente de ninguna comunidad autónoma, sino directamente del Ministerio de Educación (o como se haya ido llamando a lo largo de todos estos años), de quien no puedo esperar simpatías objetoras en absoluto.
Educación para la Ciudadanía es una asignatura que trata de meter en las cabezas de los niños de once años en adelante cosas que presenta como verdades indiscutibles y que, en realidad, están más que sujetas a discusión. Una de ellas es el positivismo jurídico. Obviamente no lo llama así, ni lo presenta en toda su crudeza, pero lo va sacando aquí y allá, y muy especialmente cuando presenta el tema de los derechos humanos y de los derechos del niño. Para los que somos juristas, y además iusnaturalistas, cosas como ésas son difíciles de soportar. Hay más, claro. Los que somos católicos tenemos una explicación de las cosas que la asignatura omite por completo... dando otra en su lugar.
El problema se me planteó cuando Abi llegó a quinto de Primaria, y la asignatura apareció.
¿Objetar? Pfff. Teniendo en cuenta que el profesor de mis hijos soy yo mismo, las posibilidades de manipulación externa son totalmente nulas. A mis hijos sólo los manipulan sus padres, como debe ser.
- Abi.
- ¿Qué?
- Tienes una nueva asignatura este año. Se llama "Educación para la Ciudadanía".
- ¿Qué?
- "Educación para la Ciudadanía".
- ¿Y eso qué es?
- Es una nueva asignatura que han puesto en España para enseñaros cosas con muchas de las cuales no estoy de acuerdo.
- Ah...
- ¿Sabes lo que vamos a hacer?
- ¿Qué?
- No vamos a comprar el libro.
- ¿Y cómo voy a estudiarla?
- No la vas a estudiar.
- Ah... qué bien.
Ya sabía yo que esta parte de la conversación no iba a ser problemática. Además, uno se ahorra los quince euros del libro.
- Eso sí -continué-, aunque no tienes examen final, tienes que enviar unos trabajos.
- ¿Y cómo los voy a hacer, sin libro?
- ¿Qué te parece si te los dicto yo?
- Bien.
Toma, claro.
- ¿Y si no me lo sé y suspendo?
- Te daré un premio.
- ¿De verdad?
- En esta asignatura, sí.
- Me va a gustar mucho esta asignatura ¿Las demás son igual?
- No. Las demás siguen como siempre.
- Vaya.
Comenzaron a llegar los trabajos. La verdad es que la asignatura es traidorcilla: el 90% de su contenido es urbanidad, buenos modales y cosas con las que cualquiera que tenga sentido común va a estar de acuerdo. Y el 10% restante es donde te meten las pildorillas manipuladoras, escondidas en un bonito bosque. Hay que reconocerle el mérito a quien ha ideado la asignatura, porque el tío se lo ha currado un huevo.
- Abi, vamos a hacer "Educación para la Ciudadanía" - le dije un buen día.
- Vale ¿Me lo dictas?
- Claro, como habíamos quedado. Pero no hagas faltas de ortografía, que eso sigue estando mal.
La mayoría de las preguntas no eran muy polémicas: cuándo fue aprobada la Constitución, qué es la Constitución, cómo hay que portarse con los otros y algunas otras por el estilo. Incluso los que hicimos encaje de bolillos para no tener que jurar la Constitución cuando entramos en el Colegio de Abogados no estamos en contra de que la gente, incluyendo a nuestros hijos, sepa qué es y cuándo fue aprobada.
Pero había una pregunta puñetera: ¿Tienen la misma dignidad un príncipe y un mendigo? ¿Por qué?
- ¿Por qué, papá?
- Abi, un príncipe y un mendigo tienen la misma dignidad, porque los dos son hijos de Dios.
Evidentemente, ésa no era la respuesta que esperaba ver escrita el profesorado de la asignatura, que debió quedarse bastante descolocado al verla. A los pocos días llegó la corrección; la profesora, sin tachar nada, añadió una notita "... y porque los dos tienen los mismos derechos humanos."
Al final, he de reconocer que la asignatura me ha gustado. Por una parte, tienes oportunidad de explicar a tus hijos tu postura confrontándola con la postura contraria, representada por las correcciones del profesor, lo cual es mucho más didáctico, y más desde Rusia, donde los niños no leen la prensa española y no saben lo que se cuece por las Españas. Porque, sí, la corrección de la profesora sobre los derechos humanos tiene una cucharadita de positivismo, aunque quizá la propia profesora no lo sepa.
En segundo lugar, porque así les puedo poner unas puyitas a algunos profesores, como cuando tenía quince años. Y es que algunos no hemos cambiado tanto. Aunque, para puya, la que acabamos de meter entre Ro y yo. Pero ésa la dejo para la siguiente entrada.
A todo esto, a final del curso a Abi le pusieron un sobresaliente.
No sabía si pillar un cabreo o qué.