Una de las cosas más soviéticas que se pueden seguir haciendo en Rusia, para nostálgicos diversos, es comprar un billete de tren. Si son varios, la nostalgia se acrecienta considerablemente.
Antes también era nostálgico comprar billetes de avión, lo cual era un ejercicio inigualable para la paciencia, como ya vimos en otra ocasión; pero, entretanto, Internet ha matado las compras de billetes de avión, a Dios gracias. Dentro de poco ocurrirá lo mismo con las compras de billetes de tren, así que nos queda poco tiempo para aprovechar la oportunidad de retroceder treinta años en el tiempo, sin necesidad de neutrinos más rápidos que la luz.
En teoría, es posible ya comprar billetes de RZhD por internet, pero eso es en teoría. La práctica va por otros derroteros, la plataforma de compra se cuelga más que un chorizo tras la matanza y así, tras un ejercicio de paciencia infinita (bueno, vale, finita), tuvimos que reconocer que la única solución para tener los billetes en la mano a su debido tiempo era pasar por caja. De todas formas, y a juzgar por lo que dice la plataforma, igualmente hay que hacerlo aunque los reserves y pagues por internet, así que poco ganamos con las nuevas tecnologías. Llegará, seguro, un momento en que sólo iremos a la estación a tomar el tren, pero no sé si seré yo quien lo vea.
Alfina y yo llegamos a la quintaesencia de la institución ferroviaria rusa, al culmen del ferrocarril nacional; en una palabra, a la estación de Leningrado, en Moscú, que no ha cambiado de nombre con la ciudad a la que se dirigen sus trenes. Allí, en la plaza de las tres estaciones, o Komsomolskaya, todavía es posible volver a tiempos pretéritos.
La verdad es que, en mis primeras incursiones por allí, hace ya un buen porrón de años, en las cajas había unas colas indecentes, olía a arenque podrido y por doquier había gente que te intentaba vender billetes, los que fueran, sin hacer cola. Eso, justo es decirlo, ha cambiado. No ha llegado a las colas inteligentes que podemos ver en Chamartín o en la Estación del Norte, o mismamente en Aeroflot, pero uno puede ir por allí sin despedirse de la familia, por si acaso.
El sitio ahora está limpio, todo está bastante claro y no asusta al visitante, pero... sigue conservando algunas particularidades chocante para la mentalidad española, aunque lleve un saco de años por aquí. Y sobre esas particularidad es sobre lo que va a versar la siguiente entrada.
Querido Alfor, en esta ocasión pecas por exageración o por falta de información.
ResponderEliminarDurante mis viajes en tren a lo largo y ancho de la geografía rusa obtuve todos mis billetes por internet, de una forma simple e intuitiva y ahorrándome mucho tiempo en colas y, en su caso, la comisión correspondiente de la agencia de turno.
Basta con darle una oportunidad a este enlace:
http://ticket.rzd.ru/pass/public/ticket/sale?STRUCTURE_ID=4
Asunto distinto son los billetes de tren internacionales que uno compra desde Rumanía. Allí uno no sólo se enfrenta a los rigores de colas infinitas y deformes, sino a la constante frustración del cierre arbitrario de ventanillas (después de comerte una cola suele suceder que debas esperar al menos otras dos, mientras asistes horrorizado a los sucesivos e imprevisibles cambios de turno).
Fausto, dichoso tú. Te aseguro que a ese mismo enlace que indicas le hemos dado muchas oportunidades, pero las ha desaprovechado todas. Desde luego, para el Sapsan, con cinco pasajeros, uno de ellos con tarifa de niños, y qué se yo cuántas cosas, es un infierno de página.
ResponderEliminarCuando seas padre de familia numerosa (si no lo eres ya, claro... :D ), y tengas que comprar los billetes de cinco en cinto, ya verás, ya...