Una de las costumbres más extendidas en Rusia consiste en colocar placas en las casas, recordando a antiguos habitantes de las mismas que hayan alcanzado celebridad. Podría decirse que apenas hay casa del centro de Moscú que no tenga adosada una placa conmemorativa. La fiebre por esta práctica es tal que aparecen en las placas personajes que diríase que sólo conocían en su casa a la hora de cenar, con tal de que fueran lo bastante bienquistos con el poder y que tuvieran partidarios lo suficientemente tozudos como para despertar de su modorra a los funcionarios municipales encargados del ramo. Ése es uno de los excesos. Otra de las exageraciones consiste en conmemorar especialmente a dos personajes, dos. Con tal de que uno de esos dos personajes hubiera entrado en cualquier casa, así fuera a preguntar la hora, no parecía sino que el hecho se recordaba eternamente y, con el tiempo, llegaban los albañiles municipales con la placa grabada y un cubo de cemento a fijar el ladrillo a la pared.
¿Quiénes son esos dos personajes especialmente conmemorados? Vamos con ellos. El primero despierta admiración unánime por toda Rusia, sólo compensada por el encogimiento de hombros que sigue casi siempre que se le nombra a un extranjero. Se trata de Pushkin, un poeta de principios del siglo XIX, quien, como poeta, debe ser bastante difícil de traducir y, por eso, o lo lees en ruso o mejor déjalo. Aunque también tiene obra en prosa, no se trata de Tolstoy, Dostoyevsky, Gógol o Turgueniev, por citar unos cuantos que sí que conoce todo quisqui; pero, claro, éstos cuatro eran prosistas y han sido traducidos y apreciados en varios idiomas.
Pushkin no. Pushkin sólo es verdaderamente apreciado aquí, pero hasta el punto que sus poemas se los deben aprender de memoria los niños de colegio y aun los de parvulario. Tan es así que el otro día tomé un libro, me puse a leérselo a Ame, y resultó que era un cuentecillo de Pushkin; pues Ame comenzó a recitarlo con una seguridad pasmosa, tanto más pasmosa cuanto que Ame no sabe leer todavía.
Pushkin tiene placas por todo Moscú. Qué digo Moscú. Pushkin tiene placas por toda Rusia, y el que piense que soy un exagerado, que se fije en la foto de la placa que ilustra esta entrada, y que dice: Aquí, en mayo de 1836, en su última visita a Moscú, vivió, en casa de su amigo P. V. Naschokin, A. S. Pushkin.
Pero esto no termina aquí, porque, más cerca del centro, tenemos otra placa conmemorativa, en una casa situada en una callejuela tranquila, que ya es mérito en el centro de Moscú.
"Monumento histórico-cultural. Casa de P. A. Vyazemsky. Primera mitad del siglo XIX. Aquí, en 1826, leyó la tragedia "Borís Godunov" Aleksandr Sergeevich Pushkin. En 1830, el poeta vivió en este casa. Protegida por el Estado."
Mi impresión es que Pushkin no pisó esta casa más que para preguntar la hora, y que a lo mejor pasó una noche en 1830 entre juerga y juerga (como poeta era un crack, y como juerguista y jugador empedernido era todavía mejor que como poeta), porque ya veremos si las placas dicen siempre la verdad. El caso es que hay muchas casas en Rusia en que es muy difícil ser famoso, porque basta con que un cuñado de Pushkin haya pasado una noche en ellas para que la placa se la pongan a él, así hayas sido héroe de guerra o más rico que un concejal de urbanismo de municipio costero.
Pushkin murió joven, en un duelo. De haber vivido más tiempo, no habría arcilla para todas las placas que se podrían haber hecho.
En la próxima entrada nos dedicaremos al otro personaje más recordado en las paredes de esta bendita ciudad ¿Más que Pushkin? Más, hijos, más. Seguro que adivináis sin problemas en quién estoy pensando.
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
viernes, 29 de mayo de 2009
miércoles, 27 de mayo de 2009
Burócratas
A estas alturas, ya todo el mundo está al cabo de la calle sobre la burocracia soviética, heredada por la Rusia actual. Una burocracia que se extendió más allá de los límites del Estado y que ha terminado por abarcar a toda entidad rusa, que se ahoga en una maraña de papeles, trámites, permisos, sellos, poderes, firmas y toda clase de trabas que merman su productividad.
No es extraño que ello haya resultado así. Al fin y a la postre, en tiempos soviéticos todo era estado, hasta el quiosco más insignificante del lugar más apartado de Chukotia y, como la mayoría de quienes vivieron entonces siguen haciéndolo ahora, y esas prácticas tienen un arraigo difícil de erradicar, los trámites se eternizan, se multiplican y se enroscan unos con otros en un nudo que ríete del gordiano. Aquí quería ver yo a Alejandro Magno deshaciendo nudos con su falange macedónica.
Pero los rusos, que ahora son gente bastante viajada y saben que lo suyo no es normal, aunque se ven incapaces de salir del laberinto kafkiano en que están sumidos, tienen mucho sentido del humor (bastante más que los rusófilos, por ejemplo) y, cuando se les interpela sobre esto, tienen una frase a punto, que sueltan entre risas: "Claro que es un lío, Alfor ¿Para qué hacerlo sencillo, si se puede hacer complicado?"
Y uno se pregunta: ¿siempre ha sido así en Rusia, o esto de la burocracia y la complicación innecesaria es una actitud relativamente reciente y provocada por la necesidad socialista de ocupar a toda la población? Veamos un caso ilustrativo, aunque remoto en el tiempo.
En 1515, unos cuatro siglos antes de la Revolución Soviética, un virtuoso monje, David, fundó un monasterio a unas setenta verstas al sur de Moscú, cerca de lo que hoy es la ciudad de Chéjov. El monasterio lleva aún hoy el nombre de Davidovo Pustyn, el Desierto de David. Recordemos que "Desierto", en sentido religioso, no es una cosa arenosa inmensa como el Sahara, sino un lugar alejado en que rezar y meditar en tranquilidad, aunque esté en mitad de un bosque. Así ocurría con Davidovo Pustyn, un lugar hermoso, feraz y con buena tierra, que daba de sobras (y sigue dando) para mantener sin problemas a una comunidad de monjes. Otro día hablaremos un poco más de Davidovo Pustyn, porque el lugar encierra más interés de lo que parece y ha sido teatro de sucesos oscuros en los últimos tiempos.
El buen David, que debía ser más dado a la oración que a la jardinería, se hizo famoso sin embargo por otra cosa. Dicen los libros que David, que digo yo que andaría algo desficioso, se dedicó un tiempo a plantar árboles con las raíces hacia arriba.
Claro, en condiciones normales, así no se hacen las cosas. David, que debía ser un monje tan terco como virtuoso, rezó mucho porque los árboles crecieran, a pesar de todo, y efectivamente, los árboles, plantados al revés y todo, crecieron como es debido y, según parece, aún hoy día, los monjes de Davidovo Pustyn continúan plantando árboles con las raíces hacia arriba.
Será todo lo milagroso que se quiera, pero a mí me da que el monje David fue el primer burócrata ruso. Mira que el tío pudo haber plantado los árboles como todo el mundo y haber dedicado sus oraciones a otras causas en la que él tuviera menos mano, pero, ¿para qué hacer un procedimiento sencillo, si complicándolo también sale?
No es extraño que ello haya resultado así. Al fin y a la postre, en tiempos soviéticos todo era estado, hasta el quiosco más insignificante del lugar más apartado de Chukotia y, como la mayoría de quienes vivieron entonces siguen haciéndolo ahora, y esas prácticas tienen un arraigo difícil de erradicar, los trámites se eternizan, se multiplican y se enroscan unos con otros en un nudo que ríete del gordiano. Aquí quería ver yo a Alejandro Magno deshaciendo nudos con su falange macedónica.
Pero los rusos, que ahora son gente bastante viajada y saben que lo suyo no es normal, aunque se ven incapaces de salir del laberinto kafkiano en que están sumidos, tienen mucho sentido del humor (bastante más que los rusófilos, por ejemplo) y, cuando se les interpela sobre esto, tienen una frase a punto, que sueltan entre risas: "Claro que es un lío, Alfor ¿Para qué hacerlo sencillo, si se puede hacer complicado?"
Y uno se pregunta: ¿siempre ha sido así en Rusia, o esto de la burocracia y la complicación innecesaria es una actitud relativamente reciente y provocada por la necesidad socialista de ocupar a toda la población? Veamos un caso ilustrativo, aunque remoto en el tiempo.
En 1515, unos cuatro siglos antes de la Revolución Soviética, un virtuoso monje, David, fundó un monasterio a unas setenta verstas al sur de Moscú, cerca de lo que hoy es la ciudad de Chéjov. El monasterio lleva aún hoy el nombre de Davidovo Pustyn, el Desierto de David. Recordemos que "Desierto", en sentido religioso, no es una cosa arenosa inmensa como el Sahara, sino un lugar alejado en que rezar y meditar en tranquilidad, aunque esté en mitad de un bosque. Así ocurría con Davidovo Pustyn, un lugar hermoso, feraz y con buena tierra, que daba de sobras (y sigue dando) para mantener sin problemas a una comunidad de monjes. Otro día hablaremos un poco más de Davidovo Pustyn, porque el lugar encierra más interés de lo que parece y ha sido teatro de sucesos oscuros en los últimos tiempos.
El buen David, que debía ser más dado a la oración que a la jardinería, se hizo famoso sin embargo por otra cosa. Dicen los libros que David, que digo yo que andaría algo desficioso, se dedicó un tiempo a plantar árboles con las raíces hacia arriba.
Claro, en condiciones normales, así no se hacen las cosas. David, que debía ser un monje tan terco como virtuoso, rezó mucho porque los árboles crecieran, a pesar de todo, y efectivamente, los árboles, plantados al revés y todo, crecieron como es debido y, según parece, aún hoy día, los monjes de Davidovo Pustyn continúan plantando árboles con las raíces hacia arriba.
Será todo lo milagroso que se quiera, pero a mí me da que el monje David fue el primer burócrata ruso. Mira que el tío pudo haber plantado los árboles como todo el mundo y haber dedicado sus oraciones a otras causas en la que él tuviera menos mano, pero, ¿para qué hacer un procedimiento sencillo, si complicándolo también sale?
lunes, 25 de mayo de 2009
El discreto encanto de la burguesía
Si, en los no tan lejanos tiempos soviéticos, a algún iluminado se le hubiera ocurrido ponerle a un champán la marca que lleva el de la foto, lo menos que le hubiera pasado es acabar en un centro de salud mental para ver si había perdido la chaveta. Lo más hubiera sido contribuir desinteresadamente a la construcción del Canal del Mar Blanco o a la extracción de oro en la cuenca de Kolimá, hasta que el cuerpo aguantara. Después, a criar malvas; pero, como la cuenca de Kolimá no es un clima propicio para las malvas, es más probable que fueran los lobos quienes hubieran acabado con la envoltura mortal del insensato.
Y es que la marca se las trae, y viene a demostrar lo que cambian los tiempos: champán "Burgués". Qué palabra, tú. Una palabra que, en sí, no es más que el habitante de un burgo, de una ciudad, pero a la que un par de revoluciones han dado una carga ideológica que no tenía por qué tener.
La Revolución Francesa vino a sacar a los habitantes de las ciudades, a los burgueses, del relativo ostracismo político en que andaban y los convirtió en los amos del cotarro. Los nuevos amos se dedicaron a zumbar a los antiguos, los nobles del primer estado y, de paso, a los campesinos, muchos de los cuales no veían claro el nuevo régimen, se recelaban que les iban a tomar el pelo y preferían seguir como hasta entonces. Los burgueses, con la connivencia de los nobles que vieron la ocasión de recolocarse, consiguieron engañar a la suficiente gente para hacerse con el mango de la sartén y, efectivamente, los que pagaron el pato fueron los campesinos y, de paso, la Iglesia: ambos se quedaron a dos velas, con las tierras comunales expropiadas sin indemnización. Entonces se decía de manera fina: desamortizar, que desde luego suena mejor que robar, aunque la realidad queda mejor descrita con esta última palabra.
Con el tiempo, muchos de los campesinos, que se habían quedado con una mano delante y otra detrás, se fueron a las ciudades a ver si caía algo, pero no se convirtieron en burgueses, sino en obreros industriales semiesclavizados... por los burgueses. Más o menos por entonces salió un tal Karl Marx que predijo que esto acabaría mal, con el cabreo de los esclavizados y con otra revolución que te crio.
Lo que no pudo predecir fue que sería Rusia el país donde la revolución iba a tener lugar. En realidad, Rusia era uno de los países menos indicados para ella, porque la revolución liberal había sido rápidamente cortada y los campesinos seguían mayormente como en el Antiguo Régimen, en un estado no opulento, pero al menos tampoco famélico; mas he aquí que apareció un señor muy audaz, además de buen organizador, de nombre Vladimir Uliánov (pero al que todo quisqui conoce como Lenin), que montó una gresca de espanto y se consiguió hacer, él, con el mango de la sartén en Rusia. Su temprana muerte nos impidió saber si hubiera sido capaz de usar la sartén para zurrar a más países; pero, por si acaso, más valió no haberse enterado.
La nueva revolución pilló cierta animadversión contra los burgueses (y, de paso, contra la Iglesia, que yo no sé qué pasa, pero siempre que hay una revolución le toca pagar el pato). El enemigo era la burguesía, el gobierno al que la revolución había depuesto era el gobierno burgués, los burgueses eran esos bichos indecentes propietarios de los medios de producción que conspiraban para impedir la construcción del paraíso socialista ¡Qué malos, qué ruines eran los burgueses! Y, en la época de las grandes purgas, una posible acusación por defecto era la de ser partidario de la burguesía. El que era acusado de esto podía ir encargando el funeral.
Pues ahora, ni pum. Los tiempos han cambiado lo suficiente como para que un avispado fabricante llame "burgués" al champán que fabrica, lo venda al por menor a poco más de cien rublos y la gente se lo quite de las manos. No me extrañaría que el propio Ziugánov se hubiera hecho con alguna botellita para celebrar el cumple. Señor, señor, si Pepe Stalin levantara la cabeza.
Y es que la marca se las trae, y viene a demostrar lo que cambian los tiempos: champán "Burgués". Qué palabra, tú. Una palabra que, en sí, no es más que el habitante de un burgo, de una ciudad, pero a la que un par de revoluciones han dado una carga ideológica que no tenía por qué tener.
La Revolución Francesa vino a sacar a los habitantes de las ciudades, a los burgueses, del relativo ostracismo político en que andaban y los convirtió en los amos del cotarro. Los nuevos amos se dedicaron a zumbar a los antiguos, los nobles del primer estado y, de paso, a los campesinos, muchos de los cuales no veían claro el nuevo régimen, se recelaban que les iban a tomar el pelo y preferían seguir como hasta entonces. Los burgueses, con la connivencia de los nobles que vieron la ocasión de recolocarse, consiguieron engañar a la suficiente gente para hacerse con el mango de la sartén y, efectivamente, los que pagaron el pato fueron los campesinos y, de paso, la Iglesia: ambos se quedaron a dos velas, con las tierras comunales expropiadas sin indemnización. Entonces se decía de manera fina: desamortizar, que desde luego suena mejor que robar, aunque la realidad queda mejor descrita con esta última palabra.
Con el tiempo, muchos de los campesinos, que se habían quedado con una mano delante y otra detrás, se fueron a las ciudades a ver si caía algo, pero no se convirtieron en burgueses, sino en obreros industriales semiesclavizados... por los burgueses. Más o menos por entonces salió un tal Karl Marx que predijo que esto acabaría mal, con el cabreo de los esclavizados y con otra revolución que te crio.
Lo que no pudo predecir fue que sería Rusia el país donde la revolución iba a tener lugar. En realidad, Rusia era uno de los países menos indicados para ella, porque la revolución liberal había sido rápidamente cortada y los campesinos seguían mayormente como en el Antiguo Régimen, en un estado no opulento, pero al menos tampoco famélico; mas he aquí que apareció un señor muy audaz, además de buen organizador, de nombre Vladimir Uliánov (pero al que todo quisqui conoce como Lenin), que montó una gresca de espanto y se consiguió hacer, él, con el mango de la sartén en Rusia. Su temprana muerte nos impidió saber si hubiera sido capaz de usar la sartén para zurrar a más países; pero, por si acaso, más valió no haberse enterado.
La nueva revolución pilló cierta animadversión contra los burgueses (y, de paso, contra la Iglesia, que yo no sé qué pasa, pero siempre que hay una revolución le toca pagar el pato). El enemigo era la burguesía, el gobierno al que la revolución había depuesto era el gobierno burgués, los burgueses eran esos bichos indecentes propietarios de los medios de producción que conspiraban para impedir la construcción del paraíso socialista ¡Qué malos, qué ruines eran los burgueses! Y, en la época de las grandes purgas, una posible acusación por defecto era la de ser partidario de la burguesía. El que era acusado de esto podía ir encargando el funeral.
Pues ahora, ni pum. Los tiempos han cambiado lo suficiente como para que un avispado fabricante llame "burgués" al champán que fabrica, lo venda al por menor a poco más de cien rublos y la gente se lo quite de las manos. No me extrañaría que el propio Ziugánov se hubiera hecho con alguna botellita para celebrar el cumple. Señor, señor, si Pepe Stalin levantara la cabeza.
viernes, 22 de mayo de 2009
Tradición frente a modernidad
- ¡Oleg Robertovich!
- Diga, Arkadi Sviatoslavovich.
- Tengo una protesta muy seria que plantear.
- ¿Una protesta? ¿A mí? ¿Al administrador del departamento de agricultura?
- A usted, Oleg Robertovich. Yo ya sé que lleva muchos años sirviendo al departamento de agricultura, y el colectivo le está agradecido por su entrega y su iniciativa, pero es precisamente su última iniciativa la que ha provocado que venga a protestar.
- Arkadi Sviatoslavovich, estamos en una democracia, y entiendo que el colectivo tiene derecho a expresarse. Le escucho.
- Oleg Robertovich, se trata de las recientes obras en los servicios del departamento, en la zona de visitantes, que son los que usan los koljosianos que vienen a realizar trámites.
- ¿Las obras? ¿Ocurre algo con ellas?
- Oleg Robertovich, a los campesinos no les gusta el estado en que han quedado los servicios.
- Arkadi Sviatoslavovich, ¿qué me está diciendo? ¡Esos servicios eran un lugar sucio y atrasado! Tras la reforma, tenemos unos servicios dignos de la Rusia del siglo XXI.
- Pero los campesinos no están acostumbrados. Usted ha hecho colocar un mamotreto de color blanco y forma extraña en el lugar donde debe estar el agujero de siempre. Usted ha hecho cubrir ese trasto con una tapa ¡Una tapa, Oleg Robertovich! ¡Como en los restaurantes de la ciudad! Los campesinos no desean eso. Los campesinos quieren su letrina, quieren su agujero en el suelo, quieren hacer sus cosas acuclillados en el suelo, como las hicieron sus padres, como las hicieron sus abuelos. Y como seguramente harán sus hijos. Y usted, Oleg Robertovich, será administrador del departamento de agricultura, pero no debería molestar al colectivo. Y le advierto que el colectivo está muy molesto y considera que el gasto de instalar ese mamotreto no merece la pena.
- Pero es mucho más higiénico... lo exige la época...
- Oleg Robertovich, no quería llegar a esto, pero aquí tiene un papel firmado por los miembros del colectivo en el que solicitan que se retire esa cosa que ha puesto usted y que vuelva a funcionar el agujero en el suelo.
- Arkadi Sviatoslavovich...
- Dígame.
- Tenga en cuenta que en democracia hemos de saber llegar a compromisos. Yo comprendo que el campesinado ve estos inventos modernos y empieza a murmurar. El campesinado, usted lo sabe bien, es muy conservador.
- No es motivo para no satisfacerlo.
- Cierto, Arkadi Sviatoslavovich, cierto, pero veo que la pretensión principal consiste en aliviarse en cuclillas, como toda la vida, y que lo que salga del cuerpo vaya a parar a un agujero.
- Así es, Oleg Robertovich.
- Pues bien, yo creo que puedo hacer compatible esa pretensión del campesinado, que justamente intenta mantener sus costumbres, con el mantenimiento de la taza. Se llama, así, ¿sabe?
- ¿Cómo piensa hacerlo, Oleg Robertovich?
- ¿Ve esos dos bloques de cemento?
- Sí.
- Vuelva dentro de un rato.
* * *
- Arkadi Sviatoslavovich...
- Sí, Oleg Robertovich.
- Venga, ya está instalado. Dígale al colectivo que el administrador es el primer interesado en respetar la tradición, pero que hay que adaptarse al paso del tiempo, así que hemos resuelto mantener la taza con algún retoque que la haga operativa. Si los campesinos se ponen en cuclillas sobre esos bloques, podrán hacer sus cosas como siempre.
- Estupendo, Oleg Robertovich. Es usted un padre para ellos.
- Ah, Arkadi Sviatoslavovich, una cosa más.
- Diga, Oleg Robertovich.
- La tapa me la llevo a mi dacha. De todas formas, ¿dónde se ha visto una letrina con tapa?
- Diga, Arkadi Sviatoslavovich.
- Tengo una protesta muy seria que plantear.
- ¿Una protesta? ¿A mí? ¿Al administrador del departamento de agricultura?
- A usted, Oleg Robertovich. Yo ya sé que lleva muchos años sirviendo al departamento de agricultura, y el colectivo le está agradecido por su entrega y su iniciativa, pero es precisamente su última iniciativa la que ha provocado que venga a protestar.
- Arkadi Sviatoslavovich, estamos en una democracia, y entiendo que el colectivo tiene derecho a expresarse. Le escucho.
- Oleg Robertovich, se trata de las recientes obras en los servicios del departamento, en la zona de visitantes, que son los que usan los koljosianos que vienen a realizar trámites.
- ¿Las obras? ¿Ocurre algo con ellas?
- Oleg Robertovich, a los campesinos no les gusta el estado en que han quedado los servicios.
- Arkadi Sviatoslavovich, ¿qué me está diciendo? ¡Esos servicios eran un lugar sucio y atrasado! Tras la reforma, tenemos unos servicios dignos de la Rusia del siglo XXI.
- Pero los campesinos no están acostumbrados. Usted ha hecho colocar un mamotreto de color blanco y forma extraña en el lugar donde debe estar el agujero de siempre. Usted ha hecho cubrir ese trasto con una tapa ¡Una tapa, Oleg Robertovich! ¡Como en los restaurantes de la ciudad! Los campesinos no desean eso. Los campesinos quieren su letrina, quieren su agujero en el suelo, quieren hacer sus cosas acuclillados en el suelo, como las hicieron sus padres, como las hicieron sus abuelos. Y como seguramente harán sus hijos. Y usted, Oleg Robertovich, será administrador del departamento de agricultura, pero no debería molestar al colectivo. Y le advierto que el colectivo está muy molesto y considera que el gasto de instalar ese mamotreto no merece la pena.
- Pero es mucho más higiénico... lo exige la época...
- Oleg Robertovich, no quería llegar a esto, pero aquí tiene un papel firmado por los miembros del colectivo en el que solicitan que se retire esa cosa que ha puesto usted y que vuelva a funcionar el agujero en el suelo.
- Arkadi Sviatoslavovich...
- Dígame.
- Tenga en cuenta que en democracia hemos de saber llegar a compromisos. Yo comprendo que el campesinado ve estos inventos modernos y empieza a murmurar. El campesinado, usted lo sabe bien, es muy conservador.
- No es motivo para no satisfacerlo.
- Cierto, Arkadi Sviatoslavovich, cierto, pero veo que la pretensión principal consiste en aliviarse en cuclillas, como toda la vida, y que lo que salga del cuerpo vaya a parar a un agujero.
- Así es, Oleg Robertovich.
- Pues bien, yo creo que puedo hacer compatible esa pretensión del campesinado, que justamente intenta mantener sus costumbres, con el mantenimiento de la taza. Se llama, así, ¿sabe?
- ¿Cómo piensa hacerlo, Oleg Robertovich?
- ¿Ve esos dos bloques de cemento?
- Sí.
- Vuelva dentro de un rato.
* * *
- Arkadi Sviatoslavovich...
- Sí, Oleg Robertovich.
- Venga, ya está instalado. Dígale al colectivo que el administrador es el primer interesado en respetar la tradición, pero que hay que adaptarse al paso del tiempo, así que hemos resuelto mantener la taza con algún retoque que la haga operativa. Si los campesinos se ponen en cuclillas sobre esos bloques, podrán hacer sus cosas como siempre.
- Estupendo, Oleg Robertovich. Es usted un padre para ellos.
- Ah, Arkadi Sviatoslavovich, una cosa más.
- Diga, Oleg Robertovich.
- La tapa me la llevo a mi dacha. De todas formas, ¿dónde se ha visto una letrina con tapa?
miércoles, 20 de mayo de 2009
Barreras
Vivir en Rusia es algo sumamente complicado. Casi todos vosotros pensaréis que la complicación mayor a la hora de ejercer una actividad en Rusia consiste en el idioma. Claro, tenemos que el ruso es una lengua bastante poco popular por sitios como España. A pesar de que es algo así como la quinta lengua mundial por número de hablantes, después del chino, inglés, castellano e hindi, y por delante del francés, alemán o portugués, lo cierto es que los españoles que hemos estudiado ruso no llenaríamos ni el campo del Parreta U.D.
Sin embargo, ojalá fuera cierto eso de que el idioma ruso constituye la principal barrera para bandearse en este bendito país.
Vamos, la prueba de que no es así es que, sin ir más lejos, uno mismo tiene un nivel de ruso más que suficiente como para conversar de lo que haga falta, y que las barreras siguen estando ahí, como riéndose de nosotros.
Y la mejor prueba es que los rusos también hablan perfectamente el ruso, y las barreras también se oponen a ellos.
Sin embargo, ojalá fuera cierto eso de que el idioma ruso constituye la principal barrera para bandearse en este bendito país.
Vamos, la prueba de que no es así es que, sin ir más lejos, uno mismo tiene un nivel de ruso más que suficiente como para conversar de lo que haga falta, y que las barreras siguen estando ahí, como riéndose de nosotros.
Y la mejor prueba es que los rusos también hablan perfectamente el ruso, y las barreras también se oponen a ellos.
lunes, 18 de mayo de 2009
Eurovisión
Os aseguro que yo no quería estar el fin de semana en Moscú, y que sólo un conjunto de casualidades lo han conseguido. Pero, en fin, sí, estuvimos en pleno en Eurovisión. Estuvimos en el ensayo final, y mejor así, porque poco después la policía rusa comenzó a emplear la mejor medida de seguridad que conoce, es decir, cortar todas las calles en varios kilómetros a la redonda. Provocan así un atasco del quince, pero, desde luego, a la sede del festival no se acercan ni los cuervos.
Total, el ensayo fue exactamente igual que la actuación final. Igualito.
De momento, llegamos al Olimpisky, que es donde tenía lugar el sarao. Hace una semana estábamos a veintipico grados, y la gente creía que ya era verano. Ah, almas de cántaro, qué poca idea. La temperatura se las apañó para bajar a nueve grados de golpe. Daba cosa ver a todas las minifalderas tiritando de frío. Pero, claro, ¿cómo vas a ir a un espectáculo así sin minifalda? Nada, quien algo quiere, y ese algo es lucir pierna, algo le cuesta. Eso sí, yo creo que, cuando a una chica con unas piernas impresionantes le castañetean los dientes, resulta bastante poco atractiva.
Por mucho que fuera el ensayo, y no lo de verdad, los controles de seguridad eran los de siempre. Detectores de metales, arcos, policías de mala uva, OMONES... y una cola de cien metros ¿Ya sabéis cómo es una cola rusa? Pues ahora estábamos en una cola rusa a nueve grados y con un vientecillo bastante desagradable, pero bueno, menos mal que teníamos medios de protegernos. Ya decía yo que algún día le encontraríamos utilidad a la rojigualda.
Cuando por fin logramos entrar, nuestros sitios estaban ocupados por un grupito de chicas. Les dijimos que no molaba, ellas señalaron unos sitios una fila más adelante que estaban libres y nosotros les dijimos que los ocuparan ellas y a nosotros nos dejaran los nuestros. Refunfuñaron un poco, pero se fueron. Alfina se puso a un lado, yo al otro, y en medio pusimos a Ame y a Abi, mientras Ro estaba más lejos.
La gente era bastante normal, como en cualquier concierto. Se ve que la mayoría de los frikis estaban reservándose para la noche. Los vestidos eran bastante corrientitos. Una señora con su niño, unas parejitas, y finalmente pasó lo que tenía que pasar y llegaron dos señores jóvenes que eran quienes tenían los sitios que habían ocupado las chicas. Uno de los señores iba vestidos con una camisa lila de cuello enorme, y otro con una cazadora de cuero monísima.
- Papá.
- ¿Qué quieres, Abi?
- Que dice mamá que tengas cuidado, que no te salpique el aceite -dijo toda seria, incluso preocupada por si le salpicaba a ella, mientras Alfina estaba muerta de la risa.
- Vaaale, dile que tendré cuidado.
Al final los señores ocuparon su sitio y las chicas supongo que se fueron con la fiesta o otro lugar.
La actuación fue bastante interesante. Parece que este año había menos frikis que otras veces, de todas formas, a mitad de actuación, más o menos, tuvieron que parar para limpiar la pista, que debía estar algo sucia. Después de limpiar la pista a mitad de actuación, salieron los daneses y los alemanes, con unos vestiditos monísimos. Con los alemanes salió una señora que yo no conocía, pero que parece que es famosa por desnudarse. Sólo por desnudarse, sin pasar a mayores. No sabía yo que eso pudiera llevar a la fama a alguien, pero bueno, será que sí.
Cuando acabaron, lo lógico hubiera sido limpiar la pista de nuevo, por si se ponía muy resbaladiza, pero se ve que estaba hecho a propósito, porque enseguida salieron los turcos, que eran unas chicas que no estoy muy seguro de qué pensaría Mahoma si levantara la cabeza y las viera allí en medio, en pelota picada y a la vista de todos. Yo hacía a las turcas más recatadas.
Junto a las turcas, salió un señor también medio desnudo, pero que iba corriendo de un lado al otro del escenario como si tuviera mucha prisa. El escenario resbalaba que flipas, así que el turco se iba deslizando con las carreras y le quedaba muy bien. Hicieron bien en sacarlos justo después de los daneses y los alemanes.
Lo malo es que después salió Albania. Albania llevaba una chica, pero tuvo una idea muy original, cual fue la de sacar para ayudarla al Hombre-Araña, vestido de verde para la ocasión. Probablemente los de seguridad no le dejaron pasar los dispositivos arácnidos, así que el hombre tuvo que conformarse con dar saltitos y cabriolas de aquí para allá, pero, como el escenario estaba que daba pena de resbaladizo, el pobre se pasó más tiempo en el suelo que de pie. Ame es un gran fan del Hombre-Araña, tiene muchos tebeos y cromos suyos y no dejó de animarlo. Espero que para la noche hubieran arreglado lo del suelo, porque así no vale.
A la salida vimos al chavalín noruego, que había acabado su ensayo y que supongo que se iba con su grupo a dar una vuelta, ya vestido de calle, antes de la hora de verdad. Alfina le dijo en inglés que le había gustado mucho su canción y él le dio las gracias. Un tío majo. Si hubiéramos sabido que iba a ganar de calle, seguramente nos hubiéramos hecho una foto con él, pero tampoco era cosa de presumir.
Como ya sabéis, porque lo hemos dicho varias veces, todos los cantantes que actúan en Moscú están acabados, (lo vimos aquí, aquí y aquí) y no digamos si lo hacen en Eurovisión. Se exceptúan los propios cantantes rusos, que naturalmente en caso contrario estarían todos acabados por definición, y no es así. Así que podemos confiar en que la representante española (y casi todos los demás) haya empezado su cuesta abajo, cosa que, por lo que he podido ver en bastantes sitios, no mucha gente va a lamentar. Con el chavalín noruego tengo mis dudas, porque, como es bielorruso de nacimiento, lo más probable es que comparta la inmunidad rusa al acabamiento que amenaza a todo el que actúa por aquí. Me alegro, porque ya digo que parece un buen tipo.
A la vuelta estábamos muy contentos de haberlo visto todo sin demasiados agobios. Sólo yo estaba un poco preocupado, porque ahí estaba Ame, la mar de contento, y yo estaba inquieto, claro.
Y es que ¿cómo le dices a un niño que su héroe favorito está acabado?
Total, el ensayo fue exactamente igual que la actuación final. Igualito.
De momento, llegamos al Olimpisky, que es donde tenía lugar el sarao. Hace una semana estábamos a veintipico grados, y la gente creía que ya era verano. Ah, almas de cántaro, qué poca idea. La temperatura se las apañó para bajar a nueve grados de golpe. Daba cosa ver a todas las minifalderas tiritando de frío. Pero, claro, ¿cómo vas a ir a un espectáculo así sin minifalda? Nada, quien algo quiere, y ese algo es lucir pierna, algo le cuesta. Eso sí, yo creo que, cuando a una chica con unas piernas impresionantes le castañetean los dientes, resulta bastante poco atractiva.
Por mucho que fuera el ensayo, y no lo de verdad, los controles de seguridad eran los de siempre. Detectores de metales, arcos, policías de mala uva, OMONES... y una cola de cien metros ¿Ya sabéis cómo es una cola rusa? Pues ahora estábamos en una cola rusa a nueve grados y con un vientecillo bastante desagradable, pero bueno, menos mal que teníamos medios de protegernos. Ya decía yo que algún día le encontraríamos utilidad a la rojigualda.
Cuando por fin logramos entrar, nuestros sitios estaban ocupados por un grupito de chicas. Les dijimos que no molaba, ellas señalaron unos sitios una fila más adelante que estaban libres y nosotros les dijimos que los ocuparan ellas y a nosotros nos dejaran los nuestros. Refunfuñaron un poco, pero se fueron. Alfina se puso a un lado, yo al otro, y en medio pusimos a Ame y a Abi, mientras Ro estaba más lejos.
La gente era bastante normal, como en cualquier concierto. Se ve que la mayoría de los frikis estaban reservándose para la noche. Los vestidos eran bastante corrientitos. Una señora con su niño, unas parejitas, y finalmente pasó lo que tenía que pasar y llegaron dos señores jóvenes que eran quienes tenían los sitios que habían ocupado las chicas. Uno de los señores iba vestidos con una camisa lila de cuello enorme, y otro con una cazadora de cuero monísima.
- Papá.
- ¿Qué quieres, Abi?
- Que dice mamá que tengas cuidado, que no te salpique el aceite -dijo toda seria, incluso preocupada por si le salpicaba a ella, mientras Alfina estaba muerta de la risa.
- Vaaale, dile que tendré cuidado.
Al final los señores ocuparon su sitio y las chicas supongo que se fueron con la fiesta o otro lugar.
La actuación fue bastante interesante. Parece que este año había menos frikis que otras veces, de todas formas, a mitad de actuación, más o menos, tuvieron que parar para limpiar la pista, que debía estar algo sucia. Después de limpiar la pista a mitad de actuación, salieron los daneses y los alemanes, con unos vestiditos monísimos. Con los alemanes salió una señora que yo no conocía, pero que parece que es famosa por desnudarse. Sólo por desnudarse, sin pasar a mayores. No sabía yo que eso pudiera llevar a la fama a alguien, pero bueno, será que sí.
Cuando acabaron, lo lógico hubiera sido limpiar la pista de nuevo, por si se ponía muy resbaladiza, pero se ve que estaba hecho a propósito, porque enseguida salieron los turcos, que eran unas chicas que no estoy muy seguro de qué pensaría Mahoma si levantara la cabeza y las viera allí en medio, en pelota picada y a la vista de todos. Yo hacía a las turcas más recatadas.
Junto a las turcas, salió un señor también medio desnudo, pero que iba corriendo de un lado al otro del escenario como si tuviera mucha prisa. El escenario resbalaba que flipas, así que el turco se iba deslizando con las carreras y le quedaba muy bien. Hicieron bien en sacarlos justo después de los daneses y los alemanes.
Lo malo es que después salió Albania. Albania llevaba una chica, pero tuvo una idea muy original, cual fue la de sacar para ayudarla al Hombre-Araña, vestido de verde para la ocasión. Probablemente los de seguridad no le dejaron pasar los dispositivos arácnidos, así que el hombre tuvo que conformarse con dar saltitos y cabriolas de aquí para allá, pero, como el escenario estaba que daba pena de resbaladizo, el pobre se pasó más tiempo en el suelo que de pie. Ame es un gran fan del Hombre-Araña, tiene muchos tebeos y cromos suyos y no dejó de animarlo. Espero que para la noche hubieran arreglado lo del suelo, porque así no vale.
A la salida vimos al chavalín noruego, que había acabado su ensayo y que supongo que se iba con su grupo a dar una vuelta, ya vestido de calle, antes de la hora de verdad. Alfina le dijo en inglés que le había gustado mucho su canción y él le dio las gracias. Un tío majo. Si hubiéramos sabido que iba a ganar de calle, seguramente nos hubiéramos hecho una foto con él, pero tampoco era cosa de presumir.
Como ya sabéis, porque lo hemos dicho varias veces, todos los cantantes que actúan en Moscú están acabados, (lo vimos aquí, aquí y aquí) y no digamos si lo hacen en Eurovisión. Se exceptúan los propios cantantes rusos, que naturalmente en caso contrario estarían todos acabados por definición, y no es así. Así que podemos confiar en que la representante española (y casi todos los demás) haya empezado su cuesta abajo, cosa que, por lo que he podido ver en bastantes sitios, no mucha gente va a lamentar. Con el chavalín noruego tengo mis dudas, porque, como es bielorruso de nacimiento, lo más probable es que comparta la inmunidad rusa al acabamiento que amenaza a todo el que actúa por aquí. Me alegro, porque ya digo que parece un buen tipo.
A la vuelta estábamos muy contentos de haberlo visto todo sin demasiados agobios. Sólo yo estaba un poco preocupado, porque ahí estaba Ame, la mar de contento, y yo estaba inquieto, claro.
Y es que ¿cómo le dices a un niño que su héroe favorito está acabado?
viernes, 15 de mayo de 2009
Ladrillo
Una de las cosas que más llama la atención de la actual crisis económica rusa es el desplome de los precios del sector inmobiliario. Y diréis: ¡Vaya novedad! ¡Como en todo el mundo! Y es verdad, más o menos eso está sucediendo en todo el mundo, pero principalmente en los dos países que más habían calentado los precios de viviendas y oficinas, que son, me temo, Rusia y España. Y así como, el 1 de septiembre de 2007, los que estábamos entonces en España nos dimos cuenta de que, de golpe, todo el mundo había vuelto a trabajar, menos las agencias inmobiliarias, que seguían cerradas (y ya no abrirían), en Rusia el golpe ha venido un año más tarde, pero ha venido.
Y ha venido de forma rara. De la noche a la mañana, las calles, los periódicos y, como se ve en la foto, incluso los stands de feria (que no deberían servir para eso), han aparecido repletos de carteles ofreciendo alquileres de oficinas. Antes del verano de 2008, los propietarios de oficinas dictaban condiciones leoninas a todo el que intentaba alquilarles algo, y les clavaban lo que no está escrito. Ahora, en cambio, los mismos propietarios que acuchillaban a sus inquilinos los persiguen rogándoles que no se marchen. Pero, claro, con la crisis no está el horno para bollos, ni menos para pagar alquileres de diez mil euros al mes por tener tu empresa en un lugar decente.
Con las viviendas ocurre lo mismo. El verano pasado, cuando los precios seguían en auge, mi casero llamó diciendo que iban a pasar por casa unos abogados para comprobar unas cosillas sobre el piso; yo, que estaba de rodríguez, me aseguré de estar en la casa cuando vinieran, y resultó que de abogados nada: los pollos que vinieron eran agentes de la propiedad que fotografiaron todos los rincones de la casa. Y claro, si viene un agente de la propiedad (que es un gremio que detesto especialmente), uno sospecha que su permanencia en la casa corre peligro.
- Oiga, pero estos señores no son abogados.
- Ah, ¿dije abogados? No, no, son de la inmobiliaria.
- ¿Eso es que el dueño va a vender el piso? -je, lo pregunté como si los de la inmobiliaria, a lo mejor, estuvieran allí porque les gusta hacer fotos.
- Parece que podría haber un comprador, pero usted no se preocupe, ¿eh?, que esto no afectará a su contrato de alquiler.
Hombre, claro, el nuevo propietario se lo tendrá que chupar, pero eso sólo retrasaría dos meses, que es el plazo de preaviso, mi mudanza.
- Ah, bueno... -dije, como si estuviera tranquilo.
La crisis es una desgracia, pero tiene sus partes positivas. Unas semanas después de la visita de los agentes de la propiedad, el sector inmobiliario cayó en picado, de la posible venta nunca más se supo, el contrato de alquiler se ha renovado e incluso sin subir el precio. Sólo falta que el casero me ponga un jacuzzi último modelo. Estoy por pedirlo, a ver qué hace por retenerme.
* * *
Pero eso será otro día. Este fin de semana no, porque este fin de semana toca Eurovisión en Moscú, y por casa han aparecido, qué vergüenza, entradas para el ensayo de trajes. Iré, vale, pero por curiosidad científica, a ver qué frikis hay por allí. Pero con cuidado, que parece un certamen más invertido que la pirámide de población de Asturias.
Y ha venido de forma rara. De la noche a la mañana, las calles, los periódicos y, como se ve en la foto, incluso los stands de feria (que no deberían servir para eso), han aparecido repletos de carteles ofreciendo alquileres de oficinas. Antes del verano de 2008, los propietarios de oficinas dictaban condiciones leoninas a todo el que intentaba alquilarles algo, y les clavaban lo que no está escrito. Ahora, en cambio, los mismos propietarios que acuchillaban a sus inquilinos los persiguen rogándoles que no se marchen. Pero, claro, con la crisis no está el horno para bollos, ni menos para pagar alquileres de diez mil euros al mes por tener tu empresa en un lugar decente.
Con las viviendas ocurre lo mismo. El verano pasado, cuando los precios seguían en auge, mi casero llamó diciendo que iban a pasar por casa unos abogados para comprobar unas cosillas sobre el piso; yo, que estaba de rodríguez, me aseguré de estar en la casa cuando vinieran, y resultó que de abogados nada: los pollos que vinieron eran agentes de la propiedad que fotografiaron todos los rincones de la casa. Y claro, si viene un agente de la propiedad (que es un gremio que detesto especialmente), uno sospecha que su permanencia en la casa corre peligro.
- Oiga, pero estos señores no son abogados.
- Ah, ¿dije abogados? No, no, son de la inmobiliaria.
- ¿Eso es que el dueño va a vender el piso? -je, lo pregunté como si los de la inmobiliaria, a lo mejor, estuvieran allí porque les gusta hacer fotos.
- Parece que podría haber un comprador, pero usted no se preocupe, ¿eh?, que esto no afectará a su contrato de alquiler.
Hombre, claro, el nuevo propietario se lo tendrá que chupar, pero eso sólo retrasaría dos meses, que es el plazo de preaviso, mi mudanza.
- Ah, bueno... -dije, como si estuviera tranquilo.
La crisis es una desgracia, pero tiene sus partes positivas. Unas semanas después de la visita de los agentes de la propiedad, el sector inmobiliario cayó en picado, de la posible venta nunca más se supo, el contrato de alquiler se ha renovado e incluso sin subir el precio. Sólo falta que el casero me ponga un jacuzzi último modelo. Estoy por pedirlo, a ver qué hace por retenerme.
* * *
Pero eso será otro día. Este fin de semana no, porque este fin de semana toca Eurovisión en Moscú, y por casa han aparecido, qué vergüenza, entradas para el ensayo de trajes. Iré, vale, pero por curiosidad científica, a ver qué frikis hay por allí. Pero con cuidado, que parece un certamen más invertido que la pirámide de población de Asturias.
miércoles, 13 de mayo de 2009
Las trece normas de supervivencia
A veces, los propios moscovitas, sobre todo los más viajados, reconocen que su capital no es precisamente el lugar más cómodo para el turista. Las líneas de abajo aparecieron, en ruso, en una conocida publicación rusa de la red, que cualquiera puede leer en versión original pinchando aquí. No se me ocurre nada mejor que traducirlas.
Las trece reglas de supervivencia del extranjero en Moscú
No hace mucho, las autoridades de Moscú han declarado que, con el fin de convertir la capital de Rusia en la capital financiera del mundo, todas las calles de Moscú van a adquirir una segunda denominación, en inglés. Los carteles de tráfico también van a ser traducidos obligatoriamente a una segunda lengua, y además en el metro se colocarán nuevos postes informativos con aclaraciones comprensibles para los extranjeros, y se formarán servicios especiales de emergencias orientados a nuestros huéspedes extranjeros.
Todo esto, por supuesto, es un comienzo excelente; en Moscú ya se ha hecho mucho para acercar la ciudad al nivel de otros centros europeos. Aunque, con el fin de que los extranjeros puedan trabajar cómodamente en la capital rusa, y de que los turistas, entre ellos los rusos, pasen una estancia agradable, es preciso hacer mucho más. De momento, nuestros huéspedes extranjeros tienen que luchar por sobrevivir en nuestra acogedora ciudad. Quizá les ayuden nuestros consejos. También les ayudarán a adaptarse a quienes han abandonado la capital para unas vacaciones prolongadas. Una semana en Europa es suficiente para perder el hábito de las realidades rusas.
1. Si en las tiendas los vendedores no sonríen ni te saludan, sino que pululan con aspecto siniestro junto a la caja, eso no significa que esté teniendo lugar un robo ni que el dependiente experimente una animadversión personal contra los turistas. La disposición favorable de espíritu del dependiente de comercio se refleja en el silencio y en ignorar con dignidad al comprador. Si el vendedor no está de humor o no le gusta algo, él mismo se lo dirá al viajero.
2. Si el turista se dispone a comprar algo en una tienda alejada del centro de la ciudad, debe ser de lo más simple. Atraer con gestos la atención del vendedor, señalar lo que quiere, indicar con dedos el número preciso y dar el dinero. Aquí no van a valorar la riqueza de la lengua de Shakespeare. Aunque al menos puedan reconocerla. Y el francés, español, italiano y otras jergas ni eso.
3. Al llegar a Sheremetyevo o Domodiedovo (que son los aeropuertos), pida un taxi por teléfono o diríjase a Moscú en el "Aeroexprés" (el tren que te acerca al centro). Los minibuses llegan a las afueras de la ciudad, donde perderse es lo más fácil del mundo, y los vehículos privados puede que no les lleven ni allí y que los dejen congelándose en las interminables superficies desiertas de algún pueblo de casitas.
4. Coger un taxi en la estación de tren (Savyolovsky o Paveletsky) puede ser varias veces más caro que pedirlo desde el aeropuerto.
5. El billete de metro sólo se vende en el metro. Olvídese de los quioscos de tabaco o de prensa. El metro es una ciudad distinta, sometida a sus propias reglas y vigilada por sus propios cancerberos. Por cierto, hablando de billetes, olvídese también de los válidos por una hora, un día, tres días o una semana. Cada viaje se paga aparte, y los billetes válidos por cinco, diez o veinte viajes son un poco más baratos. El primer día de cada mes junto a las cajas se celebra una manifestación espontánea contra los pases mensuales cuya validez termina de repente. Prácticamente en cualquier lugar se puede comprar un billete, pero la cola en las cajas se puede comparar con la cola en el museo Pushkin en un día festivo durante la exposición de Turner.
6. En cambio, una vez haya bajado al metro, puede pasearse incluso el día entero, contemplando las excelentes estaciones centrales. Incluso es posible nutrirse en los transbordos entre líneas con burritos y Pepsi-Cola, y a veces en los quioscos puede lograr saciarse de café soluble. Lo que no hay son servicios. Además, ni siquiera se pueden encontrar los servicios portátiles azul claro junto a todas las estaciones de metro. Y eso, claro, sólo en la superficie. Por cierto, la voz que sale de las columnas azules y rojas con la letra "i" sólo suena en ruso.
7. El billete de autobús, tranvía o trolebús se le puede comprar al conductor -quien probablemente no tendrá cambio de un billete grande- o en uno de los quioscos naranjas junto a las paradas. Si tiene la suerte de verlos abiertos. Ni siquiera los moscovitas tienen siempre suerte a la primera.
8. Se entra al transporte de superficie por la puerta delantera, incluso si allí, además del turista, se agolpa media ciudad.
9. Sí, en Moscú ya permiten que los peatones crucen por el paso de peatones cuando el semáforo está en verde, pero la multa por atropellar a alguien no es tan grande como para que los conductores se lo piensen. Y no hay garantía alguna de que en una calle de varios carriles vayan a ceder el paso al mismo tiempo todos los conductores. Por eso, vaya por los pasos subterráneos, porque las posibilidades de ser alcanzado allí por un coche son mínimas. Aunque no son igual a cero.
(Hombre, esto ya lo habíamos visto)
10. No se recomienda cruzar las calles donde no hay semáforo. Aunque se disponga de un paso cebra. Ciertamente, tres de cada diez conductores lo más seguro es que frenen al ver ante sí a una persona, aunque el turista jamás podrá adivinar con seguridad qué tres precisamente son los que lo harán. Y para jugar a la ruleta rusa hay métodos más rápidos y menos engorrosos.
11. Es sorprendente, pero es así: los extranjeros en Rusia pagan más que los rusos por visitar museos y monumentos históricos. Y no se trata aquí de descuentos para la población local: es una exacción de dinero, organizada ya desde los tiempos soviéticos, a los ricos capitalistas en favor del arte socialista. El socialismo ya pasó, pero el robo continúa, lo cual es una situación habitual en Rusia.
(Y esto también lo habíamos visto)
12. Al dirigirse a la plaza Roja, no olvide llevar consigo el pasaporte y el documento que pruebe el registro en el hotel. Pero dinero es mejor no llevar. De lo contrario, los heroicos milicianos, alegres por la ausencia de la documentación necesaria, pueden decidir que tampoco le van a hacer a Usted mucha falta los billetes.
13. ¡No lo olvide! Antes de salir del hotel, dígaselo al personal de servicio, con lo que la mujer de la limpieza seguramente querrá entrar en la habitación, para comprobar si todo está en orden. Ello es en interés del turista, porque si algo desaparece de la habitación entre la salida del huésped y la llegada de la mujer de la limpieza, la diferencia se le puede cargar al huésped en la cuenta.
* * *
Hasta aquí la publicación. Quizá los que hayáis pasado por Moscú tengáis bastantes más ideas para aconsejar a los guiris que aparezcan por aquí, porque, como se ve en los comentarios a la noticia, el asunto no es nada pacífico.
Las trece reglas de supervivencia del extranjero en Moscú
No hace mucho, las autoridades de Moscú han declarado que, con el fin de convertir la capital de Rusia en la capital financiera del mundo, todas las calles de Moscú van a adquirir una segunda denominación, en inglés. Los carteles de tráfico también van a ser traducidos obligatoriamente a una segunda lengua, y además en el metro se colocarán nuevos postes informativos con aclaraciones comprensibles para los extranjeros, y se formarán servicios especiales de emergencias orientados a nuestros huéspedes extranjeros.
Todo esto, por supuesto, es un comienzo excelente; en Moscú ya se ha hecho mucho para acercar la ciudad al nivel de otros centros europeos. Aunque, con el fin de que los extranjeros puedan trabajar cómodamente en la capital rusa, y de que los turistas, entre ellos los rusos, pasen una estancia agradable, es preciso hacer mucho más. De momento, nuestros huéspedes extranjeros tienen que luchar por sobrevivir en nuestra acogedora ciudad. Quizá les ayuden nuestros consejos. También les ayudarán a adaptarse a quienes han abandonado la capital para unas vacaciones prolongadas. Una semana en Europa es suficiente para perder el hábito de las realidades rusas.
1. Si en las tiendas los vendedores no sonríen ni te saludan, sino que pululan con aspecto siniestro junto a la caja, eso no significa que esté teniendo lugar un robo ni que el dependiente experimente una animadversión personal contra los turistas. La disposición favorable de espíritu del dependiente de comercio se refleja en el silencio y en ignorar con dignidad al comprador. Si el vendedor no está de humor o no le gusta algo, él mismo se lo dirá al viajero.
2. Si el turista se dispone a comprar algo en una tienda alejada del centro de la ciudad, debe ser de lo más simple. Atraer con gestos la atención del vendedor, señalar lo que quiere, indicar con dedos el número preciso y dar el dinero. Aquí no van a valorar la riqueza de la lengua de Shakespeare. Aunque al menos puedan reconocerla. Y el francés, español, italiano y otras jergas ni eso.
3. Al llegar a Sheremetyevo o Domodiedovo (que son los aeropuertos), pida un taxi por teléfono o diríjase a Moscú en el "Aeroexprés" (el tren que te acerca al centro). Los minibuses llegan a las afueras de la ciudad, donde perderse es lo más fácil del mundo, y los vehículos privados puede que no les lleven ni allí y que los dejen congelándose en las interminables superficies desiertas de algún pueblo de casitas.
4. Coger un taxi en la estación de tren (Savyolovsky o Paveletsky) puede ser varias veces más caro que pedirlo desde el aeropuerto.
5. El billete de metro sólo se vende en el metro. Olvídese de los quioscos de tabaco o de prensa. El metro es una ciudad distinta, sometida a sus propias reglas y vigilada por sus propios cancerberos. Por cierto, hablando de billetes, olvídese también de los válidos por una hora, un día, tres días o una semana. Cada viaje se paga aparte, y los billetes válidos por cinco, diez o veinte viajes son un poco más baratos. El primer día de cada mes junto a las cajas se celebra una manifestación espontánea contra los pases mensuales cuya validez termina de repente. Prácticamente en cualquier lugar se puede comprar un billete, pero la cola en las cajas se puede comparar con la cola en el museo Pushkin en un día festivo durante la exposición de Turner.
6. En cambio, una vez haya bajado al metro, puede pasearse incluso el día entero, contemplando las excelentes estaciones centrales. Incluso es posible nutrirse en los transbordos entre líneas con burritos y Pepsi-Cola, y a veces en los quioscos puede lograr saciarse de café soluble. Lo que no hay son servicios. Además, ni siquiera se pueden encontrar los servicios portátiles azul claro junto a todas las estaciones de metro. Y eso, claro, sólo en la superficie. Por cierto, la voz que sale de las columnas azules y rojas con la letra "i" sólo suena en ruso.
7. El billete de autobús, tranvía o trolebús se le puede comprar al conductor -quien probablemente no tendrá cambio de un billete grande- o en uno de los quioscos naranjas junto a las paradas. Si tiene la suerte de verlos abiertos. Ni siquiera los moscovitas tienen siempre suerte a la primera.
8. Se entra al transporte de superficie por la puerta delantera, incluso si allí, además del turista, se agolpa media ciudad.
9. Sí, en Moscú ya permiten que los peatones crucen por el paso de peatones cuando el semáforo está en verde, pero la multa por atropellar a alguien no es tan grande como para que los conductores se lo piensen. Y no hay garantía alguna de que en una calle de varios carriles vayan a ceder el paso al mismo tiempo todos los conductores. Por eso, vaya por los pasos subterráneos, porque las posibilidades de ser alcanzado allí por un coche son mínimas. Aunque no son igual a cero.
(Hombre, esto ya lo habíamos visto)
10. No se recomienda cruzar las calles donde no hay semáforo. Aunque se disponga de un paso cebra. Ciertamente, tres de cada diez conductores lo más seguro es que frenen al ver ante sí a una persona, aunque el turista jamás podrá adivinar con seguridad qué tres precisamente son los que lo harán. Y para jugar a la ruleta rusa hay métodos más rápidos y menos engorrosos.
11. Es sorprendente, pero es así: los extranjeros en Rusia pagan más que los rusos por visitar museos y monumentos históricos. Y no se trata aquí de descuentos para la población local: es una exacción de dinero, organizada ya desde los tiempos soviéticos, a los ricos capitalistas en favor del arte socialista. El socialismo ya pasó, pero el robo continúa, lo cual es una situación habitual en Rusia.
(Y esto también lo habíamos visto)
12. Al dirigirse a la plaza Roja, no olvide llevar consigo el pasaporte y el documento que pruebe el registro en el hotel. Pero dinero es mejor no llevar. De lo contrario, los heroicos milicianos, alegres por la ausencia de la documentación necesaria, pueden decidir que tampoco le van a hacer a Usted mucha falta los billetes.
13. ¡No lo olvide! Antes de salir del hotel, dígaselo al personal de servicio, con lo que la mujer de la limpieza seguramente querrá entrar en la habitación, para comprobar si todo está en orden. Ello es en interés del turista, porque si algo desaparece de la habitación entre la salida del huésped y la llegada de la mujer de la limpieza, la diferencia se le puede cargar al huésped en la cuenta.
* * *
Hasta aquí la publicación. Quizá los que hayáis pasado por Moscú tengáis bastantes más ideas para aconsejar a los guiris que aparezcan por aquí, porque, como se ve en los comentarios a la noticia, el asunto no es nada pacífico.
lunes, 11 de mayo de 2009
El alta
A medida que avanzaba la mañana, iba llegando más y más gente a la sala de entrada del hospital. Me fui enterando de que a eso de la una empezarían a bajar los doctores de planta para informar a cada familiar del estado de los niños ingresados.
De momento, había unas cuantas puertas sin indicación alguna a la parte izquierda de la sala. Abrí una y me encontré a una señora saliendo del wáter y mirándome con cara de disgusto. Tragué saliva, me disculpe y supuse que la puerta vecina sería la de los servicios de hombres y, ya puestos, tenía algo que hacer por allí... La abrí y me encontré una especie de vestuario y a mi amigo, el guardia de seguridad, que había acabado su turno y se estaba cambiando allí. Como la señora de antes, tampoco pareció contento de verme.
La siguiente puerta daba a una capillita ortodoxa, cosa que tampoco era lo que andaba buscando. Al final resultó que la puerta buena era la primera y que los servicios eran para hombres y para mujeres. Contuve la respiración durante un par de minutos, hice lo que tenía que hacer y salí de allí.
Los médicos iban bajando. Al verlos, un enjambre de parientes los rodeaba y ellos, con ciertas dificultades, iban informando. Aquí podemos observar una de las diferencias más chocantes entre rusos y españoles. Al final, llegó la doctora que estaba tratando a Ame, pero primero comentó el caso de otro paciente:
- Bueno, pues está mejorando bastante. Yo creo que ya deberíamos pensar en que se vaya reponiendo y...
- Pero una semana más sí que lo tendrán ingresado, ¿verdad? - dijo la madre.
- Bueno, hoy es viernes... yo entraré de servicio el lunes y me parece que si no hay complicaciones...
- ¿Tan pronto? Yo pensaba que para una semana más sí que está. No vaya a recaer, o a no estar repuesto del todo.
- Bueno, bueno, ya veremos... - e hizo una pausa antes de continuar-. A ver, el siguiente es... Von Wuxwiesen.
- Yo, yo, aquí estoy - dije, apartando a la gente.
- Bueno, pues su hijo todavía tiene un poco de fiebre y...
- ¿NOS PODEMOS IR YAAAAA?
- Ya sé, ya sé, su esposa acaba de hacerme la misma pregunta. Es que, claro, los análisis no son claros aún, tiene un poquito de fiebre, aunque le duele menos el vientre.
- Pero ¿nos podremos ir hoy?
La doctora me miró un poco confusa. Debía estar pensando que los guiris somos muy raros.
- Bueno, le vamos a hacer una ecografía. Yo creo que es una inflamación de los ganglios linfáticos producidos por una infección vírica. Si la ecografía lo confirma, pues les dejaremos irse, aunque quizá, teniendo en cuenta que tiene aún fiebre, les convendría quedarse.
- ¿Cuándo dice que nos vamos? ¿Esta tarde?
La doctora dio un suspiro.
- No antes de dos horas. Espere aquí y voy a redactar el informe.
Uno está acostumbrado a los hospitales españoles, de los que te echan en cuanto puedes andar para que otro paciente ocupe la cama cuanto antes. Aquí, no. Los hospitales rusos muchas veces son lugares de reposo donde pasas no sólo la enfermedad, sino buena parte de la convalecencia, y la gente no acaba de concebir que le den de alta pronto. Supongo que entre ambos excesos habrá algún término medio que evite las exageraciones, pero yo no lo conozco.
* * *
Y, ahora, la parte práctica, por si algún día caéis enfermos en Moscú. No todos los hospitales de Moscú tratan a extranjeros no afiliados a la Seguridad Social rusa. En España, tú, guiri, te plantas en la entrada de urgencias de un hospital y te tratan en el mismo hospital.
Aquí, no.
Aquí, por ejemplo, el único hospital infantil de Moscú que trata a extranjeros en urgencias es... el hospital número 7 de Tushino, que está digamos que un poco retirado, por no hablar de otras lindezas. Los demás, al parecer, no te admitirán. Así que las ambulancias de urgencias te envían allí, aunque, como era nuestro caso, tengas un hospital infantil delante de tus narices. Pero no es para ti. Tú, a Tushino. Y no es que esté mal del todo: cumple su función básica, los equipos son adecuados y el personal es avinagrado, pero profesional; y además, por ser de urgencias, no nos cobraron; lo que ocurre es que Tushino está muy lejos y que, joroba, tiene un régimen de estancia que más parece el hospital penitenciario.
* * *
Ame salió a las dos horas sonriendo y por su propio pie. Nos pusimos todos muy contentos y dejamos el sofá para mejor ocasión.
De momento, había unas cuantas puertas sin indicación alguna a la parte izquierda de la sala. Abrí una y me encontré a una señora saliendo del wáter y mirándome con cara de disgusto. Tragué saliva, me disculpe y supuse que la puerta vecina sería la de los servicios de hombres y, ya puestos, tenía algo que hacer por allí... La abrí y me encontré una especie de vestuario y a mi amigo, el guardia de seguridad, que había acabado su turno y se estaba cambiando allí. Como la señora de antes, tampoco pareció contento de verme.
La siguiente puerta daba a una capillita ortodoxa, cosa que tampoco era lo que andaba buscando. Al final resultó que la puerta buena era la primera y que los servicios eran para hombres y para mujeres. Contuve la respiración durante un par de minutos, hice lo que tenía que hacer y salí de allí.
Los médicos iban bajando. Al verlos, un enjambre de parientes los rodeaba y ellos, con ciertas dificultades, iban informando. Aquí podemos observar una de las diferencias más chocantes entre rusos y españoles. Al final, llegó la doctora que estaba tratando a Ame, pero primero comentó el caso de otro paciente:
- Bueno, pues está mejorando bastante. Yo creo que ya deberíamos pensar en que se vaya reponiendo y...
- Pero una semana más sí que lo tendrán ingresado, ¿verdad? - dijo la madre.
- Bueno, hoy es viernes... yo entraré de servicio el lunes y me parece que si no hay complicaciones...
- ¿Tan pronto? Yo pensaba que para una semana más sí que está. No vaya a recaer, o a no estar repuesto del todo.
- Bueno, bueno, ya veremos... - e hizo una pausa antes de continuar-. A ver, el siguiente es... Von Wuxwiesen.
- Yo, yo, aquí estoy - dije, apartando a la gente.
- Bueno, pues su hijo todavía tiene un poco de fiebre y...
- ¿NOS PODEMOS IR YAAAAA?
- Ya sé, ya sé, su esposa acaba de hacerme la misma pregunta. Es que, claro, los análisis no son claros aún, tiene un poquito de fiebre, aunque le duele menos el vientre.
- Pero ¿nos podremos ir hoy?
La doctora me miró un poco confusa. Debía estar pensando que los guiris somos muy raros.
- Bueno, le vamos a hacer una ecografía. Yo creo que es una inflamación de los ganglios linfáticos producidos por una infección vírica. Si la ecografía lo confirma, pues les dejaremos irse, aunque quizá, teniendo en cuenta que tiene aún fiebre, les convendría quedarse.
- ¿Cuándo dice que nos vamos? ¿Esta tarde?
La doctora dio un suspiro.
- No antes de dos horas. Espere aquí y voy a redactar el informe.
Uno está acostumbrado a los hospitales españoles, de los que te echan en cuanto puedes andar para que otro paciente ocupe la cama cuanto antes. Aquí, no. Los hospitales rusos muchas veces son lugares de reposo donde pasas no sólo la enfermedad, sino buena parte de la convalecencia, y la gente no acaba de concebir que le den de alta pronto. Supongo que entre ambos excesos habrá algún término medio que evite las exageraciones, pero yo no lo conozco.
* * *
Y, ahora, la parte práctica, por si algún día caéis enfermos en Moscú. No todos los hospitales de Moscú tratan a extranjeros no afiliados a la Seguridad Social rusa. En España, tú, guiri, te plantas en la entrada de urgencias de un hospital y te tratan en el mismo hospital.
Aquí, no.
Aquí, por ejemplo, el único hospital infantil de Moscú que trata a extranjeros en urgencias es... el hospital número 7 de Tushino, que está digamos que un poco retirado, por no hablar de otras lindezas. Los demás, al parecer, no te admitirán. Así que las ambulancias de urgencias te envían allí, aunque, como era nuestro caso, tengas un hospital infantil delante de tus narices. Pero no es para ti. Tú, a Tushino. Y no es que esté mal del todo: cumple su función básica, los equipos son adecuados y el personal es avinagrado, pero profesional; y además, por ser de urgencias, no nos cobraron; lo que ocurre es que Tushino está muy lejos y que, joroba, tiene un régimen de estancia que más parece el hospital penitenciario.
* * *
Ame salió a las dos horas sonriendo y por su propio pie. Nos pusimos todos muy contentos y dejamos el sofá para mejor ocasión.
viernes, 8 de mayo de 2009
La que se va a montar mañana
En atención a las fechas en que nos encontramos, voy a hacer una pequeña pausa antes de acometer el último capítulo de la serie sobre hospitales rusos. Y es que Moscú es una ciudad particular por muchos motivos. Uno de ellos es la ausencia de carriles-bici; porque, así como en muchas ciudades europeas están por la tarea de establecer redes de carriles-bici para descongestionar el tráfico y quitarle espacio al coche, aquí no.
Aquí, este año, se están viendo más ciclistas, sí; pero todos vamos por nuestra cuenta y riesgo: la ciudad no nos ayuda.
En cambio, Moscú se dedica a la originalidad. Mañana se celebra la victoria sobre los nazis en la segunda guerra mundial y habrá un espectacular desfile militar por la calle Tverskaya. Por este motivo, se han pintado las líneas amarillas que veis en la foto de arriba, que a simple vista no se entiende para qué existen.
Sí, puede que en Moscú no haya carril-bici, pero Moscú es pionera en algo y, si no, ¿a que en vuestra ciudad no tenéis carril-tanque?
Aquí, este año, se están viendo más ciclistas, sí; pero todos vamos por nuestra cuenta y riesgo: la ciudad no nos ayuda.
En cambio, Moscú se dedica a la originalidad. Mañana se celebra la victoria sobre los nazis en la segunda guerra mundial y habrá un espectacular desfile militar por la calle Tverskaya. Por este motivo, se han pintado las líneas amarillas que veis en la foto de arriba, que a simple vista no se entiende para qué existen.
Sí, puede que en Moscú no haya carril-bici, pero Moscú es pionera en algo y, si no, ¿a que en vuestra ciudad no tenéis carril-tanque?
miércoles, 6 de mayo de 2009
Передача
Al día siguiente ya no me fue posible pasar ni con el truco de hacer de intérprete. El segurata, que era el mismo de la víspera, estaba perfectamente aleccionado, me miró en cuanto me vio llegar y yo me di cuenta de que allí no entraba ni el aire. Había traído una bolsa llena de esas cosas que no te dan en un hospital, al menos en un hospital público ruso: zapatillas, pijama, una muda, algunos víveres, un libro y un móvil de reserva. En fin, uno estaba asumiendo que igual iba a ser necesaria una estancia más prolongada, porque lo cierto es que allí no había diagnóstico ni nada semejante, aunque los dolores de barriga de Ame, después del banderillazo de la víspera, habían ido claramente a menos. Y la operación de apéndice había sido descartada.
La manera de hacer llegar las vituallas a los enfermos es un poco particular. En un hospital español, tendrías un horario de visitas que te permitiría un contacto con el enfermo (y más si es un niño pequeño) durante un par de horas al día que podrías aprovechar para darle lo que fuera menester. Y, en todo caso, si hay que pasarle algo con urgencia, tampoco es que haya guardias de seguridad con detectores de metal para impedirlo. Con que no armes mucho jaleo, no pasa nada. Vamos, ¿quién no ha visto, en un hospital español, al clan Heredia al completo acompañando al churumbel averiado? (Por cierto, aunque a veces es molesto para otros pacientes, lo de estas familias tiene mucho mérito)
Bueno, pues aquí no.
Aquí, los gestores del hospital han resuelto el asunto de las vituallas (que aquí es mucho más importante que en España) con la institución de la "peredacha" (transmisión, literalmente), colocando unos carritos de la compra, bastante roñosos, con el nombre de la unidad médica de destino garabateado sobre el plástico que hay en uno de los lados. Vamos, que tú ves un carrito de la compra con el nombre "gastro" y depositas allí tu bolsa, siempre teniendo en cuenta que más te vale poner bien clarito el número de la habitación y el apellido del enfermo, o tu envío puede terminar en cualquier sitio. Periódicamente, la enfermera titular de la unidad correspondiente baja, husmea si en el carrito que le toca hay algo y, si lo hay, se lo lleva.
Estas cosas, claro, no te las cuentan, supongo que entendiendo que ya te enterarás de lo que pasa por ciencia infusa, así que yo, en mi calidad de novato, perdí el envío de las once, porque, después de varias conversaciones telefónicas con Alfina, esperaba en mi ingenuidad que la enfermera bajaría, me llamaría por mi nombre y yo le daría la bolsa en mano. La enfermera bajó, pero lo de "llamar por mi nombre" no funcionó bien: la enfermera puso el piloto automático en dirección a su carrito de la compra y, como no vio nada, se dio la vuelta sin más.
Supongo que Alfina, tras haber pasado la noche en un cuchitril como ése y probablemente sudando como un pollo, porque mira que hacía calor en semejante sitio, debía estar bastante molesta con la situación. Para cuando me enteré de cómo iba el rollo, ya era demasiado tarde, porque la siguiente recogida debía ser como dos horas después. Como no me daba tiempo a pasar por IKEA a por el sofá, me quedé un rato a ver si había suertecilla y descubría un agujero por donde colarme.
La manera de hacer llegar las vituallas a los enfermos es un poco particular. En un hospital español, tendrías un horario de visitas que te permitiría un contacto con el enfermo (y más si es un niño pequeño) durante un par de horas al día que podrías aprovechar para darle lo que fuera menester. Y, en todo caso, si hay que pasarle algo con urgencia, tampoco es que haya guardias de seguridad con detectores de metal para impedirlo. Con que no armes mucho jaleo, no pasa nada. Vamos, ¿quién no ha visto, en un hospital español, al clan Heredia al completo acompañando al churumbel averiado? (Por cierto, aunque a veces es molesto para otros pacientes, lo de estas familias tiene mucho mérito)
Bueno, pues aquí no.
Aquí, los gestores del hospital han resuelto el asunto de las vituallas (que aquí es mucho más importante que en España) con la institución de la "peredacha" (transmisión, literalmente), colocando unos carritos de la compra, bastante roñosos, con el nombre de la unidad médica de destino garabateado sobre el plástico que hay en uno de los lados. Vamos, que tú ves un carrito de la compra con el nombre "gastro" y depositas allí tu bolsa, siempre teniendo en cuenta que más te vale poner bien clarito el número de la habitación y el apellido del enfermo, o tu envío puede terminar en cualquier sitio. Periódicamente, la enfermera titular de la unidad correspondiente baja, husmea si en el carrito que le toca hay algo y, si lo hay, se lo lleva.
Estas cosas, claro, no te las cuentan, supongo que entendiendo que ya te enterarás de lo que pasa por ciencia infusa, así que yo, en mi calidad de novato, perdí el envío de las once, porque, después de varias conversaciones telefónicas con Alfina, esperaba en mi ingenuidad que la enfermera bajaría, me llamaría por mi nombre y yo le daría la bolsa en mano. La enfermera bajó, pero lo de "llamar por mi nombre" no funcionó bien: la enfermera puso el piloto automático en dirección a su carrito de la compra y, como no vio nada, se dio la vuelta sin más.
Supongo que Alfina, tras haber pasado la noche en un cuchitril como ése y probablemente sudando como un pollo, porque mira que hacía calor en semejante sitio, debía estar bastante molesta con la situación. Para cuando me enteré de cómo iba el rollo, ya era demasiado tarde, porque la siguiente recogida debía ser como dos horas después. Como no me daba tiempo a pasar por IKEA a por el sofá, me quedé un rato a ver si había suertecilla y descubría un agujero por donde colarme.
lunes, 4 de mayo de 2009
La habitación del hospital
Cuando conseguí subir a planta, empecé a percibir un olor particular, yo diría que a rancio. Uno va a un hospital español y huele a desinfectante y a veces a alcohol. En un hospital ruso huele a rancio, igual que en una oficina rusa, en un ministerio ruso, en una estación de tren rusa, en el centro de entrenamiento de astronautas de Zvyozdny Gorodok y seguramente también olería a rancio en la estación espacial Mir. Está por todos los sitios, pero por todos. Pero en el hospital me produjo un choque que no esperaba ¿No se suponía que nos habían enviado allí desde la policlínica del cuerpo diplomático y que el hospital era bueno? ¿No estaba el Embajador de Argentina por allí?
- ¿Éste es su marido?
Quien había hablado era la doctora. Alfina apareció detrás de la esquina con cara de pocos amigos.
- Me quiero ir de aquí ya.
- Bueno, bueno, ¿cómo está Ame?
Alfina me miró con cara de "tú no entiendes nada, ¿no?".
- En la habitación, ven a verla.
La habitación era uno de los lugares más lamentables que uno imaginarse pueda. El linóleo del suelo era una serie de parches roídos por la corrosión y presentaba un aspecto espantoso. Las paredes medianeras no eran sino plafones de plástico transparente con el número de la habitación (712, en este caso) pintado con rotulador y medio borrado. La pared que daba al exterior, pintada de verde característico, presentaba todos tipo de rayajos con los que anteriores enfermos habían querido dejar constancia de su paso. Los cristales que daban al exterior estaban rayados y, por ello, eran más traslúcidos que transparentes. Las camas eran una estructura metálica estrecha y corta con un delgado colchón mordisqueado. Cuatro camas había en la habitación 712. Una estaba vacía; otra estaba ocupada por una madre y su hijo, los dos un poco antipáticos; en la tercera estaba una madre joven de aspecto agradable y su hijo; en la cuarta estaba Ame, con el mismo aspecto mustio de toda la tarde y quejándose de cuando en cuando de dolores de barriga.
Vamos, que allí estábamos tan a gusto como un rabino en la franja de Gaza.
- Entiendo.
- Y eso que no has visto los baños.
- ¿Y el Embajador argentino?
- Antes lo he visto gritando por los pasillos.
- ¿Sí?
- Iba chillando "QUIERO VER UN MÉDICO YA". Lo que pasa es que el traductor le quitaba un poco de fuerza al discurso: "El señor Embajador desearía ver a un médico". O cuando el Embajador decía a voz en grito: "LLEVO DOS HORAS AQUÍ SIN VER UN MÉDICO Y ESTOY HARTO" y el traductor decía: "El señor Embajador querría manifestar su disgusto por la espera a la que se ve sometido sin ser informado por el personal de este centro." Y, claro, no le hacían ni puñetero caso.
- Bueno, pues se ve que también le han tomado el pelo.
La situación era complicadilla. Por una parte, allí había médicos que podrían tratar a Ame y decirnos qué le pasaba; por otra parte, los establos de Augías parecían un lugar relativamente limpio, en comparación con aquello.
- Oiga, ¿su marido no podría salir de la habitación? -dijo la vecina de habitación agradable. A saber lo que diría la otra.
Parecía claro que las vecinas de habitación no verían con buenos ojos que me quedase yo a pasar la noche. Si no salíamos de allí, se iba a tener que quedar Alfina. Recordé que había sido idea mía hacer caso a los de la policlínica y aceptar ser enviados al hospital de Tushino, a treinta kilómetros de casa, en lugar de al cómodo centro médico europeo, a un cuarto de hora paseando desde casa. Le eché un vistazo al reloj, por si IKEA siguiera abierto y hubiera algún sofá de oferta.
Me fui a ver a la doctora, a la que evidentemente le había caído bien. Puse mucho cuidado en utilizar mi ruso más pulido.
- Doctora, me gustaría saber qué posibilidades existen de que podamos salir del hospital esta noche.
- Su hijo tiene fiebre, realmente le duele la barriga y le estamos haciendo análisis. Esta noche se tienen que quedar. Mañana, si mejora y sólo le queda la fiebre, igual se podrían ir a casa, pero esta noche se quedan.
Me lo temía.
Una característica de los hospitales rusos es la afición del personal a las jeringuillas. Mira que en el mundo moderno hay pastillas y jarabes, pues aquí a jorobarse tocan: las vitaminas, los antibióticos y hasta los analgésicos los meten en una jeringuilla e inyección al canto. Si a eso le sumamos las separaciones transparentes entre habitaciones, la cosa se complicaba más. Desde nuestra habitación se veía perfectamente cómo la enfermera entraba en la habitación vecina y les clavaba sendas banderillas a los cuatro niños que la ocupaban, que reaccionaron a berrido y llanto sostenidos. Claro, Ame será pequeñito, pero no tonto, y era perfectamente consciente de que a él le podía tocar el pinchazo en cualquier momento. El pobre niño estaba estresadísimo.
Y con razón, porque, finalmente, le tocó a él. Entre Alfina y yo conseguimos sujetarlo con algunas dificultades, y eso que llevaba varios días enfermo. La enfermera le puso la inyección, que luego supimos que era Nurofén. Normalmente, el Nurofén se da en jarabe. Aquí, no. La enfermera ascó la jeringuilla del culo de Ame y le dio a Alfina un algodoncillo.
- Sujételo un rato.
No, en los hospitales rusos no hay tiritas. Si queréis tiritas, os las traéis de fuera, pringaos.
Finalmente, llegó la hora de pirarse. La enfermera me echó de allí, yo conseguí más o menos asegurarme de que la doctora me dejaría pasar al día siguiente, desperté a un guardía de seguridad para poder sacar mi abrigo del guardarropa y, a tientas, porque ya era de noche, encontré la salida. El segurata de la Sturmabteilung estaba fumando fuera del edificio con otros dos colegas, justo debajo del cartel que prohibía fumar en todo el recinto del hospital. Me vio al irme y me dijo.
- ¿Qué? ¿Has traducido bien?
- Sí, oye, menos mal que he subido. Mañana vuelvo.
- Volver, volverás, pero ya veremos cómo te las apañas.
Está visto que el día siguiente se presentaba duro.
- ¿Éste es su marido?
Quien había hablado era la doctora. Alfina apareció detrás de la esquina con cara de pocos amigos.
- Me quiero ir de aquí ya.
- Bueno, bueno, ¿cómo está Ame?
Alfina me miró con cara de "tú no entiendes nada, ¿no?".
- En la habitación, ven a verla.
La habitación era uno de los lugares más lamentables que uno imaginarse pueda. El linóleo del suelo era una serie de parches roídos por la corrosión y presentaba un aspecto espantoso. Las paredes medianeras no eran sino plafones de plástico transparente con el número de la habitación (712, en este caso) pintado con rotulador y medio borrado. La pared que daba al exterior, pintada de verde característico, presentaba todos tipo de rayajos con los que anteriores enfermos habían querido dejar constancia de su paso. Los cristales que daban al exterior estaban rayados y, por ello, eran más traslúcidos que transparentes. Las camas eran una estructura metálica estrecha y corta con un delgado colchón mordisqueado. Cuatro camas había en la habitación 712. Una estaba vacía; otra estaba ocupada por una madre y su hijo, los dos un poco antipáticos; en la tercera estaba una madre joven de aspecto agradable y su hijo; en la cuarta estaba Ame, con el mismo aspecto mustio de toda la tarde y quejándose de cuando en cuando de dolores de barriga.
Vamos, que allí estábamos tan a gusto como un rabino en la franja de Gaza.
- Entiendo.
- Y eso que no has visto los baños.
- ¿Y el Embajador argentino?
- Antes lo he visto gritando por los pasillos.
- ¿Sí?
- Iba chillando "QUIERO VER UN MÉDICO YA". Lo que pasa es que el traductor le quitaba un poco de fuerza al discurso: "El señor Embajador desearía ver a un médico". O cuando el Embajador decía a voz en grito: "LLEVO DOS HORAS AQUÍ SIN VER UN MÉDICO Y ESTOY HARTO" y el traductor decía: "El señor Embajador querría manifestar su disgusto por la espera a la que se ve sometido sin ser informado por el personal de este centro." Y, claro, no le hacían ni puñetero caso.
- Bueno, pues se ve que también le han tomado el pelo.
La situación era complicadilla. Por una parte, allí había médicos que podrían tratar a Ame y decirnos qué le pasaba; por otra parte, los establos de Augías parecían un lugar relativamente limpio, en comparación con aquello.
- Oiga, ¿su marido no podría salir de la habitación? -dijo la vecina de habitación agradable. A saber lo que diría la otra.
Parecía claro que las vecinas de habitación no verían con buenos ojos que me quedase yo a pasar la noche. Si no salíamos de allí, se iba a tener que quedar Alfina. Recordé que había sido idea mía hacer caso a los de la policlínica y aceptar ser enviados al hospital de Tushino, a treinta kilómetros de casa, en lugar de al cómodo centro médico europeo, a un cuarto de hora paseando desde casa. Le eché un vistazo al reloj, por si IKEA siguiera abierto y hubiera algún sofá de oferta.
Me fui a ver a la doctora, a la que evidentemente le había caído bien. Puse mucho cuidado en utilizar mi ruso más pulido.
- Doctora, me gustaría saber qué posibilidades existen de que podamos salir del hospital esta noche.
- Su hijo tiene fiebre, realmente le duele la barriga y le estamos haciendo análisis. Esta noche se tienen que quedar. Mañana, si mejora y sólo le queda la fiebre, igual se podrían ir a casa, pero esta noche se quedan.
Me lo temía.
Una característica de los hospitales rusos es la afición del personal a las jeringuillas. Mira que en el mundo moderno hay pastillas y jarabes, pues aquí a jorobarse tocan: las vitaminas, los antibióticos y hasta los analgésicos los meten en una jeringuilla e inyección al canto. Si a eso le sumamos las separaciones transparentes entre habitaciones, la cosa se complicaba más. Desde nuestra habitación se veía perfectamente cómo la enfermera entraba en la habitación vecina y les clavaba sendas banderillas a los cuatro niños que la ocupaban, que reaccionaron a berrido y llanto sostenidos. Claro, Ame será pequeñito, pero no tonto, y era perfectamente consciente de que a él le podía tocar el pinchazo en cualquier momento. El pobre niño estaba estresadísimo.
Y con razón, porque, finalmente, le tocó a él. Entre Alfina y yo conseguimos sujetarlo con algunas dificultades, y eso que llevaba varios días enfermo. La enfermera le puso la inyección, que luego supimos que era Nurofén. Normalmente, el Nurofén se da en jarabe. Aquí, no. La enfermera ascó la jeringuilla del culo de Ame y le dio a Alfina un algodoncillo.
- Sujételo un rato.
No, en los hospitales rusos no hay tiritas. Si queréis tiritas, os las traéis de fuera, pringaos.
Finalmente, llegó la hora de pirarse. La enfermera me echó de allí, yo conseguí más o menos asegurarme de que la doctora me dejaría pasar al día siguiente, desperté a un guardía de seguridad para poder sacar mi abrigo del guardarropa y, a tientas, porque ya era de noche, encontré la salida. El segurata de la Sturmabteilung estaba fumando fuera del edificio con otros dos colegas, justo debajo del cartel que prohibía fumar en todo el recinto del hospital. Me vio al irme y me dijo.
- ¿Qué? ¿Has traducido bien?
- Sí, oye, menos mal que he subido. Mañana vuelvo.
- Volver, volverás, pero ya veremos cómo te las apañas.
Está visto que el día siguiente se presentaba duro.
viernes, 1 de mayo de 2009
Tercer aniversario
¡Cómo pasa el tiempo! Parece que fue ayer, y han pasado tres años desde la primera entrada de esta bitácora y ya uno desde el último aniversario. Así pues, procede interrumpir los lamentos dedicados a la sanidad rusa y mirar un poquito hacia atrás, antes de seguir hacia adelante.
En la mayoría de las bitácoras, el título de la misma coincide con la dirección en internet; así ocurre, por ejemplo, con la casi totalidad de las reflejadas ahí en la banda derecha. Como veis, no es así en mi caso, porque el título de la bitácora es "El soldado fanfarrón" (o "Miles gloriosus", en su lengua original), pero la dirección de internet es shaurma.blogspot.com. ¿Y por qué shaurma?
Porque una shaurma (creo que es "shawarma" en sarraceno) es una especie de sandwich hecho en Moscú de labash, sábanas de pan sin levadura, y en el que cabe de todo. Muchos países tienen esa receta de platos en los que cabe de todo. Los italianos tienen la pizza, en donde meten cualquier alimento; los españoles tenemos la paella, que, aparte de arroz, puede ser de lo que sea (la paella, con tal de no llamarla "valenciana", sirve de recipiente a cualquier mejunje); los rusos tienen una cocina tirando a monótona, pero el "plato-en-que-se-mete-de-todo" es una necesidad y los rusos lo han importado de la morisma: es la shaurma.
Y así es. Así como en la shaurma cabe de todo lo que te apetezca, aquí también. No es una bitácora estrictamente temática, sino que se dedica a lo que me interese a mí... y se pueda contar. Porque, amigos, hay cosas que no se deben contar en internet. Hay blogueros muy comprometidos que se desnudan demasiado y que se van de la lengua. Espero que no sea mi caso, por mucho que me apetezca, porque, si no, sería como si me hiciera una shaurma repleta de pimiento.
Y es que el pimiento me encanta, pero me sienta como un tiro.
En la mayoría de las bitácoras, el título de la misma coincide con la dirección en internet; así ocurre, por ejemplo, con la casi totalidad de las reflejadas ahí en la banda derecha. Como veis, no es así en mi caso, porque el título de la bitácora es "El soldado fanfarrón" (o "Miles gloriosus", en su lengua original), pero la dirección de internet es shaurma.blogspot.com. ¿Y por qué shaurma?
Porque una shaurma (creo que es "shawarma" en sarraceno) es una especie de sandwich hecho en Moscú de labash, sábanas de pan sin levadura, y en el que cabe de todo. Muchos países tienen esa receta de platos en los que cabe de todo. Los italianos tienen la pizza, en donde meten cualquier alimento; los españoles tenemos la paella, que, aparte de arroz, puede ser de lo que sea (la paella, con tal de no llamarla "valenciana", sirve de recipiente a cualquier mejunje); los rusos tienen una cocina tirando a monótona, pero el "plato-en-que-se-mete-de-todo" es una necesidad y los rusos lo han importado de la morisma: es la shaurma.
Y así es. Así como en la shaurma cabe de todo lo que te apetezca, aquí también. No es una bitácora estrictamente temática, sino que se dedica a lo que me interese a mí... y se pueda contar. Porque, amigos, hay cosas que no se deben contar en internet. Hay blogueros muy comprometidos que se desnudan demasiado y que se van de la lengua. Espero que no sea mi caso, por mucho que me apetezca, porque, si no, sería como si me hiciera una shaurma repleta de pimiento.
Y es que el pimiento me encanta, pero me sienta como un tiro.