Si, en los no tan lejanos tiempos soviéticos, a algún iluminado se le hubiera ocurrido ponerle a un champán la marca que lleva el de la foto, lo menos que le hubiera pasado es acabar en un centro de salud mental para ver si había perdido la chaveta. Lo más hubiera sido contribuir desinteresadamente a la construcción del Canal del Mar Blanco o a la extracción de oro en la cuenca de Kolimá, hasta que el cuerpo aguantara. Después, a criar malvas; pero, como la cuenca de Kolimá no es un clima propicio para las malvas, es más probable que fueran los lobos quienes hubieran acabado con la envoltura mortal del insensato.
Y es que la marca se las trae, y viene a demostrar lo que cambian los tiempos: champán "Burgués". Qué palabra, tú. Una palabra que, en sí, no es más que el habitante de un burgo, de una ciudad, pero a la que un par de revoluciones han dado una carga ideológica que no tenía por qué tener.
La Revolución Francesa vino a sacar a los habitantes de las ciudades, a los burgueses, del relativo ostracismo político en que andaban y los convirtió en los amos del cotarro. Los nuevos amos se dedicaron a zumbar a los antiguos, los nobles del primer estado y, de paso, a los campesinos, muchos de los cuales no veían claro el nuevo régimen, se recelaban que les iban a tomar el pelo y preferían seguir como hasta entonces. Los burgueses, con la connivencia de los nobles que vieron la ocasión de recolocarse, consiguieron engañar a la suficiente gente para hacerse con el mango de la sartén y, efectivamente, los que pagaron el pato fueron los campesinos y, de paso, la Iglesia: ambos se quedaron a dos velas, con las tierras comunales expropiadas sin indemnización. Entonces se decía de manera fina: desamortizar, que desde luego suena mejor que robar, aunque la realidad queda mejor descrita con esta última palabra.
Con el tiempo, muchos de los campesinos, que se habían quedado con una mano delante y otra detrás, se fueron a las ciudades a ver si caía algo, pero no se convirtieron en burgueses, sino en obreros industriales semiesclavizados... por los burgueses. Más o menos por entonces salió un tal Karl Marx que predijo que esto acabaría mal, con el cabreo de los esclavizados y con otra revolución que te crio.
Lo que no pudo predecir fue que sería Rusia el país donde la revolución iba a tener lugar. En realidad, Rusia era uno de los países menos indicados para ella, porque la revolución liberal había sido rápidamente cortada y los campesinos seguían mayormente como en el Antiguo Régimen, en un estado no opulento, pero al menos tampoco famélico; mas he aquí que apareció un señor muy audaz, además de buen organizador, de nombre Vladimir Uliánov (pero al que todo quisqui conoce como Lenin), que montó una gresca de espanto y se consiguió hacer, él, con el mango de la sartén en Rusia. Su temprana muerte nos impidió saber si hubiera sido capaz de usar la sartén para zurrar a más países; pero, por si acaso, más valió no haberse enterado.
La nueva revolución pilló cierta animadversión contra los burgueses (y, de paso, contra la Iglesia, que yo no sé qué pasa, pero siempre que hay una revolución le toca pagar el pato). El enemigo era la burguesía, el gobierno al que la revolución había depuesto era el gobierno burgués, los burgueses eran esos bichos indecentes propietarios de los medios de producción que conspiraban para impedir la construcción del paraíso socialista ¡Qué malos, qué ruines eran los burgueses! Y, en la época de las grandes purgas, una posible acusación por defecto era la de ser partidario de la burguesía. El que era acusado de esto podía ir encargando el funeral.
Pues ahora, ni pum. Los tiempos han cambiado lo suficiente como para que un avispado fabricante llame "burgués" al champán que fabrica, lo venda al por menor a poco más de cien rublos y la gente se lo quite de las manos. No me extrañaría que el propio Ziugánov se hubiera hecho con alguna botellita para celebrar el cumple. Señor, señor, si Pepe Stalin levantara la cabeza.
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ResponderEliminarExcelente radio de minimal tech para amenizar una jornada llena de viejos tangueros borrachos en la dacha.
Comi empanadas, de esas que extraño. Contrariamente a ti Alfor y probablemente a muchos mas creo que el Imperio Zarista fue el lugar indicado para la revolucion, no olvides que en 1905 ya habian medido fuerzas y el soviet de petrogrado quedo muy fortalecido desde aquel entonces. Es mucho lo que podria comentar, creo que es hora de abrir un blog.
Si soy una mezcla Ruso-Argentina, un tanto peligroso.
Te recomiendo musica para levantar el animo Yelle - Je veux te voir.
pd. "Al Amado lider" se le chiflo el moño.
Bruno, estoy de acuerdo contigo en que en 1905 las cosas habían cambiado y se podía pensar que en Rusia podría haber una revolución proletaria, pero es que para entonces Marx llevaba algún tiempo fiambre. En tiempos de Marx, el lugar lógico para revoluciones no era Rusia, sino probablemente, como él mismo pensaba, Inglaterra.
ResponderEliminarSí que se te ve con ganas de abrir blog, sí. Ánimo.
El problema no es Marx, ni Engels, pobre, pareciera que siempre nos olvidamos de el.
ResponderEliminarA lo que iba yo eran las causas de la revolucion proletaria en Rusia; estas son muy entendibles.
Sumida en una guerra que consumia el imperio, economica y socialmente.
La inoperancia politica de Nicolas II, creo que estaras de acuerdo en decir que su paso por el trono fue de lo mas pauperrimo que vio el imperio zarista.
Y aqui... lo mas importante, al menos para mi: la fallida transicion del estado feudal al capitalista.
Los que editan en Buenos Aires la Monarhicheskaja Gazeta no estarán de acuerdo contigo, Bruno :)
ResponderEliminarInmi
Bruno, ah, no, si las causas de la Revolución son claras. Pero, en tiempos de Marx (¡y Engels, claro que sí! ¡Por fin aparece un engelsista!), todavía no existían, que es a lo que me refería yo. No estamos en desacuerdo.
ResponderEliminarY Nicolás II, pues bueno, supongo que fue un buen tipo al que le tocó lidiar con un tiempo que requería individuos con una mala leche que él no tenía.
Inmi, espero que los monárquicos bonaerenses estén algo más de acuerdo conmigo, porque, si no, menudos monárquicos que estaríamos hechos.