Por Bélgica, los casos de coronavirus van aumentando, pero de momento están lejos de provocar la parálisis del sistema sanitario, y eso que las medidas de aislamiento no son especialmente severas. No parece sino que el país haya generalizado el fin de semana, y que todos los días lo sean. Quien puede (y yo puedo), teletrabaja, lo cual reduce enormemente el número de desplazamientos; y quien no puede, pues, o bien ha dejado de trabajar y de cobrar (un ejemplo claro es mi podólogo o el ortodoncista de Ame, que han cancelado todas sus citas), o, si tienen la suerte de estar por cuenta ajena, y no digamos si lo está en la función pública, ejerciendo labores que exigen estar presente, pues no trabajan, pero supongo que siguen cobrando.
Sea como fuera, Bruselas está razonablemente activa. Siguiendo los consejos del Gobierno, los bruselenses -y supongo que todos los belgas- pasean, montan en bicicleta y corren. Como ya dije, hay quien monta en bicicleta con el gesto tenso de quien apenas lo ha hecho en los últimos lustros, y el colmo es ver a algunos que montan por la acera, cuando apenas hay motivos para temer ir por la calzada, ya que el tránsito es reducidísimo. Si fuera así en días normales, Bruselas sería un edén.
Salgo a correr con cierta regularidad, y sigo viendo bastante gente en el Bois de la Cambre, y hasta en la Forêt de Soignes. Y me cruzo con numerosos ciclistas del grupo de los avezados. Se supone que está permitido rodar de dos en dos con otra persona con la que compartas piso, y lo cierto es que es un fenómeno bastante frecuente encontrarse a dos hombres rodando juntos.
En la cena, se me ocurrió comentar esto.
- ... y es evidente que no comparten piso - concluí.
Nunca lo hubiera dicho. Mi familia parecía estar esperando que dijese cualquier cosa criticable para lanzarse a la yugular.
- ¡Que estamos en el siglo XXI!
- ¿Y por qué no van a compartir piso?
- ¡Con la de parejas de hombres que hay en Bruselas!
Además, estamos en comunicación por vídeo con Abi, que también escuchó mi comentario y, desde Madrid, no perdió ocasión de meterse conmigo.
- A mí eso que dices me parece homófobo.
Y así siguieron un rato. Lo siguiente, supongo, es fascista directamente, o genocida, o lo que sea. Yo pensaba que con el confinamiento se nos iba a acabar la tontería, pero está visto que necesitamos que nos lo prolonguen un poco más, porque no merecemos salir a calle hasta prometer no ir diciendo chorradas por ahí.
Y, a lo mejor, dos semanas es poco. Está visto que hay gente que no aprende, y que necesita más tiempo de reflexión.
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
domingo, 29 de marzo de 2020
lunes, 23 de marzo de 2020
Deportistas confinados
La verdad es que últimamente salir a correr por Bruselas, y más exactamente por el Bois de la Cambre, que es la mayor zona verde de la ciudad, se ha convertido en una experiencia muy chocante. De momento, por mi propia motivación, porque estoy preparándome para una carrera que, con total seguridad, no va a tener lugar, pero yo sigo ejecutando mi plan de entrenamiento como si hubiera alguna posibilidad de correrla.
Pero el choque lo percibe uno cuando ve lo que tiene a su alrededor.
Desde que el gobierno belga adoptara las medidas para hacer frente a la epidemia, y no ya permitiera, sino incluso recomendara salir a pasear, correr o montar en bicicleta, el número de deportistas belgas ha aumentado incluso más exponencialmente que el número de positivos por coronavirus. Los llamo deportistas, vale, pero lo cierto es que causan un poco de perplejidad, y no lo digo sólo por el pollo del otro día que corría en vaqueros, prenda incómoda donde las haya. Lo digo por gente que, al ver la ropa que usa, o el estilo y planta que presentan, es evidente que no ha salido a hacer deporte en lustros, y sale ahora por... no sé, porque todo el mundo lo hace.
Además están los ciclistas de nuevo cuño que han aparecido por las calles. Es cierto que hay menos coches que de costumbre, sí, y eso parece haber animado a un número no desdeñable de bruselenses a limpiar el óxido de las bicicletas que dormían el sueño de los justos en garajes y trasteros y a aprovechar la coyuntura para transformar el primer fin de semana con las medidas en vigor en algo parecido al típico domingo sin coches de finales de septiembre. Así, se ve a gente rodando de manera vacilante, de igual manera que se ve a señores (y señoras) vestidas con un chándal de supermercado desplazarse lentamente por las sendas y veredas del Bois de la Cambre, corriendo sin apenas levantar los pies del suelo ni flexionar las rodillas lo más mínimo.
Y no sólo eso. Están los que se han vestido como si fueran a correr un Ironman, pero en realidad están andando por las orillas del lago del Bois, charlando tranquilamente con sus compañeros, vestidos como ellos. O los padres con sus hijos que han salido con las bicicletas a dar vueltas por los alrededores. Un domingo sin bicis. Que sí, que muchos de ellos es evidente que viven bajo el mismo techo, y en general parece que la peña trata de mantener una distancia de un metro, a ojo, entre unos y otros, pero tiene toda la pinta de que esto puede terminar bastante mal.
Como el Bois estaba petado, y de todas formas yo salía a hacer fondo, me alejé hasta la Forêt de Soignes, un poco más lejos, para encontrarme que los aparcamientos de proximidad estaban completamente llenos, y que una legión de paseantes de toda edad y condición, charlando amigablemente muchos de ellos, me obligaban a zigzaguear para seguir mi camino. Esto no es un confinamiento, esto son unas vacaciones de todo a cien.
En España, la policía persigue severamente, por lo que me cuentan, a quienes intentan eludir el estado de alarma y se encuentan en la calle sin un buen motivo. En Bruselas, la policía se limita a poner una furgoneta a dar vueltas al lago del Bois, mientras un altavoz repite monótonamente: "Tengan la bondad de respetar una distancia de un metro entre unos y otros".
Todavía me queda escribir unas palabras sobre lo que queda de iglesia católica en Bélgica, pero eso es asunto aparte.
A veces tengo la impresión de que esto son los últimos días de Pompeya. Ojalá me equivoque.
Pero el choque lo percibe uno cuando ve lo que tiene a su alrededor.
Desde que el gobierno belga adoptara las medidas para hacer frente a la epidemia, y no ya permitiera, sino incluso recomendara salir a pasear, correr o montar en bicicleta, el número de deportistas belgas ha aumentado incluso más exponencialmente que el número de positivos por coronavirus. Los llamo deportistas, vale, pero lo cierto es que causan un poco de perplejidad, y no lo digo sólo por el pollo del otro día que corría en vaqueros, prenda incómoda donde las haya. Lo digo por gente que, al ver la ropa que usa, o el estilo y planta que presentan, es evidente que no ha salido a hacer deporte en lustros, y sale ahora por... no sé, porque todo el mundo lo hace.
Además están los ciclistas de nuevo cuño que han aparecido por las calles. Es cierto que hay menos coches que de costumbre, sí, y eso parece haber animado a un número no desdeñable de bruselenses a limpiar el óxido de las bicicletas que dormían el sueño de los justos en garajes y trasteros y a aprovechar la coyuntura para transformar el primer fin de semana con las medidas en vigor en algo parecido al típico domingo sin coches de finales de septiembre. Así, se ve a gente rodando de manera vacilante, de igual manera que se ve a señores (y señoras) vestidas con un chándal de supermercado desplazarse lentamente por las sendas y veredas del Bois de la Cambre, corriendo sin apenas levantar los pies del suelo ni flexionar las rodillas lo más mínimo.
Y no sólo eso. Están los que se han vestido como si fueran a correr un Ironman, pero en realidad están andando por las orillas del lago del Bois, charlando tranquilamente con sus compañeros, vestidos como ellos. O los padres con sus hijos que han salido con las bicicletas a dar vueltas por los alrededores. Un domingo sin bicis. Que sí, que muchos de ellos es evidente que viven bajo el mismo techo, y en general parece que la peña trata de mantener una distancia de un metro, a ojo, entre unos y otros, pero tiene toda la pinta de que esto puede terminar bastante mal.
Como el Bois estaba petado, y de todas formas yo salía a hacer fondo, me alejé hasta la Forêt de Soignes, un poco más lejos, para encontrarme que los aparcamientos de proximidad estaban completamente llenos, y que una legión de paseantes de toda edad y condición, charlando amigablemente muchos de ellos, me obligaban a zigzaguear para seguir mi camino. Esto no es un confinamiento, esto son unas vacaciones de todo a cien.
En España, la policía persigue severamente, por lo que me cuentan, a quienes intentan eludir el estado de alarma y se encuentan en la calle sin un buen motivo. En Bruselas, la policía se limita a poner una furgoneta a dar vueltas al lago del Bois, mientras un altavoz repite monótonamente: "Tengan la bondad de respetar una distancia de un metro entre unos y otros".
Todavía me queda escribir unas palabras sobre lo que queda de iglesia católica en Bélgica, pero eso es asunto aparte.
A veces tengo la impresión de que esto son los últimos días de Pompeya. Ojalá me equivoque.
sábado, 21 de marzo de 2020
Bélgica en los Juegos Olímpicos
Las medidas decretadas por el gobierno belga para luchar contra la pandemia han sido noticia en bastantes medios españoles, más que nada por la diferencia con las que ha adoptado el gobierno español. Así como en España, según me cuentan, hay una verdadera persecución policial para que los ciudadanos no salgan de casa, y ay de aquél que lo haga sin un buen motivo (y no hay tantos), aquí las cosas, al menos hasta ahora, son mucho más relajadas.
Aquí no hay que alquilar ningún perro para salir de casa, sino que está permitido salir a hacer deporte, eso sí, de manera individual. Podemos salir a correr o a rodar en bicicleta, pero, como mucho, de dos en dos, quizá acompañados por un amigo cercano. Entretanto, Bélgica debe creerse que es la más paladina en la lucha contra el virus, porque ha cerrado las fronteras terrestres con los cinco países con los que limita para el transporte de pasajeros. Las mercancías pueden seguir pasando, y más nos vale, porque Bélgica no es lo que se dice autosuficiente.
El miércoles, primer día de confinamiento, salí a correr, como hago todos los miércoles, por otra parte, y me encontré un número desusadamente alto de corredores. A ver, también salgo al menos otro día durante la semana, normalmente los sábados, pero lo del miércoles no era normal, y eso que el día ya iba de vencida. Es verdad que el gobierno no sólo permitía, sino que incluso aconsejaba salir a tomar el aire, pero aquello tampoco era normal. Es que me encontré hasta un tipo corriendo en vaqueros. En vaqueros. Además de un montón de gente en el Bois de la Cambre en grupitos, charlando tranquilamente, como si no hubiera coronavirus en el mundo, cosa que probablemente lamentaremos más pronto que tarde.
Ya sabemos que el ciclismo es el deporte nacional belga, y que no es extraño que los deportistas belgas ganen el campeonato del mundo o la medalla de oro en las olimipiadas, pero lo del atletismo es nuevo. Con los atletas de los demás países confinados en sus casas y sin entrenar, mucho me temo que Bélgica se va a hacer con un saco de medallas en Tokio. Si es que llegamos a tiempo de ver los juegos olímpicos, que ésa es otra.
Y si, tal y como van las cosas, no nos encontramos en unos días con un estallido de casos en Bélgica y, por tanto, con medidas más drásticas que nos confinen de verdad, no la broma ésta.
Entretanto, me voy a dormir, que mañana voy a ver si salgo a correr. Yo, que vivo en Bélgica y puedo. Chincha rabiña.
Aquí no hay que alquilar ningún perro para salir de casa, sino que está permitido salir a hacer deporte, eso sí, de manera individual. Podemos salir a correr o a rodar en bicicleta, pero, como mucho, de dos en dos, quizá acompañados por un amigo cercano. Entretanto, Bélgica debe creerse que es la más paladina en la lucha contra el virus, porque ha cerrado las fronteras terrestres con los cinco países con los que limita para el transporte de pasajeros. Las mercancías pueden seguir pasando, y más nos vale, porque Bélgica no es lo que se dice autosuficiente.
El miércoles, primer día de confinamiento, salí a correr, como hago todos los miércoles, por otra parte, y me encontré un número desusadamente alto de corredores. A ver, también salgo al menos otro día durante la semana, normalmente los sábados, pero lo del miércoles no era normal, y eso que el día ya iba de vencida. Es verdad que el gobierno no sólo permitía, sino que incluso aconsejaba salir a tomar el aire, pero aquello tampoco era normal. Es que me encontré hasta un tipo corriendo en vaqueros. En vaqueros. Además de un montón de gente en el Bois de la Cambre en grupitos, charlando tranquilamente, como si no hubiera coronavirus en el mundo, cosa que probablemente lamentaremos más pronto que tarde.
Ya sabemos que el ciclismo es el deporte nacional belga, y que no es extraño que los deportistas belgas ganen el campeonato del mundo o la medalla de oro en las olimipiadas, pero lo del atletismo es nuevo. Con los atletas de los demás países confinados en sus casas y sin entrenar, mucho me temo que Bélgica se va a hacer con un saco de medallas en Tokio. Si es que llegamos a tiempo de ver los juegos olímpicos, que ésa es otra.
Y si, tal y como van las cosas, no nos encontramos en unos días con un estallido de casos en Bélgica y, por tanto, con medidas más drásticas que nos confinen de verdad, no la broma ésta.
Entretanto, me voy a dormir, que mañana voy a ver si salgo a correr. Yo, que vivo en Bélgica y puedo. Chincha rabiña.
domingo, 15 de marzo de 2020
Alarma
Mientras en España están a punto de entrar en estado de alarma, muchos españoles, como de costumbre, se avergüenzan de lo que les está pasando y se preguntan, con golpes en el pecho, qué estarán pensando en Europa de nosotros.
Bueno, pues, desde la capital de Europa, una vez más, confirmo que en todas partes, pero en todas, cuecen habas, y que la epidemia ha pillado en calzoncillos a todo el mundo, españoles y resto de europeos, y es posible que más aún a ciertos europeos (parece que en Francia a nadie se le ha ocurrido suspender las elecciones de hoy).
En Bruselas, como en medio mundo, se ha agotado el papel higiénico. No, no penséis que eso sólo pasa en España. Nada de eso. Desde que el jueves se vio venir que la cosa se iba a poner chunga, he visitado los tres supermercados clave de Bélgica: Colruyt, Delhaize y Carrefour. Gracias a Dios, de papel higiénico iba razonablemente servido, pero pasé por delante de los lineales, sólo para darme cuenta de que no quedaba ni un rollo en ninguno de los tres supermercados. Para el que tenga curiosidad, me costó mucho encontrar huevos, leche y harina, pero finalmente lo conseguí. El jueves había colas enormes en el Colruyt (que es, de las tres cadenas, la más barata), pero el viernes en el Delhaize y, sobre todo, el sábado en el Carrefour fueron mucho más llevaderos.
En Bruselas no hay estado de alarma, al menos todavía. Se han cerrado los colegios hasta empalmar con las vacaciones de Pascua, se han suspendido todas las actividades deportivas oficiales, incluso el ajedrez, pero no hay ninguna limitación para salir de casa y las tiendas que no son de alimentación o farmacias pueden abrir entre semana. Como en fin de semana no abría apenas ninguna, no se va a notar mucha diferencia. A las empresas se les recomienda favorecer el teletrabajo, y se ha limitado el transporte público (que parece ser una de las principales vías de transmisión del virus), recomendando a la población que se desplace a pie o en bicicleta (así pues, esa orden no va a cambiar mi vida), y en última instancia en el coche particular.
Como ya digo, se puede salir sin problemas. Ayer salí a correr por el bosque y vi la afluencia habitual de público. Parece que Bélgica ha adoptado una estrategia intermedia entre la española, que se ha hecho radical de repente y pretende frenar el contagio a toda costa, aunque se hunda la economía, y la francesa y, sobre todo, la inglesa, que parecen asumir que va a colapsarse su sistema sanitario y que va a haber muertos, pero que no han tomado grandes medidas que afecten demasiado a la economía nacional.
De momento, no estoy en teletrabajo, ni lo estaré hasta el martes, si las cosas no cambian. Mañana preveo una ciudad mucho más vacía de lo habitual, pero probablemente no al nivel de lo que me cuentan que ya está pasando en España. Entretanto, sería muy interesante preguntarse qué nos lleva a los humanos preocuparnos tanto por un bien como el papel higiénico, fácilmente sustituible. Pero eso ya será en otro momento, porque ahora voy a salir al jardín, a ver si en algún sitio consigo plantar provisiones, no vaya a ser que la cosa se prolongue y toque alimentarse de bayas.
Bueno, pues, desde la capital de Europa, una vez más, confirmo que en todas partes, pero en todas, cuecen habas, y que la epidemia ha pillado en calzoncillos a todo el mundo, españoles y resto de europeos, y es posible que más aún a ciertos europeos (parece que en Francia a nadie se le ha ocurrido suspender las elecciones de hoy).
En Bruselas, como en medio mundo, se ha agotado el papel higiénico. No, no penséis que eso sólo pasa en España. Nada de eso. Desde que el jueves se vio venir que la cosa se iba a poner chunga, he visitado los tres supermercados clave de Bélgica: Colruyt, Delhaize y Carrefour. Gracias a Dios, de papel higiénico iba razonablemente servido, pero pasé por delante de los lineales, sólo para darme cuenta de que no quedaba ni un rollo en ninguno de los tres supermercados. Para el que tenga curiosidad, me costó mucho encontrar huevos, leche y harina, pero finalmente lo conseguí. El jueves había colas enormes en el Colruyt (que es, de las tres cadenas, la más barata), pero el viernes en el Delhaize y, sobre todo, el sábado en el Carrefour fueron mucho más llevaderos.
En Bruselas no hay estado de alarma, al menos todavía. Se han cerrado los colegios hasta empalmar con las vacaciones de Pascua, se han suspendido todas las actividades deportivas oficiales, incluso el ajedrez, pero no hay ninguna limitación para salir de casa y las tiendas que no son de alimentación o farmacias pueden abrir entre semana. Como en fin de semana no abría apenas ninguna, no se va a notar mucha diferencia. A las empresas se les recomienda favorecer el teletrabajo, y se ha limitado el transporte público (que parece ser una de las principales vías de transmisión del virus), recomendando a la población que se desplace a pie o en bicicleta (así pues, esa orden no va a cambiar mi vida), y en última instancia en el coche particular.
Como ya digo, se puede salir sin problemas. Ayer salí a correr por el bosque y vi la afluencia habitual de público. Parece que Bélgica ha adoptado una estrategia intermedia entre la española, que se ha hecho radical de repente y pretende frenar el contagio a toda costa, aunque se hunda la economía, y la francesa y, sobre todo, la inglesa, que parecen asumir que va a colapsarse su sistema sanitario y que va a haber muertos, pero que no han tomado grandes medidas que afecten demasiado a la economía nacional.
De momento, no estoy en teletrabajo, ni lo estaré hasta el martes, si las cosas no cambian. Mañana preveo una ciudad mucho más vacía de lo habitual, pero probablemente no al nivel de lo que me cuentan que ya está pasando en España. Entretanto, sería muy interesante preguntarse qué nos lleva a los humanos preocuparnos tanto por un bien como el papel higiénico, fácilmente sustituible. Pero eso ya será en otro momento, porque ahora voy a salir al jardín, a ver si en algún sitio consigo plantar provisiones, no vaya a ser que la cosa se prolongue y toque alimentarse de bayas.
lunes, 9 de marzo de 2020
La sala capitular del ayuntamiento de Bruselas
Ya va siendo hora de volver a la sala del ayuntamiento de Bruselas, donde, hace unas cuantas entradas, nos habíamos dejado a un chiflado por la historia, que el lector habrá adivinado que es el autor de estas líneas, escudriñando los detalles de la sala en la que se encontraba, e ignorando la presencia de la Asociación de Amigos del Manneken Pis y de la Hermandad del Rocío de Bruselas. Cada uno a lo suyo.
Pues señor, la sala refleja la identidad de quienes han mandado en Bruselas desde que se tiene conciencia de la fundación del condado de Bruselas hasta que se les terminó la pared, con Alberto I, que reinó a principios del siglo XX. No sé si han continuado la lista hasta el día de hoy en algún otro lugar, pero, si ha sido así, yo no he sido capaz de descubrir dónde...
En un rincón se advierte el nombre del primer pollo que mandó en Bruselas. Se trata de Lamberto el Barbudo, probablemente enemigo de las navajas y otros instrumentos de afeitar, que gobernó Bruselas de 994 a 1015. Era un individuo bastante belicoso, y más le valía, porque no eran tiempos como para andarse con chiquitas. Su padre era el conde de Henao, Reginar III, pero no debió pasar mucho tiempo tranquilo, enzarzado en las disputas entre los carolingios menores y los pujantes Otones de Alemania. En el año 994 pegó el braguetazo de casarse con Gerberga, hija de Carlos, duque de la Lorena Inferior, y nieta de un rey de Francia, Luis IV de Ultramar, no muy poderoso (no eran buenos tiempos para la monarquía), pero rey al fin y a la postre. Gerberga trajó a Lamberto la villa de Bruselas como dote. Su padre Carlos era un pez muy gordo, que había disputado el trono de Francia muy seriamente a Hugo Capeto cuando la dinastía carolingia perdió el poder. De hecho, hay indicios que le indican como fundador de Bruselas, y algún exagerado piensa que, si aquella guerra entre nuestro Carlos y Hugo Capeto la hubiera ganado Carlos, la capital de Francia no sería hoy París, sino Bruselas. Lo que nos faltaba...
Pero esa es otra historia, que deberá ser contada en otro momento.
En todo caso, no creo que Bruselas fuera gran cosa por aquel entonces. Quizá incluso Salvacañete fuera mayor. Lo que hoy es Bélgica (y los Países Bajos en general) formaba parte del "Imperio del Centro", un grupo de territorios situados entre Francia y Alemania (se ve que la vocación de estado tapón viene de lejos), que se formó tras el tratado de Verdún, en 843, y que se adjudicó al hijo mayor de Ludovico Pío, Lotario I, de quien lo heredó su hijo, Lotario II. Lotario II ya no tuvo el título de emperador, que pasó a su hermano, rey de Italia, y su territorio terminó por llamarse Lotaringia, lógicamente. En francés es Lorraine, por lo que en español también se usa "Lorena". Como pasaría después constantemente, Francia y Alemania se pasaron el siglo X invadiendo sucesivamente Lotaringia. En la época que nos ocupa, quienes llevaban la voz cantante eran los alemanes, liderados sucesivamente por los Otones, I, II y III.
En el lío que se montó cuando los Capetos subieron al trono francés, Lamberto el Barbudo se quedó con Lovaina, que le dio el emperador Otón II, harto de las trifulcas que Lamberto montaba para recuperar el Henao. Lo de Bruselas, al menos, fue más pacífico, aunque Lamberto se pasó el resto de su vida pegándose con todo el mundo, hasta morir en una batalla contra Godofredo I, duque de la Lorena Inferior, a quien el emperador había enviado para poner un poco de orden en Flandes.
Ya tenemos el primer bicho que aparece en la pared. Anda que no quedan...
Pues señor, la sala refleja la identidad de quienes han mandado en Bruselas desde que se tiene conciencia de la fundación del condado de Bruselas hasta que se les terminó la pared, con Alberto I, que reinó a principios del siglo XX. No sé si han continuado la lista hasta el día de hoy en algún otro lugar, pero, si ha sido así, yo no he sido capaz de descubrir dónde...
En un rincón se advierte el nombre del primer pollo que mandó en Bruselas. Se trata de Lamberto el Barbudo, probablemente enemigo de las navajas y otros instrumentos de afeitar, que gobernó Bruselas de 994 a 1015. Era un individuo bastante belicoso, y más le valía, porque no eran tiempos como para andarse con chiquitas. Su padre era el conde de Henao, Reginar III, pero no debió pasar mucho tiempo tranquilo, enzarzado en las disputas entre los carolingios menores y los pujantes Otones de Alemania. En el año 994 pegó el braguetazo de casarse con Gerberga, hija de Carlos, duque de la Lorena Inferior, y nieta de un rey de Francia, Luis IV de Ultramar, no muy poderoso (no eran buenos tiempos para la monarquía), pero rey al fin y a la postre. Gerberga trajó a Lamberto la villa de Bruselas como dote. Su padre Carlos era un pez muy gordo, que había disputado el trono de Francia muy seriamente a Hugo Capeto cuando la dinastía carolingia perdió el poder. De hecho, hay indicios que le indican como fundador de Bruselas, y algún exagerado piensa que, si aquella guerra entre nuestro Carlos y Hugo Capeto la hubiera ganado Carlos, la capital de Francia no sería hoy París, sino Bruselas. Lo que nos faltaba...
Pero esa es otra historia, que deberá ser contada en otro momento.
En todo caso, no creo que Bruselas fuera gran cosa por aquel entonces. Quizá incluso Salvacañete fuera mayor. Lo que hoy es Bélgica (y los Países Bajos en general) formaba parte del "Imperio del Centro", un grupo de territorios situados entre Francia y Alemania (se ve que la vocación de estado tapón viene de lejos), que se formó tras el tratado de Verdún, en 843, y que se adjudicó al hijo mayor de Ludovico Pío, Lotario I, de quien lo heredó su hijo, Lotario II. Lotario II ya no tuvo el título de emperador, que pasó a su hermano, rey de Italia, y su territorio terminó por llamarse Lotaringia, lógicamente. En francés es Lorraine, por lo que en español también se usa "Lorena". Como pasaría después constantemente, Francia y Alemania se pasaron el siglo X invadiendo sucesivamente Lotaringia. En la época que nos ocupa, quienes llevaban la voz cantante eran los alemanes, liderados sucesivamente por los Otones, I, II y III.
En el lío que se montó cuando los Capetos subieron al trono francés, Lamberto el Barbudo se quedó con Lovaina, que le dio el emperador Otón II, harto de las trifulcas que Lamberto montaba para recuperar el Henao. Lo de Bruselas, al menos, fue más pacífico, aunque Lamberto se pasó el resto de su vida pegándose con todo el mundo, hasta morir en una batalla contra Godofredo I, duque de la Lorena Inferior, a quien el emperador había enviado para poner un poco de orden en Flandes.
Ya tenemos el primer bicho que aparece en la pared. Anda que no quedan...
sábado, 7 de marzo de 2020
Mordor ante portas
No a todo quisqui le gusta Bruselas, eso está claro. Un ejemplo de libro es el señor del vídeo de la izquierda (el vídeo, evidentemente no el señor). Bélgica, según él, es una nación perdida, porque más de la mitad de la población no son belgas, sólo se ven musulmanes y basura, y conviven la pobreza extrema con la riqueza (los eurócratas, supongo). Y que con España quieren hacer lo mismo. Que nos sintamos extranjeros en nuestra propia tierra. Y que hay mucha delincuencia, por supuesto con problemas gravísimos con gente de fuera. Y París, que es un gran suburbio y un gran basurero inmundo, a la vez que la ciudad más cara de Europa. La clase media ha desaparecido, supongo que igual que en Bruselas, porque para comprarse un piso hay que tener muchísima pasta. Bruselas es una pesadilla. Calles antihigiénicas, oliendo a excrementos humanos y con la basura por el suelo, y sin ver un europeo, y preguntándose, ¿esto que es?
Que, aunque normalmente el nacionalismo se cura viajando, eso es según donde viajes, porque si viajas a París o Bruselas te vuelves más nacionalista, y que estamos en peligro dentro de la Unión Europea, y que Sánchez dice que hemos de liderar esto, igual que lo dice Felipe "VI" (las comillas son mías, que tengo mis cosas). Napoleón nos invadió con los ejércitos, y la UE con la moneda y esas cosas. Con Bélgica lo tuvieron fácil, porque es una nación reciente, que sólo servía para hacer de tapón entre Alemania y Francia y no era una nación unida, con gente que habla francés, neerlandés, y unos cuantos alemán. Por eso ha sido fácil exterminarlos como pueblo.
Y dice que los españoles que vivimos en Bruselas lo podemos confirmar. Que si ése es el modelo, eso es para salir corriendo y no mirar p'atrás. Que hay que salir de la UE, o nos exterminan, no hay alternativa, aunque venga una crisis terrible, porque lo contrario es desaparecer. En Alemania no es tan exagerado, pero hay bastante de lo mismo, y Francia está en situación prebélica, y hay barrios en los que no impera la ley francesa. España tiene que salir de ahí pero pitando, o no les vamos a dejar país a nuestras generaciones futuras. Europa es un sitio gris y sucio. Pasear por Bruselas es una pesadilla, y París ya ni siquiera es Europa.
Vamos, esto es lo que viene a decir el autor del vídeo, que evidentemente ha paseado por lo peorcito de Bruselas, aunque, para ser sinceros, el asunto de las basuras por la calle tiene su aquél, y el viajero lo va a encontrar en lo peorcito y en lo mejorcito de Bruselas: las bolsas de basura por la calle nos igualan a todos, tirios y troyanos.
- Pero, vamos, el autor del vídeo, ¿tiene razón?
Pues en algunas cosas sí. A ver, a los bruselenses es evidente que les gusta el gris, las cosas son como son. La ciudad es bastante gris, y más en esta época del año (y en bastantes otras), en que hace un tiempo manifiestamente mejorable, con el cielo eternamente cubierto, lluvias diarias y a veces bastante fuertes. Eso no tiene remedio, como no venga el cambio climático a cambiar las cosas. Además, el gris mola por aquí. Un amigo mío que estuvo por aquí hace unas semanas y que se ocupa de alicatar casas ya me dijo que no había lugar en el que hubiera visto más gris en las cocinas o los baños que en Bélgica.
La segunda parte es que Bruselas está sucia. Y la verdad es que tiene mucho margen de mejora, y que no vendrían mal unos contenedores aquí y allá, en lugar de sacar bolsas a las calles dos veces por semana y jugársela a que los cuervos no agujereen las bolsas, o que las lluvias no conviertan el papel y el cartón en papel mojado, o que los servicios de recogida de basura, que los hay, no estén de huelga.
Yo no de dónde será el autor del vídeo, ni si en su ciudad española los servicios de limpieza son impecables y dejan el suelo como los chorros del oro. En la mía no lo hacen y, aunque hay papeleras por todos los sitios, contenedores en abundancia y unos basureros que se multiplican, no deben dar abasto, porque se ve bastante guarrería, y por ciertas calles del centro se ve mucha más. Supongo que son las pegas de los centros de las ciudades, pero, además, no me sale echarle la culpa a los inmigrantes, como el autor del vídeo hace, porque buena parte de la guarrería son mierdas y orines de perros que los indígenas, dueños de los mismos, se excusan de controlar. Es que el animalito debe seguir sus instintos.
En fin, que yo no veo bien lo de echarle la culpa de la suciedad de Bruselas a los que somos de fuera. Bruselas, en realidad, son dos docenas de pueblos que han terminado unidos en una conurbación inmensa, pero que siguen teniendo distintos ayuntamientos y, aunque hay una empresa de basuras común (relativamente barata, comparado con lo que hay alrededor), los servicios de limpieza sí que son distintos.
Y lo que ya me parece pasarse varios pueblos es echarle a la Unión Europea la culpa de la suciedad bruselense, como si la Unión Europea tuviera competencias en limpieza urbana, o en inmigración. La inmigración la controlan, o no, los países miembros. Y de la limpieza se encargan los municipios. Y creo que ya le gustaría a la Unión Europea que les tuvieran la sede un poco más limpia, pero es lo que hay. La Unión Europea, le guste o no al autor del vídeo, no se mete en cómo gestionan la limpieza los municipios, ni siquiera en los que tiene la suerte, o la desgracia, de tener su sede, en este caso básicamente Bruselas, Etterbeek e Ixelles. Tal vez el día en que Bélgica desaparezca, y Bruselas se quede como una isla en medio del Flandes independiente, la cosa termine en un distrito administrado por las instituciones de la UE, pero ni siquiera entonces creo yo que se dedicará a recoger la basura, porque la Unión Europea y sus funcionarios saben de legislar, armonizar normas y politiqueos varios, pero, seamos sinceros, limpiar basuras no es lo suyo y forzosamente iban a terminar con una subcontrata. Es decir, como ahora.
Sobre los inmigrantes que hay en Bruselas ya hemos escrito en alguna ocasión, y lo que me queda. Pero eso será en otra ocasión, porque ahora se hace tarde, porras, y mañana hay que aprovechar el día, porque corre el rumor que incluso va a hacer sol. Como para perdérselo...
Que, aunque normalmente el nacionalismo se cura viajando, eso es según donde viajes, porque si viajas a París o Bruselas te vuelves más nacionalista, y que estamos en peligro dentro de la Unión Europea, y que Sánchez dice que hemos de liderar esto, igual que lo dice Felipe "VI" (las comillas son mías, que tengo mis cosas). Napoleón nos invadió con los ejércitos, y la UE con la moneda y esas cosas. Con Bélgica lo tuvieron fácil, porque es una nación reciente, que sólo servía para hacer de tapón entre Alemania y Francia y no era una nación unida, con gente que habla francés, neerlandés, y unos cuantos alemán. Por eso ha sido fácil exterminarlos como pueblo.
Y dice que los españoles que vivimos en Bruselas lo podemos confirmar. Que si ése es el modelo, eso es para salir corriendo y no mirar p'atrás. Que hay que salir de la UE, o nos exterminan, no hay alternativa, aunque venga una crisis terrible, porque lo contrario es desaparecer. En Alemania no es tan exagerado, pero hay bastante de lo mismo, y Francia está en situación prebélica, y hay barrios en los que no impera la ley francesa. España tiene que salir de ahí pero pitando, o no les vamos a dejar país a nuestras generaciones futuras. Europa es un sitio gris y sucio. Pasear por Bruselas es una pesadilla, y París ya ni siquiera es Europa.
Vamos, esto es lo que viene a decir el autor del vídeo, que evidentemente ha paseado por lo peorcito de Bruselas, aunque, para ser sinceros, el asunto de las basuras por la calle tiene su aquél, y el viajero lo va a encontrar en lo peorcito y en lo mejorcito de Bruselas: las bolsas de basura por la calle nos igualan a todos, tirios y troyanos.
- Pero, vamos, el autor del vídeo, ¿tiene razón?
Pues en algunas cosas sí. A ver, a los bruselenses es evidente que les gusta el gris, las cosas son como son. La ciudad es bastante gris, y más en esta época del año (y en bastantes otras), en que hace un tiempo manifiestamente mejorable, con el cielo eternamente cubierto, lluvias diarias y a veces bastante fuertes. Eso no tiene remedio, como no venga el cambio climático a cambiar las cosas. Además, el gris mola por aquí. Un amigo mío que estuvo por aquí hace unas semanas y que se ocupa de alicatar casas ya me dijo que no había lugar en el que hubiera visto más gris en las cocinas o los baños que en Bélgica.
La segunda parte es que Bruselas está sucia. Y la verdad es que tiene mucho margen de mejora, y que no vendrían mal unos contenedores aquí y allá, en lugar de sacar bolsas a las calles dos veces por semana y jugársela a que los cuervos no agujereen las bolsas, o que las lluvias no conviertan el papel y el cartón en papel mojado, o que los servicios de recogida de basura, que los hay, no estén de huelga.
Yo no de dónde será el autor del vídeo, ni si en su ciudad española los servicios de limpieza son impecables y dejan el suelo como los chorros del oro. En la mía no lo hacen y, aunque hay papeleras por todos los sitios, contenedores en abundancia y unos basureros que se multiplican, no deben dar abasto, porque se ve bastante guarrería, y por ciertas calles del centro se ve mucha más. Supongo que son las pegas de los centros de las ciudades, pero, además, no me sale echarle la culpa a los inmigrantes, como el autor del vídeo hace, porque buena parte de la guarrería son mierdas y orines de perros que los indígenas, dueños de los mismos, se excusan de controlar. Es que el animalito debe seguir sus instintos.
En fin, que yo no veo bien lo de echarle la culpa de la suciedad de Bruselas a los que somos de fuera. Bruselas, en realidad, son dos docenas de pueblos que han terminado unidos en una conurbación inmensa, pero que siguen teniendo distintos ayuntamientos y, aunque hay una empresa de basuras común (relativamente barata, comparado con lo que hay alrededor), los servicios de limpieza sí que son distintos.
Y lo que ya me parece pasarse varios pueblos es echarle a la Unión Europea la culpa de la suciedad bruselense, como si la Unión Europea tuviera competencias en limpieza urbana, o en inmigración. La inmigración la controlan, o no, los países miembros. Y de la limpieza se encargan los municipios. Y creo que ya le gustaría a la Unión Europea que les tuvieran la sede un poco más limpia, pero es lo que hay. La Unión Europea, le guste o no al autor del vídeo, no se mete en cómo gestionan la limpieza los municipios, ni siquiera en los que tiene la suerte, o la desgracia, de tener su sede, en este caso básicamente Bruselas, Etterbeek e Ixelles. Tal vez el día en que Bélgica desaparezca, y Bruselas se quede como una isla en medio del Flandes independiente, la cosa termine en un distrito administrado por las instituciones de la UE, pero ni siquiera entonces creo yo que se dedicará a recoger la basura, porque la Unión Europea y sus funcionarios saben de legislar, armonizar normas y politiqueos varios, pero, seamos sinceros, limpiar basuras no es lo suyo y forzosamente iban a terminar con una subcontrata. Es decir, como ahora.
Sobre los inmigrantes que hay en Bruselas ya hemos escrito en alguna ocasión, y lo que me queda. Pero eso será en otra ocasión, porque ahora se hace tarde, porras, y mañana hay que aprovechar el día, porque corre el rumor que incluso va a hacer sol. Como para perdérselo...
lunes, 2 de marzo de 2020
El vértigo del cambio
Dejamos aparcada hasta la siguiente entrada la aventura de los atavíos rocieros del Manneken Pis, y la recepción en la sala del ayuntamiento de Bruselas que la precedió, y volvemos a las bruseladas de la entrada anterior, "Inestabilidad política". Quedamos en que, ante la creciente inestabilidad del sistema político belga, los bienpensados y paniaguados del sistema han comenzado a preocuparse. Un ejemplo es el artículo cuya imagen adorna esta entrada, y que no está en acceso libre ni en "Le Soir", que es quien lo publicó en un principio, ni en "El País", que es quien lo tradujo al castellano y lo publicó en España. El artículo me lo envío un buen amigo que me consta que sigue leyendo estas entradas esporádicas que pergeño ¡Un saludo a Agullent!
El artículo es buenísimo, y lo es porque revela la insoportable condición del ser humano del siglo XXI, y no digamos del siglo XXI en Bélgica. Bélgica (y me temo que no sólo Bélgica) está llena de irresponsables, a quienes el bien común les importa lo justito, y aun esto de boquilla, y quienes dejarían que se hundiera el mundo con tal de quedarse con su plato de lentejas.
De momento, lo que dice el artículo es verdad: como vimos, los partidos más votados, y subiendo, son partidos antisistema. Los independentistas, unos más posibilistas que otros, y los estalinistas, llevan la voz cantante ante el patético espectáculo que están dando los partidos del sistema. Probablemente bastaría con que alguien, quien fuera, tuviera lo que se llama sentido de Estado para que el temporal amainara, pero la jaula de grillos que es la política belga no da para más. El sistema está tan sumamente enfermo que no es de extrañar que el votante cabreado se decante por quienes quieren destruirlo. Incidentalmente, añadiré que en Bélgica el voto es obligatorio, y que el abstencionista se arriesga a que lo multen; a mí, si en un domingo me obligan a votar sí o sí, y todos los que forman el establishment, encima, dan vergüenza ajena, no es de extrañar que termine votando a los estalinistas o al Vlaams Belang, y que les zurzan a todos los politicastros.
"Le Soir", por su parte, es un periódico pro-socialista, que no es de extrañar que esté aliado con "El País". La autora del artículo, Béatrice Delvaux, es la jefa de la sección de opinión, y ha sido muchos años jefa de redacción, así que no estamos hablando de una becaria, precisamente. Probablemente es una persona con miedo, o quizá con vértigo, como lo son muchos de los que tienen de sesenta años para arriba (ella tiene 59, podemos decir que entra por los pelos), que se han estado beneficiando de un sistema que se cae a ojos vista para dar paso a algo que no sabemos qué será, pero sí sabemos (y ellos los primeros) que a ellos les pillará demasiado mayores y faltos de fuerzas como para poder jugar un papel relevante. No es extraño que esta señora tan socialista se nos ponga tan conservadora a la hora de salvar el sistema del que come, porque vaya a usted a saber qué nos espera, y si la jefa de opinión de "Le Soir" tendrá un papel tan relevante como el de ahora. Creo que ella se barrunta que no.
Yo no sé si Bélgica sobrevivirá a otras elecciones y a otro parlamento ingobernable. Quizá no. O quizá la inercia de su propia existencia todavía dé para unos cuantos años más de renquear. O quizá un acontecimiento externo venga a cambiar la dinámica de las cosas, y tengamos Bélgica para mucho tiempo.
Cuando tuvieron lugar las últimas elecciones, me dio para escribir algo que, lamentablemente, se está cumpliendo a pies juntillas: Bélgica tenía sentido como estado tapón, o como experimento de Estado capaz de hacer compatibles catolicismo y liberalismo. Lo segundo ha sido un completo fracaso, y lo primero es totalmente superfluo en el siglo XXI. Las consecuencias están a la vista.
El artículo es buenísimo, y lo es porque revela la insoportable condición del ser humano del siglo XXI, y no digamos del siglo XXI en Bélgica. Bélgica (y me temo que no sólo Bélgica) está llena de irresponsables, a quienes el bien común les importa lo justito, y aun esto de boquilla, y quienes dejarían que se hundiera el mundo con tal de quedarse con su plato de lentejas.
De momento, lo que dice el artículo es verdad: como vimos, los partidos más votados, y subiendo, son partidos antisistema. Los independentistas, unos más posibilistas que otros, y los estalinistas, llevan la voz cantante ante el patético espectáculo que están dando los partidos del sistema. Probablemente bastaría con que alguien, quien fuera, tuviera lo que se llama sentido de Estado para que el temporal amainara, pero la jaula de grillos que es la política belga no da para más. El sistema está tan sumamente enfermo que no es de extrañar que el votante cabreado se decante por quienes quieren destruirlo. Incidentalmente, añadiré que en Bélgica el voto es obligatorio, y que el abstencionista se arriesga a que lo multen; a mí, si en un domingo me obligan a votar sí o sí, y todos los que forman el establishment, encima, dan vergüenza ajena, no es de extrañar que termine votando a los estalinistas o al Vlaams Belang, y que les zurzan a todos los politicastros.
"Le Soir", por su parte, es un periódico pro-socialista, que no es de extrañar que esté aliado con "El País". La autora del artículo, Béatrice Delvaux, es la jefa de la sección de opinión, y ha sido muchos años jefa de redacción, así que no estamos hablando de una becaria, precisamente. Probablemente es una persona con miedo, o quizá con vértigo, como lo son muchos de los que tienen de sesenta años para arriba (ella tiene 59, podemos decir que entra por los pelos), que se han estado beneficiando de un sistema que se cae a ojos vista para dar paso a algo que no sabemos qué será, pero sí sabemos (y ellos los primeros) que a ellos les pillará demasiado mayores y faltos de fuerzas como para poder jugar un papel relevante. No es extraño que esta señora tan socialista se nos ponga tan conservadora a la hora de salvar el sistema del que come, porque vaya a usted a saber qué nos espera, y si la jefa de opinión de "Le Soir" tendrá un papel tan relevante como el de ahora. Creo que ella se barrunta que no.
Yo no sé si Bélgica sobrevivirá a otras elecciones y a otro parlamento ingobernable. Quizá no. O quizá la inercia de su propia existencia todavía dé para unos cuantos años más de renquear. O quizá un acontecimiento externo venga a cambiar la dinámica de las cosas, y tengamos Bélgica para mucho tiempo.
Cuando tuvieron lugar las últimas elecciones, me dio para escribir algo que, lamentablemente, se está cumpliendo a pies juntillas: Bélgica tenía sentido como estado tapón, o como experimento de Estado capaz de hacer compatibles catolicismo y liberalismo. Lo segundo ha sido un completo fracaso, y lo primero es totalmente superfluo en el siglo XXI. Las consecuencias están a la vista.