La verdad es que últimamente salir a correr por Bruselas, y más exactamente por el Bois de la Cambre, que es la mayor zona verde de la ciudad, se ha convertido en una experiencia muy chocante. De momento, por mi propia motivación, porque estoy preparándome para una carrera que, con total seguridad, no va a tener lugar, pero yo sigo ejecutando mi plan de entrenamiento como si hubiera alguna posibilidad de correrla.
Pero el choque lo percibe uno cuando ve lo que tiene a su alrededor.
Desde que el gobierno belga adoptara las medidas para hacer frente a la epidemia, y no ya permitiera, sino incluso recomendara salir a pasear, correr o montar en bicicleta, el número de deportistas belgas ha aumentado incluso más exponencialmente que el número de positivos por coronavirus. Los llamo deportistas, vale, pero lo cierto es que causan un poco de perplejidad, y no lo digo sólo por el pollo del otro día que corría en vaqueros, prenda incómoda donde las haya. Lo digo por gente que, al ver la ropa que usa, o el estilo y planta que presentan, es evidente que no ha salido a hacer deporte en lustros, y sale ahora por... no sé, porque todo el mundo lo hace.
Además están los ciclistas de nuevo cuño que han aparecido por las calles. Es cierto que hay menos coches que de costumbre, sí, y eso parece haber animado a un número no desdeñable de bruselenses a limpiar el óxido de las bicicletas que dormían el sueño de los justos en garajes y trasteros y a aprovechar la coyuntura para transformar el primer fin de semana con las medidas en vigor en algo parecido al típico domingo sin coches de finales de septiembre. Así, se ve a gente rodando de manera vacilante, de igual manera que se ve a señores (y señoras) vestidas con un chándal de supermercado desplazarse lentamente por las sendas y veredas del Bois de la Cambre, corriendo sin apenas levantar los pies del suelo ni flexionar las rodillas lo más mínimo.
Y no sólo eso. Están los que se han vestido como si fueran a correr un Ironman, pero en realidad están andando por las orillas del lago del Bois, charlando tranquilamente con sus compañeros, vestidos como ellos. O los padres con sus hijos que han salido con las bicicletas a dar vueltas por los alrededores. Un domingo sin bicis. Que sí, que muchos de ellos es evidente que viven bajo el mismo techo, y en general parece que la peña trata de mantener una distancia de un metro, a ojo, entre unos y otros, pero tiene toda la pinta de que esto puede terminar bastante mal.
Como el Bois estaba petado, y de todas formas yo salía a hacer fondo, me alejé hasta la Forêt de Soignes, un poco más lejos, para encontrarme que los aparcamientos de proximidad estaban completamente llenos, y que una legión de paseantes de toda edad y condición, charlando amigablemente muchos de ellos, me obligaban a zigzaguear para seguir mi camino. Esto no es un confinamiento, esto son unas vacaciones de todo a cien.
En España, la policía persigue severamente, por lo que me cuentan, a quienes intentan eludir el estado de alarma y se encuentan en la calle sin un buen motivo. En Bruselas, la policía se limita a poner una furgoneta a dar vueltas al lago del Bois, mientras un altavoz repite monótonamente: "Tengan la bondad de respetar una distancia de un metro entre unos y otros".
Todavía me queda escribir unas palabras sobre lo que queda de iglesia católica en Bélgica, pero eso es asunto aparte.
A veces tengo la impresión de que esto son los últimos días de Pompeya. Ojalá me equivoque.
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