El domingo siguiente que pasé en Bruselas busqué otra posibilidad de ir a misa en español, y resultó que en el mismo centro de la ciudad, en Riches Claires, había otra misa en castellano, y además por la mañana, que dejaba toda la tarde libre para hacer cualquier cosa. Animado por las perspectivas favorables, me dirigí hacia allí con tiempo sobrado para no llegar tarde.
El templo barroco, también bastante grande, presentaba desconchones por varios sitios y no daba una impresión de cuidado, pero supongo que eso es lo de menos (¿o no?). En esta ocasión la feligresía sí que estaba en sus asientos, bancos, no sillas, pero sin reclinatorios, y la impresión que daban era bastante parecida a la de la misa de Saint Gilles: hispanoamericanos de todas las edades y ausencia generalizada de europeos, con la excepción de quien escribe y de algún otro despistado.
Al entrar en la iglesia, y puesto que se escuchaban los ensayos de las guitarras en la zona del coro, tomé un cancionero de un montón que había sobre una mesa y procedí a hojearlo. La portada ya daba que pensar, y el título no digamos: "Cancionero latino." Ya empezábamos. Hace no mucho tiempo, cuando uno entraba en una iglesia y leía "cancionero latino", lo que esperaba encontrarse en un libro con ese título era un compendio del gregoriano más clásico. Pero eso ya pasó, y lo de latino dejó de ser Cicerón, para quedarse en "El cóndor pasa", y gracias.
Pero lo que realmente mosqueaba del cancionero era la portada. Muy cuca, en color, y con banderas de todos los países de habla hispana. Estaba la albiceleste argentina, la chilena, la uruguaya, la peruana, la colombiana... todas, vamos ¿Todas? ¡No! Por más que escudriñé, no hubo forma de encontrar, porque no estaba, la rojigualda española. Así que tenemos una misa en español, pero diplomáticamente pasamos del país de donde procede el idioma, y no solo el idioma, sino también el país de donde vinieron quienes evangelizaron todos los territorios de las banderitas tan monas que había ahí pintadas. Leches, que estábamos en una iglesia, y en una iglesia católica, que quiere decir, y nunca lo recordaremos bastante, universal, todo lo contrario que andar jugando con banderitas, y menos excluyendo tan claramente a un país que nunca debería faltar en ese grupo, porque sin él ninguno de los otros existiría como son hoy.
Mosqueo aparte, entré en el templo, me senté hacia la mitad y, al poco, la misa empezó, y menos mal, porque los ensayos de la banda eran estremecedores.
Si lo de la última vez tenía su enjundia, lo de ésta era como para buscar la cámara oculta, porque aquello no podía ser verdad. A mí me parece bien que los sacerdotes tengan sensibilidad social, vale, pero ¿qué tal si, sensibilidad social aparte, hablamos de Cristo? Aquello parecía una reunión de un club social, con el cura haciendo de animador, pero es que la peña conversaba en mitad de misa sin la menor devoción, y el cura, por su parte, lanzó una homilia estrafalaria, se inventó el Credo, ¡se inventó el Credo!, que no tenía apenas nada que ver con el de verdad. Obviamente, en la consagración me arrodillé yo y nadie más, y sobre la comunión, vale lo dicho la última vez: la muchachada tomaba la hostia y, en lugar de llevársela a la boca inmediatamente, la introducía en el cáliz con el vino, con el riesgo ciertísimo de que cayeran gotas por ahí o de que se les partiera y acabara en el suelo. Demoledor. Toma respeto por Dios.
Cuando me tocó a mí, me cogí las manos a la espalda, y el cura pareció un poco confuso, pero enseguida se repuso, mojo él la hostia en el vino y me la puso en la boca. Así, sí vale.
Al acabar la misa, se formó un tumulto a la salida antes de que llegara mucha más gente a tomar café y pastas, que es a lo que me parece a mí que realmente iban a la iglesia. Y me parece bien que se haga así, pero tampoco costaba mucho (¿o sí?) hacerlo después de una liturgia más respetuosa. A mí me pareció que la visión de alguien tan pálido como yo y que pronuncia la ce como en la mayor parte de la Península no les iba a resultar agradable, así que tomé las de Villadiego haciéndome lenguas de lo que había visto y de cómo podía echar de menos la misa de Saint Gilles, que tampoco es que fuera la repera, aunque quizá sí en comparación con lo que terminaba de ver.
Pero, claro, el problema seguía sin resolver, y algo tenía que poderse sacar en claro, porque, aunque muchos españoles se han hecho bastante descreídos, entre toda la incontable población española de Bruselas, no podía dejar de haber algún católico, y éstos, ¿a qué misa iban?
No sé si voy a poder responder a esta pregunta, porque todavía no lo tengo claro. Lo que es seguro es que la búsqueda no había terminado, pero, visto que lo de la misa en español no estaba dando buen resultado, iba a probar con una misa en francés, a ver a dónde iban los indígenas. Pero eso será en la próxima entrada, puesto que hoy se hace tarde.
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
viernes, 28 de febrero de 2014
jueves, 27 de febrero de 2014
Liturgia comparada: Gallia Belgica (I)
Finalmente, llegamos con las comparaciones litúrgicas a este país que me acoge y del que hay tantísimas cosas que contar. Hoy voy a contar una que normalmente no llama mucho la atención de los españoles que residimos aquí, que somos legión, y que nos quejamos de la recogida de basura, de los precios, de la burocracia o de que los belgas son un caso. Sin embargo, no encontraréis quejas sobre la liturgia en la multitud de escritos de españoles en Bélgica que uno puede encontrarse por Internet. Y aquí entro yo para llenar ese vacío.
Como los lectores de esta bitácora conocen, llegué a Bruselas para instalarme a finales de 2012, aunque la verdad es que no era mi primera visita. Por lo general, no voy buscando necesariamente misas en español, sino que me vale con las misas en lengua vernácula, que en Bruselas es por regla general el francés. Sí, encuentras misas en holandés, pero son las menos, y yo añadiría que sólo en sitios emblemáticos, como la catedral.
Sin embargo, aunque a mí no me importa ir a misa en francés, sabía que a mi familia, que forzosamente terminaría por reunirse conmigo, le iba a parecer peor lo del francés, e insistiría en ir a misa en español, y más siendo esto posible con mucha más comodidad que en Moscú, donde las misas en español no es que abunden, precisamente. Hice una búsqueda somera, y vi varias alternativas de misa en Bruselas y en castellano, siendo la que parecía principal la que tenía lugar en la plaza de Saint Gilles. Y allá que me dirigí.
La iglesia de Saint Gilles, que es la que se ve en la postal que ilustra esta entrada, tiene una nave amplia difícil de llenar. Llegué un poco antes de la hora indicada, y no puedo decir que hubiera mucha gente; la misa empezó con algo de retraso, pero supongo que era por ser Adviento, y con ello el cura venía de-morado. La feligresía ya se debía oler lo del retraso, porque tampoco demostró ser muy puntual. Eso sí, españoles, si es que los había, que no creo, en todo caso seríamos poquísimos: la masa de la feligresía estaba compuesta por hispanoamericanos, ésos que se empeñan en llamarse "latinos", como si descendieran de italianos. Y, dentro de los hispanos, los había de todas las edades y de todos los sexos y condición. Unos cuantos ensayaban con la guitarra las mismas canciones que yo cantaba en el coro del grupo de juventud de mi parroquia hace treinta años. Bonito "flashback", pero, ¿de verdad en estos treinta años no ha salido nada nuevo?
La introducción y las lecturas las hacía una monja brasileña, que hablaba un español muy aceptable, aunque se le notaba alguna dificultad. Lo de que fuera monja ya son conjeturas mías, porque no llevaba ni toca, ni hábito, ni vestimenta alguna que la identificara como tal, pero en algún momento de la misa el cura la llamó "hermana" y yo ya sumé dos y dos.
La misa era correcta, pero sin pasarse. El sacerdote planteó una homilía bastante sencilla, bien adaptada a la feligresía, que en su mayoría debía tener una educación bastante básica, y me llamó la atención el fuerte contenido social, en un tema que no recuerdo que viniese especialmente a cuento.
En la consagración, no se arrodilló absolutamente nadie. Bueno, sí: yo y nadie más, y porque hay momentos en que no sabes si das la nota o das testimonio. Hay que decir que, en lugar de bancos, en la iglesia había sillas, bastante bajas por cierto, y ni rastro de reclinatorios ni nada parecido. Me tocó plantar las rodillas en el duro suelo y apartarme un poco al pasillo para no chocarme con la silla de delante.
Llegó el momento de dar la comunión, y la hermana brasileña asió el cáliz y se puso con él junto al sacerdote. Comunión bajo las dos especies, pues, y, por tanto, en la boca, pensé.
Pues no.
Los comulgantes tomaban la hostia con la mano, la introducían ¡ellos! en el cáliz y luego se la llevaban a la boca. Abrí los ojos muchísimo. Eso está prohibido por Roma a rajatabla, pero se ve que, en Bélgica, lo de Roma locuta está un poco desfasado. Al llegar mi turno, puse las manos a la espalda ostentosamente, y el cura me dio la comunión sub specie panis en la boca. La verdad es que se le veía poco acostumbrado a hacerlo.
Salí del templo un pelín confuso. Intenté asegurarme de que realmente aquello había sido una misa católica, y no protestante, y sí, sí, era católica. En todo caso, supuse que había topado con el típico sacerdote rebeldillo y sesentayochista y que, con cambiar de parroquia, asunto resuelto.
Pero, de las peripecias litúrgicas que siguieron a aquello, tocará escribir a la próxima, porque hoy se hace tarde.
Como los lectores de esta bitácora conocen, llegué a Bruselas para instalarme a finales de 2012, aunque la verdad es que no era mi primera visita. Por lo general, no voy buscando necesariamente misas en español, sino que me vale con las misas en lengua vernácula, que en Bruselas es por regla general el francés. Sí, encuentras misas en holandés, pero son las menos, y yo añadiría que sólo en sitios emblemáticos, como la catedral.
Sin embargo, aunque a mí no me importa ir a misa en francés, sabía que a mi familia, que forzosamente terminaría por reunirse conmigo, le iba a parecer peor lo del francés, e insistiría en ir a misa en español, y más siendo esto posible con mucha más comodidad que en Moscú, donde las misas en español no es que abunden, precisamente. Hice una búsqueda somera, y vi varias alternativas de misa en Bruselas y en castellano, siendo la que parecía principal la que tenía lugar en la plaza de Saint Gilles. Y allá que me dirigí.
La iglesia de Saint Gilles, que es la que se ve en la postal que ilustra esta entrada, tiene una nave amplia difícil de llenar. Llegué un poco antes de la hora indicada, y no puedo decir que hubiera mucha gente; la misa empezó con algo de retraso, pero supongo que era por ser Adviento, y con ello el cura venía de-morado. La feligresía ya se debía oler lo del retraso, porque tampoco demostró ser muy puntual. Eso sí, españoles, si es que los había, que no creo, en todo caso seríamos poquísimos: la masa de la feligresía estaba compuesta por hispanoamericanos, ésos que se empeñan en llamarse "latinos", como si descendieran de italianos. Y, dentro de los hispanos, los había de todas las edades y de todos los sexos y condición. Unos cuantos ensayaban con la guitarra las mismas canciones que yo cantaba en el coro del grupo de juventud de mi parroquia hace treinta años. Bonito "flashback", pero, ¿de verdad en estos treinta años no ha salido nada nuevo?
La introducción y las lecturas las hacía una monja brasileña, que hablaba un español muy aceptable, aunque se le notaba alguna dificultad. Lo de que fuera monja ya son conjeturas mías, porque no llevaba ni toca, ni hábito, ni vestimenta alguna que la identificara como tal, pero en algún momento de la misa el cura la llamó "hermana" y yo ya sumé dos y dos.
La misa era correcta, pero sin pasarse. El sacerdote planteó una homilía bastante sencilla, bien adaptada a la feligresía, que en su mayoría debía tener una educación bastante básica, y me llamó la atención el fuerte contenido social, en un tema que no recuerdo que viniese especialmente a cuento.
En la consagración, no se arrodilló absolutamente nadie. Bueno, sí: yo y nadie más, y porque hay momentos en que no sabes si das la nota o das testimonio. Hay que decir que, en lugar de bancos, en la iglesia había sillas, bastante bajas por cierto, y ni rastro de reclinatorios ni nada parecido. Me tocó plantar las rodillas en el duro suelo y apartarme un poco al pasillo para no chocarme con la silla de delante.
Llegó el momento de dar la comunión, y la hermana brasileña asió el cáliz y se puso con él junto al sacerdote. Comunión bajo las dos especies, pues, y, por tanto, en la boca, pensé.
Pues no.
Los comulgantes tomaban la hostia con la mano, la introducían ¡ellos! en el cáliz y luego se la llevaban a la boca. Abrí los ojos muchísimo. Eso está prohibido por Roma a rajatabla, pero se ve que, en Bélgica, lo de Roma locuta está un poco desfasado. Al llegar mi turno, puse las manos a la espalda ostentosamente, y el cura me dio la comunión sub specie panis en la boca. La verdad es que se le veía poco acostumbrado a hacerlo.
Salí del templo un pelín confuso. Intenté asegurarme de que realmente aquello había sido una misa católica, y no protestante, y sí, sí, era católica. En todo caso, supuse que había topado con el típico sacerdote rebeldillo y sesentayochista y que, con cambiar de parroquia, asunto resuelto.
Pero, de las peripecias litúrgicas que siguieron a aquello, tocará escribir a la próxima, porque hoy se hace tarde.
domingo, 23 de febrero de 2014
Liturgia comparata (V): Hispania (Citerior Ulteriorque)
España es un caso aparte. Así como, hasta ahora, en los distintos países que han aparecido en esta sección ha habido cierta coherencia interna, incluso en Francia, que ha pasado por momentos mucho peores que el actual, en los dos últimos países de la serie la cosa cambia. Y es que, en España, y el comentario de Juano en la última entrada es harto elocuente, uno puede encontrarse liturgias bastante cuidadas, estilo francés (no más, no vayamos a creer), con el clero razonablemente concienciado y una feligresía de edad variable, pero tirando a avanzada, así como también puede encontrarse sacerdotes descuidados a más no poder que dicen misa porque son curas y habrá que hacerlo, pero no es que les mole mucho.
De estos últimos, el ejemplo paradigmático lo tenía en mi pueblo. El cura era una centella diciendo misa. En verano, que era cuando yo pasaba por allí, la velocidad de la misa de los domingos por la mañana (por la tarde, ni pum) dejaría a Usain Bolt a la altura de las tortugas. El tío empezaba escopeteado, recitaba las lecturas superrevolucionado, pasaba ampliamente de la homilía, recitaba siempre el Credo de los apóstoles, versión corta, consagraba a toda mecha, daba la comunión en un pispás, y podéis ir en paz, demos gracias a Dios. De Guinness, vamos. Un día, a mala leche, fui con el cronómetro y le conté doce minutos entre "In nomine Patris" e "Ite, missa est", y lo pongo en latín, aunque jamás le oí utilizarlo, y eso que en Valencia estábamos en pleno conflicto lingüístico y el latín hubiera sido un detalle conciliador. Doce minutos, ni uno más. Un día que había boda tardó veinte, y no creo que fuera por indicación de los novios, a quienes se les acabara la cinta del vídeo.
En estas condiciones, la Iglesia se le vaciaba, claro. Las viejas del lugar seguía yendo por inercia, pero los menores de, digamos, treinta años, teníamos nuestas dificultades para ver un hombre de Dios en aquel cura que había convertido el misal en un trabalenguas. Y de confesión ni hablemos. Digo yo que a alguien confesaría, pero jamás le vi cerca del confesionario, que criaba telarañas a fuerza de desuso.
Afortunadamente, este tipo de sacerdote, que se ordenó antes del Vaticano II como una salida profesional más y se puso muy contento con las licencias que se tomó la gente tras el mismo, tuvo su apogeo en los años setenta y ochenta del siglo pasado, pero ahora los que están pasados son ellos, los que todavía quedan y no se han secularizado o están permanentemente junto a Dios. O viéndolo muy de lejos, que eso no lo sabemos.
En España frecuento dos iglesias. Una, en Valencia, la de toda la vida, que siempre ha sido bastante seria en asuntos litúrgicos y nunca ha dado la nota, ni siquiera cuando estaba poco menos que bien visto darla. La liturgia es seria, y los curas no han cambiado de estilo, pero la feligresía no tiene últimamente mucho que ver con la que conocía: bueno, algo sí, porque son las mismas personas, pero con veintipico años más y con los achaques propios de esa circunstancia, mientras que los que tienen menos de cuarenta, salvo excepciones, sólo hay que verles para darse cuenta de que nacieron bastante lejos de allí. Y así, cuando coincide uno con las primeras comuniones, de vez en cuando, muy de vez en cuando, aparece una María o una Isabel, y no busquemos una Amparo, pero Jenniferes y otros nombres no muy de por allí hay bastantes más. Es un barrio, digamos, no demasiado postinero.
La otra iglesia que frecuento cuando voy por allí está en Madrid, a un barrio poblado por gente de un nivel económico bastante superior al anterior. Ahí la cosa cambia, y se acerca mucho más al modelo francés de la entrada del otro día. Los curas no son más ni menos serios que en mi parroquia valenciana, pero la feligresía tiene varias décadas de edad menos y llega el templo hasta el extremo de que el que no es puntual se queda de pie, así que sí, hay sitios donde hay diferencias.
Sobre España no me voy a extender más, porque no es el caso, pero era preciso pasar por aquí para llegar al farolillo rojo litúrgico.
Que, efectivamene, es el país en el que estoy viviendo ahora. Pero las peripecias que estamos pasando en el mismo mejor será que queden para la siguiente entrada, porque hoy se hace tarde.
De estos últimos, el ejemplo paradigmático lo tenía en mi pueblo. El cura era una centella diciendo misa. En verano, que era cuando yo pasaba por allí, la velocidad de la misa de los domingos por la mañana (por la tarde, ni pum) dejaría a Usain Bolt a la altura de las tortugas. El tío empezaba escopeteado, recitaba las lecturas superrevolucionado, pasaba ampliamente de la homilía, recitaba siempre el Credo de los apóstoles, versión corta, consagraba a toda mecha, daba la comunión en un pispás, y podéis ir en paz, demos gracias a Dios. De Guinness, vamos. Un día, a mala leche, fui con el cronómetro y le conté doce minutos entre "In nomine Patris" e "Ite, missa est", y lo pongo en latín, aunque jamás le oí utilizarlo, y eso que en Valencia estábamos en pleno conflicto lingüístico y el latín hubiera sido un detalle conciliador. Doce minutos, ni uno más. Un día que había boda tardó veinte, y no creo que fuera por indicación de los novios, a quienes se les acabara la cinta del vídeo.
En estas condiciones, la Iglesia se le vaciaba, claro. Las viejas del lugar seguía yendo por inercia, pero los menores de, digamos, treinta años, teníamos nuestas dificultades para ver un hombre de Dios en aquel cura que había convertido el misal en un trabalenguas. Y de confesión ni hablemos. Digo yo que a alguien confesaría, pero jamás le vi cerca del confesionario, que criaba telarañas a fuerza de desuso.
Afortunadamente, este tipo de sacerdote, que se ordenó antes del Vaticano II como una salida profesional más y se puso muy contento con las licencias que se tomó la gente tras el mismo, tuvo su apogeo en los años setenta y ochenta del siglo pasado, pero ahora los que están pasados son ellos, los que todavía quedan y no se han secularizado o están permanentemente junto a Dios. O viéndolo muy de lejos, que eso no lo sabemos.
En España frecuento dos iglesias. Una, en Valencia, la de toda la vida, que siempre ha sido bastante seria en asuntos litúrgicos y nunca ha dado la nota, ni siquiera cuando estaba poco menos que bien visto darla. La liturgia es seria, y los curas no han cambiado de estilo, pero la feligresía no tiene últimamente mucho que ver con la que conocía: bueno, algo sí, porque son las mismas personas, pero con veintipico años más y con los achaques propios de esa circunstancia, mientras que los que tienen menos de cuarenta, salvo excepciones, sólo hay que verles para darse cuenta de que nacieron bastante lejos de allí. Y así, cuando coincide uno con las primeras comuniones, de vez en cuando, muy de vez en cuando, aparece una María o una Isabel, y no busquemos una Amparo, pero Jenniferes y otros nombres no muy de por allí hay bastantes más. Es un barrio, digamos, no demasiado postinero.
La otra iglesia que frecuento cuando voy por allí está en Madrid, a un barrio poblado por gente de un nivel económico bastante superior al anterior. Ahí la cosa cambia, y se acerca mucho más al modelo francés de la entrada del otro día. Los curas no son más ni menos serios que en mi parroquia valenciana, pero la feligresía tiene varias décadas de edad menos y llega el templo hasta el extremo de que el que no es puntual se queda de pie, así que sí, hay sitios donde hay diferencias.
Sobre España no me voy a extender más, porque no es el caso, pero era preciso pasar por aquí para llegar al farolillo rojo litúrgico.
Que, efectivamene, es el país en el que estoy viviendo ahora. Pero las peripecias que estamos pasando en el mismo mejor será que queden para la siguiente entrada, porque hoy se hace tarde.
martes, 18 de febrero de 2014
Liturgia comparata (IV): Galiae
Bueno, pues después de pasar por Bielorrusia, Estonia y Rusia, toca ahora volver a Europa Occidental, con otros tres países. Como vamos por orden inverso de rigor litúrgico, vamos al que me ha parecido más serio. Por cierto, cómo serán las cosas, que con este orden, los tres países de Europa Oriental han sido los primeros, y los de Europa Occidental están a la cola.
Pues bien, el siguiente país es... ¡Francia!
Si me lo hubieran dicho hace años, lo hubiera considerado una sorpresa. Francia es el lugar de donde vienen todos los males, el absolutismo, la ilustración, la revolución liberal, los primeros genocidios de verdad, Napoleón, las erres guturales, Mayo del 68, la "grandeur", los agricultores de Nimes (volcadores de camiones en sus ratos libres, que debían ser muchos), el passé composé y hasta probablemente el toro que mató a Manolete, que se llamaba Islero, pero seguro que en origen era "Îleggghhhó". Si hasta una tía mía se fue a vivir a Francia y volvió hecha testigo de Jehová. Y, si el "mal francés" se llama así, seguro que es por algo. Ya, ya sé que en otros sitios no se llama precisamente "mal francés". El caso es que Francia es la cuna de las peores ideas y de las más opuestas a una liturgia seria.
Pero Francia, por lo visto, también es el país de San Luis, de Juana de Arco, de la Vendée, de Pascal, de Marcel Lefebvre, que, para liturgista empecinado, ése, y presenta una notable resistencia a las ideas que ella misma genera.
Bueno, pues, curiosamente, a Francia me toca ir todos los meses desde hace algún tiempo, un par de veces ha sido en fin de semana, con misa incluida y, después de varios lustros y hasta décadas de despiste, parece que los católicos franceses, que los sigue habiendo, se han puesto las pilas y ya no hacen pifiadas modernistas. Nada de eso.
En París, que es de donde realmente salen las ideas torcidas, Alfina y yo fuimos a una misa normalilla de barrio. Impresionante. Vale que era una misa de familias, pero el templo estaba bien lleno de gente, normalmente padres jóvenes, que cargaban a pulso los carritos de bebé por las escaleras que conducían a la capilla. Y una vez dentro, profusión de monaguillos, sacerdotes la mar de serios, ni una bromita fuera de tono, ni guitarreos desacompasados... ¡una misa seria, vamos! Bien organizada, nutrida, con gente joven, incluso muy joven. Familias, y no sólo familias.
Un par de meses después, me tocó ir a misa en Alsacia, pegadito a la frontera con los boches. La misa era a las ocho de la mañana, a una hora en que, por muy mayo que fuera, aún no habían puesto las calles, en la cripta de la catedral de Estrasburgo. No diré que estaba de bote en bote, porque no era el caso, pero había no poca gente de toda edad y sexo. Estábamos en plena campaña de legalización de llamado matrimonio entre parejas del mismo sexo, y el cura no se cortó un duro en soltar unas cuantas referencias explícitas al asunto.
Me figuro que, si uno es católico, las cosas tienen que ser así. Los católicos franceses han debido pillar conciencia de que no tienen muchas posibilidades de superviviencia inteligente si le siguen haciendo el juego a la modernidad, así que han decidido ser auténticos y ser auténtico significa tener las cosas claras, hablar clarito, no confundir a la gente y ser litúrgicamente serio. Y, si estás conmigo, estás conmigo, y si no, pues no lo estás. Lo contrario es el catolicismo blandiblú de ser muy güenos y decir que las ideas torcidas no lo son, sino que para qué vamos a enfadarnos, y que los mercaderes se pueden quedar en templo, no faltaría más. No sé para quién puede ser atractivo este ser católico sin serlo de verdad, pero los que han probado este sistema, en su gran mayoría, no han dejado de ser blandiblú, pero sí de ser católicos.
Así las cosas, y como ya algunos estamos hartos de que las ideas desviadas surjan de Francia y se esparzan por ahí, no es mala cosa que de vez en cuando vaya a salir algo bueno del lugar.
Y, dicho esto, salimos de Francia y habrá que ir al lugar donde comen turrones por Navidad, que es el siguiente de la lista.
Pues bien, el siguiente país es... ¡Francia!
Si me lo hubieran dicho hace años, lo hubiera considerado una sorpresa. Francia es el lugar de donde vienen todos los males, el absolutismo, la ilustración, la revolución liberal, los primeros genocidios de verdad, Napoleón, las erres guturales, Mayo del 68, la "grandeur", los agricultores de Nimes (volcadores de camiones en sus ratos libres, que debían ser muchos), el passé composé y hasta probablemente el toro que mató a Manolete, que se llamaba Islero, pero seguro que en origen era "Îleggghhhó". Si hasta una tía mía se fue a vivir a Francia y volvió hecha testigo de Jehová. Y, si el "mal francés" se llama así, seguro que es por algo. Ya, ya sé que en otros sitios no se llama precisamente "mal francés". El caso es que Francia es la cuna de las peores ideas y de las más opuestas a una liturgia seria.
Pero Francia, por lo visto, también es el país de San Luis, de Juana de Arco, de la Vendée, de Pascal, de Marcel Lefebvre, que, para liturgista empecinado, ése, y presenta una notable resistencia a las ideas que ella misma genera.
Bueno, pues, curiosamente, a Francia me toca ir todos los meses desde hace algún tiempo, un par de veces ha sido en fin de semana, con misa incluida y, después de varios lustros y hasta décadas de despiste, parece que los católicos franceses, que los sigue habiendo, se han puesto las pilas y ya no hacen pifiadas modernistas. Nada de eso.
En París, que es de donde realmente salen las ideas torcidas, Alfina y yo fuimos a una misa normalilla de barrio. Impresionante. Vale que era una misa de familias, pero el templo estaba bien lleno de gente, normalmente padres jóvenes, que cargaban a pulso los carritos de bebé por las escaleras que conducían a la capilla. Y una vez dentro, profusión de monaguillos, sacerdotes la mar de serios, ni una bromita fuera de tono, ni guitarreos desacompasados... ¡una misa seria, vamos! Bien organizada, nutrida, con gente joven, incluso muy joven. Familias, y no sólo familias.
Un par de meses después, me tocó ir a misa en Alsacia, pegadito a la frontera con los boches. La misa era a las ocho de la mañana, a una hora en que, por muy mayo que fuera, aún no habían puesto las calles, en la cripta de la catedral de Estrasburgo. No diré que estaba de bote en bote, porque no era el caso, pero había no poca gente de toda edad y sexo. Estábamos en plena campaña de legalización de llamado matrimonio entre parejas del mismo sexo, y el cura no se cortó un duro en soltar unas cuantas referencias explícitas al asunto.
Me figuro que, si uno es católico, las cosas tienen que ser así. Los católicos franceses han debido pillar conciencia de que no tienen muchas posibilidades de superviviencia inteligente si le siguen haciendo el juego a la modernidad, así que han decidido ser auténticos y ser auténtico significa tener las cosas claras, hablar clarito, no confundir a la gente y ser litúrgicamente serio. Y, si estás conmigo, estás conmigo, y si no, pues no lo estás. Lo contrario es el catolicismo blandiblú de ser muy güenos y decir que las ideas torcidas no lo son, sino que para qué vamos a enfadarnos, y que los mercaderes se pueden quedar en templo, no faltaría más. No sé para quién puede ser atractivo este ser católico sin serlo de verdad, pero los que han probado este sistema, en su gran mayoría, no han dejado de ser blandiblú, pero sí de ser católicos.
Así las cosas, y como ya algunos estamos hartos de que las ideas desviadas surjan de Francia y se esparzan por ahí, no es mala cosa que de vez en cuando vaya a salir algo bueno del lugar.
Y, dicho esto, salimos de Francia y habrá que ir al lugar donde comen turrones por Navidad, que es el siguiente de la lista.
viernes, 14 de febrero de 2014
El cochecito (I)
Finalmente, después de la tira de tiempo, tenemos coche.
Ya nos habíamos olvidado de que lo habíamos encargado. De hecho, un poco más y nos caduca el carné antes de que llegue.
En Navidad nos fuimos a España, y a la vuelta, sin comerlo ni beberlo, contactaron con nosotros desde el concesionario, con un correo escueto: "Tenemos buenas noticias para ustedes", y los datos de contacto del tipo del servicio de entrega. Ya no era la rubia que nos había atendido. Se ve que a las rubias sólo las ponen para atender a los clientes que aún no han comprado. En cuanto has pagado, los papeles pasan a tipos con pelo en pecho.
Vamos, no es que le haya visto el pecho, pero a la rubia tampoco. Igual tenía pelo (rubio, supongo).
El caso es que nos pusimos en contacto con el señor.
- Cerramos a las cinco.
- Genial. Y yo a las cinco estoy trabajando.
- Ah.
Estos belgas, siempre tan propicios. Hay que decir que el departamento de la rubia, el de vender coches, trabaja hasta las siete, y los sábados también. Curiosamente, el departamento de entregarlos (una vez has pagado, etc.) tiene un horario mucho menos flexible.
- ¿A qué hora abren?
- A las ocho.
- Pues menos mal. Hasta las ocho y media no entro yo.
Total, que me paso por allí antes de que pusieran las calles, con bicicleta y todo. No tengo muy claro si está bien visto entrar en un concesionario con una bicicleta, pero yo no pregunté. Localicé al pollo que se había puesto en contacto con nosotros.
- Pues el coche ya está en Bélgica.
- Pues tráiganlo a Bruselas, ¿no?
- Bueno, primero hay que terminar con algunos trámites.
Ya decía yo...
El primer trámite era pagar lo que faltaba del precio, cosa que convendremos en que al concesionario le debía parecer importante. Pero bueno, como había pasado tantísimo tiempo desde que lo encargamos, el dinero que había apartado en el banco para pagar el coche incluso había dado intereses. Me dieron la factura y la pagué por la tarde. Así da gusto.
El segundo trámite era matricularlo. Como los belgas son así y tienen el primer ministro que tienen, para pedir las placas de matrícula te dan un formulario rosa, como mi mochila. Te pillas un seguro, con lo cual te dejas el riñón que te quedaba después de perder el otro pagando el coche, y acto seguido, olé, envías el formulario rosa plagadito de sellos, y esperas que te lleguen las matrículas. Mientras tanto, el coche sigue en el concesionario, esperando a su amo.
Las matrículas en Bélgica llegan por correo postal. No vas a un sitio a recogerlas, ni nada de eso, ni el concesionario te pone unas placas temporales para que vayas tirando un par de días hasta que te pongas las buenas. No. Igual hay otras opciones, pero a mí e tocó la del correo postal.
Obviamente, cuando llegó el cartero no estábamos en casa. Con lo cual dejó un papelito a mi nombre y, hala, se llevó las placas de vuelta a la oficina de correos, cuyo horario... bueno, para qué vamos a hablar una vez más de que los horarios de cualquier cosa en Bélgica coinciden con el horario laboral, y ni un minuto más. El caso es que el viernes por la tarde conseguí escaparme, dejé el resguardo y los treinta euros que cuesta hacerte con la matrícula y, bajo una lluvia de ésas que te hacen maldecir el momento en que pillaste la bicicleta, aún tuve tiempo de hacer otro recado en el ayuntamiento (pero de eso será cosa de escribir otro día), y acto seguido volví a casa, con el cartón que contenía las matrículas bajo el brazo, porque era demasiado grande para la mochila que llevo ahora, y que no es la rosa.
Llegamos a casa hechos una sopa, tanto el cartón con las matrículas como yo mismo. Me cambié y, claro, abrí el cartón para ver mis flamantes matrículas.
Allí sólo había una placa. Una. De la segunda, ni idea. Miré y remiré el cartón por todos lados, pero allí no había más que una carta (mojada, naturalmente) en la que me notificaban que me enviaban la placa, como si eso fuera una novedad, y me deseaban buena recepción. Buena recepción. Como las dos cosas iban juntas, si no me llegaban, tampoco iba a enterarme de que me deseaban "buena recepción", pero eso deben ser cosas del francés, que es un idioma sumamente relamido a la hora de escribir cartas.
El caso es que era viernes por la tarde, momento de cierre generalizado de las cosas, y allí estaba yo con cara de tonto y con una sola placa en la mano. Miré el número y era 1 GDT 182.
GéDeTe.
Encima cachondeo...
Ya nos habíamos olvidado de que lo habíamos encargado. De hecho, un poco más y nos caduca el carné antes de que llegue.
En Navidad nos fuimos a España, y a la vuelta, sin comerlo ni beberlo, contactaron con nosotros desde el concesionario, con un correo escueto: "Tenemos buenas noticias para ustedes", y los datos de contacto del tipo del servicio de entrega. Ya no era la rubia que nos había atendido. Se ve que a las rubias sólo las ponen para atender a los clientes que aún no han comprado. En cuanto has pagado, los papeles pasan a tipos con pelo en pecho.
Vamos, no es que le haya visto el pecho, pero a la rubia tampoco. Igual tenía pelo (rubio, supongo).
El caso es que nos pusimos en contacto con el señor.
- Cerramos a las cinco.
- Genial. Y yo a las cinco estoy trabajando.
- Ah.
Estos belgas, siempre tan propicios. Hay que decir que el departamento de la rubia, el de vender coches, trabaja hasta las siete, y los sábados también. Curiosamente, el departamento de entregarlos (una vez has pagado, etc.) tiene un horario mucho menos flexible.
- ¿A qué hora abren?
- A las ocho.
- Pues menos mal. Hasta las ocho y media no entro yo.
Total, que me paso por allí antes de que pusieran las calles, con bicicleta y todo. No tengo muy claro si está bien visto entrar en un concesionario con una bicicleta, pero yo no pregunté. Localicé al pollo que se había puesto en contacto con nosotros.
- Pues el coche ya está en Bélgica.
- Pues tráiganlo a Bruselas, ¿no?
- Bueno, primero hay que terminar con algunos trámites.
Ya decía yo...
El primer trámite era pagar lo que faltaba del precio, cosa que convendremos en que al concesionario le debía parecer importante. Pero bueno, como había pasado tantísimo tiempo desde que lo encargamos, el dinero que había apartado en el banco para pagar el coche incluso había dado intereses. Me dieron la factura y la pagué por la tarde. Así da gusto.
El segundo trámite era matricularlo. Como los belgas son así y tienen el primer ministro que tienen, para pedir las placas de matrícula te dan un formulario rosa, como mi mochila. Te pillas un seguro, con lo cual te dejas el riñón que te quedaba después de perder el otro pagando el coche, y acto seguido, olé, envías el formulario rosa plagadito de sellos, y esperas que te lleguen las matrículas. Mientras tanto, el coche sigue en el concesionario, esperando a su amo.
Las matrículas en Bélgica llegan por correo postal. No vas a un sitio a recogerlas, ni nada de eso, ni el concesionario te pone unas placas temporales para que vayas tirando un par de días hasta que te pongas las buenas. No. Igual hay otras opciones, pero a mí e tocó la del correo postal.
Obviamente, cuando llegó el cartero no estábamos en casa. Con lo cual dejó un papelito a mi nombre y, hala, se llevó las placas de vuelta a la oficina de correos, cuyo horario... bueno, para qué vamos a hablar una vez más de que los horarios de cualquier cosa en Bélgica coinciden con el horario laboral, y ni un minuto más. El caso es que el viernes por la tarde conseguí escaparme, dejé el resguardo y los treinta euros que cuesta hacerte con la matrícula y, bajo una lluvia de ésas que te hacen maldecir el momento en que pillaste la bicicleta, aún tuve tiempo de hacer otro recado en el ayuntamiento (pero de eso será cosa de escribir otro día), y acto seguido volví a casa, con el cartón que contenía las matrículas bajo el brazo, porque era demasiado grande para la mochila que llevo ahora, y que no es la rosa.
Llegamos a casa hechos una sopa, tanto el cartón con las matrículas como yo mismo. Me cambié y, claro, abrí el cartón para ver mis flamantes matrículas.
Allí sólo había una placa. Una. De la segunda, ni idea. Miré y remiré el cartón por todos lados, pero allí no había más que una carta (mojada, naturalmente) en la que me notificaban que me enviaban la placa, como si eso fuera una novedad, y me deseaban buena recepción. Buena recepción. Como las dos cosas iban juntas, si no me llegaban, tampoco iba a enterarme de que me deseaban "buena recepción", pero eso deben ser cosas del francés, que es un idioma sumamente relamido a la hora de escribir cartas.
El caso es que era viernes por la tarde, momento de cierre generalizado de las cosas, y allí estaba yo con cara de tonto y con una sola placa en la mano. Miré el número y era 1 GDT 182.
GéDeTe.
Encima cachondeo...
martes, 11 de febrero de 2014
Los juegos más caros de la historia
Pues sí: quién más quién menos, todo el mundo estaba afilando el cuchillo para dar caña a Putin y los suyos, pero los juegos están saliendo más o menos bien. En octubre, cuando estuvimos por allí, ya quedó dicho que las cosas estaban, no sé bien si por terminar, pero desde luego sí por abrirse, y la maraña de excavadoras y todo tipo de maquinaria de construcción que había por allí daban mucho que pensar. Pero, como también ha quedado dicho muchas veces por aquí, los rusos son tremendamente buenos en dos cosas que aquí se aplican con toda su crudeza: la primera, en los "sprints" finales cuando hay que cumplir los plazos. Los obreros rusos pueden vivir en el filo de la navaja (de hecho, no saben vivir de otra manera), pero tienen un olfato especial para decidir ellos, y nadie más, cuándo es "realmente" el plazo final. Es decir, por mucho que les digan que el plazo termina el 1 de enero, si ellos entienden, con ese sexto sentido que Dios les ha dado, que en realidad va que chuta si terminan el 1 de febrero, y sólo después sí que les van a cortar la cabeza, entonces ellos terminan el 1 de febrero, y ni un minuto antes.
La segunda cosa en que son muy buenos, no exactamente los obreros, pero sí los capataces y directivos y toda la gente que habrá estado por allí, es en disimular las pifias, que las habrá, pero el caso es que no se note mucho. Por ejemplo, se ha hecho muy famosa la foto de ahí.
Claro, uno podría pensar que eso es un montaje de gentuza malintencionada, émulos del presidente, que sólo pretenden desacreditar a Rusia, pero uno ha vivido allí unos cuántos lustros y, en un pedazo de hotel, ha pasado por casos, por lo menos, similares. Si no lo creéis, mirad aquí.
Como, después de todo, no hay mucho desastre, la gente se ceba con el coste de los juegos, que si son los más caros de la historia y tal y tal. Pues menos lobos, Caperucita: que los juegos iban a ser los más caros de la historia se sabía desde que el COI, vaya usted a saber por qué, eligió Sochi como la sede de los mismos, y no, pongamos por caso, Courchevel, en una zona pija de los Alpes. En Sochi ha habido que construirlo absolutamente todo, carreteras incluidas, vías de tren incluidas, hoteles a mansalva incluidos, porque apenas había nada aprovechable y lo que había no era precisamente como para enseñarlo con orgullo. En Londres, por poner un ejemplo próximo, no ha hecho falta remodelar el aeropuerto, ni construir carreteras, ni montar ferrocarriles, ni, si me apuran, montar desde cero las instalaciones y los hoteles. Casi todo ya estaba y, todo lo más, lo que había que hacer era darle una manita de pintura. En Sochi, va a ser que no. Y eso no quita que la peña que ha estado al cargo del asunto, con alguno de los cuales tuve el honor de reunirme, no sean precisamente Solón en cuanto a honradez.
Pero, en fin, como resulta más fácil romper un átomo que un prejuicio, y la noticia ya estaba escrita desde antes, los juegos van a ser muy criticados. Supongo que, aunque los que estén por allí lo desmientan, los que no están por allí saben perfectamente que en un país donde los gays son torturados a base de cosquillas en la planta de los pies y quién sabe qué más atrocidades, los juegos olímpicos no pueden salir bien. Pues no faltaría más.
La segunda cosa en que son muy buenos, no exactamente los obreros, pero sí los capataces y directivos y toda la gente que habrá estado por allí, es en disimular las pifias, que las habrá, pero el caso es que no se note mucho. Por ejemplo, se ha hecho muy famosa la foto de ahí.
Claro, uno podría pensar que eso es un montaje de gentuza malintencionada, émulos del presidente, que sólo pretenden desacreditar a Rusia, pero uno ha vivido allí unos cuántos lustros y, en un pedazo de hotel, ha pasado por casos, por lo menos, similares. Si no lo creéis, mirad aquí.
Como, después de todo, no hay mucho desastre, la gente se ceba con el coste de los juegos, que si son los más caros de la historia y tal y tal. Pues menos lobos, Caperucita: que los juegos iban a ser los más caros de la historia se sabía desde que el COI, vaya usted a saber por qué, eligió Sochi como la sede de los mismos, y no, pongamos por caso, Courchevel, en una zona pija de los Alpes. En Sochi ha habido que construirlo absolutamente todo, carreteras incluidas, vías de tren incluidas, hoteles a mansalva incluidos, porque apenas había nada aprovechable y lo que había no era precisamente como para enseñarlo con orgullo. En Londres, por poner un ejemplo próximo, no ha hecho falta remodelar el aeropuerto, ni construir carreteras, ni montar ferrocarriles, ni, si me apuran, montar desde cero las instalaciones y los hoteles. Casi todo ya estaba y, todo lo más, lo que había que hacer era darle una manita de pintura. En Sochi, va a ser que no. Y eso no quita que la peña que ha estado al cargo del asunto, con alguno de los cuales tuve el honor de reunirme, no sean precisamente Solón en cuanto a honradez.
Pero, en fin, como resulta más fácil romper un átomo que un prejuicio, y la noticia ya estaba escrita desde antes, los juegos van a ser muy criticados. Supongo que, aunque los que estén por allí lo desmientan, los que no están por allí saben perfectamente que en un país donde los gays son torturados a base de cosquillas en la planta de los pies y quién sabe qué más atrocidades, los juegos olímpicos no pueden salir bien. Pues no faltaría más.