Finalmente, llegamos con las comparaciones litúrgicas a este país que me acoge y del que hay tantísimas cosas que contar. Hoy voy a contar una que normalmente no llama mucho la atención de los españoles que residimos aquí, que somos legión, y que nos quejamos de la recogida de basura, de los precios, de la burocracia o de que los belgas son un caso. Sin embargo, no encontraréis quejas sobre la liturgia en la multitud de escritos de españoles en Bélgica que uno puede encontrarse por Internet. Y aquí entro yo para llenar ese vacío.
Como los lectores de esta bitácora conocen, llegué a Bruselas para instalarme a finales de 2012, aunque la verdad es que no era mi primera visita. Por lo general, no voy buscando necesariamente misas en español, sino que me vale con las misas en lengua vernácula, que en Bruselas es por regla general el francés. Sí, encuentras misas en holandés, pero son las menos, y yo añadiría que sólo en sitios emblemáticos, como la catedral.
Sin embargo, aunque a mí no me importa ir a misa en francés, sabía que a mi familia, que forzosamente terminaría por reunirse conmigo, le iba a parecer peor lo del francés, e insistiría en ir a misa en español, y más siendo esto posible con mucha más comodidad que en Moscú, donde las misas en español no es que abunden, precisamente. Hice una búsqueda somera, y vi varias alternativas de misa en Bruselas y en castellano, siendo la que parecía principal la que tenía lugar en la plaza de Saint Gilles. Y allá que me dirigí.
La iglesia de Saint Gilles, que es la que se ve en la postal que ilustra esta entrada, tiene una nave amplia difícil de llenar. Llegué un poco antes de la hora indicada, y no puedo decir que hubiera mucha gente; la misa empezó con algo de retraso, pero supongo que era por ser Adviento, y con ello el cura venía de-morado. La feligresía ya se debía oler lo del retraso, porque tampoco demostró ser muy puntual. Eso sí, españoles, si es que los había, que no creo, en todo caso seríamos poquísimos: la masa de la feligresía estaba compuesta por hispanoamericanos, ésos que se empeñan en llamarse "latinos", como si descendieran de italianos. Y, dentro de los hispanos, los había de todas las edades y de todos los sexos y condición. Unos cuantos ensayaban con la guitarra las mismas canciones que yo cantaba en el coro del grupo de juventud de mi parroquia hace treinta años. Bonito "flashback", pero, ¿de verdad en estos treinta años no ha salido nada nuevo?
La introducción y las lecturas las hacía una monja brasileña, que hablaba un español muy aceptable, aunque se le notaba alguna dificultad. Lo de que fuera monja ya son conjeturas mías, porque no llevaba ni toca, ni hábito, ni vestimenta alguna que la identificara como tal, pero en algún momento de la misa el cura la llamó "hermana" y yo ya sumé dos y dos.
La misa era correcta, pero sin pasarse. El sacerdote planteó una homilía bastante sencilla, bien adaptada a la feligresía, que en su mayoría debía tener una educación bastante básica, y me llamó la atención el fuerte contenido social, en un tema que no recuerdo que viniese especialmente a cuento.
En la consagración, no se arrodilló absolutamente nadie. Bueno, sí: yo y nadie más, y porque hay momentos en que no sabes si das la nota o das testimonio. Hay que decir que, en lugar de bancos, en la iglesia había sillas, bastante bajas por cierto, y ni rastro de reclinatorios ni nada parecido. Me tocó plantar las rodillas en el duro suelo y apartarme un poco al pasillo para no chocarme con la silla de delante.
Llegó el momento de dar la comunión, y la hermana brasileña asió el cáliz y se puso con él junto al sacerdote. Comunión bajo las dos especies, pues, y, por tanto, en la boca, pensé.
Pues no.
Los comulgantes tomaban la hostia con la mano, la introducían ¡ellos! en el cáliz y luego se la llevaban a la boca. Abrí los ojos muchísimo. Eso está prohibido por Roma a rajatabla, pero se ve que, en Bélgica, lo de Roma locuta está un poco desfasado. Al llegar mi turno, puse las manos a la espalda ostentosamente, y el cura me dio la comunión sub specie panis en la boca. La verdad es que se le veía poco acostumbrado a hacerlo.
Salí del templo un pelín confuso. Intenté asegurarme de que realmente aquello había sido una misa católica, y no protestante, y sí, sí, era católica. En todo caso, supuse que había topado con el típico sacerdote rebeldillo y sesentayochista y que, con cambiar de parroquia, asunto resuelto.
Pero, de las peripecias litúrgicas que siguieron a aquello, tocará escribir a la próxima, porque hoy se hace tarde.
Solo quiero aclarar que la denominación latino es la distorsión del termino latinoamerica, que fue inventado para denominar la América que no es Canadá o EEUU. Estos tendrían una herencia anglosajona, mientras que los demás países en realidad tienen una variedad de influencias europeas, pero había que inventar un concepto. No creo que los migrantes de países americanos, que no son EE.UU. y Canadá se llamen a si mismo latinos, para confundirse con los italianos. Simplemente me parece que es más fácil denominarse "latino" que explicar donde esta Costa Rica o Chile. El termino apropiado sería americano, pero está demasiado asociado a EE.UU.
ResponderEliminarLore, no es así. Esa "variedad de influencias europeas" en realidad son España y Portugal. El término lo inventó la Francia de Napoleón III cuando se puso a intervenir en Méjico, y para sustituir Hispanoamérica e Iberoamérica, que no le convenían. Que los indigenistas lo hayan adoptado para alimentar esa actitud freudiana que tienen es otra cosa.
ResponderEliminarY sí, esta bitácora no tiene un pelo de corrección política... :)