En Moscú, los avatares del catolicismo han aparecido en esta bitácora en múltiples ocasiones, pero ahora me quiero centrar en las particularidades litúrgicas locales.
Bueno, pues los rusos son ultraliturgistas. No llegan al punto del firmes y de rodillas que ha popularizado en Bielorrusia monseñor Kondrusiewicz, pero, caramba, a buenas horas iba a entrar en una iglesia católica rusa alguien en pantalón corto y tirantes, por mucho calor que hiciera, sin provocar gestos de desagrado o quizá alguna acción dirigida a evitarlo. No, en Moscú la liturgia es estricta, es tremendamente respetuosa con lo que se está haciendo y allí no hay nadie que se desmande. Es más, en Moscú hay una notable presencia de frikis, escasos pero activos, que ya se pasan un poco. Voy a tratar de explicarlo.
En Moscú hay misas en un porrón de idiomas, fiel reflejo de que los católicos vienen de allí de todos los sitios, y algunos incluso son de allí, pero son los menos. Como hay gente especialmente tradicional entre los feligreses, hay también una misa de las de toda la vida, en latín, con el rito romano tradicional y con el altar coram Deo, como era siempre hasta hace poco más de cincuenta años. En ocasiones, yo mismo, estando de rodríguez, he asistido a esa misa, que se celebraba, y supongo que se sigue celebrando, en las catacumbas, en una capilla situada en los sótanos de la catedral.
Allí nos juntábamos (bueno, yo sólo uas cuantas veces) algunos feligreses a los que habría que darnos de comer aparte y, bien mirado, estrictamente eso es lo que estaba pasando. Algunos yo sabía de buena tinta que eran conversos del ateísmo, algo bastante frecuente en la Rusia de hoy día; a otros simplemente les gustaba la liturgia, y entre ellos me incluyo, porque la verdad es que es muy bonita cuando está bien hecha. Y algún otro era directamente friki de narices.
Estaba pues yo allí, tranquilo y sumido en mis rezos, esperando el comienzo de la celebración y que el jesuita polaco que solía atenderla apareciera con sus acólitos, cuando se levantó un joven delgadísimo, con gafas de pasta y cristales gruesos y que era todo pelo y lentes, con unas barbazas rizadas y una melena igualmente rizada que le hacía parecer mucho más alto de lo que en realidad era.
- ¡Hermanos! ¡Déjenme pronunciar unas palabras!
Los feligreses, no más de treinta, que esperábamos el comienzo de la misa levantamos nuestras cabezas, y el extravagante hermano de todos, pero no de las navajas de afeitar, habló como sigue:
- En esta parroquia, como todos saben, además de la parroquia en sí, hay capellanías de varias comunidades: hay capellanía hispanohablante, la tienen los italianos, y los polacos, y los armenios, y los coreanos, y también hay celebraciones con su sacerdote en francés y en inglés.
Hasta aquí, nada que objetar, porque así es realmente. La catedral de Moscú es lo más parecido a la torre de Babel que he conocido en Rusia, y no digo en toda mi vida porque estoy en Bruselas y, para lenguas, esto. Pero sigamos con nuestro velloso feligrés:
- Creo que ha llegado el momento de crear una capellanía nueva ¡Vamos a crear una capellanía latina! ¡Y vamos a proponérselo al arzobispo!
No, no se refería a "latino" en el sentido de hispanoaméricano que tanto se usa hoy. Eso ya existe. El orador pretendía una capellanía latina en sentido estricto.
- ¡Queremos una capellanía en latín! ¡El que quiera apuntarse, que hable conmigo! ¡Vamos a unirnos!
A mí me parece estupenda la liturgia en latín y soy un firme partidario de la misma, pero... tanto como para crear una estructura propia que se caracterice por hablar latín, pues no lo veo. Y no sé si lo vería la suficiente gente en aquella reunión, la más proclive que pudiera haber para idea tan bizarra, porque hoy es el día en que liturgia en latín en Moscú sigue habiendo, pero eso es todo, y de capellanía nada.
Con todo, y por peregrinas que nos puedan parecer estas ideas y estos personajes, algo se mueve por allí, se ven conversiones, bautizos de adultos, auténtico interés, y resulta muchísimo tan apasionante que lo que vemos en occidente.
Pero, de lo que vemos en occidente, tocará escribir, ahora sí, en la siguiente entrada, puesto que hoy se hace tarde.
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
sábado, 25 de enero de 2014
lunes, 20 de enero de 2014
Mudanzas y atascos
Como ya quedó dicho en otra ocasión, en Bruselas no tendría por qué haber atascos. La superficie de la ciudad es grande y la densidad de población no es exagerada. Sin embargo, parece que una ciudad, para tener pedigrí, tiene que tener atascos como sea, y Bruselas se las quiere dar de pedigrí. Ya hablamos de una de las medidas que ha tomado la administración para conseguir que en Bruselas haya atascos, como es poner a los camiones de basura a trabajar en hora punta (eso sí, dos días a la semana, que luego todo son hernias).
La segunda medida es más de los bruselenses que de su administración. La segunda medida importante para fomentar los atascos son las mudanzas.
Yo no sé qué diablos pasa por aquí, pero la gente es muy nerviosa y no se está quieta en una vivienda. Para mí, una mudanza es algo sólo ligeramente mejor que un incendio y, por ello, conviene evitarlas como las inspecciones tributarias; en mi vida, hasta la fecha, me ha tocado hacer cuatro, siendo la siguiente siempre más complicada que la anterior, y la quinta, que llegará, me produce una aprensión terrible. Yo diría que procuro deshacerme de cosas no tanto porque estorben, sino por aligerar la siguiente mudanza.
Aquí, yo no sé si a la gente le gusta o no mudarse, pero lo cierto es que parece que hay gente que no haga otra cosa. Apenas hay día en que, de camino al trabajo, o de vuelta del mismo, no me encuentre con una grúa pegada a un camión y muebles subiendo o bajando, guiados por una cuadrilla de mozos y, obviamente, cortando media calzada de la calle en cuestión, que no suele dar anchura como para mucho más. Entonces se montan unos cirios muy entretenidos, sobre todo cuando se cruzan a esa altura dos autobuses, uno en cada sentido.
La verdad es que me dan ganas de quedarme a mirar cuánto dura el parón, con los dos carriles bloqueados y coches y más coches añadiéndose a la fila, y tal vez algún día que no tenga prisa lo haga. Como ese día, Dios lo quiera, aún tiene que llegar, me conformo con doblar el manillar de mi bicicleta a derecha e izquierda, pasar por delante de los autobuses, mirar hacia atrás con incredulidad y, finalmente, salir de allí. Eso sí, no sin antes mirar con sorna a los operarios de las mudanzas que, ajenos al pitote que se está montando, hacen su trabajo con parsimonia y sin preocuparse de que haya atascos en el mundo. Pachorra, debe llamarse eso.
La segunda medida es más de los bruselenses que de su administración. La segunda medida importante para fomentar los atascos son las mudanzas.
Yo no sé qué diablos pasa por aquí, pero la gente es muy nerviosa y no se está quieta en una vivienda. Para mí, una mudanza es algo sólo ligeramente mejor que un incendio y, por ello, conviene evitarlas como las inspecciones tributarias; en mi vida, hasta la fecha, me ha tocado hacer cuatro, siendo la siguiente siempre más complicada que la anterior, y la quinta, que llegará, me produce una aprensión terrible. Yo diría que procuro deshacerme de cosas no tanto porque estorben, sino por aligerar la siguiente mudanza.
Aquí, yo no sé si a la gente le gusta o no mudarse, pero lo cierto es que parece que hay gente que no haga otra cosa. Apenas hay día en que, de camino al trabajo, o de vuelta del mismo, no me encuentre con una grúa pegada a un camión y muebles subiendo o bajando, guiados por una cuadrilla de mozos y, obviamente, cortando media calzada de la calle en cuestión, que no suele dar anchura como para mucho más. Entonces se montan unos cirios muy entretenidos, sobre todo cuando se cruzan a esa altura dos autobuses, uno en cada sentido.
La verdad es que me dan ganas de quedarme a mirar cuánto dura el parón, con los dos carriles bloqueados y coches y más coches añadiéndose a la fila, y tal vez algún día que no tenga prisa lo haga. Como ese día, Dios lo quiera, aún tiene que llegar, me conformo con doblar el manillar de mi bicicleta a derecha e izquierda, pasar por delante de los autobuses, mirar hacia atrás con incredulidad y, finalmente, salir de allí. Eso sí, no sin antes mirar con sorna a los operarios de las mudanzas que, ajenos al pitote que se está montando, hacen su trabajo con parsimonia y sin preocuparse de que haya atascos en el mundo. Pachorra, debe llamarse eso.
viernes, 17 de enero de 2014
Ro entra en la preadolescencia
- ¡No quiero espaguetis!
- ¿Cómo que no?
- ¡No! ¡No me gustan los espaguetis!
- ¿Que no te gustan los espaguetis?
- ¡No! ¡Te lo he dicho muchas veces!
- ¿Que me has dicho muchas veces quéeee...?
- ¡Que no me gustan los espaguetis! ¡No me escuchas!
- ¡Pues aquí no tiramos comida!
- ¡Me da igual! ¡Están horribles!
- ¡A comer!
- ¡No! ¡Me dan arcadas!
- ¡Pues vete a tu habitación!
...
¡Riiiing!
- ¿Diga?
- Hola, Alfina. Soy la madre de Julia.
- Ah, hola, ¿qué tal?
- Bien. Quería invitar a Ro a casa. Creo que tienen que hacer un trabajo para el colegio, y han quedado en hacerlo juntas.
- Vale, no hay problema ¿Cuándo es?
- Mañana por la tarde. Que se quede a cenar. Había pensado en hacer unos espaguetis, que les gustan a todo el mundo.
- Ah... espaguetis...
- ¿Algún problema?
- Pues voy a ver... ¡Ro! ¡Baja! ¡Te llaman por teléfono! Toma, ponte tú.
- ¿Quién es?
- ...
- ¡Ah, Julia!
- ...
- ¿Espaguetis? ¡Claro, me gustan mucho!
Pa' matal'la...
- ¿Cómo que no?
- ¡No! ¡No me gustan los espaguetis!
- ¿Que no te gustan los espaguetis?
- ¡No! ¡Te lo he dicho muchas veces!
- ¿Que me has dicho muchas veces quéeee...?
- ¡Que no me gustan los espaguetis! ¡No me escuchas!
- ¡Pues aquí no tiramos comida!
- ¡Me da igual! ¡Están horribles!
- ¡A comer!
- ¡No! ¡Me dan arcadas!
- ¡Pues vete a tu habitación!
...
¡Riiiing!
- ¿Diga?
- Hola, Alfina. Soy la madre de Julia.
- Ah, hola, ¿qué tal?
- Bien. Quería invitar a Ro a casa. Creo que tienen que hacer un trabajo para el colegio, y han quedado en hacerlo juntas.
- Vale, no hay problema ¿Cuándo es?
- Mañana por la tarde. Que se quede a cenar. Había pensado en hacer unos espaguetis, que les gustan a todo el mundo.
- Ah... espaguetis...
- ¿Algún problema?
- Pues voy a ver... ¡Ro! ¡Baja! ¡Te llaman por teléfono! Toma, ponte tú.
- ¿Quién es?
- ...
- ¡Ah, Julia!
- ...
- ¿Espaguetis? ¡Claro, me gustan mucho!
Pa' matal'la...
miércoles, 15 de enero de 2014
Liturgia comparata: Estonia
El periplo por Europa nos lleva ahora al norte del todo, a Tallin, capital de Estonia, ese país pequeñito que ha aparecido en unas cuantas entradas en esta bitácora, porque anduve por allí el verano antepasado.
Lo que es católicos, en Estonia hay cuatro gatos mal contados, y probablemente ninguno sea de origen estonio. Uno llega a la catedral de Tallin, que habrá que llamarla así, pero la iglesia de mi pueblo es claramente mayor, y le echa un ojo al horario de misas: la conclusión es clara. La feligresía local es perdidamente guiri: hay misas en inglés, en francés (el obispo es francés), dos en polaco, y una en estonio y otra en ruso. Está claro que las misas están pensadas para turistas, para inmigrantes polacos, y lo de la misa en estonio y en ruso es bastante simbólico, porque no dejan de ser los dos idiomas que se hablan comúnmente en el país.
Nunca he estado en Polonia, pero debe valer la pena. Por toda la antigua URSS, los católicos que hay son de origen polaco, y por muchas generaciones que hayan pasado, las misas siguen siendo en polaco, aunque los feligreses, entre ellos, ya hablen en la lengua del país. Y así hay misas en polaco en cualquier iglesia católica del Oder hacia el este, hasta en mitad de Siberia. Y en Tallin también.
Porque católicos estonios hay pocos. Los hay, los hay, pero históricamente les han caído capones por todos los sitios, desde que la Orden Teutónica se pasó al protestantismo y obligó a convertirse a la población urbana. La quema de conventos no es un invento de los liberales o de los republicanos españoles, no, sino que los protestantes estonios lo habían descubierto antes, como ya vimos en su día. Y sobre el catolicismo estonio me remito al anterior enlace y al siguiente.
Y he aquí que entro en la iglesia, y resulta que a esa hora toca la misa en polaco. La verdad es que la impresión es muy diferente a la de Bielorrusia, pero es que aquello debe ser irrepetible; amplísima mayoría de mujeres, y media de edad razonablemente elevada, pero bastante presencia de mujeres jóvenes (los hombres jóvenes deben dedicarse a otra cosa). Una vez más, no me enteré de la misa la media, porque de polaco, yo, como que no; tendré que estudiar un poco, porque le voy viendo las ventajas al asunto. Liturgia correcta, tradicional, sin aspavientos, y lamentablemente no puedo decir mucho más.
Y, en la próxima entrada, volvemos a Moscú. A describir la liturgia que se gasta por allí.
Lo que es católicos, en Estonia hay cuatro gatos mal contados, y probablemente ninguno sea de origen estonio. Uno llega a la catedral de Tallin, que habrá que llamarla así, pero la iglesia de mi pueblo es claramente mayor, y le echa un ojo al horario de misas: la conclusión es clara. La feligresía local es perdidamente guiri: hay misas en inglés, en francés (el obispo es francés), dos en polaco, y una en estonio y otra en ruso. Está claro que las misas están pensadas para turistas, para inmigrantes polacos, y lo de la misa en estonio y en ruso es bastante simbólico, porque no dejan de ser los dos idiomas que se hablan comúnmente en el país.
Nunca he estado en Polonia, pero debe valer la pena. Por toda la antigua URSS, los católicos que hay son de origen polaco, y por muchas generaciones que hayan pasado, las misas siguen siendo en polaco, aunque los feligreses, entre ellos, ya hablen en la lengua del país. Y así hay misas en polaco en cualquier iglesia católica del Oder hacia el este, hasta en mitad de Siberia. Y en Tallin también.
Porque católicos estonios hay pocos. Los hay, los hay, pero históricamente les han caído capones por todos los sitios, desde que la Orden Teutónica se pasó al protestantismo y obligó a convertirse a la población urbana. La quema de conventos no es un invento de los liberales o de los republicanos españoles, no, sino que los protestantes estonios lo habían descubierto antes, como ya vimos en su día. Y sobre el catolicismo estonio me remito al anterior enlace y al siguiente.
Y he aquí que entro en la iglesia, y resulta que a esa hora toca la misa en polaco. La verdad es que la impresión es muy diferente a la de Bielorrusia, pero es que aquello debe ser irrepetible; amplísima mayoría de mujeres, y media de edad razonablemente elevada, pero bastante presencia de mujeres jóvenes (los hombres jóvenes deben dedicarse a otra cosa). Una vez más, no me enteré de la misa la media, porque de polaco, yo, como que no; tendré que estudiar un poco, porque le voy viendo las ventajas al asunto. Liturgia correcta, tradicional, sin aspavientos, y lamentablemente no puedo decir mucho más.
Y, en la próxima entrada, volvemos a Moscú. A describir la liturgia que se gasta por allí.
lunes, 13 de enero de 2014
Liturgia comparata: Ruthenia Alba
En la entrada anterior de esta serie dejé dicho que iba a hablar del país que he visitado últimamente (digamos que en los últimos dos años) en el que la liturgia es más solemne. Por si alguien no se ha dado cuenta todavía, que ya hay que ser despistado, valoro muy positivamente la solemnidad en la liturgia, soy un pedazo de carca y los experimentos en esta materia me horrorizan. ¿Pasa algo?
El país que conozco en que la solemnidad se toma más a rajatabla es, con bastante diferencia, Bielorrusia. El año antepasado estuve en Minsk a mitad de octubre y flipé en colores. Bielorrusia es un país en que el catolicismo es minoritario respecto a la iglesia cismática oriental (voy a enviar por una vez el ecumenismo a hacer gárgaras), pero mucho menos que en Rusia. Según las fuentes, entre el 10% y el 20% de la población es católica, y al frente del arzobispado de Minsk, que es el más importante del país, está un viejo conocido: monseñor Tadeusz Kondrusiewicz.
A monseñor Kondrusiewicz tuve el honor de conocerlo un poquito en Moscú a finales de los noventa. En aquellos tiempos, él era administrador apostólico de la diócesis y yo era catequista de Confirmación. Lo segundo no ha cambiado demasiado, pero monseñor Kondrusiewicz pasó por bastantes vicisitudes en los años sucesivos: primero, Juan Pablo II transformó las administraciones apostólicas en obispados y arzobispados ordinarios, con lo que cabreó muchísimo a los ortodoxos, que ya de por sí no es que vean a los católicos con excesiva simpatía. Monseñor Kondrusiewicz se vio convertido el arzobispo de la diócesis de la Madre de Dios, porque, diplomáticamente, en Roma no quisieron poner los nombres de las ciudades para no cabrear más a los ortodoxos. Los ortodoxos, de todas formas, se cabrearon y le montaron, no sólo la de la Madre de Dios, sino la de Dios, directamente.
Vamos, que monseñor Kondrusiewicz es un señor que las ha pasado canutas desde hace mucho tiempo. Supongo que ser seminarista católico en la Unión Soviética, como lo fue él, ya era una candidatura inmejorable para meterse en problemas, pero es que desde entonces no ha parado. Tras pelearse a brazo partido con todo quisqui, conseguir recuperar una catedral que se caía a cachos (ésa es otra historia), traer a Juan Pablo II de estranjis a Moscú, y dejar las cosas razonablemente encauzadas, fue trasladado a Minsk, donde probablemente su vida ha sido más fácil.
En los últimos noventa, creo que en el lejano 1998, una parte de las confirmaciones en Moscú no fueron en Pentecostés, como es habitual, sino a mitad de marzo, para hacerlas coincidir con una ordenación sacerdotal, que era un huésped bastante escaso por entonces (y me temo que también por ahora) entre las celebraciones religiosas. Yo era el catequista de quienes se confirmaban en marzo y la verdad es que, en aquel entonces, vestía de manera bastante, no sé, desenfadada, con vaqueros y camisa de franela a cuadros. En el ensayo de la ceremonia acudí con mi indumentaria habitual y allí, en la catedral a medio reconstruir, estaba monseñor Kondrusiewicz, que me miró de arriba abajo y me dijo:
- Atención, que yo soy muy severo.
Y no lo dudo. El hombre debió pensarse que yo era uno de esos teólogos de la liberación medio rebotados que hacen unas catequesis al margen del Magisterio, cuando la verdad es más bien totalmente la contraria, aspecto externo aparte, y ya entonces lo era. El caso es que luego tuve oportunidad muchas veces de verlo en acción, y empuje y pasión no le faltaba, la verdad; pero volvamos a Minsk.
Yo no sé cómo lo hará, pero yo entré en la catedral de Minsk (que es una iglesia medianeja, la de la foto, no vayamos a pensar en San Pedro ni cosas así) un día de entre semana de mitad de octubre, y me quedé con la boca más abierta que la de Carpanta delante de un jamón. La iglesia estaba llena, no abarrotada, pero sí llena; la mitad larga de los feligreses no llegaría a los treinta años; yo entré algo desconcertado, me senté entre los últimos bancos, pero decir me senté es decir mucho, porque allí todo el mundo se arrodillaba cada dos por tres, y yo, claro, hacía como ellos.
A todo esto, la misa era en bielorruso y yo, lo que es de bielorruso, más bien estoy nulo que escaso. Captaba alguna palabra suelta, y eso es todo, y por lo demás me hacía más el sueco que el cocinero de los teleñecos. Así que procuré seguir a los demás lo mejor que pude.
Cuando llegó el momento de la comunión, yo me dispuse a ponerme en fila para recibirla junto al altar, como toda la vida. No, no, allí no.
En Minsk, todo quisqui, desde los octogenarios hasta los estudiantes (y doy fe de que había estudiantes a raudales), se arrodillaba junto al pasillo central, y los celebrantes pasaban para dar la comunión, por supuesto en la boca y de rodillas, nada de irreverencias.
He de confesar que, en el rito nuevo de la misa, no es que no haya visto nada igual: es que no he visto nada ni remotamente parecido. Como quedó dicho, yo soy precisamente de esa cuerda y me quedé absolutamente encantado. Si así son entre semana, no quiero ni pensar cómo serían los domingos, pero, lamentablemente, no pude quedarme a comprobarlo, porque ya tocaba el momento de volver a Moscú, aunque sólo fuera para decirles a mis jefes que había sido un gusto trabajar para ellos, pero que tenía una oferta de Bruselas y que ya estaba de nieve hasta la coronilla.
Hasta aquí, Bielorrusia y Minsk. La siguiente etapa en el orden de devoción nos lleva un poco más al norte, pero eso será en la próxima entrada. En esta, toca despedirse lamentando que monseñor Kondrusiewicz no haya sido nombrado cardenal en el consistorio actual. Ojalá volvamos a saber de él, porque la gente con su energía y con su pasión no abunda.
El país que conozco en que la solemnidad se toma más a rajatabla es, con bastante diferencia, Bielorrusia. El año antepasado estuve en Minsk a mitad de octubre y flipé en colores. Bielorrusia es un país en que el catolicismo es minoritario respecto a la iglesia cismática oriental (voy a enviar por una vez el ecumenismo a hacer gárgaras), pero mucho menos que en Rusia. Según las fuentes, entre el 10% y el 20% de la población es católica, y al frente del arzobispado de Minsk, que es el más importante del país, está un viejo conocido: monseñor Tadeusz Kondrusiewicz.
A monseñor Kondrusiewicz tuve el honor de conocerlo un poquito en Moscú a finales de los noventa. En aquellos tiempos, él era administrador apostólico de la diócesis y yo era catequista de Confirmación. Lo segundo no ha cambiado demasiado, pero monseñor Kondrusiewicz pasó por bastantes vicisitudes en los años sucesivos: primero, Juan Pablo II transformó las administraciones apostólicas en obispados y arzobispados ordinarios, con lo que cabreó muchísimo a los ortodoxos, que ya de por sí no es que vean a los católicos con excesiva simpatía. Monseñor Kondrusiewicz se vio convertido el arzobispo de la diócesis de la Madre de Dios, porque, diplomáticamente, en Roma no quisieron poner los nombres de las ciudades para no cabrear más a los ortodoxos. Los ortodoxos, de todas formas, se cabrearon y le montaron, no sólo la de la Madre de Dios, sino la de Dios, directamente.
Vamos, que monseñor Kondrusiewicz es un señor que las ha pasado canutas desde hace mucho tiempo. Supongo que ser seminarista católico en la Unión Soviética, como lo fue él, ya era una candidatura inmejorable para meterse en problemas, pero es que desde entonces no ha parado. Tras pelearse a brazo partido con todo quisqui, conseguir recuperar una catedral que se caía a cachos (ésa es otra historia), traer a Juan Pablo II de estranjis a Moscú, y dejar las cosas razonablemente encauzadas, fue trasladado a Minsk, donde probablemente su vida ha sido más fácil.
En los últimos noventa, creo que en el lejano 1998, una parte de las confirmaciones en Moscú no fueron en Pentecostés, como es habitual, sino a mitad de marzo, para hacerlas coincidir con una ordenación sacerdotal, que era un huésped bastante escaso por entonces (y me temo que también por ahora) entre las celebraciones religiosas. Yo era el catequista de quienes se confirmaban en marzo y la verdad es que, en aquel entonces, vestía de manera bastante, no sé, desenfadada, con vaqueros y camisa de franela a cuadros. En el ensayo de la ceremonia acudí con mi indumentaria habitual y allí, en la catedral a medio reconstruir, estaba monseñor Kondrusiewicz, que me miró de arriba abajo y me dijo:
- Atención, que yo soy muy severo.
Y no lo dudo. El hombre debió pensarse que yo era uno de esos teólogos de la liberación medio rebotados que hacen unas catequesis al margen del Magisterio, cuando la verdad es más bien totalmente la contraria, aspecto externo aparte, y ya entonces lo era. El caso es que luego tuve oportunidad muchas veces de verlo en acción, y empuje y pasión no le faltaba, la verdad; pero volvamos a Minsk.
Yo no sé cómo lo hará, pero yo entré en la catedral de Minsk (que es una iglesia medianeja, la de la foto, no vayamos a pensar en San Pedro ni cosas así) un día de entre semana de mitad de octubre, y me quedé con la boca más abierta que la de Carpanta delante de un jamón. La iglesia estaba llena, no abarrotada, pero sí llena; la mitad larga de los feligreses no llegaría a los treinta años; yo entré algo desconcertado, me senté entre los últimos bancos, pero decir me senté es decir mucho, porque allí todo el mundo se arrodillaba cada dos por tres, y yo, claro, hacía como ellos.
A todo esto, la misa era en bielorruso y yo, lo que es de bielorruso, más bien estoy nulo que escaso. Captaba alguna palabra suelta, y eso es todo, y por lo demás me hacía más el sueco que el cocinero de los teleñecos. Así que procuré seguir a los demás lo mejor que pude.
Cuando llegó el momento de la comunión, yo me dispuse a ponerme en fila para recibirla junto al altar, como toda la vida. No, no, allí no.
En Minsk, todo quisqui, desde los octogenarios hasta los estudiantes (y doy fe de que había estudiantes a raudales), se arrodillaba junto al pasillo central, y los celebrantes pasaban para dar la comunión, por supuesto en la boca y de rodillas, nada de irreverencias.
He de confesar que, en el rito nuevo de la misa, no es que no haya visto nada igual: es que no he visto nada ni remotamente parecido. Como quedó dicho, yo soy precisamente de esa cuerda y me quedé absolutamente encantado. Si así son entre semana, no quiero ni pensar cómo serían los domingos, pero, lamentablemente, no pude quedarme a comprobarlo, porque ya tocaba el momento de volver a Moscú, aunque sólo fuera para decirles a mis jefes que había sido un gusto trabajar para ellos, pero que tenía una oferta de Bruselas y que ya estaba de nieve hasta la coronilla.
Hasta aquí, Bielorrusia y Minsk. La siguiente etapa en el orden de devoción nos lleva un poco más al norte, pero eso será en la próxima entrada. En esta, toca despedirse lamentando que monseñor Kondrusiewicz no haya sido nombrado cardenal en el consistorio actual. Ojalá volvamos a saber de él, porque la gente con su energía y con su pasión no abunda.
viernes, 10 de enero de 2014
El aterrizaje de Ro
Si los aterrizajes de Abi y de Ame ya se las traían, el de Ro no ha sido menos sonado. Ro es una auténtica conservadora, fanática del orden, de las jerarquías y del respeto a los que ostentan un grado superior. Es una posición interesada, porque Ro cuenta con ostentar grados de importancia en el futuro, y por supuesto cuenta con hacerse respetar cuando los ostente. Vamos, que yo no la querría de jefa ni jarto vino.
Esta posición encuentra su expresión más acusada en los regímenes totalitarios, como... sí, como la Unión Soviética. A sus trece años recién cumplidos, Ro (a diferencia de sus hermanos, que no van por ahí) ha pertenecido al consejo de su colegio soviét... estoooo... ruso, donde ha tenido una posición destacada. Nuestra mudanza (y la suya) a Bruselas ha truncado una prometedora carrera en la nomenklatura de algún sitio, porque esta chica iba destinada a alcanzar altas posiciones en Rusia. Lástima que no tener pasaporte ruso parecía un impedimento insuperable. Es verdaderamente lamentable que le den el pasaporte por el morro al pollino de Dépardieu, que lo más que tiene de ruso son las cogorzas que se ha metido, y no se lo den a Ro, que haría un uso mucho mejor del mismo y terminaría por poner orden en el país. Sí, ella lo haría.
De hecho, en la familia, quien más se ha opuesto a abandonar Moscú ha sido ella, y aun dice que su retorno es cuestión de tiempo, y que se va a estudiar allí... Derecho. Miedo me da. Como llegue a fiscal, es capaz de hacerme detener por una bronca que le eché cuando tenía tres años. Y es que los Pavlik Morosov de la vida nunca olvidan.
Entretanto, la muy j**** es la que me mejor se ha adaptado al colegio hispanohablante local. Está perfectamente integrada, saca buenas notas y se sigue quejando, claro, para no desmentirse a sí misma, pero con la boca imperceptiblemente más pequeña.
Sin embargo, obviamente, su llegada despertó expectación, también entre el profesorado. Su profesora de Historia, por ejemplo, para romper el hielo, se dirigió a ella el primer día de clase:
- Ro von Buchweizen... ajá... Ro, tú vienes de Rusia, ¿no?
- Sí, sí, vengo de allí.
- Muy bien, muy bien... ¿Y encuentras diferencias entre tu colegio de allí y éste?
- Bueeeeeeeeno... algunas sí que hay.
- ¿Qué es lo que te parece más curioso?
- Verá. En mi colegio en Rusia, todos los alumnos se levantan en cuanto llega el profesor y sólo se sientan cuando les dan permiso. Aquí no se levanta nadie...
A la profesora, tras años de desprecio del alumnado, esto le debió tocar la fibra sensible. Pero mucho mucho, porque se dirigió a la clase:
- ¿VEIS? ¡ASÍ HABRÍA QUE HACER SIEMPRE! ¡LO QUE HAY QUE HACER ES LEVANTARSE EN CLASE!
En bastante países europeos, probablemente habría conseguido ganar una posición de respeto, pero el alumnado de la clase de Ro está constituido por una recua de preadolescentes españoles con más mala sombra que un árbol en día de niebla espesa.
Desde esta conversación, cuando la profesora de Historia entra en clase, sus alumnos se levantan y le recitan el "himno de Historia", cuya letra viene a ser:
"...australopitecus, homo afariensis, homo ergastus, homo erectus, homo habilis, homo sapiens, homo sapiens sapiens..."
Respeto al profe siguen sin tenerle demasiado, pero, por lo menos, las etapas de la evolución humana se las van a conocer bien.
Algo es algo.
Esta posición encuentra su expresión más acusada en los regímenes totalitarios, como... sí, como la Unión Soviética. A sus trece años recién cumplidos, Ro (a diferencia de sus hermanos, que no van por ahí) ha pertenecido al consejo de su colegio soviét... estoooo... ruso, donde ha tenido una posición destacada. Nuestra mudanza (y la suya) a Bruselas ha truncado una prometedora carrera en la nomenklatura de algún sitio, porque esta chica iba destinada a alcanzar altas posiciones en Rusia. Lástima que no tener pasaporte ruso parecía un impedimento insuperable. Es verdaderamente lamentable que le den el pasaporte por el morro al pollino de Dépardieu, que lo más que tiene de ruso son las cogorzas que se ha metido, y no se lo den a Ro, que haría un uso mucho mejor del mismo y terminaría por poner orden en el país. Sí, ella lo haría.
De hecho, en la familia, quien más se ha opuesto a abandonar Moscú ha sido ella, y aun dice que su retorno es cuestión de tiempo, y que se va a estudiar allí... Derecho. Miedo me da. Como llegue a fiscal, es capaz de hacerme detener por una bronca que le eché cuando tenía tres años. Y es que los Pavlik Morosov de la vida nunca olvidan.
Entretanto, la muy j**** es la que me mejor se ha adaptado al colegio hispanohablante local. Está perfectamente integrada, saca buenas notas y se sigue quejando, claro, para no desmentirse a sí misma, pero con la boca imperceptiblemente más pequeña.
Sin embargo, obviamente, su llegada despertó expectación, también entre el profesorado. Su profesora de Historia, por ejemplo, para romper el hielo, se dirigió a ella el primer día de clase:
- Ro von Buchweizen... ajá... Ro, tú vienes de Rusia, ¿no?
- Sí, sí, vengo de allí.
- Muy bien, muy bien... ¿Y encuentras diferencias entre tu colegio de allí y éste?
- Bueeeeeeeeno... algunas sí que hay.
- ¿Qué es lo que te parece más curioso?
- Verá. En mi colegio en Rusia, todos los alumnos se levantan en cuanto llega el profesor y sólo se sientan cuando les dan permiso. Aquí no se levanta nadie...
A la profesora, tras años de desprecio del alumnado, esto le debió tocar la fibra sensible. Pero mucho mucho, porque se dirigió a la clase:
- ¿VEIS? ¡ASÍ HABRÍA QUE HACER SIEMPRE! ¡LO QUE HAY QUE HACER ES LEVANTARSE EN CLASE!
En bastante países europeos, probablemente habría conseguido ganar una posición de respeto, pero el alumnado de la clase de Ro está constituido por una recua de preadolescentes españoles con más mala sombra que un árbol en día de niebla espesa.
Desde esta conversación, cuando la profesora de Historia entra en clase, sus alumnos se levantan y le recitan el "himno de Historia", cuya letra viene a ser:
"...australopitecus, homo afariensis, homo ergastus, homo erectus, homo habilis, homo sapiens, homo sapiens sapiens..."
Respeto al profe siguen sin tenerle demasiado, pero, por lo menos, las etapas de la evolución humana se las van a conocer bien.
Algo es algo.
martes, 7 de enero de 2014
La tercera en discordia
Hasta ahora, hemos hablado del aterrizaje de Ame; también del de Abi. Falta comentar el de Ro, pero primero hay que presentar a la susodicha, que hasta hoy no ha aparecido demasiado en esta bitácora.
Ro siempre tiene razón. Siempre entiende las cosas a la primera. Y siempre hace las cosas deprisa, para poder hacer la siguiente sin tardar. A veces, las hace demasiado deprisa.
Como, cenando hoy, cuando Alfina ha comentado:
- Pues he leído que han imputado a la Infanta.
Y, medio segundo después, Ro reacciona:
- ¿De verdad? ¿Le han cortado una pierna?
Jo. Una cosa es no ser precisamente partidario de esa familia, y otra desearles que les AMputen algo.
Con esos antecedentes, el aterrizaje de Ro también se las ha traído. Pero eso vendrá después.
Ro siempre tiene razón. Siempre entiende las cosas a la primera. Y siempre hace las cosas deprisa, para poder hacer la siguiente sin tardar. A veces, las hace demasiado deprisa.
Como, cenando hoy, cuando Alfina ha comentado:
- Pues he leído que han imputado a la Infanta.
Y, medio segundo después, Ro reacciona:
- ¿De verdad? ¿Le han cortado una pierna?
Jo. Una cosa es no ser precisamente partidario de esa familia, y otra desearles que les AMputen algo.
Con esos antecedentes, el aterrizaje de Ro también se las ha traído. Pero eso vendrá después.