Estamos en Cuaresma y, mientras escribo estas líneas, las campanas de la Catedral de San Miguel y Santa Gúdula, que así se llama la concatedral de Bruselas y que tengo a unos trescientos metros mal contados de mi pisito, están a todo tañer. Son las ocho de la tarde, minuto arriba, minuto abajo, y en estos momentos no es que haya algún acto litúrgico propio de estas fechas, sino que nos estamos quedando sin Papa.
Entre los que van a elegir al sucesor hay un cardenal belga, arzobispo emérito de Malinas y Bruselas (Bruselas comparte diócesis con Malinas). Se trata del cardenal Godfried Danneels, y no se puede decir que goce de muy buena prensa entre los católicos, todo lo contrario que entre el resto del mundo, para quien es una gran persona y la pera limonera. Si lo querrán tanto que, cuando hubo el lío en Bélgica con el obispo pederasta que les salió y le tocó el escándalo de lleno, a los cuatro días ya no se hablaba de él. Para que los comecuras perdonen la vida a un arzobispo católico metido hasta las trancas, con grabaciones y todo, en un caso de encubrimiento, no de un sacerdote cualquiera, sino de un obispo pederasta, de lo más vergonzoso, es que consideran que ese arzobispo católico está haciéndoles el trabajo a los comecuras mucho mejor de lo que lo harían ellos, y que por eso merece la pena conservarlo.
Cuando los tuyos te tuercen el gesto, y los ajenos te aprecian, es que algo has hecho mal. Si no, que se lo digan a Gorbachov, que en Rusia ha hecho regularmente el ridículo en todas las elecciones a las que se ha presentado, mientras que en el extranjero lo idolatran. Pues algo así pasa con el cardenal Danneels, bajo cuyo gobierno la Iglesia Católica en Bélgica se dio un batacazo del que tardará probablemente bastante en levantarse, con aceptación legislativa en Bélgica del aborto, eutanasia, uniones homosexuales y caída vertiginosa de la práctica religiosa. Lo de que tu gobierno te meta una serie de leyes contrarias a la religión católica, evidentemente, le puede pasar a cualquier primado: no hace tantísimo que ha estado pasando en España, y ahora me temo que le toca a Francia, y la cosa, lamentablemente, tiene visos de continuar.
Lo malo es cuando el primado del país en que pasan esas cosas decide explotar los resquicios del lenguaje para no ofrecer una posición inequívoca frente a lo que desde el punto de vista de la Iglesia, a la que pertenece, está muy mal, y lo que hace es tratar de adaptarse a lo que podría pensar la gente. Algo así como "estamos en contra del aborto, pero bueeeeeno... tampoco hay que criminalizarlo". No, hombre, no. O el embrión o el feto no es un ser humano, y entonces no debería haber ningún problema, o sí que lo es (y parece que sí que lo es) y entonces lo suyo parece que sería criminalizarlo. Si no quiere decir clarinete lo que piensa la Iglesia sobre el asunto, al menos que mande a un secretario a leer el Catecismo, que ahí no hay dudas.
Cuando uno se pone tan tibio como el cardenal Danneels, y además comienza a permitir unas misas que un día de éstos voy a describir, porque Danneels sólo hace tres años que pasó a la categoría de emérito, el fiel de a pie acaba por preguntarse por qué rábanos sigue siendo católico. Por qué va a ir a misa, si más parece una reunión de amigotes que la celebración de un misterio; por qué va a oponerse a la legislación que se está montando, si su propio arzobispo se pone a contemporizar con el poder; y por qué va a meterse en líos, si su propio rey, tan católico él, se conformó con quitarse de en medio un par de días, cuando le pusieron la ley belga del aborto por delante, y luego volvió tan pancho, y hasta lo querían beatificar cuando murió ¿Qué harán, pues, con el príncipe de Liechtenstein, que ha dejado clarito que antes de ser príncipe de un país donde haya ley del aborto, manda a sus súbditos y al principado entero a freír espárragos, y se marcha con la música a otra parte? Si al Balduino lo querían subir a los altares, a ése lo tendrían que canonizar en vida.
El caso es que el fiel de a pie, sin saber por qué, comienza a perder el respeto a la práctica religiosa, y finalmente la abandona, y así está Bélgica ahora.
El cardenal Danneels va a asistir al cónclave por los pelos, porque cumple ochenta años, que es la edad en que dejan de tener derecho a voto los cardenales, el próximo junio. El último papa de los Países Bajos lo fue en el siglo XVI, nada menos que Adriano de Utrecht, que en los libros de Historia nacionalistas que leía yo de pequeño aparecía como español, y ciertamente era el regente de España cuando fue elegido papa. No parece que Godfried Danneels, visto lo visto, vaya a ser un candidato ni medio probable.
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
jueves, 28 de febrero de 2013
martes, 26 de febrero de 2013
Kósher garantizado
Como la cosa tiene su estrambote, voy a dedicar una entrada más a la experiencia kósher, porque ¿quién nos dice que es kósher? Todo está previsto: Aeroflot nos pone en la bandeja un certificado de... ¿cómo se dice? ¿kosheridad? Ahí lo tenemos.
Por el otro lado está en ruso, vale, que se entiende mejor, pero ¿a que mola el hebreo?
Además, no olvidemos que, judío o gentil, el mercado de las bebidas alcohólicas en Rusia en inmenso y un cachito del mismo está representado por los judíos observantes, así que, junto al certificado de kosheridad, Aeroflot mete en sus bandejas kósher un folleto de propaganda del vodka kósher "Moisés". No me he podido resistir a traducirlo.
MOISÉS
VODKA
KÓSHER SUPER PREMIUM
De la misma Finlandia, país de los mil lagos, les ofrecemos el vodka "Moisés", fabricado según el espíritu de los tiempos con las leyes auténticas de la fe judaica. El vodka "Moisés" es el primer vodka ultra-premium certificado todo el año como kósher.
Moisés realmente hizo milagros. Ante él se apartaron las aguas del Mar Rojo, y salvó también a los oprimidos de la esclavitud egipcia. Golpeando con su vara en una roca, hizo aparecer agua pura de manantial ante las gentes. Dio de comer a los hambrientos con el maná celestial.
Por fortuna, nosotros no necesitamos un milagro para crear el vodka "Moisés". Hemos unido el nombre del Profeta, agua pura de manantial, los mejores y más selectos ingredientes, un proceso de filtración sin parangón y el control del rabino, con el fin de crear para ustedes un producto kósher verdaderamente perfecto.
El vodka "Moisés" es un vodka natural y biológico de caña de azúcar, y es el primer y único vodka de este tipo. Lo hacemos así: el alcohol puro se elabora a partir de las mejores clases de caña de azúcar, se le añade agua de manantial de la fuente más pura, más una pizca de ingredientes naturales, una gota de jarabe de azúcar, un serio proceso de filtración y, voilà, hemos creado un auténtico vodka kósher, válido para los representantes más exigentes de la fe hebrea.
El rabino Moshé Edelman, de Helsinki, Finlandia, controla cuidadosamente la producción del vodka "Moisés", para que en su mesa esté presente un producto kósher natural, que le traiga bien y alegría.
Tanto en Pascua, como en general en cualquier fiesta judía, puede levantar una copa del vodka "Moisés" con buena salud. ¡Lekhaím!
***
No sé cómo lo hacen, pero no dejan de sorprenderme.
Por el otro lado está en ruso, vale, que se entiende mejor, pero ¿a que mola el hebreo?
Además, no olvidemos que, judío o gentil, el mercado de las bebidas alcohólicas en Rusia en inmenso y un cachito del mismo está representado por los judíos observantes, así que, junto al certificado de kosheridad, Aeroflot mete en sus bandejas kósher un folleto de propaganda del vodka kósher "Moisés". No me he podido resistir a traducirlo.
MOISÉS
VODKA
KÓSHER SUPER PREMIUM
De la misma Finlandia, país de los mil lagos, les ofrecemos el vodka "Moisés", fabricado según el espíritu de los tiempos con las leyes auténticas de la fe judaica. El vodka "Moisés" es el primer vodka ultra-premium certificado todo el año como kósher.
Moisés realmente hizo milagros. Ante él se apartaron las aguas del Mar Rojo, y salvó también a los oprimidos de la esclavitud egipcia. Golpeando con su vara en una roca, hizo aparecer agua pura de manantial ante las gentes. Dio de comer a los hambrientos con el maná celestial.
Por fortuna, nosotros no necesitamos un milagro para crear el vodka "Moisés". Hemos unido el nombre del Profeta, agua pura de manantial, los mejores y más selectos ingredientes, un proceso de filtración sin parangón y el control del rabino, con el fin de crear para ustedes un producto kósher verdaderamente perfecto.
El vodka "Moisés" es un vodka natural y biológico de caña de azúcar, y es el primer y único vodka de este tipo. Lo hacemos así: el alcohol puro se elabora a partir de las mejores clases de caña de azúcar, se le añade agua de manantial de la fuente más pura, más una pizca de ingredientes naturales, una gota de jarabe de azúcar, un serio proceso de filtración y, voilà, hemos creado un auténtico vodka kósher, válido para los representantes más exigentes de la fe hebrea.
El rabino Moshé Edelman, de Helsinki, Finlandia, controla cuidadosamente la producción del vodka "Moisés", para que en su mesa esté presente un producto kósher natural, que le traiga bien y alegría.
Tanto en Pascua, como en general en cualquier fiesta judía, puede levantar una copa del vodka "Moisés" con buena salud. ¡Lekhaím!
***
No sé cómo lo hacen, pero no dejan de sorprenderme.
viernes, 22 de febrero de 2013
Judiadas
Esta historia comienza en un vuelo de Aeroflot, esa ejemplar compañía aérea que no hace huelgas, ni tiene problemas con sus pilotos, ni con su personal de tierra, ni siquiera con sus clientes. Si volaran de día, ya serían un primor.
Volaba hacia España, cuando nos trajeron la comida. En Aeroflot, sí, todavía traen la comida, y en los vuelos con destino a España, si por cualquier motivo perciben que no eres ruso (lo cual es fácil de percibir), te ofrecen elegir entre dos posibilidades, y en castellano, o algo parecido al castellano:
- ¿Polo o paela?
Y tú te quedas mirando al azafato, pensando si lo del "polo" es cachondeo, con el frío que hace, y qué será esa "paela", hasta que caes en la cuenta de que el hombre sólo conoce esas dos palabras en castellano, que le ha enseñado rápidamente un colega antes de subir al avión, y que no sabe pronunciar la elle.
Como la sedicente paella suele ser una blasfemia para un valenciano, lo que toca es comerse el pollo. Se trata de un bicho duro y difícil de tragar, probablemente tan hormonado que es posible que al llegar a España te detenga la policía y te lleve a declarar en el juicio de la Operación Puerto, y que te comes con desgana y porque hay que dar ejemplo a los niños, que te están mirando. Además, te comes un remedo de ensalada, un triángulo de queso, un micropanecillo y un bombón ruso caramelizado que te deja los dientes pringadísimos todo el viaje y hasta un par de días después de llegar, por mucho que te los limpies una y otra vez.
Y, además, te quedas con más hambre que un Viernes Santo por la noche.
He aquí que, luchando contra el polo, reparé en que mis vecinos de asiento, una pareja de treinteañeros, no tenían su bandeja de comida.
"No me extraña", pensé. "Éstos no tienen niños a los que dar ejemplo, así que pasan de torturas culinarias."
Pero no.
No habían pasado ni cinco minutos, cuando apareció el azafato del polo y la paela, y se dirigió a ellos:
- ¿Han pedido ustedes comida especial?
Y, con ese gracejo especial tan ruso, el hombre de la pareja se le quedó mirando con una cara totalmente inexpresiva y dijo "Da". Y punto.
- A ver... - dijo el azafato - ¿Comida kósher?
El ruso repitió el "da".
El azafato depositó en la mesa una bandeja, ¡y qué bandeja! Un pedazo de pan de impresión, bandejitas de todo tipo, un pedazo de carne estupendo...
"¿Cómo narices habrán conseguido estos fulanos que les pongan todo esto?", pensé, salivando a base de bien.
***
Pocas semanas después de estos sucesos, se produjo la mudanza a Bruselas, pero aún me quedan algunos viajes a Moscú. A la hora de montar el primero, hace un par de semanas, entré en la página de Aeroflot para comprar el billete y vi una opción, en una pestañita imperceptible, que permitía elegir comida.
"¡Hombre! A ver si esta vez me libro del polo y la paela."
"Vaya, vaya... comida vegetariana, comida asiática... pues hay opciones..."
"Yo, kósher."
Y, de manera resuelta, pinché en la opción del kósher; luego, fui escogiendo las opciones que me daba el menú.
- Nacionalidad, España y Canarias...
Sí, sí, no preguntéis por qué, pero, en la página de Aeroflot, España y Canarias están confederadas, o algo así.
- Pasaporte, el de toda la vida... fecha de nacimiento, la de siempre... vaya, es la primera vez en mi vida que pago en euros, y no en rublos... jo, qué caro.
Es curioso, pero los precios en rublos parecen más baratos, aunque sea la misma cifra al cambio.
Con lo cual, billete emitido, y ya sólo quedaba esperar al día del vuelo.
***
Aeroflot tiene la pésima costumbre de los vuelos nocturnos, en dirección a Moscú. Sale uno de Bruselas cinco minutos antes de medianoche, como Cenicienta, y llega a Moscú al alba, suponiendo que en Moscú, en estas fechas, amanezca alguna vez. Uno sale del avión medio zombi, después de toda la noche sin dormir y con tres horas de diferenca horaria, y ya toca empalmar con la siguiente juerga en tren, como un bakala de pro.
Ah, bueno, en el vuelo, lo que destaca es el reparto de la cena.
El azafato pasa con el carrito, y me mira. Fijamente. Muy fijamente. Luego inclina la cabeza para leer, con alguna dificultad, el número de asiento.
- ¿Ha pedido usted comida especial?
- ¡Da! - le suelto alborozado. Bueno, todo lo alborozado que se puede estar encajonado en un zulo a las dos de la madrugada.
- ¿Kósher?
- Как раз! (Exactamente) - le suelto con el mismo alborozo que antes.
El azafato saca una bandeja enorme, igualita que la que me puso la boca agua la otra vez, y me la coloca encima.
- Shalom - me dice con una sonrisa.
- ¿Qué?
- Shalom.
- ¿Shalom? Ah, sí, shalom, shalom...
Jolines. Pedazo de pan, carne con buena pinta, ensalada decente, jumus... mmm... toca bendecir la mesa, porras.
- Bendice, Señor, Dios mío...
A media bendición, y a punto de empezar a santiguarme, veo a mi vecina de asiento mirándome fijamente. Muy fijamente. Con cara de mandarme a Treblinka o Sachsenhausen a la mínima que pudiera.
"No sé... ¿se puede santiguar uno cuando está comiendo comida kósher?"
Bueno, pensé que quedaba un poco chocante, así que me corté un poco. Busqué por la bandeja, por si estaba haciendo algo mal y tenía que ponerme algún gorrito en la coronilla, o algo así. Pero no había nada.
De momento, me puse a papear, bajo la atenta mirada de mi vecina. Ah, bueno, no sólo de mi vecina; al otro lado del pasillo también había un señor muy interesado en mi persona, con cara de desagrado y de contarme que el trabajo libera. Jolines, cuánto antisemita hay suelto por ahí.
Todo era envidia, claro, porque yo me estaba poniendo como el rabino Quico, y ellos se estaban peleando con el polo, que ya sé yo que no es plato de gusto. Pero, claro, uno empieza con envidia y celos, y termina liándose un cinturón de bombas y haciéndose estallar en un autobús de Tel Aviv al grito de "Alá vencerá".
Luego pasó el azafato, con la tetera.
- ¿Quiere usted té?
- ¿Es kósher?
- Ah, no sé... igual sí.
- Bueno, por si acaso, déjelo.
- Como usted quiera. Shalom.
- Shalom.
Esta conversación le debió llamar la atención al vecino de detrás, porque volví la cabeza para seguir al azafato, y descubrí que el vecino me estaba mirando fijamente. Sí, sí, muy fijamente. Y con cara de vinagre, como si yo fuese un esbirro del Mossad y él tuviera ganas de intifada. Vi que en la bandeja había un vasito de té kósher. Piensan en todo. También hay un folleto de vodka kósher (pero eso lo dejo para otro día).
Al final, llegamos a Moscú. Mis vecinos de asiento pasan a mi lado con aprensión; al final, consigo pasar yo. El azafato está junto a la puerta despidiendo a los pasajeros.
- Hasta la vista... hasta la vista... hasta la vista... shalom, señor... hasta la vista...
A la vuelta me santiguo. Fijo. Aunque me den polo.
Volaba hacia España, cuando nos trajeron la comida. En Aeroflot, sí, todavía traen la comida, y en los vuelos con destino a España, si por cualquier motivo perciben que no eres ruso (lo cual es fácil de percibir), te ofrecen elegir entre dos posibilidades, y en castellano, o algo parecido al castellano:
- ¿Polo o paela?
Y tú te quedas mirando al azafato, pensando si lo del "polo" es cachondeo, con el frío que hace, y qué será esa "paela", hasta que caes en la cuenta de que el hombre sólo conoce esas dos palabras en castellano, que le ha enseñado rápidamente un colega antes de subir al avión, y que no sabe pronunciar la elle.
Como la sedicente paella suele ser una blasfemia para un valenciano, lo que toca es comerse el pollo. Se trata de un bicho duro y difícil de tragar, probablemente tan hormonado que es posible que al llegar a España te detenga la policía y te lleve a declarar en el juicio de la Operación Puerto, y que te comes con desgana y porque hay que dar ejemplo a los niños, que te están mirando. Además, te comes un remedo de ensalada, un triángulo de queso, un micropanecillo y un bombón ruso caramelizado que te deja los dientes pringadísimos todo el viaje y hasta un par de días después de llegar, por mucho que te los limpies una y otra vez.
Y, además, te quedas con más hambre que un Viernes Santo por la noche.
He aquí que, luchando contra el polo, reparé en que mis vecinos de asiento, una pareja de treinteañeros, no tenían su bandeja de comida.
"No me extraña", pensé. "Éstos no tienen niños a los que dar ejemplo, así que pasan de torturas culinarias."
Pero no.
No habían pasado ni cinco minutos, cuando apareció el azafato del polo y la paela, y se dirigió a ellos:
- ¿Han pedido ustedes comida especial?
Y, con ese gracejo especial tan ruso, el hombre de la pareja se le quedó mirando con una cara totalmente inexpresiva y dijo "Da". Y punto.
- A ver... - dijo el azafato - ¿Comida kósher?
El ruso repitió el "da".
El azafato depositó en la mesa una bandeja, ¡y qué bandeja! Un pedazo de pan de impresión, bandejitas de todo tipo, un pedazo de carne estupendo...
"¿Cómo narices habrán conseguido estos fulanos que les pongan todo esto?", pensé, salivando a base de bien.
***
Pocas semanas después de estos sucesos, se produjo la mudanza a Bruselas, pero aún me quedan algunos viajes a Moscú. A la hora de montar el primero, hace un par de semanas, entré en la página de Aeroflot para comprar el billete y vi una opción, en una pestañita imperceptible, que permitía elegir comida.
"¡Hombre! A ver si esta vez me libro del polo y la paela."
"Vaya, vaya... comida vegetariana, comida asiática... pues hay opciones..."
"Yo, kósher."
Y, de manera resuelta, pinché en la opción del kósher; luego, fui escogiendo las opciones que me daba el menú.
- Nacionalidad, España y Canarias...
Sí, sí, no preguntéis por qué, pero, en la página de Aeroflot, España y Canarias están confederadas, o algo así.
- Pasaporte, el de toda la vida... fecha de nacimiento, la de siempre... vaya, es la primera vez en mi vida que pago en euros, y no en rublos... jo, qué caro.
Es curioso, pero los precios en rublos parecen más baratos, aunque sea la misma cifra al cambio.
Con lo cual, billete emitido, y ya sólo quedaba esperar al día del vuelo.
***
Aeroflot tiene la pésima costumbre de los vuelos nocturnos, en dirección a Moscú. Sale uno de Bruselas cinco minutos antes de medianoche, como Cenicienta, y llega a Moscú al alba, suponiendo que en Moscú, en estas fechas, amanezca alguna vez. Uno sale del avión medio zombi, después de toda la noche sin dormir y con tres horas de diferenca horaria, y ya toca empalmar con la siguiente juerga en tren, como un bakala de pro.
Ah, bueno, en el vuelo, lo que destaca es el reparto de la cena.
El azafato pasa con el carrito, y me mira. Fijamente. Muy fijamente. Luego inclina la cabeza para leer, con alguna dificultad, el número de asiento.
- ¿Ha pedido usted comida especial?
- ¡Da! - le suelto alborozado. Bueno, todo lo alborozado que se puede estar encajonado en un zulo a las dos de la madrugada.
- ¿Kósher?
- Как раз! (Exactamente) - le suelto con el mismo alborozo que antes.
El azafato saca una bandeja enorme, igualita que la que me puso la boca agua la otra vez, y me la coloca encima.
- Shalom - me dice con una sonrisa.
- ¿Qué?
- Shalom.
- ¿Shalom? Ah, sí, shalom, shalom...
Jolines. Pedazo de pan, carne con buena pinta, ensalada decente, jumus... mmm... toca bendecir la mesa, porras.
- Bendice, Señor, Dios mío...
A media bendición, y a punto de empezar a santiguarme, veo a mi vecina de asiento mirándome fijamente. Muy fijamente. Con cara de mandarme a Treblinka o Sachsenhausen a la mínima que pudiera.
"No sé... ¿se puede santiguar uno cuando está comiendo comida kósher?"
Bueno, pensé que quedaba un poco chocante, así que me corté un poco. Busqué por la bandeja, por si estaba haciendo algo mal y tenía que ponerme algún gorrito en la coronilla, o algo así. Pero no había nada.
De momento, me puse a papear, bajo la atenta mirada de mi vecina. Ah, bueno, no sólo de mi vecina; al otro lado del pasillo también había un señor muy interesado en mi persona, con cara de desagrado y de contarme que el trabajo libera. Jolines, cuánto antisemita hay suelto por ahí.
Todo era envidia, claro, porque yo me estaba poniendo como el rabino Quico, y ellos se estaban peleando con el polo, que ya sé yo que no es plato de gusto. Pero, claro, uno empieza con envidia y celos, y termina liándose un cinturón de bombas y haciéndose estallar en un autobús de Tel Aviv al grito de "Alá vencerá".
Luego pasó el azafato, con la tetera.
- ¿Quiere usted té?
- ¿Es kósher?
- Ah, no sé... igual sí.
- Bueno, por si acaso, déjelo.
- Como usted quiera. Shalom.
- Shalom.
Esta conversación le debió llamar la atención al vecino de detrás, porque volví la cabeza para seguir al azafato, y descubrí que el vecino me estaba mirando fijamente. Sí, sí, muy fijamente. Y con cara de vinagre, como si yo fuese un esbirro del Mossad y él tuviera ganas de intifada. Vi que en la bandeja había un vasito de té kósher. Piensan en todo. También hay un folleto de vodka kósher (pero eso lo dejo para otro día).
Al final, llegamos a Moscú. Mis vecinos de asiento pasan a mi lado con aprensión; al final, consigo pasar yo. El azafato está junto a la puerta despidiendo a los pasajeros.
- Hasta la vista... hasta la vista... hasta la vista... shalom, señor... hasta la vista...
A la vuelta me santiguo. Fijo. Aunque me den polo.
miércoles, 20 de febrero de 2013
El intelectual y el hombre socialista (y V)
Seguimos (y ya terminamos) con Pivovárov, como en las cuatro entradas anteriores.
* * *
Valeri Vyzhutóvich: Sería más correcto, probablemente, decir que en la Rusia actual domina el modelo de personalidad soviético, el renombrado "homo sovieticus".
Yuri Pivovárov: Sí, todos nosotros seguimos siendo soviéticos. Sorprendente, pero incluso los que han nacido al final de los ochenta y principios de los noventa son también soviéticos. La persona soviética es el producto de la grandiosa transformación social que se produjo en nuestro país. Es un producto de las ciudades en que vivimos. De las casas que vemos ahora. No es la Rusia prerrevolucionaria y tampoco la actual. Es la Rusia de después de la guerra o la de antes de la guerra. La ciudad soviética no es una ciudad en el sentido tradicional. Surgió de otra manera. Y el hombre soviético es una persona a la que han educado para una relación extrarreligiosa con la vida. Es cuando yo no soy pecador, no soy culpable, sino que los culpables son los maleantes, los imperialistas, los masones, los forasteros, el que sea. El hombre soviético es una persona profundamente convencida de su superioridad y que al mismo tiempo siente profundamente su imperfección. Esto no lo sé porque sí, me estoy retratando a mí mismo. En cualquier aeropuerto del mundo puedo reconocer a primera vista a una persona soviética, sea del origen étnico que sea. Exactamente igual a mí me reconocen al momento como soviético, aunque he vivido bastante tiempo en Occidente. El hombre soviético es una persona que incluso ha perdido su origen étnico: ya no es ruso, ni ucraniano, ni uzbeko... No estoy criticando al hombre soviético. Realmente somos producto de nuestro desarrollo social. Los rusos, ucranianos, tártaros o judíos que han vivido en la emigración son distintos.
Alfor: Atención a la frase, que está bien repetir, porque tiene su miga: "el hombre soviético es una persona a la que han educado para una relación extrarreligiosa con la vida. Es cuando yo no soy pecador, no soy culpable, sino que los culpables son los maleantes, los imperialistas, los masones, los forasteros, el que sea".
Yo creo que es importante ir un poco más allá. Si yo no soy pecador, es imposible que me pueda arrepentir de nada, luego cualquier cosa que yo haga está bien, porque la he hecho yo.
Lo que pasa es que, dicho esto, podemos repasar un texto que me encanta, pero que Pivovárov, que muestra, como muchísimos rusos, grandes lagunas en su educación religiosa, omite lamentablemente. El texto está en el Génesis, primer libro de la Biblia, y son las palabras de la serpiente al engañar a Eva: "Y seréis como dioses". Eso es precisamente a lo que ha llegado el hombre, digamos de momento, soviético. Como él es, para sí mismo, la referencia de lo bueno, se ha hecho "dios", y las cosas malas que, fatalmente, suceden, tienen forzosamente que ser causadas por alguien externo: hay que buscar un culpable.
Sin embargo, Pivovárov creo que se queda muy corto al decir que ése es un rasgo del hombre soviético. Puede que lo sea, pero desde luego no lo es sólo del hombre soviético. Eso que dice Pivovárov es la definición exacta del relativismo, y no afecta únicamente al hombre soviético, sino al hombre moderno, que vive como si Dios no existiese y, por tanto, busca su referencia de Verdad en otro sitio. Pero sigamos con la entrevista.
Valeri Vyzhutóvich: ¿Tiene futuro el hombre soviético?
Yuri Pivovárov: Estoy convencido de que no. Es hora de abandonar la sovieticidad. Al igual que los miembros de la comunidad occidental abandonaron su condición burguesa, o la aristocracia progresista rusa abandonó sus diferencias de nobleza o de clase social, también nosotros debemos abandonar nuestra sovieticidad. Necesitamos otro modelo de personalidad. Una personalidad con conciencia religiosa. Una personalidad más tolerante. Para el hombre soviético, el mundo se divide en "ellos" y "nosotros". El hombre soviético es la tendencia a resolver lo que sea por la fuerza, y no por el acuerdo (Lenin odiaba la palabra "compromiso"). El hombre soviético es: "Quien no está con nosotros, está contra nosotros." Y he aquí que el líder del Partido Comunista de Hungría, Janosz Kadar, dijo una vez brillantemente: "El que no está contra nosotros, está con nosotros." Qué se le va a hacer, los bolcheviques consiguieron cultivar un nuevo modelo de personalidad. Nuestra tarea consiste en intentar convertirlo en una personalidad europea, rusa, universal, la que sea. No conseguiremos nada con el retorno a los viejos caminos. Lo más espantoso es que esto no es ninguna revancha comunista, que es imposible; lo más espantoso es reconocer que el modelo de personalidad soviético se le ha dado a nuestro pueblo para siempre y que este modelo tiene futuro.
Alfor: "El que no está contra nosotros, está con nosotros.". La "brillante" frase de Janos Kadar, y supongo que Janos Kadar lo sabría, es exactamente la que se recoge en Mc, 9, 40 y en Lc, 9, 50, pronunciada por Nuestro Señor Jesucristo. Bueno, la verdad es que también pronunció lo que pone en Mt, 12, 30 y en Lc, 11, 23, aunque fue en un contexto diferente. En todo caso, Pivovárov ha perdido una excelente oportunidad de demostrar algo de erudición, así que la oportunidad mejor será que la aproveche yo.
Valeri Vyzhutóvich: Pero verdaderamente no quiere desaparecer. La sovieticidad se reproduce en las nuevas generaciones. Muchos de los que tienen ahora veinte o veinticinco años se diferencian mentalmente muy poco de sus padres y de sus abuelos.
Yuri Pivovárov: La sovieticidad no puede no reproducirse. Porque ha existido muchos decenios. Además, pronto dejó de haber personas presoviéticas: a unos los mataron, otros murieron ellos mismos, otros huyeron al extranjero... y los que se quedaron fueron reeducados. Es ridículo incluso hablar de que nazca un nuevo modelo de personalidad en los dos decenios que han pasado desde la disolución de la URSS. Es más, algunos elementos del modelo soviético de conservarán durante las décadas siguientes. Pero hay que abandonar lo peor de lo que había en la sovieticidad.
Valeri Vyzhutóvich: Oyendo a nuestros políticos hacer cábalas de adónde tiene que ir Rusia, involuntariamente te invade el sentimiento de encrucijada histórica. Da la impresión de que no vivimos, sino que simplemente elegimos cómo vivir, y no podemos elegirlo todo. Mientras tanto el país se desarrolla, en los últimos veinte años y pico han sucedido y continúan sucediendo cambios considerables. Así pues, ¿quizá sea hora de concluir esta eterna discusión sobre la elección del camino? ¿O, por lo menos, terminar los discursos sobre un camino especial para Rusia?
Yuri Pivovárov: Los alemanes también decían: "Queremos seguir nuestro camino", y se encerraron en el nacionalsocialismo. Por lo que hace a Rusia... Sí, claro que sigue un camino específico. Como también Francia, Italia, Polonia, Chequia, Gran Bretaña... Cada país tiene su camino específico.
Valeri Vyzhutóvich: El de Rusia no sólo es específico. Es específico, como nos inculcan, en relación con Europa.
Yuri Pivovárov: Somos una civilización cercana a la europea, con la que tenemos raíces comunes. Pero hay cosas que no coinciden. Tenemos distintas condiciones climáticas y geográficas, distintos institutos sociales, distintos sistemas de poder... Hay muchas cosas que separan Rusia de Europa. Pero no hay que hablar de nuestra especificidad absoluta ni cultivar esta especificidad. De lo conrario, iremos por el conocido camino de Alemania. Más vale que nos imbuyamos de la idea de que estamos incluidos en un mundo global, que también es occidental. La tesis de un camino específico, creo yo, es peligrosa. Lleva agua al molino de quienes no quieren proseguir su existencia en una única familia de pueblos cristianos.
Valeri Vyzhutóvich: La desconfianza frente a todo lo ajeno, ¿la tenemos por el sentimiento de esa especificidad a la que parece que alguien hace referencia?
Yuri Pivovárov: El que mejor lo expresó fue Jean-Paul Sartre: "El infierno son los otros". Ahí está el fundamento de la xenofobia, ahí está la naturaleza de esa inquietud social que se expresa con las palabras: "Han venido demasiados." Porque así no sólo hablan los rusos sobre los caucasiano que actualmente habitan Moscú. Así hablan los parisinos sobre los árabes, los berlineses sobre los turcos... La xenofobia, en mayor o menor grado, es propia de todos los pueblos. En Rusia está avanzando actualmente. Por primera vez, los habitantes de una megapolis, en particular Moscú, se han encontrado con tal cantidad de inmigrantes, gente de otra lengua, otra cultura. Dejo en la Universidad de Moscú el abrigo en el guardarropa, y hay allí unas chicas tayikas. Les digo: ¿"Puedo colgar el paraguas?" Miran sin comprender y sonríen. No conocen la palabra "paraguas". Y se puede entender a los moscovitas de pura cepa, a quienes esto les parece inaguantable. Es la primera que en Rusia tiene lugar semejante confrontación étnica, de culturas espirituales, de costumbres domésticas. Y en este sentido debemos ser cuidadosos.
Valeri Vyzhutóvich: Usted dijo alguna vez que la literatura rusa tenía la culpa de todo lo malo que nos ha pasado en el siglo XX ¿Dónde está esa culpa?
Yuri Pivovárov: La literatura rusa es, en mi opinión, lo más importante que la historia rusa ha dado al mundo y a sí misma. La literatura es comparable con la pintura del Renacimiento, con la Teología medieval, con la filosofía clásica. Toda Rusia se sostiene sobre la literatura rusa, somos una civilización centrada en la literatura. Pero la cultura intelectual rusa del siglo XIX y de comienzos del siglo XX, en cierto sentido es responsable de lo que luego pasó con el país. Por ejemplo, mi escritor favorito, Lev Nikoláevich Tolstói sometió a un ataque de lo más cruel, con toda la fuerza de su genio, a la institución del Estado, a la institución de la Iglesia, a la institución de la familia. Toda la cultura rusa, incluso sin pretenderlo, creó ciertas bases para el nihilismo total subsiguiente de las nuevas generaciones con respecto a la cultura anterior. Los bolcheviques llegaron y dijeron: ¡No hay Dios, no hay propiedad privada, no hay Estado, no hay familia! Pero, ¿acaso Lev Nikoláevich no preparó todo eso con su genial obra? O los bolcheviques llegaron y dijeron: ¡Tendremos un nuevo orden político, sin parlamentarismo burgués, sin representación popular! ¿Acaso esto no se venía preparando en la mentalidad política rusa? Digo que la literatura, la cultura intelectual, tienen que ser muy precavidas en sus conclusiones, muy cuidadosas en su crítica, muy contenidas en su pasión. Porque, en cierto momento, la sociedad, crecida sobre estas ideas, sobre esta pasión, sobre este ambiente, puede entrar en un mortal callejón sin salida, como sucedió en Rusia.
Valeri Vyzhutovich: ¿Cree usted que el artista debe tener en cuenta las consecuencias sociales y políticas de sus obras?
Yuri Pivovárov: No lo sé. Pero, sin ninguna duda, el bolchevismo fue un "hijo" del desarrollo espiritual rusa, aunque fue un "hijo" ilegítimo. Thomas Mann decía que las bases del futuro nacionalsocialismo surgieron del fondo de la cultura alemana, y la gente no se dio cuenta. Lo mismo ocurrió en Rusia. La Revolución Rusa surgió de los manuscritos de la literatura rusa. Eso no significa que Dostoyevsky y sus "Demonios" y "Diario de un escritor", o Tolstói con su "Resurrección", "Ana Karénina", "El cadáver viviente", quisieran la revolución. Pero la revolución sucedió. Por eso, en las conversaciones, en las obras científicas o literarias sobre el carácter nacional ruso, o sobre la misteriosa alma rusa, o el camino propio de Rusia, hay que ser muy precavidos.
* * *
Creo que era justo dejar terminar la entrevista sin interrumpir más, que ya he dado bastante la tabarra. También es cierto que esa idea que resuena de que el escritor debe considerar las consecuencias de lo que escribe creo que sobrevalora un poquito las obras del escritor, tanto más que no todos los escritores son del mismo signo, y que, teniendo en cuenta que el 90% de la población rusa no sabía leer antes de la revolución, no es extraño que fueran fáciles de manipular. Hoy, el que los quiera manipular ya tiene que currárselo más que escribiendo "Almas muertas", aunque Gógol no creo yo que quisiera manipular a nadie; pero, bueno, para manipular modernamente hay escuelas de marquetin.
Bueno, ya va siendo hora de tomar el avión y de volver a Bélgica, que no deja de ser el lugar donde uno se gana los garbanzos. Y los garbanzos, con los tiempos que corren, son importantes.
Y, efectivamente, la próxima entrada va, no de garbanzos, pero sí de papeo.
* * *
Valeri Vyzhutóvich: Sería más correcto, probablemente, decir que en la Rusia actual domina el modelo de personalidad soviético, el renombrado "homo sovieticus".
Yuri Pivovárov: Sí, todos nosotros seguimos siendo soviéticos. Sorprendente, pero incluso los que han nacido al final de los ochenta y principios de los noventa son también soviéticos. La persona soviética es el producto de la grandiosa transformación social que se produjo en nuestro país. Es un producto de las ciudades en que vivimos. De las casas que vemos ahora. No es la Rusia prerrevolucionaria y tampoco la actual. Es la Rusia de después de la guerra o la de antes de la guerra. La ciudad soviética no es una ciudad en el sentido tradicional. Surgió de otra manera. Y el hombre soviético es una persona a la que han educado para una relación extrarreligiosa con la vida. Es cuando yo no soy pecador, no soy culpable, sino que los culpables son los maleantes, los imperialistas, los masones, los forasteros, el que sea. El hombre soviético es una persona profundamente convencida de su superioridad y que al mismo tiempo siente profundamente su imperfección. Esto no lo sé porque sí, me estoy retratando a mí mismo. En cualquier aeropuerto del mundo puedo reconocer a primera vista a una persona soviética, sea del origen étnico que sea. Exactamente igual a mí me reconocen al momento como soviético, aunque he vivido bastante tiempo en Occidente. El hombre soviético es una persona que incluso ha perdido su origen étnico: ya no es ruso, ni ucraniano, ni uzbeko... No estoy criticando al hombre soviético. Realmente somos producto de nuestro desarrollo social. Los rusos, ucranianos, tártaros o judíos que han vivido en la emigración son distintos.
Alfor: Atención a la frase, que está bien repetir, porque tiene su miga: "el hombre soviético es una persona a la que han educado para una relación extrarreligiosa con la vida. Es cuando yo no soy pecador, no soy culpable, sino que los culpables son los maleantes, los imperialistas, los masones, los forasteros, el que sea".
Yo creo que es importante ir un poco más allá. Si yo no soy pecador, es imposible que me pueda arrepentir de nada, luego cualquier cosa que yo haga está bien, porque la he hecho yo.
Lo que pasa es que, dicho esto, podemos repasar un texto que me encanta, pero que Pivovárov, que muestra, como muchísimos rusos, grandes lagunas en su educación religiosa, omite lamentablemente. El texto está en el Génesis, primer libro de la Biblia, y son las palabras de la serpiente al engañar a Eva: "Y seréis como dioses". Eso es precisamente a lo que ha llegado el hombre, digamos de momento, soviético. Como él es, para sí mismo, la referencia de lo bueno, se ha hecho "dios", y las cosas malas que, fatalmente, suceden, tienen forzosamente que ser causadas por alguien externo: hay que buscar un culpable.
Sin embargo, Pivovárov creo que se queda muy corto al decir que ése es un rasgo del hombre soviético. Puede que lo sea, pero desde luego no lo es sólo del hombre soviético. Eso que dice Pivovárov es la definición exacta del relativismo, y no afecta únicamente al hombre soviético, sino al hombre moderno, que vive como si Dios no existiese y, por tanto, busca su referencia de Verdad en otro sitio. Pero sigamos con la entrevista.
Valeri Vyzhutóvich: ¿Tiene futuro el hombre soviético?
Yuri Pivovárov: Estoy convencido de que no. Es hora de abandonar la sovieticidad. Al igual que los miembros de la comunidad occidental abandonaron su condición burguesa, o la aristocracia progresista rusa abandonó sus diferencias de nobleza o de clase social, también nosotros debemos abandonar nuestra sovieticidad. Necesitamos otro modelo de personalidad. Una personalidad con conciencia religiosa. Una personalidad más tolerante. Para el hombre soviético, el mundo se divide en "ellos" y "nosotros". El hombre soviético es la tendencia a resolver lo que sea por la fuerza, y no por el acuerdo (Lenin odiaba la palabra "compromiso"). El hombre soviético es: "Quien no está con nosotros, está contra nosotros." Y he aquí que el líder del Partido Comunista de Hungría, Janosz Kadar, dijo una vez brillantemente: "El que no está contra nosotros, está con nosotros." Qué se le va a hacer, los bolcheviques consiguieron cultivar un nuevo modelo de personalidad. Nuestra tarea consiste en intentar convertirlo en una personalidad europea, rusa, universal, la que sea. No conseguiremos nada con el retorno a los viejos caminos. Lo más espantoso es que esto no es ninguna revancha comunista, que es imposible; lo más espantoso es reconocer que el modelo de personalidad soviético se le ha dado a nuestro pueblo para siempre y que este modelo tiene futuro.
Alfor: "El que no está contra nosotros, está con nosotros.". La "brillante" frase de Janos Kadar, y supongo que Janos Kadar lo sabría, es exactamente la que se recoge en Mc, 9, 40 y en Lc, 9, 50, pronunciada por Nuestro Señor Jesucristo. Bueno, la verdad es que también pronunció lo que pone en Mt, 12, 30 y en Lc, 11, 23, aunque fue en un contexto diferente. En todo caso, Pivovárov ha perdido una excelente oportunidad de demostrar algo de erudición, así que la oportunidad mejor será que la aproveche yo.
Valeri Vyzhutóvich: Pero verdaderamente no quiere desaparecer. La sovieticidad se reproduce en las nuevas generaciones. Muchos de los que tienen ahora veinte o veinticinco años se diferencian mentalmente muy poco de sus padres y de sus abuelos.
Yuri Pivovárov: La sovieticidad no puede no reproducirse. Porque ha existido muchos decenios. Además, pronto dejó de haber personas presoviéticas: a unos los mataron, otros murieron ellos mismos, otros huyeron al extranjero... y los que se quedaron fueron reeducados. Es ridículo incluso hablar de que nazca un nuevo modelo de personalidad en los dos decenios que han pasado desde la disolución de la URSS. Es más, algunos elementos del modelo soviético de conservarán durante las décadas siguientes. Pero hay que abandonar lo peor de lo que había en la sovieticidad.
Valeri Vyzhutóvich: Oyendo a nuestros políticos hacer cábalas de adónde tiene que ir Rusia, involuntariamente te invade el sentimiento de encrucijada histórica. Da la impresión de que no vivimos, sino que simplemente elegimos cómo vivir, y no podemos elegirlo todo. Mientras tanto el país se desarrolla, en los últimos veinte años y pico han sucedido y continúan sucediendo cambios considerables. Así pues, ¿quizá sea hora de concluir esta eterna discusión sobre la elección del camino? ¿O, por lo menos, terminar los discursos sobre un camino especial para Rusia?
Yuri Pivovárov: Los alemanes también decían: "Queremos seguir nuestro camino", y se encerraron en el nacionalsocialismo. Por lo que hace a Rusia... Sí, claro que sigue un camino específico. Como también Francia, Italia, Polonia, Chequia, Gran Bretaña... Cada país tiene su camino específico.
Valeri Vyzhutóvich: El de Rusia no sólo es específico. Es específico, como nos inculcan, en relación con Europa.
Yuri Pivovárov: Somos una civilización cercana a la europea, con la que tenemos raíces comunes. Pero hay cosas que no coinciden. Tenemos distintas condiciones climáticas y geográficas, distintos institutos sociales, distintos sistemas de poder... Hay muchas cosas que separan Rusia de Europa. Pero no hay que hablar de nuestra especificidad absoluta ni cultivar esta especificidad. De lo conrario, iremos por el conocido camino de Alemania. Más vale que nos imbuyamos de la idea de que estamos incluidos en un mundo global, que también es occidental. La tesis de un camino específico, creo yo, es peligrosa. Lleva agua al molino de quienes no quieren proseguir su existencia en una única familia de pueblos cristianos.
Valeri Vyzhutóvich: La desconfianza frente a todo lo ajeno, ¿la tenemos por el sentimiento de esa especificidad a la que parece que alguien hace referencia?
Yuri Pivovárov: El que mejor lo expresó fue Jean-Paul Sartre: "El infierno son los otros". Ahí está el fundamento de la xenofobia, ahí está la naturaleza de esa inquietud social que se expresa con las palabras: "Han venido demasiados." Porque así no sólo hablan los rusos sobre los caucasiano que actualmente habitan Moscú. Así hablan los parisinos sobre los árabes, los berlineses sobre los turcos... La xenofobia, en mayor o menor grado, es propia de todos los pueblos. En Rusia está avanzando actualmente. Por primera vez, los habitantes de una megapolis, en particular Moscú, se han encontrado con tal cantidad de inmigrantes, gente de otra lengua, otra cultura. Dejo en la Universidad de Moscú el abrigo en el guardarropa, y hay allí unas chicas tayikas. Les digo: ¿"Puedo colgar el paraguas?" Miran sin comprender y sonríen. No conocen la palabra "paraguas". Y se puede entender a los moscovitas de pura cepa, a quienes esto les parece inaguantable. Es la primera que en Rusia tiene lugar semejante confrontación étnica, de culturas espirituales, de costumbres domésticas. Y en este sentido debemos ser cuidadosos.
Valeri Vyzhutóvich: Usted dijo alguna vez que la literatura rusa tenía la culpa de todo lo malo que nos ha pasado en el siglo XX ¿Dónde está esa culpa?
Yuri Pivovárov: La literatura rusa es, en mi opinión, lo más importante que la historia rusa ha dado al mundo y a sí misma. La literatura es comparable con la pintura del Renacimiento, con la Teología medieval, con la filosofía clásica. Toda Rusia se sostiene sobre la literatura rusa, somos una civilización centrada en la literatura. Pero la cultura intelectual rusa del siglo XIX y de comienzos del siglo XX, en cierto sentido es responsable de lo que luego pasó con el país. Por ejemplo, mi escritor favorito, Lev Nikoláevich Tolstói sometió a un ataque de lo más cruel, con toda la fuerza de su genio, a la institución del Estado, a la institución de la Iglesia, a la institución de la familia. Toda la cultura rusa, incluso sin pretenderlo, creó ciertas bases para el nihilismo total subsiguiente de las nuevas generaciones con respecto a la cultura anterior. Los bolcheviques llegaron y dijeron: ¡No hay Dios, no hay propiedad privada, no hay Estado, no hay familia! Pero, ¿acaso Lev Nikoláevich no preparó todo eso con su genial obra? O los bolcheviques llegaron y dijeron: ¡Tendremos un nuevo orden político, sin parlamentarismo burgués, sin representación popular! ¿Acaso esto no se venía preparando en la mentalidad política rusa? Digo que la literatura, la cultura intelectual, tienen que ser muy precavidas en sus conclusiones, muy cuidadosas en su crítica, muy contenidas en su pasión. Porque, en cierto momento, la sociedad, crecida sobre estas ideas, sobre esta pasión, sobre este ambiente, puede entrar en un mortal callejón sin salida, como sucedió en Rusia.
Valeri Vyzhutovich: ¿Cree usted que el artista debe tener en cuenta las consecuencias sociales y políticas de sus obras?
Yuri Pivovárov: No lo sé. Pero, sin ninguna duda, el bolchevismo fue un "hijo" del desarrollo espiritual rusa, aunque fue un "hijo" ilegítimo. Thomas Mann decía que las bases del futuro nacionalsocialismo surgieron del fondo de la cultura alemana, y la gente no se dio cuenta. Lo mismo ocurrió en Rusia. La Revolución Rusa surgió de los manuscritos de la literatura rusa. Eso no significa que Dostoyevsky y sus "Demonios" y "Diario de un escritor", o Tolstói con su "Resurrección", "Ana Karénina", "El cadáver viviente", quisieran la revolución. Pero la revolución sucedió. Por eso, en las conversaciones, en las obras científicas o literarias sobre el carácter nacional ruso, o sobre la misteriosa alma rusa, o el camino propio de Rusia, hay que ser muy precavidos.
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Creo que era justo dejar terminar la entrevista sin interrumpir más, que ya he dado bastante la tabarra. También es cierto que esa idea que resuena de que el escritor debe considerar las consecuencias de lo que escribe creo que sobrevalora un poquito las obras del escritor, tanto más que no todos los escritores son del mismo signo, y que, teniendo en cuenta que el 90% de la población rusa no sabía leer antes de la revolución, no es extraño que fueran fáciles de manipular. Hoy, el que los quiera manipular ya tiene que currárselo más que escribiendo "Almas muertas", aunque Gógol no creo yo que quisiera manipular a nadie; pero, bueno, para manipular modernamente hay escuelas de marquetin.
Bueno, ya va siendo hora de tomar el avión y de volver a Bélgica, que no deja de ser el lugar donde uno se gana los garbanzos. Y los garbanzos, con los tiempos que corren, son importantes.
Y, efectivamente, la próxima entrada va, no de garbanzos, pero sí de papeo.
sábado, 16 de febrero de 2013
El intelectual y el líder del proletariado mundial (IV)
Pivovárov no para. No sólo desmitifica en la última entrada algo tan propio como la nunca bastante ponderada alma rusa, sino que ahora ataca nada menos que a ese señor cuyo retrato colgaba de todos los despachos oficiales rusos hasta hace no demasiado tiempo. Se las trae.
* * *
Valeri Vyzhutóvich: Vladímir Medinsky escribió una serie de libros que desenmascaraban los mitos sobre todo tipo de defectos: pereza, embriaguez, latrocinio, que se decía que son propios del ruso ¿Usted también cree que son mitos?
Yuri Pivovárov: A los rusos realmente se les acusa de embriaguez sin límite, de una acusada tendencia al robo, y así sucesivamente. Pero en este tipo de manifestaciones los rusos no nos diferenciamos en nada de los otros pueblos. Somos como los demás.
Alfor: De lo de la tendencia al robo no digo nada, que ahí tenemos a los bárcenas de turno para desmentir a quien sea, pero de lo de la embriaguez protesto, que hay estadísticas, y todos sabemos por qué en todos los lavabos públicos de hombres en Rusia hay anuncios para recuperar la funcionalidad en cierta parte del cuerpo, bastante sensible a la ingesta indiscriminada de alcohol.
Valeri Vyzhutóvich: Entonces, ¿qué es el carácter nacional ruso?
Yuri Pivovárov: La ciencia contemporánea sostiene que en ningún sitio hay un único carácter nacional, sino que en cada pueblo hay diversos modelos de personalidad. Por ejemplo, se suele decir que el militarismo y el nazismo vencieron en Alemania porque allí, en un momento dado, llegó a dominar el modelo de personalidad militarista-autoritario. Y a nuestro país le trajo mucho mal el modelo de personalidad de Lenin.
Valeri Vyzhutóvich: ¿Qué entiende usted por el modelo de personalidad de Lenin?
Yuri Pivovárov: Plejánov llamaba a Lenin "genio de la simplificación". Hay burgueses, malos, y obreros, buenos. Los burgueses, malos, deben ser eliminados. Ya está. ES una simplificación, a la que sigue la violencia o, como gustaba de decir el mismo líder del proletariado mundial, "terror de apariencia masiva". Pero Lenin no es sólo la simplificación de lo complicado. También es saber apretar en los puntos débiles, y en aprovechar lo enfermizo para conseguir unos fines. Es la renuncia a la cultura mundial, a la religión, familia, propiedad privada, estado. Son acciones absolutamente amorales incluso en relación con personas muy cercanas. En suma, es un modelo de personalidad. Yo he visto "lenines" semejantes, tanto en mi propia generación, como entre los más jóvenes.
Valeri Vyzhutóvich: ¿Usted cree que este modelo de personalidad domina en Rusia?
Yuri Pivovárov: Este modelo de personalidad no domina en ningún sitio, pero existe en todos. Lenin fue una persona de una energía diabólica, de una voluntad diabólica. Es un enorme y horrible producto de la cultura rusa. Muchos teólogos cristianos, católicos, del siglo pasado tenían en sus despachos la fotografía de Lenin, y cuando yo les preguntaba la razón, me respondían: "Hay que conocer de vista al enemigo." Si Rusia quiere sanar definitivamente y convertirse en un país normal, debe extirpar de sí misma a Lenin. Extirpar no significa tachar de la historia. Es una figura grandiosa, terrible, y no hay que convertirla en un chiste. No demonizo a Lenin, pero lo considero una amenaza muy seria y aún viva.
* * *
Yo, francamente, no creo que ningún teólogo católico tuviera en su despacho una fotografía de Lenin y, si hubo alguno, desde luego que no fueron "muchos", pero sí, es cierto que al enemigo hay que conocerlo de vista, y no es mala idea.
Lo que me interesa en particular de esta parte de la entrevista es, en primer lugar, esa consideración de Lenin como "genio de la simplificación", con ese "nosotros somos los buenos, luego los demás son los malos" y, por tanto, hay que eliminarlos. Como mentalidad, hay que reconocer que ha tenido éxito y que así hay gente a patadas, como un amigo mío que periódicamente me reenvía mensajes que le llegan animándome a firmar cosas para enviar a galeras a la Iglesia Católica y a que el Gobierno, no ya deje de subvencionarla, sino que directamente haga lo posible por prohibirla. Es la Iglesia, son los malos, y no es posible que hagan nada bueno, en la mentalidad de mi amigo, que la mayoría de las veces lee las palabras "abajo la Iglesia" y automáticamente reenvía los mensajes sin plantearse su contenido con un mínimo de crítica.
Lenin era un jugador de ajedrez regularcillo, pero a nivel aficionado era bastante fuerte, al parecer. No se conservan partidas suyas (de Stalin sí), pero los que jugaron contra él aseguran que para él no había partidas amistosas ni "venga, que te has equivocado, vuelve la jugada para atrás". Cuando el contrincante se dejaba una pieza, se la comía enseguida y no le dejaba darse cuenta de su error.
Pivovárov continúa la entrevista sacando conclusiones más generales, y la cosa no deja de tener su interés, pero mejor que quede para la próxima entrada.
* * *
Valeri Vyzhutóvich: Vladímir Medinsky escribió una serie de libros que desenmascaraban los mitos sobre todo tipo de defectos: pereza, embriaguez, latrocinio, que se decía que son propios del ruso ¿Usted también cree que son mitos?
Yuri Pivovárov: A los rusos realmente se les acusa de embriaguez sin límite, de una acusada tendencia al robo, y así sucesivamente. Pero en este tipo de manifestaciones los rusos no nos diferenciamos en nada de los otros pueblos. Somos como los demás.
Alfor: De lo de la tendencia al robo no digo nada, que ahí tenemos a los bárcenas de turno para desmentir a quien sea, pero de lo de la embriaguez protesto, que hay estadísticas, y todos sabemos por qué en todos los lavabos públicos de hombres en Rusia hay anuncios para recuperar la funcionalidad en cierta parte del cuerpo, bastante sensible a la ingesta indiscriminada de alcohol.
Valeri Vyzhutóvich: Entonces, ¿qué es el carácter nacional ruso?
Yuri Pivovárov: La ciencia contemporánea sostiene que en ningún sitio hay un único carácter nacional, sino que en cada pueblo hay diversos modelos de personalidad. Por ejemplo, se suele decir que el militarismo y el nazismo vencieron en Alemania porque allí, en un momento dado, llegó a dominar el modelo de personalidad militarista-autoritario. Y a nuestro país le trajo mucho mal el modelo de personalidad de Lenin.
Valeri Vyzhutóvich: ¿Qué entiende usted por el modelo de personalidad de Lenin?
Yuri Pivovárov: Plejánov llamaba a Lenin "genio de la simplificación". Hay burgueses, malos, y obreros, buenos. Los burgueses, malos, deben ser eliminados. Ya está. ES una simplificación, a la que sigue la violencia o, como gustaba de decir el mismo líder del proletariado mundial, "terror de apariencia masiva". Pero Lenin no es sólo la simplificación de lo complicado. También es saber apretar en los puntos débiles, y en aprovechar lo enfermizo para conseguir unos fines. Es la renuncia a la cultura mundial, a la religión, familia, propiedad privada, estado. Son acciones absolutamente amorales incluso en relación con personas muy cercanas. En suma, es un modelo de personalidad. Yo he visto "lenines" semejantes, tanto en mi propia generación, como entre los más jóvenes.
Valeri Vyzhutóvich: ¿Usted cree que este modelo de personalidad domina en Rusia?
Yuri Pivovárov: Este modelo de personalidad no domina en ningún sitio, pero existe en todos. Lenin fue una persona de una energía diabólica, de una voluntad diabólica. Es un enorme y horrible producto de la cultura rusa. Muchos teólogos cristianos, católicos, del siglo pasado tenían en sus despachos la fotografía de Lenin, y cuando yo les preguntaba la razón, me respondían: "Hay que conocer de vista al enemigo." Si Rusia quiere sanar definitivamente y convertirse en un país normal, debe extirpar de sí misma a Lenin. Extirpar no significa tachar de la historia. Es una figura grandiosa, terrible, y no hay que convertirla en un chiste. No demonizo a Lenin, pero lo considero una amenaza muy seria y aún viva.
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Yo, francamente, no creo que ningún teólogo católico tuviera en su despacho una fotografía de Lenin y, si hubo alguno, desde luego que no fueron "muchos", pero sí, es cierto que al enemigo hay que conocerlo de vista, y no es mala idea.
Lo que me interesa en particular de esta parte de la entrevista es, en primer lugar, esa consideración de Lenin como "genio de la simplificación", con ese "nosotros somos los buenos, luego los demás son los malos" y, por tanto, hay que eliminarlos. Como mentalidad, hay que reconocer que ha tenido éxito y que así hay gente a patadas, como un amigo mío que periódicamente me reenvía mensajes que le llegan animándome a firmar cosas para enviar a galeras a la Iglesia Católica y a que el Gobierno, no ya deje de subvencionarla, sino que directamente haga lo posible por prohibirla. Es la Iglesia, son los malos, y no es posible que hagan nada bueno, en la mentalidad de mi amigo, que la mayoría de las veces lee las palabras "abajo la Iglesia" y automáticamente reenvía los mensajes sin plantearse su contenido con un mínimo de crítica.
Lenin era un jugador de ajedrez regularcillo, pero a nivel aficionado era bastante fuerte, al parecer. No se conservan partidas suyas (de Stalin sí), pero los que jugaron contra él aseguran que para él no había partidas amistosas ni "venga, que te has equivocado, vuelve la jugada para atrás". Cuando el contrincante se dejaba una pieza, se la comía enseguida y no le dejaba darse cuenta de su error.
Pivovárov continúa la entrevista sacando conclusiones más generales, y la cosa no deja de tener su interés, pero mejor que quede para la próxima entrada.
martes, 12 de febrero de 2013
El intelectual y el alma rusa (III)
Siguen las aventuras del intelectual. Hay que reconocerle que raja de todo, y que no hay tema con el que no se atreva, como los tertulianos españoles. Hoy le toca hablar del alma rusa, y el tío es radical: niega su existencia como ente diferenciado. Diferenciado de las demás almas, se entiende, no del cuerpo puro y duro, espero.
* * *
Valeri Vyzhutóvich: ¿Qué es la misteriosa alma rusa? ¿Sólo es misteriosa para los extranjeros? ¿O es que el propio ruso no es capaz de entenderse a sí mismo?
Yuri Pivovárov: Honradamente, esta combinación de palabras me hace reír ¿No es misteriosa el alma polaca? ¿Y la alemana? ¿Y la francesa o la armenia? Señor, ¡la de almas misteriosas que hay! Lo mismo se refiere al clásico dicho: "ni se puede entender Rusia con la razón, ni medir lo general con un metro". Dicho, queda bonito. Pero, si uno se pone a pensar... Toda mi vida he trabajado en un instituto científico cuya función consiste en analizar las ciencias sociales occidentales. Y he aquí que muchos científicos, entre ellos yo mismo, hemos llegado a la conclusión de que hay muchas categoría y conceptos inaplicables a una sociedad no occidental. Por ejemplo, la física es física en cualquier parte. La química es química en cualquier parte. La fisiología es fisiología en cualquier parte. Pero, digamos, la economía, las relaciones interpersonales, o la estratificación social, son diferentes en todos los sitios. Sin embargo, en el mundo dominan la Sociología occidental, el Derecho occidental, la Filosofía occidental. Porque precisamente Occidente es quien ha creado la ciencias sociales contemporáneas, y se han convertido en universales, para todo el mundo ¿Y qué es una ciencia social? Es un modo de comprensión del mundo. Pero, cuando este modo de comprensión se traslada a las sociedades china, india, árabe o rusa, no siempre funciona. Y, en este sentido, "la misteriosa alma rusa", "no se puede entender Rusia con el corazón" y las demás metáforas poéticas expresan realmente la inabarcabilidad para los europeos de algunas de nuestras realidades. En mi tesis doctoral investigué uno de los modelos estadounidenses desde el punto de vista de su aplicabilidad para el análisis de la sociedad rusa. Y llegué a la conclusión de que no es aplicable. Por cierto, que el autor del modelo, un estadounidense, confirmó que no era aplicable. Y reconoció que se equivocó al considerar su modelo como universal.
* * *
Yo, la verdad, siempre he pensado que eso del alma rusa era un camelo, en el mejor de los casos, o una excusa para ir a su bola y no tener que dar explicaciones mínimamente racionales de las burradas que hacen, en el peor; por eso, la opinión de Pivovárov sobre la inexistencia de un alma rusa diferenciada me cae simpática.
Pero, ¡cómo son los profesores universitarios de pedantes! Y no digamos si son intelectuales. En lugar de decir simplemente, "vale, tío, a otro perro con ese hueso del alma rusa, somos como todo quisqui", comienza a sacar sin venir a cuento su tesis doctoral y sus triunfos en las justas académicas contra un estadounidense que tuvo que reconocer su error y la superioridad intelectual de Pivovárov.
Lo cual, por otra parte, es una demostración de que el alma rusa no tiene nada de particular: todos los profesores universitarios postineros de todos los países en que he tratado alguno son exactamente igual de fatuos.
* * *
En el próximo capítulo, Pivovárov va todavía más allá ¿Se puede ir más allá que negar la existencia del alma (rusa)? Sí, se puede. En la siguiente entrada, Pivovárov se atreve con el mito yacente más conocido de Rusia, en el centro mismo de la cual sigue, de cuerpo presente y con un saludable color amarillo.
Pivovárov va a por Lenin. Y tira a matar.
* * *
Valeri Vyzhutóvich: ¿Qué es la misteriosa alma rusa? ¿Sólo es misteriosa para los extranjeros? ¿O es que el propio ruso no es capaz de entenderse a sí mismo?
Yuri Pivovárov: Honradamente, esta combinación de palabras me hace reír ¿No es misteriosa el alma polaca? ¿Y la alemana? ¿Y la francesa o la armenia? Señor, ¡la de almas misteriosas que hay! Lo mismo se refiere al clásico dicho: "ni se puede entender Rusia con la razón, ni medir lo general con un metro". Dicho, queda bonito. Pero, si uno se pone a pensar... Toda mi vida he trabajado en un instituto científico cuya función consiste en analizar las ciencias sociales occidentales. Y he aquí que muchos científicos, entre ellos yo mismo, hemos llegado a la conclusión de que hay muchas categoría y conceptos inaplicables a una sociedad no occidental. Por ejemplo, la física es física en cualquier parte. La química es química en cualquier parte. La fisiología es fisiología en cualquier parte. Pero, digamos, la economía, las relaciones interpersonales, o la estratificación social, son diferentes en todos los sitios. Sin embargo, en el mundo dominan la Sociología occidental, el Derecho occidental, la Filosofía occidental. Porque precisamente Occidente es quien ha creado la ciencias sociales contemporáneas, y se han convertido en universales, para todo el mundo ¿Y qué es una ciencia social? Es un modo de comprensión del mundo. Pero, cuando este modo de comprensión se traslada a las sociedades china, india, árabe o rusa, no siempre funciona. Y, en este sentido, "la misteriosa alma rusa", "no se puede entender Rusia con el corazón" y las demás metáforas poéticas expresan realmente la inabarcabilidad para los europeos de algunas de nuestras realidades. En mi tesis doctoral investigué uno de los modelos estadounidenses desde el punto de vista de su aplicabilidad para el análisis de la sociedad rusa. Y llegué a la conclusión de que no es aplicable. Por cierto, que el autor del modelo, un estadounidense, confirmó que no era aplicable. Y reconoció que se equivocó al considerar su modelo como universal.
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Yo, la verdad, siempre he pensado que eso del alma rusa era un camelo, en el mejor de los casos, o una excusa para ir a su bola y no tener que dar explicaciones mínimamente racionales de las burradas que hacen, en el peor; por eso, la opinión de Pivovárov sobre la inexistencia de un alma rusa diferenciada me cae simpática.
Pero, ¡cómo son los profesores universitarios de pedantes! Y no digamos si son intelectuales. En lugar de decir simplemente, "vale, tío, a otro perro con ese hueso del alma rusa, somos como todo quisqui", comienza a sacar sin venir a cuento su tesis doctoral y sus triunfos en las justas académicas contra un estadounidense que tuvo que reconocer su error y la superioridad intelectual de Pivovárov.
Lo cual, por otra parte, es una demostración de que el alma rusa no tiene nada de particular: todos los profesores universitarios postineros de todos los países en que he tratado alguno son exactamente igual de fatuos.
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En el próximo capítulo, Pivovárov va todavía más allá ¿Se puede ir más allá que negar la existencia del alma (rusa)? Sí, se puede. En la siguiente entrada, Pivovárov se atreve con el mito yacente más conocido de Rusia, en el centro mismo de la cual sigue, de cuerpo presente y con un saludable color amarillo.
Pivovárov va a por Lenin. Y tira a matar.
sábado, 9 de febrero de 2013
Intelectuales (II)
Continúan las hazañas en la entrevista al académico Pivovárov. Pivovárov sigue con sus opiniones, y en honor a la verdad hay que decir que parte de lo que dice me parece sensato. Otra cosa es, como ya he dicho, que patine en cosas de las que no tiene mucha idea y su (insoportable) ego. Pero supongo que uno no llega a intelectual reconocido si es un tipo accesible y que escucha y tiene en consideración las opiniones del hombre-masa, que diría Ortega.
Ortega... uf ¿De verdad acabo de citar a Ortega? Madre mía, cómo se está poniendo esto. Mejor será que sigamos con la entrevista.
"¿Cómo se puede fundir en una sola idea la riqueza espiritual de la nación?"
Valeri Vyzhutóvich: Sea como sea, hoy no hay unidad en la nación. Al contrario, las líneas del cisma son cada vez más profundas: entre la sociedad y el poder, entre pobres y ricos, entre creyentes y no creyentes. Solzhenitsyn consideraba que todo esto tiene raíces históricas. Que sin el cisma en la Iglesia en el siglo XVII no hubiera existido la tragedia de 1917. Y que el cisma del pueblo ruso de hace más de trescientos años produjo grietas que han llegado hasta hoy ¿Usted también es de esa opinión?
Alfor: Se le ha olvidado trazar la división entre los que se van de farra, que son legión, y los que no se van de farra. Esa división es más importante de lo que parece, pero aquí estamos hablando de intelectuales y eso, sencillamente, no cuenta. Ellos no se van de farra. Que la peña es seria, tú.
Yuri Pivovárov: A mi entender, el auténtico, el verdadero cisma surgió en Rusia tras las reformas de Pedro el Grande. Entonces Rusia se dividió en la Rusia europeizada y la Rusia tradicionalista. Berdiaev, mucho antes de la revolución, advertía que el corte entre estas dos rusias era una bomba de relojería que en algún momento estallaría. Si bien esto ya lo tenían claro muchos, antes de Berdiaev. En el período soviético la parte europeizada de la sociedad fue eliminada o expulsada al extranjero. Pero hoy también se nota cierta división. Hay proocidentales contemporáneos y eslavófilos contemporáneos.
Alfor: ¡Palabras mayores! Alguien está manteniendo una opinión diferente a la de (nada más y nada menos) Solzhenitsyn. Y ahora viene la cuestión: ¿cuál es el momento decisivo? ¿El cisma al que alude Solzhenitsyn, que dio lugar a división de los veterocreyentes, o las reformas de Pedro I, que dividió la cosa entre prooccidentales y eslavófilos?
Solzhenitsyn está un par de cabezas por encima de Pivovárov (y creo que siempre lo estará), y antes de contradecirle, hay que pararse a pensar un poco. En realidad, las reformas de Pedro I, que fueron muy aparentes, no hubieran sido posibles sin el cisma anterior (que, por cierto, apenas había sucedido unos cuarenta años antes), que dejó tocadísimo al Patriarcado de Moscú y lo colocó medio sometido al zar. El zar Alejo, padre del propio Pedro I. Pedro I no tuvo más que terminar el trabajo y... abolir el Patriarcado de Moscú. A partir de lo cual, las demás reformas fueron coser y cantar.
Como Pivovárov, en materia de religión, está un pelín perdido (lo seguiremos viendo en sucesivas entradas), no le da importancia al cisma religioso, porque tampoco acaba de imaginar el papel que históricamente han tenido en Rusia los veterocreyentes (hoy no pintan absolutamente nada). Solzhenitsyn, en cambio, sí tiene (por desgracia, tenía, hasta agosto de 2008) una cosmovisión cristiana y es capaz de percibir movimientos en el terreno de las ideas, más allá de lo aparatoso de las reformas.
Pero sigamos con la entrevista.
Valeri Vyzhutóvich: En este caso, ¿qué debemos entender bajo las palabras "nación rusa"?
Yuri Pivovárov: Cuando las gentes de a pie hablan en Rusia de nación, a lo que se refieren es al cuarto apartado del pasaporte. Y sí, la nación está unida a la pertenecia étnica, pero no es igual a ella. La nación rusa es la ciudadanía. Son todos los que hablan y piensan en ruso. Y si estamos hablando de los lazos, hay que decir que existen. Es la cultura rusa. La historia rusa. Las condiciones climáticas y naturales de Rusia. El modo ruso de vivir. En parte, también la organización política rusa. La memoria común. Las tragedias comunes. Es decir, un montón de cosas. Y antes de la revolución la religión también era uno de esos lazos. Entonces no tenía ninguna importancia cuál fuera la etnicidad de cada uno. Nadie preguntaba si eras ruso o tártaro. La ideología marxista-leninista vino a relevar a la separación confesional, pero al final del régimen soviético ya no unía nada y finalmente todo se desvaneció. Y he aquí que, por primera vez en su historia multisecular, Rusia intenta formar una sociedad sin ningún tipo de soporte oficial. Pues la mayoría de los pueblos europeos pasan tranquilamente sin él. ¿Qué ideología tienen los franceses? ¿Qué ideología tienen los alemanes o los italianos? La constitución. Y nosotros debemos hacerlo mismo. Soñar hoy con una amalgama espiritual única es algo muy peligroso.
Alfor: Yo creo que aquí Pivovárov es un pelín contradictorio: primero cita un montón de amalgamas espirituales, y luego dice que soñar con una amalgama única es algo peligroso. Nadie dice que tenga que ser única. Y eso de que la ideología de franceses, alemanes o italianos sea la constitución, pues vamos a dejarlo. Ya lo creo que Francia tiene una ideología, y siempre la ha tenido, lo que pasa es que ya no es "Pour Dieu et pour le Roi", como era antes de 1789, sino que ha pasado a ser "Liberté, égalité, fraternité... ou mort". Se llaman valores republicanos, y dentro caben desde el trostkista más iracundo hasta Jean Marie Le Pen.
Valeri Vyzhutóvich: ¿Y la búsqueda terca e incansable de una idea nacional?
Yuri Pivovárov: Bueno, vez, como dijo Mandelstam: "Hablemos otra vez de nada." ¿Cómo es posible comprimir la riqueza espiritual nacional rusa en una sola idea? ¿Y en cuál? "El comunismo es el poder soviético más la electrificación de todo el país." El mundo ruso tiene un millón de ideas, y todas son importantes. Estas ideas están imbricadas en la cultura rusa, en la literatura rusa, en el pensamiento ruso, en el arte ruso, en las tradiciones políticas, jurídicas y económicas rusas. Pero comprimir toda esta variedad de ideas en una sola idea dominante significaría desenraizar y empobrecer el mundo ruso. Ya hemos pasado por ahí.
* * *
Hasta aquí, hoy. En el próximo capítulo, Pivovárov se atreve con uno de los mitos más recónditos, y al mismo tiempo reconocidos, de la mitología rusa.
Pivovárov va a opinar sobre el alma rusa.
Ortega... uf ¿De verdad acabo de citar a Ortega? Madre mía, cómo se está poniendo esto. Mejor será que sigamos con la entrevista.
"¿Cómo se puede fundir en una sola idea la riqueza espiritual de la nación?"
Valeri Vyzhutóvich: Sea como sea, hoy no hay unidad en la nación. Al contrario, las líneas del cisma son cada vez más profundas: entre la sociedad y el poder, entre pobres y ricos, entre creyentes y no creyentes. Solzhenitsyn consideraba que todo esto tiene raíces históricas. Que sin el cisma en la Iglesia en el siglo XVII no hubiera existido la tragedia de 1917. Y que el cisma del pueblo ruso de hace más de trescientos años produjo grietas que han llegado hasta hoy ¿Usted también es de esa opinión?
Alfor: Se le ha olvidado trazar la división entre los que se van de farra, que son legión, y los que no se van de farra. Esa división es más importante de lo que parece, pero aquí estamos hablando de intelectuales y eso, sencillamente, no cuenta. Ellos no se van de farra. Que la peña es seria, tú.
Yuri Pivovárov: A mi entender, el auténtico, el verdadero cisma surgió en Rusia tras las reformas de Pedro el Grande. Entonces Rusia se dividió en la Rusia europeizada y la Rusia tradicionalista. Berdiaev, mucho antes de la revolución, advertía que el corte entre estas dos rusias era una bomba de relojería que en algún momento estallaría. Si bien esto ya lo tenían claro muchos, antes de Berdiaev. En el período soviético la parte europeizada de la sociedad fue eliminada o expulsada al extranjero. Pero hoy también se nota cierta división. Hay proocidentales contemporáneos y eslavófilos contemporáneos.
Alfor: ¡Palabras mayores! Alguien está manteniendo una opinión diferente a la de (nada más y nada menos) Solzhenitsyn. Y ahora viene la cuestión: ¿cuál es el momento decisivo? ¿El cisma al que alude Solzhenitsyn, que dio lugar a división de los veterocreyentes, o las reformas de Pedro I, que dividió la cosa entre prooccidentales y eslavófilos?
Solzhenitsyn está un par de cabezas por encima de Pivovárov (y creo que siempre lo estará), y antes de contradecirle, hay que pararse a pensar un poco. En realidad, las reformas de Pedro I, que fueron muy aparentes, no hubieran sido posibles sin el cisma anterior (que, por cierto, apenas había sucedido unos cuarenta años antes), que dejó tocadísimo al Patriarcado de Moscú y lo colocó medio sometido al zar. El zar Alejo, padre del propio Pedro I. Pedro I no tuvo más que terminar el trabajo y... abolir el Patriarcado de Moscú. A partir de lo cual, las demás reformas fueron coser y cantar.
Como Pivovárov, en materia de religión, está un pelín perdido (lo seguiremos viendo en sucesivas entradas), no le da importancia al cisma religioso, porque tampoco acaba de imaginar el papel que históricamente han tenido en Rusia los veterocreyentes (hoy no pintan absolutamente nada). Solzhenitsyn, en cambio, sí tiene (por desgracia, tenía, hasta agosto de 2008) una cosmovisión cristiana y es capaz de percibir movimientos en el terreno de las ideas, más allá de lo aparatoso de las reformas.
Pero sigamos con la entrevista.
Valeri Vyzhutóvich: En este caso, ¿qué debemos entender bajo las palabras "nación rusa"?
Yuri Pivovárov: Cuando las gentes de a pie hablan en Rusia de nación, a lo que se refieren es al cuarto apartado del pasaporte. Y sí, la nación está unida a la pertenecia étnica, pero no es igual a ella. La nación rusa es la ciudadanía. Son todos los que hablan y piensan en ruso. Y si estamos hablando de los lazos, hay que decir que existen. Es la cultura rusa. La historia rusa. Las condiciones climáticas y naturales de Rusia. El modo ruso de vivir. En parte, también la organización política rusa. La memoria común. Las tragedias comunes. Es decir, un montón de cosas. Y antes de la revolución la religión también era uno de esos lazos. Entonces no tenía ninguna importancia cuál fuera la etnicidad de cada uno. Nadie preguntaba si eras ruso o tártaro. La ideología marxista-leninista vino a relevar a la separación confesional, pero al final del régimen soviético ya no unía nada y finalmente todo se desvaneció. Y he aquí que, por primera vez en su historia multisecular, Rusia intenta formar una sociedad sin ningún tipo de soporte oficial. Pues la mayoría de los pueblos europeos pasan tranquilamente sin él. ¿Qué ideología tienen los franceses? ¿Qué ideología tienen los alemanes o los italianos? La constitución. Y nosotros debemos hacerlo mismo. Soñar hoy con una amalgama espiritual única es algo muy peligroso.
Alfor: Yo creo que aquí Pivovárov es un pelín contradictorio: primero cita un montón de amalgamas espirituales, y luego dice que soñar con una amalgama única es algo peligroso. Nadie dice que tenga que ser única. Y eso de que la ideología de franceses, alemanes o italianos sea la constitución, pues vamos a dejarlo. Ya lo creo que Francia tiene una ideología, y siempre la ha tenido, lo que pasa es que ya no es "Pour Dieu et pour le Roi", como era antes de 1789, sino que ha pasado a ser "Liberté, égalité, fraternité... ou mort". Se llaman valores republicanos, y dentro caben desde el trostkista más iracundo hasta Jean Marie Le Pen.
Valeri Vyzhutóvich: ¿Y la búsqueda terca e incansable de una idea nacional?
Yuri Pivovárov: Bueno, vez, como dijo Mandelstam: "Hablemos otra vez de nada." ¿Cómo es posible comprimir la riqueza espiritual nacional rusa en una sola idea? ¿Y en cuál? "El comunismo es el poder soviético más la electrificación de todo el país." El mundo ruso tiene un millón de ideas, y todas son importantes. Estas ideas están imbricadas en la cultura rusa, en la literatura rusa, en el pensamiento ruso, en el arte ruso, en las tradiciones políticas, jurídicas y económicas rusas. Pero comprimir toda esta variedad de ideas en una sola idea dominante significaría desenraizar y empobrecer el mundo ruso. Ya hemos pasado por ahí.
* * *
Hasta aquí, hoy. En el próximo capítulo, Pivovárov se atreve con uno de los mitos más recónditos, y al mismo tiempo reconocidos, de la mitología rusa.
Pivovárov va a opinar sobre el alma rusa.
miércoles, 6 de febrero de 2013
Intelectuales (I)
Volvemos a Rusia por unos días. La verdad es que no he hecho sino pasar allí el último fin de semana, y ahora estoy de vuelta por Alsacia, pero Rusia, cierto es, da para muchísimo. En primer lugar, porque allí hay una cosa que por otros lugares de Europa escasea bastante, y es gente que se rasque la cabeza y dedique su vida a pensar. En España diríamos que "esa peña se come mucho el tarro y se pasa la vida haciéndose pajas mentales", pero esta actitud sólo indica que, en España, lo de dedicarse a pensar está mal visto. En España está gente como los de la zeja o Sánchez Dragó, que no están muy bien considerados por la mayoría de la población, que a quien admira es a Cristiano o a Messi, según de qué pie cojee cada uno. Bueno, o a Ballesteros, caramba.
En Rusia, no. En Rusia, la intelectualidad es una verdadera clase social, allí llamada интеллигенция (leído como "inteligentsiya"), que tiene como misión guiar a la chusma por el camino correcto. Lo que piensan ellos mola y va a misa, y forma parte del acerbo espiritual de Oriente. El populacho, bueno, ¡qué sabrán ellos!
La diferencia con España es que a los de la banda de la zeja y sus semejantes no les hace caso nadie porque todos menos cuatro rojas están ocupados viendo el partido de fútbol en la tele y discutiendo sobre la conspiración arbitral más reciente contra el equipo que sea. En Rusia, en cambio, el pueblo realmente cree que la intelectualidad es buena gente, sabe un huevo, y mucha gente hasta les hace caso o piensan en lo que dicen, aunque sea para discrepar y refunfuñar (a más de refunfuñar no llega nadie).
Por primera vez, en esta bitácora vamos a traer a un intelectual ruso, en esta entrevista que Alfina me pasó hace unos días, que voy a ir traduciendo (y comentando algo sarcásticamente, lo reconozco) poco a poco, y cuya versión original se puede encontrar aquí, en la Rossiyskaya Gazeta, que, recordémoslo, es el periódico oficial del gobierno ruso, por lo que el intelectual entrevistado muy rebelde no debe ser. Es algo así como si en España el BOE entrevistara a Butragueño.
El entrevistado es Yuri Pivovárov, el señor de la foto de ahí arriba, un intelectual típico. Profesor universitario de una vaga disciplina situada entre la Historia y las Ciencias Políticas. Miembro de la Academia de Ciencias de Rusia. Director de un instituto de nombre complejo, cinco letras de acrónimo y utilidad práctica muy dudosa. El prototipo ideal de cantamañanas vendemotos bien formado con opinión sobre cualquier cosa, que mezcla cosas de las que sabe algo con cosas sobre las que patina lamentablemente. En España, probablemente le contratarían como tertuliano.
Vamos, pues, con la primera parte de la entrevista, traducida al castellano por un servidor:
El académico Yuri Pivovárov considera que Rusia no tiene prescrito ningún camino propio y que en el alma rusa no hay nada más misterioso de lo que pueda haber en la alemana o en la polaca.
Yuri Pivovárov: Por primera vez, Rusia trata de construir una sociedad sin idea oficial. Tendencia: somos como los demás.
¿Por qué está dividida la sociedad rusa y cómo se la puede amalgamar? ¿Vale la pena continuar la búsqueda de una idea nacional? ¿Debe Rusia, una vez ha admitido los valores occidentales, integrarse en la civilización europea o estar cerca de ella y continuar siendo especial? Sobre estos asuntos conversan el comentarista político de RG Valeri Vyzhutóvich y el director del Instituto de Información Científica de las Ciencias Sociales (IICSC) y académico de la Academia Rusa de Ciencias Yuri Pivovárov.
Alfor: ¿A que mola el nombrecito del instituto que preside el amigo? Le metes al ente que sea la palabra "científico" y cualquier cosa que le pongas alrededor parece seria.
Valeri Vyzhutóvich: Vladimir Putin ha constatado en la sociedad rusa contemporánea un "déficit de lazos espirituales". En su opinión, ¿en la época soviética existían tales lazos?
Alfor: Característica típica del periodista del régimen: en cualquier entrevista, venga o no a cuento, aparece el nombre de Putin. En ésta llega al colmo y la entrevista, directamente, comienza por las palabras "Vladímir Putin". Este hombre llegará lejos.
Yuri Pivovárov: Desde un punto de vista formal existían. Y se llamaban "ideología marxista-leninista". Pero no creían seriamente en ellos ni el oficial de los servicios de seguridad estatal Putin, ni el científico Pivovárov, ni el periodista Vyzhutóvich, todos ellos personas de la misma generación. Por lo cual yo no diría que antes hubiera algo que unía la nación.
Alfor: Además de esas tres personas, y de alguna más que el señor Pivovárov aceptaría añadir al selecto grupo de personas que podrían figurar en un grupo en el que él estuviera también, había otros trescientos millones de habitantes de la URSS que, quieras que no y por estar educados en ello, sí que estaban razonablemente convencidos del marxismo-leninismo. Yo diría que el problema es otro: que el marxismo-leninismo es mentira, y las mentiras tienen las patas cortas.
Valeri Vyzhutóvich: ¿Y un enemigo común?
Yuri Pivovárov: Hacia los años ochenta nadie, de entre la gente educada y con capacidad de raciocinio, creía que el país estuviera rodeado de enemigos. (...)
Alfor: No me puedo resistir a interrumpir a Pivovárov y su actitud prepotente típica de intelectual: el que cuenta es la persona "educada y con capacidad de raciocinio". El resto es chusma. Pero el resto, y son mayoría, pensaban que había un enemigo común. Qué digo: lo piensan hoy día, y eso que están mucho más viajados de lo que nunca ha estado ninguna generación anterior de rusos.
(...) Otra cosa es que la mayoría jugara a eso. Pero a mí en general me parece que preocuparse por la salud espiritual de la nación no está entre las competencias del Estado. Para eso están las organizaciones sociales, al fin y al cabo la Iglesia. Ahora bien, ¿qué tipo de lazos espirituales? Somos un país en mayor medida perteneciente al mundo cristiano, y en menor medida al musulmán, y las demás confesiones tienen una representación algo más débil. Pero, en principio, ¿por qué el Estado tiene que ocuparse de eso? Por supuesto, el presidente puede expresar su intranquilidad por la situación moral de la sociedad ¿Y de esto qué se sigue? ¿Van a encargar al Ministerio de Cultura la creación de algún lazo espiritual? ¿O le van a encargar eso a la Iglesia? No tengo muy claro a dónde lleva esta conversación, entiéndame.
Alfor: Vaya tela. No sé si lo sabe o no, pero lo que dice este hombre suena a "Más sociedad, menos estado", y en devolver a algo así como los cuerpos intermedios la soberanía social, quitándosela al Estado. Vázquez de Mella (y yo también, leche) estaríamos dispuestos a aplaudir con las orejas.
Valeri Vyzhutóvich: Quiéralo o no, pero en la Rusia de hoy ha aparecido cierta ideología común con pretensiones de ser estatal. Es el patriotismo.
Yuri Pivovárov: No puede haber una ideología estatal. La Constitución lo prohíbe. Cuando Nicolás I pidió al conde Uvarov una ideología estatal y éste inventó la famosa triada "ortodoxia, autocracia, pueblo", eso no le trajo nada bueno a la cultura rusa. Pushkin no se inscribía en la triada de Uvarov. Glinka, Bryullov, Lermontov tampoco se pueden incluir en ella. En una palabra, aquí hay que ser precavido. Es una esfera muy delicada.
Alfor: Pues no. Después de soltarnos un párrafo sociedalista-carlista, Pivovárov pasa inmediatamente a un argumento positivista (La Constitución lo prohíbe, y sanseacabó), que es el que usa habitualmente el mundo pepero (y sociata) en España y que obviamente es totalmente incongruente con el anterior. Además, es la típica excusa rusa para no hacer algo, tanto más que la Constitución rusa es dudosísimo que prohíba el patriotismo. Que no se entere Rusia Unida, que la cambia.
* * *
De momento lo dejamos aquí, que se hace tarde, pero ya se ve por dónde van los tiros. Dicho esto, adelanto que, en los próximos apartados, Pivovárov va a decir algunas cosas con las que sí estoy de acuerdo, pero, por contra, va a demostrar un patrón que en su generación, se repite una y otra vez entre los rusos: una ignorancia invencible en cuestiones de religión. Lo que, naturalmente, no les impide opinar sobre ella como si fueran la mano derecha del Patriarca.
En Rusia, no. En Rusia, la intelectualidad es una verdadera clase social, allí llamada интеллигенция (leído como "inteligentsiya"), que tiene como misión guiar a la chusma por el camino correcto. Lo que piensan ellos mola y va a misa, y forma parte del acerbo espiritual de Oriente. El populacho, bueno, ¡qué sabrán ellos!
La diferencia con España es que a los de la banda de la zeja y sus semejantes no les hace caso nadie porque todos menos cuatro rojas están ocupados viendo el partido de fútbol en la tele y discutiendo sobre la conspiración arbitral más reciente contra el equipo que sea. En Rusia, en cambio, el pueblo realmente cree que la intelectualidad es buena gente, sabe un huevo, y mucha gente hasta les hace caso o piensan en lo que dicen, aunque sea para discrepar y refunfuñar (a más de refunfuñar no llega nadie).
Por primera vez, en esta bitácora vamos a traer a un intelectual ruso, en esta entrevista que Alfina me pasó hace unos días, que voy a ir traduciendo (y comentando algo sarcásticamente, lo reconozco) poco a poco, y cuya versión original se puede encontrar aquí, en la Rossiyskaya Gazeta, que, recordémoslo, es el periódico oficial del gobierno ruso, por lo que el intelectual entrevistado muy rebelde no debe ser. Es algo así como si en España el BOE entrevistara a Butragueño.
El entrevistado es Yuri Pivovárov, el señor de la foto de ahí arriba, un intelectual típico. Profesor universitario de una vaga disciplina situada entre la Historia y las Ciencias Políticas. Miembro de la Academia de Ciencias de Rusia. Director de un instituto de nombre complejo, cinco letras de acrónimo y utilidad práctica muy dudosa. El prototipo ideal de cantamañanas vendemotos bien formado con opinión sobre cualquier cosa, que mezcla cosas de las que sabe algo con cosas sobre las que patina lamentablemente. En España, probablemente le contratarían como tertuliano.
Vamos, pues, con la primera parte de la entrevista, traducida al castellano por un servidor:
El académico Yuri Pivovárov considera que Rusia no tiene prescrito ningún camino propio y que en el alma rusa no hay nada más misterioso de lo que pueda haber en la alemana o en la polaca.
Yuri Pivovárov: Por primera vez, Rusia trata de construir una sociedad sin idea oficial. Tendencia: somos como los demás.
¿Por qué está dividida la sociedad rusa y cómo se la puede amalgamar? ¿Vale la pena continuar la búsqueda de una idea nacional? ¿Debe Rusia, una vez ha admitido los valores occidentales, integrarse en la civilización europea o estar cerca de ella y continuar siendo especial? Sobre estos asuntos conversan el comentarista político de RG Valeri Vyzhutóvich y el director del Instituto de Información Científica de las Ciencias Sociales (IICSC) y académico de la Academia Rusa de Ciencias Yuri Pivovárov.
Alfor: ¿A que mola el nombrecito del instituto que preside el amigo? Le metes al ente que sea la palabra "científico" y cualquier cosa que le pongas alrededor parece seria.
Valeri Vyzhutóvich: Vladimir Putin ha constatado en la sociedad rusa contemporánea un "déficit de lazos espirituales". En su opinión, ¿en la época soviética existían tales lazos?
Alfor: Característica típica del periodista del régimen: en cualquier entrevista, venga o no a cuento, aparece el nombre de Putin. En ésta llega al colmo y la entrevista, directamente, comienza por las palabras "Vladímir Putin". Este hombre llegará lejos.
Yuri Pivovárov: Desde un punto de vista formal existían. Y se llamaban "ideología marxista-leninista". Pero no creían seriamente en ellos ni el oficial de los servicios de seguridad estatal Putin, ni el científico Pivovárov, ni el periodista Vyzhutóvich, todos ellos personas de la misma generación. Por lo cual yo no diría que antes hubiera algo que unía la nación.
Alfor: Además de esas tres personas, y de alguna más que el señor Pivovárov aceptaría añadir al selecto grupo de personas que podrían figurar en un grupo en el que él estuviera también, había otros trescientos millones de habitantes de la URSS que, quieras que no y por estar educados en ello, sí que estaban razonablemente convencidos del marxismo-leninismo. Yo diría que el problema es otro: que el marxismo-leninismo es mentira, y las mentiras tienen las patas cortas.
Valeri Vyzhutóvich: ¿Y un enemigo común?
Yuri Pivovárov: Hacia los años ochenta nadie, de entre la gente educada y con capacidad de raciocinio, creía que el país estuviera rodeado de enemigos. (...)
Alfor: No me puedo resistir a interrumpir a Pivovárov y su actitud prepotente típica de intelectual: el que cuenta es la persona "educada y con capacidad de raciocinio". El resto es chusma. Pero el resto, y son mayoría, pensaban que había un enemigo común. Qué digo: lo piensan hoy día, y eso que están mucho más viajados de lo que nunca ha estado ninguna generación anterior de rusos.
(...) Otra cosa es que la mayoría jugara a eso. Pero a mí en general me parece que preocuparse por la salud espiritual de la nación no está entre las competencias del Estado. Para eso están las organizaciones sociales, al fin y al cabo la Iglesia. Ahora bien, ¿qué tipo de lazos espirituales? Somos un país en mayor medida perteneciente al mundo cristiano, y en menor medida al musulmán, y las demás confesiones tienen una representación algo más débil. Pero, en principio, ¿por qué el Estado tiene que ocuparse de eso? Por supuesto, el presidente puede expresar su intranquilidad por la situación moral de la sociedad ¿Y de esto qué se sigue? ¿Van a encargar al Ministerio de Cultura la creación de algún lazo espiritual? ¿O le van a encargar eso a la Iglesia? No tengo muy claro a dónde lleva esta conversación, entiéndame.
Alfor: Vaya tela. No sé si lo sabe o no, pero lo que dice este hombre suena a "Más sociedad, menos estado", y en devolver a algo así como los cuerpos intermedios la soberanía social, quitándosela al Estado. Vázquez de Mella (y yo también, leche) estaríamos dispuestos a aplaudir con las orejas.
Valeri Vyzhutóvich: Quiéralo o no, pero en la Rusia de hoy ha aparecido cierta ideología común con pretensiones de ser estatal. Es el patriotismo.
Yuri Pivovárov: No puede haber una ideología estatal. La Constitución lo prohíbe. Cuando Nicolás I pidió al conde Uvarov una ideología estatal y éste inventó la famosa triada "ortodoxia, autocracia, pueblo", eso no le trajo nada bueno a la cultura rusa. Pushkin no se inscribía en la triada de Uvarov. Glinka, Bryullov, Lermontov tampoco se pueden incluir en ella. En una palabra, aquí hay que ser precavido. Es una esfera muy delicada.
Alfor: Pues no. Después de soltarnos un párrafo sociedalista-carlista, Pivovárov pasa inmediatamente a un argumento positivista (La Constitución lo prohíbe, y sanseacabó), que es el que usa habitualmente el mundo pepero (y sociata) en España y que obviamente es totalmente incongruente con el anterior. Además, es la típica excusa rusa para no hacer algo, tanto más que la Constitución rusa es dudosísimo que prohíba el patriotismo. Que no se entere Rusia Unida, que la cambia.
* * *
De momento lo dejamos aquí, que se hace tarde, pero ya se ve por dónde van los tiros. Dicho esto, adelanto que, en los próximos apartados, Pivovárov va a decir algunas cosas con las que sí estoy de acuerdo, pero, por contra, va a demostrar un patrón que en su generación, se repite una y otra vez entre los rusos: una ignorancia invencible en cuestiones de religión. Lo que, naturalmente, no les impide opinar sobre ella como si fueran la mano derecha del Patriarca.
lunes, 4 de febrero de 2013
Basuras de cristal
En Bélgica, podría decirse que más o menos tengo controlado el proceloso mundo de la recolección de la basura. Me ha costado, leches, me ha costado. Ya sé que los envases van a una bolsa especial y el papel a otra, y que las recogen dos veces al mes, y que el resto del mes te las quedas en casa; ya sé que todo lo demás va a otra bolsa, que recogen dos veces por semana. Ya sé que no hay contenedores de basura, y que por eso las calles de Bruselas están jalonadas de montones de bolsas, que dan una imagen patética y tercermundista de la que presume de ser la capital de Europa.
¿Todo controlado? Pues va a ser que no. Todavía falta el cristal.
El cristal no va a la bolsa de envases, ni a la de papel, ni a la tercera bolsa. Los envases de cristal sí que se supone que van a contenedores, especiales para cristal, y deben ser depositados allí sin falta, so pena de ser tachado de criminal ecológico y de acabar con un multazo de órdago. Y eso porque la armada belga, si es que existe tal cosa, no tiene galeras de remo, que, si no...
En esto, llegaron mis invitados, Juan y Pedro, a los que ya hemos visto en acción. Unos amigos poco menos que de la infancia con los que me he corrido más de dos y de tres juergas, y que venían con intención de reverdecer laureles, así que, quieras que no, su visita acabó con tres botellas de vino vacías en mi casa, a las que, pocos días después, se unió otra de aceite de oliva, obviamente español. Como mi casa es de capacidad muy limitada, parecía llegado el momento de vaciarla de estorbos. Pero aquello iba a ser, ya lo veremos, el llanto y rechinar de dientes.
Aleccionado por el manual de gestión de basuras de "Bruxelles-Proprété", me di una vuelta por los alrededores de mi casa pensando que los contenedores de cristal estarían prácticamente a cada paso; después de varios kilómetros de vueltas y revueltas llegué a la conclusión de que la historieta de los contenedores era propaganda barata de Bruxelles-Proprété y de que librarse de las puñeteras botellas de manera respetuosa con las normas iba a ser por lo menos tan difícil como comprar un recogedor.
Sin embargo, los contenedores existen, y recuerdo haber visto uno camino del aeropuerto, en uno de los fantásticos viajes en autobús que he hecho hacia allí en los últimos meses. Pero cualquiera se va hasta allí para tirar tres cochinas botellas... Mmm... un momento... el aeropuerto... creo que tengo una idea.
+ + +
Nos encontramos, dos días después, en Zaventem, el aeropuerto de Bruselas. Yo voy a Moscú a visitar a la familia, que sigue por allí. Como en Moscú todavía tengo de todo, voy con lo puesto, me dan la tarjeta de embarque en Aeroflot, paso la aduana y el control de pasaportes sin apenas novedad (pero de la aduana ya escribiré otro día, que tiene su miga), y me dirijo con aire resuelto al control de seguridad que, desde que Bin Laden hizo la jugarreta del 11 de septiembre, hay en todos los aeropuertos del universo mundo. La señora del control repite la misma cantinela que viene recitando todo el día, y todos los días, con un soniquete de resignación y aburrimiento mortal que ha debido adquirir después de años de monotonía.
- Relojes, cinturones, líquidos... deposíten sus cosas en la bandeja. Si llevan un ordenador, pónganlo en una bandeja aparte... móviles, llaves... relojes, cinturones... ¿lleva usted líquidos, caballero?
- Señora, llevo estas botellas.
- ¿Botellas?
- Estas botellas, sí.
- Pero están vacías.
- Sí, están vacías.
- ¿Y se las quiere llevar?
- Sólo si está permitido, claro.
La señora se rascó la cabeza y dirigió la mirada a su compañero, que estaba a los mandos del escáner, escudriñando la presencia de objetos peligrosos en los equipajes de los potenciales maleantes que a saber con qué malsanas intenciones habíamos ido al aeropuerto.
- Piet...
- ¿Si?
- Este señor lleva unas botellas de cristal vacías.
- ¿De cristal?
- De cristal.
- Pues no puede pasarlas.
La señora se volvió a mí.
- Señor, estoy desolada, pero no le puedo dejar pasar con las botellas. Es que son de cristal, ¿sabe?
- Vaya, qué cosas...
- Tendrá que dejarlas aquí.
- Claro, claro, si no hay otro remedio, tendré que dejarlas. Tome, tome, aquí las tiene.
- Gracias por su comprensión, señor. Que tenga un buen vuelo.
Y me marché silbando tranquilamente hacia la puerta de embarque, pensando que sí, que tiene narices que haya tenido que ser Bin Laden el que solucionara el problema.
¿Todo controlado? Pues va a ser que no. Todavía falta el cristal.
El cristal no va a la bolsa de envases, ni a la de papel, ni a la tercera bolsa. Los envases de cristal sí que se supone que van a contenedores, especiales para cristal, y deben ser depositados allí sin falta, so pena de ser tachado de criminal ecológico y de acabar con un multazo de órdago. Y eso porque la armada belga, si es que existe tal cosa, no tiene galeras de remo, que, si no...
En esto, llegaron mis invitados, Juan y Pedro, a los que ya hemos visto en acción. Unos amigos poco menos que de la infancia con los que me he corrido más de dos y de tres juergas, y que venían con intención de reverdecer laureles, así que, quieras que no, su visita acabó con tres botellas de vino vacías en mi casa, a las que, pocos días después, se unió otra de aceite de oliva, obviamente español. Como mi casa es de capacidad muy limitada, parecía llegado el momento de vaciarla de estorbos. Pero aquello iba a ser, ya lo veremos, el llanto y rechinar de dientes.
Aleccionado por el manual de gestión de basuras de "Bruxelles-Proprété", me di una vuelta por los alrededores de mi casa pensando que los contenedores de cristal estarían prácticamente a cada paso; después de varios kilómetros de vueltas y revueltas llegué a la conclusión de que la historieta de los contenedores era propaganda barata de Bruxelles-Proprété y de que librarse de las puñeteras botellas de manera respetuosa con las normas iba a ser por lo menos tan difícil como comprar un recogedor.
Sin embargo, los contenedores existen, y recuerdo haber visto uno camino del aeropuerto, en uno de los fantásticos viajes en autobús que he hecho hacia allí en los últimos meses. Pero cualquiera se va hasta allí para tirar tres cochinas botellas... Mmm... un momento... el aeropuerto... creo que tengo una idea.
+ + +
Nos encontramos, dos días después, en Zaventem, el aeropuerto de Bruselas. Yo voy a Moscú a visitar a la familia, que sigue por allí. Como en Moscú todavía tengo de todo, voy con lo puesto, me dan la tarjeta de embarque en Aeroflot, paso la aduana y el control de pasaportes sin apenas novedad (pero de la aduana ya escribiré otro día, que tiene su miga), y me dirijo con aire resuelto al control de seguridad que, desde que Bin Laden hizo la jugarreta del 11 de septiembre, hay en todos los aeropuertos del universo mundo. La señora del control repite la misma cantinela que viene recitando todo el día, y todos los días, con un soniquete de resignación y aburrimiento mortal que ha debido adquirir después de años de monotonía.
- Relojes, cinturones, líquidos... deposíten sus cosas en la bandeja. Si llevan un ordenador, pónganlo en una bandeja aparte... móviles, llaves... relojes, cinturones... ¿lleva usted líquidos, caballero?
- Señora, llevo estas botellas.
- ¿Botellas?
- Estas botellas, sí.
- Pero están vacías.
- Sí, están vacías.
- ¿Y se las quiere llevar?
- Sólo si está permitido, claro.
La señora se rascó la cabeza y dirigió la mirada a su compañero, que estaba a los mandos del escáner, escudriñando la presencia de objetos peligrosos en los equipajes de los potenciales maleantes que a saber con qué malsanas intenciones habíamos ido al aeropuerto.
- Piet...
- ¿Si?
- Este señor lleva unas botellas de cristal vacías.
- ¿De cristal?
- De cristal.
- Pues no puede pasarlas.
La señora se volvió a mí.
- Señor, estoy desolada, pero no le puedo dejar pasar con las botellas. Es que son de cristal, ¿sabe?
- Vaya, qué cosas...
- Tendrá que dejarlas aquí.
- Claro, claro, si no hay otro remedio, tendré que dejarlas. Tome, tome, aquí las tiene.
- Gracias por su comprensión, señor. Que tenga un buen vuelo.
Y me marché silbando tranquilamente hacia la puerta de embarque, pensando que sí, que tiene narices que haya tenido que ser Bin Laden el que solucionara el problema.
viernes, 1 de febrero de 2013
Bélgica como unidad de destino (y III)
Hace bastante tiempo de esta serie. Y es que el tiempo pasa volando. En todo caso, las otras dos entradas de esta serie están aquí y aquí.
Cuando llegó la paz, Bélgica perdió su razón de ser. En 1830, su existencia era útil para todo el mundo. Para las potencias europeas, era un estado tapón para evitar las ambiciones territoriales francesas. Y las ambiciones territoriales francesas existían y estaban muy cercanas: del final de las guerras napoleónicas hacía sólo quince años, y Waterloo está a poquísimos kilómetros al sur de Bruselas. Por cierto, Waterloo no se pronuncia "Guaterlú", aunque fuera Wellington el que ganara la batalla. La guerra franco-prusiana de 1870 fue la demostración de que Francia seguía con sus ambiciones territoriales, aunque después del rapapolvo que se llevaron ya han estado desde entonces más bien a la defensiva.
Si a las potencias europeas y a Inglaterra les venía bien un estado tapón, a Francia le encantó la revolución belga de 1830, que además coincidió con la suya propia, que echó del trono a Carlos X, el último rey legítimo que ha reinado en Francia, y le dio la corona, si es que se puede llamar así, a Luis Felipe, rey de los franceses, que no de Francia, al igual que Leopoldo I (y todos sus sucesores hasta hoy) son, como ya hemos visto, reyes de los belgas, que no de Bélgica. La soberanía popular, que hacía estragos.
El caso es que Francia, en lugar del pedazo de Reino de los Países Bajos, se encontraba con un Reino belga bastante diminuto, que, como tapón, no parecía muy efectivo (el Kaiser Guillermo y Adolfo demostraron que no, que era bien poco efectivo), donde la lengua oficial era el francés, cuyas leyes eran las mismas (Bélgica adoptó, directamente, el Código Civil francés de 1804) y que podía considerar como su patio trasero. Cuando Guillermo I de Holanda intentó recuperar Bélgica, Luis Felipe envió tropas enseguida, que convencieron al rey holandés de volver a su reino antes de que le llovieran capones.
Todo el mundo estaba contento con la existencia de Bélgica, ese país simpático, diminuto e inofensivo. Bueno, a los habitantes del Congo no les preguntaron, así que no sabemos si estaban contentos o no. En Bélgica sostenían que sí, que lo estaban.
Pero claro, esto funciona en tiempo de guerra real o potencial. Cuando terminó la última, se creó la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, y luego las otras dos comunidades, se vio claro que los problemas bélicos posibles no iban a tener Bélgica como teatro de operaciones. La peña critica mucho, y con mucha sorna, a la Unión Europea y su flamante Premio Nobel de la Paz, pero también lo tienen gente como Obama, que yo no sé qué guerras ha evitado, o Yasser Arafat, que no diría yo que no le quisiera mal a nadie. Al lado de ése y otros ejemplos, la Unión Europea ha sido un exitazo de paz. Y ahí la existencia de Bélgica como que da un poco lo mismo.
En la última entrada de esta serie, Juano decía que un católico sólo podía ser liberal. Claro, yo, que me tengo por católico, pero no por liberal, no puedo estar de acuerdo con él. Bélgica, como país a lo bruto, tampoco es un buen ejemplo para demostrar lo contrario. Además de su cualidad de estado tapón, Bélgica era un país católico, opuesto a ese rey protestante, Guillermo I, y a sus súbditos mayoritariamente tan protestantes como su rey.
La condición de estado tapón era un factor externo; el único factor interno que unía a los belgas era el hecho de ser católicos. Entonces llegaron los años sesenta y setenta, la teología de la liberación, el cachondeo litúrgico, el no saber a qué estábamos jugando, un par de primados tirando a primos, y la caída en picado de la práctica religiosa. Decir que hoy día Bélgica es un país católico, cuando se calcula que va a misa uno de cada veinte, es por lo menos un poco optimista. Y, si ya no les une ni la religión, ni nada, no es extraño que les salgan nacionalistas con ganas de bulla.
Y sí, en España ha pasado algo parecido. De hecho, España se ha pasado la mitad larga de su historia peleando contra los herejotes, los de fuera y los de dentro. Hace unas cuantas entradas, tres meses ha, escribí este párrafo:
A Bélgica no le ha ido mejor últimamente, y se diría que resiste por inercia, o porque romper países es muy cansado y total, tampoco estorba gran cosa. La cuestión es si en España, en Bélgica, o donde sea, esta situación es reversible y cabe la posibilidad de que a alguien se le ocurra dar un sentido a la continuidad del país.
En Rusia, por cierto, están también en ello. Y eso me trae a la memoria un artículo de prensa que me pasó Alfina (que sigue por allí) el otro día y que trata precisamente de ello. Pero eso será en otra entrada, porque se está haciendo tarde.
Cuando llegó la paz, Bélgica perdió su razón de ser. En 1830, su existencia era útil para todo el mundo. Para las potencias europeas, era un estado tapón para evitar las ambiciones territoriales francesas. Y las ambiciones territoriales francesas existían y estaban muy cercanas: del final de las guerras napoleónicas hacía sólo quince años, y Waterloo está a poquísimos kilómetros al sur de Bruselas. Por cierto, Waterloo no se pronuncia "Guaterlú", aunque fuera Wellington el que ganara la batalla. La guerra franco-prusiana de 1870 fue la demostración de que Francia seguía con sus ambiciones territoriales, aunque después del rapapolvo que se llevaron ya han estado desde entonces más bien a la defensiva.
Si a las potencias europeas y a Inglaterra les venía bien un estado tapón, a Francia le encantó la revolución belga de 1830, que además coincidió con la suya propia, que echó del trono a Carlos X, el último rey legítimo que ha reinado en Francia, y le dio la corona, si es que se puede llamar así, a Luis Felipe, rey de los franceses, que no de Francia, al igual que Leopoldo I (y todos sus sucesores hasta hoy) son, como ya hemos visto, reyes de los belgas, que no de Bélgica. La soberanía popular, que hacía estragos.
El caso es que Francia, en lugar del pedazo de Reino de los Países Bajos, se encontraba con un Reino belga bastante diminuto, que, como tapón, no parecía muy efectivo (el Kaiser Guillermo y Adolfo demostraron que no, que era bien poco efectivo), donde la lengua oficial era el francés, cuyas leyes eran las mismas (Bélgica adoptó, directamente, el Código Civil francés de 1804) y que podía considerar como su patio trasero. Cuando Guillermo I de Holanda intentó recuperar Bélgica, Luis Felipe envió tropas enseguida, que convencieron al rey holandés de volver a su reino antes de que le llovieran capones.
Todo el mundo estaba contento con la existencia de Bélgica, ese país simpático, diminuto e inofensivo. Bueno, a los habitantes del Congo no les preguntaron, así que no sabemos si estaban contentos o no. En Bélgica sostenían que sí, que lo estaban.
Pero claro, esto funciona en tiempo de guerra real o potencial. Cuando terminó la última, se creó la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, y luego las otras dos comunidades, se vio claro que los problemas bélicos posibles no iban a tener Bélgica como teatro de operaciones. La peña critica mucho, y con mucha sorna, a la Unión Europea y su flamante Premio Nobel de la Paz, pero también lo tienen gente como Obama, que yo no sé qué guerras ha evitado, o Yasser Arafat, que no diría yo que no le quisiera mal a nadie. Al lado de ése y otros ejemplos, la Unión Europea ha sido un exitazo de paz. Y ahí la existencia de Bélgica como que da un poco lo mismo.
En la última entrada de esta serie, Juano decía que un católico sólo podía ser liberal. Claro, yo, que me tengo por católico, pero no por liberal, no puedo estar de acuerdo con él. Bélgica, como país a lo bruto, tampoco es un buen ejemplo para demostrar lo contrario. Además de su cualidad de estado tapón, Bélgica era un país católico, opuesto a ese rey protestante, Guillermo I, y a sus súbditos mayoritariamente tan protestantes como su rey.
La condición de estado tapón era un factor externo; el único factor interno que unía a los belgas era el hecho de ser católicos. Entonces llegaron los años sesenta y setenta, la teología de la liberación, el cachondeo litúrgico, el no saber a qué estábamos jugando, un par de primados tirando a primos, y la caída en picado de la práctica religiosa. Decir que hoy día Bélgica es un país católico, cuando se calcula que va a misa uno de cada veinte, es por lo menos un poco optimista. Y, si ya no les une ni la religión, ni nada, no es extraño que les salgan nacionalistas con ganas de bulla.
Y sí, en España ha pasado algo parecido. De hecho, España se ha pasado la mitad larga de su historia peleando contra los herejotes, los de fuera y los de dentro. Hace unas cuantas entradas, tres meses ha, escribí este párrafo:
Los bolcheviques cometieron muchísimas torpezas en sus primeros meses en el poder, pero hay que reconocer que hicieron una cosa a la perfección: dieron un nuevo sentido a la existencia de Rusia. Cuando uno compara con lo que hicieron los revolucionarios españoles en 1833, o en 1868, o en 1931 (y, por qué no, en 1977), uno percibe el fracaso en dar una misión alternativa a la que siempre había tenido la España tradicional... y eso llevó al fracaso de los sucesivos regímenes políticos, incluido el actual (un saludo al señor Mas, que hoy está por aquí fent pais... i desfent pais). Los bolcheviques, en cambio, tuvieron éxito en sustituir una visión de Rusia como guardiana de las esencias de la religión ortodoxa y de la raza eslava, para reemplazarla por una visión de Rusia como vanguardia del movimiento obrero internacional contra el capitalismo. Por eso Rusia, incluso hoy, resulta tan simpática a los izquierdistas de todo el mundo, mientras que España sigue despertando las antipatías del mundo protestante anglosajón porque su imagen de defensora de la fe católica, que lo fue durante muchísimos años, no la han conseguido borrar todos los años de revolución y autoodio que llevamos padecidos en los últimos dos siglos.
A Bélgica no le ha ido mejor últimamente, y se diría que resiste por inercia, o porque romper países es muy cansado y total, tampoco estorba gran cosa. La cuestión es si en España, en Bélgica, o donde sea, esta situación es reversible y cabe la posibilidad de que a alguien se le ocurra dar un sentido a la continuidad del país.
En Rusia, por cierto, están también en ello. Y eso me trae a la memoria un artículo de prensa que me pasó Alfina (que sigue por allí) el otro día y que trata precisamente de ello. Pero eso será en otra entrada, porque se está haciendo tarde.