viernes, 22 de febrero de 2013

Judiadas

Esta historia comienza en un vuelo de Aeroflot, esa ejemplar compañía aérea que no hace huelgas, ni tiene problemas con sus pilotos, ni con su personal de tierra, ni siquiera con sus clientes. Si volaran de día, ya serían un primor.

Volaba hacia España, cuando nos trajeron la comida. En Aeroflot, sí, todavía traen la comida, y en los vuelos con destino a España, si por cualquier motivo perciben que no eres ruso (lo cual es fácil de percibir), te ofrecen elegir entre dos posibilidades, y en castellano, o algo parecido al castellano:

- ¿Polo o paela?

Y tú te quedas mirando al azafato, pensando si lo del "polo" es cachondeo, con el frío que hace, y qué será esa "paela", hasta que caes en la cuenta de que el hombre sólo conoce esas dos palabras en castellano, que le ha enseñado rápidamente un colega antes de subir al avión, y que no sabe pronunciar la elle.

Como la sedicente paella suele ser una blasfemia para un valenciano, lo que toca es comerse el pollo. Se trata de un bicho duro y difícil de tragar, probablemente tan hormonado que es posible que al llegar a España te detenga la policía y te lleve a declarar en el juicio de la Operación Puerto, y que te comes con desgana y porque hay que dar ejemplo a los niños, que te están mirando. Además, te comes un remedo de ensalada, un triángulo de queso, un micropanecillo y un bombón ruso caramelizado que te deja los dientes pringadísimos todo el viaje y hasta un par de días después de llegar, por mucho que te los limpies una y otra vez.

Y, además, te quedas con más hambre que un Viernes Santo por la noche.

He aquí que, luchando contra el polo, reparé en que mis vecinos de asiento, una pareja de treinteañeros, no tenían su bandeja de comida.

"No me extraña", pensé. "Éstos no tienen niños a los que dar ejemplo, así que pasan de torturas culinarias."

Pero no.

No habían pasado ni cinco minutos, cuando apareció el azafato del polo y la paela, y se dirigió a ellos:

- ¿Han pedido ustedes comida especial?

Y, con ese gracejo especial tan ruso, el hombre de la pareja se le quedó mirando con una cara totalmente inexpresiva y dijo "Da". Y punto.

- A ver... - dijo el azafato - ¿Comida kósher?

El ruso repitió el "da".

El azafato depositó en la mesa una bandeja, ¡y qué bandeja! Un pedazo de pan de impresión, bandejitas de todo tipo, un pedazo de carne estupendo...

"¿Cómo narices habrán conseguido estos fulanos que les pongan todo esto?", pensé, salivando a base de bien.

***

Pocas semanas después de estos sucesos, se produjo la mudanza a Bruselas, pero aún me quedan algunos viajes a Moscú. A la hora de montar el primero, hace un par de semanas, entré en la página de Aeroflot para comprar el billete y vi una opción, en una pestañita imperceptible, que permitía elegir comida.

"¡Hombre! A ver si esta vez me libro del polo y la paela."

"Vaya, vaya... comida vegetariana, comida asiática... pues hay opciones..."

"Yo, kósher."

Y, de manera resuelta, pinché en la opción del kósher; luego, fui escogiendo las opciones que me daba el menú.

- Nacionalidad, España y Canarias...

Sí, sí, no preguntéis por qué, pero, en la página de Aeroflot, España y Canarias están confederadas, o algo así.

- Pasaporte, el de toda la vida... fecha de nacimiento, la de siempre... vaya, es la primera vez en mi vida que pago en euros, y no en rublos... jo, qué caro.

Es curioso, pero los precios en rublos parecen más baratos, aunque sea la misma cifra al cambio.

Con lo cual, billete emitido, y ya sólo quedaba esperar al día del vuelo.

***

Aeroflot tiene la pésima costumbre de los vuelos nocturnos, en dirección a Moscú. Sale uno de Bruselas cinco minutos antes de medianoche, como Cenicienta, y llega a Moscú al alba, suponiendo que en Moscú, en estas fechas, amanezca alguna vez. Uno sale del avión medio zombi, después de toda la noche sin dormir y con tres horas de diferenca horaria, y ya toca empalmar con la siguiente juerga en tren, como un bakala de pro.

Ah, bueno, en el vuelo, lo que destaca es el reparto de la cena.

El azafato pasa con el carrito, y me mira. Fijamente. Muy fijamente. Luego inclina la cabeza para leer, con alguna dificultad, el número de asiento.

- ¿Ha pedido usted comida especial?

- ¡Da! - le suelto alborozado. Bueno, todo lo alborozado que se puede estar encajonado en un zulo a las dos de la madrugada.

- ¿Kósher?

- Как раз! (Exactamente) - le suelto con el mismo alborozo que antes.

El azafato saca una bandeja enorme, igualita que la que me puso la boca agua la otra vez, y me la coloca encima.

- Shalom - me dice con una sonrisa.

- ¿Qué?

- Shalom.

- ¿Shalom? Ah, sí, shalom, shalom...

Jolines. Pedazo de pan, carne con buena pinta, ensalada decente, jumus... mmm... toca bendecir la mesa, porras.

- Bendice, Señor, Dios mío...

A media bendición, y a punto de empezar a santiguarme, veo a mi vecina de asiento mirándome fijamente. Muy fijamente. Con cara de mandarme a Treblinka o Sachsenhausen a la mínima que pudiera.

"No sé... ¿se puede santiguar uno cuando está comiendo comida kósher?"

Bueno, pensé que quedaba un poco chocante, así que me corté un poco. Busqué por la bandeja, por si estaba haciendo algo mal y tenía que ponerme algún gorrito en la coronilla, o algo así. Pero no había nada.

De momento, me puse a papear, bajo la atenta mirada de mi vecina. Ah, bueno, no sólo de mi vecina; al otro lado del pasillo también había un señor muy interesado en mi persona, con cara de desagrado y de contarme que el trabajo libera. Jolines, cuánto antisemita hay suelto por ahí.

Todo era envidia, claro, porque yo me estaba poniendo como el rabino Quico, y ellos se estaban peleando con el polo, que ya sé yo que no es plato de gusto. Pero, claro, uno empieza con envidia y celos, y termina liándose un cinturón de bombas y haciéndose estallar en un autobús de Tel Aviv al grito de "Alá vencerá".

Luego pasó el azafato, con la tetera.

- ¿Quiere usted té?

- ¿Es kósher?

- Ah, no sé... igual sí.

- Bueno, por si acaso, déjelo.

- Como usted quiera. Shalom.

- Shalom.

Esta conversación le debió llamar la atención al vecino de detrás, porque volví la cabeza para seguir al azafato, y descubrí que el vecino me estaba mirando fijamente. Sí, sí, muy fijamente. Y con cara de vinagre, como si yo fuese un esbirro del Mossad y él tuviera ganas de intifada. Vi que en la bandeja había un vasito de té kósher. Piensan en todo. También hay un folleto de vodka kósher (pero eso lo dejo para otro día).

Al final, llegamos a Moscú. Mis vecinos de asiento pasan a mi lado con aprensión; al final, consigo pasar yo. El azafato está junto a la puerta despidiendo a los pasajeros.

- Hasta la vista... hasta la vista... hasta la vista... shalom, señor... hasta la vista...

A la vuelta me santiguo. Fijo. Aunque me den polo.

5 comentarios:

  1. jajajaja

    ahora solo te queda ir probando las otras opciones de comida, todo sea que aun haya alguna opcion que sea aun mejor que la que pediste!

    buenisimo

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  2. Heheh. Mira los de Aeroflot, haciéndole la pelota al personal judío. Si es que no hay como tener pelas: la gente se desvive por complacerte ;)

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  3. "Es curioso, pero los precios en rublos parecen más baratos, aunque sea la misma cifra al cambio."
    Es curioso pero a mi me sucede todo lo contrario

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  4. Miguel, lo dudo, pero claro, siempre puedo pedir un menú vegetariano para un viernes de Cuaresma, cosa que, curiosamente, en Iberia nunca ha sido posible (incluso cuando en Iberia daban algo).

    Arkadi, y si los que no somos judíos (bueno, eso creo, tampoco pasaría nada...) podemos aprovecharnos, pues tanto mejor.

    Andriey, ¿de verdad? Pues sí que es curioso. Supongo que yo viví la época en que el rublo realmente cada día valía menos, no como ahora, mientras que el cambio de la peseta al euro me pilló fuera y asocio el euro a algo que cuesta lo suyo.

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  5. Pues sí: "Eso creo"... Con todo lo que ha llovido en España a lo largo de los siglos, ¿quién puede asegurar que no tiene algo de sangre judía? Y más aún si por eso te van a dar de comer bien en los aviones... ^^

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