Querido Sepp:
Estos chicos siguen dando toda una lección de cómo sobrevivir en Moscú, aunque a veces las disensiones entre ellos (normales, para quienes les conocemos un poco) provoquen reacciones insospechadas. Como ayer, por ejemplo, en que Tortajada consiguió sacar adelante, con el apoyo de Spassky y Kúkoch, una visita al museo Pushkin. En esta ocasión, Manolo se quedó en minoría, y ya sabemos que los cuadros no son lo suyo. Nuevamente consiguieron pasar enseñando el DNI y diciendo que era su carné de estudiante. Al final, van a conseguir que los porteros de museos rusos exijan el DNI y rechacen los carnés de estudiante de verdad.
En tan apurado trance, Manolo fue a la cantina del museo y debió beberse en cinco minutos, por aburrimiento, cosa de un litro de cerveza, convirtiéndose en uno de los primeros visitantes borrachos del museo. Sin embargo, su actuación no fue demasiado aparatosa, y sólo intentó apoyarse sobre uno de los cuadros, en un momento de mareo, recibiendo la oportuna bronca por parte de la vigilante.
Aunque en menor medida, porque ya están pensando en el viaje a San Petersburgo, también han dicho alguna frase genial, que paso a recoger:
"Manolo, no hace falta que me abraces para andar por el museo" (Spassky)
"¡Os he reunido a los tres!" (Manolo, abrazando a Spassky, Kúkoch y Tortajada)
"No entiendo cómo no te puede gustar el arte ¡Si tú eres arte!" (Kúkoch)
"Un día es un día. Si hay que madrugar, se madruga. Hay que ir a las diez al mercadillo de cedés." (Kúkoch)
"Yo me gasto aquí menos que en Valencia." (Kúkoch)
"Sí, sí, yo, en Valencia, no como todo el día por quinientas pesetas, como aquí" (Spassky)
"Podíamos meter los espaguetis con mucho aceite, para que resbalen bien, en una botella de Fanta de dos litros, y nos los llevamos a San Petersburgo." (Manolo)
"¿Y podíamos ir a algún pueblo ruso, algo lejos de Moscú?" (Tortajada)
"Algún sitio que sea muy de pueblo, que vayan todos con boina." (Spassky)
"Quiero un sitio donde pueda cambiar baratijas por oro" (Kúkoch) "O que lleve yo una boina y la pueda cambiar por un gorro ruso".
"Es que no comprendo tu dieta, Manolo, cabrón. Dices que todo el día griechka, que quieres adelgazar, y luego vas y te comes tres kebabs, un litro de cerveza y tres helados." (Spassky)
Deseame suerte en San Petersburgo. Que me va a hacer falta. De todas formas, la temperatura de 13º y la lluvia que está cayendo deben contribuir a enfriar los ánimos de esta gente.
Alfor von Buchweizen
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
domingo, 30 de septiembre de 2012
viernes, 28 de septiembre de 2012
Gostis (V): Tranvías y calzoncillos
Durante el viaje de estos chicos necesitaba alguien en quien desahogar mis penas. En Valencia quedaba mi amigo Sepp von der Ebene, conocido común de ellos y mío, que ya ha aparecido en alguna entrada de esta bitácora.
Querido Sepp:
La verdad es que esta gente no deja de sorprenderme. Sus últimas aventuras por estos parajes son dignas de mención, y a ello voy, a mencionarlas.
Anteayer hicieron un esfuerzo supremo y se levantaron tempranísimo, de forma que consiguieron llegar al Kremlin, que era su objetivo para el día, a la una, cuando solamente hacía tres horas que lo habían abierto. Consiguieron pasar por precio de estudiante enseñando los DNI, en su estilo, liando a la cajera y mientras una rusa a la que habían convencido para que les ayudara por si fallaba lo de los DNI ("Idióms?") se aguantaba la risa como podía. Allí lograron que la milicia le cascara a Kúkoch una multa de 25 rublos por hacer fotografías dentro de una de las catedrales, mientras Spassky, que era el dueño de la cámara fotográfica, huía hacia el otro lado, dejando la solidaridad y otras zarandajas para otro momento.
Luego pasaron a recogerme al trabajo, y fuimos a comprar los billetes a San Petersburgo, no sin que Manolo, con un ataque agudísimo de hambre, insistiera en comer algo, lo que fuera, por el amor de Dios, y acabáramos comiendo un burrito en el metro. Bueno, Manolo se comió dos, y más hubiera comido si no fuera porque ya nos iban a cerrar la taquilla de los billetes y hubo que arrancarle de allí a la fuerza.
En la taquilla se portaron bastante bien. Sólo cambiaron de opinión siete veces sobre los trenes que querían tomar a San Petersburgo.
Pero a continuación tenían uno de los grandes problemas de su estancia ¿Cómo comportarse en sociedad? Porque, de forma totalmente incomprensible, les cayeron bien a mi novia, que se empeñó en invitarles a cenar, algo absolutamente insensato, pero, ¿qué se le va a hacer? Sin embargo, superaron la prueba con bastante solvencia, e incluso llevaron algún regalito a la anfitriona: un paquete de espaguetis de cuatrocientos gramos, un paquete de griechka, una botella de jarabe de fresa, otra de kvas y un rollo de chocolate (con mucho pan y poco chocolate). Además, como hacía calor, al llegar a la casa se quitaron unánimemente los pantalones para estar más cómodos y se quedaron en calzoncillos. Mi novia debió respirar profundamente cuando se fueron, pero no debe haber quedado demasiado disgustada, porque ¡se viene con nosotros a San Petersburgo! Creo que mi novia no me va a durar demasiado, a este paso.
Ayer tuvo lugar uno de los días más emocionantes de su estancia. Tortajada (la excepción culta del viaje) huyó de casa por la mañana un rato, pero contó con la solidaridad de Kúkoch, Spassky y Manolo, que se quedaron sobando y vegetando por casa hasta las cuatro de la tarde, y sólo entonces, al volver Tortajada, fueron a comprar algo para comer. Después de una siesta (todo era poco para descansar del día anterior), decidieron que nunca habían cogido un tranvía en Moscú, y que ya iba siendo hora. A las ocho de la tarde, o sea, poco antes de llegar yo del trabajo y de comprar mis billetes a San Petersburgo, decidieron salir valientemente de casa y tomar el primer tranvía que les paró cerca. Subieron, llegaron hasta el final de trayecto, y el conductor les obligó a bajar; obedientes, bajaron, se quedaron a la puerta, hasta que el conductor les dijo que ya podían subir. Subieron, y les llevó al otro final de trayecto, y les obligó a bajar. Bajaron, esperaron ya a que les volviera a dejar subir... y el conductor arrancó y se fue, porque eran las once y se iba de retiro. No me han conseguido explicar cómo volvieron a casa, pero me consta que lo conseguieron.
Su idea para hoy consistía en ver la galería Tretyakov, ya sabéis, el museo ese de iconos. Los iconos son "esos cuadricos que venden en las tiendas de souvenirs", según su definición. Luego no sé lo que pretenden hacer, porque tal vez se cansen por allí y porque no me quedó muy claro cómo van a estructurar el resto de su estancia. En todo caso, envío una nueva selección de frases, profundas como ellas solas.
"Alfor, ¿te molesta que me quite los pantalones largos en el ascensor?" (Manolo, entrando a casa en calzoncillos) "Es que, si te molesta, me los quito dentro de casa".
"Oye, dime qué hay de postre, a ver si me conviene repetir el primer plato" (Kúkoch, a mi novia, que les había invitado a cenar)
"¡Qué desinhibidos son!" (Mi novia, a mí, después de que Kúkoch, Manolo y Spassky se quitaran los pantalones largos y se quedaran en calzoncillos)
"Hay confianza, ¿no?" (Kúkoch y Spassky, antes de quitarse los pantalones)
"Oye, yo no he venido a Moscú a quedarme entre cuatro paredes ¿Vamos mañana al museo ése?" (Tortajada, tal vez un poco harto del plan)
"Bueno, va, habrá que ir." (Spassky, compasivo)
"Oye, Alfor, a mí no me gustan los cuadros, dime algo donde pueda ir" (Manolo)
"Venga, cabrón, vente al museo, a ver si te culturizas un poco" (Spassky)
"Puedes ir a pasear por la calle, a ver tías, porque, para encontrar algo que te guste más..." (Yo, pasando ya un poco de esta gente)
"Y por la tarde podíamos ir a esa calle Arbat que os conté..." (Tortajada, otra vez, hojeando el libro sobre Moscú que se ha comprado)
"¿Mañana por la tarde? No, no hagamos planes a largo plazo" (Kúkoch)
"Alfor, ¿aquí la gente es feliz?" (Manolo, sin avisar)
"Nos esperan un par de días muy duros en San Petersburgo. Habrá que descansar." (Spassky, tumbado en el sofá)
"Podríamos no comer en San Petersburgo ¡dureza!" (Kúkoch)
"¿Qué hay que ver en San Petersburgo?" (Tortajada)
"¿Hará frío en San Estrasburgo?" (Manolo)
"A San Petersburgo podemos llevar una cazuela de espaguetis. Fríos, y con aceite y nueces están buenísimos. Yo lo hacía siempre en la objeción." (Spassky)
"Hemos tenido un día durísimo" (Spassky, diciendo ¡uf! sentado en el sofá, después de explicar lo del tranvía)
Vaya, que San Petersburgo promete. Ya mandaré algo. a ver si me comentáis qué reacciones despierta en Valencia su estancia aquí. Avisaré cuando vayan a volver, para que Rita Barberá tome medidas preventivas.
Querido Sepp:
La verdad es que esta gente no deja de sorprenderme. Sus últimas aventuras por estos parajes son dignas de mención, y a ello voy, a mencionarlas.
Anteayer hicieron un esfuerzo supremo y se levantaron tempranísimo, de forma que consiguieron llegar al Kremlin, que era su objetivo para el día, a la una, cuando solamente hacía tres horas que lo habían abierto. Consiguieron pasar por precio de estudiante enseñando los DNI, en su estilo, liando a la cajera y mientras una rusa a la que habían convencido para que les ayudara por si fallaba lo de los DNI ("Idióms?") se aguantaba la risa como podía. Allí lograron que la milicia le cascara a Kúkoch una multa de 25 rublos por hacer fotografías dentro de una de las catedrales, mientras Spassky, que era el dueño de la cámara fotográfica, huía hacia el otro lado, dejando la solidaridad y otras zarandajas para otro momento.
Luego pasaron a recogerme al trabajo, y fuimos a comprar los billetes a San Petersburgo, no sin que Manolo, con un ataque agudísimo de hambre, insistiera en comer algo, lo que fuera, por el amor de Dios, y acabáramos comiendo un burrito en el metro. Bueno, Manolo se comió dos, y más hubiera comido si no fuera porque ya nos iban a cerrar la taquilla de los billetes y hubo que arrancarle de allí a la fuerza.
En la taquilla se portaron bastante bien. Sólo cambiaron de opinión siete veces sobre los trenes que querían tomar a San Petersburgo.
Pero a continuación tenían uno de los grandes problemas de su estancia ¿Cómo comportarse en sociedad? Porque, de forma totalmente incomprensible, les cayeron bien a mi novia, que se empeñó en invitarles a cenar, algo absolutamente insensato, pero, ¿qué se le va a hacer? Sin embargo, superaron la prueba con bastante solvencia, e incluso llevaron algún regalito a la anfitriona: un paquete de espaguetis de cuatrocientos gramos, un paquete de griechka, una botella de jarabe de fresa, otra de kvas y un rollo de chocolate (con mucho pan y poco chocolate). Además, como hacía calor, al llegar a la casa se quitaron unánimemente los pantalones para estar más cómodos y se quedaron en calzoncillos. Mi novia debió respirar profundamente cuando se fueron, pero no debe haber quedado demasiado disgustada, porque ¡se viene con nosotros a San Petersburgo! Creo que mi novia no me va a durar demasiado, a este paso.
Ayer tuvo lugar uno de los días más emocionantes de su estancia. Tortajada (la excepción culta del viaje) huyó de casa por la mañana un rato, pero contó con la solidaridad de Kúkoch, Spassky y Manolo, que se quedaron sobando y vegetando por casa hasta las cuatro de la tarde, y sólo entonces, al volver Tortajada, fueron a comprar algo para comer. Después de una siesta (todo era poco para descansar del día anterior), decidieron que nunca habían cogido un tranvía en Moscú, y que ya iba siendo hora. A las ocho de la tarde, o sea, poco antes de llegar yo del trabajo y de comprar mis billetes a San Petersburgo, decidieron salir valientemente de casa y tomar el primer tranvía que les paró cerca. Subieron, llegaron hasta el final de trayecto, y el conductor les obligó a bajar; obedientes, bajaron, se quedaron a la puerta, hasta que el conductor les dijo que ya podían subir. Subieron, y les llevó al otro final de trayecto, y les obligó a bajar. Bajaron, esperaron ya a que les volviera a dejar subir... y el conductor arrancó y se fue, porque eran las once y se iba de retiro. No me han conseguido explicar cómo volvieron a casa, pero me consta que lo conseguieron.
Su idea para hoy consistía en ver la galería Tretyakov, ya sabéis, el museo ese de iconos. Los iconos son "esos cuadricos que venden en las tiendas de souvenirs", según su definición. Luego no sé lo que pretenden hacer, porque tal vez se cansen por allí y porque no me quedó muy claro cómo van a estructurar el resto de su estancia. En todo caso, envío una nueva selección de frases, profundas como ellas solas.
"Alfor, ¿te molesta que me quite los pantalones largos en el ascensor?" (Manolo, entrando a casa en calzoncillos) "Es que, si te molesta, me los quito dentro de casa".
"Oye, dime qué hay de postre, a ver si me conviene repetir el primer plato" (Kúkoch, a mi novia, que les había invitado a cenar)
"¡Qué desinhibidos son!" (Mi novia, a mí, después de que Kúkoch, Manolo y Spassky se quitaran los pantalones largos y se quedaran en calzoncillos)
"Hay confianza, ¿no?" (Kúkoch y Spassky, antes de quitarse los pantalones)
"Oye, yo no he venido a Moscú a quedarme entre cuatro paredes ¿Vamos mañana al museo ése?" (Tortajada, tal vez un poco harto del plan)
"Bueno, va, habrá que ir." (Spassky, compasivo)
"Oye, Alfor, a mí no me gustan los cuadros, dime algo donde pueda ir" (Manolo)
"Venga, cabrón, vente al museo, a ver si te culturizas un poco" (Spassky)
"Puedes ir a pasear por la calle, a ver tías, porque, para encontrar algo que te guste más..." (Yo, pasando ya un poco de esta gente)
"Y por la tarde podíamos ir a esa calle Arbat que os conté..." (Tortajada, otra vez, hojeando el libro sobre Moscú que se ha comprado)
"¿Mañana por la tarde? No, no hagamos planes a largo plazo" (Kúkoch)
"Alfor, ¿aquí la gente es feliz?" (Manolo, sin avisar)
"Nos esperan un par de días muy duros en San Petersburgo. Habrá que descansar." (Spassky, tumbado en el sofá)
"Podríamos no comer en San Petersburgo ¡dureza!" (Kúkoch)
"¿Qué hay que ver en San Petersburgo?" (Tortajada)
"¿Hará frío en San Estrasburgo?" (Manolo)
"A San Petersburgo podemos llevar una cazuela de espaguetis. Fríos, y con aceite y nueces están buenísimos. Yo lo hacía siempre en la objeción." (Spassky)
"Hemos tenido un día durísimo" (Spassky, diciendo ¡uf! sentado en el sofá, después de explicar lo del tranvía)
Vaya, que San Petersburgo promete. Ya mandaré algo. a ver si me comentáis qué reacciones despierta en Valencia su estancia aquí. Avisaré cuando vayan a volver, para que Rita Barberá tome medidas preventivas.
miércoles, 26 de septiembre de 2012
Gostis (IV): Comida.
Viene de estos sitios:
Primera parte.
Segunda parte.
Tercera parte.
La vida de un gosti de bajo presupuesto en Moscú es bastante espartana. Estos chicos decidieron que vivir en Moscú tenía que ser más barato que hacerlo en Granollers, y ya lo creo que puede serlo. Comíamos espaguetis todos los días. También cenábamos espaguetis todos los días. Éramos una reserva ambulante de hidratos de carbono, y buena falta que nos hacía, porque éstos se ponían a fastidiarse mutuamente los planes, para divertirse, y más de un día hubo en que no hicieron nada por no ponerse de acuerdo, en una suerte de democracia destructiva poco ejemplar.
Pero lo peor fue cuando descubrieron el alforfón. Entonces, el alforfón iba barato, no como últimamente, que se perdieron un par de cosechas y está por las nubes.
- ¿Qué es esto?
- Pues según en qué idioma lo quieras. En castellano es alforfón, pero hasta los españoles lo llamamos griechka, que es como se dice en ruso.
- ¿Y a qué sabe?
- Mmmm... es difícil de explicar.
- ¿Cómo se cocina?
- Se hierve un rato en agua.
- ¿Sólo?
- Hombre, yo le hago un sofrito con chorizo y jamón y lo riego con aceite de oliva abundante, pero mis colegas dicen que soy un sacrílego por desperdiciar el chorizo y el jamón.
- ¿Y el aceite de oliva no?
- Sí, el aceite de oliva también.
- Pero si lo hierves solo, ¿está bueno?
- Sin duda. Es el alimento del futuro, ambrosía de dioses, y la comida del hombre superior.
Cualquiera que haya probado el alforfón a palo seco se estará dando cuenta de que yo exageraba un poco en mis alabanzas de tan excelente alimento. La griechka no es el bálsamo de Fierabrás, vale, pero no es tampoco néctar y ambrosía. Pero eso a mis invitados les daba igual. Bastaba con que fuera barato, nutritivo y abundante. Y eso el alforfón lo es.
Luego vino lo de ir al mercadillo de CD a comprar compactos piratas. Pero mejor me quedo con una selección de frases de aquellos figuras en sus primeros días.
"Es mejor que la sandía que hemos comprado esté mala. Así nos dura más." (Kúkoch)
"Si saco por la aduana una maleta con ciento cincuenta CD's, ¿me dirán algo?" (Manolo, después de que entre los tres se compraran sesenta CD's en un sólo puesto, y les hicieran precio de mayorista)
"En Rusia hace mucho calor y se come mal. No es como dicen en España." (Spassky, después de un menú barato a base de borsch, griechka, kvas y pelmennis con smetana).
"A vosotros los pelmennis os deberían gustar: Los masticas una vez y los comes toda la tarde. Así ahorráis" (Yo, saliendo de la cantina).
“Oye, Alfor, ¿te molesta que te llame Alfor?” (Manolo, de sopetón)
“¿Nos harán precio de mayorista si compramos quinientos yogures?” (Kúkoch, durante la cena)
“¡Dureza!” (Kúkoch, dando un golpe seco en la mesa con los nudillos, después de servirse un plato de griechka para cenar)
“Are they really twenty-eight years old?” (Megan, una amiga norteamericana, después de ver el comportamiento de estos chicos en el tren, camino de Sergíev Posad) “I can’t believe it!”
“Estoy muy cansado ¿Abandonamos?” (Manolo, a los cinco minutos de empezar un partido de baloncesto que acabaría durando hora y media)
“Estábamos jugando bien, pero teníamos una rémora, llamada Manolo, que, cuando le dices “arriba” se cree que tiene que tirar el balón por encima de él” (Spassky y Kúkoch)
“Yo que estaba dando lo mejor de mí mismo...” (Manolo, como autodefensa)
“Eres todavía más vago que yo.” (Kúkoch, a Manolo)
“Yo lo conozco, y sí, eres aún más vago que Kúkoch” (Spassky, a Manolo)
“Estos parece que se han aburrido de tanto dormir, y que se les ve algo más animados para salir” (Tortajada, que, en vista del plan, decidió ir de paseo por su cuenta)
“Ese cabrón de Alfor ya nos podía haber dicho lo de los mosquitos un mes antes, y no justo antes de salir” (Kúkoch)
“Manolo ha vuelto a negociar según su estilo. Le ofrecían veinte, y ha dicho que era poco y ofreció treinta” (Spassky)
“Que Manolo no negocie los taxis” (Kúkoch)
“Oye, ¿hay cedés en San Estrasburgo?” (Manolo, algo flojo en geografía, pensando en ir a San Petersburgo)
“Jo, mañana levantarse a las doce para ver el Kremlin ¡Uf! ¡Será duro!” (Spassky, tumbado en el sofá, viendo la tele)
“Desde que estoy aquí sólo tengo hambre y sed ¡Aj! ¡Normalmente sólo tengo hambre!" (Kúkoch)
“Moscú no es caro ¡Qué cosas dice Alfor! Basta con comer espaguetis y griechka. Granollers es más caro.” (Spassky)
En la entrada siguiente de esta serie, llegará otro momento álgido. Los gostis, comportándose en sociedad en una visita a la novia de su anfitrión. Lo de "comportarse" es sólo una forma de hablar.
Primera parte.
Segunda parte.
Tercera parte.
La vida de un gosti de bajo presupuesto en Moscú es bastante espartana. Estos chicos decidieron que vivir en Moscú tenía que ser más barato que hacerlo en Granollers, y ya lo creo que puede serlo. Comíamos espaguetis todos los días. También cenábamos espaguetis todos los días. Éramos una reserva ambulante de hidratos de carbono, y buena falta que nos hacía, porque éstos se ponían a fastidiarse mutuamente los planes, para divertirse, y más de un día hubo en que no hicieron nada por no ponerse de acuerdo, en una suerte de democracia destructiva poco ejemplar.
Pero lo peor fue cuando descubrieron el alforfón. Entonces, el alforfón iba barato, no como últimamente, que se perdieron un par de cosechas y está por las nubes.
- ¿Qué es esto?
- Pues según en qué idioma lo quieras. En castellano es alforfón, pero hasta los españoles lo llamamos griechka, que es como se dice en ruso.
- ¿Y a qué sabe?
- Mmmm... es difícil de explicar.
- ¿Cómo se cocina?
- Se hierve un rato en agua.
- ¿Sólo?
- Hombre, yo le hago un sofrito con chorizo y jamón y lo riego con aceite de oliva abundante, pero mis colegas dicen que soy un sacrílego por desperdiciar el chorizo y el jamón.
- ¿Y el aceite de oliva no?
- Sí, el aceite de oliva también.
- Pero si lo hierves solo, ¿está bueno?
- Sin duda. Es el alimento del futuro, ambrosía de dioses, y la comida del hombre superior.
Cualquiera que haya probado el alforfón a palo seco se estará dando cuenta de que yo exageraba un poco en mis alabanzas de tan excelente alimento. La griechka no es el bálsamo de Fierabrás, vale, pero no es tampoco néctar y ambrosía. Pero eso a mis invitados les daba igual. Bastaba con que fuera barato, nutritivo y abundante. Y eso el alforfón lo es.
Luego vino lo de ir al mercadillo de CD a comprar compactos piratas. Pero mejor me quedo con una selección de frases de aquellos figuras en sus primeros días.
"Es mejor que la sandía que hemos comprado esté mala. Así nos dura más." (Kúkoch)
"Si saco por la aduana una maleta con ciento cincuenta CD's, ¿me dirán algo?" (Manolo, después de que entre los tres se compraran sesenta CD's en un sólo puesto, y les hicieran precio de mayorista)
"En Rusia hace mucho calor y se come mal. No es como dicen en España." (Spassky, después de un menú barato a base de borsch, griechka, kvas y pelmennis con smetana).
"A vosotros los pelmennis os deberían gustar: Los masticas una vez y los comes toda la tarde. Así ahorráis" (Yo, saliendo de la cantina).
“Oye, Alfor, ¿te molesta que te llame Alfor?” (Manolo, de sopetón)
“¿Nos harán precio de mayorista si compramos quinientos yogures?” (Kúkoch, durante la cena)
“¡Dureza!” (Kúkoch, dando un golpe seco en la mesa con los nudillos, después de servirse un plato de griechka para cenar)
“Are they really twenty-eight years old?” (Megan, una amiga norteamericana, después de ver el comportamiento de estos chicos en el tren, camino de Sergíev Posad) “I can’t believe it!”
“Estoy muy cansado ¿Abandonamos?” (Manolo, a los cinco minutos de empezar un partido de baloncesto que acabaría durando hora y media)
“Estábamos jugando bien, pero teníamos una rémora, llamada Manolo, que, cuando le dices “arriba” se cree que tiene que tirar el balón por encima de él” (Spassky y Kúkoch)
“Yo que estaba dando lo mejor de mí mismo...” (Manolo, como autodefensa)
“Eres todavía más vago que yo.” (Kúkoch, a Manolo)
“Yo lo conozco, y sí, eres aún más vago que Kúkoch” (Spassky, a Manolo)
“Estos parece que se han aburrido de tanto dormir, y que se les ve algo más animados para salir” (Tortajada, que, en vista del plan, decidió ir de paseo por su cuenta)
“Ese cabrón de Alfor ya nos podía haber dicho lo de los mosquitos un mes antes, y no justo antes de salir” (Kúkoch)
“Manolo ha vuelto a negociar según su estilo. Le ofrecían veinte, y ha dicho que era poco y ofreció treinta” (Spassky)
“Que Manolo no negocie los taxis” (Kúkoch)
“Oye, ¿hay cedés en San Estrasburgo?” (Manolo, algo flojo en geografía, pensando en ir a San Petersburgo)
“Jo, mañana levantarse a las doce para ver el Kremlin ¡Uf! ¡Será duro!” (Spassky, tumbado en el sofá, viendo la tele)
“Desde que estoy aquí sólo tengo hambre y sed ¡Aj! ¡Normalmente sólo tengo hambre!" (Kúkoch)
“Moscú no es caro ¡Qué cosas dice Alfor! Basta con comer espaguetis y griechka. Granollers es más caro.” (Spassky)
En la entrada siguiente de esta serie, llegará otro momento álgido. Los gostis, comportándose en sociedad en una visita a la novia de su anfitrión. Lo de "comportarse" es sólo una forma de hablar.
viernes, 21 de septiembre de 2012
Llevas demasiado tiempo por aquí (II)
Igual que yo soy un español en Rusia, también hay rusos en España y seguro que más de uno de ellos se halla en una situación confusa con respecto a las costumbres españolas, muchas de las cuales, siendo objetivos, se las traen. Así, sin más, sabemos que tú, Dimitri, llevas demasiado tiempo en España si...
saludas a todo el mundo, en el ascensor, en las tiendas, en los urinarios públicos, en los aparcamientos y hasta en los senderos de montaña.
no te sorprende que, por muy grande que sea el piso que estés viendo, siempre haya un par de habitaciones donde sólo cabe una cama, y de canto.
estás acostumbrado a estudiantes treinteañeros y a jóvenes de 35 que buscan su primer trabajo.
te pones el cinturón de seguridad, incluso cuando estás en Rusia.
te importa un rábano el tipo de cambio del dólar.
ya no se te acaban los licores en mitad de la noche.
no puedes dormir si no hay cortinas.
en verano, vas por la sombra.
tiritas a 18 grados. Dejas de tiritar a 25 grados. Con 28 grados te quitas el jersey.
te molesta mucho la gente que te llama al trabajo entre la una y las cuatro, porque no te dejan hacer tranquilo la digestión.
cuando te dicen "mañana te llamo", no esperas que te llamen al día siguiente, sino que sabes perfectamente que seguramente te llamarán dentro de una semana (o un mes, o un lustro...). Eso si llaman.
estás convencido de que cobrar catorce pagas al año, y no doce, es lo más normal del mundo, y sabes que una te la gastarás en las rebajas de verano y la otra en las de enero.
aparcas de oído. Si encuentras dónde, claro.
te despides de un conocido, pero sigues conversando con él media hora más.
ya te has enterado de que Juan Carlos Primero no es el protagonista de una telenovela.
cuando te encuentras con una mujer, y cuando te despides de ella, le clavas dos besos en las mejillas, aunque entre una cosa y otra no hayan pasado más de cinco minutos.
te empieza a parecer que el melón combina bien con el jamón.
le echas patata a la tortilla y atún y aceitunas a la ensaladilla rusa. Ya no la llamas "olivié" ni "ensalada de la capital".
no sabes cómo se dice en ruso la mayoría del pescado que comes casi todos los días.
en Nochevieja te pones unos calzoncillos rojos y te comes doce uvas sin atragantarte demasiado.
ya no te hace gracia cuando alguien dice "curva", "huevo", "niebla" o "perdiz". Conoces a una chica cuyo apellido es Huidobro y no te da la risa tonta cuando la ves(bueno, ésta es sólo para rusohablantes :D ).
te gusta mezclar limonada y cerveza, y tampoco está nada mal el tinto con coca-cola.
no te indignas cuando ves a niños y adolescentes que se sientan en el suelo.
tú mismo te sientas en bancos de piedra o de cemento.
te da lo mismo que tu hijo empiece a berrear alguna canción en el autobús.
ni se te ocurre pedir té en una cafetería.
compras el regalo de cumpleaños para un amigo cuando vas de camino a su fiesta de cumpleaños.
llegas al aeropuerto de Moscú y te vas con el primer taxista que ves y te dice "taxi nada?", sin discutir.
* * *
Y ahora, ¿volvemos con los gostis? Seguramente a la próxima, si no sale nada más urgente.
saludas a todo el mundo, en el ascensor, en las tiendas, en los urinarios públicos, en los aparcamientos y hasta en los senderos de montaña.
no te sorprende que, por muy grande que sea el piso que estés viendo, siempre haya un par de habitaciones donde sólo cabe una cama, y de canto.
estás acostumbrado a estudiantes treinteañeros y a jóvenes de 35 que buscan su primer trabajo.
te pones el cinturón de seguridad, incluso cuando estás en Rusia.
te importa un rábano el tipo de cambio del dólar.
ya no se te acaban los licores en mitad de la noche.
no puedes dormir si no hay cortinas.
en verano, vas por la sombra.
tiritas a 18 grados. Dejas de tiritar a 25 grados. Con 28 grados te quitas el jersey.
te molesta mucho la gente que te llama al trabajo entre la una y las cuatro, porque no te dejan hacer tranquilo la digestión.
cuando te dicen "mañana te llamo", no esperas que te llamen al día siguiente, sino que sabes perfectamente que seguramente te llamarán dentro de una semana (o un mes, o un lustro...). Eso si llaman.
estás convencido de que cobrar catorce pagas al año, y no doce, es lo más normal del mundo, y sabes que una te la gastarás en las rebajas de verano y la otra en las de enero.
aparcas de oído. Si encuentras dónde, claro.
te despides de un conocido, pero sigues conversando con él media hora más.
ya te has enterado de que Juan Carlos Primero no es el protagonista de una telenovela.
cuando te encuentras con una mujer, y cuando te despides de ella, le clavas dos besos en las mejillas, aunque entre una cosa y otra no hayan pasado más de cinco minutos.
te empieza a parecer que el melón combina bien con el jamón.
le echas patata a la tortilla y atún y aceitunas a la ensaladilla rusa. Ya no la llamas "olivié" ni "ensalada de la capital".
no sabes cómo se dice en ruso la mayoría del pescado que comes casi todos los días.
en Nochevieja te pones unos calzoncillos rojos y te comes doce uvas sin atragantarte demasiado.
ya no te hace gracia cuando alguien dice "curva", "huevo", "niebla" o "perdiz". Conoces a una chica cuyo apellido es Huidobro y no te da la risa tonta cuando la ves(bueno, ésta es sólo para rusohablantes :D ).
te gusta mezclar limonada y cerveza, y tampoco está nada mal el tinto con coca-cola.
no te indignas cuando ves a niños y adolescentes que se sientan en el suelo.
tú mismo te sientas en bancos de piedra o de cemento.
te da lo mismo que tu hijo empiece a berrear alguna canción en el autobús.
ni se te ocurre pedir té en una cafetería.
compras el regalo de cumpleaños para un amigo cuando vas de camino a su fiesta de cumpleaños.
llegas al aeropuerto de Moscú y te vas con el primer taxista que ves y te dice "taxi nada?", sin discutir.
* * *
Y ahora, ¿volvemos con los gostis? Seguramente a la próxima, si no sale nada más urgente.
miércoles, 19 de septiembre de 2012
Llevas demasiado tiempo por aquí (I)
Hace unos años se pusieron de moda los textos de "sabes que llevas demasiado tiempo en Rusia si...". Vamos a recordar alguno de los más famosos de ellos:
Llevas demasiado tiempo en Rusia si...
tienes que pensártelo dos veces antes de tirar tu vigésimo tarro de cristal (aquí no se tira nada).
llevas una bolsa de plástico a todos los sitios "por si acaso" (uf, eso lo hago yo. Los que no lo entiendan, es que no estuvieron aquí en los primeros noventa).
al responder el teléfono, dices "allyó, allyó, allyó", antes de que tu interlocutor pueda decir nada.
guardas miguitas y restos de comida para los gatitos callejeros.
corres desesperado para cruzar la calle.
en invierno, vas por los sitios donde hay menos posibilidades de que te caiga un cacho de hielo en la cabeza.
te impresiona el nuevo modelo de Lada o Volga.
dejas que suene el teléfono unas cuantas veces antes de cogerlo, porque seguramente se han equivocado.
oyes por la radio que hace más o menos cero grados en la calle y piensas que por fin hace buen tiempo.
te peleas con un taxista pirata caucasiano por treinta rublos, por un trayecto de un par de kilómetros mientras está nevando.
sabes cómo quedó el Spartak y, además, te importa mucho.
estás orgulloso cuando ganas un forcejeo con una babushka por un puesto en la cola.
no sabes si ponerte el cinturón de seguridad por miedo a ofender al taxista y tener que explicarle durante un buen rato por qué te lo pones.
te llevas un alegrón cuando ves que hay papel higiénico en el cuarto de baño del trabajo.
miras a los zapatos de la gente para deducir su estatus (sí, sí, otro día explicaré por qué).
te preocupas bastante porque te olvidaste tu jeringuilla desechable, que siempre llevas encima "por si acaso", en el otro abrigo.
te alegras cuando realmente hay vino en la botella de Kinzmarauli georgiano.
ves que el móvil del guardia de seguridad rapado es más pequeño que el tuyo y estás celoso.
te mola que un pensionista en un "Moskvich" destartalado adelante al Mercedes de un oligarca.
no sabes qué hacer cuando el segurata de una discoteca te saluda amablemente.
piensas que hay gato encerrado cuando el policía de tráfico te dice que has de pagar sólo la multa oficial.
cuando el inspector de hacienda te dice que todo está correcto, te preguntas qué querrá en realidad.
para mujeres: tu novio extranjero te regala diez rosas y te ofendes mortalmente.
no le quitas la pegatina de "Sony" a tu televisor.
tienes envidia de tu colega extranjero porque las llaves de su piso son más pequeñas que las tuyas.
pides que no te pongan hielo en la bebida.
vas a coger setas y bayas por necesidad, no para pasar el rato.
te comienza a gustar el eneldo.
comes salchichas enormes para desayunar.
comienzas a hacerte colega de tu conductor o de tu mujer de la limpieza.
sabes cuál era el color favorito de Pushkin.
te vas a Bucarest y crees que es el paraíso.
comienzas a pensar que el pan complementa bien al vodka.
te importa el país de producción cuando vas de compras, así que vas leyendo las etiquetas de todo.
estás a ocho bajo cero, nieva, y decides irte al parque a pasear y apretarte una Baltika.
no te parece raro pagar cien rublos de multa por cruzar una línea doble al hacer un cambio de sentido totalmente ilegal en una carretera de seis carriles, mientras que un plato recalentado en el microondas en un restaurante patético cuesta mil rublos.
tus tazas de café huelen a vodka.
conoces a más de sesenta olgas.
le das tu tarjeta de visita del trabajo a tus conocidos.
te pones un gorrito de lana en la sauna.
vacías la botella de vino en un restaurante y la dejas en el suelo.
no te parece demasiado homosexual pegar a otros hombres desnudos en una sauna.
te preguntan como estás, y respondes "normal".
consideras que el "jolodets" y el "salo" hasta podrían ser comestibles.
aplastas la bolsita de té contra tu cuchara antes de beberte el té. Sin leche, por supuesto.
llegas al aeropuerto de Barajas, te sientas en un taxi, y le preguntas al taxista, con ganas de discutir, por cuánto te lleva a Arturo Soria.
Hasta aquí Rusia.
En la próxima entrada nos dedicaremos a España, que los españoles también tenemos nuestras cositas, ¿verdad?
Llevas demasiado tiempo en Rusia si...
tienes que pensártelo dos veces antes de tirar tu vigésimo tarro de cristal (aquí no se tira nada).
llevas una bolsa de plástico a todos los sitios "por si acaso" (uf, eso lo hago yo. Los que no lo entiendan, es que no estuvieron aquí en los primeros noventa).
al responder el teléfono, dices "allyó, allyó, allyó", antes de que tu interlocutor pueda decir nada.
guardas miguitas y restos de comida para los gatitos callejeros.
corres desesperado para cruzar la calle.
en invierno, vas por los sitios donde hay menos posibilidades de que te caiga un cacho de hielo en la cabeza.
te impresiona el nuevo modelo de Lada o Volga.
dejas que suene el teléfono unas cuantas veces antes de cogerlo, porque seguramente se han equivocado.
oyes por la radio que hace más o menos cero grados en la calle y piensas que por fin hace buen tiempo.
te peleas con un taxista pirata caucasiano por treinta rublos, por un trayecto de un par de kilómetros mientras está nevando.
sabes cómo quedó el Spartak y, además, te importa mucho.
estás orgulloso cuando ganas un forcejeo con una babushka por un puesto en la cola.
no sabes si ponerte el cinturón de seguridad por miedo a ofender al taxista y tener que explicarle durante un buen rato por qué te lo pones.
te llevas un alegrón cuando ves que hay papel higiénico en el cuarto de baño del trabajo.
miras a los zapatos de la gente para deducir su estatus (sí, sí, otro día explicaré por qué).
te preocupas bastante porque te olvidaste tu jeringuilla desechable, que siempre llevas encima "por si acaso", en el otro abrigo.
te alegras cuando realmente hay vino en la botella de Kinzmarauli georgiano.
ves que el móvil del guardia de seguridad rapado es más pequeño que el tuyo y estás celoso.
te mola que un pensionista en un "Moskvich" destartalado adelante al Mercedes de un oligarca.
no sabes qué hacer cuando el segurata de una discoteca te saluda amablemente.
piensas que hay gato encerrado cuando el policía de tráfico te dice que has de pagar sólo la multa oficial.
cuando el inspector de hacienda te dice que todo está correcto, te preguntas qué querrá en realidad.
para mujeres: tu novio extranjero te regala diez rosas y te ofendes mortalmente.
no le quitas la pegatina de "Sony" a tu televisor.
tienes envidia de tu colega extranjero porque las llaves de su piso son más pequeñas que las tuyas.
pides que no te pongan hielo en la bebida.
vas a coger setas y bayas por necesidad, no para pasar el rato.
te comienza a gustar el eneldo.
comes salchichas enormes para desayunar.
comienzas a hacerte colega de tu conductor o de tu mujer de la limpieza.
sabes cuál era el color favorito de Pushkin.
te vas a Bucarest y crees que es el paraíso.
comienzas a pensar que el pan complementa bien al vodka.
te importa el país de producción cuando vas de compras, así que vas leyendo las etiquetas de todo.
estás a ocho bajo cero, nieva, y decides irte al parque a pasear y apretarte una Baltika.
no te parece raro pagar cien rublos de multa por cruzar una línea doble al hacer un cambio de sentido totalmente ilegal en una carretera de seis carriles, mientras que un plato recalentado en el microondas en un restaurante patético cuesta mil rublos.
tus tazas de café huelen a vodka.
conoces a más de sesenta olgas.
le das tu tarjeta de visita del trabajo a tus conocidos.
te pones un gorrito de lana en la sauna.
vacías la botella de vino en un restaurante y la dejas en el suelo.
no te parece demasiado homosexual pegar a otros hombres desnudos en una sauna.
te preguntan como estás, y respondes "normal".
consideras que el "jolodets" y el "salo" hasta podrían ser comestibles.
aplastas la bolsita de té contra tu cuchara antes de beberte el té. Sin leche, por supuesto.
llegas al aeropuerto de Barajas, te sientas en un taxi, y le preguntas al taxista, con ganas de discutir, por cuánto te lleva a Arturo Soria.
Hasta aquí Rusia.
En la próxima entrada nos dedicaremos a España, que los españoles también tenemos nuestras cositas, ¿verdad?
lunes, 17 de septiembre de 2012
Dominicos (II)
La librería del monasterio estaba recubierta con una serie de estanterías repletas de libros polvorientos, pero desde luego no eran incunables. Como la portera había dicho, se veía bien a las claras que eran recién traídos de Alemania o Inglaterra.
La mayoría eran libros alemanes con claro origen en bibliotecas eclesiales católicas. Estaba el famoso Denzinger, en una edición de mitad del siglo XX, y varios otros libracos de consulta habitual y origen seguro en diversas facultades alemanas de Teología Católica. La mayoría eran libros de mediados del siglo pasado, y algún otro escapado de finales del siglo XIX. Un sitio muy chulo para curiosear y para pasarse horas mirando libros. Para el canonista aficionado, el sitio merecía la pena: había unos comentarios del Código de Derecho Canónico de 1917, escritos en 1923, que poco o nada pueden aprovechar al práctico actual, porque el actual código es de 1983, pero para el canonista historiador debían ser una delicia.
En el piso de abajo, que era donde estaba el meollo de lo visitable, había también unos cuantos estantes llenos de libros similares a los anteriores, con una pequeña lámpara de mesa encendida, como para dar sensación de celda de trabajo.
En la sala central era donde, muy probablemente, el coro ensayaba. Me puse a entonar la escala musical, para ver el efecto acústico; como saben los que me han oído cantar, "entonar" no es precisamente la palabra más adecuada para describir mi actividad vocal. Así y todo, se notaba una acústica muy buena, y eso que los años habían pasado por allí y dejando una huella bastante patente.
Y no sólo los años. El monasterio permaneció sin grandes acontecimientos en Tallinn hasta principios del siglo XVI, cuando tuvo lugar la reforma protestante. Lutero, como es bien sabido, era un monje agustino que detestaba el monacato, y así, allí donde pudo imponerse, los monasterios fueron suprimidos. Una de las primeras ciudades que se adhirieron al luteranismo fue, precisamente, Estonia, en el temprano 1524, y así los dominicos fueron expulsados y el monasterio quedó vacío, al igual que sucedió, algo más tarde, con la impresionante catedral de Tartu, sede del obispado desde el que se había evangelizado Estonia.
Las cosas vacías acaban por venirse abajo, y así fue como al monasterio dominico le fueron cayendo males encima, el más decisivo de los cuales fue el incendio de 1531. Durante los años posteriores, algunas partes del antiguo monasterio pasaron a ser viviendas particulares y el edificio cayó en un estado bastante cochambroso. En Tallínn, durante la dominación sueca, y puesto que los suecos eran protestantes, no hubo catolicismo, al menos en abierto. Pero los suecos perdieron la guerra del Norte contra los rusos, así, que, desde comienzos del siglo XVIII, éstos eran los que cortaban el bacalao.
Con los repartos de Polonia, la población católica del Imperio Ruso se incrementó notablemente, así que Catalina II, como ya quedó dicho en otra ocasión, fundó un obispado católico y Estonia cayó dentro del mismo.
A finales de 1845, en Tallinn, apareció la iglesia de San Pedro y San Pablo, aprovechando una parte de lo que había sido el convento dominico. Y así sigue hasta hoy, aunque entre 1845 y la actualidad han pasado más de una y más de dos cosas.
Cuando hube cantado lo suficiente, pasé a la siguiente fase de las recomendaciones de la portera y aproximé las manos, sin tocarlas, a ver si realmente pasaba la energía.
La verdad es que no noté absolutamente nada. Se suponía que tenía que notar un calor entre las manos, pero mi cuerpo debe ser un pésimo conductor de la energía. Me entretuve aún dando una vuelta por el claustro, que necesita unas cuantas reparaciones, y ya salí a donde estaba la abuelita.
- ¿Que? ¿Ha pasado la energía por su cuerpo?
- Pues... yo no he notado nada.
- Bueno. Ya pasará.
Seguramente.
- Mire. Le voy a enseñar unas fotografías mías.
- ¿Sí?
- Sí. Las tengo aquí. Mire estas nubes. Están formando mi nombre: Raisa.
- ¿Se llama usted así?
- Así me llamo. Y mire esta otra fotografía. El cielo está formando como dos manos, ¿no lo ve?
- Lo veo, sí.
- Y en esta fotografía no sé qué hay, pero es inquietante.
- Parece un puño.
- ¿Un puño? No... no es un puño.
Y se quedó mirando la foto un buen rato.
- No sé qué es. Pero es como si el cielo nos quisiera decir algo.
- Podría ser.
- Tengo más fotografías, pero parece que viene gente... no, ya se van... ¿De dónde es usted?
- Soy español.
- Español... sus antepasados construyeron este monasterio ¿Y qué profesión tiene usted?
- Soy jurista. Abogado.
- ¡Abogado!
- Sí.
- Si tuviéramos tiempo, nos ayudaría usted con el presidente de mi comunidad de vecinos. Todos queremos echarle, pero es imposible. No hay manera.
- Y, si todos quieren echarle, ¿cómo no lo consiguen?
- ¡No lo sé! Es un truhan y nos roba. Pero no hay manera de echarle.
- Si todos están de acuerdo...
- Nada. Es imposible. Pero ahora sí que parece que viene gente...
Así era. Un par de turistas rubios entraron en la sala, y yo me aparté.
- Drei euro, three euro...
Los turistas intentaron hacerse comprender y preguntaron qué había expuesto para merecer tal precio. Yo gané la salida y ya me dirigí al siguiente objetivo, que era la propia catedral de San Pedro y San Pablo, a la vuelta de la esquina, donde había cuatro misas dominicales: una en inglés, otra en estonio, una tercera en polaco y la cuarta en ruso, y no había más, ni yo me quería perder ésta.
El administrador de la comunidad de vecinos de la abuelita, de todas maneras, poco iba a tener que temer de un abogado extranjero. Al menos, mientras fuera pacífico.
La mayoría eran libros alemanes con claro origen en bibliotecas eclesiales católicas. Estaba el famoso Denzinger, en una edición de mitad del siglo XX, y varios otros libracos de consulta habitual y origen seguro en diversas facultades alemanas de Teología Católica. La mayoría eran libros de mediados del siglo pasado, y algún otro escapado de finales del siglo XIX. Un sitio muy chulo para curiosear y para pasarse horas mirando libros. Para el canonista aficionado, el sitio merecía la pena: había unos comentarios del Código de Derecho Canónico de 1917, escritos en 1923, que poco o nada pueden aprovechar al práctico actual, porque el actual código es de 1983, pero para el canonista historiador debían ser una delicia.
En el piso de abajo, que era donde estaba el meollo de lo visitable, había también unos cuantos estantes llenos de libros similares a los anteriores, con una pequeña lámpara de mesa encendida, como para dar sensación de celda de trabajo.
En la sala central era donde, muy probablemente, el coro ensayaba. Me puse a entonar la escala musical, para ver el efecto acústico; como saben los que me han oído cantar, "entonar" no es precisamente la palabra más adecuada para describir mi actividad vocal. Así y todo, se notaba una acústica muy buena, y eso que los años habían pasado por allí y dejando una huella bastante patente.
Y no sólo los años. El monasterio permaneció sin grandes acontecimientos en Tallinn hasta principios del siglo XVI, cuando tuvo lugar la reforma protestante. Lutero, como es bien sabido, era un monje agustino que detestaba el monacato, y así, allí donde pudo imponerse, los monasterios fueron suprimidos. Una de las primeras ciudades que se adhirieron al luteranismo fue, precisamente, Estonia, en el temprano 1524, y así los dominicos fueron expulsados y el monasterio quedó vacío, al igual que sucedió, algo más tarde, con la impresionante catedral de Tartu, sede del obispado desde el que se había evangelizado Estonia.
Las cosas vacías acaban por venirse abajo, y así fue como al monasterio dominico le fueron cayendo males encima, el más decisivo de los cuales fue el incendio de 1531. Durante los años posteriores, algunas partes del antiguo monasterio pasaron a ser viviendas particulares y el edificio cayó en un estado bastante cochambroso. En Tallínn, durante la dominación sueca, y puesto que los suecos eran protestantes, no hubo catolicismo, al menos en abierto. Pero los suecos perdieron la guerra del Norte contra los rusos, así, que, desde comienzos del siglo XVIII, éstos eran los que cortaban el bacalao.
Con los repartos de Polonia, la población católica del Imperio Ruso se incrementó notablemente, así que Catalina II, como ya quedó dicho en otra ocasión, fundó un obispado católico y Estonia cayó dentro del mismo.
A finales de 1845, en Tallinn, apareció la iglesia de San Pedro y San Pablo, aprovechando una parte de lo que había sido el convento dominico. Y así sigue hasta hoy, aunque entre 1845 y la actualidad han pasado más de una y más de dos cosas.
Cuando hube cantado lo suficiente, pasé a la siguiente fase de las recomendaciones de la portera y aproximé las manos, sin tocarlas, a ver si realmente pasaba la energía.
La verdad es que no noté absolutamente nada. Se suponía que tenía que notar un calor entre las manos, pero mi cuerpo debe ser un pésimo conductor de la energía. Me entretuve aún dando una vuelta por el claustro, que necesita unas cuantas reparaciones, y ya salí a donde estaba la abuelita.
- ¿Que? ¿Ha pasado la energía por su cuerpo?
- Pues... yo no he notado nada.
- Bueno. Ya pasará.
Seguramente.
- Mire. Le voy a enseñar unas fotografías mías.
- ¿Sí?
- Sí. Las tengo aquí. Mire estas nubes. Están formando mi nombre: Raisa.
- ¿Se llama usted así?
- Así me llamo. Y mire esta otra fotografía. El cielo está formando como dos manos, ¿no lo ve?
- Lo veo, sí.
- Y en esta fotografía no sé qué hay, pero es inquietante.
- Parece un puño.
- ¿Un puño? No... no es un puño.
Y se quedó mirando la foto un buen rato.
- No sé qué es. Pero es como si el cielo nos quisiera decir algo.
- Podría ser.
- Tengo más fotografías, pero parece que viene gente... no, ya se van... ¿De dónde es usted?
- Soy español.
- Español... sus antepasados construyeron este monasterio ¿Y qué profesión tiene usted?
- Soy jurista. Abogado.
- ¡Abogado!
- Sí.
- Si tuviéramos tiempo, nos ayudaría usted con el presidente de mi comunidad de vecinos. Todos queremos echarle, pero es imposible. No hay manera.
- Y, si todos quieren echarle, ¿cómo no lo consiguen?
- ¡No lo sé! Es un truhan y nos roba. Pero no hay manera de echarle.
- Si todos están de acuerdo...
- Nada. Es imposible. Pero ahora sí que parece que viene gente...
Así era. Un par de turistas rubios entraron en la sala, y yo me aparté.
- Drei euro, three euro...
Los turistas intentaron hacerse comprender y preguntaron qué había expuesto para merecer tal precio. Yo gané la salida y ya me dirigí al siguiente objetivo, que era la propia catedral de San Pedro y San Pablo, a la vuelta de la esquina, donde había cuatro misas dominicales: una en inglés, otra en estonio, una tercera en polaco y la cuarta en ruso, y no había más, ni yo me quería perder ésta.
El administrador de la comunidad de vecinos de la abuelita, de todas maneras, poco iba a tener que temer de un abogado extranjero. Al menos, mientras fuera pacífico.
miércoles, 12 de septiembre de 2012
Dominicos (I)
Pues sí, resulta que en Tallin hay una catedral católica y todo. La verdad es que lo de catedral le queda muy pomposo: la iglesia de mi pueblo es bastante mayor, y hasta la ermita que hay allí andará no muy lejos del tamaño de la catedral.
Estonia ha tenido históricamente poca relación con el catolicismo. No tan poca como Rusia, vale, pero no mucha más. Los primeros católicos, y cristianos en general, que aparecieron por allí fueron los cruzados alemanes de la Orden Teutónica. Mucha gente, sobre todo sarracenos y mahometanos varios, cuando le hablan de las cruzadas, piensa únicamente en las dirigidas a Tierra Santa, básicamente en los siglos XI y XII, con el fin de establecer y mantener el Reino cristiano de Jerusalén; piensa en Ricardo Corazón de León, Saladino y toda esa gente peliculera, lo cual es verdad, pero no es toda la verdad. Cruzadas hubo en bastantes más sitios, por ejemplo, en España, donde nos sobraban los mahometanos sin necesidad de ir a buscarlos a Palestina; cruzadas hubo, también, en el Sur de Francia.
Las del Sur de Francia eran particulares, porque se dirigían, no contra paganos o musulmanes, sino contra los herejes albigenses. Los cruzados, mandados por el enviados del Papa, Simón de Monfort, derrotaron en Muret en 1213 a los herejes y, de paso, al muy católico rey de Aragón, que estaba con ellos, y aprovecharon para poner el país bajo el control del rey de Francia, que hasta entonces mandaba más bien nada por allí.
Como la cosa no consistía sólo en zurrar a los herejes, sino también en convertirlos y, desde luego, en que no propagaran sus doctrinas, el Papa autorizó la creación de una orden religiosa encargada de predicar la doctrina cristiana ortodoxa, orden que fundó un español, Santo Domingo de Guzmán, y que por eso se llama de dos maneras, dominicos o predicadores. Los dominicos desempeñaron correctamente su cometido, y la prueba es que no se ven albigenses últimamente por ningún sitio. Quizá haya algún friki diciendo que es cátaro, pero en todo caso será un fricátaro, no más.
Lo que sabe mucha menos gente es que la orden de predicadores no se limitó al sur de Europa, sino que hizo sus pinitos por el norte.
Porque en el norte de Europa también había cruzadas. En España ni se las nombra, porque pillaban lejos, pero en Alemania las tienen bastante presentes y hasta recuerdo haberlas estudiado en clase de Historia, cuando era pequeño. La cruzada tenía como objetivo los pocos, pero existentes, pueblos que no eran cristianos todavía, es decir, las tribus de la costa báltica. Los caballeros teutones fundaron una especie de filial, la Orden Livonia, que le dio bastante empuje al asunto, y entre ellos y los daneses fueron apoderándose del país. En pocos años, se había fundado un obispado en Tartu, rodeado de paganos, desde el que la cristianización de Estonia fue imparable. Los estonios hicieron un par de intentos militares de sacarse de encima a sus evangelizadores, pero la cosa no les fue bien del todo.
Igualito que en el sur de Francia, pero probablemente con bastante peor tiempo, los dominicos llegaron al lugar para predicar el Evangelio con propiedad, momento a partir del cual las revueltas locales se fueron apagando. El monasterio dominico de Tallin data de 1246, y es el que me dispuse a visitar tras pasear por los lugares que conmemoran a Keres.
Subí por la estrecha escalera, y allí no había ningún visitante más, sino sólo una viejecita, vestida con una cofia y un vestido blancos, que leía un libro con aspecto distraído, y que seguramente no había visto muchos turistas aquel día. Al verme, levantó la cabeza y me enseñó tres dedos de su mano derecha.
- Three euros, drei Euro... - me dijo.
Bien, era el precio de la entrada, y la verdad es que telita de caro, con lo que no me extraña que no hubiera mucho turista. Ya podía haber algo bueno por allí.
- ¿Podemos hablar en ruso? - le pregunté, sospechando que sus rasgos eran más bien eslavos, mientras sacaba tres euros del bolsillo.
- Ah, habla usted ruso - me respondió, mientras me alargaba una entrada.
- Sí, y usted seguramente es rusa.
- Soy del Volga ¿Sabe usted dónde está el Volga?
- Me hago una idea, sí - ¿alguien conoce a alguno que sepa ruso y no sepa dónde está el Volga?
- Y usted, ¿de dónde es?
- Soy español.
- ¡Español! Sus antepasados construyeron este convento.
Vaya.
- ¿Por dónde comienza la visita?
- Ahora se lo cuento. Como no hay más visitas, le contaré algunas cosas. Por ahí se va a la librería. Había muchos libros en este monasterio, pero hubo un incendio, ¿sabe? Fue en 1531, y la mayoría de los libros se perdieron. Los que se pudieron salvar están ahora en un museo.
Miré desde fuera la librería, cuyas paredes estaban cubiertas por estanterías repletas de libros.
- Aquí hay libros... - musité.
- Sí, pero no son los que había. Ésos los trajeron hace poco de Alemania, o de Inglaterra, no sé. Abajo hay muchos más.
- Ya...
- Cuando baje, llegará al antiguo claustro del monasterio. Se llega por una pequeña puerta. Pase por ella, y verá que tiene una acústica privilegiada. Intente entonar una escala musical, y verá qué bien se oye.
- Voy a ver.
- Ah, y cuando esté allí, haga una cosa. Aproxime las manos, pero sin juntarlas, y estése quieto unos segundos, y verá cómo la energía del lugar pasa a través de usted.
- ¿La energía? - la miré con indecisión.
- Sí, sí, pero no junte las manos. Sólo aproxímelas.
- De acuerdo.
Y me metí por la puerta que debía llevarme a la librería. Pero lo que vi por allí queda para la próxima entrada, porque se me está haciendo tarde.
Estonia ha tenido históricamente poca relación con el catolicismo. No tan poca como Rusia, vale, pero no mucha más. Los primeros católicos, y cristianos en general, que aparecieron por allí fueron los cruzados alemanes de la Orden Teutónica. Mucha gente, sobre todo sarracenos y mahometanos varios, cuando le hablan de las cruzadas, piensa únicamente en las dirigidas a Tierra Santa, básicamente en los siglos XI y XII, con el fin de establecer y mantener el Reino cristiano de Jerusalén; piensa en Ricardo Corazón de León, Saladino y toda esa gente peliculera, lo cual es verdad, pero no es toda la verdad. Cruzadas hubo en bastantes más sitios, por ejemplo, en España, donde nos sobraban los mahometanos sin necesidad de ir a buscarlos a Palestina; cruzadas hubo, también, en el Sur de Francia.
Las del Sur de Francia eran particulares, porque se dirigían, no contra paganos o musulmanes, sino contra los herejes albigenses. Los cruzados, mandados por el enviados del Papa, Simón de Monfort, derrotaron en Muret en 1213 a los herejes y, de paso, al muy católico rey de Aragón, que estaba con ellos, y aprovecharon para poner el país bajo el control del rey de Francia, que hasta entonces mandaba más bien nada por allí.
Como la cosa no consistía sólo en zurrar a los herejes, sino también en convertirlos y, desde luego, en que no propagaran sus doctrinas, el Papa autorizó la creación de una orden religiosa encargada de predicar la doctrina cristiana ortodoxa, orden que fundó un español, Santo Domingo de Guzmán, y que por eso se llama de dos maneras, dominicos o predicadores. Los dominicos desempeñaron correctamente su cometido, y la prueba es que no se ven albigenses últimamente por ningún sitio. Quizá haya algún friki diciendo que es cátaro, pero en todo caso será un fricátaro, no más.
Lo que sabe mucha menos gente es que la orden de predicadores no se limitó al sur de Europa, sino que hizo sus pinitos por el norte.
Porque en el norte de Europa también había cruzadas. En España ni se las nombra, porque pillaban lejos, pero en Alemania las tienen bastante presentes y hasta recuerdo haberlas estudiado en clase de Historia, cuando era pequeño. La cruzada tenía como objetivo los pocos, pero existentes, pueblos que no eran cristianos todavía, es decir, las tribus de la costa báltica. Los caballeros teutones fundaron una especie de filial, la Orden Livonia, que le dio bastante empuje al asunto, y entre ellos y los daneses fueron apoderándose del país. En pocos años, se había fundado un obispado en Tartu, rodeado de paganos, desde el que la cristianización de Estonia fue imparable. Los estonios hicieron un par de intentos militares de sacarse de encima a sus evangelizadores, pero la cosa no les fue bien del todo.
Igualito que en el sur de Francia, pero probablemente con bastante peor tiempo, los dominicos llegaron al lugar para predicar el Evangelio con propiedad, momento a partir del cual las revueltas locales se fueron apagando. El monasterio dominico de Tallin data de 1246, y es el que me dispuse a visitar tras pasear por los lugares que conmemoran a Keres.
Subí por la estrecha escalera, y allí no había ningún visitante más, sino sólo una viejecita, vestida con una cofia y un vestido blancos, que leía un libro con aspecto distraído, y que seguramente no había visto muchos turistas aquel día. Al verme, levantó la cabeza y me enseñó tres dedos de su mano derecha.
- Three euros, drei Euro... - me dijo.
Bien, era el precio de la entrada, y la verdad es que telita de caro, con lo que no me extraña que no hubiera mucho turista. Ya podía haber algo bueno por allí.
- ¿Podemos hablar en ruso? - le pregunté, sospechando que sus rasgos eran más bien eslavos, mientras sacaba tres euros del bolsillo.
- Ah, habla usted ruso - me respondió, mientras me alargaba una entrada.
- Sí, y usted seguramente es rusa.
- Soy del Volga ¿Sabe usted dónde está el Volga?
- Me hago una idea, sí - ¿alguien conoce a alguno que sepa ruso y no sepa dónde está el Volga?
- Y usted, ¿de dónde es?
- Soy español.
- ¡Español! Sus antepasados construyeron este convento.
Vaya.
- ¿Por dónde comienza la visita?
- Ahora se lo cuento. Como no hay más visitas, le contaré algunas cosas. Por ahí se va a la librería. Había muchos libros en este monasterio, pero hubo un incendio, ¿sabe? Fue en 1531, y la mayoría de los libros se perdieron. Los que se pudieron salvar están ahora en un museo.
Miré desde fuera la librería, cuyas paredes estaban cubiertas por estanterías repletas de libros.
- Aquí hay libros... - musité.
- Sí, pero no son los que había. Ésos los trajeron hace poco de Alemania, o de Inglaterra, no sé. Abajo hay muchos más.
- Ya...
- Cuando baje, llegará al antiguo claustro del monasterio. Se llega por una pequeña puerta. Pase por ella, y verá que tiene una acústica privilegiada. Intente entonar una escala musical, y verá qué bien se oye.
- Voy a ver.
- Ah, y cuando esté allí, haga una cosa. Aproxime las manos, pero sin juntarlas, y estése quieto unos segundos, y verá cómo la energía del lugar pasa a través de usted.
- ¿La energía? - la miré con indecisión.
- Sí, sí, pero no junte las manos. Sólo aproxímelas.
- De acuerdo.
Y me metí por la puerta que debía llevarme a la librería. Pero lo que vi por allí queda para la próxima entrada, porque se me está haciendo tarde.
martes, 11 de septiembre de 2012
Ajedrez en Estonia: Keres (II)
En 1940, Estonia, Letonia y Lituania ingresaron en la URSS, y Keres se vio convertido en ciudadano soviético. Como ser humano, queda para sus adentros si le gustó o no la cosa, pero, como ajedrecista, de inmediato participó en el campeonato de la URSS de 1940, junto con otros soviéticos recientes, como Petrov, letón, y el campeón lituano, Mikenas. Entonces no se sabía muy bien, porque los ajedrecistas soviéticos (menos Botvinnik) no salían al extranjero, pero aquél era un torneo durísimo. De hecho, Keres, que podría pensarse que era uno de los mejores ajedrecistas del momento, si no el mejor, sólo pudo quedar cuarto. A lo largo de su vida sería tres veces campeón soviético, pero el primer torneo le debió pillar de sorpresa.
Poco después, Estonia salió de la URSS para pasar a formar parte de los territorios ocupados por el Tercer Reich. Keres, que tenía un aspecto bastante ario, no tuvo problemas con el nuevo régimen y participó en los torneos que se organizaban en la Alemania nazi y países accesibles desde ella (como España), junto con el cada vez más achacoso campeón mundial Alekhine, que tenía un hígado bastante castigado por años de afición a las bebidas que dejan mal cuerpo.
A los pocos años, Estonia volvió a entrar en la URSS. Las autoridades soviéticas torcieron el gesto ante un jugador que había jugado en torneos en Alemania, y estuvo un par de años jugando torneíllos de segunda fila y bajo sospecha. No volvió a jugar el campeonato soviético hasta 1947, pero entonces lo ganó con autoridad.
Lo que no pudo ser es campeón del mundo. Alekhine, que en sus años en el Tercer Reich había escrito algunos artículos antisemitas que aún hoy se leen con cierto espanto, nunca llegó a jugar con él y murió, cuando su hígado y algunos otros órganos de su cuerpo dijeron basta, en 1946, sin perder el título. En el torneo que se hizo para designar a su sucesor, Keres quedó tercero, y en los diferentes ciclos de candidatos al título quedó segundo en cuatro ocasiones distintas. Cuatro. Nadie ha conseguido eso hasta ahora, aunque es cierto que los tiempos han cambiado mucho.
Keres murió de una enfermedad coronaria en 1975. Hay quienes dicen que no llegó a campeón mundial porque era muy buena persona, y eso es algo que un ajedrecista con verdadera ambición no debe permitirse. Su torneo de candidatos de 1959 fue impecable, pero a su lado había un tipo, Misha Tal, que, además de ser un jugador muy bueno, era un poquito cabroncete con pintas, y se llevó el torneo, en buena parte, aplastando psicológicamente a los tres participantes más jovencitos, a los que aseguró que les machacaría por 4:0 (efectivamente, les sacó 11,5 puntos de 12 posibles), y perdían los nervios cuando jugaban contra él. Uno de esos jugadores "psicológicamente violados", un tal Bobby Fischer, se haría muy famoso después.
El caso es que el ajedrez en Estonia se quedó huérfano, y así sigue hasta hoy. Sus sucesores debían ser dos tipos bastante rarillos, como casi todos los ajedrecistas, Jaan Ehlvest, un tipo bastante polémico constantemente peleado con la federación, y Lembit Oll, que se suicidó hace unos años tirándose de una ventana. Hoy lo único que vi, ya que los billetes de cinco coronas están fuera de circulación, fueron la estatua de Keres en un parque medio vacío y bastante descuidado, y el relieve de Keres, supongo que en su casa, en la calle Vene (o sea, rusa), muy cerquita de la catedral católica.
Anda, si tienen una catedral católica...
Poco después, Estonia salió de la URSS para pasar a formar parte de los territorios ocupados por el Tercer Reich. Keres, que tenía un aspecto bastante ario, no tuvo problemas con el nuevo régimen y participó en los torneos que se organizaban en la Alemania nazi y países accesibles desde ella (como España), junto con el cada vez más achacoso campeón mundial Alekhine, que tenía un hígado bastante castigado por años de afición a las bebidas que dejan mal cuerpo.
A los pocos años, Estonia volvió a entrar en la URSS. Las autoridades soviéticas torcieron el gesto ante un jugador que había jugado en torneos en Alemania, y estuvo un par de años jugando torneíllos de segunda fila y bajo sospecha. No volvió a jugar el campeonato soviético hasta 1947, pero entonces lo ganó con autoridad.
Lo que no pudo ser es campeón del mundo. Alekhine, que en sus años en el Tercer Reich había escrito algunos artículos antisemitas que aún hoy se leen con cierto espanto, nunca llegó a jugar con él y murió, cuando su hígado y algunos otros órganos de su cuerpo dijeron basta, en 1946, sin perder el título. En el torneo que se hizo para designar a su sucesor, Keres quedó tercero, y en los diferentes ciclos de candidatos al título quedó segundo en cuatro ocasiones distintas. Cuatro. Nadie ha conseguido eso hasta ahora, aunque es cierto que los tiempos han cambiado mucho.
Keres murió de una enfermedad coronaria en 1975. Hay quienes dicen que no llegó a campeón mundial porque era muy buena persona, y eso es algo que un ajedrecista con verdadera ambición no debe permitirse. Su torneo de candidatos de 1959 fue impecable, pero a su lado había un tipo, Misha Tal, que, además de ser un jugador muy bueno, era un poquito cabroncete con pintas, y se llevó el torneo, en buena parte, aplastando psicológicamente a los tres participantes más jovencitos, a los que aseguró que les machacaría por 4:0 (efectivamente, les sacó 11,5 puntos de 12 posibles), y perdían los nervios cuando jugaban contra él. Uno de esos jugadores "psicológicamente violados", un tal Bobby Fischer, se haría muy famoso después.
El caso es que el ajedrez en Estonia se quedó huérfano, y así sigue hasta hoy. Sus sucesores debían ser dos tipos bastante rarillos, como casi todos los ajedrecistas, Jaan Ehlvest, un tipo bastante polémico constantemente peleado con la federación, y Lembit Oll, que se suicidó hace unos años tirándose de una ventana. Hoy lo único que vi, ya que los billetes de cinco coronas están fuera de circulación, fueron la estatua de Keres en un parque medio vacío y bastante descuidado, y el relieve de Keres, supongo que en su casa, en la calle Vene (o sea, rusa), muy cerquita de la catedral católica.
Anda, si tienen una catedral católica...
jueves, 6 de septiembre de 2012
Ajedrez en Estonia: Keres (I)
Estonia debe ser el único país, al menos de entre los que conozco, que tiene (o tenía) a un ajedrecista en sus billetes. Antes de la llegada del euro, que todo lo ha uniformado, en España estaban las efigies de músicos, científicos o monarcas; en Estonia, que adoptó el euro el año pasado, francamente, sólo recuerdo la imagen del billete de cinco coronas: Paul Keres. Y no puedo disimular ahora cierta sonrisita al recordar la entrada correspondiente en el "Diccionario de Ajedrez", un libro que tengo por Valencia y que recoge las biografías de los principales jugadores, además de lo términos técnicos propios de la disciplina. Allí, Keres figura como: Keres, Paul Petrovich (1916-1975).
Paul Petrovich, con patronímico, a la rusa. El patronímico fue impuesto con calzador en Estonia en 1940, cuando, según un curiosísimo manual escolar de Historia que conseguí en Bielorrusia, y que por lo visto sigue empleándose como método de enseñanza: "las formaciones obreras de Estonia, Letonia y Lituania, a la vista de la opresión del proletariado por parte de los regímenes burgueses y capitalistas de estos países, solicitaron el apoyo de la Unión Soviética, que intervino en las tres repúblicas para defender los intereses de los trabajadores explotados." Es una lástima que nos hayamos perdido los manuales de Historia nazis y su explicación de las sucesivas invasiones de la Segunda Guerra Mundia, porque seguro que también serían dignas de leerse.
Sea como fuere, y antes de 1940, Keres ya se había hecho un nombre en el panorama ajedrecístico. Gran teórico que había adquirido un conocimiento brutal de las aperturas a base de jugar literalmente cientos de partidas por correspondencia sin haber cumplido la veintena, asombró al mundillo en la Olimpiada de Ajedrez de 1937, defendiendo el primer tablero de Estonia. Que un país tan minúsculo obtuviera la medalla de bronce (eso ocurrió dos años después) fue toda una conmoción, además de que Keres, un desconocido hasta entonces, se destapó con un juego atacante espectacular, de los que ya entonces no se llevaban. Al año siguiente, ganó el torneo AVRO en Holanda, el más fuerte disputado nunca hasta entonces (el famoso Capablanca, por ejemplo, sólo pudo quedar penúltimo), y se puso a preparar el siguiente paso, que era la disputa del Campeonato del Mundo al entonces titular, Alexander Alekhine, un ruso blanco emigrado nacionalizado francés que estaba en declive físico.
Por aquel entonces, corría el año 1939 y todo parecía a favor de que un estonio se iba a convertir en campeón del mundo de algo. En este caso, ajedrez.
Paul Petrovich, con patronímico, a la rusa. El patronímico fue impuesto con calzador en Estonia en 1940, cuando, según un curiosísimo manual escolar de Historia que conseguí en Bielorrusia, y que por lo visto sigue empleándose como método de enseñanza: "las formaciones obreras de Estonia, Letonia y Lituania, a la vista de la opresión del proletariado por parte de los regímenes burgueses y capitalistas de estos países, solicitaron el apoyo de la Unión Soviética, que intervino en las tres repúblicas para defender los intereses de los trabajadores explotados." Es una lástima que nos hayamos perdido los manuales de Historia nazis y su explicación de las sucesivas invasiones de la Segunda Guerra Mundia, porque seguro que también serían dignas de leerse.
Sea como fuere, y antes de 1940, Keres ya se había hecho un nombre en el panorama ajedrecístico. Gran teórico que había adquirido un conocimiento brutal de las aperturas a base de jugar literalmente cientos de partidas por correspondencia sin haber cumplido la veintena, asombró al mundillo en la Olimpiada de Ajedrez de 1937, defendiendo el primer tablero de Estonia. Que un país tan minúsculo obtuviera la medalla de bronce (eso ocurrió dos años después) fue toda una conmoción, además de que Keres, un desconocido hasta entonces, se destapó con un juego atacante espectacular, de los que ya entonces no se llevaban. Al año siguiente, ganó el torneo AVRO en Holanda, el más fuerte disputado nunca hasta entonces (el famoso Capablanca, por ejemplo, sólo pudo quedar penúltimo), y se puso a preparar el siguiente paso, que era la disputa del Campeonato del Mundo al entonces titular, Alexander Alekhine, un ruso blanco emigrado nacionalizado francés que estaba en declive físico.
Por aquel entonces, corría el año 1939 y todo parecía a favor de que un estonio se iba a convertir en campeón del mundo de algo. En este caso, ajedrez.
domingo, 2 de septiembre de 2012
Estonia: esbozando el pasado
Estonia, desde luego, tiene su aquél, pero hay que reconocer que su capital es muy bonita y está muy bien conservada. Dicen que la Unión Europea ha puesto dinero a tutiplén, y así cualquiera, pero yo no estoy tan seguro, no en vano la Unión Europea ha metido dinero en muchos más sitios, y no están así ni mucho menos.
Para empezar, lo que está realmente bien es el centro de Tallinn. Eso sí, se separa uno del centro y se interna en la zona de expansión soviética urbana, y la cosa cambia. El bonito ladrillo en las aceras se ve reemplazado por el cutreasfalto soviético común en el urbanismo bolchevique, además de un paisaje urbano de casas de madera de aspecto precario y de edificios de cinco pisos mustios y decrépitos, como los de cualquier ciudad rusa de la época.
- Ahí es donde viven los rusos - decía una estonia que, eso sí, en alemán, nos estaba contando cosas en el mirador de San Olaf. Y hay que decir que no era tanto con tono despectivo como de indiferencia, como si estuviera hablando de japoneses o ruandeses y no de gente que, al fin y al cabo, no son recién llegados, sino que la gran mayoría ha nacido allí, lo que no les ha servido a muchos ni siquiera para conseguir la nacionalidad del país en que viven. No. Tienen que pasar un examen, aunque hablen estonio como los estonios. Algunos están la mar de contentos como apátridas. No tienen pasaporte, vale, pero con su tarjeta de residencia estonia les dejan pasaf a toda la zona Schengen... que es más de lo que pueden hacer sus compatriotas (bueno, o no) del otro lado de la frontera.
Cuando uno se aleja un poco más del centro y atraviesa la expansión de la ciudad en tiempos soviéticos, la cosa vuelve a cambiar y los edificios pasan a estar a la última. Estonia casi no tiene industria y se ha puesto en plan tecnológico y de desarrollo de la sociedad de la información: hay la tira de accesos wifi gratuitos repartidos por toda la ciudad, y los edificios de la parte más nueva, construidos después de la independencia, son del tipo ultramoderno que podemos encontrar en cualquier ciudad contemporánea.
Los estonios son gente no demasiado locuaz. Su historia es bastante reciente, al menos llevando la sartén por el mango. Por mucho que se inventen un pasado mítico fetén (y se lo inventan), hasta el siglo XIII están técnicamente en la Prehistoria. En el siglo XIII, los cruzados alemanes ocupan el país y dejan a los estonios recién cristianizados en plan sirviente. Los alemanes serán los dueños del cotarro prácticamente hasta 1920, que ahí es nada. Entretanto, el territorio de la actual Estonia será dominado, primero, por la Orden Teutónica; después de la batalla de Grunwald lo será por la orden livona, una especie de franquicia de la anterior; después de la reforma protestante, que acabó de hecho con la orden, el territorio será disputado por daneses, polacos y suecos, que son los que se acabarán quedando con lo que hoy son las repúblicas bálticas. En 1721, Pedro I vence en la guerra nórdica y se queda con el territorio, que será parte del Imperio Ruso hasta que el Imperio Ruso deje de existir. Tras una guerra a varias bandas entre 1918 y 1920, los bolcheviques decidieron apartarse de Estonia y concentrarse en los otros frentes que tenían.
Sin embargo, a lo largo de todo este tiempo, los estonios eran las capas bajas de la población. Los que cortaban el bacalao eran los alemanes, que eran entre el 10% y el 15% como mucho de la población, algo más en zonas urbanas, y cada uno de los gobernantes extranjeros que dominaron el país así lo reconocieron. El rey sueco Gustavo Adolfo, entre batalla y batalla de la guerra de los Treinta Años, fundó la universidad de Tartu... pero la fundó como universidad de Dorpat, que es como se dice Tartu en alemán, y en la universidad no se habló más que alemán hasta entrado el siglo XX.
Los estonios se van despertando un poco a lo largo del siglo XIX, pero sólo un poco. Su primer literato es un jovenzuelo que murió a los 21 años y que jamás publicó nada en su corta vida; más tarde, algunos profesores, varios de ellos de Tartu, en pleno romanticismo, comienzan a publicar cosillas en estonio, pero a nadie se le ocurre cosas como independizarse de Rusia.
Hasta 1918. Es un año complicado. En marzo, termina la primera guerra mundial y Estonia queda en zona alemana, pero el II Reich colapsa en noviembre y en los países bálticos se monta un jaleo de padre y muy señor mío, fundamentalmente en Estonia, donde coexisten hasta cuatro ejércitos diferentes: el ejército estonio, recién creado y que al principio sólo controla la zona costera en los alrededores de Tallinn; el ejército rojo, bolchevique, que controla en algunas fases el oriente del país, apoyado por un partido fantasma de comunistas estonios, que, por muy fantasma que sea, tendrá su importancia en 1939-1940; el ejército ruso blanco, comandado por Yudenich, que con la condescendencia de los estonios lanzará su ofensiva de 1919 sobre Petrogrado y que, tras su fracaso, fue desmovilizado e internado por los estonios; y la "Baltische Landeswehr", el ejército de los alemanes del báltico, unido a los restos del ejército alemán que se habían quedado por allí y que en algún momento del conflicto controlaba Livonia, más o menos el sur de Estonia, desde sus bases de Letonia. El jaleo recuerda un poco al que por aquellos tiempos se estaba montando en Ucrania (vale, el de Ucrania era todavía más liado).
La guerra de 1918-1920 es la gran epopeya de Estonia, y el tratado de paz de Tartu de 1920, en que la Rusia soviética reconoce la independencia de Estonia y se compromete a no inmiscuirse en sus asuntos, la cota máxima de la diplomacia estonia. Al menos, ellos lo ven así. Para un observador externo, no resulta muy difícil darse cuenta de que los bolcheviques estaban metidos en una guerra civil que sólo desde hacía poco estaban comenzando a ganar y que todavía les tendría ocupados algún tiempo, mientras que estaban preparando una guerra con Polonia, y que por ello el frente estonio era un estorbo que podían aplazar unos cuantos años (veinte, concretamente). Para los estonios, fue la guerra en que pusieron de rodillas a Rusia. El nacionalismo tiene serias dificultades con la objetividad.
Para empezar, lo que está realmente bien es el centro de Tallinn. Eso sí, se separa uno del centro y se interna en la zona de expansión soviética urbana, y la cosa cambia. El bonito ladrillo en las aceras se ve reemplazado por el cutreasfalto soviético común en el urbanismo bolchevique, además de un paisaje urbano de casas de madera de aspecto precario y de edificios de cinco pisos mustios y decrépitos, como los de cualquier ciudad rusa de la época.
- Ahí es donde viven los rusos - decía una estonia que, eso sí, en alemán, nos estaba contando cosas en el mirador de San Olaf. Y hay que decir que no era tanto con tono despectivo como de indiferencia, como si estuviera hablando de japoneses o ruandeses y no de gente que, al fin y al cabo, no son recién llegados, sino que la gran mayoría ha nacido allí, lo que no les ha servido a muchos ni siquiera para conseguir la nacionalidad del país en que viven. No. Tienen que pasar un examen, aunque hablen estonio como los estonios. Algunos están la mar de contentos como apátridas. No tienen pasaporte, vale, pero con su tarjeta de residencia estonia les dejan pasaf a toda la zona Schengen... que es más de lo que pueden hacer sus compatriotas (bueno, o no) del otro lado de la frontera.
Cuando uno se aleja un poco más del centro y atraviesa la expansión de la ciudad en tiempos soviéticos, la cosa vuelve a cambiar y los edificios pasan a estar a la última. Estonia casi no tiene industria y se ha puesto en plan tecnológico y de desarrollo de la sociedad de la información: hay la tira de accesos wifi gratuitos repartidos por toda la ciudad, y los edificios de la parte más nueva, construidos después de la independencia, son del tipo ultramoderno que podemos encontrar en cualquier ciudad contemporánea.
Los estonios son gente no demasiado locuaz. Su historia es bastante reciente, al menos llevando la sartén por el mango. Por mucho que se inventen un pasado mítico fetén (y se lo inventan), hasta el siglo XIII están técnicamente en la Prehistoria. En el siglo XIII, los cruzados alemanes ocupan el país y dejan a los estonios recién cristianizados en plan sirviente. Los alemanes serán los dueños del cotarro prácticamente hasta 1920, que ahí es nada. Entretanto, el territorio de la actual Estonia será dominado, primero, por la Orden Teutónica; después de la batalla de Grunwald lo será por la orden livona, una especie de franquicia de la anterior; después de la reforma protestante, que acabó de hecho con la orden, el territorio será disputado por daneses, polacos y suecos, que son los que se acabarán quedando con lo que hoy son las repúblicas bálticas. En 1721, Pedro I vence en la guerra nórdica y se queda con el territorio, que será parte del Imperio Ruso hasta que el Imperio Ruso deje de existir. Tras una guerra a varias bandas entre 1918 y 1920, los bolcheviques decidieron apartarse de Estonia y concentrarse en los otros frentes que tenían.
Sin embargo, a lo largo de todo este tiempo, los estonios eran las capas bajas de la población. Los que cortaban el bacalao eran los alemanes, que eran entre el 10% y el 15% como mucho de la población, algo más en zonas urbanas, y cada uno de los gobernantes extranjeros que dominaron el país así lo reconocieron. El rey sueco Gustavo Adolfo, entre batalla y batalla de la guerra de los Treinta Años, fundó la universidad de Tartu... pero la fundó como universidad de Dorpat, que es como se dice Tartu en alemán, y en la universidad no se habló más que alemán hasta entrado el siglo XX.
Los estonios se van despertando un poco a lo largo del siglo XIX, pero sólo un poco. Su primer literato es un jovenzuelo que murió a los 21 años y que jamás publicó nada en su corta vida; más tarde, algunos profesores, varios de ellos de Tartu, en pleno romanticismo, comienzan a publicar cosillas en estonio, pero a nadie se le ocurre cosas como independizarse de Rusia.
Hasta 1918. Es un año complicado. En marzo, termina la primera guerra mundial y Estonia queda en zona alemana, pero el II Reich colapsa en noviembre y en los países bálticos se monta un jaleo de padre y muy señor mío, fundamentalmente en Estonia, donde coexisten hasta cuatro ejércitos diferentes: el ejército estonio, recién creado y que al principio sólo controla la zona costera en los alrededores de Tallinn; el ejército rojo, bolchevique, que controla en algunas fases el oriente del país, apoyado por un partido fantasma de comunistas estonios, que, por muy fantasma que sea, tendrá su importancia en 1939-1940; el ejército ruso blanco, comandado por Yudenich, que con la condescendencia de los estonios lanzará su ofensiva de 1919 sobre Petrogrado y que, tras su fracaso, fue desmovilizado e internado por los estonios; y la "Baltische Landeswehr", el ejército de los alemanes del báltico, unido a los restos del ejército alemán que se habían quedado por allí y que en algún momento del conflicto controlaba Livonia, más o menos el sur de Estonia, desde sus bases de Letonia. El jaleo recuerda un poco al que por aquellos tiempos se estaba montando en Ucrania (vale, el de Ucrania era todavía más liado).
La guerra de 1918-1920 es la gran epopeya de Estonia, y el tratado de paz de Tartu de 1920, en que la Rusia soviética reconoce la independencia de Estonia y se compromete a no inmiscuirse en sus asuntos, la cota máxima de la diplomacia estonia. Al menos, ellos lo ven así. Para un observador externo, no resulta muy difícil darse cuenta de que los bolcheviques estaban metidos en una guerra civil que sólo desde hacía poco estaban comenzando a ganar y que todavía les tendría ocupados algún tiempo, mientras que estaban preparando una guerra con Polonia, y que por ello el frente estonio era un estorbo que podían aplazar unos cuantos años (veinte, concretamente). Para los estonios, fue la guerra en que pusieron de rodillas a Rusia. El nacionalismo tiene serias dificultades con la objetividad.