miércoles, 12 de septiembre de 2012

Dominicos (I)

Pues sí, resulta que en Tallin hay una catedral católica y todo. La verdad es que lo de catedral le queda muy pomposo: la iglesia de mi pueblo es bastante mayor, y hasta la ermita que hay allí andará no muy lejos del tamaño de la catedral.

Estonia ha tenido históricamente poca relación con el catolicismo. No tan poca como Rusia, vale, pero no mucha más. Los primeros católicos, y cristianos en general, que aparecieron por allí fueron los cruzados alemanes de la Orden Teutónica. Mucha gente, sobre todo sarracenos y mahometanos varios, cuando le hablan de las cruzadas, piensa únicamente en las dirigidas a Tierra Santa, básicamente en los siglos XI y XII, con el fin de establecer y mantener el Reino cristiano de Jerusalén; piensa en Ricardo Corazón de León, Saladino y toda esa gente peliculera, lo cual es verdad, pero no es toda la verdad. Cruzadas hubo en bastantes más sitios, por ejemplo, en España, donde nos sobraban los mahometanos sin necesidad de ir a buscarlos a Palestina; cruzadas hubo, también, en el Sur de Francia.

Las del Sur de Francia eran particulares, porque se dirigían, no contra paganos o musulmanes, sino contra los herejes albigenses. Los cruzados, mandados por el enviados del Papa, Simón de Monfort, derrotaron en Muret en 1213 a los herejes y, de paso, al muy católico rey de Aragón, que estaba con ellos, y aprovecharon para poner el país bajo el control del rey de Francia, que hasta entonces mandaba más bien nada por allí.

Como la cosa no consistía sólo en zurrar a los herejes, sino también en convertirlos y, desde luego, en que no propagaran sus doctrinas, el Papa autorizó la creación de una orden religiosa encargada de predicar la doctrina cristiana ortodoxa, orden que fundó un español, Santo Domingo de Guzmán, y que por eso se llama de dos maneras, dominicos o predicadores. Los dominicos desempeñaron correctamente su cometido, y la prueba es que no se ven albigenses últimamente por ningún sitio. Quizá haya algún friki diciendo que es cátaro, pero en todo caso será un fricátaro, no más.

Lo que sabe mucha menos gente es que la orden de predicadores no se limitó al sur de Europa, sino que hizo sus pinitos por el norte.

Porque en el norte de Europa también había cruzadas. En España ni se las nombra, porque pillaban lejos, pero en Alemania las tienen bastante presentes y hasta recuerdo haberlas estudiado en clase de Historia, cuando era pequeño. La cruzada tenía como objetivo los pocos, pero existentes, pueblos que no eran cristianos todavía, es decir, las tribus de la costa báltica. Los caballeros teutones fundaron una especie de filial, la Orden Livonia, que le dio bastante empuje al asunto, y entre ellos y los daneses fueron apoderándose del país. En pocos años, se había fundado un obispado en Tartu, rodeado de paganos, desde el que la cristianización de Estonia fue imparable. Los estonios hicieron un par de intentos militares de sacarse de encima a sus evangelizadores, pero la cosa no les fue bien del todo.

Igualito que en el sur de Francia, pero probablemente con bastante peor tiempo, los dominicos llegaron al lugar para predicar el Evangelio con propiedad, momento a partir del cual las revueltas locales se fueron apagando. El monasterio dominico de Tallin data de 1246, y es el que me dispuse a visitar tras pasear por los lugares que conmemoran a Keres.

Subí por la estrecha escalera, y allí no había ningún visitante más, sino sólo una viejecita, vestida con una cofia y un vestido blancos, que leía un libro con aspecto distraído, y que seguramente no había visto muchos turistas aquel día. Al verme, levantó la cabeza y me enseñó tres dedos de su mano derecha.

- Three euros, drei Euro... - me dijo.

Bien, era el precio de la entrada, y la verdad es que telita de caro, con lo que no me extraña que no hubiera mucho turista. Ya podía haber algo bueno por allí.

- ¿Podemos hablar en ruso? - le pregunté, sospechando que sus rasgos eran más bien eslavos, mientras sacaba tres euros del bolsillo.
- Ah, habla usted ruso - me respondió, mientras me alargaba una entrada.
- Sí, y usted seguramente es rusa.
- Soy del Volga ¿Sabe usted dónde está el Volga?
- Me hago una idea, sí - ¿alguien conoce a alguno que sepa ruso y no sepa dónde está el Volga?
- Y usted, ¿de dónde es?
- Soy español.
- ¡Español! Sus antepasados construyeron este convento.

Vaya.

- ¿Por dónde comienza la visita?
- Ahora se lo cuento. Como no hay más visitas, le contaré algunas cosas. Por ahí se va a la librería. Había muchos libros en este monasterio, pero hubo un incendio, ¿sabe? Fue en 1531, y la mayoría de los libros se perdieron. Los que se pudieron salvar están ahora en un museo.

Miré desde fuera la librería, cuyas paredes estaban cubiertas por estanterías repletas de libros.

- Aquí hay libros... - musité.
- Sí, pero no son los que había. Ésos los trajeron hace poco de Alemania, o de Inglaterra, no sé. Abajo hay muchos más.
- Ya...
- Cuando baje, llegará al antiguo claustro del monasterio. Se llega por una pequeña puerta. Pase por ella, y verá que tiene una acústica privilegiada. Intente entonar una escala musical, y verá qué bien se oye.
- Voy a ver.
- Ah, y cuando esté allí, haga una cosa. Aproxime las manos, pero sin juntarlas, y estése quieto unos segundos, y verá cómo la energía del lugar pasa a través de usted.
- ¿La energía? - la miré con indecisión.
- Sí, sí, pero no junte las manos. Sólo aproxímelas.
- De acuerdo.

Y me metí por la puerta que debía llevarme a la librería. Pero lo que vi por allí queda para la próxima entrada, porque se me está haciendo tarde.

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