Ha pasado un sexenio desde el 1 de mayo de 2006, día en que la primera entrada de esta bitácora vio la luz, pocos días después de una mudanza bastante afortunada y de que un instalador chapucero pusiera la conexión a Internet en casa.
En estos seis años la verdad es que ha habido de todo, pero, para lo que es Rusia, y para lo que es Moscú, las cosas han sido muy estables. Y han sido estables contra todo pronóstico: lo normal en Rusia hubiera sido cambiar de trabajo un par de veces (intentos vanos, hasta la fecha), pasar por unos altibajos qué para qué (algo de eso ha habido, pero no gran cosa), divorciarse y casarse sucesivamente (no está en la lista de cosas por hacer, a Dios gracias), tener varias amantes (eso les pasa a los demás, y que siga así) y pasar alguna que otra desgracia y trasegar el suficiente vodka como para olvidarlas un ratito.
Pero no. Mi familia y yo somos un ejemplo de regularidad y rutina. Nos pasan tan pocas cosas y hemos cambiado tan poco en estos seis años que las únicas diferencias son de edad: todos tenemos seis años más, lo cual a los adultos no nos supone un cambiazo excesivo, pero sí a los niños. Ame, que entró en esta bitácora con dos añitos y medio y sin hablar apenas, es ya un mocetón de ocho y lo que apenas hace es callar. Ro, que tenía cinco años y sólo pensaba en princesas y cosas bonitas, ahora tiene once años, ambiciones políticas y es el terror de todos los que estamos a su alrededor y tenemos la obligación de no decirle que sí a todo (que según ella sería lo justo, claro).
Y Abi, que iba a cumplir siete años y era una despistada integral, ahora va a cumplir trece y... bueno, ésta sí que no ha cambiado lo más mínimo.
Todos siguen yendo al mismo colegio, con más o menos los mismos profesores, o profesores del mismo tipo; las niñas hicieron la Primera Comunión, el niño está en puertas de hacerlo, y la familia me deja de rodríguez un mes y medio en verano, ya desde hace unos cuantos veranos. Pero yo, en lugar de irme de picos pardos aprovechando la condición de rodríguez y como hacen mis congéneres, dedico este tiempo a estudiar para unos exámenes de septiembre que no es que vayan ya a mejorar mi currículum, a hacer un viajecito por Rusia de los que no pude llevar a cabo en su día (y ya me queda poco de lo que se pueda hacer en un fin de semana), o a machacarme a base de flexiones, abdominales y carreras continuas... para participar en unas carreras que nunca ganaré.
Quedamos con la misma gente, despedimos a los que ya se fueron, dimos la bienvenida a los que llegaron y aguantamos los balbuceos de muchos novatos en el país, que cometieron las mismas meteduras de pata que cometimos nosotros cuando llegamos, y que aprendieron a coscorrones, como también nosotros hicimos en su día.
Compramos en la misma tienda desde hace por lo menos cinco años; vamos a la misma iglesia, y hasta a la misma misa, desde incluso antes que eso; viajamos a España en la misma época (bueno, una vez conseguimos ir a Fallas); tenemos el mismo coche, y hasta la misma bicicleta; nuestra niñera sigue siendo la misma.
Nos levantamos a la misma hora, incluso los sábados y domingos; comemos cosas semejantes; bebemos los mismos zumos; impartimos las mismas clases de español con los mismos libros a niños, eso sí, sucesivos; miramos por la ventana, y vemos las mismas cosas en los últimos seis años.
En resumidas cuentas, que somos la cosa más rutinaria que ha parido madre, lo cual es insólito en Moscú, y por tanto nuestra vida es lo menos noticiable que uno imaginarse pueda. Sin embargo, llevo seis años escribiendo una bitácora a un ritmo constante, como buen corredor de fondo, de más o menos ciento cincuenta entradas anuales, y en la que el hilo conductor son las cosas que me pasan, cuando en los párrafos precedentes he dejado dicho que a mí no me pasa nunca nada extraordinario.
No deja de ser un misterio que esta bitácora, en un momento en que las bitácoras están pasando de moda a la carrera, haya llegado al sexenio, y a estas alturas esté cerca de alcanzar las mil entradas. Mil. Miro a mi alrededor, a esa barra derecha que limpié por última vez de cadáveres hace unos meses, y vuelvo a ver cadáveres y moribundos; y miro a las estadísticas que Google me enseña cada vez que abro esto para ponerme a escribir, y parece que hay gente que entra aquí y, lo que es más chocante, cada vez hay más gente que lo hace. No mucha más, pero sí algo más.
Y eso es confuso. Porque tengo la impresión, sobre todo cuando, como he hecho hace un rato, releo las entradas de los dos o tres primeros años, que entonces la cosa estaba fresca y el estilo salía más espontáneo, mientras que ahora, aunque en este momento no sea así, las líneas pasan con esfuerzo y los temas no se agolpan para ser tratados como pasaba en los primeros tiempos. Sin embargo, entonces había muy pocos visitantes y ahora, sin ser muchos, hay bastantes más.
En Rusia, por otra parte, está el mismo presidente que hace seis años, e incluso parece que nunca llegó a irse; Moscú sigue tan ingobernable como siempre y, si bien ha cambiado de alcalde, el nuevo es de la misma horma que el anterior. El que se mueve no sale en la foto y el cambio es una especie de horror negativo que las autoridades y la gran mayoría de la población conjuran como si de ello dependiera la cena de la noche.
Sin embargo, el cambio está ahí, moviendo las hojas de los árboles que sólo ahora, tras un invierno interminable, lucen en los árboles, y probablemente alguien ahí arriba esté riéndose de quienes pretendan que las cosas sigan inalterables, aunque sea durante los próximos seis años. Porque, aunque no sepamos el día ni la hora, el cambio está ahí, latente, y su activación no depende de nosotros.
De momento, vamos a por el séptimo año.
Todo lo que se cuenta aquí debería tomarse con sentido del humor. Si usted no se ve capaz de hacerlo, y aun así persiste en entrar y leer, sepa que no va por usted, que lo que se cuenta está fuera de contexto y que incluso es posible que no sea ni verdad.
lunes, 30 de abril de 2012
viernes, 27 de abril de 2012
Conferencias (III)
Yo soy de la opinión de que la mayoría de las conferencias existen para justificar el trabajo de unas cuantas personas y que, con honradísimas excepciones, son perfectamente prescindibles.
La conferencia en la que me encontraba, lamentablemente, no era una de esas honradísimas excepciones. Simplemente se trataba de una actividad más del comité de la Duma que se ocupaba del sector concreto, con apoyo del Partido, que debían tener unos rublos apartados para un congreso anual (éste ya era el cuarto) y que se organizaba por purísima inercia y porque el espectáculo debía continuar. De esta forma se alimenta el ego de los ponentes, muy pagados de escucharse a sí mismos, se incluían la conferencia-congreso en el calendario y en el informe de actividades de aquél cuyo trabajo debía justificarse.
Para todo ello, y contando con el buen nombre del Partido, debía llenarse la sala. Es cuestión de pasta: si la inscripción a la conferencia-congreso es gratuita y das un buen papeo, tienes bastante ganado. Como eres un ente público ruso, tienes prensa adicta que no tiene más remedio que asistir, con sus cámaras, micrófonos y toda la parafernalia, y con eso importa poco que las intervenciones sean unos truños intragables. El caso es que salgan en la tele con una voz en off soltando paridas.
Bueno, pues si a los que más o menos teníamos relación con el asunto de la conferencia aquello nos estaba pareciendo un rollo macabeo, y no había más que ver los cabezazos que estábamos dando para cerciorarse de ello, lo de los chicos de la prensa era histórico. Como las ponencias, o al menos los powerpoints de las mismas, ya las tenían, y habían hecho todas las fotitos que les hacían faltan, sólo tenían necesidad de una cosa: que el jerifalte entrevistable de turno saliera de la mesa presidencial para sacarle unas palabritas.
Entretanto, hacían pinta, como el de la foto de arriba, de estar atareadísimos, cuando lo cierto es que, si nos fijamos bien en la pantalla del ordenador, está jugando al solitario.
La conferencia en la que me encontraba, lamentablemente, no era una de esas honradísimas excepciones. Simplemente se trataba de una actividad más del comité de la Duma que se ocupaba del sector concreto, con apoyo del Partido, que debían tener unos rublos apartados para un congreso anual (éste ya era el cuarto) y que se organizaba por purísima inercia y porque el espectáculo debía continuar. De esta forma se alimenta el ego de los ponentes, muy pagados de escucharse a sí mismos, se incluían la conferencia-congreso en el calendario y en el informe de actividades de aquél cuyo trabajo debía justificarse.
Para todo ello, y contando con el buen nombre del Partido, debía llenarse la sala. Es cuestión de pasta: si la inscripción a la conferencia-congreso es gratuita y das un buen papeo, tienes bastante ganado. Como eres un ente público ruso, tienes prensa adicta que no tiene más remedio que asistir, con sus cámaras, micrófonos y toda la parafernalia, y con eso importa poco que las intervenciones sean unos truños intragables. El caso es que salgan en la tele con una voz en off soltando paridas.
Bueno, pues si a los que más o menos teníamos relación con el asunto de la conferencia aquello nos estaba pareciendo un rollo macabeo, y no había más que ver los cabezazos que estábamos dando para cerciorarse de ello, lo de los chicos de la prensa era histórico. Como las ponencias, o al menos los powerpoints de las mismas, ya las tenían, y habían hecho todas las fotitos que les hacían faltan, sólo tenían necesidad de una cosa: que el jerifalte entrevistable de turno saliera de la mesa presidencial para sacarle unas palabritas.
Entretanto, hacían pinta, como el de la foto de arriba, de estar atareadísimos, cuando lo cierto es que, si nos fijamos bien en la pantalla del ordenador, está jugando al solitario.
miércoles, 25 de abril de 2012
La conferencia (II)
Al anunciar por los altavoces que iba a haber intervenciones en inglés, ese idioma que, por mucho que haya españoles que no se lo puedan creer, casi nadie habla ni entiende en Rusia, la práctica totalidad de los asistentes se levantó y comenzó a apelotonarse alrededor de la mesa en la que repartían los auriculares. Creo que nos quedamos sentados cuatro. Uno era yo, que hasta ahí llego; otro era un chaval jovencito, que no es que supiera inglés, sino que ya había agarrado los auriculares antes de entrar. El tercero y el cuarto eran dos orientales, que luego me enteré de que eran coreanos y que no tenían ni idea de inglés, pero habían venido a hacer unas cuantas fotos.
La conferencia no era el típico sarao que montan los yuppies de la Asociación de Empresarios Europeos con sus móviles de última generación y sus trajes estilo Camps, no. El organizador del acto era el Partido y quienes estaban allí era, mayormente, la vieja guardia empresarial rusa, por mucho que se ocuparan de nuevas tecnologías. Lo que sí era lo mismo eran los móviles de última generación. En eso no hay ruso al que no les encanten los cacharritos.
Las diferencias básicas entre ambas audiencias son el tamaño. El tamaño importa, ya lo creo que importa. Que se lo digan a mi vecino de asiento, un mastuerzo que parecía dibujado con un compás y que literalmente no cabía en un asiento. Se sentó en dos, con cada una de sus nalgas en una silla diferente, y así y todo ocupaba un poquito de la silla siguiente y que era ya la adyacente a la mía.
Buena parte de los asistentes estaban en un rango bastante voluminoso, sí, pero no tanto. Los organizadores, que posiblemente fueran empleados de Iberia, habían juntado demasiado las sillas, esperando quizá una asistencia masiva, y así estaban la mayoría de los asistentes, embutidos unos con otros.
Mujeres, lo que es mujeres, había pocas. Uno de los conferenciantes creo que era diputado de la Duma, y ése sí que llevaba a su asistente personal, que era la mujer más joven de la concurrencia. Como no había mucho sitio, acabó sentada a mi lado, en la silla que casi había dejado libre mi adiposo vecino. De todas formas, lo de sentada es un decir, porque estaba todo el rato levantándose y volviéndose a sentar, hablando por teléfono cada vez que había una pausa entre intervenciones, y escribiendo mensajes durante las mismas. Hay gente que les quitas el teléfono, y es como si les cortaras las manos, y me temo que ésta era una de ellas.
Las intervenciones, en sí, eran un rollo macabeo, como siempre en que el orador es un ruso de nivel inferior a alta dirección. Los rusos no se han conseguido librar de un respeto reverencial por las jerarquías, que paradójicamente no eliminó, sino al contrario, la época comunista, en que supuestamente eran todos iguales.
En la época comunista, todos debían ser iguales, y la consecuencia es que nadie debía decir nada que los demás no dijeran, probablemente porque corrían el riesgo de que al líder supremo no le gustara, lo cual podía terminar bastante mal para el librepensador. Los discursos bolcheviques típicos, si exceptuamos lo que pudiera decir el líder supremo, que ése sí tenía cierta libertad, eran de una insoportabilidad suprema, trufados de cifras y más cifras y comúnmente leído, porque no había quien se aprendiera de memoria esas cifras. Ni quien se las creyera, pero ésa es otra historia.
Ha pasado el comunismo en buena hora, pero los discursos plúmbeos forman parte de su herencia. Ahora, a nadie le llevan a Magadán por decir cosas que puedan no gustar al jefe, pero la tendencia a no arriesgarse en los discursos sigue ahí y es un sinvivir para los oyentes. Cifras y más cifras, datos y más datos, todo es una retahíla de objetividad pensada para que el orador oculte su opinión y que nadie termine por saber si es carne o pescado, o para que, cuando el jefe decida que es carne o pescado, el orador pueda seguir la opinión del jefe sin desdecirse.
Y es curioso, porque en realidad los rusos están mucho mejor preparados para hablar en público de lo que estamos los españoles. En la educación rusa el alumno está constantemente expuesto al escrutinio de los demás: recita poemas (no los lee, los declama), tiene actuaciones, compite en olimpiadas de conocimiento... cosas que en España simplemente no suceden. Sin el temor reverencial a las jerarquías, seguramente serían buenos oradores. Con el temor, son lo que son.
Unos pesados, sí.
La conferencia no era el típico sarao que montan los yuppies de la Asociación de Empresarios Europeos con sus móviles de última generación y sus trajes estilo Camps, no. El organizador del acto era el Partido y quienes estaban allí era, mayormente, la vieja guardia empresarial rusa, por mucho que se ocuparan de nuevas tecnologías. Lo que sí era lo mismo eran los móviles de última generación. En eso no hay ruso al que no les encanten los cacharritos.
Las diferencias básicas entre ambas audiencias son el tamaño. El tamaño importa, ya lo creo que importa. Que se lo digan a mi vecino de asiento, un mastuerzo que parecía dibujado con un compás y que literalmente no cabía en un asiento. Se sentó en dos, con cada una de sus nalgas en una silla diferente, y así y todo ocupaba un poquito de la silla siguiente y que era ya la adyacente a la mía.
Buena parte de los asistentes estaban en un rango bastante voluminoso, sí, pero no tanto. Los organizadores, que posiblemente fueran empleados de Iberia, habían juntado demasiado las sillas, esperando quizá una asistencia masiva, y así estaban la mayoría de los asistentes, embutidos unos con otros.
Mujeres, lo que es mujeres, había pocas. Uno de los conferenciantes creo que era diputado de la Duma, y ése sí que llevaba a su asistente personal, que era la mujer más joven de la concurrencia. Como no había mucho sitio, acabó sentada a mi lado, en la silla que casi había dejado libre mi adiposo vecino. De todas formas, lo de sentada es un decir, porque estaba todo el rato levantándose y volviéndose a sentar, hablando por teléfono cada vez que había una pausa entre intervenciones, y escribiendo mensajes durante las mismas. Hay gente que les quitas el teléfono, y es como si les cortaras las manos, y me temo que ésta era una de ellas.
Las intervenciones, en sí, eran un rollo macabeo, como siempre en que el orador es un ruso de nivel inferior a alta dirección. Los rusos no se han conseguido librar de un respeto reverencial por las jerarquías, que paradójicamente no eliminó, sino al contrario, la época comunista, en que supuestamente eran todos iguales.
En la época comunista, todos debían ser iguales, y la consecuencia es que nadie debía decir nada que los demás no dijeran, probablemente porque corrían el riesgo de que al líder supremo no le gustara, lo cual podía terminar bastante mal para el librepensador. Los discursos bolcheviques típicos, si exceptuamos lo que pudiera decir el líder supremo, que ése sí tenía cierta libertad, eran de una insoportabilidad suprema, trufados de cifras y más cifras y comúnmente leído, porque no había quien se aprendiera de memoria esas cifras. Ni quien se las creyera, pero ésa es otra historia.
Ha pasado el comunismo en buena hora, pero los discursos plúmbeos forman parte de su herencia. Ahora, a nadie le llevan a Magadán por decir cosas que puedan no gustar al jefe, pero la tendencia a no arriesgarse en los discursos sigue ahí y es un sinvivir para los oyentes. Cifras y más cifras, datos y más datos, todo es una retahíla de objetividad pensada para que el orador oculte su opinión y que nadie termine por saber si es carne o pescado, o para que, cuando el jefe decida que es carne o pescado, el orador pueda seguir la opinión del jefe sin desdecirse.
Y es curioso, porque en realidad los rusos están mucho mejor preparados para hablar en público de lo que estamos los españoles. En la educación rusa el alumno está constantemente expuesto al escrutinio de los demás: recita poemas (no los lee, los declama), tiene actuaciones, compite en olimpiadas de conocimiento... cosas que en España simplemente no suceden. Sin el temor reverencial a las jerarquías, seguramente serían buenos oradores. Con el temor, son lo que son.
Unos pesados, sí.
lunes, 23 de abril de 2012
Haciendo posible lo difícil
No voy mucho por el metro de Moscú. Es un medio tremendamente práctico de transporte, si no tienes otra opción, y es todo lo bonito y meritorio que se quiera, pero la verdad es que todo el que puede permitirse prescindir de él, lo hace. En hora punta, es un infierno; bueno, en hora punta es muy difícil encontrar un lugar de Moscú que no sea un infierno.
Fuera de las horas punta, el metro está muy bien. No hay demasiada gente, es posible incluso sentarse, y es cierto que los vagones son cutres, sí, pero corren que se las pelan. Hay quien dice que hay un modelo nuevo de vagón que no es cutre. Yo me he metido en el nuevo modelo de vagón, supuestamente fetén y nada cutre, y el que piense que esos modelos de vagón no son cutres es que hace mucho tiempo que no se ha subido en un vagón decente.
Una de las cosas interesantes del metro son los anuncios. En realidad, lo que es interesantes son los anuncios informales; los formales son aburridos: depósitos bancarios con intereses al 10%, hipotecas al 15%, electrodomésticos a precios que acaban en nueve... lo de siempre.
Los anuncios informales son esos papelitos, como el de la foto, que no son pegados por agencias de publicidad que hayan llegado a acuerdos con el metro. Lo de la publicidad en el metro bajo el anterior director del metro, Gayev, es una interesante historia de corruptelas a saco, pero será cosa de contarla otro día. El caso es que esos papelitos los pega cualquier viajero de estranjis completamente y su período de vida es limitado y dura básicamente hasta que pasa alguien que quiere aprovechar el espacio y arranca ese papel.
El anuncio concreto que ilustra esta entrada trata de hacer publicidad de unos honrados falsificadores que, a cambio de un precio, que quizá se pueda ajustar llamando al teléfono que ahí aparece (y que es un móvil, posiblemente hurtado), elaboran para el cliente toda suerte de:
* Diplomas ¿Que no tuviste ocasión de terminar el doctorado en Física que ibas camino de hacer cuando se cruzó en tu vida aquel profesor que insistía en que no te aprobaba la secundaria a no ser que, por lo menos, fueras a clase? No hay problema. Aquí están para ayudar a resolver esos flagrantes casos de injusticia social y de discriminación intolerable.
* Atestados. Probablemente se trate de certificados médicos que permiten escaquearse del curro estés o no enfermo. No hay derecho a que las causas justas que hay de no ir al trabajo no puedan ser justificadas y sean descontadas por la empresa de las siempre insuficientes vacaciones anuales. Si uno es aficionado a los deportes de invierno, y es invierno, o tiene una clase de griego moderno para la que aún tiene que hacer los deberes, ¿qué tiene que hacer? ¿Irse de vacaciones, pudiendo caer enfermo tranquilamente? ¡La duda ofende!
* Historias laborales (трудовые книжки) ¿Qué ocurre si uno aspira a un merecido trabajo de director de recursos humanos, pero pasó durante los últimos veintidós años una mala racha y estuvo trabajando esporádicamente de repartidor de publicidad en negro? ¿Es motivo eso para condenar toda una vida? ¿No hay redención, perdón, expiación y todas esas cosas relacionadas con una segunda oportunidad? ¡Claro que sí, y para eso están aquí estas personas! En poco tiempo, hasta Belén Esteban podría tener un currículum que sería la envidia de López de Arriortúa, basta con llamar al teléfono de la foto.
Sí, los he llamado falsificadores, pero quizá he sido un poco injusto. En realidad, son como los Reyes Magos, unos benefactores prestos a cumplir los deseos de la gente.
¿Que los Reyes Magos no cobran por repartir felicidad?
Detalles sin importancia, detalles sin importancia...
Fuera de las horas punta, el metro está muy bien. No hay demasiada gente, es posible incluso sentarse, y es cierto que los vagones son cutres, sí, pero corren que se las pelan. Hay quien dice que hay un modelo nuevo de vagón que no es cutre. Yo me he metido en el nuevo modelo de vagón, supuestamente fetén y nada cutre, y el que piense que esos modelos de vagón no son cutres es que hace mucho tiempo que no se ha subido en un vagón decente.
Una de las cosas interesantes del metro son los anuncios. En realidad, lo que es interesantes son los anuncios informales; los formales son aburridos: depósitos bancarios con intereses al 10%, hipotecas al 15%, electrodomésticos a precios que acaban en nueve... lo de siempre.
Los anuncios informales son esos papelitos, como el de la foto, que no son pegados por agencias de publicidad que hayan llegado a acuerdos con el metro. Lo de la publicidad en el metro bajo el anterior director del metro, Gayev, es una interesante historia de corruptelas a saco, pero será cosa de contarla otro día. El caso es que esos papelitos los pega cualquier viajero de estranjis completamente y su período de vida es limitado y dura básicamente hasta que pasa alguien que quiere aprovechar el espacio y arranca ese papel.
El anuncio concreto que ilustra esta entrada trata de hacer publicidad de unos honrados falsificadores que, a cambio de un precio, que quizá se pueda ajustar llamando al teléfono que ahí aparece (y que es un móvil, posiblemente hurtado), elaboran para el cliente toda suerte de:
* Diplomas ¿Que no tuviste ocasión de terminar el doctorado en Física que ibas camino de hacer cuando se cruzó en tu vida aquel profesor que insistía en que no te aprobaba la secundaria a no ser que, por lo menos, fueras a clase? No hay problema. Aquí están para ayudar a resolver esos flagrantes casos de injusticia social y de discriminación intolerable.
* Atestados. Probablemente se trate de certificados médicos que permiten escaquearse del curro estés o no enfermo. No hay derecho a que las causas justas que hay de no ir al trabajo no puedan ser justificadas y sean descontadas por la empresa de las siempre insuficientes vacaciones anuales. Si uno es aficionado a los deportes de invierno, y es invierno, o tiene una clase de griego moderno para la que aún tiene que hacer los deberes, ¿qué tiene que hacer? ¿Irse de vacaciones, pudiendo caer enfermo tranquilamente? ¡La duda ofende!
* Historias laborales (трудовые книжки) ¿Qué ocurre si uno aspira a un merecido trabajo de director de recursos humanos, pero pasó durante los últimos veintidós años una mala racha y estuvo trabajando esporádicamente de repartidor de publicidad en negro? ¿Es motivo eso para condenar toda una vida? ¿No hay redención, perdón, expiación y todas esas cosas relacionadas con una segunda oportunidad? ¡Claro que sí, y para eso están aquí estas personas! En poco tiempo, hasta Belén Esteban podría tener un currículum que sería la envidia de López de Arriortúa, basta con llamar al teléfono de la foto.
Sí, los he llamado falsificadores, pero quizá he sido un poco injusto. En realidad, son como los Reyes Magos, unos benefactores prestos a cumplir los deseos de la gente.
¿Que los Reyes Magos no cobran por repartir felicidad?
Detalles sin importancia, detalles sin importancia...
viernes, 20 de abril de 2012
La conferencia (I)
Una conferencia es un lugar singular. Desde luego, representa una ruptura con la rutina que no deja de ser agradable; por otra, es raro que haya conferencias en que todas las ponencias tengan interés para cualquiera de los asistentes, por lo que, indefectiblemente, una parte del tiempo es una tortura china en que querrías estar en cualquier parte, menos donde estás. A ser posible sobre tu cama, con la almohada bajo el cuello y el pijama puesto.
Pero no. El destino te ha situado en una sala de un hotel, rodeado de ruskis entrados en carnes, y escuchando a un fulano que reúne todas las cualidades somníferas que se requieren: no sabe hablar en público y lo que dice no tiene el menor interés.
En estas circunstancias, dormirse sigue quedando feo. Hay quien no piensa así, pero, no sé si por suerte o por desgracia, no estoy entre ellos.
La cosa comenzó de rebote, como casi siempre. Acabo en sitios como éste porque no podemos faltar, y porque seguro que es muy interesante. Obviamente, el interés es variable y el hecho de que faltáramos no tendría la menor repercusión en la marcha del mundo, pero las cosas son así.
Yo suelo ser puntual, pero apurado. Digamos que nunca llego tarde, pero siempre llego justito, lo cual siempre lleva a unos minutos de nervios, antes de llegar y darte cuenta de que el acto no va a comenzar hasta dentro de por lo menos media hora, por mucho que el programa diga lo contrario, y que vas sobrado.
El caso es que, sobre todo si el hotel es nuevo en tu experiencia (no era el caso), buscas por dónde está la mesa de registro, y ves a un par de señoras delante de una mesa con un montón de acreditaciones extendidas sobre la misma en orden alfabético.
- Buenos días ¿El congreso de ahorro energético en la producción?
- Sí - dice una de las señoras levantando pesadamente la cabeza.
Dios mío, con la de chicas guapas que hay en Moscú, les debe haber costado muchísimo encontrar a este adefesio.
- Soy Alfor von Buchweizen.
- ¿De qué empresa?
- Chirimías Zonsa.
La señora rebusca entre las acreditaciones y sí, estoy inscrito. Qué pena...
Me da la acreditación y me toca ponérmela en plan cencerro. Por un lado, está mi nombre en ruso, para que lo entiendan los demás participantes; por el otro, está mi nombre en inglés, supuestamente para que lo entienda yo, que soy guiris y es cosa bien sabida que los guiris no tenemos derecho a entender el ruso. Todos contentos.
Entra uno a la sala donde se celebra el congreso y sólo hay cuatro gatos. Claro, eso pasa porque hay pocos pardillos que llegan a la hora anunciada, y no media hora después. Me siento junto al pasillo central, para verlo bien todo y asegurándome de tener sólo un vecino de asiento. Alguna vez me ha pasado tener dos vecinos de asiento del tamaño de un T-34 y, por desgracia (o no), esto no es precisamente un congreso de supermodelos femeninas.
Yo, que ya sé de qué va el percal, ya me llevo algo para hacer durante los períodos muertos. Poco a poco va llegando gente, y entonces uno de los organizadores toma el micrófono y, por los altavoces, suena la siguiente frase:
- Atención, atención. Anunciamos que varias de las intervenciones van a ser en inglés y otras en ruso. Los asistentes que no entiendan alguna de las lenguas pueden proveerse de auriculares para escuchar la traducción simultánea.
Revuelo monumental en la sala y caras de estupor entre los asistentes.
(continuará)
Pero no. El destino te ha situado en una sala de un hotel, rodeado de ruskis entrados en carnes, y escuchando a un fulano que reúne todas las cualidades somníferas que se requieren: no sabe hablar en público y lo que dice no tiene el menor interés.
En estas circunstancias, dormirse sigue quedando feo. Hay quien no piensa así, pero, no sé si por suerte o por desgracia, no estoy entre ellos.
La cosa comenzó de rebote, como casi siempre. Acabo en sitios como éste porque no podemos faltar, y porque seguro que es muy interesante. Obviamente, el interés es variable y el hecho de que faltáramos no tendría la menor repercusión en la marcha del mundo, pero las cosas son así.
Yo suelo ser puntual, pero apurado. Digamos que nunca llego tarde, pero siempre llego justito, lo cual siempre lleva a unos minutos de nervios, antes de llegar y darte cuenta de que el acto no va a comenzar hasta dentro de por lo menos media hora, por mucho que el programa diga lo contrario, y que vas sobrado.
El caso es que, sobre todo si el hotel es nuevo en tu experiencia (no era el caso), buscas por dónde está la mesa de registro, y ves a un par de señoras delante de una mesa con un montón de acreditaciones extendidas sobre la misma en orden alfabético.
- Buenos días ¿El congreso de ahorro energético en la producción?
- Sí - dice una de las señoras levantando pesadamente la cabeza.
Dios mío, con la de chicas guapas que hay en Moscú, les debe haber costado muchísimo encontrar a este adefesio.
- Soy Alfor von Buchweizen.
- ¿De qué empresa?
- Chirimías Zonsa.
La señora rebusca entre las acreditaciones y sí, estoy inscrito. Qué pena...
Me da la acreditación y me toca ponérmela en plan cencerro. Por un lado, está mi nombre en ruso, para que lo entiendan los demás participantes; por el otro, está mi nombre en inglés, supuestamente para que lo entienda yo, que soy guiris y es cosa bien sabida que los guiris no tenemos derecho a entender el ruso. Todos contentos.
Entra uno a la sala donde se celebra el congreso y sólo hay cuatro gatos. Claro, eso pasa porque hay pocos pardillos que llegan a la hora anunciada, y no media hora después. Me siento junto al pasillo central, para verlo bien todo y asegurándome de tener sólo un vecino de asiento. Alguna vez me ha pasado tener dos vecinos de asiento del tamaño de un T-34 y, por desgracia (o no), esto no es precisamente un congreso de supermodelos femeninas.
Yo, que ya sé de qué va el percal, ya me llevo algo para hacer durante los períodos muertos. Poco a poco va llegando gente, y entonces uno de los organizadores toma el micrófono y, por los altavoces, suena la siguiente frase:
- Atención, atención. Anunciamos que varias de las intervenciones van a ser en inglés y otras en ruso. Los asistentes que no entiendan alguna de las lenguas pueden proveerse de auriculares para escuchar la traducción simultánea.
Revuelo monumental en la sala y caras de estupor entre los asistentes.
(continuará)
jueves, 19 de abril de 2012
Sección vinosexual
Seguimos con el recorrido por los anaqueles de los supermercado, y en esta ocasión nos detenemos en la siempre nutrida sección de bebidas alcohólicas, en la que tienen representación todo tipo de productos de prácticamente todos los países del mundo, excepto los musulmanes y eso porque no producen nada.
Y España, sí, señor. Vinos de distintas regiones y, no faltaría más, cava catalán, en este caso de una marca, "Vall de Juy", que nunca pensé yo que triunfaría en Rusia y que alguien lo compraría aquí sin soltar unas risitas.
Ya sé que en catalán, "Juy" suena "Zhuy", "Жуй", que significa en ruso "mastica", lo cual no queda muy bien para un cava.
Pero es que, si intentamos eludir lo anterior y lo pronunciamos en castellano, "juy" (хуй), la cosa se complica todavía más. En ruso, significa "polla".
Quizá, si tiene tantas ventas, será porque los rusos creen que de lo que se bebe se cría...
martes, 17 de abril de 2012
El restaurante (y IV)
(Viene de aquí, aquí y aquí)
Por fin, después de dar buena cuenta de la fideuà, había llegado el momento de los postres. La chica guapa, pero altanera, que provisionalmente hacía las veces de camarera hasta que un príncipe azul la sacara de allí, tuvo la inmensa amabilidad de traernos la carta, por lo cual le deberíamos estar eternamente agradecidos, al ver que nada menos que ella se ha dignado a hacernos el favor inconmensurable de darnos la carta de postres, a despecho de estar llamada para empresas mucho más altas que ésas, que ha aparcado momentáneamente por razones que no vienen al caso.
En la carta de postres del restaurantes, vi que había crema catalana. Me encanta la crema catalana. El cocinero de "Las doce uvas" consiguió, sin embargo, que me arrepintiera de pedirla, y esta vez no fue por el aura de aristocracia que despedía la camarera. Bueno, quizá esa aura de aristocracia contribuyese a evaporar la capa de caramelo que debe cubrir a toda crema catalana que se precie, pero yo prefiero atribuirle la culpa al cocinero. No todas las desgracias van a ser por la camarera.
En fin, que aquello era una calamidad. no parecía sino unas natillas de supermercado volcadas y alisadas sobre un recipiente ovalado y con unas cuantas migas de galletas dentro para hacer grumos.
A lo mejor eso explica el ataque de los servicios de seguridad al restaurante. En todo caso, hoy es el día en que el restaurante continúa cerrado y, cuando vuelva a abrir, parece que le va a dar carpetazo a la cocina española y se va a dedicar a otro estilo menos incomprendido.
O a lo mejor se lo quedan los okupas del servicio de seguridad y montan un restaurante ellos mismos. En ese caso, supongo que lo coherente es que se dediquen a la cocina argentina. :D
Por fin, después de dar buena cuenta de la fideuà, había llegado el momento de los postres. La chica guapa, pero altanera, que provisionalmente hacía las veces de camarera hasta que un príncipe azul la sacara de allí, tuvo la inmensa amabilidad de traernos la carta, por lo cual le deberíamos estar eternamente agradecidos, al ver que nada menos que ella se ha dignado a hacernos el favor inconmensurable de darnos la carta de postres, a despecho de estar llamada para empresas mucho más altas que ésas, que ha aparcado momentáneamente por razones que no vienen al caso.
En la carta de postres del restaurantes, vi que había crema catalana. Me encanta la crema catalana. El cocinero de "Las doce uvas" consiguió, sin embargo, que me arrepintiera de pedirla, y esta vez no fue por el aura de aristocracia que despedía la camarera. Bueno, quizá esa aura de aristocracia contribuyese a evaporar la capa de caramelo que debe cubrir a toda crema catalana que se precie, pero yo prefiero atribuirle la culpa al cocinero. No todas las desgracias van a ser por la camarera.
En fin, que aquello era una calamidad. no parecía sino unas natillas de supermercado volcadas y alisadas sobre un recipiente ovalado y con unas cuantas migas de galletas dentro para hacer grumos.
A lo mejor eso explica el ataque de los servicios de seguridad al restaurante. En todo caso, hoy es el día en que el restaurante continúa cerrado y, cuando vuelva a abrir, parece que le va a dar carpetazo a la cocina española y se va a dedicar a otro estilo menos incomprendido.
O a lo mejor se lo quedan los okupas del servicio de seguridad y montan un restaurante ellos mismos. En ese caso, supongo que lo coherente es que se dediquen a la cocina argentina. :D
viernes, 13 de abril de 2012
Humor ruso
El humor ruso es un poco diferente del humor español, y más en los últimos tiempos. Así como el humor español abusa de la gestualidad, del teatro y de ridiculizar a minorías étnicas, variedades regionales o esperpentos varios, el humor ruso intenta ser más inteligente. Lo malo es que a muchos españoles, que están acostumbrados a la risa fácil que provoca el humor español, vulgar y chabacano, que padecemos actualmente, no les hace la menor gracia. Y no digamos si, encima, viene traducido.
Voy a hacer la prueba, traduciendo unos cuantos chistes que aparecen por ahí, a ver qué pasa:
***
He perdido mi cartera ¡y dentro tenía todo el sueldo! Se ruega al que la encuentre... que no se ría.
(Y sin reforma laboral ni nada... Aún nos quejaremos en España)
***
Si la gente se ríe de un pensamiento sabio, es que todavía no ha sido provechoso.
(Sí, a los rusos les gustan los aforismos y lo consideran humor, de verdad)
***
En Rusia el invierno es tan largo que el asfalto de noviembre se deshace antes que la nieve de marzo.
(Y que lo digan. A ver si escribo sobre la m^*rd¨ de asfalto local, porque sobre el invierno ya está casi todo dicho)
***
El día más bonito es MAÑANA. Mañana todos heremos deporte, empezaremos a estudiar, trabajaremos duramente, dejaremos de beber y fumar, empezaremos a leer cualquier libro, dejaremos de comer después de las seis de la tarde...
Lo malo es que, al levantarnos al día siguiente, comprendemos que vuelve a ser HOY.
(No sé si vio "El día de la marmota", pero lo ha bordado)
***
Si una persona realmente ha tenido éxito en la vida, no tiene página en "Vkontakte" (el Facebook ruso), sino en "Wikipedia".
(Se me ocurren varios ejemplos en que no es así, pero dejémoslo como chiste)
Voy a hacer la prueba, traduciendo unos cuantos chistes que aparecen por ahí, a ver qué pasa:
***
He perdido mi cartera ¡y dentro tenía todo el sueldo! Se ruega al que la encuentre... que no se ría.
(Y sin reforma laboral ni nada... Aún nos quejaremos en España)
***
Si la gente se ríe de un pensamiento sabio, es que todavía no ha sido provechoso.
(Sí, a los rusos les gustan los aforismos y lo consideran humor, de verdad)
***
En Rusia el invierno es tan largo que el asfalto de noviembre se deshace antes que la nieve de marzo.
(Y que lo digan. A ver si escribo sobre la m^*rd¨ de asfalto local, porque sobre el invierno ya está casi todo dicho)
***
El día más bonito es MAÑANA. Mañana todos heremos deporte, empezaremos a estudiar, trabajaremos duramente, dejaremos de beber y fumar, empezaremos a leer cualquier libro, dejaremos de comer después de las seis de la tarde...
Lo malo es que, al levantarnos al día siguiente, comprendemos que vuelve a ser HOY.
(No sé si vio "El día de la marmota", pero lo ha bordado)
***
Si una persona realmente ha tenido éxito en la vida, no tiene página en "Vkontakte" (el Facebook ruso), sino en "Wikipedia".
(Se me ocurren varios ejemplos en que no es así, pero dejémoslo como chiste)
miércoles, 11 de abril de 2012
Deportistas
El emperador Nerón era, por lo visto, aficionado a las carreras de carros. En el año 67 participó en los Juegos Olímpicos, en su modalidad favorita, en la que competían carros tirados por cuatro caballos. Para asegurarse la victoria, Nerón compitió en un carro tirado por diez caballos. Debía tener un mecánico mejor que los de Red Bull. Los otros participantes, evidentemente, no tenían acceso a los equipos técnicos de Nerón, y además eran unos envidiosos que se retiraron indignados, con los cual Nerón corrió solo y, claro, ganó, aunque estuvo a punto de no hacerlo porque se cayó dos veces del carro. P'haberse matao.
Las cosas no han cambiado demasiado en estos dos últimos milenios. Lo demuestra el presidente de Turkmenistan, Gurbanguly Berdymujamedov (sí, todo eso), gran aficionado a las carreras de coches. Leamos la noticia, cuyo original está aquí.
Como dicen bastantes comentaristas rusos, éste al menos no ha encontrado casualmente ninguna ánfora del siglo VI en el Mar Negro, como hacen otros.
¿Y en España no pasan estas cosas? ¡Claro que no!, diremos vehementemente.
Bueno, bueno, no estemos tan seguros... algún caso conozco y puede que escriba sobre él.
Las cosas no han cambiado demasiado en estos dos últimos milenios. Lo demuestra el presidente de Turkmenistan, Gurbanguly Berdymujamedov (sí, todo eso), gran aficionado a las carreras de coches. Leamos la noticia, cuyo original está aquí.
El presidente de Turkmenistán, Gurbanguly Berdymujamedov, elegido en febrero para un segundo mandato, demostró que sabe vencer no sólo en el terreno político, sino también en el deportivo.
El sábado llegó al circuito de carreras de Asjabad en un lujoso deportivo Bugatti Veyron, para saludar a los aficionados a las carreras de coches que se habían reunido para ver la competición. Inesperadamente para todos, tomó parte en la carrera, obteniendo una convincente victoria sobre sus oponentes, según informa ITAR-TASS.
Durante la inauguración, Berdymujamedov preguntó al presentador de la ceremonia: "¿Puedo participar yo también?" Al recibir una respuesta afirmativa, el presidente se puso al volante de un poderoso coche Volkicar de fabricación turca y tomó la salida a la señal de los jueces. Berdymujamedov superó a sus contrincantes, al obtener el mejor tiempo del circuito.
Los organizadores de la competición decidir entregar el coche en el que compitió el presidente al museo nacional del deporte.
Como dicen bastantes comentaristas rusos, éste al menos no ha encontrado casualmente ninguna ánfora del siglo VI en el Mar Negro, como hacen otros.
¿Y en España no pasan estas cosas? ¡Claro que no!, diremos vehementemente.
Bueno, bueno, no estemos tan seguros... algún caso conozco y puede que escriba sobre él.
lunes, 9 de abril de 2012
Consumiendo verdura
Los supermercados en Rusia están llenos de productos que resultan la mar de curiosos para el consumidor español. Supongo que al revés sucede algo parecido, y los supermercados españoles están repletos de productos que al consumidor ruso le parecen chocantes.
Un ejemplo lo tenemos en la foto de abajo. En España, en casi cualquier sitio que se respete tienes en la verdulería las bandejas en que venden aderezos para cocido, o para fabada, en que te meten los productos necesarios para elaborar el plato sin necesidad de ir comprándolos uno por uno.
En Rusia, digamos que el consumo va por otros derroteros, y que el cocido y la fabada no son populares. Esto es lo que se ve en la sección de verdulería.
Y es que, si se trata de empinar el codo, la gente se resigna y consume frutas y verduras, claro que sí.
Un ejemplo lo tenemos en la foto de abajo. En España, en casi cualquier sitio que se respete tienes en la verdulería las bandejas en que venden aderezos para cocido, o para fabada, en que te meten los productos necesarios para elaborar el plato sin necesidad de ir comprándolos uno por uno.
En Rusia, digamos que el consumo va por otros derroteros, y que el cocido y la fabada no son populares. Esto es lo que se ve en la sección de verdulería.
Y es que, si se trata de empinar el codo, la gente se resigna y consume frutas y verduras, claro que sí.
viernes, 6 de abril de 2012
Esperando que florezca
Ésta es la planta de la buena de la vecina, tyotya Alla. Estaríamos muy contentos si la foto fuera reciente, como de ayer o anteayer. Lo malo es que la foto fue tomada el 3 de abril... de 2007.
Este año, la realidad está siendo dura, y la primavera más remolona que en cualquiera de los años que llevo por aquí. La cosa está chunga a más no poder y, si no, veamos la foto que saqué ayer por la mañana, Jueves Santo, y 5 de abril de 2012.
Yo había oído hablar del cambio climático, pero no esperaba que fuera esto, la verdad.
Este año, la realidad está siendo dura, y la primavera más remolona que en cualquiera de los años que llevo por aquí. La cosa está chunga a más no poder y, si no, veamos la foto que saqué ayer por la mañana, Jueves Santo, y 5 de abril de 2012.
Yo había oído hablar del cambio climático, pero no esperaba que fuera esto, la verdad.
miércoles, 4 de abril de 2012
El restaurante (III)
Mientras la camarera se gira y se retira, y como no hay nada sobre la mesa, uno puede recostarse sobre el sillón y sacar ventaja de que el restaurante es una mezcla de comedor y de sala de estar, mientras la conversación versa sobre todo lo divino y lo humano.
Primero llega la bebida. No, no era vino, sino agua, y realmente era Cabreiroa. Toma ya. La conversación continúa, cambiando de asunto y de idioma constantemente.
Hasta que llega la fideuà. Hay que reconocer que está bien lograda, y más teniendo en cuenta que estamos bastante lejos de Gandía. No sé de dónde habrán sacado el fideo, pero les quedó exactamente lo duro que debe estar; los tropezones eran los que debían de ser, y en general la experiencia fue la que se espera del que pasaba por ser el mejor restaurante español del país.
Pasaba, sí. Lo del asalto armado mencionado en la primera entrada de esta serie ha debido ser el canto del cisne de un restaurante que, según se oía por ahí, tenía decidido cambiar de estilo desde hacía algún tiempo. Y es que lo español, cuando se trata de papeo, no vende en Rusia. España está llena de turistas rusos, a los que les gusta tanto estar por allí que incluso muchos están comprándose los pisos que nosotros estamos dejando vacíos; otros se van allá sólo por ver un partido de fútbol. Sin embargo, vuelven a Moscú y la cocina española la dejan de lado.
Por alguna misteriosa razón, eso no pasa con los restaurantes italianos, que están en cada esquina; ni con los japoneses, que no tengo ni idea de por qué están de moda en Moscú, pero también hay un número notable de ellos. Y aquí podemos ver otra interesante diferencia entre España y Rusia: en España, los restaurantes japoneses son escasísimos y los pocos que hay son para carteras muy gruesas, mientras que los restaurantes chinos abundan y sus clientes somos los españoles de pocos posibles y apetito abundante.
En Rusia, es exactamente al revés. Los restaurantes chinos son pocos y caros (sí, sí, los restaurantes chinos pueden ser muy caros), mientras que los japoneses, que no son baratos, están por todos los sitios.
Pero los españoles no. Los restaurantes españoles en Rusia están condenados a ser la madriguera de una minoría exótica. En Alemania, a fuerza de emigrantes, hay una clientela contrastada; en Rusia, los españoles somos pocos y no damos el perfil del emigrante a Alemania: en plata, no somos de clase baja.
Por eso, el que quiera abrir un restaurante español contando con la colonia española de Moscú está condenado al fracaso. En primer lugar, porque no va a encontrar fácilmente un cocinero español que se vaya a encargar de la cocina; quizá ahora, con cinco millones de parados, pero de mala gana y con ganas inmediatas de salir de Rusia. En segundo lugar, porque en España no hay una cocina, sino por lo menos cincuenta, y el único plato que supera fronteras provinciales y autonómicas es la tortilla de patatas, que no hay ruso al que le salga ni medio bien, con lo que los pinchos salen resecos y sosos. En tercer lugar, porque los españoles, para que nos den platos españoles mal ejecutados, nos vamos a cenar a otro sitio en donde no nos entre nostalgia por el arroz al horno de nuestra madre.
Además, para que haya ambiente español en un restaurante español, debes tener camareros españoles, y eso sí que no hay. Los hispanoamericanos son sucedáneos de segunda clase, cosa que se ve ahora que tanto abundan en los restaurantes españoles de España; no digo que sean peores, es que son otra cosa. Por ejemplo, cuando los quieres llamar:
- ¡Jefe!
Pasando.
- ¡Camarero!
Pasando. Ampliamente. Decides llamarlo en su idioma.
- ¡Mesero!
Que si quieres arroz. Al final te atiende, y dice que ahorita viene. Ahorita puede ser media hora después.
Si lo que pones es una camarera rusa, el ambiente se destruye completamente. Una camarera rusa es un ser prepotente y orgulloso, que sirve para adornar en muchos casos, pero no para servir, que es de lo que se trata.
En estos pensamientos, llega uno al fondo del plato. En España, te lo dejan terminar tranquilamente, y puedes quedarte un buen rato con él en la mesa.
Aquí, no.
Aquí, no bien percibe la camarera que estás cerca de terminar, no te quita ojo. En cuanto te llevas la última cucharada a la boca, se acerca velozmente a la mesa y se te lleva el plato; algunas veces tienes que perseguirla para dejar la cuchara, que todavía no te había dado tiempo a devolver al plato y que llevabas en la mano, como si fueras a gorronear paella. Diríase que andan escasos de vajilla y que tienen que irla fregando constantemente.
Y luego está la música. Alguien debería decirles que en los restaurantes españoles no hay música; como mucho, un hilo musical de fondo apenas perceptible. Aquí se confunde lo español con la música en español, que no es lo mismo ni mucho menos, y te meten unas serenatas de músicas latinas, reguetones y cacofonías varias que te animan a pedir la cuenta y salir corriendo. O a salir corriendo directamente.
¿Por qué te ponen esas cosas? Porque los rusos bailan entre plato y plato. Cada vez menos, pero la costumbre es salir a bailar entre plato y plato. En cambio, la música española actual, o es Julio Iglesias o es pop poco bailable, y en todo caso desconocido, por lo que el ignorante que pone la música decide meter ritmos americanos.
Y así está el patio. Ahora tocará hacer una pausa en la serie, porque se acerca el ayuno y la abstinencia y, en esas circunstancias, seguir hablando sobre comida y restaurantes no es muy consecuente.
Cuando llegue la Pascua, ya le echaré un ojo a la carta de postres del Doce Uvas.
Primero llega la bebida. No, no era vino, sino agua, y realmente era Cabreiroa. Toma ya. La conversación continúa, cambiando de asunto y de idioma constantemente.
Hasta que llega la fideuà. Hay que reconocer que está bien lograda, y más teniendo en cuenta que estamos bastante lejos de Gandía. No sé de dónde habrán sacado el fideo, pero les quedó exactamente lo duro que debe estar; los tropezones eran los que debían de ser, y en general la experiencia fue la que se espera del que pasaba por ser el mejor restaurante español del país.
Pasaba, sí. Lo del asalto armado mencionado en la primera entrada de esta serie ha debido ser el canto del cisne de un restaurante que, según se oía por ahí, tenía decidido cambiar de estilo desde hacía algún tiempo. Y es que lo español, cuando se trata de papeo, no vende en Rusia. España está llena de turistas rusos, a los que les gusta tanto estar por allí que incluso muchos están comprándose los pisos que nosotros estamos dejando vacíos; otros se van allá sólo por ver un partido de fútbol. Sin embargo, vuelven a Moscú y la cocina española la dejan de lado.
Por alguna misteriosa razón, eso no pasa con los restaurantes italianos, que están en cada esquina; ni con los japoneses, que no tengo ni idea de por qué están de moda en Moscú, pero también hay un número notable de ellos. Y aquí podemos ver otra interesante diferencia entre España y Rusia: en España, los restaurantes japoneses son escasísimos y los pocos que hay son para carteras muy gruesas, mientras que los restaurantes chinos abundan y sus clientes somos los españoles de pocos posibles y apetito abundante.
En Rusia, es exactamente al revés. Los restaurantes chinos son pocos y caros (sí, sí, los restaurantes chinos pueden ser muy caros), mientras que los japoneses, que no son baratos, están por todos los sitios.
Pero los españoles no. Los restaurantes españoles en Rusia están condenados a ser la madriguera de una minoría exótica. En Alemania, a fuerza de emigrantes, hay una clientela contrastada; en Rusia, los españoles somos pocos y no damos el perfil del emigrante a Alemania: en plata, no somos de clase baja.
Por eso, el que quiera abrir un restaurante español contando con la colonia española de Moscú está condenado al fracaso. En primer lugar, porque no va a encontrar fácilmente un cocinero español que se vaya a encargar de la cocina; quizá ahora, con cinco millones de parados, pero de mala gana y con ganas inmediatas de salir de Rusia. En segundo lugar, porque en España no hay una cocina, sino por lo menos cincuenta, y el único plato que supera fronteras provinciales y autonómicas es la tortilla de patatas, que no hay ruso al que le salga ni medio bien, con lo que los pinchos salen resecos y sosos. En tercer lugar, porque los españoles, para que nos den platos españoles mal ejecutados, nos vamos a cenar a otro sitio en donde no nos entre nostalgia por el arroz al horno de nuestra madre.
Además, para que haya ambiente español en un restaurante español, debes tener camareros españoles, y eso sí que no hay. Los hispanoamericanos son sucedáneos de segunda clase, cosa que se ve ahora que tanto abundan en los restaurantes españoles de España; no digo que sean peores, es que son otra cosa. Por ejemplo, cuando los quieres llamar:
- ¡Jefe!
Pasando.
- ¡Camarero!
Pasando. Ampliamente. Decides llamarlo en su idioma.
- ¡Mesero!
Que si quieres arroz. Al final te atiende, y dice que ahorita viene. Ahorita puede ser media hora después.
Si lo que pones es una camarera rusa, el ambiente se destruye completamente. Una camarera rusa es un ser prepotente y orgulloso, que sirve para adornar en muchos casos, pero no para servir, que es de lo que se trata.
En estos pensamientos, llega uno al fondo del plato. En España, te lo dejan terminar tranquilamente, y puedes quedarte un buen rato con él en la mesa.
Aquí, no.
Aquí, no bien percibe la camarera que estás cerca de terminar, no te quita ojo. En cuanto te llevas la última cucharada a la boca, se acerca velozmente a la mesa y se te lleva el plato; algunas veces tienes que perseguirla para dejar la cuchara, que todavía no te había dado tiempo a devolver al plato y que llevabas en la mano, como si fueras a gorronear paella. Diríase que andan escasos de vajilla y que tienen que irla fregando constantemente.
Y luego está la música. Alguien debería decirles que en los restaurantes españoles no hay música; como mucho, un hilo musical de fondo apenas perceptible. Aquí se confunde lo español con la música en español, que no es lo mismo ni mucho menos, y te meten unas serenatas de músicas latinas, reguetones y cacofonías varias que te animan a pedir la cuenta y salir corriendo. O a salir corriendo directamente.
¿Por qué te ponen esas cosas? Porque los rusos bailan entre plato y plato. Cada vez menos, pero la costumbre es salir a bailar entre plato y plato. En cambio, la música española actual, o es Julio Iglesias o es pop poco bailable, y en todo caso desconocido, por lo que el ignorante que pone la música decide meter ritmos americanos.
Y así está el patio. Ahora tocará hacer una pausa en la serie, porque se acerca el ayuno y la abstinencia y, en esas circunstancias, seguir hablando sobre comida y restaurantes no es muy consecuente.
Cuando llegue la Pascua, ya le echaré un ojo a la carta de postres del Doce Uvas.
lunes, 2 de abril de 2012
El restaurante (II)
Después de esta breve incursión en las vicisitudes políticas de los grupos feministas blasfemopunkarras, volvamos a lugares más agradables, por ejemplo, el restaurante "Las doce uvas", que era agradable antes de las rencillas con las autoridades que quedaron reseñadas en la última entrada sobre el particular. Ahora, no sabemos, pero es poco probable.
Como otras tantas veces, uno llega al restaurante pensando en que tendrá una experiencia parecida a la que se vive en los restaurantes españoles de España. Pero no.
Lo primero que llama la atención son los asientos. No son sillas, sino sillones más o menos como los del cuarto de estar de cualquier casa, pero en moderno. Te sientas, y tienes dos opciones: apoyar tu espalda contra el respaldo del sillón, con lo que estás a un metro de la mesa, o acercarte a la mesa y olvidarte de la espalda, con lo que tienes forma de cuatro aplastado y se te pone la mesa al nivel de la barbilla. Es verdad que entre los rusos abundan las montañas humanas que necesitan espacio para alojar sus curvas de la felicidad entre la mesa y la silla, pero en este caso los tres comensales (¿Contento, Fausto? Tres eran tres, como las hijas de Elena) eran espigados y nada rechonchos.
La solución en cualquier sitio es acercar los asientos a la mesa. Aquí, no. En este restaurante, y en la mayoría de los rusos, los asientos están clavados al suelo y las mesas no se pueden mover, así que te toca conformarte con la postura en la que menos incómodo te encuentres.
Luego están los camareros. Tú vas, por ejemplo, a España, a un mesón tradicional, ves que no tienes mucha hambre y te pides dos primeros platos del menú. El camarero español tradicional pone los ojos como platos y te brama, tuteándote, por supuesto:
- ¿Cómo que dos primeros? ¡Con eso te vas a quedar con hambre! ¡Ya te estás comiendo un buen plato de cocido! Y de segundo aquí tengo medio cordero.
Y, si balbuceas algo, vas listo. Acabas por comértelo todo sin dejar un garbanzo, con tal de que no te echen otra bronca, y sales del mesón a gatas, pero contento, tú, que has comido como un señor.
Aquí, no. Aquí te viene a servir una camarera disfrazada de española, vestida de rojo y negro, pero con una cara de palo y desprecio que no veas. Una cara de "qué hago yo aquí de camarera, sirviendo al personal, con lo mona que soy y con lo que yo valgo". No te va a echar una bronca, ni va a sonreír ni un poquito, te va a servir de mala gana, porque eres un mequetrefe, y como mucho te va a hacer el caso justito.
Lo curioso es que a la misma chica igual te la encuentras un par de horas después en una discoteca, y ahí parece que se transforme en una chica encantadora y dicharachera, y eso que no tiene que ganarse ninguna propina. En el restaurante, ni pum.
Tú ves la carta, llena de platos españoles, pero sabes que el cocinero ya no es español, con lo que sospechas que unos platos le salen mejor que otros.
- ¿Qué me puede recomendar?
La chica se encoge de hombros con indiferencia.
- Todo está bueno - es lo máximo que le consigues sacar, después de haberse encogido de hombros como quince veces.
Es de destacar que parece que, cuanto mejor es el restaurante, más cretino es el camarero que te atiende. En muchos restaurantes de bajo presupuesto te encuentras a gente razonablemente amable, sin pasarse, vale, pero amable. Aumentas de nivel, pensando que te tratarán mejor, y a lo mejor comes bien, pero del trato mejor no hablamos.
En fin, te quedas pensando en que más valdría una camarera feílla, pero interactiva, y ves que hay fideuà ¿Serán capaces de hacer fideuà como Dios manda?
Bueno, lo veremos la próxima entrada.
Como otras tantas veces, uno llega al restaurante pensando en que tendrá una experiencia parecida a la que se vive en los restaurantes españoles de España. Pero no.
Lo primero que llama la atención son los asientos. No son sillas, sino sillones más o menos como los del cuarto de estar de cualquier casa, pero en moderno. Te sientas, y tienes dos opciones: apoyar tu espalda contra el respaldo del sillón, con lo que estás a un metro de la mesa, o acercarte a la mesa y olvidarte de la espalda, con lo que tienes forma de cuatro aplastado y se te pone la mesa al nivel de la barbilla. Es verdad que entre los rusos abundan las montañas humanas que necesitan espacio para alojar sus curvas de la felicidad entre la mesa y la silla, pero en este caso los tres comensales (¿Contento, Fausto? Tres eran tres, como las hijas de Elena) eran espigados y nada rechonchos.
La solución en cualquier sitio es acercar los asientos a la mesa. Aquí, no. En este restaurante, y en la mayoría de los rusos, los asientos están clavados al suelo y las mesas no se pueden mover, así que te toca conformarte con la postura en la que menos incómodo te encuentres.
Luego están los camareros. Tú vas, por ejemplo, a España, a un mesón tradicional, ves que no tienes mucha hambre y te pides dos primeros platos del menú. El camarero español tradicional pone los ojos como platos y te brama, tuteándote, por supuesto:
- ¿Cómo que dos primeros? ¡Con eso te vas a quedar con hambre! ¡Ya te estás comiendo un buen plato de cocido! Y de segundo aquí tengo medio cordero.
Y, si balbuceas algo, vas listo. Acabas por comértelo todo sin dejar un garbanzo, con tal de que no te echen otra bronca, y sales del mesón a gatas, pero contento, tú, que has comido como un señor.
Aquí, no. Aquí te viene a servir una camarera disfrazada de española, vestida de rojo y negro, pero con una cara de palo y desprecio que no veas. Una cara de "qué hago yo aquí de camarera, sirviendo al personal, con lo mona que soy y con lo que yo valgo". No te va a echar una bronca, ni va a sonreír ni un poquito, te va a servir de mala gana, porque eres un mequetrefe, y como mucho te va a hacer el caso justito.
Lo curioso es que a la misma chica igual te la encuentras un par de horas después en una discoteca, y ahí parece que se transforme en una chica encantadora y dicharachera, y eso que no tiene que ganarse ninguna propina. En el restaurante, ni pum.
Tú ves la carta, llena de platos españoles, pero sabes que el cocinero ya no es español, con lo que sospechas que unos platos le salen mejor que otros.
- ¿Qué me puede recomendar?
La chica se encoge de hombros con indiferencia.
- Todo está bueno - es lo máximo que le consigues sacar, después de haberse encogido de hombros como quince veces.
Es de destacar que parece que, cuanto mejor es el restaurante, más cretino es el camarero que te atiende. En muchos restaurantes de bajo presupuesto te encuentras a gente razonablemente amable, sin pasarse, vale, pero amable. Aumentas de nivel, pensando que te tratarán mejor, y a lo mejor comes bien, pero del trato mejor no hablamos.
En fin, te quedas pensando en que más valdría una camarera feílla, pero interactiva, y ves que hay fideuà ¿Serán capaces de hacer fideuà como Dios manda?
Bueno, lo veremos la próxima entrada.