Después de esta breve incursión en las vicisitudes políticas de los grupos feministas blasfemopunkarras, volvamos a lugares más agradables, por ejemplo, el restaurante "Las doce uvas", que era agradable antes de las rencillas con las autoridades que quedaron reseñadas en la última entrada sobre el particular. Ahora, no sabemos, pero es poco probable.
Como otras tantas veces, uno llega al restaurante pensando en que tendrá una experiencia parecida a la que se vive en los restaurantes españoles de España. Pero no.
Lo primero que llama la atención son los asientos. No son sillas, sino sillones más o menos como los del cuarto de estar de cualquier casa, pero en moderno. Te sientas, y tienes dos opciones: apoyar tu espalda contra el respaldo del sillón, con lo que estás a un metro de la mesa, o acercarte a la mesa y olvidarte de la espalda, con lo que tienes forma de cuatro aplastado y se te pone la mesa al nivel de la barbilla. Es verdad que entre los rusos abundan las montañas humanas que necesitan espacio para alojar sus curvas de la felicidad entre la mesa y la silla, pero en este caso los tres comensales (¿Contento, Fausto? Tres eran tres, como las hijas de Elena) eran espigados y nada rechonchos.
La solución en cualquier sitio es acercar los asientos a la mesa. Aquí, no. En este restaurante, y en la mayoría de los rusos, los asientos están clavados al suelo y las mesas no se pueden mover, así que te toca conformarte con la postura en la que menos incómodo te encuentres.
Luego están los camareros. Tú vas, por ejemplo, a España, a un mesón tradicional, ves que no tienes mucha hambre y te pides dos primeros platos del menú. El camarero español tradicional pone los ojos como platos y te brama, tuteándote, por supuesto:
- ¿Cómo que dos primeros? ¡Con eso te vas a quedar con hambre! ¡Ya te estás comiendo un buen plato de cocido! Y de segundo aquí tengo medio cordero.
Y, si balbuceas algo, vas listo. Acabas por comértelo todo sin dejar un garbanzo, con tal de que no te echen otra bronca, y sales del mesón a gatas, pero contento, tú, que has comido como un señor.
Aquí, no. Aquí te viene a servir una camarera disfrazada de española, vestida de rojo y negro, pero con una cara de palo y desprecio que no veas. Una cara de "qué hago yo aquí de camarera, sirviendo al personal, con lo mona que soy y con lo que yo valgo". No te va a echar una bronca, ni va a sonreír ni un poquito, te va a servir de mala gana, porque eres un mequetrefe, y como mucho te va a hacer el caso justito.
Lo curioso es que a la misma chica igual te la encuentras un par de horas después en una discoteca, y ahí parece que se transforme en una chica encantadora y dicharachera, y eso que no tiene que ganarse ninguna propina. En el restaurante, ni pum.
Tú ves la carta, llena de platos españoles, pero sabes que el cocinero ya no es español, con lo que sospechas que unos platos le salen mejor que otros.
- ¿Qué me puede recomendar?
La chica se encoge de hombros con indiferencia.
- Todo está bueno - es lo máximo que le consigues sacar, después de haberse encogido de hombros como quince veces.
Es de destacar que parece que, cuanto mejor es el restaurante, más cretino es el camarero que te atiende. En muchos restaurantes de bajo presupuesto te encuentras a gente razonablemente amable, sin pasarse, vale, pero amable. Aumentas de nivel, pensando que te tratarán mejor, y a lo mejor comes bien, pero del trato mejor no hablamos.
En fin, te quedas pensando en que más valdría una camarera feílla, pero interactiva, y ves que hay fideuà ¿Serán capaces de hacer fideuà como Dios manda?
Bueno, lo veremos la próxima entrada.
Cierto. Las camareras de los países del este merecen una serie de entradas. Dan para mucho. De hablar/escribir me refiero. Taxistas también.¿Nos contará cosas, por favor? :-) .
ResponderEliminarAnónimo, bueno, como lo ha pedido por favor...
ResponderEliminarAl fin se ha hecho justicia a la historia ;-P
ResponderEliminarDespués de años de la URSS... ¿Qué quieres? :) Mi hermana ahora está tratando de hacer algo decente de un restaurante en Minsk, Belarus, y ya está hartándose. Entre pillaje de los trabajadores y las camareras que creen que su trabajo es indecente, luego no les hace ni pizca de gracia trabajar ahí, la pobre puede hacer poco.
ResponderEliminarAh, en Moscú es mejor ir a los restaurantes georgianos, la comida es estupenda y los precios lógicos. Pudiera aconsejar también las tascas "Taras Bulba", pero mucho me temo que los españoles no entienden nuestro amor por SALO :)
Inmi (http://inmigrante.livejournal.com)
Inmi, no, lo del saló no lo comprendemos bien. A mí me arcadas.
ResponderEliminarJo, y los georgianos no son lo que eran, al menos de precio. Meten unas clavadas que parece que les pague Saakashvili para desestabilizar el país.
Ya, ya me lo imaginaba :) Si hasta los moscovitas me preguntaron una vez si era verdad que nosotros en Ucrania comemos salo así, a pelo :) :) :)
ResponderEliminarPuede, pero en comparación con los demás restaurantes el restaurante georgiano en Arbat (¡!) tenía comida estupenda por unos precios razonables, y el servicio era inmejorable.
Inmi