Yo soy de la opinión de que la mayoría de las conferencias existen para justificar el trabajo de unas cuantas personas y que, con honradísimas excepciones, son perfectamente prescindibles.
La conferencia en la que me encontraba, lamentablemente, no era una de esas honradísimas excepciones. Simplemente se trataba de una actividad más del comité de la Duma que se ocupaba del sector concreto, con apoyo del Partido, que debían tener unos rublos apartados para un congreso anual (éste ya era el cuarto) y que se organizaba por purísima inercia y porque el espectáculo debía continuar. De esta forma se alimenta el ego de los ponentes, muy pagados de escucharse a sí mismos, se incluían la conferencia-congreso en el calendario y en el informe de actividades de aquél cuyo trabajo debía justificarse.
Para todo ello, y contando con el buen nombre del Partido, debía llenarse la sala. Es cuestión de pasta: si la inscripción a la conferencia-congreso es gratuita y das un buen papeo, tienes bastante ganado. Como eres un ente público ruso, tienes prensa adicta que no tiene más remedio que asistir, con sus cámaras, micrófonos y toda la parafernalia, y con eso importa poco que las intervenciones sean unos truños intragables. El caso es que salgan en la tele con una voz en off soltando paridas.
Bueno, pues si a los que más o menos teníamos relación con el asunto de la conferencia aquello nos estaba pareciendo un rollo macabeo, y no había más que ver los cabezazos que estábamos dando para cerciorarse de ello, lo de los chicos de la prensa era histórico. Como las ponencias, o al menos los powerpoints de las mismas, ya las tenían, y habían hecho todas las fotitos que les hacían faltan, sólo tenían necesidad de una cosa: que el jerifalte entrevistable de turno saliera de la mesa presidencial para sacarle unas palabritas.
Entretanto, hacían pinta, como el de la foto de arriba, de estar atareadísimos, cuando lo cierto es que, si nos fijamos bien en la pantalla del ordenador, está jugando al solitario.
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